La mica del Titanic
()
Información de este libro electrónico
El 10 de abril de 1912 zarpó del puerto de Southampton el buque más grande que había conocido la humanidad, el Titanic. Cuatro días después naufragó en las aguas yertas del Atlántico. Se llevó consigo a 1.500 personas, joyas por varios millones de dólares, cuantiosa carga, vajillas, muebles y un centenar de bacinillas, también llamadas en español beques, bacines, orinales o, más científicamente, micas. Cuando ya la historia se había olvidado de ellas, un sofisticado equipo submarino rescató en 1985 miles de objetos del fondo del mar. Allí apareció, oronda, invicta, intacta, la mica del Titanic.
Daniel Samper Pizano
Daniel Samper Pizano (Bogotá, 1945) es un periodista, humorista y escritor colombiano. Colaborador de varios medios de comunicación y libretista de series de televisión, fundó la revista Cambio 16 en Colombia y trabajó en la Casa Editorial El Tiempo, de la que fue editor y columnista durante más de cincuenta años y donde creó la unidad investigativa. Es autor de más de treinta libros, muchos de ellos de humor. En 2022 cofundó el portal periodístico Los Danieles.
Lee más de Daniel Samper Pizano
Jota, caballo y rey Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLes Luthiers: de la L a las S Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa noche que humillaron a mi padre Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesViagra, chat y otras pendejadas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLecciones de histeria de Colombia (Edición Bicentenario) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesBreve historia de este puto mundo: La tremenda biografía de la tierra contada con humor y perplejidad Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLocos adorables: Personajes geniales que hicieron historia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLocos lindos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesInsólitas parejas: Doce historias auténticas de enamorados famosos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Relacionado con La mica del Titanic
Libros electrónicos relacionados
De la amistad con una montaña: Pequeño tratado de elevación Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesÚltimos días de la vieja Europa Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl tiempo de los regalos. Entre los bosques y el agua Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMemè Scianca Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa reina del Crucero Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesBéla Bartók en el exilio: Si no puedes, yo respiraré por ti Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesFutilidad o el naufragio del Titán Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAventuras de una peseta Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa viborita Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesExtraños sucesos navales Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Emilia Leclerc: El Escapulario De Gorguloff Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVeinte mil leguas de viaje submarino Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa estrategia del koala Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEso tampoco estaba en mi libro de Historia de España Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEn otoño Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El Titanic: Un transatlántico de leyenda Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEmpresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero (nueva edicion: tapa blanda) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Frente Al Volcán: Crónicas De Un Viajero Holandés En Nicaragua Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesViaje al centro de la mente: Ensayos literarios y científicos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesPasaje Seaver: y el fotórgrafo de la mirada triste Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHorizonte móvil Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El Mapa Del Diablo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl brazo de Pollak Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Peregrino transparente Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Rompiendo la cuarta emoción Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos náufragos de la Flota Mercante Grancolombiana Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesIslas del abandono: La vida en los paisajes posthumanos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Horizonte Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Historias de Londres Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesOlvidad Mandalay Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Comedia y humor para usted
Los mejores chistes cortos Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Estoy bien Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesChistes para Niños: Chistes Infantiles, Preguntas Divertidas, Frases Locas, y Diálogos de Risa. Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Maestro del Sexo: Cómo dar orgasmos inolvidables e infalibles y a satisfacerla en la cama como todo un guru del sexo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El efecto de la risa: Construye alegría resiliencia y positividad en tu vida Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNuevo elogio del imbécil Calificación: 5 de 5 estrellas5/5800 chistes cortos y buenos para adultos y niños mayores Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas mejores frases y citas célebres Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Casas vacías Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La geografía de tu recuerdo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa enfermedad de escribir Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La luz de las estrellas muertas: Ensayo sobre el duelo y la nostalgia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEL EFECTO DE LA RISA Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDignos de ser humanos: Una nueva perspectiva histórica de la humanidad Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Ceniza en la boca Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Chistes Verdes Y Guarros Para Adultos Que No Se Duchan Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Chavo del 8 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesManual de Borrachos con estilo: El beber me llama Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Mi madre Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Obras - Coleccion de Oscar Wilde Calificación: 5 de 5 estrellas5/5CeroCeroCero: Cómo la cocaína gobierna el mundo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5301 Chistes Cortos y Muy Buenos + Se me va + Un Comienzo para un Final. De 3 en 3 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesManual para mandar a la Chingada: ¡Qué bonita chingadera! Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Stand up: Técnicas, ideas y recursos para armar tu rutina de comedia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Los cínicos no sirven para este oficio: (Sobre el buen periodismo) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Literatura infantil Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los jinetes del Apocalipsis: Una conversación brillante sobre ciencia, fe, religión y ateísmo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Los nombres propios Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Pequeñas desgracias sin importancia Calificación: 4 de 5 estrellas4/5No leer Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Categorías relacionadas
Comentarios para La mica del Titanic
0 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
La mica del Titanic - Daniel Samper Pizano
Daniel Samper Pizano
La mica del Titanic
Debolsillo
SÍGUENOS EN
MegustaleerFacebook Me Gusta Leer Colombia
Twitter @megustaleerco
Instagram @megustaleerco
Penguin Random HousePara Mario, Manuela, Camilo,
Sofía, Gualadupe y Paloma.
Y los demás que vengan.
LA MICA DEL TITANIC
Reconozco que los titanólogos somos gente rara.
Resulta muy fácil interesarse en la historia del Titanic, aquel buque formidable que se hundió en su viaje inaugural en 1912, como lo demuestra el hecho de que, casi un siglo después, las noticias relacionadas con el infortunado trasatlántico siguen ocupando lugar privilegiado en la prensa, y la última película sobre el tema atrajo millones de espectadores y once Óscares.
Pero quienes nos obsesionamos de veras con la cuestión, mucho más allá de la obvia curiosidad que ella suscita, somos una raza distinta. Primero, no necesariamente nos atrae, en general, el mundo de los mares, los barcos, los piratas y las ballenas; lo que nos fascina es la historia del Titanic, no la navegación ni la marinería, que, para mi gusto, resultan aburridísimas. Segundo, devoramos de manera enfermiza cuanto se publica sobre el caso, vemos todas las películas y los documentales y estamos familiarizados con numerosos nombres, hechos y cifras. Finalmente, escogemos una especialidad. Hay gomosos que lo saben todo sobre la estructura del barco, otros que conocen más sobre el malhadado capitán Edward Smith que sobre su propia vida y algunos que concentran su atención en algún detalle mínimo, como el angelito de la escalera principal o la capacidad de los botes salvavidas.
Mi obsesión, perdonen ustedes, es un frágil objeto que fue avistado junto con 5.000 más en el fondo del mar cuando llegó hasta allí en 1985 la expedición que ubicó los restos del lujoso barco. Muchos de ellos reposaban en la arena casi intactos a pesar de que habían pasado tres cuartos de siglo en aquel oscuro mundo a 3.800 metros de la superficie oceánica. Los fotografió el submarino especial Nautile y dos años después los recuperó un prodigioso brazo mecánico submarino. Había de todo: monedas, billetes, anillos, relojes, trajes, botellas sin destapar, vajillas completas, estatuas de bronce, instrumentos musicales, carbón, herramientas y hasta ojos de buey que fueron izados a la superficie. Entre tantos artículos hubo uno que me maravilló cuando supe de él en la página 184 del libro del profesor Robert Ballard, descubridor de los restos hundidos. Se trata de un pequeño objeto retratado el 3 de septiembre de 1985 que contrasta, por su humildad, con sombreros de copa petrificados, joyas carcomidas por el salitre y oxidados títulos de bolsa.
Hablo, señoras y señores, de mi gran obsesión como experto en el más famoso naufragio de la historia. Hablo de la mica del Titanic.
Desde que topé con la foto de este redondo testigo de la efímera condición humana quise saber todo sobre él. Pero no fue fácil. Calculo que, entre miles de piezas de porcelana que formaban parte del inventario del Titanic cuando zarpó de Southampton el 10 de abril de 1912, había cerca de un centenar de bacinillas. El vulgar aluminio con que hoy se fabrican estos recipientes era desconocido entonces. Los orondos auxiliares nocturnos se elaboraban en loza fina y a menudo los orlaban coquetas florecitas pintadas a mano. Gracias a ese delicado tratamiento, algunas familias antioqueñas que conozco —perdonen lo que voy a decir, pero es verdad— conservan la mica de la abuela elevada a la calidad de sopera, y es un honor para el invitado que le sirvan el peto en ella.
Como los camarotes de primera y segunda contaban con baño propio, las micas socorrían a los viajeros de tercera clase. En otras palabras, eran los más modestos adminículos de los más modestos pasajeros, aquellos que constituyen la mayoría de los 1.532 ciudadanos que murieron en las aguas heladas del Atlántico norte.
Casi todas las bacinillas se quebraron durante el hundimiento o se deshicieron en los abismos negros del fondo del mar. Era lógico que así ocurriese. Estaban diseñadas para soportar a damas de 100, máximo 130 kilos de peso. Pero allá, en el lecho marino, se registran 450 kilos de presión por centímetro cuadrado, equivalentes, pues, a cuatro y media damas gordas.
Heroicamente, este útil recipiente sobrevivió a semejante oprobio. Lavado de algas, nalgas y arena, volvió a la vida hace diez años con su doble ribete dorado alrededor de la boca y la barriga. En la foto aún se percibe el borroso escudo del RMS Titanic.
He podido acudir a tres exhibiciones de objetos recuperados de las entrañas del buque náufrago. Las dos primeras me admiraron por la variedad de cosas procedentes de la mítica máquina. Pero entre ellas no aparecía la legendaria mica. Hace poco, sin embargo, visité en Madrid una nueva exposición de artefactos que pertenecieron al que fue el mayor buque del mundo, y esta vez tuve suerte: allí estaba, en una vitrina superior a su misión pero no a sus merecimientos, la mica del Titanic. Brillaba blanquísima, como la luna de aquella nefasta noche del 14 de abril, bajo una luz tibia y mansa. Noté entonces algo que resultaba invisible en las fotografías: una leve desportilladura en el asa.
En una placa aparecía su identificación: Pieza N.º 00-011 8b. Un letrerito informaba que las bacinillas «estaban en las cabinas de los pasajeros para utilizarlas en caso de que sobreviniere un súbito mareo». Está bien el alarde de discreción y prudencia. No es preciso ser más explícito acerca de las múltiples funciones que presta un beque en alta mar.
Al verla entre los demás elementos rescatados, no pude menos que dar salida en forma de lágrimas a la emoción que me embargaba, sobre todo por el dolor de ver aquel mínimo trozo faltante que era como una herida de guerra. ¡Mica valiente, mica fiel: no saliste ilesa de tu dantesca aventura, pero lograste regresar de la yerta Nada! ¡Ahora te jubila la Historia y pasas de la intimidad del retrete a la gloria de las exposiciones internacionales!
Quizás algún día se ruede una película o yo mismo escriba un libro sobre este noble artilugio. Me parece que su excitante historia encierra una lección moral: no importa cuán insignificante parezca nuestra existencia, no importa cuán modesta sea la misión —casi escribo micción— que se nos asigne en esta vida, siempre podremos cumplirla con la dignidad, el valor y la fortaleza de la invicta mica del Titanic.
«MERDE D’ARTISTE»
Un día de estos, querido lector, más tarde o más temprano, usted tendrá que contarles a sus nietos lo que fue nuestro tiempo, este revuelto puente entre el siglo XX y el XXI. Deberá ser franco con ellos. Estará obligado a hablarles de lo malo y lo bueno, de lo sublime y lo infame. Tendrá que mencionar a Hitler y a Teresa de Calcuta, el hambre del Tercer Mundo y la llegada a la Luna, la bomba atómica e internet, los grandes asesinos y los grandes poetas, la quema de libros bajo las dictaduras y el florecimiento de la música en aparatos del tamaño de un encendedor, la contaminación del planeta y la cirugía que no raja el pellejo…
Podrá regalarles libros, encimarles documentales, repasarles fotos, prestarles recortes, proyectarles películas, mostrarles cuadros de Picasso y cine de Coppola… Pero solo habrá cumplido la misión de ilustrar a sus nietos cuando les refiera la historia de la «merde d’artiste».
Le estoy hablando de una de las radiografías más nítidas de lo que es nuestro tiempo. Algo que lo pinta en toda su dimensión. Es un episodio que surgió hace casi medio siglo y cada vez me asombra más. Voy a contárselo para que un día de estos, más tarde o más temprano, se lo repita usted a sus nietos.
Piero Manzoni era un escultor y pintor italiano nacido en 1933. En 1961, desilusionado de su oficio, resolvió concretar la idea que tenía sobre el arte universal en un proyecto tan original como elocuente, que consistió en producir 90 latas herméticamente cerradas de 5 centímetros de alto y 6,5 de diámetro (lo que mide un enlatado de paté o caviar, diría mi admirado D’Artagnan) con un peso neto de 30 gramos, libre de conservantes artificiales. Fecha de caducidad: ninguna. Precio: igual, gramo por gramo, al del oro en el mercado de Londres.
Nada de esto resulta excesivamente extraño. Lo curioso es el contenido. Pongan atención, porque un día de estos, más tarde o más temprano, tendrán que decírselo a sus nietos. Impreso alrededor de la caja en varios idiomas se anuncia lo que lleva adentro el enlatado: «Merde d’artiste… Artist’s Shit… Künstlerscheisse… Merda d’artista». No tuvo el privilegio nuestra lengua de aparecer entre los idiomas seleccionados, pero creo que a todos nos queda claro: según Manzoni, lo que encierran los tarros es ni más ni menos que el fruto de sus protestas estomacales. Quiero decir que el artista introdujo en cada lata 30 gramos de excrementos propios, selló el recipiente al vacío y luego puso en venta lo pujado en calidad de obra de arte.
No fueron más que 90 latas (hay que tener en cuenta el esfuerzo que significa producir y embalar casi tres kilos de semejante materia orgánica), pero tuvieron éxito inmediato entre aficionados al arte, que estaban dispuestos a pagar el gramo de caca como si fuera gramo de coca.
Manzoni no alcanzó a ver las altas cotizaciones, pues murió en febrero de 1963. Tenía 29 años. Se especula aún sobre la causa de su muerte: ¿infarto?, ¿coma etílico?, ¿derrame cerebral? Parece descartable el estreñimiento.
En los años transcurridos desde entonces, los tarros de excrementos han aumentado de precio y de valor. Atesoran latas el Museo de Arte Moderno de Nueva York, el Centro Pompidou de París y la Tate Gallery de Londres. Unas pocas se han extraviado o perforado; otra estalló y voló a donde la etiqueta lo indica. Uno de los ochenta y pico botes sobrevivientes se subastó hace tres meses en el equivalente a 250 millones de pesos.
La historia es increíble, pero aún falta lo mejor. O lo peor, según se vea. Hace pocos días, un amigo del finado Manzoni reveló a la prensa italiana que todo fue un engaño y las latas no contienen el valioso elemento que se anuncia sino mero yeso: yeso barato, yeso viejo, yeso de artista.
Esto nos conduce a la delirante situación de que los compradores de los tarros no solo pagaron sumas ingentes por una manotada de mierda, sino que andan indignados al saber que la mierda se les convirtió en yeso. Y habrían estado igualmente iracundos si, en vez del producto esperado, hubieran hallado oro y no «merde d’artiste».
Así que ya sabe, querido lector: cuando sus nietos le pregunten por nuestro tiempo, dígales que era un tiempo en que la caca se vendía enlatada, se pagaba a precios de escándalo y el cliente amenazaba con demandar a la galería si la porquería no resultaba auténtica.
¡POBRE RATA, POBRE CHINA!
En abril del año pasado en un restaurante de Shenyang (ya saben, la capital de Liaoning) se encontraba la universitaria china Luz Dary Echeverri (*). Se había citado con varios compañeros para comer hamburguesa y gaseosa en uno de esos McDonald’s que pululan en la China posterior a Mao Zedong. De repente, la muchacha sintió que algo le subía pierna arriba hasta que, sorprendida y atemorizada, asestó un golpe al extraño objeto y el objeto la mordió. Ocurre que ese objeto era un ratón, y, al verse agredido, el animal hincó el diente en la pierna derecha de Luz Dary.
Como resultado del incidente, Luz Dary demandó a la famosa cadena de restaurantes y exigió 2.600 dólares de indemnización por el mordisco. Tras varios meses de proceso, un juez obligó a McDonald’s a pagarle 290 dólares (que equivalen, como va el dólar en Colombia, a medio tamal tolimense). La noticia ha dado la vuelta al mundo y, más que la pequeña multa a favor de Luz Dary, la hamburguesería sufrió un importante golpe de imagen. La razón, creo yo, es que mucha gente que solo lee el titular de la noticia («Mordida una estudiante china por una rata en McDonald’s») cree que el roedor saltó sobre el cuello de la joven desde el fondo de un Big Mac.
A mí me parece injusto y absurdo todo esto que está pasando. Vamos a ver. No es por defender a la estudiante, pero si a mí me ataca un ratón en un restaurante, yo también vuelo a demandarlo. Hasta ahora, como relaté en algún libro, he padecido varios encuentros cercanos con ratones en sitios de comida, pero nunca me atacaron. En una ocasión era una rata que salía a almorzar en un restaurante de mejor calidad; en otra, un ratón que miraba con curiosidad el extraño plato suizo que me habían servido; y en el tercer caso una rata, al parecer vegetariana, que se escondía detrás de la cómoda de una fritanguería. En fin: desagradable, pero cero violencia. Comprendo, pues, al ratón.
Sin embargo, y no es por defender a McDonald’s, no hay que extrañarse de que en restaurante oriental encuentre uno ratones. Lo raro es que no aparezca extendido y pelado en la bandeja. El noble y laborioso pueblo chino padeció durante siglos las vicisitudes de la falta de alimentos, y durante ese tiempo el ratón se convirtió en apetitoso plato. Recuerden que allí también comen perro y mico. Lo digo con admiración, porque un buen sánduche de chimpancé o unos huevos fritos con perro salchicha son verdaderos manjares. Que los ratones ya no estén en el piso sino en el plato, revueltos con arroz y brotes de bambú con salsa de soya, constituye un formidable avance en un país que supo lo que es el hambre.
Hay quien piensa que el castigo de 17 pesos con 45 centavos es poco para una firma que ha convertido en hábito cotidiano la comida rápida. No es por defender esta clase de comida hipercalórica, cuyas consecuencias para la salud son afrentosas, pero entendamos que si fuera verdad que estos restaurantes ofrecen comida rápida uno encontraría en el local gacelas o caballos de carreras, no ratones.
Tampoco faltará quien culpe a los líderes chinos posteriores a Mao Zedong por haber permitido una invasión de hamburgueserías extranjeras. No es por defender a las hamburgueserías extranjeras, ni tampoco por atacar al Gran Timonel Mao Zedong, pero quienes conocieron, como yo, la China de hace treinta años, saben la falta que hace una ocasional hamburguesa cuando uno lleva meses comiendo solo arroz frito con brotes de bambú y salsa de soya.
¿Se excedió entonces el juez al clavarle una multa a la empresa por culpa del ratoncito? No es por defender al juez, pero los únicos mordiscos legales en un restaurante son los que el cliente le propina a la comida. Los demás están fuera de sitio, y cabe la posibilidad de sancionarlos. Sin embargo, habría que conocer en persona a Luz Dary: se vuelven tan gordas y feas esas muchachas alimentadas solamente con hamburguesa y gaseosa, que a lo mejor la multa ha debido imponerse a favor de la rata.
*No es su verdadero nombre, naturalmente: ¿cómo
