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¿Qué nos va a pasar?
¿Qué nos va a pasar?
¿Qué nos va a pasar?
Libro electrónico205 páginas3 horas

¿Qué nos va a pasar?

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Información de este libro electrónico

Nos aseguran que volver a casa es regresar a nuestro origen, porque se da por sentado que la familia es lo primero. También nos confirman que, con los años, daremos la razón a las personas que nos enseñaron, porque se asume que el aprendizaje es para quien tenga la edad inferior.

Quizás a Marc también le repitieron una y otra vez estos clichés que, sin embargo, no siempre se ajustan a la realidad. Vivir a casi 400km del pueblo hace que varias de las normas preestablecidas, que le indicaban lo que estaba bien y lo que estaba mal, encuentren distintos matices.

En ¿Qué nos va a pasar?, la distancia hace que cuestionemos ciertas "verdades" aprendidas sobre el hogar, el afecto, el sexo o las drogas, porque salir de la zona de confort, muchas veces, nos hace ver que no lo era tanto.

Marc vuelve a casa y todo sigue estando igual que siempre... ¿o no?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 may 2024
ISBN9788412807851
¿Qué nos va a pasar?

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    ¿Qué nos va a pasar? - Jorge Bastante

    ¿Qué nos va a pasar?

    Jorge Bastante

    ¿Qué nos va a pasar?

    © Jorge Bastante

    © Kabo&Bero® Ediciones

    Ilustraciones y maquetación

    Antto Kabo

    Corrección

    Silvia López Cantero

    1ª edición: mayo de 2024

    Editado por

    Kabo&Bero® Ediciones

    www.kaboybero.com

    ISBN: 978-84-128078-5-1

    Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.cedro.org; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

    A todas las personas diazepam de mi vida.

    All the nights spent off our faces

    trying to find these perfect places.

    What the fuck are perfect places anyway?

    Lorde, Melodrama (2017)

    Capítulo 1

    Venga, Marc. LLama. No seas idiota. Llevas demasiado rato frente a la puerta de casa. Ya es tarde para echarse atrás y, además, vas a empezar a llamar la atención de cualquiera que pase por la calle. Las dudas tendrías que haberlas resuelto antes. La próxima vez te inventas una excusa para quedarte en Madrid, pides cita con un terapeuta y tratas con él lo que sea que te ocurre con esta gente. No te pidieron permiso para traerte aquí, pero tampoco hace falta ser un desagradecido con ellos. Piensa que, al menos, te criaron. Les debes tu presencia, da igual que sea cada vez más esporádica. No te sientas mal por eso. Total, ya se encargarán ellos de recordártelo de la manera más gratuita e imprevisible. Jamás has conseguido que lo pasen por alto, ni siquiera en las contadas ocasiones que viniste a verles con la mejor de tus intenciones. Acepta que te sacan de quicio. El primer paso para superarlo es reconocerlo. Por muy preparado que vengas, sabes que van a acabar desequilibrándote sin ningún esfuerzo. Son tu punto débil. Siempre lo van a ser. Acéptalo y limítate a cumplir con la cláusula del contrato un par de días. Acéptalo y sigue después con tu vida. Acéptalo y llama al timbre. Plantéate esta visita como una performance. No hace falta que mires otra vez el móvil esperando una segunda respuesta que Luis no te va a dar. Venga, Marc. Llama.

    Conoces a la perfección cómo se van a desarrollar los acontecimientos en cuanto abran la puerta. Lo hará tu madre porque quién, si no, va a dejar de hacer lo que esté haciendo para atender una tarea ajena. Abrirá y le faltará espacio para celebrar tu llegada. Llamaría al ayuntamiento para que comunicaran la noticia en el bando. Encendería una traca si la tuviese a mano. Tu presencia es pirotecnia fallera para su estado anímico. Así que, a falta de petardos, te bombardeará a besos y preguntas que tú sintetizarás en una única respuesta: «bien». Estás bien, has viajado bien y has comido bien. Todo bien. También llevará sus manos hacia tu barba y la piropeará de una manera un tanto ambigua. Dirá que le gusta, pero seguirá creyendo que estarías mucho más aseado sin ella. No importa. Su generación ha sido educada con un recelo hacia el vello corporal propio y ajeno que el tiempo jamás curará. Después se detendrá en tu cabello. Sobre esto no dirá nada. Cree que te molesta perderlo por mucho que le insistas en que a ti te da lo mismo. De hecho, te gustas bastante más que en aquella época en la que te esforzabas en disimular las entradas o te empastillabas con Finasteride. Lo que no tardará en alabar es tu físico, aunque le preocupará que estés más delgado que la última vez que los visitaste. Estar demasiado bien o demasiado mal siempre es un problema para una madre. Para la tuya, a veces, incluso el simple hecho de estar, también lo es. Será su nueva inquietud. Su nueva oportunidad de preocuparse de la manera más absurda por un tiempo limitado.

    La escena se reproduce tal como lo has previsto: entusiasmo materno, interrogatorio superficial, chequeo insustancial. Recibes un sobresaliente en vestuario y cara, un aprobado capilar y una ligera preocupación por la amplitud que han cogido tus hombros. Ahora te toca a ti pasar la itv a tu madre. Es ella quien te lo pide casi como un reto. Te detienes unos segundos a contemplarla. Tú sí notas que la edad empieza a pesarle. Su apariencia física no ha sido jamás una de sus preocupaciones. Sus cuidados siempre han sido más funcionales que puramente estéticos. Tampoco ayuda que vaya vestida con unos pantalones de chándal con estampado de leopardo y una camisa rosa chicle. Ella siempre va preparada para ser vista a lo lejos o entre la multitud. Aun así, a pesar del estallido de colores que emana, hay algo en su postura corporal que te hacen pensar que su vitalidad empieza a flaquear. Luce ese tipo de cansancio que ya está más que adquirido. No se lo vas a decir por mucho que ella insista en saber cómo la ves. Al final decides tirar por lo agradable: bien, como siempre. Con eso le basta y le sobra para ser feliz.

    Terminado el ritual de bienvenida, la dueña del cortijo por fin te permite pasar al interior. La atemporalidad que se encierra entre estas paredes te sigue agobiando. No entiendes cómo es posible que el recibidor mantenga su olor y su decoración exactamente igual que cuando vivías aquí. Ese abrigo de plumas y ese paraguas de tonos ocres no desaparecen del perchero ni cuando el calor de julio obliga a bajar las persianas de toda la casa hasta casi las ocho de la tarde. El pato de cerámica reconvertido en cuenco para dejar las llaves podría exponerse en un museo arqueológico. El jarrón que Andreu y tú reparasteis con las colas y los pegamentos del taller de vuestro padre, tras hacerlo añicos cuando erais pequeños, sigue expuesto en el aparador como una reliquia hallada en las profundidades de la costa mediterránea. Y luego están los retratos: el de tus abuelos maternos, el de los dos hermanos abrazando a Banjo cuando todavía era un cachorro y el de la familia al completo. Tu mirada se detiene involuntariamente en esta última foto. No entiendes por qué sigue estando ahí. Hace tanto tiempo que esas cuatro personas habían dejado de estar tan unidas y felices que dudas si alguna vez lo estuvieron o si simplemente es una de esas trampas psicológicas con las que romantizar el pasado. Supones que los que todavía viven en esta casa la protegen como un recuerdo al que regresar cuando la convivencia se complica, pero a tus ojos es una auténtica provocación. El masoquismo autoimpuesto. La culpa y la penitencia con las que debes pasar el resto de tus días. La vida entendida como un campo lleno de ortigas.

    Las malas vibras desaparecen en cuanto una presencia robusta y peluda se percata de que has llegado y corre en tu búsqueda. Aquí llega Banjo, salvaje e indomable en todas sus dimensiones. No hay manera de controlar su euforia al verte. Sus ocho años y algún que otro problema con las articulaciones traseras no impiden a este labrador de color chocolate rojizo, de casi 35 kilos, abalanzarse sobre ti con una fuerza que años atrás habría logrado tumbarte en el suelo. Ahora, directamente, te dejas caer mientras te llena la cara de babas. Es vuestro ritual particular, la manera en la que os dejáis claro el uno al otro que os seguís queriendo y echando de menos sin pediros explicaciones acerca del tiempo que pasáis separados. No hay nadie que consiga aliviarte de una manera tan directa y efectiva como lo hace él. Los perros son anestesia, antídoto y antiinflamatorio. Son la recompensa que te encuentras por la calle al madrugar para coger el metro o la bendición al volver a casa tras una jornada agotadora en la oficina. Es cruzar miradas con ellos y... ¡pum! Felicidad instantánea. Ojalá pudieras llevarte a Banjo a Madrid y disipar esa capa de apatía que está cubriendo tu vida estos últimos meses.

    Con el jaleo que estáis armando el perro, la madre y el hijo es obvio que alguien más entre en escena para pedir un poco de orden. Lo hace soltando un grito desde la planta de arriba. Reclama un poco de comprensión. Tiene examen mañana y parece que a nadie le interese lo más mínimo que apruebe. Dice que es imposible concentrarse en esta casa porque nadie parece saber moverse por ella sin montar un escándalo. Tú también conoces esa sensación. Al igual que Andreu, bastaba con decirles a tus padres que tenías que estudiar para que sus cuerpos empezaran a ser más pesados, torpes y ruidosos. Veían la tele con el volumen más alto, discutían con más fervor o simplemente les urgía la necesidad de pasearse de habitación en habitación arrastrando muebles o abriendo cajones tarareando canciones que jamás habían existido. Tú tuviste que irte de allí en cuanto empezaste la universidad. Lo más seguro es que tu hermano pequeño haga lo mismo en cuanto termine el bachillerato. Qué triste debe resultar para tus padres ver cómo sus hijos se van de casa, y qué desmoralizador reconocer que lo hacen, porque quedarse ahí es incompatible con tener una mínima estabilidad mental.

    Tras un primer contacto a distancia, y un poco agresivo, Andreu baja a recibirte con más ganas en cuanto se da cuenta de que has sido tú el causante de la gresca. A él si le notas un cambio favorable. Cada vez que vienes lo ves más alto y más guapo. Le han crecido unos tirabuzones cuidadosamente desordenados en la frente. Ha intentado dejarse también un poco de barba, aunque no parece que vaya a tener tu suerte con el vello facial. No os parecéis mucho, a pesar de que tus amigos de Madrid insisten en que tenéis la nariz y la mirada idénticas. En cuanto a su personalidad, tampoco existen parámetros reconocibles con los que compararos. Los diez años que os lleváis han sido hasta ahora una brecha abismal entre vosotros. Tú siempre has sido más comedido, intuitivo y emocional. ¿Pero él? ¿Cómo es él? Ni siquiera tenía un carácter definido cuando te marchaste de casa. Sabes tan poco de tu hermano como de aquellos estudiantes franceses que tu abuela acogía cada verano en su casa. Siendo justos, intimaste más con Jerome en un mes que con Andreu durante años. Confías en que llegará un momento en el que empezaréis a recortar distancias, pero hasta ahora los abrazos que os dais reflejan más cordialidad que incondicionalidad.

    –¿Qué pasa? ¿Muy agobiado con los exámenes? –le preguntas.

    –Tengo uno de Dibujo Técnico mañana con la Isométrica.

    –Bah, te irá bien. En el fondo, Marisa es una tía guay. Lo que pasa es que le gusta hacer que su asignatura parezca difícil. Verás como luego no es para tanto.

    Lo cierto es que aquella mujer no tenía nada de guay. Era una auténtica sociópata que disfrutaba suspendiendo a adolescentes para pagar su frustración como artista. La única gracia que tenían sus clases de mierda era la voz de Amy Winehouse sonando a través del radiocasete mientras hacíais fichas o ejercicios en grupo. Aun recuerdas cómo la elogiaba cada vez que terminaba de sonar Tears Dry On Their Own al tiempo que se comparaba con ella. Qué oportuna puede llegar a ser la ignorancia. A pesar de todo, lograste entenderte con ella y quizás por eso, vuestra relación profesora-alumno, ha adquirido ahora un recuerdo más gratificante… Pero la odiabas. Quizás fue la culpable de que perdieses el interés por la arquitectura incluso antes de empezar la carrera. Ya te pasó también con el profesor de flauta en el conservatorio. Basta con encontrarse a alguien desencantado con el futuro al que aspiras, para que tú lo acabes estando también.

    –¿Por qué no ayudas a tu hermano? –tu madre, siempre bienintencionada pero muy pocas veces oportuna, lanza la primera piedra contra tu escudo.

    –Creo que la única forma en la que puedo…, ¡bueno!, que podemos ayudarlo ahora es intentando armar el menor jaleo posible en casa –dices evitando poner en evidencia tus nulos recuerdos sobre la materia y ahorrándote un primer acercamiento poco lucrativo con tu hermano.

    –Gracias, Marc.

    Otro abrazo, un minipunto de complicidad fraternal y vuelta a la habitación; no sin el previo recordatorio por parte de tu madre de que la cena estará lista en muy poco tiempo.

    Para encontrar al último inquilino de la casa tienes que ir hasta el salón. Allí lo tienes. El padre. El cabeza de familia. El tótem. El Tribunal de Cuentas. La Santa Inquisición. Sentado en el sofá con el canal de noticias 24 horas puesto, se sorprende al desviar la mirada y verte en el umbral, como si no se hubiese percatado de lo que estaba pasando a su alrededor en los últimos cinco minutos. Quizás no se ha dado cuenta de verdad. Con él nunca se sabe. Debe tener un mundo interior bastante amplio o un poder de abstracción descomunal. No crees que puedas averiguarlo nunca. Tienes un padre hermético y estoico. Un padre que se levanta para saludar a su hijo mayor con una alegría dudosa. No parece que lleve casi tres meses sin verte, pero tampoco vas a ser tú quien le reproche a nadie las pocas ganas de vivir esta situación.

    –Hola, campeón. ¿Todo bien?

    –Todo bien, papá.

    Al contrario que tu madre, tu padre prefiere no ahondar demasiado en detalles. Sospechas por qué no lo hace, pero prefieres no confirmarlo. Nunca se ha entrometido demasiado en tu vida. Ni en la tuya, ni en la de nadie. Él siempre tiene una opinión férrea sobre todo pero jamás llegará a censurar o prohibir nada. Otra cosa muy distinta es lo que tú decidas hacer tras escucharlo. Solo interviene con más ganas si la economía adquiere un papel importante en el asunto a tratar. De no ser así, todo irá bien. El trabajo, bien. La salud, bien. Los precios de los alquileres, bien. Los amigos, bien. La sequía en Andalucía, bien. La frecuencia del transporte público, bien. La pesca excesiva de atún, bien. El auge de la ultra derecha, bien. El creciente desencanto de toda una generación, bien. Todo bien. Bienvenido a la casa donde todo aparenta estar bien hasta que se revela lo contrario.

    El grito de tu madre suena por megafonía con puntualidad inglesa e ímpetu mediterráneo. La única regla inquebrantable en esta casa es la hora a la que se sirve la comida. Se come a las 14:00 y se cena a las 21:30. No hay prórrogas ni concesiones. Si quieres comer antes, te aguantas. Si llegas tarde, te lo pierdes. Hoy, ni siquiera te ha dado tiempo a deshacer la maleta. Al menos, has podido tumbarte un rato en la cama y escribirle un mensaje a Luis: «Ya estoy en casita». Diminutivo cuqui, conciliador y cutre. No va a surtir mucho efecto aunque, al menos, que por ti no quede. Dejas el móvil en la mesita de noche y te quedas embobado mirando el póster de Uma Thurman con el mono amarillo y la katana. No tienes nada de hambre. Normalmente sueles cenar pasadas las 22:00, pero tampoco es plan de dinamitar las dinámicas familiares cuando ni siquiera llevas media hora aquí. Baja, haz un esfuerzo y luego ya desapareces hasta mañana. Puedes jugar la

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