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Normalidad transformada : por la influenza y la covid-19 en México, Cuba y Argentina
Normalidad transformada : por la influenza y la covid-19 en México, Cuba y Argentina
Normalidad transformada : por la influenza y la covid-19 en México, Cuba y Argentina
Libro electrónico594 páginas6 horas

Normalidad transformada : por la influenza y la covid-19 en México, Cuba y Argentina

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El texto aborda la complejidad de las pandemias de influenza de 1918 a 2009 y la COVID-19 en México, Cuba y Argentina, con origen zoonótico. Estas enfermedades respiratorias alteraron la normalidad, causando millones de muertes y vinculándose a eventos como guerras y conflictos comerciales. La COVID-19, surgida en 2020, reveló debilidades en los servicios de salud, las desigualdades sociales y exclusión en los mencionados países. Además de la alta mortalidad en adultos mayores, la pandemia aumentó el riesgo de diabetes, redujo la actividad asistencial y generó inseguridad alimentaria en Centroamérica y Haití. Emocionalmente, provocó miedo, estigma y discriminación, afectando a adultos mayores en México y trabajadores de la salud en Argentina. En Cuba el personal de la salud no fue estigmatizado ni discriminado porque es respetado por la sociedad. Las pandemias impulsan el desarrollo científico y de vacunas, como en 1918 y recientemente. Al finalizar, surgen preguntas sobre cómo reducir las desigualdades sociales, evitar la disparidad ante la muerte, entender el uso político y comercial de una pandemia y abordar los desafíos pospandemia que enfrenta la humanidad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 may 2024
ISBN9786078956975
Normalidad transformada : por la influenza y la covid-19 en México, Cuba y Argentina

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    Normalidad transformada - Luz María Espinosa Cortés

    Agradecimientos

    Cuando se inició este proyecto editorial no sabíamos si sería aceptado y apoyado por las autoridades en donde laboramos, no habíamos definido a quiénes invitaríamos a colaborar, y si les interesaría o se arriesgarían a seguirnos en esta aventura que hoy ya lleva tres años. Para tener una fecha, la aventura editorial comenzó alrededor de junio de 2020, cuando por la pandemia estábamos confinados en nuestras casas y sólo teníamos contacto con el exterior a través de correos electrónicos y distintas plataformas tecnológicas. Fue en ese momento cuando, en medio de la lluvia de noticias sobre el comportamiento de la pandemia a nivel mundial y por país, tal vez por resistir el aislamiento y ante la necesidad de entender lo que estaba sucediendo, nos propusimos reunir a un grupo de colegas interesados en el análisis social, epidemiológico e histórico de la influenza a partir 1918-1919 y de la covid-19. La invitación fue aceptada por quienes integran esta obra; sin embargo, por los impactos de la pandemia se retrasó la publicación. Algunos fuimos incluso alcanzados por el enemigo invisible, que nos hizo vivir experiencias que no imaginábamos. Si recogiéramos las experiencias vividas durante los años de pandemia, sin duda llenaríamos muchas páginas con las que tal vez completaríamos otro libro. Precisamente, porque fue una experiencia que transformó la normalidad en la que vivíamos, agradecemos que los colaboradores nos hayan acompañado pacientemente todo este tiempo, logrando integrar esta obra que reúne distintas perspectivas de lo que fueron estas dos pandemias.

    También nuestros agradecimientos especiales al Patronato del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán que gestionó el apoyo de financiamiento de la edición de esta obra. Tampoco podemos dejar de agradecer a las autoridades del Instituto Nacional de Ciencias Médica y Nutrición Salvador Zubirán por todo el apoyo brindado a este proyecto editorial.

    Finalmente, extendemos nuestro agradecimiento a la Dra. Ana María Carrillo Fraga del Departamento de Salud Pública de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) que generosamente sugirió que utilizáramos en el título la frase: normalidad transformada, porque eso fue lo que ocurrió con las pandemias de influenza de 1918-1919 y ahora con la de covid-19. No podemos dejar de reconocer el valioso trabajo de los revisores que aceptaron dictaminar, con cuyas recomendaciones enriquecieron la obra y a los capítulos.

    Ciudad de México, noviembre de 2023

    Luz María Espinosa Cortés

    Carlos A. Aguilar Salinas

    A manera de introducción:

    recuento de pandemias y epidemias por gripes de ayer y hoy en América Latina y el Caribe

    Luz María Espinosa Cortés ¹

    Introducción

    A finales de julio en pleno confinamiento llegó a nuestras manos el libro Cuarenta historias para una cuarentena (Campos, Perdiguero y Bueno, 2020), en el que los autores, desde sus respectivas especialidades académicas, reflexionan acerca de cómo la covid-19 transformó la normalidad tal como lo hicieron otras epidemias y pandemias en el pasado,² entre ellas las infecciones respiratorias de la gripe (grippe, palabra francesa) y la influenza (influentia coeli, palabra italiana) (Olagüe, 1981: 55) provocada por los virus de la familia ortomixovirus. Acerca de la posibilidad de que pudiera emerger una nueva pandemia comparable a la mal llamada gripe española de 1918-1919, se sabía en el ámbito científico de este riesgo, pero no imaginamos sus causas ni la magnitud de sus consecuencias en las sociedades, ni tampoco imaginamos los cambios que tendríamos que hacer a la vida cotidiana individual y colectiva y los reajustes que los gobiernos tendrían que hacer a los sistemas de salud, muchos de ellos debilitados. Así, fuimos testigos de múltiples eventos sociales asociados a la actual pandemia del sars-cov-2, entre ellos las manifestaciones de descontento por las medidas de confinamiento o encierro en los hogares, por el cierre temporal de los centros de trabajo, así como por la demanda de mejor equipo para el personal de salud que atiende a los enfermos de la covid-19, pero también fuimos testigos de la violencia física o simbólica ejercida contra la población de origen asiático, los sobrevivientes y el personal de salud, quienes fueron culpados de diseminar la enfermedad. La acusación se extendió a los gobiernos, como sucedió en el pasado, pues se les culpó de no actuar a tiempo para impedir que la pandemia se extendiera a sus países y evitar así las muertes.

    a quienes hemos estudiado la historia de la salud y las epidemias, que es la historia de las sociedades (Chartes y McKay, 2020), la covid-19 nos provocó la sensación de un déjà vu, como dicen García y Martínez-Vidal (2020), y en esto coincidimos. De pronto, en todos los países: "Las palabras ‘confinamiento’ y ‘cuarentena’, que parecían pertenecer a tiempos olvidados y al léxico medieval, se convirtieron en los vocablos usuales. Las que mejor ilustran finalmente nuestra actual anormal normalidad, dice Ramonet (2020: 4), quien imaginó esta experiencia colectiva de enfermedad como resultado del efecto mariposa":

    alguien al otro lado del planeta se come un extraño animal, y tres meses después, media humanidad se encuentra en cuarentena […]. Prueba de que el mundo es un sistema en que todo el elemento que lo compone, por insignificante que parezca, interactúa con otros y acaba por influenciar al conjunto (Ramonet, 2020: 2).

    De acuerdo con dicho autor, una pandemia y una epidemia, tanto en el pasado como en el presente, constituyen un hecho social total complejo porque no se restringen a una crisis sanitaria, sino que convulsionan al conjunto de las relaciones sociales y conmociona a la totalidad de los actores sociales, de las instituciones y de los valores (Ramonet, 2020: 2). Pero, así como las epidemias y pandemias han conmocionado y transformado a las sociedades, a la vez han abierto nuevos campos de desarrollo de la ciencia y la salud pública y en ocasiones, han precipitado la caída de gobiernos o bien, han estado asociadas a los conflictos bélicos como sucedió con la influenza de 1918-1919 que coincidió con la Primera Guerra Mundial y en México con la Revolución Mexicana (Carrillo, 2020). En cuanto a la pandemia de la covid-19, además de exacerbar las tensiones geopolíticas entre Estados Unidos y China, que fue culpada de haber causado la crisis sanitaria mundial, se aceleraron las investigaciones sobre este virus y creación de vacunas, a la vez, surgió la competencia comercial entre las grandes empresas químico-farmacéuticas respaldadas por sus gobiernos, y se evidenció el desigual acceso a las vacunas. Inicialmente, varios países con ingresos bajos, no pudieron adquirir mostrando la profunda desigualdad que existe en la salud global. Solo Cuba, país de bajos ingresos, logró crear su propia vacuna como resultado de su política en ciencia y tecnología.

    Precisamente, por la complejidad con la que se originó la covid-19 y se desenvolvió a nivel global y local, Horton (2020) propone utilizar el concepto de sindemia³ en los análisis de los efectos de esta pandemia. Ello porque no sólo hace referencia a la sinergia de esta enfermedad con los padecimientos metabólicos (hipertensión, diabetes mellitus y otras), lo cual aumenta el riesgo de complicar la enfermedad, sino porque también alude a la relación de salud-enfermedad con las desigualdades sociales, económicas y políticas, con el entorno físico y las condiciones medioambientales, tal como lo propuso el antropólogo Merrill Singer, para quien la inequidad social es resultado del ejercicio injusto del poder (Singer, 2009: xiii). De modo que, siguiendo con la propuesta de Horton (2020) y del mismo Singer (2009), en América Latina y el Caribe las personas que viven en condiciones de pobreza extrema y vulnerabilidad tuvieron mayor riesgo de complicar su salud al enfermar de la covid-19, porque, como señala Hersch (2020):

    hay quienes no tienen acceso suficiente a los satisfactores básicos y ni siquiera en condiciones normales cuentan con un lugar digno donde confinarse, de forma que el virus (y en este caso el confinamiento prescrito) viene a ponernos frente al espejo, de nuevo.

    Y si las condiciones del terreno social son diferenciales, las del terreno fisiológico del individuo, los cuerpos y los sueños de los afectables, sus esperanzas y sus miedos también lo son: la obesidad, la hipertensión, la diabetes, el feminicidio, el racismo, la inseguridad, etcétera, se instalan cuando disponen de condiciones para ello, y en ellos encuentran terreno fértil enfermedades como la

    covid

    -19. La semilla, con sustrato, germina (Hersch, 2020: 17).

    La población en extrema pobreza y vulnerable (los migrantes o mejor dicho, los desplazados de sus lugares de origen), por encontrarse vinculada a la economía informal, no cuenta con un salario seguro, vive al día, carece de agua potable, de seguridad social y de servicios de salud de calidad y accesibles. Esta situación en 2020 colocó a esta población en una encrucijada: morir por la enfermedad o morir por hambre, a diferencia de quienes pudieron confinarse en sus casas y contaban con un salario seguro,⁴ que en el aquel momento les permitió seguir las medidas sanitarias y la cuarentena (de Sousa Santos, 2020). Pero los efectos diferenciales de la pandemia no se quedaron en el plano de lo socioeconómico. De toda la población en condiciones de pobreza extrema y vulnerable, las mujeres fueron las más afectadas por las medidas de confinamiento para contener la propagación del virus,⁵ y particularmente, las indígenas y afrodescendientes de las zonas rurales y urbanas (Fondo de Población de las Naciones Unidas [unfpa], 2020; Organización Panamericana de la Salud [ops], 2020; Comisión Económica para América Latina y el Caribe [cepal], 2021a) en los países de América Latina y el Caribe, e incluso en los países desarrollados.

    Por otra parte, es indiscutible que el origen de la covid-19, de la influenza y de otras enfermedades que emergieron desde la antigüedad⁶ es zoonótico.⁷ Sin embargo no solo es biológico, también responde a un complejo proceso en donde interactúan numerosos factores; los determinantes sociales de la salud, el cambio climático y las condiciones que prevalecen y se identifican en una población (Kuri-Morales et al., 2015: 675). Peter Daszack señala, en una entrevista realizada por Lissardy (2020), que las enfermedades de origen zoonótico están determinadas por lo que hacemos en el mundo, en el medio ambiente cerca de la vida silvestre. La mayoría de los animales salvajes portan virus, y algunos de ellos pueden infectarnos y volverse letales (Lissardy, 2020). Articulando la idea del párrafo anterior con la idea de Daszack y Kuri-Morales et al., la población en extrema pobreza asentada en zonas de alto riesgo es más vulnerable (física, económica, social y ambiental) a los eventos relacionados con el cambio climático, que precisamente es el resultado de lo que hacemos.

    Ahora bien, en el presente texto introductorio pone en contexto a los trabajos que integran esta obra, para ello, se hace un breve recorrido histórico de las epidemias y pandemias causadas por los virus de la gripe y los coronavirus, entre ellos el reciente sars-cov-2 Dos infecciones respiratorias graves que en su momento causaron miles o millones de muertes en el mundo y que ahora probablemente coexistirán por muchos años.

    Un poco de historia de las pandemias de enfermedades respiratorias

    El conocimiento etiológico sobre esta infección respiratoria es relativamente reciente, sin embargo, Hipócrates (412 a. C.) describió lo que parece haber sido epidemia de influenza (Acuña, 2004: 162). Existen registros que datan de 1173 d.C. y han sido considerados como las primeras descripciones probables de influenza epidémica (Osores-Plegue et al., 2006). Hasta antes del descubrimiento de América esta infección respiratoria, también conocida como catarros o romadizo, circuló solo en Europa y Asia. En América su origen geográfico no está claro, pero existe la hipótesis de que entró por la isla de la Hispaniola, hoy Santo Domingo y Haití, con la segunda expedición de Colón, y posiblemente se debió al virus a, relacionado con los orthomyxoviruses (familia Orthomyxoviridae), que también afecta al cerdo (Taubenberger et al., 1998, citado por Cordero, 2001: 602).

    Miguel Cordero del Campillo, parasitólogo veterinario e historiador español, calculó que la influenza llegó a América en 1493. La estimación la hizo considerando la fecha de esta expedición recogida en las narraciones de Diego Álvarez de Chanca, médico que acompañó a Colón, y de los relatos de fray Bartolomé de las Casas. Cordero explicó en su artículo:

    Los caballos y los cerdos que embarcó Colón en la isla Canarias de La Gomera, en su segundo viaje a América, enfermaron de un proceso respiratorio identificable aparentemente con la influenza, que afectó también a algunos tripulantes, entre ellos el propio Cristóbal Colón (Márquez y Molina, 2010: 123).

    Según De las Casas, el origen de la enfermedad se debió a los caballos y cerdos que llegaron a la isla y se perdieron, y a partir de este hecho comenzó la gente a tan de golpe a caer enferma de calenturas terribles, incluidos los expedicionarios. (Cordero, 2001: 602). Por su parte, Fernández de Oviedo registró en su etnología publicada en 1547 que como resultado de la enfermedad murieron más de las dos partes ó la mitad de los españoles, é de los propios indios murieron tantos que no se pudieran contar (1851, Libro ii, cap. xiii, p. 49). Cook (1999) calculó que esta epidemia de gripe debió de durar de 1493 a 1498, pero en 1508 pasó de Santo Domingo a Puerto Rico y al resto del continente por las expediciones de conquista de los españoles. También existen datos de que en 1519 la gripe o influenza apareció en Guatemala y se diseminó hacia América. (Cordero, 2001). Según Viesca (citado por García-García y Ramos, 2006), en 1552⁸ se registró en México la primera descripción de un problema respiratorio severo en Texcoco como pestilencia catarral, pero la primera pandemia claramente registrada sucedió en 1580, en Asia, desde donde se extendió a Europa, África y América (García-García y Ramos, 2006; Osores-Plegue et al., 2006; Taubenberger y Morens, 2009).

    Ahora bien, en 150 años no existieron registros que reportaran problemas respiratorios y no fue sino hasta 1729 cuando apareció una pandemia de gripes. Taubenberger y Morens (2009: 6) han señalado que el período de 1729 a 1747 sigue siendo una de las épocas más notables y epidemiológicamente caóticas en la historia de la pandemia. En 1793, Robert Johnson, facultativo de Filadelfia, describió una epidemia de gripes (Acuña, 2004: 162) y en los siglos xix y xx se presentaron varias pandemias de influenza o gripe. En el primer siglo fueron cuatro (1833,⁹ 1837, 1847, 1889-1890) y en el siglo xx (1918, 1957, 1968-1969 y 1977) (Franco-Paredes et al., 2005; Acuña, 2004). De las cuatro pandemias en el siglo xix destacó la llamada gripe rusa, que apareció entre octubre de 1889 y diciembre de 1890, con reapariciones en marzo-junio de 1891, noviembre de 1891-junio de 1892, la primavera de 1893 y el invierno de 1893-1894 (Castañeda y Ramos, 2020: 11). En aquel momento muchos virólogos lo atribuyeron "a la Bacillus influenzae (ahora Haemophilus influenzae)" (Taubenberger y Morens, 2009: 7). Hoy se sabe que esta gripe la causó la cepa h2n2 de origen aviar. Según algunas fuentes,

    desde China llegó a Rusia y desde allí asoló el continente europeo, saltando luego a América y al resto del mundo. Esta pandemia se inició en 1889 y alcanzó su cénit en 1890 provocando una tasa de mortalidad de 2,1 por 1.000 habitantes. En París, entre el 16 de diciembre del 1889 y el 31 de enero, mató a 5.042 personas (Erkoreka, 2020).

    Después de la gripe rusa, en plena Primera Guerra Mundial o la Gran Guerra apareció en 1918 la gran gripe causada por el virus h1n1, que cobró entre 50 y 100 millones de vidas humanas y la cual ha sido considerada como una de las tres pandemias más destructivas de la humanidad, comparable a la plaga de Justiniano (541-542 d. C.) y la muerte negra (1346-1353) (Osores-Plegue et al., 2006). En tan solo un año la epidemia de influenza causó

    [De] 20 a 40 millones de muertos en menos de un año, dos a cuatro veces más del total de las muertes en cuatro años de guerra. Se calcula que un quinto de la población mundial se infectó, y que 2 a 3% de los infectados murieron (Acuña, 2004: 162).

    Con relación al origen geográfico del virus que causó la pandemia de 1918-1919, es controvertido. Algunos historiadores sugieren que se originó en China; otros que comenzó a circular en marzo de 1918 en los campamentos militares del medio oeste de los Estados Unidos (Cox y Subbarao, 2000: 412, traducción propia). Según distintas fuentes, la primera oleada de la gripe de ese año comenzó en Estados Unidos. Los primeros casos aparecieron el 4 de marzo en el cuartel de Fort Ridley de Kansas, siendo el caso cero el cocinero Gilbert Mitchell; en abril apareció en el condado de Haskell; durante el verano en Boston (Estados Unidos) y luego llegó a Brest (Francia) y Freetown (Sierra Leona). A Brest llegó con el desembarque de las tropas aliadas estadounidenses, aunque se presentaron los primeros casos en Burdeos (Mejías, Domínguez y Blanco, 2018: 665). Fujimura (2003) señala en su trabajo periodístico basado en varios historiadores que:

    Los soldados de Fort Riley, ya listos para la batalla, incubaron el virus durante su largo e incómodo viaje a Francia. Al pisar las playas francesas, el virus explotó y atacó con igual fuerza a las tropas aliadas y a las del Comando Central. Los estadounidenses caían enfermos con fiebre de tres días o la muerte púrpura. Los franceses contraían bronquitis purulenta. Los italianos sufrían la fiebre de las moscas de arena. Los hospitales alemanes se llenaban de víctimas del Blitzkatarrh o fiebre de Flandes (Fujimura, 2003).

    El virus viajó de polizón por el mundo en buques y portaviones de la marina mercante, asimismo en trenes, de modo que,

    Desde los campos de batalla de Europa, la epidemia evolucionó rápidamente hasta convertirse en pandemia; la enfermedad se propagó por el norte hasta Noruega, por el este hacia China, por el sudeste hasta la India y, por el sur, hasta Nueva Zelanda. Ni siquiera los habitantes de las islas permanecían inmunes […] En el verano de 1918, ya había asolado al Caribe, Filipinas y Hawai. La epidemia hizo estragos en Puerto Rico, pero, asombrosamente, apenas tocó la zona del Canal de Panamá, la encrucijada del mundo en esa época. Se culpa al vapor Harold Walker de haber llevado la gripe a Tampico, México. En apenas cuatro meses, el virus había dado la vuelta al mundo y regresado a las playas de Estados Unidos (Fujimura, 2003).

    Y si bien la segunda oleada de influenza apareció en Francia, recibió el nombre de gripe española, aun cuando lo único que hizo España, país neutral durante la guerra, fue informar que esta enfermedad estaba causando muchas muertes (Mejías, Domínguez y Blanco, 2018: 665). Según Spinney (2018),

    A principios de junio, los parisinos, que desconocían los estragos que la gripe había causado en las trincheras de Flandes y Champagne, se enteraron de que dos terceras partes de los madrileños habían enfermado en solo tres días. Sin ser conscientes de que llevaba más tiempo entre ellos que entre los españoles, y con un empujoncito de sus gobiernos, los franceses, los británicos y los estadounidenses empezaron a llamarla la gripe española (Spinney, 2018: 73).

    También esta autora rescata y narra las dramáticas escenas de enfermedad y muerte registradas en pueblos y aldeas de varios países hacia donde la gripe se dispersó; escenas que se repitieron en los campos de guerra tanto de los bloques de las potencias centrales como de las potencias aliadas. La misma autora plantea la pregunta: ¿la epidemia jugó un papel en la firma de los tratados de paz? La tercera ola apareció a principios de 1919 y, en algunos países, en 1920.

    En cuanto a la gripe asiática, esta pandemia apareció en 1957 causada por el virus h2n2 y, si bien fue menos virulento que el h1n1 de 1918, causó la muerte de entre uno y dos millones de personas (Alonso, 2010; Dirección General de Epidemiología, 2010; Abramson, 2011). Después de esta gripe, en el contexto de la Guerra Fría y de movimientos sociales en Sudamérica, apareció en 1968 la gripe de Hong Kong o gripe de Mao ocasionada por el virus subtipo h3n2 que también resultó de una combinación de subtipos humanos y de aves mezclados en cerdos (Barnes, 2005: 349). La cepa surgió en julio en Hong Kong, viajó al este y sur de Asia, llegó a Australia, Europa del Norte, África, Estados Unidos, Panamá y América del Sur. Su arribo a la Base de Korat (Tailandia) se asoció al regreso de las tropas estadounidenses de otras partes de Asia y de ahí viajó con los soldados que regresaron a Estados Unidos a finales de julio y principios de agosto de 1968 (Buescher, Smith y Zachary, 1970: 217 y 218). Sharrar (1969) señaló:

    El primer virus de la influenza de Hong Kong que se aisló en Estados Unidos se obtuvo en Atlanta, Georgia, el 2 de septiembre de 1968 de un comandante del Cuerpo de Marines que acababa de regresar de Vietnam. La noche antes de su salida de Vietnam había compartido un búnker con un amigo que acababa de regresar de Hong Kong. Durante esa misma semana un brote de la influenza ocurrió en una Escuela de Instructores de Ejercicios del Cuerpo de Marines en San Diego, California. De 49 estudiantes, 22 tuvieron una enfermedad similar a la influenza, al igual que nueve personas cercanas en cuatro familias (Sharrar, 1969: 361, traducción propia).

    La influenza de Hong Kong llegó en septiembre a la Zona del Canal de Panamá, llevada por los soldados que regresaron de Vietnam (Buescher, Smith y Zachary, 1970: 217 y 218). Según algunas estimaciones, esta gripe causó entre 700 mil y un millón de defunciones en el mundo y, de éstas, más de 100 mil ocurrieron en Estados Unidos, siendo más afectada la población más joven, la de más de 65 años y con padecimientos crónicos degenerativos (Barnes, 2005; Dirección General de Epidemiología, 2010; Gutiérrez-Gómez, Orenday y Gutiérrez-Gómez, 2009; Abramson, 2011). Después de la pandemia de 1968, la influenza reapareció en 1977 conocida como gripe rusa asociada al subtipo h1n1 que afectó a niños y niñas, principalmente, y en 1997 apareció la gripe aviar en China y Hong Kong causada por el virus h5n1 (Gutiérrez-Gómez, Orenday y Gutiérrez-Gómez, 2009: 65).

    a principios del siglo xxi surgió la pandemia del sars-cov-2 que afectó a 29 países de los cinco continentes y produjo 8 422 casos y 916 defunciones, y la cual emergió en noviembre de 2002 en la región de Guangdong (sur de China), donde perduró hasta finales de junio de 2003. Su contención se logró con medidas tradicionales de salud pública. Los primeros casos en humanos ocurrieron en trabajadores de restaurantes y empresas de alimentación de Guangdong, donde se consume el gato civeta, por lo que probablemente la infección pudo deberse al contacto con los animales (Vaqué, 2005). Después de esta epidemia, en abril de 2009¹⁰ se detectaron los primeros casos confirmados del nuevo virus de influenza a (h1n1) de origen porcino (Gutiérrez-Gómez, Orenday y Gutiérrez-Gómez, 2009), el cual había estado circulando desde 1930 a la década de 1990. Los primeros casos fueron identificados,

    El 15 y el 17 de abril de 2009, el Centro de Control de Enfermedades y Prevención (

    cdc

    ) identificó dos casos de infección humana con virus

    ah

    1

    n

    1

    de origen porcino; para el 5 de mayo algunos casos con el mismo virus en México, Canadá y otras partes (Gutiérrez-Gómez, Orenday y Gutiérrez-Gómez, 2009: 66).

    En junio de 2009 la Organización Mundial de la Salud declaró que hasta ese momento la influenza había afectado a cerca de 30 mil en 74 países y causado la muerte de 140 personas (Naciones Unidas, 2009). En la tabla 1 se observa la evolución de casos confirmados en 32 países de América y el Caribe con base a las notificaciones recibidas por la ops-oms entre el 13 de mayo a 22 de julio. De todos los países contenidos en la tabla destacó Estados Unidos con más casos confirmados. Para el 9 de octubre, la ops (2009f) mostró en su boletín que a esa fecha ya se habían notificado un total de 153 697 casos confirmados y 3 406 defunciones en 35 países de la región de las Américas. Entre los países con casos confirmados se encontró México (36 593 personas), Cuba (468 personas) y Argentina (9 049 personas). Estados Unidos fue el país con más notificaciones 50 768 casos. (ops, 2009f: 10).

    Después de la pandemia de influenza en 2009, en Arabia Saudita se identificó en 2012 el coronavirus causante del mers-cov, caracterizado por su extrema virulencia y el que se extendió de Arabia a Asia, Europa y Estados Unidos (oms, 2022; Erkoreka, 2020; Avendaño, 2020). La oms señala que desde 2012 hasta el 31 de marzo de 2020 le fueron notificados a nivel mundial 2 553 casos de mers-cov, de ellos, 876 mortales (oms, 2020). La mayoría de las muertes ocurrió en Arabia Saudita (oms, 2022). A la lista de pandemias descritas se sumó el reciente virus sars-cov-2, que hasta donde se sabe apareció por primera vez en diciembre de 2019 en Wuhan, provincia de Hubei, China (Beldarraín et al., 2020) y de esta región se extendió al resto de ese país hasta llegar a Europa, América y a otras partes del mundo.

    Ahora bien, como se dijo en los párrafos anteriores, una pandemia es un hecho social complejo porque no sólo causa miles o millones de enfermos y muertes, sino que también devela las desigualdades en las sociedades y genera emociones como el miedo individual y colectivo, que lleva a buscar al individuo o al grupo socioeconómico y étnico causante de los contagios.

    Miedo, estigma y discriminación ante el visitante inesperado

    La revisión histórica de las epidemias y pandemias muestra que durante una crisis de salud no solo trastornaba la economía y la sociedad, en largas y dolorosas pruebas que duraban meses, que a veces se repetían al año siguiente o pocos años después, y que forzaban al enclaustramiento de unos, o al exilio de otros, y casi siempre al abandono de los amigos y familiares, y a dificultades de suministro (Pérez Moreda, 2020), también conducía a la sociedad a culpar al individuo porque se enfermó, porque enfermó a los otros, poniéndolos en riesgo de morir, como lo plantea Snowden en su libro Epidemics and Society (2019). Durante una pandemia, por el miedo individual y colectivo al contagio, a lo desconocido, las sociedades y colectividades buscan al culpable o a los culpables de las situaciones de emergencia. Entonces, la culpabilización se extiende a todos los confines y grupos sociales fácilmente estigmatizables (minorías étnicas, población migrante, colectivos religiosos, mujeres transgresoras, médicos, extranjeros, autoridades políticas, pobres y otros)¹¹ contra quienes se dirige el odio social alimentado con el miedo. Ello, ofrece una respuesta sencilla y con capacidad para justificar acciones drásticas y violentas (Bertomeu, 2023), como ha sucedido con la pandemia de covid-19.

    El miedo individual y colectivo al contagio, la incertidumbre, la búsqueda del origen del enemigo invisible, la culpabilización, la estigmatización de los grupos sociales, la ira y la violencia ejercida contra los culpables han estado presentes en todas las pandemias que han sido un parteaguas que transforma la normalidad. Del miedo al Otro o al extraño surge el estigma. Goffman ([1963] 2006) señala que cargar con un estigma lo vuelve diferente de los demás (dentro de la categoría de personas a la que él tiene acceso) y lo convierte en alguien menos apetecible –en casos extremos, en una persona casi enteramente malvada, peligrosa o débil- (Goffman, 2006: 12). Bien dice Sylvie Briand de la Organización Mundial de la Salud (oms), citada por Ren, Gao y Chen (2020): El miedo y el estigma van de la mano y cuando la gente teme, tiende a estigmatizar algunos grupos y lo que tratamos de hacer es reducir este miedo (Ren, Gaoy y Chen, 2020: 653, traducción propia). Esto tiene un impacto psicológico porque,

    cuando el entorno de vida cambia, las personas se sienten inseguras, inquietas y ansiosas. Cuando la causa de una epidemia no está clara, a menudo florecen las actitudes cerradas y los rumores. Las personas inocentes en Wuhan son atacadas y culpadas injustamente a nivel nacional, y lo mismo le sucede, a los chinos a nivel internacional (Ren, Gao y Chen, 2020: 653).

    Pérez Moreda (2020) dice lo siguiente sobre el miedo:

    Para bien y para mal, el miedo es uno de los grandes motores de la historia, agente de acción colectiva y conducta individual. En pocos ejemplos queda plasmado ese sufrimiento que produce la espera de un mal –así definía Aristóteles al miedo– como en el de las grandes epidemias y pandemias que han azotado a la humanidad (Pérez, 2020).

    En la historia de las pandemias existen muchos ejemplos de miedo colectivo ante el visitante inesperado. Un ejemplo es el generado por el cólera, que llegó a Europa en 1830, y de allí pasó a América en 1833. Pérez Moreda explica que con esta pandemia:

    En algunas de las ciudades europeas más castigadas en 1831-32, la reacción inicial de las clases populares fue de escepticismo e incredulidad: ¿por qué se daba importancia a una epidemia lejana? Luego, de desconfianza, y de temor creciente, más a los políticos y a los médicos y hospitales que a la misma enfermedad: ¿No se trataría de bulos del gobierno para alejar al pueblo de los vaivenes de la política, y dejarle allí apartado, hambriento y hacinado en sus barrios inmundos, a merced de la epidemia si esta llegaba? Y cuando llegaba y se mostraba ya inevitable y cruel, la ira de ese pueblo se dirigía contra médicos y boticarios, considerados «agentes del exterminio» al servicio del poder. En Londres y París sufrieron serios ataques, incluidos casos de violencia mortal (algún cadáver que apareció hecho pedazo por el Sena), y algo parecido aconteció en Prusia o en la Rusia zarista. O en Hungría, donde se acusó a los facultativos de emponzoñar los pozos con cloruro de cal, obligándoles luego a ingerirlo, como relata Richard J. Evans (Pérez, 2020).

    En Europa predominó la idea de que las muertes se debían a la acción de venenos en el agua y alimentos. En aquella época, las acusaciones de envenenamiento se dirigieron contra autoridades políticas o médicas, y también contra grupos sociales marginados o estigmatizados (Bertomeu, 2018: 4). Por ejemplo:

    En muchas ciudades rusas, durante las primeras epidemias de 1832, las víctimas morían convencidas de haber sido envenenadas y rechazaban cualquier tipo de atención médica contra el cólera. Se llegó a responsabilizar de envenenamiento a residentes polacos que habrían supuestamente urdido un plan para actuar como quinta columna en el interior de Rusia. En Francia se imaginó una conspiración de origen político, dirigida por partidarios de la restauración borbónica contra la nueva monarquía burguesa de Louis-Philippe, recientemente instaurada. Fue necesario recurrir a la autoridad médica para aplacar los rumores de envenenamiento masivo (Bertomeu, 2018: 4).

    En Cuba, De la Sagra afirmó que el cólera de 1833 se originó en un barracón de esclavos recién llegados de África, enviados a los cañaverales, de los cuales todos murieron. Sin embargo, Saco señaló que tal afirmación era cuestionable porque no se encontraron informes acerca del paradero de los esclavos. Lo que sí señaló fue que el 26 de febrero de ese año se presentaron los primeros casos de cólera. El primer caso fue el catalán José Soler, que vivía en el barrio de San Lorenzo en la alameda de extramuros, precisamente en la calle de Prado; seguido de una mulata que vivía a poca distancia del catalán, precedidos por la muerte de una mujer negra ocurrida el 25 de ese mes por la misma enfermedad (Beldarraín y Espinosa, 2014: 40).

    Con relación a la gripe o influenza de 1918, los españoles fueron culpados de diseminar la enfermedad. En 2009, el temor se repitió con la influenza a (h1n1) que apareció en México y Estados Unidos y se extendió al resto de América del Sur. Carbonetti (2010) dice que ante esta pandemia: los Estados pusieron barreras para contener el ingreso de la enfermedad y se desató un proceso de discriminación hacia los habitantes de otros países afectados, en especial de México donde se decía estaba el origen de esta enfermedad ‘exótica’ (Carbonetti, 2010: 160).

    En esta pandemia de covid-19 que nos condujo a vivir la anormalidad en la normalidad o en la nueva normalidad, como debió suceder en el pasado con las epidemias y pandemias de la peste negra, viruela o cólera, nos dice Caparrós en una entrevista realizada por la Fundación Ayuda en Acción (faa), que la gente al salir a la calle:

    se mira con desconfianza, con temor, tratan de apartarse, toda persona ha pasado a ser un peligro posible, porque uno no sabe quién puede ser portador del virus. Lo más evidente de esta nueva normalidad es esa paranoia de Estado, porque es la paranoia elevada a política de Estado y que, por supuesto, se derrama sobre cada uno de los ciudadanos. La belleza de este truco consiste en que todos podemos ser peligrosos, ya no es solamente la figura del terrorista, del leproso, del inadaptado. Peligroso puede ser hasta tu tío porque cómo saber si no está infectado (

    faa

    , 2020).

    Ahora bien, no sólo la población de China fue estigmatizada y culpada de originar la covid-19; estas manifestaciones se extendieron a los chinos estadounidenses, quienes fueron discriminados en sus centros de trabajo (Kantamneni, 2020). En el escenario internacional, la rivalidad entre China y Estados Unidos se profundizó. Ambos países mutuamente se culparon de generar el coronavirus y poner en riesgo a la humanidad: el trasfondo de esta culpabilización fue de carácter geopolítico.

    Otro grupo culpabilizado en algunos países fue el de los adultos mayores, los más afectados por el virus, así como los pobres y los grupos vulnerables por no respetar las medidas de cuarentena y el aislamiento social. Para completar la lista de posibles culpables en algunos lugares de Latinoamérica los trabajadores de la salud fueron rechazados –sobre todo enfermeros, enfermeras y médicos–, por ser considerados un peligro, un foco difusor de la enfermedad. Este personal de salud fue acusado de portar el virus y por ello poner en riesgo a la población, incluida su familia.

    Desigualdad ante la enfermedad y muerte

    Históricamente, las pandemias han afectado de manera desproporcionada a grupos específicos dentro de la población. Sucedió, por ejemplo, durante la gripe española de 1918-1919, cuando individuos de posiciones socioeconómicas más pobres (sep) experimentó una mayor incidencia de influenza en los ee. uu. (Henery et al., 2021: 1). Spinney señaló que en París, durante esta pandemia de influenza, las tasas de mortalidad fueron más elevadas en barrios adinerados porque quienes

    tosían detrás de las espléndidas fachadas haussmanianas no eran los propietarios de la étage noble, sino los sirvientes de los chambres de bonne […]. Puede que la gripe fuera democrática, como lo señaló un historiador francés, pero la sociedad en la que se manifestó no lo era: de todas las mujeres que murieron en París, la cuarta parte fueron sirvientas (Spinney, 2018: 211).

    En la pandemia de influenza de 2009 también se presentó el marcador socioeconómico de desigualdad ante la enfermedad y la muerte. Por ejemplo, de acuerdo con Henery et al. (2021), se observaron patrones similares en la pandemia de gripe de 2009 en Canadá, con un mayor riesgo de hospitalización entre las personas con menor nivel educativo o que residían en las áreas de mayor privación (Henery et al., 2021:

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