Hasta que el musgo
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Hasta que el musgo - Roberto Cruz Arzabal
Volver es un vaso de porcelana azul
Pero el camino ya es otro camino,
y la casa otra casa.
Manuel Ulacia
Ningún vaso de porcelana china
es nunca sólo un vaso
de porcelana china;
puede ser y no ser
una forma impaciente
que en su talle uniforme no recuerde
sino un pozo, color azul cobalto;
o un padre muerto, una explosión, un pez.
Todo cabe en el vaso, no la espera;
la esperanza fue siempre otra manera
de confirmar con el cuerpo el futuro
en la quietud de quien
se sabe sólo ya en la introspección;
es que no saben esperar los vasos,
acaso ser llenados; quizá son
metáfora del ser,
pero no lo aseguro.
Este vaso de porcelana china
es solamente un vaso
de porcelana azul
para dejar estar lo por beber;
a veces es, entonces, la paciencia
y una mano que toca
grasienta o sudorosa
la capa transparente de las cosas,
así, tocar el mundo
es una forma de la posesión;
una orgía de objetos con las manos;
ser en ti en lo que tocas:
el dinero, tu cuerpo cuando orinas,
las secreciones desde tu pasado,
el tiempo que se guarda entre tus miembros.
(Sin ánimo juntar
las piezas. No venderlas,
tampoco producirlas,
sólo depositar en mí los restos
de tu cuerpo en la huella de lo azul).
Ahora, el vaso de porcelana china:
vaso y cuerpo, o mejor
el vaso y su contorno, entraña hueca,
a veces china, porcelana o vaso,
a veces, puede ser
la casa que te espera, una prisión
sin puerta, sin esquinas;
–una casa es la sed–
así el camino del hogar que tiene
una luz cenital que todo cubre,
un trazo irregular
y la figura de un viajante en plomo
con maleta, sombrero y con bastón.
El viajante camina hacia la casa;
pero esta, sin embargo, no es la casa,
pero también su representación:
imagen, de una idea, traicionera:
¿poesía muda o pintura que nos habla?
Leonardo nos diría que ninguna,
que a cada cual su rostro,
su centro luminoso,
a otra un diapasón.
Leonardo fue Da Vinci, por supuesto,
el centro luminoso, una idea vieja,
y el diapasón apenas un mal chiste.
La casa es una sede.
Al interior del vaso
las miradas de los que se recuestan
a observar detenidos
el paso de las cosas en el polvo,
con una lentitud definitiva,
paisaje o ready-made de la mirada:
dispositivo de la apropiación
artística, liberación del lápiz
que dibuja con mano temblorosa
una línea de fuga a ras de suelo:
la ruta fue camino del viajante.
El movimiento de lo discontinuo
fue forma de la música que cantan
los lagos que contienen continentes,
azul es el color de la mudanza:
viaje que siempre inicia in media res.
El viajante regresa hacia la sed,
no al agua ni al paisaje
pintado en una porcelana china;
¿a dónde fue el viajante? Poco importa,
no importa el movimiento
–problema es no saber
si viene o va de espaldas;
si acaso, poco o mucho, lo sabemos,
el vaso, la figura, su camino,
la lámpara que brilla sobre el sitio
de la pieza, su zócalo también,
su ficha explicativa en el museo–
lo que importó fue Circe, la