Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Los trabajos del exilio en les hijes: Narrativas argentinas extraterritoriales
Los trabajos del exilio en les hijes: Narrativas argentinas extraterritoriales
Los trabajos del exilio en les hijes: Narrativas argentinas extraterritoriales
Libro electrónico644 páginas10 horas

Los trabajos del exilio en les hijes: Narrativas argentinas extraterritoriales

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

En este volumen procuramos indagar las experiencias del exilio infantil y juvenil argentino acontecido cuando las familias debieron salir del país para escapar del terrorismo de Estado, colocando el foco en el análisis de algunas producciones literarias y artísticas. Bajo este horizonte comenzamos por preguntarnos por el alcance y los límites del término en cuestión: ¿en qué medida la idea de exilio consigue describir la peculiaridad que esta situación adquiere para esta segunda generación? Si este concepto fue pensado para las primeras generaciones: ¿cuáles serían, entonces, los puntos de difracción que les hijes articulan y qué nuevas singularidades adquieren los desplazamientos en ellos? Proponemos explorar los modos en que estas narrativas elaboran la experiencia exiliar en sus diferentes facetas: el desgarramiento de la partida, la confrontación con nuevas lenguas y códigos culturales, la gestión del secreto familiar, la nostalgia por un fantasmático país que no es el propio, el regreso de los padres a rgentina (que a menudo es un primer exilio para los chicos), la conciencia de su doble pertenencia y de su condición híbrida, transterrada, fronteriza. Sus relatos suelen instalarse en una zona liminar entre géneros, identidades, lenguas y culturas, estableciendo vínculos con otras narrativas coetáneas y ficciones de “extranjería” que dan cuenta de la existencia una literatura argentina transnacional y multilingüe.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 abr 2024
ISBN9789876998468
Los trabajos del exilio en les hijes: Narrativas argentinas extraterritoriales

Relacionado con Los trabajos del exilio en les hijes

Títulos en esta serie (77)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Crítica literaria para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Los trabajos del exilio en les hijes

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Los trabajos del exilio en les hijes - Teresa Basile

    Cartografiando las narrativas del exilio infantil y adolescente argentino

    TERESA BASILE

    Universidad Nacional de La Plata

    CECILIA GONZÁLEZ

    Universidad Bordeaux Montaigne

    0/ Deslindes

    En este volumen procuramos indagar las experiencias del exilio en los hijos e hijas de militantes argentinos que debieron salir del país para escapar del terrorismo de Estado, colocando el foco en el análisis de sus producciones literarias y artísticas. Bajo este horizonte, comenzamos por preguntarnos por el alcance y los límites del término en cuestión: ¿en qué medida la idea de exilio consigue describir la variedad, complejidad y peculiaridad que esta situación adquiere para esta segunda generación? Si este concepto fue pensado para las primeras generaciones, ¿cuáles serían, entonces, los puntos de difracción que los hijos e hijas articulan y qué nuevas modalidades adquieren los desplazamientos en ellos?

    El llamado Exilio del 76 (Jensen, 2010) –que se extendió desde 1973 hasta 1983– fue extensamente abordado desde diversas disciplinas de las ciencias sociales configurando un amplio panorama sobre diferentes aspectos que atañen a esta práctica represiva instrumentada por el terrorismo de Estado para neutralizar a la oposición política. Tanto Marina Franco en El exilio: argentinos en Francia durante la dictadura (2008), Pablo Yankelevich en Ráfagas de un exilio: argentinos en México, 1974-1983 (2009) y Silvina Jensen en Los exiliados. La lucha por los derechos humanos durante la dictadura (2010) iluminan las experiencias centrales de estos sobrevivientes. A estos trabajos se agregan, entre otros, los importantes aportes de Sznajder y Roniger (2013), Lastra (2021) y, Coraza de los Santos y Lastra (2020). Una brevísima síntesis de estos análisis nos permitirá vislumbrar las dimensiones y significaciones del exilio para la primera generación de los militantes que servirá de base comparativa para indagar las particularidades del exilio de los hijes.¹

    Estas investigaciones abarcan, en primer lugar, una caracterización general en torno al período y fluencia con que se dio el exilio; sobre la condición, el estatus social y la pertenencia política de los exiliados; sobre la situación legal, las vías terrestres, marítimas y aéreas que tomaron y los países a los que fueron, entre otras cuestiones. La condición de exiliado se extiende a quienes han sufrido persecución directa; a quienes, sintiéndose amenazados, decidieron emigrar; y también, incluso, a aquellos que, estando en el extranjero, ya no pudieron regresar (Sznajder y Roniger: 2013).² Para dar cuenta, entonces, de la variedad y complejidad de estas experiencias de migración forzada, se plantea la necesidad de historiar ya no el exilio, sino los exilios (Jensen, 2018). Esta tarea llama a una recolocación de este exilio argentino –para marcar sus diferencias– en otros trazados: desde los vínculos con los exilios coetáneos del Cono Sur hasta las relaciones con otros exilios y migraciones latinoamericanas anteriores y posteriores (Sznajder y Roniger, 2013; Coraza de los Santos y Lastra, 2020).

    Al considerar una perspectiva temporal, el exilio de la dictadura constituye el punto culminante de una historia migratoria argentina atravesada por destierros acontecidos en diferentes épocas y bajo varios regímenes políticos, como el exilio de la Generación del 37 o el exilio peronista –para citar solo dos casos de los más conocidos–. La última migración política se distingue de las anteriores, sin embargo, por su carácter masivo: las cifras estimativas oscilan entre 300.000 y 500.000 personas que abandonaron el país (Jensen y Yankelevich, 2007: 405).³ Entre ellos se reconocen grandes figuras del campo intelectual, artístico, cultural –cineastas, escritores, docentes e investigadores universitarios, periodistas, cuadros políticos, músicos, artistas plásticos–. Su actividad fue decisiva en la denuncia de los crímenes de la dictadura, en las campañas de solidaridad internacional y en el compromiso creciente con causas ligadas a la defensa de los Derechos Humanos (DDHH). Forman parte, con todo, de oleadas de migrantes políticos cuyo contorno es, aún hoy, difícil de precisar. El alcance familiar de muchos de estos desplazamientos, que sumó en ocasiones a abuelos y otros miembros de una familia ampliada, es otra de sus particularidades. Esto incidió también en la variedad de modalidades de la partida de padres, hijos y otros familiares.

    Al hablar del exilio argentino de los 70, nos encontramos de hecho ante un vocablo que engloba situaciones jurídica, política y socialmente diversas: refugiados, miembros de organizaciones políticas y político-militares que en algún momento decidieron partir; refugiados con asilo político en alguna embajada extranjera; presos a quienes se les acordó la opción de abandonar el país; viajeros que salieron del país con visa de turista y luego gestionaron –o no– el asilo político en sus países de llegada, titulares de dobles ciudadanías. Los formatos fueron diversos y esta miríada de situaciones tiene una incidencia también en las experiencias exiliares de les hijes.

    Pese a su variedad, todas estas modalidades del exilio se enmarcan en un dispositivo común de expulsión física de los enemigos políticos que inscribe a los exilios latinoamericanos dentro de los fenómenos de desplazamiento forzados (en diversos grados) y consecutivos de las grandes violencias de masas del siglo XX. Uno de los tópicos de la literatura exiliar de la primera generación es el del retorno al país de los abuelos inmigrantes (de Diego, 2007: 169). También la narrativa de los/las hijos/as enlaza la experiencia vivida en historias familiares transgeneracionales que vuelven sobre la persecución nazi y fascista, los pogromos, la derrota republicana en la Guerra civil española, las dos guerras mundiales y sus consecuencias sociales, económicas o geopolíticas.

    Luego de esta caracterización general, en segundo lugar el exilio se examina como una práctica represiva que impacta en la entera vida del desterrado, afectando sus entornos familiares, laborales, profesionales y provocando pérdidas irreparables y heridas en su subjetividad. Frente a otras modalidades del terrorismo de Estado –como las desapariciones, los vuelos de la muerte, los fusilamientos, las apropiaciones de niños– el exilio demandó mayor tiempo en ser visualizado y reconocido como una violación a los derechos humanos.

    Marina Franco recorre los desafíos que los desplazados de la Argentina enfrentaron ante la migración forzada en dos momentos fundantes del destierro en Francia: el exilio y el regreso.⁴ El momento inicial, constituido por la partida de la Argentina y la llegada a Francia, varía en cada caso según sea la situación legal, económica, laboral, los vínculos previos y las nuevas relaciones, entre otros factores. La dimensión emocional del exilio constituye uno de los intereses de la mirada de la autora que le permite analizar los vaivenes de estas subjetividades. Señala que, en algunos, el deseo de empezar de nuevo despertaba sentimientos de euforia; mientras otros se sumían en la angustia esperando el momento del regreso. En el documental Partidos (Silvia Di Florio, 2022) se insiste en la importancia del contexto político-social-cultural de arribo, en este caso, referido a una España que despertaba del letargo de la dictadura con la llamada movida o destape, cuyas calles se inundaban con fiestas y celebraciones con la explosión de la libertad y de la cultura, y que constituía para muchos una oportunidad y una vía para conectarse con el nuevo contexto y establecer amistades con quienes salían del silencio.

    Por su parte, Marina Franco se detiene de un modo especial en la toma de posición de cada migrante político con la lengua extranjera –ya sea de resistencia o de rápido aprendizaje– como síntoma del rechazo a asimilarse al país de llegada o como vía para integrase a la nueva sociedad. La culpa por haber abandonado el país y a los compañeros de lucha, la necesidad de explicar y justificar las decisiones tomadas, los duelos por las diversas pérdidas, las estigmatizaciones provenientes de las organizaciones armadas y de la casta militar (el exilio dorado, el exilio como un privilegio, el exilio como traición) son sentimientos que suelen afectar y preocupar a estas subjetividades a las que, en muchos casos, les ha sido difícil salirse de las condenas y asumir la condición de víctimas.

    El retorno constituye el segundo momento clave del ciclo. Franco señala claramente la diferencia entre la primera decisión de exiliarse –adoptada en plena dictadura frente al peligro de desaparecer y en la que no hubo demasiado margen de decisión ante el difícil contexto de la feroz persecución–, y la decisión de volver tomada en libertad en los inicios de la democracia. Esa posibilidad fue una oportunidad para el festejo y para el nacimiento de nuevas expectativas hacia el futuro. Pero también surgieron incertidumbres, dolores y nuevos conflictos, en especial, al interior de la familia exiliada, ya que [a]l igual que los exilios – plantea Soledad Lastra– los retornos se conjugaron en plural (2020: 176). El retorno se escinde en dos grandes grupos: los que volvieron y los que se quedaron, y en ambos casos entran en juego razones políticas, motivos personales, familiares y decisiones emocionales. Las razones para la vuelta a la Argentina eran variadas: era casi natural, debido al regreso de la democracia; porque no elegí irme; por la presión de Montoneros para quien el retorno era una acción política y una prueba de no traición; por un deseo más vasto y difuso; por la necesidad de regresar al entorno afectivo de la familia, del barrio, de los amigos y de la patria por sentirse ajeno en el país de refugio; por elecciones profesionales o laborales; por la decisión de integrarse a las luchas en el seno de los derechos humanos, etc.

    Pero también acontecieron retornos fracasados y re-emigraciones. Algunos sintieron el regreso como un segundo exilio. León y Rebeca Grinberg recuerdan unas palabras de Maruja Torres, referidas al retorno de los exiliados argentinos residentes en España. La periodista y escritora hablaba del desgarro del desexilio y la herida del regreso, fórmulas cuya inversión provocadora deja entrever que el viaje de vuelta es una nueva migración, aunque en este caso no sea forzada. La comprensión profunda de que se puede regresar a un mismo espacio –en ocasiones– pero nunca a un mismo tiempo, ni a una misma etapa de la vida, ni a una sociedad de características análogas a las que se dejó, es uno de los factores de esta desestabilización. Recordando la multiplicidad de formas que tomó el postexilio, Sznajder y Roniger señalan formas de contranostalgia por el estilo de vida de los lugares de acogida y las dificultades específicas referidas al retorno de los niños, adolescentes o adultos jóvenes que motivaron incluso la vuelta a los países receptores (2013: loc. 9036).

    El término desexilio también forma parte del lenguaje exiliar. En principio, este término focaliza en el proceso de reinserción y reconexión con el país de origen –con la patria de la cual el sujeto fue desterrado, en nuestro caso es la Argentina– donde regresa tiempo después. Asimismo, conlleva un proceso de desafiliación del país del exilio (o reafiliación para tejer otro vínculo). Ello supone una serie de consideraciones, muchas de ellas propuestas por Mario Benedetti quien acuñó la palabra desexilio y reflexionó sobre ella tanto en artículos teóricos como en su obra literaria –en especial en su novela Andamios (1996) que incluye en su inicio un apartado donde reflexiona sobre esta categoría bajo el título Andamio preliminar y en el volumen de ensayos El desexilio y otras conjeturas (1985)–.

    Como señala Benedetti (2019), el país personal es lo que está en juego en el desexilio, ese que cada uno lleva dentro de sí (12), es decir, aquel cuyas calles del barrio hemos transitado, donde hemos hecho amigos, ido a la escuela, festejado los cumpleaños. Implica vivencias que fraguan esa ligadura de pertenencia de un modo entrañable, una pertenencia afectiva que también atañe al cuerpo y a sus sentidos que, como la magdalena de Marcel Proust, quedan fijados de un modo indeleble en nuestra memoria. Ese país personal se fue construyendo desde la infancia, pero también modificándose en el exilio, lo que da lugar a un imaginario atravesado por lo vivido en un país y lo percibido desde el otro país.

    La reinserción en la Argentina implica cotejar ese imaginario tejido en la interioridad de cada uno/una y que, en buena parte, se ancla en el pasado con el país –también personal– del presente. Ello conduce a lo que podemos llamar un ritual de reconocimiento que tiende a iniciarse con el retorno y a través del cual el/la recién llegado/a comienza a recorrer el barrio, a ingresar en las casas donde vivió o visitó a sus abuelos; a andar por los lugares de reunión con los amigos o compañeros, por las escuelas a las que asistió, entre otros espacios que fueron importantes en su vida. Va comprobando la validez o invalidez de sus añoranzas –dice Benedetti (2019: 12). Es, además, un momento de revisión identitaria, de inspección en el interior de la subjetividad, de gran redefinición de los deseos y objetivos que se persiguen. También implica un ponerse al día con las transformaciones que encuentra en el retorno. Ni el país es el mismo, ni el sujeto es el mismo. Lo que halla a su arribo, el modo en que se lo recibe, la posibilidad de volver a conectarse con familiares, amigos, compañeros, trabajos y proyectos, las condenas o celebraciones sociales sobre el regreso de los exiliados, suelen ser factores decisivos en el logro o fracaso del desexilio.

    En ese cotejo también entra en juego el país personal del exilio (o los países) donde se ha tejido parte de una vida, se ha aprendido una lengua o un dialecto del español, se ha ido a la escuela o a la universidad, se ha formado una familia, nuevas amistades, se han emprendido proyectos, etc. Uno de los aportes del exilio está dado por la apertura hacia un nuevo universo, el aprendizaje de una nueva cultura, de nuevas costumbres, usos, hábitos, ideas, concepciones, prácticas que se han ido introyectando y que pueden intervenir e, incluso, obturar la reacomodación al país de llegada. Esto puede generar, como se menciona más arriba, una contranostalgia (Benedetti, 1985: 41) que viene ahora a recubrir el lugar del exilio con nuevas afecciones y a ocupar el lugar dejado vacante por la nostalgia a la Argentina. O, el retornado puede iniciar un proceso de desafiliación a veces muy doloroso en el que se asumen las rupturas y pérdidas con el lugar del exilio, pero también se procura recolocarlo en otro lugar instaurando nuevos modos de comunicación e intercambio (reafiliación). Hay una constante renegociación entre ambos países.

    Este intento de reinserción y reconexión puede ser exitoso y convertirse en una práctica restauradora (aun cuando subsistan las pérdidas y duelos) desde donde gestionar un presente y proyectar un futuro. O puede conducir a una frustración e incluso a una re-emigración y regreso al país que los recibió. Benedetti (2019) recurre a la imagen de los andamios (12-13) como puntos de sostén que ayudan a tender puentes con el pasado o constituyen nuevas apoyaturas capaces de conectar al recién llegado con nuevas oportunidades.

    Entre los motivos para quedarse, según Franco, se encuentran la adaptación al país de llegada y la construcción de una familia con hijos en plena escolarización, de un entorno de amigos y de una trayectoria profesional y laboral exitosa. Sin embargo, también se esgrime el vínculo traumático de amor y odio o el resentimiento ante un país que lo había expulsado. El regreso podía significar un quiebre dentro de la familia si los hijos decidían permanecer, mientras la decisión de quedarse exigía una explicación o justificación, en especial para quienes fueron militantes. Hubo quienes diferían eternamente el regreso ante las crisis económicas y las inestabilidades de la democracia, pero dejaban la puerta abierta. Quedarse en Francia significó para algunos un permanente proceso de redefinición identitaria que se tensaba entre ambos países. Si bien adoptaban la nacionalidad francesa y se sentían a gusto en Francia, conservaban, en algún grado, la identidad argentina o se sentían argentinos en Francia, o mitad y mitad, o presentes a la distancia.

    En el documental Partidos, referido al exilio argentino en España, ya desde su mismo título se expone la imposibilidad de unir las partes, la rotura insalvable entre el aquí y el allá de ambos países. En contraposición, surge el sueño dorado de poder vivir seis meses en un país y seis meses en el otro.

    Si la salida del país de acogida pudo estar atravesada por las pérdidas de lo construido en el exterior junto con el entusiasmo de una nueva etapa, en cambio, el arribo y la reinserción en la Argentina fue más complejo, debido a cierta condena y estigmatización social hacia el exiliado, los posibles problemas judiciales y causas abiertas por subversión, la falta de políticas estatales efectivas de recuperación de emigrados y el encuentro con un país que no correspondía con la imagen soñada. Otros celebraban haber asistido a las movilizaciones sociales acontecidas en el despertar de la democracia y haber colaborado en los juicios a los militares (Franco, 2008: 261-286).

    Si bien muchos de estos temas también aparecen en los textos pioneros de Pablo Yankelevich, el foco de este investigador en el exilio en México será todo un aporte para pensar la segunda generación. En Ráfagas de un exilio: argentinos en México, 1974-1983 (2009) Yankelevich aborda este exilio a través de un exhaustivo y minucioso trabajo que atiende a diversas aristas para dar cuenta de su complejidad. Su investigación –en la que emplea un notable corpus de diversas fuentes, archivos y testimonios– describe los siguientes ejes: las características generales de este exilio precisando sus fechas; el perfil sociocultural de los argentinos que arribaron; los conflictivos trabajos de la diplomacia mexicana en Buenos Aires para otorgar asilos; las dimensiones políticas e ideológicas de las agrupaciones de la izquierda argentina; las trayectorias y debates por parte de dos comunidades políticas más representativas del exilio argentino –la Casa Argentina de Solidaridad (CAS), compuesta por argentinos de diversas tendencias políticas, y el Comité de Solidaridad con el Pueblo Argentino (COSPA), vinculado al sector guerrillero–. Asimismo, da cuenta de las colaboraciones y denuncias de los exiliados sobre el terrorismo de Estado y otras cuestiones en los periódicos mexicanos, así como los debates políticos en la revista Controversia, editada por los miembros de la CAS. En tanto experiencia de abrupta partida de la patria y de reinserción en otro país que ofrecía una abigarrada cultura mestiza muy diferente a la argentina, Yankelevich explora las subjetividades y desafíos de los exiliados ante estos cambios radicales (los procesos de choque, adaptación y asimilación), así como las redes de solidaridad que los recibieron. También el regreso a la Argentina o la decisión de quedarse en México constituye otro núcleo interrogado.

    Finalmente, y este es quizás uno de los puntos que más nos interesa de esta propuesta del autor para pensar a les hijes, analiza la formación de la identidad argenmex de carácter híbrido, que va a permear a la primera y de un modo especial a la segunda generación.⁶ Es el notable contraste y la radical diferencia –en las costumbres, la densidad de la historia y el peso de la conquista española, las tradiciones idiosincráticas, la composición étnica, la gestualidad, las maneras en el trato, los códigos y rituales, la presencia de abundantes y diversos colores, el arte y las artesanías– que presentan la cultura argentina y la mexicana lo que ha dado nacimiento a una identidad que procura ensamblar ambos universos. Yankelevich recorre una infinidad de testimonios de exiliados argentinos que dan cuenta de una primera extrañeza, choque cultural e, incluso, rechazo ante una cultura tan diferente para luego procurar acercarse a ella. Y, finalmente, aprehender su riqueza y valorar positivamente la experiencia de apertura identitaria que significó este acercamiento a una alteridad latinoamericana desconocida en Argentina. Esa es la clave del exilio mexicano y, como veremos, los hijos e hijas fueron centrales en la tarea de reconectar el interior del gueto argentino con el exterior de la sociedad mexicana.

    El protagonismo de las artesanías mexicanas y de la gastronomía se hace evidente, por ejemplo, en el documental Argenmex (2006) de Analía Miller y Victoria Burkart Noë donde estos/as hijos/as se reúnen en una casa argentina para comer y hablar de platos mexicanos como las tortillas, los tacos, los nachos, el guacamole, los frijoles, el chile jalapeño, el mole poblano, el dulce Pulparindo, el tequila, mientras la cámara recorre el ambiente abarrotado de alebrijes, artesanías de barro cocido, retablos ayacuchanos, un árbol de la vida, vajilla de talavera y de barro, textiles en los almohadones y la mesa, o que cuelgan de la pared. Un segundo encuentro se hace, por el contrario, en torno a un asado de marca argentina y sella, de este modo, la doble pertenencia de estos jóvenes.

    Este vaivén entre ambos países que caracteriza al argenmex, estos viajes de exilio y regreso, de retorno y desexilio, de ida y vuelta, esta inestable movilidad territorial e identitaria puede condensarse cabalmente en la idea de objetos en tránsito, tal como los describe Florencia Basso en Volver a entrar saltando: Memoria y arte en la segunda generación de argentinos exiliados en México (2019). Basso explora, a partir de obras de artistas plásticos, los objetos de los argenmex pertenecientes a la segunda generación y señala ciertas particularidades en tanto objetos de memoria que se caracterizan por elaborar y trabajar con las tensiones de una doble memoria (mexicana-argentina) y por trasladarse en los viajes de ida y regreso. Son entonces objetos del exilio, del destierro, del regreso y del desexilio, aunque no siempre les resultaba sencillo a estos hijos definir cuál es el país al que pertenecen. Los objetos suelen encontrarse en tránsito, en movimiento, son portátiles, alojados en valijas, y hacen del exilio interminable su lugar de pertenencia. A través de ellos, los hijos de exiliados procuran integrar su doble pertenencia argenmex y explorar los desgarros y conflictos suscitados bajo esta inestable condición (Basso 2019: 153-206).

    En esta línea, el artículo de Eugenia Argañaraz y Ulises Valderrama Abad Ser hijo/a argenmex: un recorrido por dos novelas del exilio argentino en México que forma parte de este volumen examina las aristas centrales de la identidad argenmex a partir de dos obras que tienen diferencias, pero también comparten similares inquietudes: Diario negro de Buenos Aires (2019), de Federico Bonasso y Los eufemismos (2020) de Ana Negri. Comienzan por explorar los avatares del término argenmex desde sus empleos iniciales –referidos tanto a la primera como a la segunda generación–, aunque sugieren que quienes de un modo más cabal la representan son les hijes, ya que muchos de ellos afirman la pertenencia (inestable y no siempre resuelta) a ambos países, surcando una doble identidad. Los peculiares usos de una lengua híbrida –que los protagonistas de los dos textos producen en el cruce de los dialectos mexicano y argentino del español– constituyen una de las marcas de lo argenmex. Más allá de la función comunicativa que toda lengua entraña, este vaivén entre los modismos y las diferentes palabras de una y otra para referir una misma realidad se vuelven canales a través de los cuales estos hijes sopesan las idiosincrasias, los valores y los afectos vinculados a cada cultura. Y, por otra parte, tramitan sus lazos con las historias de sus progenitores durante el pasado de la dictadura argentina y el presente del exilio mexicano –en el caso de Los eufemismos–, y dan cuenta de los choques culturales y conflictos que surgen en el intento de regresar al país nativo (Argentina) –por parte del narrador, quien ha elegido vivir en México en Diario negro de Buenos Aires–. El retorno que se elabora en uno y otro texto también remite a uno de los nudos problemáticos de los argenmex, ya que no todo retorno es un regreso: la vuelta nunca puede ser al país donde se vivió la infancia (Bonasso), ni a la Argentina imaginada y transmitida por los padres y madres (Negri).

    En el artículo que aquí publicamos bajo el título Infancias exiliadas. Memorias y narrativas, Eva Alberione también explora algunas producciones argenmex a partir de un corpus compuesto por el documental Argenmex de Violeta Burkhart Noé y Analía Miller, la serie de intervenciones Árbol del Desexilio de Mercedes Fidanza, las performances Marca y Exilio y Correspondencia de Soledad Sánchez Goldar y la novela gráfica Conjunto vacío de Verónica Gerber Bicecci. Se detiene en el análisis de ciertas características, elecciones discursivas y elementos que resultan recurrentes en estas obras en cuanto a los temas, las estrategias enunciativas (polifonía, metáforas, dispositivos técnicos, cruces de géneros) y los tropos usados para dar cuenta de la violencia, la temporalidad (diferida) en que se produjeron las obras y los modos de mirar la infancia; así como en escenas olvidadas, silencios y vacíos que emergen sintomáticamente en estas producciones y dan cuenta de las marcas dejadas por el exilio temprano, entre otras cuestiones.

    Lo argenmex señala una cuestión central que todos conocemos, pero que no ha sido indagada de forma sistemática: el modo en que el lugar de llegada condiciona, redefine, permea el exilio y permite establecer vínculos entre las violencias de cada país. En algunas obras, como por ejemplo en Los eufemismos de Ana Negri y en Conjunto vacío de Verónica Gerber Bicecci, se hace explícita la conexión entre los desaparecidos argentinos y las víctimas desaparecidas en la Guerra contra el Narcotráfico durante el período que va del 2006 al 2012. Otro ejemplo lo encontramos en el artículo de Anna Forné ´Cosas que hacen cosas´ en la obra poética de Ruth Irupé Sanabria, publicado en este volumen. Su análisis permite explorar, por un lado, no solo el modo en que la poesía de Sanabria articula las tensiones y violencias propias y más generales del exilio, y los vaivenes identitarios como extranjera en ambos países, sino además la peculiaridad que el exilio adquiere en un contexto determinado por su idiosincrasia. Es en el territorio de Estados Unidos donde ella debe enfrentarse a los imaginarios culturales del Norte asociados con los latinos, cargados de violencia, racismo y sexualización corporal. Por otro lado, Forné propone una lectura que se inscribe en el giro material al preguntarse por las significaciones que adquieren la materialidad en las narrativas de la memoria en tanto los objetos evocan memorias traumáticas y sirven para la superación de las heridas. En la poesía de Ruth Irupé Sanabria, el sujeto poético se vincula con una serie de materiales y objetos, y los resignifica desde una mirada exiliar distanciada y extrañada.

    Respecto de los aportes generales sobre el exilio del 76, en el tercer libro que mencionamos al inicio Silvina Jensen destaca tres tareas que los sobrevivientes –en diferentes latitudes– emprendieron en el exilio: la necesidad de rehacer sus vidas, la reflexión sobre lo ocurrido en torno a la militancia revolucionaria y la resolución de abocarse a las denuncias de las prácticas represivas de los militares. Las decisiones que debieron tomar los sobrevivientes en relación con el exilio y el lugar donde arribaron se tensaban, tal como vimos en las perspectivas de Franco, entre quienes se sentían de paso –sin deseos de integrarse a la nueva sociedad, con el síndrome de la valija hecha y a la espera de regresar a la Argentina para retomar la lucha armada–, y aquellos que se zambulleron en el país de llegada al aprender nuevas lenguas y costumbres –como una manera de dar vuelta la página, adaptarse e, incluso, sobreadaptarse al nuevo contexto y emprender una vida diferente–. Ello supuso transitar varios duelos referidos a las pérdidas de compañeros y las separaciones familiares, al alejamiento de la patria, al abandono de la lucha armada.

    Otras líneas de investigaciones van a dar un paso más y categorizan el exilio en términos de un trauma político producido por la maquinaria represora. En este caso, el exilio se extiende hacia momentos previos, ya que este suele acontecer luego de una cadena de otros modos de represión, como la prisión en una cárcel o el encierro oculto en un Centro Clandestino de Detención, la desaparición, las torturas, etc.–. De modo que el exilio no podría encontrarse en estado puro, pues muchos daños psíquicos estarían directamente enraizados en otras experiencias represivas previas o posteriores a él (Lastra, 2021: 203-231). Soledad Lastra en Exilios y salud mental en la historia reciente (2021) aborda estos temas y da cuenta de dos cuestiones al poner en diálogo el exilio-retorno producido bajo regímenes fuertemente represivos y la conformación del campo de la salud mental en Argentina, en el Cono Sur y en el exilio. Por un lado, explora la conformación de este campo de la salud mental en el exilio formado a partir de la expulsión de la Argentina de psicólogos, psicoanalistas, psiquiatras y profesionales de la medicina. Estos agentes de la salud fueron construyendo saberes, prácticas, programas, redes, instituciones y organismos de salud dedicados a atender a las víctimas de la dictadura (entre ellos a los exiliados). Por otro lado, explica el proceso de reconocimiento del exilio como un trauma político y las transformaciones que el mismo concepto de salud sufrió al distanciarse de las perspectivas patologizantes y vincularse a los daños subjetivos sufridos en un contexto de violencia extrema⁹ (Lastra, 2021: 9-38, 203-231).

    Las secuelas de esta herida –siguiendo la etimología griega del término trauma– pueden persistir durante años, incluso cuando la imposibilidad inicial de retornar al país de origen haya dejado de existir (Grinberg y Grinberg, 1984). Desde el campo de la asistencia psicológica a los exiliados, tanto Ana Vásquez como León y Rebeca Grinberg identificaron tempranamente una primera etapa de duelo y sentimiento de culpa en el proceso del exilio, durante la cual pueden producirse cuadros de gran desorganización psíquica, accesos melancólicos, fases de actividad de carácter maníaco e, incluso, depresiones diferidas que llegan a afectar a la generación siguiente. El carácter traumático del exilio no reside solo en su primera etapa, sino que se manifiesta también en la duración y en la acumulación (Grinberg y Grinberg, 1984).

    Procedentes del campo de la sociología, la psicología y el psicoanálisis, los trabajos de Grinberg y Vásquez distinguen tres grandes etapas en la experiencia del exilio. La primera, marcada por la pérdida y la violencia de las condiciones de una partida no deseada, está signada por el sentimiento de culpa y el duelo por lo perdido. El regreso se piensa como algo ineluctable y la existencia cotidiana, como un paréntesis. El país de origen es fuertemente idealizado en detrimento, a menudo, del país de llegada que no logra ser percibido como país salvador. Una fuerte polarización disociativa caracteriza este momento que puede invertir su signo: el país receptor será entonces valorado positivamente, mientras que el país de origen se percibe de manera negativa. La segunda etapa corresponde ya a una forma de transculturación (Vásquez y Delsueil, 1979: 14) en la que, a pesar de la nostalgia, la apertura a las pautas socioculturales del país de llegada se incrementa. La tercera etapa supone una integración aún mayor a la sociedad de arribo, caracterizada por la elaboración de proyectos de futuro. El regreso deja de vivirse como horizonte ineluctable para convertirse en una posibilidad. Puede verificarse también un alejamiento, incluso, un cuestionamiento de los valores de la comunidad de exiliados y de las formas de lucha política del pasado, en favor de otros modos de compromiso o militancia (organizaciones de defensa de los DDHH, agrupaciones feministas, etc.).

    El carácter traumático de la experiencia inicial no invalida, entonces, la sensación opuesta de que el exilio permitió evitar la muerte en Argentina y realizar proyectos en el país de acogida. Ciertas experiencias del exilio, tanto de la primera como de la segunda generación, van más allá de las pérdidas sufridas –aunque sin olvidarlas– para desarrollar proyectos hacia el futuro o simplemente sentirse feliz en la tierra ajena. Esto se observa en La habitación alemana (2017) de Carla Maliandi a propósito de la madre de la protagonista, lo que parece hacer tambalear el mismo concepto de exilio: su madre siempre recordaría esos años en Alemania como uno de los períodos más felices de su vida. Un exilio feliz, un exilio del que no se quiere volver no es un exilio (41-42). Esta cita resulta significativa porque exhibe cierto estereotipo del concepto de exilio soldado necesariamente al trauma. En este sentido, se manifiestan también Sznajder y Roniger cuando llaman a equilibrar la tendencia que solo reconoce pérdidas en el destierro forzado (2013: loc. 638). La apertura a nuevos horizontes culturales y profesionales, el aprendizaje de nuevas lenguas, el desarrollo de nuevas aptitudes, el cuestionamiento de modelos familiares y pautas de género son factores que han formado parte de los aspectos benéficos del exilio, por paradójicos que estos resulten. En la narrativa de les hijes –hacedores por excelencia de la integración cultural y capital enriquecedor para tantas patrias involucradas (Dutrénit Bielous, 2013: 236)–, esta dimensión está tan presente como el sentimiento de pérdida o el miedo.

    Con respecto a este punto, interesa destacar la reflexión llevada a cabo por Marisa González De Oleaga, Carolina Meloni González y Carola Saiegh, autoras del libro Transterradas, quienes se empeñan en ir más allá de las pérdidas, en transitar desde su condición de desterradas (víctimas pasivas) a la de transterradas (agentes activas de la historia). Los trabajos del exilio comenzados en la infancia llevan, en sus relatos, a transformar el momento inicial que las ha dejado, como en la metáfora del clavel del aire (2019: 26), con las raíces a la intemperie: los desterrados nos convertimos en transterrados cuando somos capaces de construir, con los restos del naufragio, un lugar para vivir (2019: 40). Ese lugar liminar de los despaisados, que remite a la frontería/borderland de Gloria Anzaldúa (1999), puede convertirse en un hogar y una perspectiva interseccionales desde donde considerar los universos culturales, lingüísticos y sociales que atraviesan y constituyen a estos sujetos desplazados. El exilio puede convertirse entonces, como lo afirma Meloni González, en esa extraña morada en la que [ha] elegido permanecer (107) o en una patria, retomando el título y la metáfora propuestos por Sandra Lorenzano en el texto que se publica en este volumen.

    En nuestro caso, es necesario, entonces, sumar al paradigma del trauma la performatividad y productividad del exilio tanto en la militancia como en el campo de la cultura y del arte, sin olvidar los logros profesionales, laborales y familiares de cada individuo. El cruce entre los dolores y las alegrías será una constante en los testimonios de nuestros desplazados.

    Luego de la exposición de las características generales del exilio, seguida por la perspectiva del exilio como práctica represiva, el examen de las políticas que los exiliados llevaron a cabo en los países de llegada constituye el tercer eje abordado en este campo de estudios. Estas políticas se encuentran vinculadas, asimismo, a ciertos acontecimientos decisivos como el Mundial del 78, la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) a la Argentina en septiembre 1979, la Guerra de Malvinas en 1982, etc. Como espacio político, el exilio fue una gran usina para tramitar la derrota de la nueva izquierda, para revisar crítica y autocríticamente los saberes y las actuaciones de las agrupaciones armadas de las que formaron parte, y para reconducir la militancia revolucionaria hacia las luchas por los derechos humanos. La información y denuncia de los mecanismos del terrorismo de Estado, los trabajos de solidaridad con los presos y desaparecidos que aún permanecían en Argentina, la formación de redes profesionales de apoyo y contención para los recién llegados, los vínculos con los organismos internacionales de derechos humanos, las estrategias para instalar el caso argentino en la agenda internacional y la impugnación de la Campaña de desprestigio sobre los sobrevivientes implementada por el gobierno de facto fueron varias de las tareas que los exiliados llevaron a cabo.

    Silvina Jensen (2010) recorre los diversos debates y polémicas que se articularon en varios puntos del exilio –haciendo hincapié en la revista mexicana Controversia– en torno a la lucha armada y el empleo de la violencia; sobre la conveniencia de pasarse al campo de los derechos humanos; respecto al accionar de las agrupaciones –una autocrítica que fue central en el interior de Montoneros–; sobre la pertinencia del retorno y sobre las diferencias, recriminaciones y culpabilizaciones entre los que se exiliaron y los que se quedaron. Por su parte, Marina Franco (2008) resalta la productividad del exilio en tanto experiencia que permitió la emergencia de una nueva identidad política centrada en la defensa de los Derechos Humanos.

    De este modo, no fue menor esta capacidad de los exiliados para transformar e, incluso, invertir los términos de una política de represión, expulsión y pérdida pergeñada por la dictadura para ir más allá del escenario de derrota del proyecto revolucionario –seguido por la condena y la estigmatización del exilio considerado como un privilegio o una traición– y, entonces, poder gestar el nacimiento de un nuevo sujeto político que se proyectara hacia el futuro en las luchas por la Memoria, la Verdad y la Justicia. Una de las particularidades significativamente excepcional de este exilio se debe a que aconteció en una época de grandes cambios ideológicos y políticos a nivel occidental –aunque también eran visibles durante la dictadura argentina– centrados en, por un lado, la crisis del socialismo real y el debilitamiento del paradigma revolucionario como horizonte emancipatorio; y, por el otro, en la revalorización de las democracias que apostaban al diálogo y al consenso, junto al auge del paradigma de la memoria y de las luchas por los derechos humanos. Estos cambios sirvieron de base para el surgimiento de nuevos sujetos y proyectos políticos.

    Dos suelen ser, entonces, los grandes ejes en este campo de estudio tal como se visualiza en los recorridos arriba citados. Por un lado, el destierro como política represiva del terrorismo de Estado tendiente a deshacerse de toda forma de oposición política estuvo atravesado por situaciones dolorosas como las pérdidas del hogar y la patria, las separaciones familiares, el abandono de la lucha armada u otros proyectos profesionales y laborales. En esta línea el exilio aparece con las marcas del paradigma del trauma y el desplazado como víctima. Por el otro, el exilio se convierte en un espacio de creación y surgimiento de nuevas identidades. La inserción de los militantes en las luchas por los derechos humanos da lugar al nacimiento de un nuevo sujeto político que va a explorar otras vías para reconducir los impulsos emancipatorios, a lo que se suma el intenso, complejo y productivo intercambio que los argentinos atravesaron en México y que da lugar a la figura del argenmex en torno a la que se gesta un campo cultural-artístico y renovados modos de militancia. Es este peculiar empalme entre las dolorosas marcas subjetivas dejadas por las pérdidas y las pulsiones resilientes que permitieron a los sobrevivientes (y a sus hijes) encontrar nuevos objetivos en el país de llegada lo que va a caracterizar, en gran medida, a este exilio de un tinte claroscuro dado en las tensiones entre el trauma y la acción, entre el padecimiento y la euforia, entre el pasado y el futuro.

    Pero también en el destierro surgieron nuevas prácticas literarias y artísticas que se articularon en los viajes de ida y vuelta, en los trasiegos culturales, en los procesos de traducción, esto es, en los intercambios entre lenguas, saberes, universos simbólicos e incluso mercados literarios y artísticos. Estos exilios exhiben cierto carácter de movilidad, fluidez, interacción y complejidad que auspician una dinámica productiva de intercambios que nos muestra la performatividad del exilio y el protagonismo de los desplazados como agentes del cambio, corriéndonos de la imagen del exilio como el espacio del sobreviviente y lugar de los militantes derrotados. En este volumen procuramos focalizar en dos perspectivas poco presentes en estos estudios sobre exilio: el examen de los desplazamientos de les hijes y el análisis de su producción literaria (aunque también sumaremos, cuando sea oportuno, sus producciones artísticas o más ampliamente testimoniales).

    ¿Cómo describir los desafíos particulares que estos hijos e hijas enfrentaron en estas experiencias? Siguiendo los conceptos de trabajos de la memoria de Elizabeth Jelin (2002) y de trabajos posmemoriales de Marianne Hirsch (2008), podemos pensar en un trabajo exiliar para referirnos tanto a los procesos de partida, alejamiento, pérdida y des-ligación del país de origen como a las instancias de re-ligación, adaptación, integración, sobreadaptación o rechazo al país de llegada. Un trabajo desplegado por las hijas e hijos tanto en el interior de la vida familiar, en sus vidas privadas y en sus apuestas por la militancia.

    Ahora nos preguntamos: ¿cuáles de estas decisiones, tareas y desafíos que hemos recorrido correspondieron solo a los padres o también fueron percibidos o transmitidos o heredados por sus hijos? ¿Dónde señalar las diferencias? A grandes rasgos el exilio en su doble dimensión, como práctica represiva y escenario traumático, por un lado, y como espacio de construcción política y cultural, por el otro, está presente en esta generación del después.

    1/ Les hijes: el exilio como práctica represiva

    La primera generación se reúne y distingue grosso modo atendiendo a dos condiciones: por su situación legal se lo considera exiliado, refugiado, desterrado por la opción, y por su postura emocional se lo describe por su actitud ante el país de arribo (del rechazo a la asimilación) y frente al país de origen (nostalgia, idealización, negación, olvido, resentimiento). Si bien les hijes en el exilio también pueden encuadrarse en estas perspectivas, una primera distinción los coloca en dos grandes grupos: les hijes exiliades y les hijes del exilio. Mientras los primeros experimentaron el exilio desde su salida de Argentina hasta recalar en el país de llegada, los segundos carecieron de esta experiencia, ya que nacieron en el lugar de arribo. Ambos pueden considerarse dentro de la categoría más abarcadora de les hijes en el exilio, porque participaron de las vicisitudes y vivencias concernientes al destierro. En este sentido, coincidimos con el temprano trabajo de Silvia Dutrénit (2015) quien basándose en un conjunto de entrevistas realizadas a hijes argenmex, chilenmex y urumex residentes en México, presenta las categorías niño exiliado e hijo del exilio a sus entrevistados.¹⁰

    Continuando con nuestro argumento, resulta indispensable distinguir, entonces, entre un exilio vivido, que acontece cuando los niños y niñas atraviesan ese suceso como cambio, pérdida o desarraigo; un exilio no vivido, en el caso de los que nacieron en el país de llegada; y un exilio heredado, que remite a aquél que atravesaron los progenitores, pero que ellos reciben como herencia. Si bien a primera vista este último parece ajustarse más a los hijos e hijas del exilio, también los hijos/as exiliados van a cargar con esta experiencia exiliar de los padres/madres. La importancia de la edad en que partieron y el modo en que esta interviene y define los acontecimientos es otro motivo que los separa de lo sucedido con sus progenitores en quienes este dato no suele ser tan importante.¹¹ Una de las características peculiares de los hijes en el exilio es entonces que ellos deben lidiar no solo con sus exilios vividos o no vividos –experimentados por ellos, reales y concretos en el primer caso; y marcados por su falta, en el segundo caso–, sino a la vez con el exilio heredado de los padres –en parte ajeno, transmitido por los progenitores más que vivido por ellos, imaginario más que real–.

    Por otro lado, sabemos que la categoría de segunda generación ha sido materia de extensos debates. En nuestra introducción al volumen Las Posmemorias… hemos expresado nuestra posición al respecto.¹² Suelen ser dos los motivos de impugnación de esta categoría: por un lado, los/as hijos/as mismos la rechazan, ya que quieren considerarse a sí mismos como una primera generación y, por otro lado, el término segunda porta cierto carácter residual, dependiente y secundario respecto a una primera generación. Sin embargo, creemos conveniente mantener este concepto de segunda generación, pero quitando el matiz suplementario y reconociendo la autonomía y originalidad de las propuestas de estos hijes, ya que las diferencias con la primera generación son notables e insalvables. Mientras los padres eligieron la vía de la militancia revolucionaria y participaron activamente en sus proyectos y acciones, en cambio, sus hijos se vieron involucrados en ese contexto sin haberlo elegido y siendo menores.¹³ Además, las políticas del terror estatal sobre ambas generaciones fueron muy disímiles: mientras los militantes constituyeron el objeto privilegiado de la aniquilación, los hijos fueron primordialmente un botín de guerra, un objeto de apropiación. El punto de confluencia entre las dos generaciones es, sin duda, el carácter de víctima que alcanza, aunque de diverso modo, a ambas. En el caso argentino se vuelve poco productivo pensar estas diferencias en términos de grado, porque resulta evidente que la apropiación de niños es una grave violación a los derechos humanos (Basile y González, 2020: 16-17).¹⁴

    En esta línea coincidimos plenamente con el reclamo central de Mariana Eva Perez sobre la necesidad de considerar la voz y la especificidad de esta generación cuando expresa el imperativo de contribuir a mostrar la multiplicidad de experiencias de primera mano de las víctimas infantiles (…) hacer visible esa diversidad (2022: 157). En Fantasmas en escena (2022: 148-163) vuelve sobre la problematización de las categorías pertinentes para hablar sobre esta generación y repasa, atendiendo a toda su complejidad, ciertas perspectivas de los conceptos de posmemoria y generación 1.5, cuestiona el empleo de segunda generación, hijos de y de hijos y prefiere hablar de víctimas infantiles y de diferentes generaciones sin descartar otros aportes. En nuestra opinión nos resulta difícil, como la misma autora en parte reconoce, desentendernos de la categoría de hijos cuando ellos mismos suelen nombrarse de esta manera, cuando la han convertido en sigla del organismo de DDHH y cuando en sus textos elaboran y tramitan reiteradamente ese vínculo filial. Como ya sostuvimos y volvemos a insistir, no creemos que ello signifique una posición subordinada a los padres, ni una falta de autonomía, ni una carencia de proyectos propios, sino que estamos frente a una categoría que ilumina un universo particular e inédito, cuya densidad y originalidad hemos procurado indagar en el presente texto y en los anteriores volúmenes sobre esta segunda generación. Este sería el punto fundamental y no quisiéramos caer en un debate nominalista que termine por olvidarlo.

    En estos escenarios, la transmisión intergeneracional juega un papel fundamental en la transferencia que los padres llevan a cabo de su universo exiliar a sus hijos y crea un imaginario fantasmagórico, en especial, sobre la Argentina y la lucha revolucionaria. Se trata de una posmemoria que, por un lado, tiene la potencia afectiva que Marianne Hirsch atribuye a la memoria que construyen los hijos de las víctimas del Holocausto nazi, quienes si bien no sufrieron en carne propia la violencia, han desarrollado con el trauma y la memoria de los progenitores sobrevivientes una conexión vital y un conocimiento incorporado (embodied).¹⁵

    Pero en nuestro caso, la posmemoria no se refiere sólo a un acontecimiento de extrema violencia como lo fue la Shoah o el terrorismo de Estado argentino, sino que también incluye la imagen idealizada de la Argentina, teñida de una dimensión fantasmática, a la vez ajena y propia, de enorme fuerza simbólica. El pasado les resulta extrañamente desconocido, pero profundamente internalizado, diría Hirsch.

    La necesidad de conocer las causas del exilio que los padres emprendieron, de comprender la militancia de ellos y el contexto de persecución y aniquilación que padecieron los conduce a toda una tarea de búsqueda que se hace más apremiante cuando los progenitores rodearon de silencio el pasado. Algunos, como es el caso de Julián Fuks o de Mónica Zwaig, sienten el peso de un exilio heredado que los convoca a la necesidad de averiguar y desentrañar la historia familiar silenciada sobre la que recae una sospecha. En el documental Argenmex, Mariana Casullo advierte que sus padres no la hicieron partícipe de sus discusiones sobre la militancia revolucionaria (De eso no se hablaba), sino que fue ella misma quien tuvo que comenzar a preguntar y a averiguar sobre el pasado. Por su parte, Mercedes Fidanza sintió la imperiosa necesidad de comprender el porqué de la entrega de su padre a la revolución. Luego de diálogos con él pudo comprenderlo e incluso valorarlo: qué bien todo lo que hiciste. Varios registran el silencio que se cernió también sobre el exilio y Mercedes Fidanza reconoce que es su generación la que se está ocupando de hablar del quiebre que implicó el destierro para los miembros del grupo familiar (Argenmex).

    En Villa Olímpica (2022), un documental dirigido por Sebastián Kohan Esquenazi, también se contraponen dos modelos de legados que van a condicionar las decisiones de sus hijos: mientras Graciela, la madre de Pablo, cada 10 de abril (la fecha del asesinato de su marido) le cuenta a su hijo esa historia como un ritual de memoria; María, la madre de Joaquín, se niega a hablar de eso y elige mirar hacia adelante.

    Las conclusiones obtenidas por les hijes a través del proceso de averiguación son diversas: desde la comprensión y valoración de las luchas de sus padres hasta el reclamo por una elección que priorizaba la política en desmedro de sus roles como madres y padres. Marcos Roth parece combinar ambas al sostener el derecho al reclamo por no haber tenido un padre durante su infancia (su padre fue fusilado) y la certeza de que su padre no murió gratuitamente, sino por su entrega a un proyecto revolucionario. También surge la pregunta por el valor de la revolución y las actuales vías del compromiso en un contexto en el que sienten que la militancia política está desvalorizada (Argenmex).

    El exilio y el retorno tienen un peso muy diferente en estos hijes. Aun cuando contaran con cierta edad a la hora de partir, la decisión de partir no recayó en ellos, sino en sus padres.¹⁶ Estos niños no tuvieron ningún tipo de intervención en la elección de este camino y este rasgo es continuamente recordado y señalado por ellos. Esta falta de participación en las decisiones sobre el exilio, esta no agencia, desata en algunos de ellos cierto sentido de ajenidad y a la vez de imposición: la historia que decidieron y construyeron sus padres les cae sobre sus espaldas como un pesado legado. La partida podía suponer una serie de pérdidas en cuanto al amplio núcleo familiar constituido por abuelos, tíos y primos, al barrio, al colegio y al entorno de amistades e, incluso, al abandono de alguna mascota como refiere una voz en off en Argenmex: recordé algo muy loco de mi exilio y es que tuve que dejar a mi mascota y yo tenía nada más que seis años cuando me vine y fue una de las cosas más difíciles que tuve que hacer.

    Una vez arribados al extranjero, en cambio, sí contaban con cierto margen de decisión respecto a adaptarse rápidamente al nuevo contexto o no integrarse dependiendo de la edad que tenían, tal como veremos en el caso de Laura Alcoba. La llegada al nuevo país implica la urgencia de ingresar a la escuela, aprender una nueva lengua en algunos casos y formar un grupo de amigos. Pero también comienzan a ocupar un rol diferente en el interior de la familia exiliada, en algunos casos, como legatarios de las historias que sus padres transmiten o callan; en otros, como intermediarios entre los padres recelosos de integrarse y la nueva sociedad de acogida cuyos códigos son rápidamente aprendidos por los adolescentes. Los chicos, señalan León y Rebeca Grinberg, pueden funcionar como interfaz contenedora con respecto a una eventual desorganización, se integran más fácilmente, están más abiertos a experiencias y conocimientos nuevos (1984). Sin embargo, algunos problemas les son específicos: no han participado en la decisión

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1