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Una nueva mirada a las independencias
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Libro electrónico727 páginas9 horas

Una nueva mirada a las independencias

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El libro tiene el objetivo de dar una nueva mirada a las independencias y, con ello, trascender la tendencia de reducir los estudios sobre este tema al proceso peruano. La primera parte del libro, coordinada por Carlos Aguirre, versa sobre el impacto de la Revolución de Haití en Hispanoamérica, un tema poco abordado para el caso de los Andes. La segunda parte, coordinada por Juan Carlos Estenssoro, está dedicada a la iconografía, arte y cultura en la independencia. La tercera parte, coordinada por Gabriel Ramón, se ocupa de la arquitectura y la vida urbana durante dicho periodo. La cuarta y última parte, coordinada por Scarlett O'Phelan Godoy, está dedicada al destierro en la independencia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ago 2021
ISBN9786123176709
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    Una nueva mirada a las independencias - Scarlett O´Phelan Godoy

    Introducción

    En setiembre de 2018 y, a iniciativa del jefe del Departamento de Humanidades, Francisco Hernández Astete, se realizó el primer congreso bicentenario —de una terna de cuatro hasta 2021— bajo los auspicios del Rectorado de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y del Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA).

    El evento se tituló «Una nueva mirada a las independencias», en la medida que el propósito central del mismo era, precisamente, explorar temas hasta el momento, escasamente trabajados y sobre los cuales, por lo tanto, no existiera una amplia producción. En este sentido se impulsaron estudios sobre la vida urbana, el arte, la cultura, el destierro y la revolución que estalló en la colonia francesa de Saint-Domingue, en 1791, a pocos años de la Revolución francesa.

    De esta manera se realizaron cuatro mesas temáticas, que ahora son las partes que componen este libro, con el fin de cubrir posibles vacíos historiográficos. La primera de ellas, coordinada por Carlos Aguirre (Universidad de Oregon), versó sobre el impacto de la Revolución de Haití en Hispanoamérica, un tema poco abordado para el caso de los Andes. El primer aporte estuvo a cargo de Johanna von Grafenstein, quien analizó las redes de comunicación de Haití y el apoyo prestado a los insurgentes mexicanos. Se llamó la atención sobre la presencia del liberal español Xavier Mina y el contacto que este tomó con la República de Haití en 1816, lo que propició un acercamiento con los diputados mexicanos que se encontraban, a la sazón, en Puerto Príncipe, adonde posteriormente él mismo se trasladó. El gobernador de Cuba se mostró interesado por conocer las actividades de Mina en Puerto Príncipe. No olvidemos que Cuba se convirtió en la joya de la corona española al independizarse recién a fines del siglo XIX.

    En el trabajo de Alejandro Gómez, «Más allá del miedo haitiano», el autor nos acerca al clima de inquietud que llegó a generar la revolución de Saint-Domingue, pero con énfasis en su articulación con la Revolución francesa y el impacto que este hecho también tuvo en otras islas de dominio francés y en los espacios hispanoamericanos de Cuba y Venezuela. En este último lugar se darían conatos rebeldes en Coro y Maracaibo, como reflejo del movimiento haitiano, pero también de los principios de libertad, igualdad y fraternidad.

    El interesante ensayo de Luiz Geraldo Silva se centra en el estudio de los afrodescendientes libres y libertos en el Brasil y la recepción del mensaje revolucionario de Haití. En este sentido el autor destaca que hay que tener presente que la sociedad de Brasil —como otras— era esclavista y que tenía como contraparte la noción de libertad, que será uno de los ejes de la Revolución haitiana, seguida por la igualdad política. Haití se convirtió de esta manera en un símbolo de la resistencia negra para Brasil.

    A diferencia de los casos de Venezuela, Colombia, Cuba y Brasil, donde llegan ecos del movimiento insurreccional haitiano, en el Perú su presencia se da más a partir de «rumores y silencios», como nos recuerda en su artículo Nelson Pereyra. Quizá la presencia numéricamente modesta de población negra y afrodescendiente en el territorio peruano, frente a los casos de amplia concentración en zonas como el Caribe, lleva a que no sea visible una ola de empatía y respaldo a los logros políticos y sociales de Haití, en el caso peruano. Lo cierto es que el tema se discute más en las Cortes de Cádiz, donde participan los delegados peruanos, que en los periódicos locales. Haití no se convierte en un foco de atención, el interés que despierta es más bien marginal.

    La segunda mesa del evento, dedicada a la iconografía, arte y cultura en la independencia, fue coordinada por Juan Carlos Estenssoro, de la Universidad Sorbona Nueva-París 3. El ensayo de Natalia Majluf, que abrió la mesa, aborda, entre otras cosas, los retratos del mulato José Gil de Castro, pintor de los Libertadores. Analiza las inscripciones que traen los mismos y observa en ellas una función comunicativa. A falta de museos en el momento de ser producidos, estos cuadros serían colgados en sedes de poder y en espacios privados, y muchos de ellos quedaron circunscritos al círculo familiar.

    El estudio de Ricardo Kusunoki Rodríguez se concentra en analizar en detalle el retrato de Ramón Martínez de Luco y su hijo José Fabián, lienzo ejecutado por Gil de Castro en 1816, cuando el artista ya radicaba en Santiago de Chile. El autor considera que el lienzo puede ser interpretado como un permanente recordatorio del padre a los hijos para que sigan el camino de la virtud. De alguna manera también se ilustra la figura del padre como jefe de familia y orientador de los hijos, ambos principios impulsados por la legislación borbónica.

    En su ensayo sobre el mexicano Joaquín Fernández de Lizardi y la construcción de los héroes en la independencia, María José Esparza Liberal analiza la posición clave de este personaje en plena transición del proceso independentista a la instauración de la República Federal. Lizardi se dedicó al periodismo y fundó diez periódicos, escribió también ocho obras de teatro y cuatro novelas. Dentro de sus obras destaca su Calendario histórico y pronóstico político (1823). Lizardi completaba sus publicaciones con grabados, para así ilustrar sus escritos, con lo que ofrecía un importante material iconográfico, que la autora recupera.

    María Paola Rodríguez Prada aborda, con un enfoque original, el establecimiento del Museo Nacional de Colombia y la Escuela de Minería (1823-1830) durante el período de gobierno de Bolívar y la Gran Colombia. Estos centros culturales se erigirán a partir de modelos institucionales franceses y ambos pueden considerarse un intento para forjar la propia identidad nacional y promover el progreso en Colombia. Para ello el gobierno contrató especialistas franceses que se trasladaron a Bogotá. Así, el 28 de julio de 1823, fueron fundados, por decreto estatal, el Museo y la Escuela de Minería, con sede en la antigua Casa Botánica de la Real Expedición Botánica. Su propósito sería «propagar las luces», es decir, buscar una transformación de la sociedad a través de la educación.

    La tercera mesa correspondió a la arquitectura y vida urbana durante la independencia y fue coordinada por Gabriel Ramón de la PUCP. El artículo de Graciela Favelukes resalta que uno de los ejes de los gobiernos locales fue la policía. Sobre la base de una estructura de nuevos cargos, los funcionarios y sus atribuciones se desmarcaron del dispositivo policial que había regido los años previos. En consecuencia, para 1820 se eliminó la figura del intendente de policía. A partir de ese año se definió una institución que centralizaba los poderes del control urbanístico.

    El ensayo de Viviana Velasco Herrera estudia la lenta transformación del modelo urbano en el proceso de la construcción del Estado-nación en Ecuador. Fueron tres las ciudades más importantes: Quito, Guayaquil y Cuenca, cada una de las cuales tuvo su respectivo hinterland. Ello provocó tensiones por la jerarquía política de los espacios urbanos y su relación con el medio rural. Quito se ratificó como ciudad rectora de la administración burocrática; Guayaquil, como el polo de contacto con el mundo capitalista; y Cuenca mantuvo su vigencia por la exportación de cascarilla o quinina. Se afirma también que hubo cierto estancamiento en la transformación de la ciudad de Quito como resultado de las guerras de independencia y la inestabilidad política que le siguió en la temprana república.

    Hira de Gortari se refiere en su aporte al control y vigilancia de la ciudad de México en el período temprano de la guerra de independencia, 1810-1815, cuando se sintió la amenaza de que las huestes del padre Miguel Hidalgo y Costilla, que rodeaban la capital, terminaran enfrentándose al virrey Venegas. Para defender la ciudad, el virrey aprovechó la división de la capital en ocho cuarteles y se apoyó en los alcaldes de cuartel. Empezó también a vigilar la entrada y salida de la capital mexicana a través de la emisión de pasaportes y del control de las garitas, que eran trece. Eventualmente también recurrió a los donativos para mantener la activa supervisión de la policía y la eficacia de sus gestiones. En 1811 se haría público el Reglamento de Policía.

    En su trabajo sobre la plaza mayor de Trujillo del Perú, Juan Castañeda Murga propone enfocarla como un espacio económico que alberga el mercado central, donde se expendían todo tipo de productos y pululaban los compradores. Cruzaba la plaza una dañada acequia, que causaba inundaciones por llenarse de desperdicios que despedían olores putrefactos. Con el advenimiento de la república la preocupación por la limpieza comenzó a ganar mayor importancia y esto se tradujo en considerar el tema del aseo y abordarlo en la prensa para apelar a la opinión pública. La plaza de Trujillo también fue un espacio para rituales y ceremonias. Luego de la independencia se le cambió el nombre a Plaza de la Independencia, denominación que se mantuvo hasta 1834.

    La cuarta y última mesa estuvo dedicada a el destierro en la independencia y fue coordinado por Scarlett O’Phelan Godoy, de la PUCP. Abrió el tema Sarah Chambers con su riguroso ensayo en el que analiza la emigración de los peninsulares de la capitanía general de Chile luego del triunfo de los patriotas en las batallas de Chacabuco y Maipú. Muchos de ellos se trasladaron al puerto de Valparaíso y de ahí emigraron al Perú, que en ese momento era un bastión realista, separándose de sus esposas y sus hijos. En febrero de 1817, Bernardo O’Higgins, director supremo de Chile, decretó el secuestro de sus bienes. Sin embargo, la autora destaca también casos como el de Ambrosio Gómez, quien apoyó la causa de la independencia al lado de sus hijos chilenos. Asimismo, algunos realistas buscaron la vía de la naturalización para permanecer en Chile. Pero, por otro lado, hubo casos de peninsulares que luego de haberse naturalizado dieron marcha atrás y se desnaturalizaron para poder volver a España.

    Elsa Caula realiza un estudio novedoso sobre los proyectos monárquicos alternativos que se tejieron en España, con el fin de conservar los territorios de Ultramar, en la coyuntura de 1816-1821. En un acápite, la autora analiza la militancia a favor de Fernando VII en la legación española de Río de Janeiro. En este sentido, un personaje central será el conde de Casa Flórez, quien presentó sus credenciales al emperador del Brasil, en setiembre de 1817. De acuerdo con Caula, a partir de la legación se armó una trama de espionaje, no solo con Buenos Aires sino también con Montevideo, Lima, Santa Cruz de la Sierra y Mato Grosso.

    El artículo de Jesús Ruíz de Gordejuela se centra en el general español Pedro Celestino Negrete, quien terminó exiliado en Burdeos. Nacido en Vizcaya, eventualmente fue considerado prócer e la independencia mexicana, aunque llegó también a ser visto como opositor a Iturbide, siendo atacada su vivienda en la capital y él encarcelado. La fidelidad de Negrete hacia México quedó ratificada cuando en la guerra del Sur de 1830 dio consejo al ministro mexicano para que el gobierno no sucumbiera al enfrentamiento.

    Finalmente, la mesa se cerró con el trabajo de Paul Rizo-Patrón Boylan sobre el incondicional fidelismo del VII marqués de San Lorenzo de Valleumbroso, quien, a pesar de su condición de criollo peruano, se mostró leal a la monarquía española. Don Pedro José de Zavala, que era su nombre, tomó parte en el famoso motín de Aznapuquio, que es considerado como el primer golpe de Estado en el Perú, en el cual la conducción del virreinato pasó a manos del general José de La Serna, último virrey del Perú. Don Pedro viajó a España en 1821, cuando San Martín ya había pisado suelo peruano, y no regresó a su nativa Lima hasta 1849 e hizo una exitosa carrera en la metrópoli.

    Quisiera terminar agradeciendo a todos los colegas que participaron en el congreso y que ahora colaboran en esta publicación con sus valiosos trabajos. Una limitación que a veces tenemos los historiadores es centrarnos exclusivamente en la historia nacional, sin tomar en cuenta que el proceso de independencia solo se puede analizar debidamente y en su real dimensión, si se trabaja a Hispanoamérica en su conjunto. Esto enriquece las investigaciones y nos abre la mirada a la historia comparada y a la historia conectada. Ese ha sido uno de los propósitos al organizar este congreso. De ahí que hayan asistido y participado en el mismo colegas procedentes no solo del Perú (Lima, Trujillo, Ayacucho), sino también de Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, México, Estados Unidos, España y Francia. Para todos ellos va mi gratitud.

    También quiero agradecer a los numerosos evaluadores que generosamente revisaron los ensayos y dieron sus comentarios y sugerencias. Sus observaciones han ayudado a que los trabajos que ahora se publican hayan podido ser revisados. Va por lo tanto mi gratitud a los y las colegas Irma Barriga (PUCP), Jesús Bustamante (CSIC, Madrid), Antonio Coello (UNMSM), Magdalena Chocano (PUCP), Susan Deans-Smith (Universidad de Texas en Austin), Gabriel Di Meglio (Universidad de Buenos Aires), Elizabeth Hernández (Universidad de Piura), Guadalupe Jiménez Codinach (Banamex, México), Pilar Latasa (Universidad de Navarra), Georges Lomné (Universidad de París Este), Rodolfo Monteverde (PUCP), Víctor Peralta (CSIC, Madrid), Claudia Rosas (PUCP) y Cristina Soriano (Vilanova University).

    Mi agradecimiento y reconocimiento se hace extensivo a los coordinadores de mesa, todos de primer nivel, Carlos Aguirre, Juan Carlos Estenssoro y Gabriel Ramón. Su ayuda en la organización del congreso fue invalorable y sus comentarios finales a los trabajos de sus respectivas mesas, sin duda, de gran utilidad para los autores. También quiero dar mi reconocimiento a João Pimenta, quien nos ofreció la charla inaugural que inicia este libro.

    Quiero expresarle mi gratitud a Militza Angulo Flores, del Fondo Editorial PUCP, por el compromiso, dedicación y profesionalismo demostrados en la publicación de este libro.

    El apoyo de los alumnos que me asistieron durante los días del congreso y, sobre todo, en la parte logística de la organización, facilitó mucho que se cumpliera debidamente el programa del evento. En ese sentido va mi agradecimiento para Patricio Alvarado y Alberto Lavanda, por su eficiente y dedicada labor y, en términos de la preparación del libro que ahora se publica, he contado con la colaboración de Estefanía Vargas, para quien también va mi gratitud. Solo espero que este libro cumpla con el objetivo que se trazó, de dar una nueva mirada a las independencias, y el plural responde a que también se ha tratado de trascender la tendencia de reducir los estudios al proceso de la independencia peruana.

    Scarlett O’Phelan Godoy, Ph.D.

    Coordinadora General del Congreso Bicentenario PUCP de Humanidades

    Lima, julio de 2020

    Apuntes para las revoluciones de independencia como revoluciones del tiempo

    João Paulo Garrido Pimenta

    Universidad de São Paulo

    1. Introducción

    La parcial unidad histórica entre los procesos de independencia de Brasil y de la América española, así como de estos con otros procesos políticos en curso entre finales del siglo XVIII y las primeras tres décadas del siglo XIX, son razonablemente consensos historiográficos. Y aunque aún se necesite hacer mucho para que ese tema sea satisfactoriamente conocido, principalmente las diversas formas por las cuales Brasil se hizo conocer e impactar en diferentes regiones del continente americano, las elaboraciones historiográficas en esa dirección son cada vez más numerosas e innovadoras, y permiten un fructífero diálogo con trabajos de décadas pasadas.

    En las páginas que siguen esa parcial unidad histórica entre las independencias de Brasil y de la América española es un presupuesto y una justificación. En fin, el desarrollo del tema específico aquí propuesto —las independencias como revoluciones, y estas revoluciones como revoluciones del tiempo— se enfocará particularmente en el caso de Brasil. Pero, así como procedí en trabajos anteriores (Pimenta, 2017), ese Brasil —en verdad, una pluralidad de regiones que a partir de la separación con Portugal esbozan una unidad política y una sociedad nacional que no existían antes (Jancsó & Pimenta, 2000)— nunca es considerado como una supuesta excepción, o completa singularidad, o incluso una aberración, en el escenario continental u occidental de la época; tampoco su entendimiento tiene como puntos de partida y llegada una historiografía nacional que, si fuese volcada exclusivamente a aspectos de la independencia de Brasil, sin observar hacia un escenario más amplio, a mi juicio, jamás se mostrará suficiente como base teórica, metodológica y empírica para explicar Brasil.

    Las páginas siguientes están divididas en tres partes. La primera parte, corta, retomará una caracterización, ya bastante elaborada por muchos autores, de las independencias de la América ibérica como «revoluciones», y busca agregar a esa caracterización solo un elemento: la dimensión «temporal» de lo que aquí se entiende por revolución. La segunda, igualmente corta, con un enfoque iberoamericano, discutirá esa dimensión temporal de las revoluciones de independencia por medio de ofertas provenientes de la llamada «historia de los conceptos» de filiación alemana, cuyo máximo exponente es Reinhart Koselleck, y que en el plano iberoamericano conoció exitosas elaboraciones a partir del Proyecto Iberconceptos, coordinado por Javier Fernández Sebastián. Finalmente, la tercera parte, más larga y más original, tratará de dimensiones materiales del proceso de independencia específicamente de Brasil ligadas al tiempo, que traducen y resignifican cambios en curso en la vida cotidiana y en visiones de historia, y cuyo entendimiento, creo, permiten una reinserción de Brasil en contextos más amplios de la época.

    2. Las independencias como revoluciones

    Hay muchas maneras de desacreditar las independencias iberoamericanas como revoluciones. Como categoría de análisis, el término es impregnado de su sentido indicativo de grandes, violentas, profundas e innovadoras transformaciones en el orden de las cosas; «revolución» parecería, entonces, distanciarse de procesos históricos que, en su casi totalidad, resultaron en Estados opresores o, en la mejor de las hipótesis, solo parcialmente representativos, y, también, en naciones correspondientes a sociedades profundamente desiguales (Hobsbawm, 1986). De acuerdo con ese diagnóstico —aquí a propósito simplificado, pero no por eso incapaz de sintetizar tendencias interpretativas recurrentes en muchas tradiciones historiográficas— las realidades nacionales de ese mundo iberoamericano, casi todas surgidas a lo largo del siglo XIX, cargarían pesadas herencias de sus anteriores condiciones coloniales. Siendo así, nada sería más incompatible con el entendimiento de esas realidades que el uso de una categoría como revolución, supuestamente más adecuada para el análisis de procesos históricos más innovadores y radicales que las independencias iberoamericanas.

    Hay muchos motivos para concordar con ese tipo de explicación, una vez que esta coincide con algunas realidades históricas bastante concretas. No obstante, desde hace mucho que los historiadores ofrecen también interpretaciones que van en otra dirección. Las independencias iberoamericanas pudieron ser —y continúan siendo— vistas como revoluciones por varios factores, entre los cuales voy a destacar seis: (a) por haber sido supuestamente luchas nacionales, populares y positivas de colonos oprimidos contra metrópolis opresoras (que resultan en evidentes anacronismos y otros graves problemas de interpretación); (b) por haber alterado el orden estamental anteriormente existente, provocando efectos que van mucho más allá de ese tipo de alteración; (c) por su inserción en un contexto occidental o incluso mundial, reconocido por sus analistas como efectivamente revolucionario, y en el cual establecieron relaciones recíprocas, directas o indirectas, de causa y efecto, de inspiración, o de intercambio de experiencias; (d) por sus inscripciones en procesos económicos transformadores como la Revolución Industrial, el advenimiento del capitalismo o la globalización; (e) por su carácter de fuerte innovación política, en términos de nuevas instancias de representación por ellas creadas, de nuevas formas de organización y regulación de las sociedades a ellas correspondientes, y en varios niveles; (f) o por su capacidad de fundar Estados, naciones e identidades colectivas que simplemente no existían antes de ellas (Sodré, 1958; Palmer, 1959; Godechot, 1972; Fernandes, 1975; Hobsbawm, 1982; Guerra, 1992; Koselleck, 1993; Roura & Chust, 2010).

    Entre un tipo de interpretación y otro existen numerosos matices, énfasis, dinámicas y correspondencias, según, evidentemente, las realidades nacionales o regionales enfocadas, o los aspectos particulares de cada proceso observado. Como sustrato común a tales gradaciones se puede vislumbrar uno de los perennes problemas por enfrentar de cualquier análisis histórico: el de las tensiones —¿qué podríamos decir, de las dialécticas?— entre parte y todo, entre sujeto y sociedad, y entre rupturas y permanencias.

    Si el asunto de la concepción de las independencias iberoamericanas como revoluciones activa ese tipo de discusión, de enorme amplitud, en su enfrentamiento la cautela es postura recomendada: por ello, aquí nos limitamos a acrecentar un elemento al tema: el estudio de las independencias iberoamericanas puede y debe tener en cuenta «percepciones contemporáneas» de la parte de sus protagonistas en relación con aquello que ellos mismos vivían, o de la parte de algunos de sus agentes secundarios, indirectos y poco activos. En muchos casos, desparramadas espacialmente por los mundos luso e hispanoamericano, hay una profusión de manifestaciones que remiten a una percepción contemporánea —que es también una forma de concepción— de que, con los procesos de independencia, se vivían «momentos especiales», «diferentes de momentos anteriores», «épocas especiales» en las cuales algo de gran importancia colectiva se desarrollaba. Lo que, a su vez, implicaba acciones correspondientes a esa importancia: adhesión, participación activa en la construcción de futuros en abierto, consciencia de la necesidad de evitar que ese futuro fuese excesivamente innovador, o aun, simplemente, la obligación que tal época imponía —al menos a sus observadores más interesados— de registro de datos, de análisis de coyuntura, y de construcción de memorias colectivas. La singularidad de una época, que posibilita la producción de un pensamiento que la concibe como especialmente importante en relación con otras —superior a algunas, equivalente a otras— encuentra buena síntesis en el concepto de «revolución» en boga en el mundo occidental entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX (aquí diferenciamos, por lo tanto, «concepto» como fenómeno histórico-lingüístico presente y actuante en una determinada época, de «categoría» como herramienta de análisis utilizada para el entendimiento, posterior o externo, de aquella época [Koselleck, 1993]). Y en ese concepto de revolución, Brasil y la América española —o los Brasiles y las muchas Américas— se encontraban posicionados en una misma unidad histórica.

    3. Mutaciones conceptuales de tiempo

    De acuerdo con unas de las premisas establecidas por Koselleck en su importante contribución para la constitución de una historia de los conceptos —esta entendida como una metodología para el abordaje de una semántica histórica como parte de la historia social— se encuentra la singularidad de un concepto en relación con otro término cualquiera que no se constituye como un concepto. Ya que un concepto sería un término —o expresión o imagen— que, al condensar y articular significados de otros términos, establece una compleja capacidad de síntesis, y define posibilidades del pensamiento y de la acción. De esta manera, no solo todo y cualquier concepto es entendido como una realidad social temporalizada sino también como una síntesis de varias temporalidades. Por ello, no hay concepto que no sea portador de una simultaneidad de tempos (Koselleck, 1993).

    El concepto revolución sintetiza percepciones, típicas de los mundos iberoamericanos de comienzos del siglo XIX, de que se vivía una época de grandes transformaciones; igualmente, ofrece una buena medida de las relaciones de esos mundos con otros occidentales. Se trata de un concepto, además de temporalizado, típicamente relacionado al tiempo. Al respecto, no conviene extendernos, pues cada vez más surgen investigadores que analizan sus significados, sus dinámicas y sus trayectorias en la América ibérica (Wasserman, 2008; Zermeño, 2014). Vale la pena destacar, sin embargo, que el concepto fue de uso frecuente para la aprehensión de los procesos de independencia en medio de esos mismos procesos y que ese uso no siempre fue convergente, lo que puede tanto posibilitar adjetivos positivos como negativos, y cualificar igualmente movimientos de transformación o de conservación. Esto es, en medio de la vida política de la época, «revolución» era un concepto polisémico y polémico. Pero, más allá de esa variedad de usos, para todos los efectos, él indicaba una concepción de que las independencias caracterizaban una época especial, única, sin paralelo en la historia de aquellas regiones.

    No obstante, como bien mostraron muchos estudios vinculados al Grupo Iberconceptos, no solo conceptos típicamente relacionados al tiempo como revolución —también historia, regeneración, progreso o decadencia, entre otrosrefuerzan el diagnóstico de la concepción contemporánea de unicidad histórica de lo que estaba pasando. Como bien señaló Koselleck para el mundo germánico y Fernández Sebastián para los contextos iberoamericanos, una de las características generales más sobresalientes de la coyuntura conceptual occidental de fines del siglo XVIII y principalmente de la primera mitad del siglo XIX —en algunos casos esa periodización se extiende hasta más adelante— es una tendencia creciente no solo para la politización, la ideologización, la democratización, la nacionalización, la internacionalización y la «emocionalización» de los conceptos, sino también para su «temporalización» (Koselleck, 1993; Fernández, 2009). Es decir, cada vez más, conceptos utilizados en la época adensan su condición de portadores de una multiplicidad de tiempos, además de referirse, con mayor frecuencia, al tiempo como algo en sí y como una condición de la historia.

    En este sentido, se puede afirmar que los procesos de independencia iberoamericanos tuvieron estrecha relación con esta gran mutación conceptual en curso, pues esta contenía herramientas de proyección y acción política, y síntesis de posibilidades. Sin embargo, como veremos seguidamente, las independencias fueron revoluciones del tiempo también de otras maneras. Por lo menos, fue así con la Independencia de Brasil, justo aquella que es vista tradicionalmente como supuestamente la más conservadora de todas.

    4. Nuevos tiempos de lo cotidiano y de la historia

    La instalación de la Corte portuguesa en Río de Janeiro, en 1808, trajo una serie de modificaciones en el día a día de muchas poblaciones de Brasil, que motivo tensiones y descontentos: (a) el aumento de la carga tributaria de otras capitanías, como se quejarían años después los habitantes de Pernambuco que, en 1817, promovieron una revolución republicana que duró tres meses; (b) el crecimiento del tráfico negrero con África, que hizo aumentar el número de esclavos desembarcados en los puertos de Brasil a partir de entonces y recrudeció tensiones inherentes del orden esclavista; (c) el exterminio de poblaciones indígenas que vivían en regiones próximas al nuevo centro de poder máximo del Imperio portugués. Entre otras medidas, más amenas, pero no por ello menos impactantes, estaba la creación de la Imprenta Regia en Río de Janeiro, encargada de publicar papeles administrativos necesarios de la gestión del Imperio en su nueva sede, un periódico —la Gazeta do Rio de Janeiro— y otras obras variadas debidamente autorizadas por la censura.

    Entre esas obras, que contribuirían para un sensible aumento de los espacios públicos de discusión política, económica y cultural en Brasil, se encontraban los primeros «almanaques» editados en la América portuguesa. Según un diccionario de la lengua portuguesa de la época, almanak era un

    Libro de noticias de las personas de oficios públicos civiles o militares, con observaciones meteorológicas y algunas noticias Históricas y Cronológicas. Libro que contiene la distribución del año por meses y días, con la noticia de las fiestas, vigilias, cambios de la luna, etc. folhinha (Silva, 1789, I, p. 62)¹.

    Es decir, un almanaque —o folhinha— era lo que hoy llamaríamos preferentemente «calendario», palabra que en la época era menos usada, pero lo era en sentido muy semejante: «Libro en que están declarados por orden los días del mes, los meses, variaciones de la luna, los Días santos, feriados, etc.» (Silva, 1789, I, p. 217).

    A partir de 1808, por lo tanto, habitantes de Brasil —y no solo de Río de Janeiro— pasaron a tener acceso más fácil y directo a una publicación impresa que establecía «marcos temporales» y dictaba «ritmos de la vida cotidiana», en una mezcla de referencias naturales, religiosas y laicas, volcadas para el pasado, el presente y el futuro. Habitantes estos para los cuales las publicaciones impresas y periódicas eran aún poco comunes; que conocían relojes, pero los utilizaban poco, úes aún preferían los de sol, ampolletas y clepsidras a los mecánicos, y los públicos a los privados; y que vivían en una sociedad fundamentalmente agrícola y poco industrializada, por lo tanto, en fuerte dependencia de los ciclos naturales como parámetros de tiempo. En un medio con tales características, incluso mayoritariamente formado por personas analfabetas, el impacto de los almanaques no debe ser menospreciado.

    Ese objeto, repitamos, marcador de tiempo y definidor de ritmos de la vida cotidiana, desde siempre se mostraría también un agente de concepción de tiempo. En los almanaques se forjaban tiempos de acuerdo con voluntades sociales, con proyectos y objetivos deliberados. Observemos un ejemplo elocuente en el Almanaque do Rio de Janeiro para o ano de 1816². En la parte relativa a «Noticias cronológicas», se observa una división entre «Épocas generales» y «Épocas particulares de Portugal». En las dos divisiones, el índice de las noticias parece seguir una secuencia cronológica (como en el primer caso, «Del año Juliano», «De la era de César en España», «De la Era Cristiana», o en el segundo, «De la Conquista de Lisboa», «De la total expulsión de los Moros», etc.). Una excepción, con todo, salta a la vista: después de los temas «De la regencia del Príncipe N. S.» (que inició en 1792) y «De la restauración de Portugal, vencido el Ejército francés» (que ocurrió en 1814), lo que viene es «De la llegada de Su Majestad a Brasil», que, como vimos, aconteció en 1808. Es decir, el Almanaque da a entender que esta llegada ocurrió de forma desvinculada de la invasión francesa a Portugal, no como una fuga militar, sino como una medida benemérita en sí misma. Una subversión cronológica daba sentido a la narrativa histórica que estaba siendo escrita.

    Función semejante a la de los almanaques era desempeñada por los periódicos, también ellos sin redacción e impresión en Brasil antes de 1808. Los periódicos, inclusive, acostumbraban anunciar la edición y venta de nuevos almanaques. En el Diário do Governo, del 25 de enero de 1822 —antes, aun, del triunfo de la Independencia— se lee en uno de esos anuncios, por cierto, bastante significativo:

    En la Tienda del Diario, largo del Rocío Nº. 33, se venden as Folhinhas de Algibeira [almanaques de bolsillo] para el presente año. En papel 280, y en rústica a 320 rs [reis]. Y se advierte a los Señores compradores que esta folhinha, aquí impresa, además de nuevas eras que en las de Lisboa no se encuentran, contiene los días de los Despachos de los Tribunales existentes, que enteramente faltan en aquella, así como sus respectivas Ferias [Festivos].

    En otras palabras, el almanaque se estaba adaptando a lo que era específico de Brasil en relación con Portugal, al diferenciar aquellos impresos de Río de Janeiro de los de Lisboa. Poco después, esa diferenciación iría más allá de la dimensión cotidiana local para convertirse en un componente ya ligado a una historia no más portuguesa, sino brasileña. En un anuncio del mismo tipo, del 13 de diciembre de 1822, se lee:

    Salió la Folhinha de algibeira y de puerta [dos tipos de almanaque de bolsillo], mandada a imprimir por Orden de S. M. I, donde se encuentran los nuevos días de Gala de la Corte Imperial, y los feriados únicamente designados por el mismo AUGUSTO SEÑOR, para todos los Tribunales. Se vende la de algibeira en rústica a 320 reis, y la de puerta por 160, en la tienda de José Antonio da Silva, Librero, en la Calle Derecha Nº. 112.

    Aquí, el almanaque, regulador del tiempo, ya incluye la mención al nuevo emperador de Brasil, Pedro I, los «nuevos días de Gala» de su corte y los feriados «únicamente designados» por él. De un anuncio a otro había ocurrido la formalización de la Independencia de Brasil, que se consolidaba también como un «proceso de reinvención del tiempo». Este sería un proceso arduo, en consonancia con otras dificultades inherentes a la construcción de un Estado y de una nación brasileños que no existían antes, pero que ahora se beneficiarían de elementos anteriores, inclusive la diferenciación política entre Brasil y Portugal por medio de una diferenciación de marcos temporales y de ritmos de vida cotidianos, incluyendo esfuerzos deliberados de manipulación y control de cronologías, narrativas históricas y calendarios.

    Los almanaques, inclusive, podían contribuir con la promoción de la unidad nacional brasileña y su diferenciación de Portugal, pues en 1825 ya presentaban dos secciones cronológicas separadas tanto para Brasil como para Portugal. Esa diferenciación sería reforzada por otro anuncio de venta, del Diário do Rio de Janeiro, del 6 de octubre de 1825:

    La folhinha de algibeira que acaba de publicarse en la Casa Plancher goza de una estimación general no solo en Río de Janeiro sino en las Provincias del Imperio, y el ilustre público, por su concurrencia, justifica el concepto que merece esta obra pequeña, pero Brasileña de verdad. La folhinha será mejor para el año. Ella irá diciendo a Europa lo que no quieren decir aquellos que o no lo conocieron [al Imperio?], o no oyeron sino a los pocos enemigos que sobreviven después de tantas caídas. Si la folhinha fuese impedida por cualquier privilegio exclusivo, el pueblo no tendría por el precio de 280 reis noticias tan agradables como instructivas.

    En este sentido, la revolución de independencia de Brasil se alineaba a otras anteriores —y se asemejaría a otras posteriores— por medio de un esfuerzo deliberado de manipulación de ritos, cronologías, escritura de la historia, calendarios y otras formas de concepción y de control del tiempo, aspectos que continuarían ocurriendo en Brasil a lo largo de las décadas de 1820 y 1830 con la contribución de los almanaques. Si la Independencia en muchos sentidos se distanció de la radicalidad de la Revolución francesa, que como sabemos llegó a crear incluso una nueva forma de medir el tiempo e instituyó oficialmente un calendario revolucionario, no por ello dejó de incentivar iniciativas como la que llevó a la elaboración de un altamente significativo «Calendario perpetuo y alegórico, dedicado a Su Majestad Señor Don Pedro Primero, Emperador Constitucional y Defensor Perpetuo de Brasil», de 1826:

    Aquí, el punto de partida del tiempo cronológico es 1822 (la Independencia) y se proyecta un futuro «controlado» —según los objetivos de un calendario perpetuo, pero típico de períodos que se autoentienden como revolucionarios modernos— por 139 años, esto es, hasta 1961 (Herstal, 1972; Rodrigues, 2009). En términos alegóricos, ese control se hace con la unión entre Portugal y Brasil, representados en la parte superior de la imagen; con la presencia de 28 nobles, comerciantes, propietarios y clérigos mencionados en los globos que rodean la imagen de D. Pedro I; y claro, principalmente por esta imagen central, para la cual converge toda la cronología, todo el tiempo en ella representado. Definitivamente, la Independencia, personificada por D. Pedro I, se constituía como una revolución del tiempo.

    Figura 1. Calendário perpétuo e alegórico, dedicado a Dom Pedro Primeiro, Imperador Constitucional e Defenbsor Perpétuo do Brasil, 1826 (Fuente: Biblioteca Nacional de Portugal).

    5. Conclusiones

    Las articulaciones entre vida material y vida intelectual aquí sugeridas presentan componentes específicos de las realidades lusoamericana y brasileña; no obstante, componentes equivalentes y semejantes se hacen presentes también en otras realidades de la misma época, inclusive hispanoamericanas. Más que eso, es posible afirmar que tanto en el plano material como en el intelectual, todas esas especificidades se vuelven menos específicas si son observadas como parte de una unidad histórica más amplia, permeada no solo por aproximaciones morfológicas sino también por tránsitos, traducciones y reelaboraciones recíprocas.

    Estudios de esa naturaleza se han desarrollado de modo promisorio en el ámbito de la historia de los conceptos. La historia material de formas de concebir y manipular el tiempo, al menos en la época de las independencias, es mucho menos numerosa, y aún espera por investigaciones incluso hasta básicas, de carácter descriptivo e informativo, y que permitan un conocimiento aproximado de dimensiones de la vida social todavía muy nebulosas. De todas maneras, lo que ya existe, y lo que viene siendo hecho recientemente, parece apuntar hacia una agenda de investigación abierta. Una agenda que, si bien no necesariamente debe limitarse a la periodización de los tiempos de la política —que son los naturalmente preferidos por los estudios de las independencias—, puede tener en ese viejo y persistente tema vigorosos puntos de partida y renovación.

    Referencias

    Fuentes primarias

    Almanaque do Rio de Janeiro para o ano de 1816. Río de Janeiro: Impresión Real, 1816.

    Almanaque do Rio de Janeiro para o ano de 1817. Río de Janeiro: Impresión Real, 1817.

    Almanaque do Rio de Janeiro para o ano de 1824. Río de Janeiro: Impresión Nacional, 1823.

    Almanaque do Rio de Janeiro para o ano de 1825. Río de Janeiro: Impresión Nacional, 1824.

    Diário do Rio de Janeiro, 1821-1825.

    Diário do Governo, 1822.

    Fuentes secundarias

    Fernandes, Florestan (1975). A revolução burguesa no Brasil: ensaio de interpretação sociológica. Río de Janeiro: Zahar.

    Fernández Sebastián, Javier (2009). Hacia una historia de los conceptos políticos. En Javier Fernández Sebastián (dir.), Diccionario político y social del mundo iberoamericano (pp. 25-45). Madrid: Fundación Carolina, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.

    Godechot, Jacques (1972). Independência do Brasil e a Revolução do Ocidente. En Carlos Mota (org.), 1822: dimensões (pp. 27-37). São Paulo: Perspectiva.

    Guerra, François-Xavier (1992). Modernidad e independencias: ensayos sobre las revoluciones hispânicas. Ciudad de México: FCE.

    Herstal, Stanislaw (1972). D. Pedro: estudo iconográfico. São Paulo, Lisboa: Ministério da Educação e Cultura do Brasil y Ministério dos Negócios Estrangeiros de Portugal.

    Hobsbawm, Eric J. (1982). A era das revoluções 1789-1848. Cuarta edición. Río de Janeiro: Paz e Terra.

    Hobsbawm, Eric J. (1986). Revolution. En Roy Porte y Mikulás Teich (dirs.), Revolution in History (pp. 5-46). Cambridge: Cambridge University Press.

    Janscó, István & João Paulo Garrido Pimenta (2000). Peças de um mosaico (ou apontamentos para o estudo da emergência da identidade nacional brasileira). En Carlos G. Mota (org.), Viagem incompleta: a experiência brasileira. Formação: histórias (pp. 127-175). São Paulo: Senac.

    Koselleck, Reinhart (1993). Futuro passado: para una semántica de los tiempos históricos. Barcelona: Paidós.

    Palmer, Robert (1959). The Age of the Democratic Revolution. Princeton: Princeton University Press.

    Pimenta, João Paulo Garrido (2017). La independencia de Brasil y la experiencia hispanoamericana (1808-1822). Santiago: DIBAM.

    Rodrigues, Félix (2009). Ano Internacional da Astronomia - Dia 346. «Calendário Perpétuo de D. Pedro I». Desambientado [blog] 12 de noviembre. http://desambientado.blogspot.com/2009/12/ano-internacional-da-astronomia-dia-346.html

    Roura, Lluís & Manuel Chust (eds.) (2010). La ilusión heroica: colonialismo, revolución e independências em la obra de Manfred Kossok. Castelló de la Plana: Publicacions de la Universitat Jaume I.

    Silva, Antonio de Moraes (1789). Dicionário da língua portuguesa, composto pelo Padre Rafael Bluteau, reformado, e acrescentado por... Lisboa: Oficina de Simão Tadeu Ferreira.

    Sodré, Nelson Werneck (1958). Introdução à revolução brasileira. Río de Janeiro: José Olympio.

    Wasserman, Fabio (2008). Entre Clio y la Polis: conocimiento histórico y representaciones del passado em el Río de la Plata (1830-1860). Buenos Aires: Teseo.

    Zermeño Padilla, Guillermo (2014). Revolución em Iberoamérica (1770-1870). Análisis y sínteses de um concepto. En Javier Fernández Sebastián (dir.), Diccionario político y social del mundo ibero-americano. Iberconceptos II (tomo 9, pp. 15-47). Madrid: Universidad del País Vasco y Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.


    ¹ Agradezco la referencia a Mariane Raulino Carneiro.

    ² Agradezco a Wilma Peres Costa todas las citas de almanaques y calendarios.

    Primera parte

    .

    Ecos de la Revolución de Haití en Hispanoamérica

    Coordinada por Carlos Aguirre

    Universidad de Oregon

    Haití en las redes de comunicación y apoyo de los insurgentes mexicanos, 1813-1819

    Johanna von Grafenstein

    Instituto Mora, México

    En la segunda década del siglo XIX, Haití, que conquistó su independencia como segundo país de América, desempeñó un papel importante en las empresas libertadoras de los insurgentes novohispanos y sus aliados externos. El reino de Nueva España formaba parte de las redes de comunicación y apoyo que se tejieron en el mar Caribe y Golfo de México durante las guerras de independencia hispanoamericanas. Puntos importantes de estas redes se establecieron en las costas de Venezuela, Nueva Granada, en las costas caribeñas de la capitanía general de Guatemala, Jamaica, Haití y algunas otras islas como Margarita e Isla de Providencia; y, en el Golfo de México, las costas del reino de Nueva España, Yucatán, Luisiana y Florida con varias de sus islas adyacentes (ver figura 1).

    Como contraparte, autoridades y mandos militares virreinales —en México y la isla de Cuba— así como representantes de España en Estados Unidos crearon redes de contrainsurgencia por las que circulaban noticias que tenían como objetivo evitar las conexiones de los insurgentes con el exterior. La información que se produjo en ambas redes permite apreciar el papel de Haití como fuente de apoyo en armas, provisiones y hombres para los independentistas mexicanos.

    Este trabajo se enfoca en las conexiones que tienen a México³ como centro de conexiones insurgentes y contrainsurgentes en las que Haití —bajo los gobiernos de Henri Christophe, Alexandre Pétion y Jean Pierre Boyer— aparece como destino de solicitudes de auxilio y, por el otro, como blanco de espionaje, de quejas diplomáticas y, en ocasiones, de ataques a su gente de mar. Esta contribución se inscribe en la ya amplia literatura sobre el papel de los primeros gobiernos independientes de Haití en los procesos de independencia hispanoamericanos.

    Figura 1. Mapa de Haití en las redes de comunicación y apoyo de los insurgentes mexicanos y sus aliados externos, 1813-1819. Elaborado por Julio César Rodríguez Treviño.

    1. La red de comunicación y apoyo insurgente

    Desde los primeros gobiernos insurgentes con Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, José María Morelos e Ignacio López Rayón como figuras principales surgió la idea de establecer contactos con Henri Christophe, gobernante del reino de Haití, en el norte del país, entre los años 1811 a 1820, y Alexandre Pétion, presidente de la República de Haití que abarcaba las provincias del Oeste y Sur, entre los años de 1806 a 1818, seguido en la presidencia por Jean Pierre Boyer, entre 1818 y 1843. El padre Hidalgo y Costilla, quien encabezó la insurrección en su primera fase, decidió mandar un enviado al exterior para buscar apoyo en armamento y municiones. Comisionó a Bernardo Gutiérrez de Lara, un terrateniente tamaulipeco, quien se comprometió con la causa de los insurgentes y ofreció sus servicios por sus vínculos que tenía con Nueva Orleans. Gutiérrez recibió credenciales e instrucciones, así como el grado de teniente coronel y el de «general en jefe de la nación de los Estados del Norte» (Fabela, 1926, p. 33). Gutiérrez de Lara se trasladó a Estados Unidos, pero solo tres años después de la muerte de Hidalgo logró, desde Nueva Orleans, establecer contacto con Alexandre Pétion, a través del agente Pedro Girard, quien se presentó a mediados de 1814 en Puerto Príncipe para solicitar ayuda con el fin de recobrar la provincia de Béjar que había sido retomada por los realistas en 1813. En una carta del 15 de agosto de 1814, Pétion contesta a Gutiérrez de Lara:

    […] La república que tengo el honor de presidir se considera en paz con todas las naciones, y habiendo en consecuencia, adoptado un sistema de perfecta neutralidad, no puedo hacer ningún armamento ni expediciones algunas, sino para la seguridad interior de su territorio. Vuestra solicitud no puede, de tal manera, ser atendida por mí. Haré suministrar a don Girard, como lo solicitáis, los alimentos de que haya necesidad para su regreso […] (Hernández y Dávalos, 1985, V, p. 609).

    Esta y otras muestras de neutralidad por parte de Alexandre Pétion se explican por las continuas acusaciones por parte de las potencias del momento —Gran Bretaña, Francia y España— de que Haití estaba promoviendo insurrecciones en las colonias vecinas. El reconocimiento como país independiente por Francia solo se dará en 1825 por medio de una ordenanza emitida por Carlos X. Durante los veinte años anteriores, el país se encontraba en una situación frágil en el terreno internacional; vivía bajo el asedio por parte de su antigua metrópoli, que buscaba reintegrar su otrora más rica colonia a la monarquía restaurada en 1814-1815, recurriendo a negociaciones, pero también amenazando al país con intervenciones armadas (Grafenstein, 2015). El tema de la neutralidad que Pétion se veía obligado a observar encuentra un desarrollo novedoso en el reciente libro de Ernesto Bassi sobre los vínculos transimperiales en el Gran Caribe (2016, pp. 142-171). A pesar de las precauciones impuestas, el apoyo de Pétion a las empresas fraguadas en la capital de la República, en Jacmel y Los Cayos era significativo, como ha sido resaltado en la historiografía sobre Venezuela y las expediciones de Simón Bolívar, desde la obra temprana de Paul Verna (1980 [1970]) hasta el más reciente estudio de Sybille Fischer en el que la autora defiende la importancia de Haití no solo para las expediciones armadas de Bolívar sino también por el impacto positivo del encuentro con Pétion en el terreno del pensamiento político del venezolano (2013).

    Después de un intento fallido de Ignacio Allende, líder militar de la primera fase de la guerra de independencia, de conseguir hombres y armamento para la causa insurgente en el exterior, José María Morelos designó, en 1813, a José Manuel Herrera como ministro plenipotenciario ante el gobierno estadounidense y a Antonio de Peredo como comisionado de la Marina. Peredo debería encargarse de conseguir armamento en Estados Unidos y a presentarse ante la corte del rey Christophe en Haití. Provisto con una carta firmada por Ignacio López Rayón, tenía la misión de dar a conocer «el estado actual» de México, de establecer «relaciones más estrechas de unión y amistad fraternal como leales Americanos» y de pedir apoyo al rey Christophe mediante la mencionada carta cuyas palabras eran: «Por este sagrado vínculo con que la Naturaleza nos liga, espero que el poder soberano de V.M.I. coadyuve a las justas miras de la independencia y libertad, que ya Gracias a Dios se disfruta casi del todo en este continente, aunque luchando todavía en la lid sangrienta con que empezamos» (Hernández y Dávalos, 1985, VI, pp. 1038-1039). No se tiene constancia de que Peredo hubiese logrado presentarse ante Christophe, pero se sabe que trajo de Boston «un buque con fusilería» pagado con el oro que se llevó, además de que había solicitado más dinero al gobierno insurgente para pagar otra remesa «que el anglo se obligó a traer»⁴.

    La ayuda en armas y municiones que solicitó Rayón debería destinarse a los insurgentes en el departamento de Veracruz, que para junio de 1813 se encontraba en un «deplorable estado, próximo a sucumbir a los enemigos». En la correspondencia confiscada por los realistas se informa a Morelos de que las divisiones encerradas en sus atrincheramientos de la costa debían reforzarse para la próxima campaña y para poder «sostener los desembarcos de los refuerzos que se esperan próximamente en nuestro auxilio, tanto de Estados Unidos como de la Isla de Santo Domingo y la de su Emperador el Negro Enrique Cristóbal […]»⁵. Rayón insiste en la urgencia de tomar Tuxpan para tener este puerto, más los de Nautla y Tecolutla, «donde puedan entrar y salir las embarcaciones con los socorros de nuestros aliados» (véase mapa). Sin los auxilios pedidos, «serán infructuosos mis afanes de solicitar las alianzas de nuestros vecinos de americanos ingleses y de otras potencias de Ultramar...»⁶, es decir, de los gobiernos independientes de Haití.

    Después de la infructuosa gestión de Girard en Puerto Príncipe, en 1814, apareció otro agente mexicano en Puerto Príncipe, J. Cadenas, quien logró que se armaran seis embarcaciones del corsario francés Louis Aury para conformar una expedición a costas mexicanas. La misma, con el propio Cadenas y numerosos corsarios haitianos a bordo, salió de Puerto Príncipe en mayo de 1816 rumbo a la isla de Galveston y de allí debía dirigirse a Nueva España. La delación del plan de ataque por José Álvarez de Toledo⁷ y un motín entre los marinos haitianos hizo fracasar esta primera expedición a costas mexicanas que saliera de Haití (Verna, 1970, pp. 279-280).

    Fray Servando Teresa de Mier, dominico y disidente desde la década de 1790, exiliado en Europa y participante de la expedición a Nueva España del liberal español Xavier Mina, menciona, en una carta de julio de 1816, dos diputados mexicanos que se encontraban en Puerto Príncipe y fue a través de ellos, dice, que Mina tomó contacto con el gobierno haitiano en aquel año⁸. En dicha carta Mier relata las dificultades que tuvo Mina para contactar los independentistas mexicanos en territorio estadounidense. La «lejanía» de José Manuel Herrera⁹, dice Mier, llevó a Mina a «comunicarse con los dos diputados mexicanos que hay en Puerto Príncipe de que uno es Canónigo y pienso sea Velasco»¹⁰.

    Una segunda carta del padre Mier, del 14 de diciembre de 1816, está dedicada a relatar los pormenores de la expedición de Mina y el apoyo que recibió del gobierno haitiano en su preparación¹¹. A causa de las indiscreciones del «intrigante y desacreditado General Toledo», dice Mier, Mina perdió el apoyo de los comerciantes de Baltimore y se vio obligado a enviar a Puerto Príncipe dos buques, ya equipados con armas y provistos de una tripulación de más de 250 oficiales, con el fin de no comprometer la actitud tolerante del gobierno norteamericano. Efectivamente, la traición de José Álvarez de Toledo a la causa insurgente contribuyó de manera importante al fracaso de la empresa de Mina.

    Por otra parte, Guadalupe Jiménez Codinach arguye que una razón de peso para que Mina se trasladara a Puerto Príncipe, fue el contacto establecido con Simón Bolívar a través de Felipe Estévez a quien Mier y Mina encontraron en Norfolk. Mina escribió a Bolívar a Puerto Príncipe, invitándolo a participar en la empresa de México (1991, p. 320). En su correspondencia Mier insiste en que fue él mismo quien convenció a Estévez de poner a Mina en contacto con «Bolívar y el famoso Pétion: famoso digo para nosotros pues es increíble el agasajo que prestó, desde la primera desgracia en Venezuela, hasta hoy a sus emigrados y de Cartagena»¹². Describe con detalle la ayuda que el presidente haitiano brindó a los emigrados civiles y militares, mientras que se preparaba una nueva expedición rumbo a costas venezolanas.

    Sobre las vicisitudes del viaje a Puerto Príncipe informa también el comerciante estadounidense William Davis Robinson, quien llegó a Nueva España en 1816 para cobrar una deuda que habían adquirido los insurgentes mexicanos con la compra de armas a un proveedor de nombre Joseph D. Nicholson. Robinson se dirigió primero al general Guadalupe Victoria quien por falta de recursos lo envió a Tehuacán para que tratara de cobrar los 40 000 pesos a Manuel Mier y Terán. Este le pagó parcialmente y lo llevó rumbo a la costa para que Robinson se embarcara en el puerto de Coatzacoalcos. Sin embargo, en el camino cayeron en una emboscada tendida por los realistas y Robinson es hecho prisionero, en setiembre

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