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Baila para mí
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Libro electrónico212 páginas3 horas

Baila para mí

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Información de este libro electrónico

Jennifer, una enfermera de profesión, se ve obligada a trabajar como bailarina de pole dance en un club nocturno debido al acoso de un respetado médico que le impide ejercer su carrera. Su hermano, Gabriel, desconoce esta situación ya que es un hombre conservador que no aprobaría su nueva ocupación.
Alexander, desconfiado de las mujeres debido a una experiencia pasada, se siente atraído por la hermosa bailarina que despierta su deseo. Al intentar acercarse, es rechazado por Jennifer, quien argumenta ser una mujer decente. Sin embargo, la sorpresa llega cuando uno de los empleados de Alexander, Gabriel, la presenta como su hermana. Es evidente que ella ha ocultado su verdad, por lo que Alexander ve la oportunidad perfecta para conseguir lo que desea de ella por medio del chantaje.
A pesar de la antipatía y las circunstancias, Jennifer y Alexander sienten una poderosa atracción que podría evolucionar en algo más profundo.
IdiomaEspañol
EditorialXinXii
Fecha de lanzamiento28 abr 2024
ISBN9798224850211
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    Baila para mí - Nailea Jer

    Baila para mí

    Nailea Jer

    © 2024 por Nailea Jer.

    All rights reserved / Todos los derechos reservados.

    Registro de derecho de autor: 1-2024-6518 Bogotá, Colombia.

    Naileja Jer

    naileajer@legereeditores.com

    Edición y corrección: Legere Editores ©

    Fotografía de portada: https://pixabay.com/es  © su propietario.

    Montaje y diseño de portada: MRC ©

    ISBN: 9798224850211

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    E-Book Distribution: XinXii

    www.xinxii.com

    logo_xinxii

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    A quienes han encontrado

    el amor y la pasión donde

    menos los esperaban…

    Jennifer, una enfermera de profesión, se ve obligada a trabajar como bailarina de pole dance en un club nocturno debido al acoso de un respetado médico que le impide ejercer su carrera. Su hermano, Gabriel, desconoce esta situación ya que es un hombre conservador que no aprobaría su nueva ocupación.

    Alexander, desconfiado de las mujeres debido a una experiencia pasada, se siente atraído por la hermosa bailarina que despierta su deseo. Al intentar acercarse, es rechazado por Jennifer, quien argumenta ser una mujer decente. Sin embargo, la sorpresa llega cuando uno de los empleados de Alexander, Gabriel, la presenta como su hermana. Es evidente que ella ha ocultado su verdad, por lo que Alexander ve la oportunidad perfecta para conseguir lo que desea de ella por medio del chantaje.

    A pesar de la antipatía y las circunstancias, Jennifer y Alexander sienten una poderosa atracción que podría evolucionar en algo más profundo.

    Capítulo 1

    La sugestiva música comenzó a sonar por todo el establecimiento mientras el locutor anunciaba la aparición de la atractiva rubia conocida como Kyra.

    Los presentes vitorearon mientras las luces rojas, moradas, azules y amarillas bañaban el brillante escenario en donde apareció una de las bailarinas más hermosas y profesionales del club.

    No era una simple bailarina, era una diosa. Una diosa que emergía desde la nube de humo coloreada por los reflectores, como la perfecta creación de la sensualidad y el goce. Su preciosa piel dorada era acariciada por la lencería del más fino encaje negro que cubría y que a la vez insinuaba. Los sensuales accesorios como el sombrero, los guantes, las medias y una estola imitación piel caerían dentro de poco de su cuerpo dejándola casi desnuda. Su hermosísimo cabello rubio largo y sedoso caía en perfectas ondas por su espalda para juguetear con sus mechones desde los hombros hasta la cadera. Su bello rostro estaba adornado con un maquillaje que resaltaba la belleza de sus ojos azules. Su nariz respingada y sus labios rojos y redondos eran muy femeninos y tentadores. Asomaba en su cara una ligera sonrisa, mitad seductora, mitad inocente.

    Los ojos de todos se centraron en el perfecto cuerpo de la muchacha que avanzaba hacia el centro de la pista, contoneándose sensualmente y con elegancia, donde el tubo la esperaba para jugar con ella, para ser la representación de un amante que recibiría su delicioso toque, el tacto de su piel y de sus manos.

    La joven empezó a realizar su trabajo con la misma pericia con la que lo hacía desde un año atrás, cuando comenzó a trabajar en aquel sitio. Dejaba que la música la tocara sensualmente de pies a cabeza, que recorriera su piel, que la bañara con el erotismo que necesitaba para bailar y deleitar a su público que la observaba con complacencia. Kyra movía sus largos y sedosos brazos, enseñaba su esculpido torso, mecía sensualmente las voluptuosas caderas, y exhibía sus larguísimas piernas a la vez que las prendas iban cayendo poco a poco de su perfecta anatomía.

    Kyra se había ganado un lugar en aquel establecimiento por ser una de las mejores, una de las más profesionales, una mujer hermosa, pero sobre todo poderosamente sexy. Nadie que la observara bailar con tanta desenvoltura, sensualidad y pasión, pensaría que esa no era su verdadera profesión.

    Lo cierto era que no se llamaba Kyra sino Jennifer, que no era bailarina sino enfermera y que además estaba estudiando finanzas en la universidad.

    Su historia era curiosa y a la vez un poco triste.

    Hacía dos años, Jennifer había terminado sus estudios de enfermería. Desde siempre se había interesado por las ciencias de la salud, y en cuanto terminó la educación media se matriculó en la universidad para convertirse en enfermera. Después de algunos semestres, había logrado su título con honores. Sus buenas calificaciones y las recomendaciones de sus profesores por su habilidad y compromiso la habían llevado a conseguir empleo en uno de los mejores hospitales de la ciudad. Allí había trabajado alrededor de un año, primero como auxiliar y posteriormente como asistente del doctor Tamayo, el cirujano más importante de la clínica y uno de los mejores de la ciudad.

    Paradójicamente, esa promoción que en un inicio le había parecido una magnífica oportunidad de ascender y demostrar sus capacidades y habilidades, se había convertido en su maldición. El doctor Tamayo se había encaprichado con ella, y en menos de dos meses había intentado propasarse. Primero, se había insinuado sutilmente a la muchacha quien prefirió hacer oídos sordos a sus zalameras palabras. Después, había hablado de una manera más directa, y ella lo había rechazado de manera cortés y decorosa. Jennifer le había dejado claro que de ella no conseguiría nada más que una relación profesional, y eso había arruinado su carrera.

    Una tarde, había sido citada por el director del hospital, quien en sus manos tenía uniforme sobre un supuesto error que había cometido: intercambiar las medicinas de dos pacientes, lo cual había provocado problemas serios en la salud de ambos. Jennifer sabía que no era cierto, que ella no había cometido ningún error. Trató de defenderse, aseguró que nunca había cometido tal equivocación, pero el director le había mostrado el expediente con las claras consecuencias que había provocado el descuido. Ella aseguró que no había sido la responsable de esta equivocación, pero todas las pruebas estaban en su contra. Había sido despedida de inmediato, y además, su expediente laboral había quedado marcado por esta calumnia, de tal manera que le cerraron las puertas en cualquier otra institución en la que presentó su currículo.

    A los pocos días, Jennifer supo que todo había sido una trampa. El doctor Tamayo la había contactado a fin de presionarla para acceder a sus proposiciones a cambio de regresarle su puesto de trabajo. Le había dicho que él aclararía el error, que él buscaría desviar la acusación para que restablecieran su cargo y su buen nombre, todo a cambio de tener una sórdida aventura con él. En ese momento, se dio cuenta de que el supuesto error había sido premeditado y preparado por el doctor Tamayo para tener forma de acorralarla y empujarla a acceder a sus propósitos, incluso a costa de la salud de dos pacientes.

    No obstante, Jennifer era una joven honesta, así que a pesar del futuro poco prometedor, se había negado por completo a acceder a las oscuras intenciones de su verdugo.

    Había intentado encontrar trabajo durante varios meses. Presentó su currículo en varios hospitales, clínicas e institutos de salud. Pero la respuesta siempre era la misma. En algunas ocasiones la entrevistaron y le aplicaron pruebas, pero la respuesta finalmente era negativa. No dudo incluso que el doctor Tamayo hubiera movido sus influencias para evitar que fuera contratada, pues era un médico poderoso y prestigioso en su medio.

    Esa situación se prolongó aproximadamente por un año, así que su condición económica y familiar se hizo compleja.

    Desde la adolescencia había vivido con su hermano mayor, quien se había hecho cargo de ella después de la muerte de sus padres en un trágico accidente. Gabriel, diez años mayor que ella, se había encargado de la niña y la había tratado como si se tratara de su hija. Había sido él quien había pagado los estudios de la joven a pesar de que su sueldo como publicista no era muy alto. No había sido fácil pero habían salido adelante. Ahora era el turno de ella de comenzar a retribuir algo de todo lo que él había hecho. Y lo hizo mientras pudo.

    Sin embargo, cuando su hermano se había quedado sin trabajo debido a la bancarrota de la empresa en la cual había laborado durante años, no dudó en hacer caso de la recomendación de una de sus mejores amigas y entrar a trabajar al club nocturno como bailarina exótica.

    La idea no le había gustado a principio. A pesar de que su amiga le había asegurado que no tendría que hacer nada más si no quería, la idea de bailar casi desnuda frente a la mirada lujuriosa de muchos hombres la cohibía y la hacía sentirse desestimada.

    No obstante, la situación apremiaba. Así que un día, se despojó de toda su vergüenza y todos sus prejuicios, y se dirigió a la casa de Aneth, su amiga, una chica que se dedicaba a bailar desde hacía cinco años. La joven la llevó al club en donde ella trabajaba, y donde siempre hacían falta jóvenes que quisieran ganar un buen dinero. Había comenzado esa misma noche. Aunque se había sentido abrumada con su primera experiencia, se dio cuenta de que no era el trabajo vil e indigno que había pensado o que otros creían. Ella simplemente se limitaba a bailar. A moverse sensualmente al ritmo de la música, mientras algunas de sus prendas iban cayendo al suelo, develando cada vez más su hermosa anatomía para el deleite de los caballeros que la observaban. Con el paso de los días se relajó y se dijo que podía sacar provecho de esta nueva actividad.

    No podía negar que el trabajo era lucrativo. Lo que ganaba allí en una semana, era lo mismo que ganaba como enfermera en todo un mes. Eso sin contar las propinas que a veces eran más generosas de lo común.

    Se sintió contenta de poder sostener su casa, así como lo había hecho Gabriel durante mucho tiempo. El dinero que ganaba era suficiente, y decidió que debía recomenzar en una nueva profesión, pues no quería permanecer como bailarina exótica durante mucho tiempo. Así que regresó a la universidad, esta vez para estudiar finanzas.

    Su tiempo se dividió entonces entre sus actividades diurnas y nocturnas. Todos los días se dedicaba a seguir sus estudios, cuatro noches a la semana se dedicaba al baile.

    Había pasado un año, y hasta el momento las cosas habían salido bien. Había conocido casos de sus compañeras que de tanto en tanto tenían algún problema por un hombre obsesionado con ellas, o que se veían envueltas en escándalos por reclamaciones de las celosas parejas de los clientes. Pero a ella todo le había salido bien. Y estaba bastante agradecida por eso. Todo estaba marchando como debía.

    La música llegaba s su final, y Kyra no se dio cuenta de que había estado pensando en este último año mientras casi automáticamente su cuerpo se movía sobre la pista. Apenas cubierta por su pequeña y sexy tanga negra y por el diminuto sostén a juego escuchó que la música llegó al punto en el que tenía que hacer su último movimiento. Sus delgados dedos viajaron al amarre del sujetador en su espalda para halarlos sensualmente. Estaba de espaldas al público, y ellos vitorearon en cuanto notaron que la tela abandonaba la delicada piel. Con un movimiento sexy, Kyra desprendió la pequeña prenda de su cuerpo, todavía de espaldas a ellos, para lanzarla al aire. La música terminó y con ello el espectáculo de la preciosa rubia.

    Después de una mirada risueña hacia el público y un gesto con la cabeza, Kyra se dirigió a su camerino. Su primer baile de la noche había terminado.

    *****

    Alexander todavía se preguntaba qué hacía en ese sitio. Ese tipo de lugares no eran su estilo. Jamás lo habían sido, y se dijo que jamás lo serían.

    El atractivo y joven hombre sentado solo en una de las mesas, bebía lentamente un whisky doble mientras observaba con curiosidad el lugar al que jamás creyó que pudiera entrar. Las mujeres eran hermosas. Rubias, morenas, pelirrojas, todas eran preciosas, con sus hermosas curvas sensuales expuestas a la vista de todos los presentes, con sus preciosos cabellos lustrosos cayendo por sus espaldas y sus hombros, con sus seductoras sonrisas y sus estudiadas miradas preparadas para hipnotizar a quien estuviera dispuesto a permitirlo.

    Tenía entendido que quedaban solo un par de espectáculos. Era poco más de la medianoche y algunos hombres ya habían comenzado a marcharse. Los que quedaban eran todos mayores. Algunos estaban solos, otros en grupos con dos o tres amigos. Todos bebían algo mientras sus miradas se paseaban por los cuerpos de las preciosas mujeres que sin ningún pudor bailaban insinuantes para ellos mientras las prendas más inusuales caían de sus bellos cuerpos dejando poco o nada a la imaginación.

    Nunca había entrado un lugar así. No le llamaban particularmente la atención.

    Sin embargo, los motivos que lo habían empujado a acudir a aquel prestigioso club nocturno eran demasiado poderosos. El despecho y la rabia podían ser dos motores que impulsaban cualquier máquina de venganza y autodestrucción.

    Todavía recordaba con lujo de detalles la tarde en la que había llegado al departamento de Diana, su novia, a darle una sorpresa por su aniversario. Sin embargo el sorprendido había sido él. La encontró en la cama teniendo sexo duro y salvaje con el nombre que le había presentado como su primo. La verdad no sabía si en realidad era su primo o era una excusa para justificar la presencia de su amante sin que tuviera ninguna sospecha sobre su verdadera relación. Lo cierto era que los había visto en una escena que no le envidiaba nada a la de una película pornográfica.

    Después habían llegado diversas excusas. La primera: ella no quería hacerlo, estaba siendo obligada por aquel hombre. La segunda: la tentación había sido muy grande. La tercera: Alexander no tenía tiempo para ella, la dejaba abandonada sin suplir sus necesidades de mujer. La cuarta: no podía olvidar la relación que había tenido con ese hombre hacía muchos años atrás. La quinta: el clima o cualquier otra estupidez. Al fin y al cabo, cualquier excusa era completamente inválida para el acto de traición al que Alexander había sido sometido.

    Había conocido a Diana desde hacía siete años, cuando ella había entrado a trabajar a su compañía de publicidad como una de las modelos de las campañas. Era preciosa. Con un cuerpo de infarto, y un cabello rojo natural que de alguna manera debelaba su profunda y oculta naturaleza apasionada. Él mismo había conocido esa naturaleza tan solo unos días después de que ella empezar a trabajar allí.

    Ahora que lo reflexionaba, se daba cuenta de que ella era quien lo había buscado, quien lo había perseguido, quien lo había seducido, incluso quien le había pedido matrimonio. Siempre pensó que esto se debía a que Diana era una mujer decidida, fuerte y directa. Pero ahora se daba cuenta que ella solo iba tras su dinero.

    Se había mostrado como una mujer cálida que se había enamorado de él desde un primer momento. Le gustaba esa forma de ser directa, fuerte, apasionada. Y se había enamorado completamente de ella. Por eso, nunca le negaba nada. Ni siquiera cuando le pidió dinero para comprar un departamento, ni tampoco cuando le pido un auto nuevo, ni cuando le dijo que ya no quería trabajar más, ni tampoco cuando le dijo que su primo vendría a vivir con ella.

    ¿Cómo había sido tan imbécil?

    Pero se lo merecía por crédulo y tonto.

    Las mujeres como Diana eran unas malditas hienas. Esas chicas hermosas que desbordaban belleza y sensualidad se valían de artimañas

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