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Hannah: Antes y después
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Hannah: Antes y después
Libro electrónico196 páginas2 horas

Hannah: Antes y después

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La medicina es una de las profesiones más bonitas y necesarias para que una civilización moderna se sostenga. Pero no todo es luz dentro de este mundo. También hay sombras.
Joana Duluan nos cuenta, a través de Hannah, el costoso proceso de llegar a ejercer la medicina para ayudar a los más necesitados. El camino no es fácil, hay muchos obstáculos, trampas y abusos de todo tipo. Pero el camino también nos depara momentos de felicidad. Y es que el camino es como la vida. No todo puede ser bonito y positivo. Pero, al final, nos quedamos con las luces, porque esas siempre nos acompañan para guiarnos hacia lo mejor.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 nov 2021
ISBN9788411140669
Hannah: Antes y después

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    Hannah - Joana Duluan

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Joana Duluan

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1114-066-9

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    Prólogo

    Muchas experiencias que nos rodean deben ser vividas para ser comprendidas al completo. La empatía es un grado, pero la experiencia es la copa del árbol. La cereza del pastel. ¿Cómo vamos a comprender lo que son horas y horas de guardia nocturna en un hospital sin haberlo sufrido en nuestras carnes?

    Esta es la mejor manera de acercarse a esa experiencia. Una forma de interiorizar al máximo el esfuerzo y sacrificio que implica graduarse en medicina. Es una montaña que ya, desde la base, implica una serie de problemas: los años de duración de la carrera, las horas de estudio, la poca vida social a causa de lo anterior… La decisión de estudiar medicina es, al final, un antes y después.

    En Hannah encontramos no solo los preparativos para abalanzarse contra las faldas de esta montaña tan grande, sino que comprobaremos cómo la vida de la protagonista avanza cual montaña rusa incontrolable. El esfuerzo y el sufrimiento estarán presentes durante toda la obra, pero no solo: las situaciones de tensión con estudiantes, pacientes y otros médicos se repetirán constantemente para demostrarnos que, aunque la medicina sea completamente necesaria, esto no la libera de los efectos negativos que pululan por algunos seres humanos.

    Joana Duluan abre en canal a su protagonista para retratar una serie de eventos de forma humana, que es de lo que trata la medicina, al fin y al cabo. Hannah es una obra que curará la ceguera en torno a lo utópico que puede ser trabajar curando a personas enfermas. No todo es agradecimientos y sonrisas tras una consulta con un paciente pero, al final, la satisfacción por el trabajo bien hecho es lo que nos llevamos a casa. Y Joana puede estar satisfecha con su obra.

    Manuel Cruz Rodríguez

    INTRODUCCIÓN

    La historia de Hannah contiene momentos que todo médico ha vivido. Es todo aquello que existe detrás de un hospital o un consultorio médico. Todo lo que el paciente o personas ajenas a esta profesión desconocen, pero deberían saber. Y todo lo que muchos profesionales de la salud han vivido o vivirán.

    Hannah es la joven cuyo sueño fue ser médico. Como la mayoría que desea estudiar medicina, quería salvar vidas y sanar personas. Pensaba en el conocimiento que se adquiere en esa carrera y la majestuosidad del funcionamiento del cuerpo humano. Se visualizaba ayudando a preservar la vida y siendo ayudada para lograr su objetivo.

    Sin embargo, desde la universidad y sus primeros años en los hospitales, conoció trampas, deshonestidad, mentiras, acosos, y sufrió la pérdida de personas queridas. Siendo médico, no fue muy diferente a lo que ya conocía, solo que ahora se ve envuelta en estafas, intrigas, impunidad, abuso de autoridad y delincuencia.

    Sus anécdotas en la universidad y sus experiencias en el trabajo la llevan a tener momentos de alegría, tristeza, angustia y desesperación. Cumplir con el juramento hipocrático que alguna vez recitó se convirtió en una tarea difícil de cumplir. No obstante, su pasión por la medicina y el amor a sus pacientes, hacen de Hannah la doctora amor.

    La ética, antiética y la iatrogenia quedan plasmadas en las líneas de este libro. Asimismo, los momentos de heroísmo en contraste con la violencia provocada por malhechores muestran la realidad que vive una sociedad. Así como la realidad que se vive dentro de los hospitales.

    Hannah es la entrada al mundo del gremio médico a través de esta historia donde se une la realidad con la ficción.

    Cuando elegí ser médico, pensé que estaría dentro de un consultorio atendiendo pacientes y dando recetas. Jamás imaginé que tendría que estar en medio de estafas, difamaciones, intrigas, mentiras, secuestros, robos y demás. Ser médico me hizo conocer la satisfacción de salvar vidas, pero también descubrí el lado obscuro de la medicina, ese del que nadie habla fuera del gremio.

    Agradecimientos

    Alguna vez soñé con ser médico y escribir un libro……

    Hoy agradezco a Dios darme vida y fortaleza para cumplir mis sueños.

    Gracias a mis padres, hermanos, hija y esposo.

    Sin su amor, no sería todo lo que soy.

    .

    Escuché a mi corazón decir cree en ti,

    y decidí creer para ser…

    Seré médico…

    Aún escuchaba esas palabras retumbar en mi cabeza. Aquella tarde, el discurso que dio la chica con el promedio más alto de la generación en la ceremonia de graduación me dejó traumada con la repetición que hizo en múltiples ocasiones de las palabras seré médico, y lejos de parecerme un discurso motivador, me pareció un discurso abrumador. Pero su semblante altivo se llenaba de regocijo y orgullo cada vez que decía esas palabras.

    Mis padres parecían estar satisfechos con mis logros. El auditorio estaba lleno. Los acompañantes del resto de alumnos también se veían felices. Los aplausos se escuchaban cada que tomaba la palabra algún orador y cuando terminaba de hablar. Por donde quiera que volteaba veía caras felices. Fue una ceremonia formal, los estudiantes estábamos vestidos de blanco y los familiares con sus mejores galas. Al final de los discursos, nos hicieron elevar nuestra mano derecha y pronunciar el juramento hipocrático.

    Prometo solemnemente consagrar mi vida al servicio de la humanidad..., dijimos todos con entusiasmo, y seguimos pronunciando el juramento. Cuando terminamos, las porras empezaron a escucharse y los aplausos de júbilo no cesaban. Todos estábamos felices. La ceremonia concluyó y regresé con mi familia a casa.

    En el camino iba pensativa, me emocionaba, pero también me atemorizaba lo que seguía. Estudiar medicina no es fácil, solo los que persisten pueden llegar hasta el final, repetía en mi cabeza una y otra vez. La falsa idea de que los inteligentes son los que estudian medicina hace tiempo la había dejado atrás. Perseverancia, solo eso se necesita.

    La carrera generalmente dura 6 años, aunque en algunos lugares puede ser de siete. Es la más larga que conozco. Si quieres maestría, especialidad y doctorado, terminas cuando tienes cerca de 40 años, o al menos los 30 si los rebasas.

    Los primeros 4 años se estudian en la facultad, y al concluir ese tiempo se lleva a cabo la graduación. No se hace hasta que terminas todo porque cuando eso sucede, ya no estás en la escuela, no vuelves a ver a tus maestros ni a tus compañeros. Nosotros habíamos concluido esos cuatro años, por eso ese día estábamos ahí, recibiendo nuestro diploma. Escuchando las palabras del director de la facultad y de algunos de los maestros. Diciendo votos éticos que regirían nuestra vida futura.

    No faltó quien llorara durante la ceremonia, tampoco faltó quien susurrara algún chiste y nos hiciera reír a todos.

    Maritza Torres se levantó de su asiento cuando escuchó su nombre y se dirigió al pódium para recibir su diploma, caminaba erguida y con una sonrisa de oreja a oreja. De pronto sucedió lo inesperado, tropezó con uno de los cables de los micrófonos, cayó graciosamente y en su afán por levantarse rápido, volvió a caer.

    —¿Estás bien? —preguntó el maestro de ceremonias. Algunos ponentes bajaron a ayudarla.

    —Sí, gracias —dijo sonrojada.

    Caminaba con dificultad cuando le dieron su diploma y regresó a su asiento.

    El auditorio estaba asombrado, algunos empezaron a reír inmediatamente, otros hicieron exclamaciones, unos más solo veían atónitos lo ocurrido. Los murmullos de la gente no cesaban. Maritza estaba de mil colores y no sabía dónde esconderse, se notaba incómoda. Después de unos minutos, la ceremonia continuó sin mayores percances.

    Al final, los familiares entregaron arreglos florales, peluches y otros objetos a sus hijos graduados.

    Las críticas de lo bueno y lo malo no se hicieron esperar. En cuanto pusimos un pie fuera del auditorio, algunos comenzaron a quejarse de todo, otros veían solo lo positivo. Los graduados estábamos felices, nos tomamos fotos desde todos los ángulos, queríamos conservar ese momento para siempre. También posamos para la foto de la generación, así vestidos de blanco con nuestras mejores batas. No quisimos togas ni birretes, queríamos que se notara que éramos de medicina.

    Después vino la despedida, sabíamos que muchos ya no nos volveríamos a ver jamás.

    El quinto año se realiza en hospitales y se llama internado. Ahora era la fase que empezaríamos. Todos habíamos esperado ese momento con ansia, queríamos sentirnos médicos.

    Continuamente hablábamos de eso, pensábamos si nos convenía hacer el internado en hospitales particulares o de gobierno, necesitábamos estar bien preparados porque la mayoría aspirábamos a hacer una especialidad al término de la carrera.

    El último año de medicina es el servicio social, el cual implica atender personas en comunidades específicas. Hay plazas o lugares en los que se debe permanecer 24 horas del día; existen otras en que solo con asistir cuatro horas es suficiente. Es injusto que sea de esa manera, porque implica que hay quienes trabajan más del doble para obtener el mismo resultado: la carta de finalización de servicio social con la cual se da por terminada la carrera. Pero así son las cosas, el argumento que dan las autoridades de la escuela es que los mejores promedios ocupan esos lugares de cuatro horas.

    Sin embargo, conocí mucha gente que era repetidora de años por haber reprobado materias y estaba en esas plazas. Cuando las veía no podía dejar de pensar en lo mal estudiantes que eran y en el peligro que representaban para los pacientes.

    Finalmente, después de esos años de entrenamiento, el futuro médico debe realizar un examen profesional de conocimientos generales o, en su defecto, una tesis y examen de la misma. Entonces es cuando verdaderamente ya se es médico.

    El tiempo que faltaba para ese momento parecía eterno. Pero estaba feliz y no quería que nada opacara mi felicidad, así que evitaba pensar en ello.

    Mis padres charlaban mientras yo soñaba despierta.

    —¡Llegamos! —dijo papá.

    —¿No piensas bajar del coche, Hannah? —preguntó mamá.

    —Sí, ya voy —dije sonriendo. Mi mente aún estaba en otro lugar.

    Descansé unas horas y comencé a arreglarme para la fiesta de graduación. Tenía el vestido perfecto y había escogido cuidadosamente los zapatos, maquillaje y accesorios para esa ocasión. Quería lucir radiante. Mi familia estaría conmigo en ese momento tan especial, pero también Luiggi, Jonathan y Sebastián, quienes eran amigos de mis hermanos desde hace años.

    El salón de la fiesta estaba al otro lado de la ciudad, así que salimos lo antes posible para ser puntuales. El lugar era lujoso y enorme. La cantidad de asistentes lo llenaba en su totalidad.

    Cuando llegamos, el personal de recepción nos llevó a nuestros asientos. La mesa redonda con manteles rojos estaba frente a la orquesta, así que la vista fue excelente. El menú incluía vino tinto que acompañó el corte de carne que nos dieron. Un ambiente romántico invadía el lugar.

    Al término de la cena, empezó el baile. Luiggi pidió permiso a mi papá y me sacó a bailar. Era un hombre de estatura media, cuerpo musculoso, tez morena, barba perfectamente afeitada, ojos obscuros y serenos.

    —Felicidades, Hannah —me dijo al oído suavemente. Su voz inspiraba tranquilidad.

    —Gracias, Luiggi —le dije un poco apenada. Su presencia me ponía nerviosa.

    Seguimos bailando hasta que terminó la pieza. Me llevó a mi lugar e hizo una reverencia en agradecimiento.

    No sé si fue el lugar, el ambiente o el momento, pero ver a ese hombre me hacía suspirar y desear seguir bailando con él.

    Jonathan y Sebastián también me sacaron a bailar, me platicaban muchas cosas que no logro recordar. Continuamente veía hacia el lugar donde estaba Luiggi y lo encontraba mirándome, entonces bajaba la mirada o la dirigía hacia otro lugar.

    Luego de un pequeño descanso que hizo la orquesta, mi padre y mis hermanos bailaron conmigo, estábamos felices. Mi madre y mi hermana también disfrutaban la fiesta.

    Hubo un momento incómodo cuando uno de los compañeros se alocó y empezó a gritar incoherencias. Caminaba desequilibrado y su novia no lo podía controlar. Entonces seguridad lo sacó del lugar.

    El otro momento desagradable sucedió cuando Roxana Carrillo quiso desvestirse en medio de la pista. También fue retirada del lugar.

    Fuera de eso, la fiesta nos gustó a todos. Cuando salimos eran las 2:00 am. Había pocos carros circulando las calles de la ciudad. No dije mucho durante el trayecto. Pensaba en Luiggi y la pieza que habíamos bailado.

    Cuando fui a dormir, aún sentía emoción en mi corazón. Debí quedarme dormida al instante porque solo recuerdo que soñé estar haciendo mi examen profesional. Los maestros del jurado hacían muchas preguntas y por los nervios no sabía qué contestar. Sentí angustia y desperté asustada. Sonreí al ver que todo había sido un mal sueño y me volví a quedar dormida.

    El Taquitos y

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