Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Los Rostros de la Mediocridad y Otras Tribulaciones
Los Rostros de la Mediocridad y Otras Tribulaciones
Los Rostros de la Mediocridad y Otras Tribulaciones
Libro electrónico460 páginas6 horas

Los Rostros de la Mediocridad y Otras Tribulaciones

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Esta obra es un ariete de demolición contra la indiferencia de lo que urge cambiar, es un llamado a involucrarnos y dejar la zona de confort ante la aniquilación de nuestro entorno natural, ese escenario maravilloso que nos fue legado y, que la falta de conciencia y de compromiso, están permitiendo su colapso. En sus páginas se desnudan las distintas actitudes que asume la mediocridad para manifestarse y toca temas puntuales que afectan la convivencia entre semejantes.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 oct 2022
ISBN9781005724221
Los Rostros de la Mediocridad y Otras Tribulaciones
Autor

Antonio Rodríguez Delgado

El Maestro Antonio Rodríguez Delgado es un músico de renombre internacional. Su trabajo aparece recogido en dos enciclopedias de la música, en la del investigador Cubano Radamés Giro, (enciclopedia de la Música cubana editada por el instituto del libro), y en la enciclopedia de la Música Iberoamericana editada por la SGAE y la universidad Complutense de Madrid.Entre sus obras literarias descacan las obras "Elías Barreiro: El Hombre Detrás de la Guitarra", publicada en 2015 por la editorial de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, en México, también traducida al inglés y "La Huella Indeleble del Sonido" publicada en 2020 por la editorial anglo-española Alvi Books de Londres, en Reino Unido.

Lee más de Antonio Rodríguez Delgado

Relacionado con Los Rostros de la Mediocridad y Otras Tribulaciones

Libros electrónicos relacionados

Ciencias sociales para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Los Rostros de la Mediocridad y Otras Tribulaciones

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Los Rostros de la Mediocridad y Otras Tribulaciones - Antonio Rodríguez Delgado

    Los rostros de la mediocridad y otras tribulaciones

    Ensayo

    Antonio A. Rodríguez Delgado

    Editorial Alvi Books, Ltd.

    Realización Gráfica:

    © José Antonio Alías García 

    Copyright Registry: 2208031718088

    Created in United States of America.

    © Antonio Rodríguez Delgado, Huitzilac (Estado Morelos) México, 2020 

    ISBN: 9781005724221

    Producción:

    Natàlia Viñas Ferrándiz

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del Editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y siguientes del Código Penal Español).

    Editorial Alvi Books agradece cualquier sugerencia por parte de sus lectores para mejorar sus publicaciones en la dirección: editorial@alvibooks.com

    Maquetado en Tabarnia, España (CE) 

    para marcas distribuidoras registradas.

    www.alvibooks.com

    Introducción

    Ante la estupidez humana hasta los dioses luchan en vano. Schiller

    No escribo para hoy, cuando lo hago no busco un auditorio dócil, la lisonja ni el aplauso banal. Tampoco me movilizan las cifras lucrativas de aquellos que alquilan su pluma al mejor postor. Simplemente digo aquello que necesita ser dicho para los oídos preparados, expongo esas ideas que me ahogan sino las comparto con las sombras del tiempo y la tempestad. Soy, en resumen, como el agorero de los caminos no transitados, ese esclavo que no busca el reducto complaciente del acomodo, sino el hierro candente de la verdad y la agonía del servicio. Ante el suplicio del decoro bajo mi cabeza e inclino mi espada, nada ni nadie me poseerá, salvo el honor y el cumplimiento del deber. Queda dicho que el pacto es uno solo y no es otro que el discreto placer de la honra. No poseo tiempo para distracciones ni empalagos sospechosos, salgan de una vez los blandos lechos de mi recinto, y que permanezca ardiendo y activa la forja de la virtud, ella será mi refugio y almohada, y si soy merecedor, también mi tumba.

    Toda propuesta sincera pretende la unión de las partes con el todo, no separa, compacta, induce al hombre a la conducta enaltecedora, forja en su conciencia las bondades del amor, no excluye, sino que integra. Convence por la autoridad que le es conferida desde los principios básicos y arrolladores del amor, de esas cualidades que se sostienen en el equilibrio y la ponderación. No atemoriza por los prejuicios y peligros de la sombra, sino que señala el recto proceder desde la luz. Más que inculcar el miedo, compulsa la ascensión sostenida por la siembra de la virtud. Más que impugnar, recluta, más que amedrentar, educa y fortalece las raíces aceradas del carácter.

    Por tal razón está hecha para los que se hayan preparados para entenderla, pues todo tiene su momento, el alumbramiento no es ni antes ni después, sino en el justo instante en que ha de suceder. Las filosofías que han iluminado el andar de la humanidad ven en el hombre, a una sola raza, no está dividida ni en fieles ni infieles, ni en moros ni cristianos, tampoco discrimina por su orientación ideológica, sexual, ni de género, ni por el color de su piel. Estas vías de iluminación predican el amor por sobre todas las cosas, el respeto y la tolerancia hacia los semejantes, y una recta actitud de vida.

    Nadie tiene el derecho a imponer su credo a otros grupos sociales ni a creerse mejor ni superior, porque su fe propugna que es la más directa al padre. La miseria humana no se combate, solo se necesita rodearla de generosidad para que resalte y se disuelva la actitud negativa, del mismo modo que un pensamiento corrosivo desaparece, cuando se ilumina el entendimiento con su opuesto. Baste que la energía positiva inunde el espíritu y desvanece de modo natural, la manifestación indeseada. Si aplicamos todo el tiempo este fundamento, obtendremos beneficios incalculables en la conducta del hombre. Hay que enseñar por medio del ideal, no ejemplificando desde los aspectos negativos. Se enseña mejor desde el lado de la razón, e inculcando desde la actitud digna de imitar, aquellas cualidades superiores que por sí sola, apartan y expulsan los defectos y el actuar indeseado.

    No existe hombre por sabio, y grande que sea, químicamente puro, todos sin excepción somos objetivo predilecto de las tentaciones, y de las miserias humanas, pero en esa lucha permanente que libramos en cada segundo de nuestra existencia, contra nuestros demonios interiores, en el campo de batalla de nuestra espiritualidad, existe uno de rostro abominable que deseo acorralar. Este estafermo de múltiples caras, y disfraces, se encuentra agazapado en cualquier recodo del trayecto, esperando su oportunidad para atacar, y donde quiera que hunde sus pezuñas, infecta y mata lo que de maravilla existe en el corazón del ser humano. Ese fantasma abominable no es otro que la mediocridad. No ha nacido hombre en la faz de la tierra que no haya sido convocado por su llamado, o que no haya probado, aunque sea un sorbo, de alguno de sus viñedos envenenados.

    Por la temática que trato y la crudeza con que la enfrento, advierto que el trabajo que someto a consideración no pretende agradar ni complacer, está construido con letras filosas y cortantes como el escalpelo del cirujano. Por tal motivo, si el lector se siente en algún punto de la narración disgustado, incómodo, inquieto, o sofocado, es indicativo de que algún dardo ha acertado en su frágil y quebradiza anatomía, que ha dado justo en el blanco, y en algún punto se ha visto reflejado en el desbastador paisaje que describo.

    No es mi intención que nadie zozobre en esos páramos hostiles que dibujan mis palabras, ni despertar sentimientos de incertidumbre, mucho menos provocar ningún trauma. Solo piensen que se van a situar frente a un espejo que reflejará con fidelidad, todas las imperfecciones de vuestra imagen, que una penumbra de ignorancia creada a conveniencia, no hacía detectable a sus ojos. Lo que antes no se había apreciado, en estas páginas saltará a la vista y no habrá forma de eludir el enfrentamiento con el ideal de sí mismo, (ese alter ego cuidadosamente construido), y la demolición que se produce ante la imagen real que el presente ensayo dejará en la percepción de su yo íntimo. Por ello le recomiendo que, si algunos de los síntomas anunciados comienzan a invadir el ánimo del lector, que no se retire, que aguante y tenga el valor de llegar hasta el final, tal vez sea indicativo de que necesite una breve dosis de terapia de choque.

    Confesaré que este libro no es totalmente de mi autoría, ni que lo he escrito en noches de desvelos e infortunios, pues no es así, estas páginas han sido guiadas por el cruento enfrentamiento con la mediocridad. Ella ha empuñado mi pluma para que se deslice ligera, y describa hasta en sus más mínimos y sutiles detalles, el rostro de los mediocres con los cuales he tenido que compartir tiempo y espacio. Ellos son los verdaderos autores de estas páginas, del mismo modo que las revoluciones no la hacen los revolucionarios, sino las estúpidas e insensibles oligarquías que fomentan la iniquidad, la pobreza acérrima, y esas condiciones de vida infernales que propician los estallidos sociales. También siguiendo la misma dirección y análisis desde el ángulo que nunca se observa, es como si se acusara a los libres pensadores y ateos, de la falta de fe actual en la iglesia católica contemporánea. Y no se detectara la verdadera razón en el descrédito de esos supuestos hombres de Dios, con doble vida e hijos ilegítimos por doquier, o en la pederastia como práctica recurrente en las iglesias y orfanatos religiosos. O en toda la podredumbre e hipocresía que surge de un celibato como práctica de pureza, que reprime y canaliza de la peor manera los instintos naturales del hombre. Resultado de esa visión oscurantista, arcaica, y antinatural, que no ve en el contacto maravilloso del hombre y la mujer, el más perfecto equilibrio diseñado por el arquitecto del universo.

    El hombre mediocre es impotente, dentro de sus limitaciones e inhibiciones, para proyectar su crecimiento hacia el éxito, y para adquirir virtudes que le son necesarias, para esa constante exigencia y expansión que las circunstancias de la vida le imponen. No es capaz de percibir la relación temporal inseparable, que detrás de cada virtud se esconde. Como, por ejemplo, cuantos años de intenso batallar se requieren, para incorporar al carácter una cualidad distintiva que nos haga fuerte, o más generoso, y, sin embargo, se pierde en un segundo de flaqueza. O a la inversa, un vicio o defecto de la personalidad, o hábito malsano que caracterice una inclinación del individuo como el acomodamiento, o la debilidad ante el placer, se adquiere en un segundo, y se necesitan eones para expulsarlas del templo del ser. Dicho de otro modo, una virtud requiere de tiempo indefinido de esfuerzo para conquistarla, y se puede perder en una fracción de debilidad, y un vicio se incorpora en un respiro, y se requieren siglos de trabajo obstinado para controlarlo, doblegarlo, y posteriormente erradicarlo. Estamos en presencia de una ecuación que no admite equivocaciones. Del mismo modo construir algo ya sea una obra, una escuela instrumental, o formar a un estudiante, requiere de años de perseverancia, y destruirlo, se hace en un momento. Pero curiosamente, el hombre dominado por la mediocridad, sucumbe invariablemente, ante lo que una situación de esta naturaleza requiere, y aconseja, me refiero a no comprender la desigual relación temporal, que se establece entre la adquisición de la virtud, y el vicio, entre la acción de construir, y la de destruir.

    Es habitual que, desde una percepción mediocre de la historia, y de cuanto aspecto marca la vida pública de un país, disciplina, o rama del saber, solo se observen los fundamentos visibles de los sucesos, y acontecimientos sociales, políticos, filosóficos, artísticos, e históricos. Mientras curiosamente pasan inadvertidas, las condicionantes invisibles que los originan. Esta es la razón por la que apreciamos una parte del asunto, máxime, si es la que más conviene ser priorizada o expuesta a la luz, porque refleja en la mayoría de los casos, el criterio del que escribe la historia, o los intereses de ciertos grupos de poder que se encuentran detrás.

    Cuantas veces en un enfoque antihistórico, según sea la tendencia o filiación política del analista de turno, se absuelve a un culpable, se justifica lo injustificable, se magnifica lo secundario, o se desaparecen de la escena los factores predominantes de cualquier fenómeno antropológico, filosófico, y social. Pero es precisamente mi deseo, el sacar a la luz la parte que se esconde en la problemática que analizo, esa otra cara invisible de la luna que permanece escondida, para las miradas superficiales, y así alcanzaremos una aproximación más integral del tema que nos ocupa, sin que se nos escape ningún ángulo, ni se quiebre el fino hilo de la madeja.

    El objetivo primordial de este ensayo, es desmenuzar en que consiste la mediocridad, como opera, y de cuantos disfraces se vale para invadir los dominios de la conciencia del ser, y aunque estas cuartillas se escriben desde la visión de la música y el arte, van dirigidas a la sociedad en su conjunto, pues desde el territorio de lo bello, también se pueden encontrar los mismos problemas existenciales, que se presentan en las otras áreas de la vida. En realidad, podríamos afirmar que no hay diferencia, y que, si se saben detectar las regularidades que se esconden entre los diferentes medios de expresión, de los que se vale la naturaleza humana para manifestarse, podremos apreciar como todo en esencia es similar.

    Un conservatorio es como una sociedad, una orquesta refleja las diferentes luchas de poder, que normalmente se dan en la esfera política. La relación que se establece en un aula grupal de coro, o teoría musical, acusa las mismas contradicciones, que surgen en las relaciones interpersonales, dentro de los órganos del poder económico. La supremacía en las asignaturas de instrumentos, -que tienen un carácter eminentemente individual-, desarrolla las mismas ansias de liderazgo, que afloran dentro del ámbito legal, o en cualquier otra área de la vida, donde el ego fluye, y se realiza desde la primera persona del singular. Durante el trayecto que vamos a recorrer juntos, iremos haciendo paralelos que comprueban lo que acabamos de exponer.

    Es mi propósito alertar sobre las propuestas, y estratagemas de que se vale la mediocridad, para que no nos tome desprevenidos, y detectar el menor síntoma de invasión del que seamos víctima, y así acorralar y expulsar de nuestra condición, cualquier célula maligna que amenace con su expansión, la salud de nuestra capacidad de involucrarnos, hacer, y crear. Mi segundo súper objetivo, es analizar los nexos de la mediocridad en las diferentes interrelaciones, que surgen de la actitud y la actividad humana entre los semejantes.

    La mediocridad es como un contagio, nadie está a salvo ni inmune a su llamado, su voz nos puede confundir si no sabemos en esencia sus tácticas y estrategias de conquista, esa es la misión de estas cuartillas, desnudar el virus de la mediocridad, acorralar sus vías de seducción, y prepararnos para rechazar su convocatoria.

    Antes de entrar a profundidad en un tema, que saca a la superficie una actitud tan compleja, y enigmática de la condición humana, se hace necesario para avanzar en su estudio, y análisis, llegar a definir de algún modo en que consiste, como opera, y que es, en suma, ese estado de inercia motivacional, y espiritual, conocido como mediocridad.

    La mediocridad es el asesino invisible de la inspiración, no tiene forma ni rostro, pero podemos percatarnos de inmediato del ser que se ha apoderado, por los síntomas inequívocos de su presencia en la actitud del hombre. El contagiado comienza a tener un accionar distanciado, y sin motivación, poco o nada le sale bien, sus reflejos se duermen, y deja de relacionarse activamente con su entorno, pierde interés en sus actividades, y se transforma en un muerto viviente. Un ser sin aliciente ni deseos, el clásico ausente de cuerpo presente, algo amorfo, indefinido, que no participa de las circunstancias ni aporta energía de su interior. Es un ser robotizado y apagado, que anda en automático, y vacío, por las calles de su rutina diaria, sin un rumbo claro y ascendente hacia las cimas de la creación fructífera. Llegando a perder el ansia que le lleva a superarse a sí mismo, a realizar sus tareas y actividades con placer, y asumir que su mundo interior, y el que le rodea, pueden transformarse con su acción renovadora en un lugar más hermoso.

    Al mediocre le resulta difícil comprender, que nunca es tarde para renunciar a la indiferencia, y recuperar la curiosidad, ese pequeño duende que nos hace sumergirnos día a día en el vasto mar del conocimiento, y que nos lleva a descubrir esos horizontes insospechados, que existen a nuestro alrededor.

    La mediocridad apaga el deseo natural por las ansias de renovación y transformación, y convierte el estallido de energía ante el asombro, en una pálida recepción de la realidad. Dejamos de escuchar la voz de nuestros sentidos, ese clamor que surge de lo profundo de nuestra conexión con las raíces de la vida.

    Cuando un estado como el descrito se consuma, la mediocridad ya hizo su obra.

    Ahora preguntémonos, ¿qué circunstancias nos pueden conducir a ese estado permanente de inercia improductiva, a esa desactivación emocional con la búsqueda de la excelencia, a esa indiferencia por la perfección en los retos artísticos y profesionales? Para responder a esta pregunta hay que analizar profundamente en que consiste, y sus orígenes. Como llegamos a ese proceso de deterioro de las facultades humanas que nos impide conquistar su opuesto, la excelencia.

    Partiendo de la definición clásica del término aportada por la Real Academia, que explica que la mediocridad significa, de poco mérito, tirando a malo, que no tiene calidad en la actividad que realiza, y que el término también aplica, cuando se utiliza para describir a la persona que no es inteligente, o que no tiene suficiente capacidad", podríamos añadir:

    Que la mediocridad es, ante todo, un estado mental-emocional complejo, que, aunque se manifiesta por resultados inaceptables e insuficientes, en relación con los parámetros de calidad, que norman cualquier actividad humana, se genera desde las interioridades del ser, como casi toda anomalía que conduce a la devaluación del individuo, y se expresa indisolublemente, por medio de la conducta del hombre.

    Veamos a continuación en toda su amplitud las causas del problema, esas razones escondidas tras un actuar insípido e incoloro, que transforma la luz en sombra, a la energía en pasividad, y no permite desplegar la fantasía, ni el aliento vital del arquetipo pensante.

    1. Los rostros de la mediocridad

    El primer rostro con el que estudiaremos la afección letal de la mediocridad, tiene mucho que ver con la adicción a la comodidad, me refiero a la tan temible pereza intelectual, y física.

    1.1-La vagancia

    El acomodamiento, es ese estado que nos impele al menor esfuerzo, y lo padecen individuos que por lo general asumen una actitud poco exigente en la vida, aquellos que eluden los problemas que una tarea plantea, aunque esta pueda ser trascendental, máxime si entraña fatiga, desvelos, o cualquier esfuerzo que no están dispuestos a realizar. Estos casos son alérgicos crónicos hacia el trabajo creativo y renovador, y lo evitan como el diablo a la cruz.

    La vagancia sofoca los reclamos de cualquier otra zona del espíritu, y termina aniquilando los instintos del cambio, los anhelos de mejorar cualquier detalle, o aspecto. En el caso descrito, el individuo termina por ceder ante el llamado del reposo, y posterga el mandato del deber.

    Para clarificar la postura explicada, tomemos de ejemplo al sujeto típico que trasnochó en una fiesta, o en otro tipo de actividad placentera, pero no tiene la entereza, ni la fuerza, para levantarse cuando suena el reloj a las 6 de la mañana para salir al trabajo. Claro está, que, en una naturaleza acomodaticia, displicente, ejerce más persuasión, el blando lecho y el sueño, que partir temprano en la fría madrugada, para iniciar la jornada por la subsistencia.

    El sujeto que se enmarca en este segmento existencial, solo tiene una prioridad, no sufrir agonía de ningún tipo que inquiete su cuerpo físico o psíquico. O lo que es lo mismo, no está dispuesto a pagar el precio de ninguna ambición, que le cueste algo de trabajo, y sudor, porque carece del estoicismo, para soportar la exigencia que la actividad física, o mental, en cualquier ocupación le inflige. Y no es que no existan tareas que puedan seducirlo, lo que habría que plantearse, es que no está dispuesto a perder ese estado de inercia-indiferencia, al que se ha habituado. Los de esta clase, son muy vulnerables a los dictados del placer, y sucumben rápidamente y sin luchar, al llamado sugestivo del menor esfuerzo.

    1.2-La inconstancia

    Uno de los aspectos distintivos de este grupo, es la intermitencia, e irregularidad, para mantener un ritmo estable en alguna tarea que demande concentración. El resultado es que se fatigan y aburren enseguida, esa es la causa de que nunca sublimen un empeño, con un resultado destacable, siempre se quedan a medio camino. Nos referimos a esos típicos sujetos grises, sin color ni voz propia, que deambulan por la vida sin un objetivo definido. Nadie se percata de su ausencia, o presencia, pues poco aportan. Van de aquí para allá participando de todo, pero sin concluir nada. No pueden resistir la permanencia ni la firmeza, estos son términos que no comulgan con la volatilidad de su personalidad. Los de esta naturaleza inconsistente, con la misma intensidad que se enamoran de un asunto, se desenamoran, baste que sean encandilados con otras luces llamativas, para que pierdan su interés en el aspecto u objetivo que le ocupaba. La frugalidad les lleva de la mano durante todo el trayecto existencial, y la acción de concluir algo, pocas veces corona alguno de sus empeños.

    Son seres que poseen en ocasiones talento suficiente, e inteligencia para realizar la obra que se proponen, con un alto nivel de dignidad, pero su falta de aplomo, y centro de gravedad, los lleva de un sitio para otro, y de proyecto en proyecto, sin profundizar ni darle el necesario acabado a sus impulsos iníciales.

    Son lamentablemente personas que nunca finalizan su crecimiento, convirtiéndose en un desperdicio lamentable de posibilidades, por lo que al final del camino, dejan cientos de obras a medio hacer por todas partes. Son, en resumen, un ejemplo fehaciente de lo que podríamos denominar, casos típicos de inestabilidad emocional.

    1.3-La conformidad

    Otra condición asociada ineludiblemente al estado de adocenamiento, es la falta de ambición y motivación.

    Este tipo de conducta refleja en cierto modo, muy poco vuelo, y ningún anhelo por nada en particular, el sujeto que clasifica por esta vertiente, no es capaz de dibujar un sueño en su horizonte. Carece de la audacia para cerrar los ojos, y proyectar un paisaje que se anime a conquistar, y una vida sin esos ingredientes, es sencillamente miserable, no merece ser catalogada dentro del rango de vida inteligente. Cualquier microorganismo pone más empeño en su relación con el mundo exterior, y en su lucha por la subsistencia, que un ser carente de impulso y fuego, aunque pertenezca a la raza humana.

    La conformidad conduce a un resultado inaceptable para las facultades y capacidad del individuo, y esto es muy importante subrayarlo, porque de lo que se trata es de realizar la potencialidad con la que nacimos, y llevar a cabo hasta sus últimas consecuencias, toda esa energía que poseemos en propósitos bien acabados al nivel de nosotros mismos. Pues existe una obligación moral no escrita ni sancionada por ninguna ley social, salvo la del pundonor personal, que nos conmina a canalizar hasta sus máximas consecuencias, nuestras perspectivas y cualidades personales. A exigirnos hasta el límite individual de nuestra potencialidad, lo que en modo alguno significa, que, si hay alguien mejor, que nos supere en la obra realizada, nos demerite para nada.

    Cada ser humano tiene que medirse, dentro de sus propias condiciones y realidad objetiva en la que lucha, y se desarrolla. Ese es el asunto, el pequeño y gran detalle que a veces pasa inadvertido, pues lo único que se requiere de nosotros es llegar a la altura de nuestro propio techo, y realizar todas las fases de crecimiento, con las que vinimos física, mental, y espiritualmente programados. Desgraciadamente, los que pertenecen a un grupo como el que analizamos nunca llegan a averiguarlo, es más, eluden saberlo. Con tal argucia, se desenvuelven en una realidad más cómoda de sobrellevar, pues no hay exigencia que aguijonee al espíritu, ni planteamiento que sofoque la rutina inercial, de su mal llamada existencia.

    1.4-La ignorancia

    Aunque es una vía incuestionable para alcanzar resultados mediocres en cualquier esfera, no debemos confundirla nunca con la mediocridad como condición, sino con la falta de preparación y dominio de una actividad para alcanzar resultados sobresalientes. En esencia, estamos hablando de la ausencia de la pericia y conocimientos necesarios para llevar a buen término cualquier tarea. Pero no necesariamente tiene que evaluarse un caso así, como el de un sujeto mediocre, pues en algún momento de su trayectoria, se prepara, estudia, y deja de ser ignorante, saliéndose definitivamente de este grupo.

    Es necesario enfatizar que el proceso que hemos descrito como ignorancia puede ser coyuntural, incluso su condición en ciertas circunstancias, suele hasta escaparse del radio de solución del individuo, por condiciones sociales, económicas, u otras. La gran diferencia entre el anodino, y el ignorante, es el conformismo, es una cuestión de actitud ante la vida y los retos que la misma nos plantea. El adocenado jamás se propone llevar a buen término nada, no se encuentra en su esfera de intereses el acabado final de ninguna empresa. Lo que acomete si en algún momento se decide a realizar algo, es por coyunturas ineludibles; circunstancias extremas que lo obligan a vincularse a algún proyecto que demande su energía. Pero salvo una causa de fuerza mayor, muy raras veces se mueven de su cómoda y benefactora sombra.

    El ignorante acusa deficiencias que le impiden resultados destacados, pero consciente de su falta de herramientas y preparación, puede tratar de resolver su déficit con esfuerzo, trabajo y pasión. Pero en un temperamento corriente, aunque se tenga consciencia de esa carencia, no existe el impulso interior por alcanzar el elemento faltante, ese deseo irrefrenable que surge de la necesidad humana de ser óptimo. Es como si la voluntad de ir hacia un plano superior, y de alcanzar el máximo nivel, permaneciera dormida, aletargada, y dejara de ser una prioridad movilizadora. Esa es la sutil y significativa diferencia entre un estado de ignorancia circunstancial, y la libre elección de ser mediocre.

    1.5-La desvergüenza

    Otro aspecto que en ciertos casos patológicos de mediocridad se manifiesta, es que al verdadero gregario no le molesta su condición, sospecha que lo es, pero puede coexistir perfectamente con su característica. No se sonroja ni le avergüenza que los demás descubran su falta de entusiasmo por la actividad creadora, y su aversión mórbida hacia la exigencia, a estos los he nombrado los mediocres conscientes o impúdicos.

    Los de esta clase son zombis que deambulan torpemente por el pavimento, en un escenario lleno de actividad del que permanecen ajenos pues no participan, renunciaron a existir, y lo único que están esperando es que alguien les demuestre con un certificado de defunción, su estado de muerte clínica. Para enterarse que hace años dejaron de respirar, y que solo realizan automatismos sin valor ni ciencia, apegados a una rutina miserable por la que se deslizan en el tiempo.

    En este punto es necesario que aclare, que la mediocridad no respeta rango social ni sexo, puede afectar lo mismo a un ministro, que a un ateo, a un hombre de escasos recursos, que a un estadista o a un bolero, nadie está exento ni inmune de padecerla, salvo el que conoció el placer de entregarse sin reserva a un ideal, de luchar por él, incluso hasta morir por alcanzarlo si fuera necesario.

    Este grupo minoritario está vacunado, y posee una respuesta inmunológica poderosa, ante la pandemia que amenaza a la raza humana. Esta capacidad de evitar el contagio emana de la vergüenza y el compromiso, de la repulsión al acomodo, y a la lisonja corrosiva de la abulia.

    Hay que permanecer alerta contra la mediocridad, ya que comienza por un estado de cansancio imperceptible que a veces por aproximación paulatina, nos va llevando paso a paso a su trampa, nunca es súbito, pues estaríamos aguzados para detectar un cambio de actitud tan significativo. Por eso el proceso de fatiga y deterioro de los paradigmas, comienza por hacernos perder progresivamente el encanto de lo que hacemos, hasta que la actividad se vuelve una rutina execrable, y terminamos por desconectarnos emocionalmente, de aquello que fue nuestra razón de ser.

    Así sucede en una carrera profesional, en un matrimonio, en cualquier vínculo que el hombre establece en su intento de relacionarse con la vida, sus actores y objetivos, y si así ocurre, terminamos por cortar esos hilos que nos mantienen vivo y ocupado, a proyectos que son la razón de nuestra existencia. Pero nada es más pernicioso e imperdonable, que el consentimiento expreso del ego, de transformarse en un pusilánime y pálido holograma.

    El aborregado que ignora que lo es, posee al menos cierta esperanza de molestarse cuando descubra su condición, y tal vez, consciente de su falta de actitud, y tibia naturaleza, sea capaz en un acto de reivindicación cívica, de sacudirse la morosidad, y actuar sobre si, para operar un cambio en su conducta.

    Pero retomando el ejemplo del mediocre consciente, este se haya perdido dentro de su propia resignación. Al adaptarse y aceptar su cualidad incolora, esa nulidad inexplicable que lo distingue como ente, asesina con sus propias manos la posibilidad de cambio, y perece en el letargo inservible de la sumisión. Suerte de descomposición de la ambición, palabra que arrancó voluntariamente de su cotidianidad, en ese deambular errático y sin orientación, por el que se desliza.

    Pero continuemos que aún falta mucho camino por andar, y nos quedan múltiples rostros que nos abren esa puerta a la inercia mental, y espiritual. La que abordaré seguidamente, aunque aparece la mar de las veces asociada con otros disfraces, es por si sola, el azote de la excelencia por mérito propio.

    1.6-La incapacidad de sacrificio

    Pongamos un ejemplo que clarifique el problema: Recuerdo a un entrañable amigo que le encantaba la medicina, era de los que se la pasaba estudiando por su cuenta la anatomía del cuerpo humano, sacaba excelentes notas en las asignaturas relacionadas con la materia, y no desaprovechaba un instante u oportunidad, en profundizar en un tema que le había atrapado desde su infancia temprana. Nadie hubiera puesto en duda sus condiciones y aptitud para la carrera, pero un día llegó el momento de la definición, y se presentó a la facultad de medicina y chocó con la cruda realidad de esta especialización. Tropezó de bruces con la sangre roja y burbujeante brotando de una herida, aspiró ese penetrante y desagradable olor a formol, chocó de frente con las heces de un ser humano, su vómito, el pus, el dolor, y todo el sufrimiento que tenía que enfrentar, y hasta ahí llegó nuestro promisorio doctor....no pudo con eso, o no estaba dispuesto a pagar el precio del sacrificio, por ese sueño que llevaba dentro de sí.

    Estos escollos fueron suficientes para hacerle entender que no era el indicado, que le faltaba algo especial para transitar eficientemente por esa disciplina, pero como fuera el caso, no estaba preparado para el sacrificio que la actividad exigía. Lamentablemente por presión y tradición familiar, no tomó la decisión acertada y se salió a tiempo. Hoy puedo escuchar su paso solitario y desganado por esos anchos corredores de los hospitales, deambulando indiferente ante el dolor humano. Es un personaje infeliz, reprimido dentro de una cárcel sombría que el mismo se construyó, y así va por la vida huyendo de sus miedos, sosteniéndose de los brazos del asco y la repugnancia. Resumiendo el proceso gradual del deterioro descrito, podríamos afirmar que nuestro amigo mutó en un médico mediocre, sin pasión, y con repulsión por el ejercicio de su profesión. ¿De qué le sirve en ese estado de distanciamiento ese conocimiento acumulado? ¿A dónde se fue ese reconocimiento social al que aspiraba?, al vacío de la infelicidad.

    Ahora vayamos a nuestra carrera, el músico que no esté dispuesto a pagar la cuota de sacrificio que el arte y el instrumento exigen, no debe cruzar por esa puerta, porque correría igual suerte. Si en la lucha que se establece entre los factores que incitan a la compulsión por la actividad, (donde entran a jugar todas las motivaciones), y los que ejercen la fuerza opuesta o de aversión con la profesión, no salen vencedores los primeros, el resultado será el color grisáceo de un profesional mediocre. Ese individuo que no es capaz ni de ascender al cielo ni de ir al infierno, ya que se la pasa vagando por un limbo existencial del cual no puede salir ni escaparse. Querer o desear algo, pero no estar dispuesto a pagar el precio que ello requiere, es una contradicción que acompaña al portador de la encrucijada, es como anhelar dos cosas que van en sentido diferente y si optas por una, excluyes a la otra. La incertidumbre planteada no va a encontrar su solución en el exterior, sino que es una respuesta, y acertijo, que hay que resolverlo desde las profundidades de la conciencia, o el mundo interior del ser.

    El cuerpo físico y los sentidos dictan un camino, pero el espíritu que aún no se encuentra lo suficientemente fuerte y desarrollado, no impone su reclamo, y se debate en un débil pulseo con los deseos, sin que pueda asumir con autoridad el mandato de su voluntad. El hombre que padece de semejante conflicto da un paso adelante, y otro hacia atrás, no puede mantener el ritmo de la acción con un sentido direccional ascendente y claro. Hoy posee la fuerza para sucumbir por su ideal, y mañana no, un día se levanta y golpea con ímpetu la puerta de lo imposible, en otra, se sienta sobre una piedra sin aire, exhausto. Se debate permanentemente entre el deseo, y la aversión, entre el placer, y la angustia de los costos que le exige el sueño, que refulge en su consciencia.

    Si el individuo descrito no encuentra la entereza para imponerse, sobre los acomodos que seducen su mente pequeña en la que se haya encerrado, no podrá nunca fortalecer, desarrollar, y liberar, la mente grande, para que sea la que tome el timón de su vida.

    Todas las hazañas, y actos encomiables de la humanidad, transitan por la vía del espíritu de sacrificio. No se puede hablar de ningún acto heroico, noble, y generoso, que no lo tenga como ingrediente distintivo de su influjo etéreo y vital. Significativamente esta cualidad superior de hombres que alcanzan una estatura extraordinaria, va asociada a otro rasgo peculiar, la capacidad de renuncia a los reclamos del acomodo y de lo fácil, para ascender voluntariamente por la ruta dolorosa y exigente de la gloria. Es una decisión personal, nadie puede imponérsela al ser, solo la convicción más profunda llega a ser el motor impulsor, de una conducta inquebrantable de renunciación.

    En realidad, el conflicto que presenciamos no es más, que el que se produce en el camino hacia la liberación de lo que nos ata, esa difícil toma de decisión de romper los temores, y lazos existenciales que nos encadenan, y claro está, no es sencillo darle solución. El conflicto estriba en asumir la decisión de ser libre, de estar en disposición de enfrentar consciente y contento, todos los costos que la libertad de elección entraña. La motivación debe ser más fuerte que los miedos que nos detienen, y los deseos que nos inclinan al confort, instinto natural de los sentidos, por el poderoso llamado del placer y sus espejismos. Sé que en este punto pueden preguntarse, y bien, ¿para qué nos han dado un cuerpo que pide y necesita de todo, comida, sexo, abrigo, holgura, artículos, reconocimientos, y mil cosas más?

    Aunque no presumiré de tener la respuesta, voy a lanzar la conjetura al aire de que tal vez pueda ser exactamente para eso, para aprender a ignorarlo, para en cierto modo trascenderlo, y doblegar esa agonía provocada por el reclamo constante, esa dependencia o esclavitud que surge de una vinculación desmedida a lo material, al reino de los objetos, y la fatuidad. Tal vez, y no sientan pavor en pensarlo, la sutileza trascendental de esta paradoja, se trate de vencer al cuerpo, y a la seducción que ejerce la voluptuosa sensorialidad. Imponiendo el ejercicio de una conducta recta, y una voluntad férrea, sobre esos reclamos infinitos que

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1