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Todas hieren, la última mata
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Libro electrónico116 páginas1 hora

Todas hieren, la última mata

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Todas hieren, la última mata es una máxima que los antiguos romanos escribían en los relojes de sol y que significa que todas las horas que pasan te van restando vida, te van hiriendo, hasta que la última de ellas te asesta el golpe mortal.

En esta antología encontraras relatos de terror mezclados con otros géneros, así el horror se aparece y trastoca a la ciencia ficción, el erotismo, y como suele suceder, a la vida diaria. Van desde el terror paranormal de monstruos y criaturas fantásticas, hasta el horror de sucesos muy reales que a cualquiera de nosotros le pueden ocurrir. Atrévete a explorar este libro y adéntrate en estas historias, con su oscura y fascinante atmósfera. Hay un cuento para todos los gustos.}

 

Mi hogar

Una familia es un hogar, ¿o es al revés? Los secretos se esconden en la obscuridad del antiguo sótano de esta casona familiar.

 

El problema son los jóvenes de hoy en día

Dicen que "juventud, divino tesoro", aunque en ocasiones esto no es una bendición.

 

Hotel de mala muerte

Una ciudad como cualquiera con un hotel como cualquiera, o casi. Bienvenidos a este hotel de mala muerte, ¡un lugar tan agradable!

 

Tan solo una víctima más

Una mujer demasiado avanzada y atrevida para su época mantiene un encuentro casual que podría tener consecuencias definitivas para el futuro.

 

Bienvenido a HomeBuy

Una joven pareja se encuentra con que no todo es tan simple como esperaban cuando entran a su nueva y moderna casa.

 

El perfume de las flores muertas

Una excavación arqueológica encuentra algo que definitivamente no se esperaba.

 

Tantas otras y ninguna y todas nosotras

El terror de una certeza que se quiere borra de la mente pero esta no te lo permite. Una realidad que muchos experimentan a diario sin que el resto lo comprenda hasta que lo viven. Así es para tantas otras y todas nosotras.

IdiomaEspañol
EditorialKannonical
Fecha de lanzamiento15 abr 2024
ISBN9798224620494
Todas hieren, la última mata

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    Todas hieren, la última mata - Angelique H. Saviñón

    Todas hieren, la última mata es una máxima que los antiguos romanos escribían en los relojes de sol y que significa que todas las horas que pasan te van restando vida, te van hiriendo, hasta que la última de ellas te asesta el golpe mortal.

    En esta antología encontraras relatos de terror mezclados con otros géneros, así el horror se aparece y trastoca a la ciencia ficción, el erotismo, y como suele suceder, a la vida diaria. Van desde el terror paranormal de monstruos y criaturas fantásticas, hasta el horror de sucesos muy reales que a cualquiera de nosotros le pueden ocurrir. Atrévete a explorar este libro y adéntrate en estas historias, con su oscura y fascinante atmósfera. Hay un cuento para todos los gustos.

    Mi hogar

    Una familia es un hogar, ¿o es al revés? Los secretos se esconden en la obscuridad del antiguo sótano de esta casona familiar.

    El problema son los jóvenes de hoy en día

    Dicen que juventud, divino tesoro, aunque en ocasiones esto no es una bendición.

    Hotel de mala muerte

    Una ciudad como cualquiera con un hotel como cualquiera, o casi. Bienvenidos a este hotel de mala muerte, ¡un lugar tan agradable!

    Tan solo una víctima más

    Una mujer demasiado avanzada y atrevida para su época mantiene un encuentro casual que podría tener consecuencias definitivas para el futuro.

    Bienvenido a HomeBuy

    Una joven pareja se encuentra con que no todo es tan simple como esperaban cuando entran a su nueva y moderna casa.

    El perfume de las flores muertas

    Una excavación arqueológica encuentra algo que definitivamente no se esperaba.

    Tantas otras y ninguna y todas nosotras

    El terror de una certeza que se quiere borra de la mente pero esta no te lo permite. Una realidad que muchos experimentan a diario sin que el resto lo comprenda hasta que lo viven. Así es para tantas otras y todas nosotras.

    TODAS HIEREN, LA ÚLTIMA

    MATA

    Antología de cuentos de terror

    B.D. Aguayo

    Malena Papagna Lioi

    Angelique H. Saviñón

    Andrés de Zamacona

    Kannonical

    B.D. Aguayo tiene todos los derechos reservados de El problema son los jóvenes de hoy en día; fue publicado con autorización de la autora.

    Angelique H. Saviñón tiene todos los derechos reservados de Mi hogar, Tan solo una víctima más y El perfume de las flores muertas; fueron publicados con autorización de la autora.

    Malena Papagna Lioi tiene todos los derechos reservados de Hotel de mala muerte y Tantas otras y ninguna y todas nosotras; fueron publicados con autorización de la autora.

    Andrés de Zamacona tiene todos los derechos reservados de Bienvenido a HomeBuy; y fue publicado con autorización del autor.

    Reservados todos los derechos de esta edición.

    ©2024

    Editores: AnBar A

    Corrección de estilo: Malena Papagna Lioi

    Ilustraciones y diseño de cubierta: byayoi

    Fotografía: Angelique H. Saviñón

    Kannonical Editores

    kannonical_contacto@proton.me

    Ver. 1.0

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    HASTA LA ÚLTIMA GOTA

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    Índice

    Mi hogar

    Angelique H. Saviñón

    El problema son los jóvenes de hoy en día

    B.D. Aguayo

    Hotel de mala muerte

    Malena Papagna Lioi

    Tan solo una víctima más

    Angelique H. Saviñón

    Bienvenido a HomeBuy

    Andrés de Zamacona

    El perfume de las flores muertas

    Angelique H. Saviñón

    Tantas otras y ninguna y todas nosotras

    Malena Papagna Lioi

    Contenido

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    Hogar, dulce hogar a veces resulta ser una frase irónica cuando se tienen secretos ocultos en el sótano.

    Mi hogar

    Angelique H. Saviñón

    Helena entró por la puerta de la cocina, la única entrada que había usado toda su vida. Cruzó la casa entera y llegó a la puerta principal, la cual se encontraba cerrada, como siempre. Dejó el teléfono celular en el recibidor, no tenía sentido llevarlo con ella, en el resto de la casa no había servicio y el Internet solamente funcionaba en la sala de estar, donde con muchos trabajos los empleados de la compañía telefónica habían conseguido instalar el ruteador para conectarse a la red. En el largo pasillo que llevaba a la antigua biblioteca notó que el polvo se estaba acumulando, no bastaba una sola persona para mantener la enorme casa limpia y en orden, ni siquiera cuando ya había cerrado la mayor parte de las habitaciones, dejando los pocos muebles que quedaban cubiertos con sábanas blancas y más viejas que ella.

    La casa había visto mejores días, ella misma había visto mucho mejores días. No era vieja pero ya no podía llamarse joven. Cada vez que alguien la llamaba señora sonreía sin ganas comprendiendo que difícilmente volverían a llamarla señorita, aún cuando nunca había estado casada. En otros tiempos, cuando sus familiares tenían poder y riquezas, podían engatusar a quien quisieran o traer a quien quisieran de donde les pareciera mejor para engrosar las filas de la familia. Hoy ya no quedaban ni riqueza ni poder, ni siquiera familia. Helena y su abuela eran las últimas, ¡Gracias a Dios! pensó mientras recorría el largo trayecto de vuelta a la cocina para buscar la escoba y el recogedor. Hoy se dedicaría a limpiar el recibidor y el pasillo principal.

    La casa había sido una joya desde su construcción, una maravilla de la arquitectura moderna en su momento, con su fachada neoclásica con cuatro columnas y un frontón decorado sobre éstas, había sido la envidia de propios y extraños. Y sin embargo no era más que la misma casa, la original, simplemente remozada y maquillada para verse como una novedad, una contemporánea muestra de riqueza y poderío, contemporánea al menos hacía más de cien años. Hoy su estado era lamentable, los signos de degradación eran patentes en todas partes, incluso en Helena.

    Había sido hermosa, quizás demasiado. Su abuela se había asegurado de mantenerla bien resguardada para cuando el pretendiente ideal se presentara. Toda su vida le había advertido sobre los hombres y sus deseos impuros, sobre sus manos terriblemente diestras para penetrar las defensas de la ropa, para vencer las resistencias de las mujeres decentes y para profanar la honra de las muchachas núbiles. Sus esfuerzos habían sido tan exitosos que habían dejando a su nieta sintiendo una mezcla de desconfianza y resentimiento por el sexo fuerte.

    Helena había decidido no casarse ni tener hijos nunca. No cambió de parecer ni siquiera cuando su abuela se lo exigió, ni siquiera cuando arregló todo para traer a un desconocido de buena familia a ser parte de la suya. Ni el miedo ni los golpes ni las palabras crueles pudieron hacerla cambiar de opinión. Había visto a su madre languidecer frente a la ventana a la imposible espera de su padre. Helena no iba a volverse loca tras una cortina y no iba a darle a esta familia ni a esta casa con su obscuridad ni un sólo miembro más.

    Barrió con eficiencia todo el corredor entre la escasa iluminación que entraba por las ventanas, llegando hasta la salita para recibir visitas que no se había usado en años, pero que su abuela no le permitía cerrar. Odiaba ese lugar casi tanto como… Helena se detuvo para no pensar más, para no permitir que su mente descendiera a ese otro lugar aborrecible. Como cada vez que necesitaba disciplinarse, puso su mente en otro recuerdo, uno que le causara dolor para castigarse. La sala de visitas tenía un cuarto de baño al lado, el más elegante y amplio de la casa, diseñado para ser admirado cuando los visitantes del mundo exterior vinieran, dejándoles claro lo magnífico de la casa entera y de la familia que la habitaba.

    Con dolorosa precisión recordó el reguero de sangre, la manija manchada, los gotones en el piso de mármol que aún conservaba pedacitos más rojizos. Su mente trató de huir del recuerdo pero no se lo permitió. Recorrió los mismos seis pasos hasta la puerta, dejó que el recuerdo tomara el control. Sintió cómo se le llenaban los zapatitos de charol blanco del líquido viscoso y rojo y abrió la puerta. En la tina, hecha una mezcla de sangre y cabellos largos y empapados, estaba de nuevo su madre. El agua caliente se desbordaba delicadamente por la orilla de color blanco, se regaba hasta el piso sin tocar el cuerpo de peltre de la bañera, que se había conservado curiosamente impoluto. Los ojos que no se cerraban, la nariz bajo el rojo borde del agua manchada

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