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¡Verdad, tradición... Dogmas de Jesuscristo!
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¡Verdad, tradición... Dogmas de Jesuscristo!
Libro electrónico345 páginas4 horas

¡Verdad, tradición... Dogmas de Jesuscristo!

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José Francisco Ceacero
Es su segundo libro teológico, el primero fue Tiempos de conocer a la Madre de Dios. Todos sus datos, tanto en uno como en el otro, están tomados de: Santos, teólogos, exegetas, doctores de la Iglesia y sacerdotes. Es una forma de decir «¡BASTA YA!» ante tanta barbarie que se está oyendo.
En su primera obra deja muy claro ciertos matices sobre la Santísima Virgen en cuanto a los dogmas marianos.
Este estudio lleva los mismos caminos en lo que son los dogmas, pero de Jesucristo y la Santísima Trinidad, en cuanto que se están anulando, por parte de algunos, muchos axiomas.
Es miembro activo en la pastoral de su parroquia llevando la Sagrada Comunión a los enfermos e impartiendo catequesis, además de estar integrado en las reuniones pastorales permanentes.
Recientemente el señor obispo de la diócesis de Jaén, don Sebastián Chico Martínez, le dio la enhorabuena por el primer trabajo. Este está siendo muy bien acogido por parte de los queridos lectores y desde aquí les da miles de gracias.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 jun 2024
ISBN9788410687219
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    ¡Verdad, tradición... Dogmas de Jesuscristo! - José Francisco Ceacero Ortega

    Portada de Verdad, tradición y dogmas hecha por Jose Francisco Ceacero Ortega

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © José Francisco Ceacero Ortega

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Fotografía de portada: Santiago Tirado

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1068-721-9

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    A toda la gente de bien que es capaz de dar su vida por el Evangelio y por el prójimo.

    Que Dios os bendiga.

    Prólogo

    Vivimos en un mundo rodeado por la mentira. Basta con echar una ojeada a nuestro alrededor para darnos cuenta de que las noticias falsas y la desinformación están a la orden del día y que difundir información engañosa a través de las redes sociales es algo normal. Nuestros políticos mienten para mantenerse en el poder, aunque para ello se atente contra el buen funcionamiento de las instituciones democráticas y, lo que es peor, como señala el autor de esta obra: «…Nunca ha estado la Iglesia tan castigada desde dentro como lo está ahora con los teólogos de turno y ministros ordinarios […] buscando mentiras y engaños con sus doctrinas y creencias un tanto progres».

    En este contexto escribir una obra «para gente sencilla» que tenga como tema central la Verdad es de un valor incuestionable y evidencia la valentía del que la escribe en estos tiempos que corren. Tiempos de confusión, anunciados por la Virgen en distintas ocasiones, en los que incluso algunos de nuestros pastores son incapaces de guiar a su rebaño por el camino correcto

    «Los sacerdotes, ministros de mi Hijo, por su mala vida, por sus irreverencias y su impiedad al celebrar los santos misterios, por su amor al dinero, a los honores y a los placeres, se han convertido en cloacas de impureza. […]. ¡Ay de los sacer dotes y personas consagradas a Dios, que por sus infidelidades y mala vida crucifican de nuevo a mi Hijo! […]

    Los jefes, los conductores del pueblo de Dios, han descuidado la oración y la penitencia, y el demonio ha oscurecido sus inteligencias, se han convertido en estrellas errantes que el viejo diablo arrastrará con su cola para hacerlos perecer. […]» (La Salette (Francia), 18 de septiembre de 1846).

    «Muchos cardenales, obispos y sacerdotes van por el camino de la perdición y con ellos llevan a muchas más almas. A la Eucaristía cada vez se le da menos importancia. Debemos evitar la ira de Dios sobre nosotros con nuestros esfuerzos…» (Garabandal, Santander 18 de junio de 1965).

    La Virgen advierte que Ella nos ayudará, pero su ayuda deberá ir acompañada de nuestro esfuerzo personal. Y esto es lo que ha hecho José Francisco Ceacero: esforzarse por defender los dogmas fundamentales de nuestra fe para arrojar luz en estos tiempos de oscuridad.

    No sabemos cuánto camino nos queda por recorrer ni qué pruebas o situaciones nos tocarán vivir. La apostasía se ha instalado en el seno de la Iglesia. El diablo —del que la mayoría de nuestros pastores no quieren hablar porque ni siquiera creen en su existencia— campa a sus anchas sembrando el caos en un mundo en el que para la gran mayoría Dios no existe o, en el mejor de los casos, solo se utiliza como un «comodín» al que recurrir en momentos de apuro. En este contexto el autor, con gran acierto, recoge los ocho dogmas incuestionables sobre Jesucristo defendidos por la tradición, la Iglesia y por los Evangelios. A ellos debemos agarrarnos para no ser arrastrados por esta vorágine de paganismo herético en la que nos hallamos inmersos y que puede llevarnos al peor de los desenlaces: la condenación eterna.

    En la segunda parte de la obra, dedicada a las fiestas y solemnidades de Nuestro Señor Jesucristo en relación con cada tiempo litúrgico, se recogen providencialmente unas palabras de San José María Escrivá que resumen todo el sentido de la obra que nos ocupa:

    «Pero, como la debilidad humana no puede mantener un paso decidido en un mundo resbaladizo, el buen médico te ha indicado también remedios contra la desorientación […]». (Es Cristo que pasa)

    Dicho de otra manera Verdad, tradición, dogmas de Jesucristo es uno de esos remedios eficaces a los que se refiere el santo de Barbastro para ayudarnos a creer en esos momentos en los que la duda nos aguijonea y nuestra fe se tambalea. Fe a la que debemos proteger como nuestro mayor tesoro ya que ella es el garante de nuestra salvación porque así lo ha prometido Jesucristo: «Aquel que persevere hasta el final se salvará».

    José Luis González Ramírez.

    ¡Verdad, Tradición… Dogmas de Jesucristo!

    «Y vosotros, ¿quién decís que soy?», Mateo 16, 15.

    Empiezo con esta pregunta que Jesús les hizo a sus discípulos y que nos sigue haciendo a nosotros en hoy día, para ir profundizando sobre lo que nosotros pensamos sobre Jesús. San Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo», Mateo 16, 16, y nosotros ¿qué contestamos? ¿Qué respuesta damos al Hijo de Dios vivo?

    Ante la perspectiva humana, por muy pocos seríamos capaces de dar la vida; un buen amigo, de los que escasean, tal vez se hiciera. Cristo no piensa como nosotros, cualquiera, después de lo que le hicieron pasar sus contemporáneos, hubiera pasado de ellos, sin embargo, Él no paraba de reprenderlos, hasta incluso lloró por su pueblo y este lo entregó a la muerte, y qué muerte, ¿seríamos capaces de dar nuestra vida por unas personas que nos quieren hacer desaparecer? Él, como Dios, sabía lo que lo esperaba en su cuerpo humano y sin embargo se entregó, se dejó capturar por los romanos y los sacerdotes. ¡Esto no lo hace nadie!

    Aún en hoy día lo seguimos crucificando con nuestros pensamientos, palabras, actos y omisiones. Decimos aquello de: «Qué ingratos y asesinos fueron los judíos con Jesús»; ¿de verdad estamos convencidos de este pensamiento? ¡Qué hipócritas somos!

    Fueron ellos los que andaban detrás de Él para matarlo, pero estos son la representación del mundo; pasa igual con el pecado original o la concupiscencia, que se los achacamos a otros pero, en realidad, nosotros también estamos involucrados ya que es algo innato del ser humano. Nos echamos manos a la cabeza diciendo que cómo es posible que por aquellos tiempos existieran ciertos tormentos y formas de quitarle la vida a una persona y después de ver las barbaries que se están cometiendo, tales como quemar vivas a las personas, nos damos cuenta de que el hombre es igual de torturador que nuestros antepasados y que nuestro orgullo, prepotencia y vanidad nos siguen conduciendo por el mismo camino de hace más de dos mil años, ya que si se tiene que matar se mata, si alguien estorba se le quita del medio y listo.

    Hasta aquí y en consecuencia mi repuesta a la pregunta de: «¿Quién decís que soy?»: «Señor, eres digno de seguir tu Evangelio y pregonarlo por el mundo entero ya que verdaderamente eres Hijo de Dios, Dios mismo en la segunda Persona de la Santísima Trinidad».

    «Sin Jesús, ¿qué podrá darnos el mundo? Vida sin amistad con Jesús es infierno horroroso. Vida en amorosa amistad con Jesucristo es un paraíso lleno de delicias. Si Jesús está contigo, no podrá dañarte ni derrotarte ningún enemigo espiritual. Quien halla a Jesús, a su amistad y enseñanzas, halla el más rico tesoro. El mejor de todos los bienes. Pero quien pierde a Jesús y a su amistad, sufre la más terrible e inmensa pérdida. Pierde más que si perdiera el universo entero. La persona que vive en buena amistad con Jesús es riquísima. Pero la que no vive en amistad con Jesús es paupérrima y miserable. El saber vivir en buena amistad con Jesús es una verdadera ciencia y un gran arte. Si eres humilde y pacífico, Jesús estará contigo. Si eres piadoso y paciente, Jesús vivirá contigo... Fácilmente puedes hacer que Jesús se retire, y ahuyentarlo, y perder su gracia y amistad, si te dedicas a dar gusto a tu sensualidad y a darle importancia exageradamente a lo que es material y terreno» (Kempis, Imitación de Cristo, II, 8).

    «Ojalá terminemos nuestra vida con el nombre de Jesús en nuestros labios y en nuestro corazón. Con solo escuchar este nombre el alma se pacifica, el corazón se enardece y se ensancha. ¿Cómo no predicarlo por todos los rincones del mundo? En Él está la salvación».

    «Esta no es una obra para teólogos sino para gente sencilla, por lo cual suele ser algo escueta de los acontecimientos acaecidos a Jesucristo y todo lo relacionado con su manifestación y cometido aquí en la tierra manifestando y demostrando ciertos temas en disonancia con algunos teólogos y demás gente que niegan o dudan de la mayoría de los dogmas de Cristo».

    «Narro este maravilloso escrito del cual se desconoce su autor. Lo hago por la belleza que contiene manifestando su dudosa atribución».

    «Publius Lentulus habría sido, según cierta tradición, un cónsul romano, gobernador de Judea antes de Poncio Pilato. Supuestamente escribió una carta acerca de Jesús al Senado Romano.

    La carta fue mencionada por primera vez en el texto sobre la Vida de Cristo por el cartujo Ludolfo de Sajonia (Colonia, 1474), y en la Introducción a los trabajos de San Anselmo (Núremberg, 1491). Pero no se puede considerar como obra de Ludolfo ni de San Anselmo. De acuerdo con el manuscrito de Jena, un cierto Giacomo Colonna encontró la carta en 1421 en un antiguo documento romano enviado a Roma desde Constantinopla. El escrito debió de haber sido escrito originalmente en griego durante los primeros siglos y posteriormente traducido al latín durante los siglos XIII o XIV; finalmente recibió su forma actual de manos de un humanista del siglo XV o XVI».

    La supuesta carta en traducción libre dice:

    «Lentulus, gobernador de los Jerosolimitanos al Senado de Roma y al Pueblo, saludos.

    En nuestros tiempos ha aparecido y existe todavía un hombre de gran virtud llamado Jesús Cristo y por las gentes Profeta de la verdad.

    Sus discípulos lo apellidan Hijo de Dios, el cual resucita a los muertos y sana a los enfermos.

    Es de estatura alta, mas sin exceso; gallardo; su rostro venerable inspira amor y temor a los que lo miran; sus cabellos son de color de avellana madura y lasos, o sea lisos, casi hasta las orejas, pero desde estas un poco rizados, de color de cera virgen y muy resplandecientes desde los hombros lisos y sueltos partidos en medio de la cabeza, según la costumbre de los nazarenos.

    La frente es llana y muy serena, sin la menor arruga en la cara, agraciada por un agradable sonrosado. En su nariz y boca no hay imperfección alguna. Tiene la barba poblada, mas no larga, partida igualmente en medio, del mismo color que el cabello, sin vello alguno en lo demás del rostro. Su aspecto es sencillo y grave; los ojos garzos, o sea, blancos y azules claros. Es terrible en el reprender, suave y amable en el amonestar, alegre con gravedad.

    Jamás se le ha visto reír; pero llorar sí.

    La conformación de su cuerpo es sumamente perfecta; sus brazos y manos son muy agradables a la vista. En su conversa ción es grave, y, por último, es el más singular y modesto entre los hijos de los hombres».

    La adhesión de la fe no termina ni en Jesús ni en el Espíritu, sino en el Padre. La cristología debe ser fundamentalmente trinitaria. Jesucristo nos lleva al Padre. Dios, del que nos habló Jesús, es su Padre.

    La adhesión de la fe tiene una dimensión comunitaria y eclesial. Fuera de la Iglesia no hay un verdadero, permanente, recto y total conocimiento de Jesucristo. Los que se separan de la Iglesia terminan, tarde o temprano, con una figura de Jesús borrosa e inexacta. Aunque el Espíritu no está encerrado en los límites de la Iglesia institucional y sopla donde quiere, también es cierto que ese Espíritu orienta a la Iglesia, la ilumina, la llama a la unidad en la caridad. ¿Qué puesto tienen los movimientos dentro de la Iglesia en la presentación del rostro de Cristo? Si están unidos al Papa y a los obispos, presentarán el verdadero rostro de Cristo; si no, harán nacer tensiones y dificultades y terminarán en la disolución.

    ¿Qué decir de esas reacciones fuertes de Jesús? Santidad y perfección moral no significan tener temperamento flemático, débil, apático, apagado. No. Jesús es un hombre con energía moral, de temperamento fuerte y apasionado. Y cuando está en juego la gloria del Padre y la honestidad y la honradez, no duda en airarse. No tolera la mentira, la falsedad, la doblez. Se indigna contra quienes quieren falsear la religión y se creen justos. Podemos imaginarlo con los ojos llameantes, los labios trémulos y las mejillas abrasadas, porque «el celo de la casa de su Padre lo consume». Jesús no se queda en medias tintas. Su ira no va contra las personas, sino contra la actitud hipócrita y doble de esa gente dirigente.

    Por tanto, su semblanza moral estaba enriquecida con estas joyas: mansedumbre y comprensión, exigencia y fuerza. No se excluyen. Es más, se complementan.

    Poseía y posee Cristo, como Dios que es, la Ciencia Divina, es decir, una comprensión infinita de sí y un conocimiento absoluto «de todas las cosas distintas de sí mismo», las cuales conoce «no en sí mismas, sino en su propia inteligencia infinita, por cuanto su esencia contiene la imagen de todo cuanto no es Él».

    Jesús también tenía: la Ciencia beatifica; la Ciencia infusa; y la Ciencia adquirida o experimental

    Ciencia beatífica intuitiva: por ser Dios, Él veía a Dios cara a cara. Veía todo el pasado, el presente y el futuro. Veía su vida, sus sufrimientos, sus trabajos, su apostolado, su muerte en la cruz, su triunfo en la resurrección. Veía las etapas de la Iglesia con todas las pruebas y vicisitudes. Veía a sus hermanos los hombres, sus avances y tropiezos, sus miserias y grandezas. Y todo esto le causaba un doble sentimiento: por una parte, alegría, por el bien que veía en muchos; y, por otra parte, pena, por el mal que muchos perpetraban a sus semejantes con guerras, crímenes e injusticias.

    Ciencia infusa: es la ciencia que Dios da a los ángeles y a gente privilegiada, que, sin haber estudiado, saben las cosas porque Dios se las infunde en su inteligencia y en su espíritu.

    Ciencia adquirida o experimental: es la ciencia que vamos aprendiendo con el paso de los días, gradualmente. Así se entiende la frase del Evangelio: «El niño crecía en edad, sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres». Jesús era verdadero hombre, por tanto, su conocimiento fue progresivo, como el conocimiento de todo hombre.

    Jesús, pues, tenía una inteligencia brillante, intuitiva, clara, concreta, basada en la realidad, donde extraía los datos para su predicación. Era muy observador. Se fijaba en todo: en los lirios, en los pajarillos, en los campos, en las actitudes de los hombres. Sus ojos eran como una cámara de fotos.

    Esto que voy a manifestar no es nuevo. Está traspasando por completo el Credo de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana desde dentro, desde la misma raíz de la Iglesia, desde los mismos sacerdotes, obispos, diáconos, y no podrían faltar los laicos.

    La Iglesia está fundada sobre roca bien compacta por el mismo Jesucristo, Él mismo lo dijo: «…Y yo te digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella…», Mateo 16, 18.

    Nunca ha estado la Iglesia tan castigada desde dentro como lo está ahora con los teólogos de turno y ministros ordinarios burlándose de los dogmas e incluso diciendo que la mayoría no existen, que fueron un invento, buscando mentiras y engaños con sus doctrinas y creencias un tanto progres, diría yo, que lo único que buscan es destruir el Credo de casi dos mil años a cambio no sé de qué, pero que claman a los Cielos.

    «Cuando oímos voces de herejía —porque eso son, no me han gustado nunca los eufemismos—, cuando observamos que se ataca impunemente la santidad del matrimonio, y la del sacerdocio, la concepción inmaculada de Nuestra Madre Santa María y su virginidad perpetua, con todos los demás privilegios y excelencias con que Dios la adornó, el milagro perenne de la presencia real de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, el primado de Pedro, la misma Resurrección de Nuestro Señor, ¿cómo no sentir toda el alma llena de tristeza? Pero tened confianza: la Santa Iglesia es incorruptible. La Iglesia vacilará si su fundamento vacila, pero ¿podrá vacilar Cristo? Mientras Cristo no vacile, la Iglesia no flaqueará jamás hasta el fin de los tiempos» (San Agustín, comentarios a los salmos 103, 2, 5; Patrología latina 37, 1353).

    Es la fe que han confesado siempre los cristianos. Escuchad conmigo estas palabras de San Agustín: «Y desde entonces Cristo entero está formado por la cabeza y el cuerpo, verdad que no dudo que conocéis bien. La cabeza es nuestro mismo Salvador, que padeció bajo Poncio Pilato y ahora, después que resucitó de entre los muertos, está sentado a la diestra del Padre. Y su cuerpo es la Iglesia. No esta o aquella iglesia, sino la que se halla extendida por todo el mundo. Ni es tampoco solamente la que existe entre los hombres actuales, ya que también pertenecen a ella los que vivieron antes de nosotros y los que han de existir después, hasta el fin del mundo. Pues toda la Iglesia, formada por la reunión de los fieles —porque todos los fieles son miembros de Cristo—, posee a Cristo por Cabeza, que gobierna su cuerpo desde el Cielo. Y, aunque esta Cabeza se halle fuera de la vista del cuerpo, sin embargo, está unida por el amor» (San Agustín, comentarios a los salmos 56, 1; Patrología latina 36, 662).

    Estos tiempos son tiempos de prueba y hemos de pedir al Señor, con un clamor que no cese, que los acorte, que mire con misericordia a su Iglesia y conceda nuevamente la luz sobrenatural a las almas de los pastores y a las de todos los fieles. La Iglesia no tiene por qué empeñarse en agradar a los hombres, ya que los hombres —ni solos, ni en comunidad— darán nunca la salvación eterna: el que salva es Dios.

    Sería un error pensar que, como los hombres han adquirido quizá más conciencia de los lazos de solidaridad que los unen mutuamente, se deba modificar la constitución de la Iglesia, para ponerla de acuerdo con los tiempos. Los tiempos no son de los hombres, sean o no eclesiásticos; los tiempos son de Dios, que es el Señor de la historia. Y la Iglesia puede dar la salvación a las almas, solo si permanece fiel a Cristo en su constitución, en sus dogmas, en su moral.

    Rechacemos las teorías laicales, que pretenden identificar los fines de la Iglesia de Dios con los de los estados terrenos: confundiendo la esencia, las instituciones, la actividad, con características similares a las de la sociedad temporal».

    Este manifiesto, tan hermoso, de San José María Escrivá en su obra Amar a la Iglesia, plasma toda la verdad sobre lo que nos está tocando sentir en estos tiempos que vivimos y, en parte, el tema va por esos derroteros.

    «Es una preocupación que el pueblo secular esté tomando el camino equivocado dejando a Dios a un lado; esto no cabe en sus proyectos de vida acomodaticia, y también alguien se ha preocupado de convencerlo de que Dios no existe y si no existe Dios no existe el Diablo y este último está actuando a sus anchas. Pero, bajo mi punto de vista, lo más preocupante es que muchos del clero duden de la mayoría de los dogmas dejándose llevar por las masas progres. Lucifer se está saliendo con la suya y muchos lo

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