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El Elegido: Una fábula acerca de la transformación personal, los secretos para cumplir tus sueños, lograr la paz interior y la felicidad Andrés Álvarez
El Elegido: Una fábula acerca de la transformación personal, los secretos para cumplir tus sueños, lograr la paz interior y la felicidad Andrés Álvarez
El Elegido: Una fábula acerca de la transformación personal, los secretos para cumplir tus sueños, lograr la paz interior y la felicidad Andrés Álvarez
Libro electrónico429 páginas5 horas

El Elegido: Una fábula acerca de la transformación personal, los secretos para cumplir tus sueños, lograr la paz interior y la felicidad Andrés Álvarez

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"El Elegido" es una fábula de transformación personal que no solo promete entretener, sino también motivar a un cambio profundo en los lectores. A través de la mirada aguda y experimentada del autor, esta obra maestra se adentra en los principios universales del éxito y la felicidad, contando la historia de una aventura épica que se despliega en los paisajes míticos y los caracteres de la conquista de América.


La novela comienza con un escenario vibrante y dramático donde los tambores retumban y las flechas vuelan, introduciendo al lector a Lucas, un personaje cuyo coraje y determinación serán probados en cada vuelta de página. Lucas, junto con otros personajes históricos y ficticios, emprende una búsqueda trascendental de los tesoros del Dorado, pero lo que descubre es mucho más valioso: los doce principios universales para una vida plena y satisfactoria.


Estos principios se revelan gradualmente a través de sus interacciones con culturas indígenas y los desafíos que enfrenta, sirviendo como lecciones no solo para él, sino para cualquier persona enfocada en potenciar su vida y sus resultados. Desde aprender a vivir en el momento hasta entender el poder colectivo y la importancia de la persistencia, Andrés Alvarez teje habilidosamente estas enseñanzas en el tapiz de una narrativa apasionante.


Lo que hace que "El Elegido" sea especialmente único es su lenguaje contemporáneo y accesible. El autor ha elegido deliberadamente este estilo para tender un puente entre las épocas, haciendo que las enseñanzas antiguas sean relevantes para el lector moderno. Este enfoque no solo asegura una lectura atractiva, sino que también invita a la reflexión y la aplicación personal de las lecciones aprendidas.


El libro no se limita a contar una historia; es una invitación a la introspección y al autodescubrimiento. Cada capítulo, cada principio, resonará de manera diferente con cada lector, promoviendo un viaje personal hacia la transformación y la realización de los sueños propios.


"El Elegido" es más que una aventura; es una herramienta poderosa para el crecimiento personal y espiritual. Con cada página, Andrés Álvarez no solo narra una historia, sino que guía al lector a través de un viaje introspectivo hacia un entendimiento más profundo de sí mismo y de los principios universales que rigen una vida exitosa y feliz. Esta obra no solo es recomendable para aquellos interesados en historias de aventuras con una rica base histórica, sino también para cualquiera que busque inspiración y guía en su propio camino hacia la realización personal.

IdiomaEspañol
EditorialPublishdrive
Fecha de lanzamiento6 jun 2024
El Elegido: Una fábula acerca de la transformación personal, los secretos para cumplir tus sueños, lograr la paz interior y la felicidad Andrés Álvarez

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    El Elegido - Andres Alvarez

    Una historia con un objetivo

    Este libro es una fábula que entrelaza la realidad con la ficción; aunque he adaptado los eventos, personajes y lugares para crear un escenario más vívido, su propósito principal es transmitir valiosas lecciones de vida, inspirándome en los míticos paisajes y personajes de la conquista de América.

    En esta aventura se desvelan los doce principios universales del éxito y la felicidad, tejidos en una narrativa con la cual he querido encender la chispa de la pasión y el propósito en el alma de cada lector. Estos principios no son sólo teorías; son el fruto de una exploración e implementación incesante de las verdades que han inspirado a millones de personas hacia la realización de sus sueños.

    He elegido un lenguaje actual, con la intención de tender puentes entre las épocas y hacer estas enseñanzas y principios ancestrales accesibles a todos. Es esencial reconocer que, si bien la fábula se nutre de hechos históricos, es la imaginación la que ha dado vida a esta historia, motivada por un deseo ferviente de compartir las lecciones acumuladas a lo largo de más de tres décadas de búsqueda constante de las cualidades, actitudes y decisiones que han llevado a miles de personas a lograr todo lo que anhelan en la vida.

    Les invito a sumergirse en esta aventura, a permitir que estas historias se entretejan con sus propias vidas, y a descubrir en ellas la inspiración para alcanzar todo aquello que sueñan. Bienvenidos a este viaje hacia la transformación personal y la realización de sus sueños más profundos.

    Contenido

    Una historia con un objetivo

    Capítulo 1 | En busca de El Dorado

    Capítulo 2 | Abandonado en la Selva

    Capítulo 3 | Llegada a la Aldea Sagrada

    Capítulo 4 | Tú eres el Elegido

    Primera sección: Los principios de la Tierra

    Capítulo 5 | Principio I: Metas y Propósito

    Capítulo 6 | Principio II: Deseo Intenso y Pasión por tus Metas

    Capítulo 7 | Principio III: Mejora Continua

    Segunda Sección: Los principios del Fuego

    Capítulo 8 | Principio IV: Autoconfianza y Creer en ti Mismo

    Capítulo 9 | Principio V: Relaciones Personales

    Capítulo 10 | Principio VI: Actitud Mental Positiva

    Tercera Sección: Los principios del Agua

    Capítulo 11 | Principio VII: Vive el Ahora

    Capítulo 12 | Principio VIII: Poder Colectivo

    Capítulo 13 | Principio IX: Acción y Persistencia

    Cuarta Sección: Los principios del Aire

    Capítulo 14 | Principio X: Disfrute de la Vida

    Capítulo 15 | Principio XI: Paz Interior

    Capítulo 16 | Principio XII: Dar y Servir

    Capítulo 17 | La Batalla

    Capítulo 18 | La Felicidad

    Capítulo 19 | ¿Por qué Eres el Elegido?

    Capítulo 20 | Un Descubrimiento Arqueológico Lleno de Riqueza

    Capítulo 21 | Sabiduría de Los Andes

    Instituto Nacional de Arqueología

    Hallazgo Arqueológico en la Selva de Colombia Podría Confirmar la Existencia del Mítico Tesoro de El Dorado.

    «Estábamos muy cerca y ni siquiera sabíamos que estaban allí», afirma el arqueólogo Bjorn Podolski. «Este hallazgo podría revelar la ubicación de uno de los tesoros más buscados en la historia».

    Marzo 17, 2023

    Por Andrés Álvarez R. — ARCHEOLOGY News

    En el corazón de la selva colombiana, escondidos bajo el denso bosque nativo, un equipo de arqueólogos sueco-colombianos ha descubierto una serie de manuscritos que han permanecido ocultos durante siglos entre las ruinas de un sitio arqueológico en la cordillera de los Andes.

    Bjorn y su equipo encontraron varios artefactos cerca de estructuras menores, situadas a no más de diez kilómetros de lo que parecen ser los restos de una villa perteneciente a la confederación muisca del siglo XV, según un informe publicado en la revista Magazine of Archaeological Studies.

    Los grandes caminos de piedra indican antiguas rutas de comunicación entre sus ciudades. Los hallazgos sugieren que sus habitantes tenían un alto grado de desarrollo: en áreas cercanas se descubrieron sistemas avanzados de irrigación, artefactos indígenas y textiles en un estado avanzado de deterioro. Dada la densa vegetación que cubre las ruinas, se estima que la exploración del sitio llevará varios meses.

    «Todos los objetos descubiertos quedaron eclipsados por un recipiente que albergaba las pertenencias de un posible colonizador español, un cronista de las primeras expediciones en lo que hoy conocemos como Colombia y Perú», comentó Janusz Olbrychski, profesor de la Universidad de Varsovia y director del proyecto. «Encontramos unos manuscritos en delicado estado, envueltos en piel de venado y resguardados en vasijas de barro. Esto los protegió del clima tropical y la agresiva humedad de la selva durante, posiblemente, 500 años. Parece que el cronista deseaba que permanecieran ocultos por mucho tiempo».

    Los responsables de este descubrimiento, cuyos detalles fueron divulgados en el Magazine of Archaeological Studies, sugieren que el cronista escribió estos documentos entre 1535 y 1540. Esta época coincide con el periodo de mayor actividad de colonización y la incansable búsqueda de tesoros en el Nuevo Mundo.

    El manuscrito, escrito en un castellano de la época, muestra un avanzado nivel de deterioro que complica su interpretación. «Para descifrarlo, utilizaremos la tecnología avanzada del laboratorio de la Universidad Nacional de Bogotá», señaló un investigador del Departamento de Estudios Literarios y Lingüísticos de dicha institución. «Estos equipos ya han sido empleados con éxito en la interpretación de documentos precolombinos tan antiguos como el Popol Vuh».

    «Consideramos que este hallazgo podría ser evidencia de la expansión del imperio Inca hacia el norte del continente», indicó Bjorn Podolski, director del Centro de Estudios Andinos de la Universidad de Varsovia. «Aunque aún es incierto qué otra información podamos extraer del manuscrito, existe una alta probabilidad de que este cronista estuviera cerca de los esquivos tesoros de El Dorado, que han permanecido ocultos por más de cinco siglos. Sin duda, estos manuscritos tienen el potencial de reescribir la historia».

    Capítulo 1 | En busca de El Dorado

    «Cada adversidad, cada fracaso, cada angustia, lleva consigo la semilla de un beneficio igual o mayor».

    —Napoleón Hill

    El retumbar de tambores y los gritos de guerra de los nativos resonaban desde ambas orillas del río Grande de la Magdalena. Flechas y dardos de cerbatana surcaban el aire, lanzados desde los árboles. La densa oscuridad de la selva, junto con la lluvia persistente, ocultaba la posición exacta del enemigo. Los clamores de los pocos soldados españoles que quedaban con vida no eran respuestas a la feroz ofensiva indígena, sino expresiones de pánico ante la incapacidad de repeler el masivo asalto. Exhaustos, enfermos y desnutridos, vestían solo harapos después de meses navegando por el traicionero río, enfrentándose a diario con animales salvajes e insaciables plagas de insectos. Habían sido emboscados por una tribu Chimila y, aunque contaban con un armamento superior, no lograban acertar sus disparos, pues sus adversarios conocían la selva como la palma de su mano.

    Lucas trataba de infundir valor a sus compañeros, quienes estaban aterrorizados a bordo del último bergantín aún a flote, de los cinco que habían emprendido esta travesía río arriba seis meses atrás. Su entrenamiento militar le había brindado las habilidades para protegerse y contrarrestar el aluvión de proyectiles dirigidos hacia su embarcación; sin embargo, la mayoría de los españoles y nativos aliados que lo acompañaban en esta expedición no corrieron con la misma suerte. En medio del caos, Lucas se aferró con fuerza a una Biblia y a su diario, donde había registrado meticulosamente cada evento desde que partieron de la provincia de Santa Marta. Cerró los ojos y se dispuso a encontrarse con su Creador.

    En busca de El dorado

    El año 1536 marcó un desafío significativo para el teniente Gonzalo Jiménez de Quesada y su medio hermano, Hernán Pérez de Quesada. Ambos se embarcaron hacia los territorios descubiertos por Cristóbal Colón con el objetivo de establecer nuevas colonias, hallar piedras preciosas, descubrir alimentos desconocidos y reclutar a nativos como esclavos para enviarlos a España.

    Gonzalo y Hernán se sintieron inspirados por las historias de prosperidad, honores y riquezas obtenidas por varios conquistadores españoles en los territorios recién descubiertos. Las hazañas de Hernán Cortés y Francisco Pizarro, tras sus respectivas conquistas de los territorios que hoy conocemos como México y Perú, avivaron la ambición de los hermanos de Quesada, a pesar de ser conscientes de las falsedades, las artimañas y la brutalidad con la que sus predecesores habían obligado a los nativos para que les entregaran grandes cantidades de oro y metales preciosos.

    En enero de 1536, el rey Carlos designó a Pedro Fernández de Lugo como gobernador de la provincia de Santa Marta, otorgándole a su cargo más de mil hombres. Su misión principal era utilizar esta provincia como base para la conquista de tierras al sur, con la esperanza de alcanzar finalmente el territorio del imperio Inca. Gonzalo Jiménez de Quesada, con su experiencia como teniente y abogado, fue uno de los primeros en unirse a esta expedición, situándose en una posición destacada para liderar la exploración del nuevo territorio.

    Tras desembarcar en la provincia, Gonzalo, Hernán y varios de sus hombres se dispusieron a levantar carpas de campaña en las proximidades del caserío. Impaciente, el teniente anhelaba iniciar cuanto antes la planificación de la expedición que daría gloria a su nombre y riquezas a su familia; sin embargo, mientras evaluaban un terreno elevado para establecer el asentamiento temporal, fueron interrumpidos por una fuerte voz proveniente de un grupo congregado alrededor de una fogata:

    —Si esperan sobrevivir, aunque sea una noche en este paraíso, yo no establecería un campamento donde los salvajes nativos pudieran atacarme con tanta facilidad.

    Con paso decidido, el teniente Gonzalo se dirigió hacia la fogata y allí encontró a un español andrajoso quien, pesar de su postura y la oscuridad, no podía ocultar su palidez, piel amarillenta y aspecto curtido.

    —¿Quién te crees para dirigirte así a un teniente español?, —preguntó Gonzalo con voz firme al hombre, claramente ebrio, quien permanecía sentado en la arena sin mirar a quien le hablaba. A su alrededor, compartía una totuma de licor con nativos y otros españoles, todos en evidente estado de embriaguez.

    —El hombre que acaba de salvarles la vida, mi teniente. Le doy la bienvenida al infierno, —dijo el español sin levantar aún la mirada hacia Gonzalo, mientras tomaba un trago de su bebida fermentada de maíz junto a sus ruidosos y ebrios compañeros—. Los salvajes de la tribu Tairona deben estar disfrutando al observar desde su camuflaje en esos matorrales, el lugar donde ustedes eligieron establecer el campamento, —añadió, señalando un espeso bosquecillo a unos cien metros del lugar elegido por Gonzalo para acampar.

    —Otro resentido e ignorante veterano de guerra de las nuevas Indias, —reflexionó Gonzalo internamente, tomando una profunda respiración para mantener la compostura.

    —¿Cómo se llama? ¿Es usted un soldado de la Armada Española? ¡Le exijo que mire cuando le habla un superior!, —exclamó el teniente mientras enfundaba su espada y avanzaba hacia el desconocido con determinación.

    A pesar de la oscuridad, el teniente logró distinguir una figura alta y ligeramente desaliñada cuando el desconocido se puso en pie para encararlo con torpeza y a trompicones. Su estatura, porte y espesa barba daban visos de una presencia antes imponente, ahora venida a menos. Su camisa, arrugada hasta en las arrugas, y el resto de su indumentaria, impregnada de arena y notablemente desgastada, completaban la deplorable imagen.

    —Soy Lucas Fernández de Oviedo, nacido en Granada, y no temo a tenientes engreídos recién llegados a esta maldita tierra.

    —No tengo intenciones de atacarlo, soldado, y menos en el lamentable estado en que se encuentra —dijo Gonzalo con tono sereno. El teniente, por encima de todo, era un hombre astuto y con una personalidad engañosamente introvertida. A pesar de su aparente calma, era meticuloso y determinado en sus metas. Estaba obsesionado con llegar al imperio Inca a través del río de la Magdalena antes que lo hiciera cualquier explorador inglés o alemán, con la ambición de obtener riquezas para la corona y su familia, superando para ello cualquier obstáculo que pudiera atravesarse en su camino. Su principal motivación era la conquista y los tesoros del nuevo mundo, y para ello, no dudaría en utilizar su astucia política, destreza militar y, si fuera necesario, el engaño y la traición.

    —Vaya a descansar, soldado, y gracias por advertirnos sobre el peligro que enfrentamos aquí. Le debo un favor —dijo Gonzalo, haciendo un gesto a sus hombres para que reubicaran el campamento.

    Durante tres meses, Gonzalo y su hermano planearon la expedición a lo largo del Río Grande de la Magdalena, con la esperanza de llegar a su nacimiento. Allí seguramente encontrarían las míticas tierras ricas en oro y esmeraldas del poderoso imperio Inca. Ambos estudiaron meticulosamente las rutas tomadas por otros cazadores de tesoros que habían partido desde las provincias de Venezuela y Panamá y llegaron a la conclusión de que, pese a los significativos riesgos, la travesía por el río seguida por un numeroso grupo de tierra sería la manera más directa y rápida de ser los primeros en lograrlo.

    La navegación por el Río Grande de la Magdalena había sido rechazada por gobernadores previos debido a su poderoso caudal, la densa selva que bordeaba sus márgenes, las implacables lluvias tropicales, los animales salvajes y la presencia de numerosas tribus nómadas conocidas por su hostilidad. Aunque de Quesada era consciente de las adversidades que enfrentaría, la sed de gloria y riqueza avivaba su determinación, eclipsando cualquier temor a lo desconocido. El plan, según lo concibieron los hermanos Jiménez de Quesada, consistiría en ganarse la confianza y lealtad de las comunidades nativas que encontraran en su camino. Así, los convertirían en aliados para enfrentar tribus rivales y, además, se valdrían de su conocimiento local para agilizar la búsqueda de oro y esmeraldas.

    —La expedición está planeada al detalle: contamos con hombres, los caballos necesarios y provisiones para seis meses de travesía, pero nos hace falta un soldado español capaz de comunicarse de forma fluida con los nativos, alguien que les inspire confianza. No podemos depositar toda nuestra fe en las tribus aliadas; la traición con ellos es siempre una posibilidad latente. Necesitamos a alguien que pueda establecer un puente cultural con las comunidades que encontremos y que inspire la suficiente confianza para negociar con ellos —dijo Jiménez de Quesada en una de sus habituales reuniones semanales con el Gobernador de Lugo.

    —El único que podría serte de ayuda es Lucas —dijo el Gobernador sonriendo, mientras entregaba una serie de documentos a Gonzalo.

    —¿A quién se refiere? ¿El borracho andrajoso?

    —Exactamente, Gonzalo. Es una bendición que decidieras perdonarle la vida en su primer encuentro. Lucas posee un conocimiento excepcional de los lenguajes nativos; su habilidad para comunicarse fue esencial en las alianzas con las tribus Gaira y Taganga. Lamentablemente, ahora está lleno de rencor hacia estas tierras y solo encuentra consuelo en el licor.

    —¿Qué más necesito saber sobre este español antes de arriesgarme a reclutarlo para la expedición? —preguntó Gonzalo, con una expresión seria y dirigiendo su mirada hacia las fogatas que iluminaban la periferia de la provincia.

    Lucas es originario de Granada, se enlistó en el ejército de Castilla a los 16 años y es veterano de varias campañas contra los turcos. Aunque no destaca por su destreza en combate, ha sido clave para establecer alianzas con los nativos de Cuba, Santo Domingo y algunas tribus locales. Es un lingüista excepcional, así como historiador y cronista; tenía aspiraciones de ser ascendido a teniente tras sus misiones en las Antillas, pero el rey Carlos nunca le otorgó ese título. Es un hombre inteligente, pero también beligerante, arrogante y con un ego difícil de controlar; tal y como pudiste constatar, desde que fracasó en su intento de ascender en el ejército, se ha sumido en el alcohol y la ira en contra de la corona española —explicó el Gobernador con detalle.

    —¿Y cree que la clave para persuadirlo de unirse a la expedición es ofrecerle oro y títulos? ¿Tal vez un escudo de armas? —preguntó Gonzalo, mientras examinaba detenidamente los documentos.

    —Te deseo toda la suerte con él, Gonzalo, la necesitarás —culminó el Gobernador antes de despedirse.

    Gonzalo y Hernán se dedicaron a afinar la estrategia para la expedición hasta que el Gobernador les asignó una tropa de ochocientos hombres, un contingente compuesto por trescientos soldados españoles y quinientos nativos aliados. A su disposición también se encontraban quinientas armas de fuego, ochenta caballos y cinco bergantines para la navegación por el río. Con todo en su lugar para emprender la conquista, solo faltaba una pieza clave: un traductor español capaz de tender puentes de comunicación con los indígenas.

    —¡Es un hombre predecible, Lucas! —dijo Gonzalo al encontrarlo una vez más junto a la fogata al lado del mar, bebiendo chicha de una totuma con sus inseparables amigos vagabundos—. ¿No ansía, acaso, una nueva aventura que cambie el rumbo de su vida? ¿Un nuevo reto por el cual vivir?

    Lucas ignoró el comentario y siguió disfrutando de la compañía de sus compinches, quienes, al igual que él, decidieron ignorar las provocaciones del teniente.

    —Le traigo una propuesta: ¿qué tal un escudo de armas para su familia y un porcentaje del oro y esmeraldas que descubramos? ¿O es que prefiere permanecer aquí, hasta morir de embriaguez, sin fortuna ni honor, relegado al olvido del mundo?

    —Ya tengo mis ocupaciones, teniente, y hace años dejé de creer en las promesas incumplidas del rey Carlos y sus súbditos —respondió Lucas con firmeza.

    —Lucas, usted es el único lingüista del ejército español en estas tierras; su habilidad es insuperable. Pasado mañana partiremos en una expedición destinada a la gloria, y usted tiene la oportunidad de obtener lo que siempre anheló o puede quedarse aquí lamentándose de otra gran ocasión perdida, —dijo el teniente Gonzalo, acercándose con un guiño y posando su mano sobre el hombro de Lucas—. Necesitamos a alguien con su habilidad para ganar la confianza de los nativos del interior. Nos dirigimos al sur, donde, según se dice, yacen cantidades inimaginables de oro y esmeraldas. Estamos convencidos de que una poderosa tribu oculta el tesoro más legendario de la historia: El Dorado.

    Lucas permaneció en silencio, bebiendo rápidamente de su totuma.

    —He estudiado su historial, Lucas. Usted merece todo lo que se le prometió. Su interacción con las tribus de Cuba y Santo Domingo fue fundamental para su pacificación sin el uso de la fuerza. Sé que en el pasado no se le hizo justicia, pero le garantizo que esta es su oportunidad para alcanzar lo que siempre quiso. Podemos obtener grandes cantidades de oro y esmeraldas del imperio Inca, pero solo será posible si conseguimos que nos consideren sus aliados, —dijo Gonzalo, sosteniendo la mirada de Lucas.

    —¿Y cómo puedo estar seguro de que esta vez cumplirán con lo prometido? —cuestionó Lucas, arqueando sus cejas y esbozando una sonrisa irónica.

    —El Gobernador ha firmado los documentos que le otorgan el título de teniente, además de garantizarle un porcentaje de los tesoros que recolectemos en esta expedición, —respondió Gonzalo, extendiendo ante Lucas el documento oficial con las firmas del gobernador y el aval del rey.

    Lucas casi derrama su chicha al escuchar la oferta. Con mano temblorosa pero decidida, tomó el documento y lo acercó a la luz de la fogata para examinarlo. Tras unos minutos de lectura, volvió su mirada hacia el impaciente teniente.

    —Mañana le diré si decido unirme a ustedes, —dijo con voz entrecortada y se alejó, terminando su bebida de un solo trago.

    —Lucas, usted es fundamental en los planes del rey Carlos. Si logramos obtener ese oro, podrá alcanzar todo lo que siempre deseó, —culminó el teniente, mientras observaba a Lucas alejarse en compañía de sus amigos.

    Travesía por El Río Magdalena

    Alejado del bullicio y frente al mar, el teniente Gonzalo caminaba incansablemente, su mirada fija en las chozas de los españoles renegados. Habían pasado dos días desde que presentó su oferta a Lucas, el borracho engreído, y aún no había obtenido respuesta. Sin un traductor que facilitara la comunicación con los nativos, las posibilidades de un saqueo pacífico se desvanecían. Consumido por la frustración, envió a uno de sus subalternos en su búsqueda:

    —Tráelo, incluso si está inconsciente por el alcohol. Y asegúrate de traer también sus libros; sé que no va a ningún lado sin ellos —ordenó.

    Un par de horas después, con toda la tripulación a bordo de los bergantines, el lugarteniente regresó, arrastrando a un Lucas visiblemente embriagado.

    —Permíteme darle una lección —le propuso Hernán a Gonzalo, desenvainando su espada.

    —Conserva la calma, Hernán. Lo necesitamos vivo por ahora —contestó Gonzalo, apartando a Hernán y esbozando una sonrisa cómplice.

    Gonzalo se aproximó a Lucas, quien era sostenido por dos soldados para evitar que se desplomara. Levantó su rostro con una mano y con la otra vertió agua sobre él.

    —¿Qué le ha ocurrido, Lucas? Antes era respetado en este ejército y mire en lo que se ha convertido. Mañana debo informar al gobernador sobre el embarque, le he asignado a usted un lugar en uno de los bergantines que navegarán por el río. Si al regresar de mi reunión usted no está en la embarcación, habrá desperdiciado la última oportunidad de rehacer su vida, —culminó Gonzalo, alejándose y tomando una profunda respiración, observando de reojo la reacción de Lucas.

    El viaje por el Río

    El sueño intranquilo de Lucas se vio interrumpido por una fuerte sacudida y una sed implacable, consecuencia de su fuerte resaca. Al abrir los ojos e intentar orientarse, se dio cuenta de que no reconocía el lugar en el que se encontraba. Estaba acostado sobre unos sacos de grano, rodeado de contenedores de carne y pescado preservados en sal, así como quesos, aceites y numerosos barriles de agua. El ambiente del oscuro lugar estaba cargado de calor y humedad, haciendo la respiración laboriosa, mientras nubes de mosquitos casi imperceptibles se deleitaban con su sangre, provocando picaduras insoportables. Al asomar la cabeza por una pequeña escotilla de madera, Lucas constató con sorpresa que se hallaba a bordo de un bergantín navegando por el río. En medio de su ansiedad, comenzó a buscar con afán los libros, pero el dolor de cabeza lo forzó a detenerse y tumbarse de nuevo sobre los sacos. Sus más preciadas posesiones, sus únicos bienes terrenales, no estaban por ninguna parte.

    Mientras su mente recuperaba claridad, los fragmentos de la noche anterior comenzaron a regresar a su memoria. Recordó la decisión impulsiva tomada bajo el efecto del alcohol: la anhelada sensación de sentirse útil y la promesa de un nuevo comienzo lo habían llevado a unirse a la expedición. Ahora, navegaba rumbo a lo desconocido con una misión crucial: persuadir a las tribus locales sobre las nobles intenciones de los conquistadores, con el objetivo de acceder a sus riquezas sin derramar sangre en batallas. Con ese pensamiento en su mente, cayó nuevamente desmayado.

    —Buenos días, Lucas. Confío en que está listo para hacer honor a su reputación, —comenzó el capitán de la embarcación con una mirada penetrante—. Hemos avistado un asentamiento nativo, y requeriremos de nuestro intérprete, —dijo mientras le entregaba un recipiente con agua y continuaba—. Soy Juan Chamorro, capitán de esta flotilla de bergantines, y creo que esto le pertenece, —le dijo mientras le entregaba a Lucas sus apreciadas notas—. Se nos ha informado que en este poblado existen nativos con conocimientos que podrían ser esenciales para nuestra travesía, especialmente para interpretar el lenguaje de las tribus más al sur del río.

    Lucas se levantó con rapidez, esforzándose por disimular el malestar general y el arrepentimiento por la decisión que había tomado.

    —Muchas gracias, capitán. ¿Exactamente a quién estamos buscando? ¿Y quién decidió que este sería el lugar adecuado para reclutar a los nativos? —preguntó, intentando mantener la compostura.

    —Fui yo quien tomó la decisión, ya que no tenía otra opción; el lingüista designado para esta expedición ha estado inconsciente durante casi dos días debido a la borrachera, —dijo el capitán con un tono que dejaba entrever su frustración.

    —¿Tan solo dos días en el río y ya esperan encontrar nativos que nos guíen a los Incas?, —dijo Lucas, agitando la cabeza con incredulidad—. Tendremos que recorrer unas sesenta o setenta leguas río adentro antes de encontrar a nativos que hablen otras lenguas y puedan proporcionarnos información fiable. ¿A quién se le ocurrió semejante plan?

    El capitán Chamorro frunció el ceño, claramente ofendido.

    —De todas formas, es necesario que nos detengamos en este poblado. Aquí nos reuniremos con la expedición de tierra para coordinar la siguiente etapa del viaje, —dijo el capitán, haciendo un ademán hacia la parte trasera del bergantín—. Si lo prefiere, puede quedarse a bordo y encargarse de los caballos, que han estado particularmente inquietos.

    Lucas soltó una carcajada, apenas conteniendo su incredulidad.

    —¿Así que llevamos caballos en el bergantín mientras hay soldados avanzando a pie en la expedición terrestre?

    —Fue una decisión del teniente Gonzalo, él considera probable que necesitemos caballos descansados para atravesar la densa vegetación que seguramente hallaremos en las montañas, —respondió el capitán Chamorro con un tono firme—. Parece que es cierto lo que se dice sobre usted, —continuó sin esperar una respuesta y se dirigió hacia la proa para supervisar el desembarco.

    Lucas optó por no desembarcar y, en lugar de ello, se dirigió a la parte trasera del bergantín para inspeccionar sus pertenencias. Al confirmar que todo estaba en su lugar, sintió un alivio que le permitió sumergirse en sus pensamientos e impresiones sobre el inicio de esta aventura y se dispuso a escribir, registrando cada detalle.

    Mientras escribía en silencio, un relincho de los caballos interrumpió su concentración y se acercó a ellos, dedicando un rato a acariciarlos y alimentarlos. Su naturaleza conflictiva lo había llevado, a lo largo de los años, a encontrar más consuelo en la compañía de animales que en la de las personas. Aquellos momentos de serenidad junto a los caballos lo transportaron a su infancia en Granada. Recordó a su padre, quien albergaba esperanzas de que Lucas se convirtiera en un distinguido militar, mientras que su madre deseaba que siguiera la senda de la literatura. En medio de ese viaje nostálgico, sintió un alivio porque sus padres ya no estuvieran presentes para ser testigos de cómo no había logrado destacarse en ninguno de esos caminos. Sacudiendo esos recuerdos melancólicos, retomó su pluma y prosiguió con sus anotaciones.

    ¿El Rey Dorado?

    Lucas seguía absorto en sus apuntes cuando unos gritos rompieron su concentración.

    —¡Oviedo, Oviedo, Oviedo!, —le gritaba el capitán, quien se acercaba corriendo, lleno de emoción—. ¡Oviedo, por favor, venga conmigo! ¡Necesitamos de su ayuda!

    —¿Qué sucede?, —respondió Lucas molesto por la interrupción.

    —En este poblado tienen cautivo a un hombre de otra tribu, desconocida para nosotros. Nuestros intérpretes nativos sólo logran entender fragmentos de su lenguaje, pero parece que habla de una poderosa tribu al sur, poseedora de grandes riquezas, —dijo el capitán Chamorro, invitando a Lucas a desembarcar y seguirlo—. Usted podría ayudarnos a descifrar lo que intenta decirnos; necesitamos verificar la veracidad de sus relatos.

    Lucas y el capitán se dirigieron con rapidez hacia la choza donde mantenían al prisionero y solicitaron permiso al líder para intentar comunicarse con él. Lucas entró en silencio y descubrió a un joven nativo, con su cuerpo marcado por laceraciones, capturado por intentar robar alimentos para llevar a su tribu. Lucas era consciente de que el robo era castigado con la muerte, por lo que era de gran importancia entender lo que el joven intentaba comunicar antes de su ejecución.

    Lucas buscó en su mochila los apuntes de las conversaciones mantenidas con otras tribus conocidas, e inmediatamente intentó diferentes palabras y señas para interactuar con el nativo. No le resultó complicado descifrar su lenguaje, dado que muchas de las lenguas del nuevo territorio compartían raíces similares. Sin embargo, el gran reto para Lucas fue asimilar toda la información que estaba recibiendo.

    —Cuéntame de los tesoros que mencionaste a mis compañeros. ¡Si lo que dices es cierto, podríamos salvar tu vida! —dijo Lucas con dificultad, utilizando varias palabras nativas consciente del alto precio que conllevaría negociar la vida de alguien que había cometido un hurto.

    —Existe una nación grande y poderosa más allá del río, en lo alto de las montañas, cerca de donde vuelan los cóndores, —respondió el joven con una mirada llena de ansiedad, esperando que su intérprete comprendiera lo que decía y que esa información pudiera ser su salvación—. Este pueblo es sabio y hábil tanto en artes de la guerra como de paz, los llamamos el reino de Kuntur Marga, el Nido del Cóndor, la gran nación Muisca.

    —Entiendo lo de su poderío, —dijo Lucas, moviendo sus manos de manera agitada, evidenciando su creciente impaciencia—, pero quiero saber, ¿qué clase de tesoros poseen?

    —Los Muiscas tienen un rey muy poderoso, —dijo el nativo, ilustrando su historia con gestos—. Este rey cubre su cuerpo con polvo de oro en homenaje a sus ancestros; posteriormente, se sumerge en un lago sagrado donde sacerdotes, guerreros y servidores arrojan figuras forjadas en oro y esmeraldas.

    —¿Podrías guiarnos hacia este rey Muisca? —preguntó Lucas, visiblemente excitado.

    —Saber la ubicación de la aldea sagrada de la nación Muisca es casi imposible. El poder del río la protege con su fuerza, y las montañas hacen casi imposible la entrada de tribus enemigas por tierra. Muchos ejércitos han sucumbido intentando llegar. No obstante, con un poco de suerte, podría guiarlos hacia otros territorios bajo el dominio del rey Muisca, —dijo el nativo, mirando a Lucas con temor, consciente de que su vida dependía de él.

    Lucas salió

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