La Revolución traicionada: dos ensayos sobre literatura, cine y censura
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Tanto El compadre Mendoza (1933) como La sombra del caudillo (1960) se consolidaron como clásicos indiscutibles del cine mexicano. No resulta casual que ambas películas hayan sido iniciativas de Juan Bustillo Oro y Julio Bracho, dos de los más brillantes exponentes del teatro de vanguardia en nuestro país, y a su vez militantes comprometidos, respectivamente, con el vasconcelismo y con el movimiento a favor de la autonomía universitaria, sucesos ocurridos a fines de la turbulenta década de los años veinte del siglo pasado. Llama la atención que ambos dramaturgos, convertidos en cineastas, se hayan visto seducidos por abordar en el plano artístico un tema punzante para el sistema político emanado de la Revolución Mexicana: la matanza de Huitzilac; Bustillo Oro en la obra teatral San Miguel de las Espinas, y Bracho en el film La sombra del caudillo, magistral adaptación de la novela homónima de Martín Luis Guzmán. Tales atrevimientos terminarían por confrontarlos con sutiles o abiertas formas de la censura oficial. Son, pues, muchos los vasos comunicantes entre las dos partes que conforman este libro, mismo que no pretende otra cosa que aportar algunos nuevos datos y enfoques al incesante debate en torno a la historia de nuestra cinematografía.
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La Revolución traicionada - Eduardo de la Vega Alfaro
Letras Fílmicas
La historia del cine mexicano está llena de incontables anécdotas y situaciones que forjaron su personalidad narrativa y visual. Eduardo de la Vega ha encontrado en nuestra historia dos casos que resultan ejemplares sobre cine, literatura, y su impacto en la censura de su respectivo tiempo. Mezcla de biografía, análisis fílmico, revisión histórica y documento sobre los mecanismos de censura, el volumen resulta una disertación profundamente documentada sobre dos episodios que a la larga resultan emblemáticos para el desarrollo de nuestro cine.
Tanto El compadre Mendoza (1933) como La sombra del caudillo (1960) se consolidaron como clásicos indiscutibles del cine mexicano. No resulta casual que ambas películas hayan sido iniciativas de Juan Bustillo Oro y Julio Bracho, dos de los más brillantes exponentes del teatro de vanguardia en nuestro país, y a su vez militantes comprometidos, respectivamente, con el vasconcelismo y con el movimiento a favor de la autonomía universitaria, sucesos ocurridos a fines de la turbulenta década de los años veinte del siglo pasado. Llama la atención que ambos dramaturgos, convertidos en cineastas, se hayan visto seducidos por abordar en el plano artístico un tema punzante para el sistema político emanado de la Revolución Mexicana: la matanza de Huitzilac; Bustillo Oro en la obra teatral San Miguel de las Espinas, y Bracho en el film La sombra del caudillo, magistral adaptación de la novela homónima de Martín Luis Guzmán. Tales atrevimientos terminarían por confrontarlos con sutiles o abiertas formas de la censura oficial. Son, pues, muchos los vasos comunicantes entre las dos partes que conforman este libro, mismo que no pretende otra cosa que aportar algunos nuevos datos y enfoques al incesante debate en torno a la historia de nuestra cinematografía.
Escuela Nacional de Artes Cinematográficas
Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial
Contenido
Prólogo
Juan Bustillo Oro y Mauricio Magdaleno: teatro y cine revolucionarios (1931-1934)
Vidas un tanto cuanto paralelas
Nuevas experiencias estéticas
Un drama atrozmente censurado
Un magistral relato fílmico
Coda
Encarte fotográfico
Literatura, cine y censura: el caso de La sombra del caudillo (Julio Bracho, 1960)
La génesis de una gran novela
Un texto de inspiración expresionista
Genealogía de un gran film
La mecánica de la censura (I)
La mecánica de la censura (II)
La estrategia discursiva de un cineasta maldito
Coda
Bibliografía
Notas al pie
Semblanza del Autor
Aviso legal
Prólogo
Al celebrarse en 2010 el Centenario del Inicio de Revolución Mexicana, lo que entre muchas otras cosas implicó la exhibición y realización de películas nacionales y extranjeras referidas a dicha etapa histórica, tanto El compadre Mendoza como La sombra del caudillo se consolidaron como clásicos indiscutibles del cine mexicano y latinoamericano. No resulta casual que ambas películas hayan sido iniciativas de Juan Bustillo Oro y Julio Bracho, dos de los más brillantes exponentes del teatro de vanguardia en nuestro país y a su vez militantes comprometidos, respectivamente, con el vasconcelismo y con el movimiento a favor de la autonomía universitaria, sucesos ocurridos a fines de la turbulenta década de los años veinte del siglo pasado. Gracias a la gran actriz Diana Bracho, sabemos con plena certeza que entre su padre, Julio Bracho, y Juan Bustillo Oro, hubo siempre un mutuo aprecio y respeto (se consideraban a sí mismos, con justa razón, los intelectuales
del medio cinematográfico de su época), lo que no deja de resultar lógico a más de significativo, como tratamos de demostrar a la largo de estas páginas. Pero lo que sin duda llama más la atención es que ambos dramaturgos convertidos en cineastas se hayan visto seducidos por abordar en el plano artístico un tema punzante para el sistema político emanado de la Revolución Mexicana: la matanza de Huitzilac, asunto que Bustillo Oro y Bracho trataron, cada cual por su lado aunque en diversos momentos y a manera de catalizador para ejercer la crítica contra dicho sistema, en la obra teatral San Miguel de las Espinas y en el film La sombra del caudillo, magistral adaptación de la novela homónima de Martín Luis Guzmán. Tales atrevimientos terminarían por confrontarlos con sutiles o abiertas formas de la censura oficial. Sin embargo, la inteligencia y pasión artística que los caracterizó y en buena medida hermanó les permitiría resistir, trascender o sublimar, hasta donde la situación lo permitió, los obstáculos y prohibiciones que un Estado autoritario, pero muy bien disfrazado de democrático, les puso en el camino. En el caso de Bustillo Oro, la reacción ante la censura pudo ser inmediata gracias a que logró promover y colaborar en la filmación de El compadre Mendoza, excelsa versión fílmica del relato homónimo de Mauricio Magdaleno, su gran amigo y compañero de andanzas teatrales y militancia vasconcelista. En contraste, Bracho debió padecer hasta su muerte el peso de una oprobiosa prohibición contra La sombra del caudillo, pero ello no logró doblegar del todo su espíritu y pasión por el arte convirtiéndose en un notable ejemplo de lucidez y resistencia intelectual.
Son, pues, muchos los vasos comunicantes entre las dos partes que conforman este libro, mismo que no pretende otra cosa que aportar algunos nuevos datos y enfoques al incesante debate en torno a la historia del cine mexicano, ello en función del hallazgo de fuentes de primera y segunda mano que así lo permitieron. El lector podrá justipreciar los alcances de tal objetivo.
En esta ocasión, agradezco encarecidamente a Javier Arath Cortés, Martín Luis Guzmán Ferrer, Diana Bracho, Federico Serrano-Díaz, Javier Morett, Alberto Elena, Francisco Hernández Lomelí, Ignacio Mireles, Eduardo Patiño Díaz, Celia Barreintos Álvarez, Elisa Lozano, Raúl Miranda y Leopoldo Gaytán, su desinteresado apoyo en las diferentes fases y diversos aspectos que conformaron la elaboración del presente trabajo. Como siempre, Rosario Vidal Bonifaz me ayudó en labores de investigación y copiado de materiales hemerográficos, lo cual amerita un crédito especial. También deseo dejar patente mi profundo agradecimiento a Armando Casas, José Felipe Coria y Ernesto Velázquez Briseño por su marcado interés para que este libro pudiera ser editado por dos instancias de la UNAM, alma máter de Bracho y Bustillo Oro.
En lo que vale, estos ensayos están dedicados, por partida doble, a Enrique Saldívar Guerra y Benjamín del Arco, entrañables amigos desde la cada vez más lejana época en que compartimos nuestro gusto por la música de Los Beatles a más de múltiples vivencias y anécdotas como alumnos de la Escuela Nacional Preparatoria núm. 9 y a quienes, luego de un largo periodo de distanciamiento debido a nuestras respectivas inmersiones profesionales y familiares, tuve la dicha de reencontrar gracias a los prodigios de internet.
Juan Bustillo Oro y Mauricio Magdaleno: teatro y cine revolucionarios (1931-1934)
A modo de proemio
Como está suficientemente documentado incluso por ellos mismos, Juan Bustillo Oro y Mauricio Magdaleno fueron dos de los más destacados militantes del gran movimiento que, surgido y desarrollado entre 1928 y 1929, pretendió en vano llevar a la Presidencia de la República al filósofo e intelectual oaxaqueño José Vasconcelos oponiéndose con ello a la colosal y bien aceitada maquinaria política implementada por Plutarco Elías Calles a través del Partido Nacional Revolucionario (PNR) luego del asesinato de Álvaro Obregón.¹ Pese a que aquel movimiento fue oprobiosamente atacado, disperso y finalmente reprimido con buena dosis de violencia, dejó profunda huella en sus principales líderes y en muchos de sus partícipes. En los casos de Bustillo Oro y Magdaleno, la frustración provocada por la derrota de sus aspiraciones políticas se transformó en un agudo desencanto que finalmente fue encauzado en la serie de relevantes actividades teatrales y cinematográficas llevadas a cabo por ambos durante la breve etapa del bienio 1932-1933. En las obras dramáticas y fílmicas concebidas, realizadas y promovidas por Bustillo Oro y Magdaleno en esos años, la fallida intentona vasconcelista parece haberse traducido en una frenética búsqueda de innovaciones temáticas y estilísticas que al mismo tiempo que asimilaban las influencias de las vanguardias europeas (sobre todo del expresionismo alemán y el llamado realismo
soviético), también pugnaban por dotar de sentido revolucionario, tanto en lo temático como en lo formal, al teatro y al cine hechos hasta ese momento en nuestro país. El presente ensayo intenta dar cuenta y analizar algunos de los elementos revolucionarios y vanguardistas de las tareas teatrales de ambos autores y la manera en que éstas impactaron, sobre todo, en San Miguel de las Espinas, drama de Juan Bustillo Oro, y en El compadre Mendoza (Fernando de Fuentes, 1933-1934), cinta inspirada en el relato homónimo de Mauricio Magdaleno y llevada a la pantalla gracias a la iniciativa de Bustillo Oro, y sin duda la primera obra maestra del cine nacional referida a la Revolución Mexicana, además de principal catalizador de la profunda frustración que en ambos escritores dejara su experiencia en las luchas encabezadas por Vasconcelos a fines de la década de los años veinte del siglo pasado.
Vidas un tanto cuanto paralelas
Nacido en la ciudad de México el 2 de junio de 1904,² Juan Bustillo Oro creció en el ambiente teatral; su padre, don Juan Bustillo Bridat, sobresalió primero como administrador del famoso teatro Colón, donde se presentaban obras de Muñoz Seca, Arniches, Benavente, Marquina, Shakespeare y muchos autores más; su madre, doña Virginia Oro, fue una notable tiple de origen español. Aquel ámbito familiar fue la primera gran escuela artística de Bustillo Oro. Impulsado por tal ambiente, en 1916 escribe su primera obra teatral, la comedia Sueño de ilusión, con la que participa en un concurso convocado por una revista infantil; a ella le siguen Los viajes de Morfeo, otra comedia para niños; las revistas Kaleidoscopio y Humo (1921)³ y Poderoso caballero es Don Dinero (1922), el sainete intitulado Noche de bodas (1922) y La hez (1923), pieza en tres actos que al parecer nunca se representa, escrita al alimón con Joaquín Castillejos y referida a la necesidad del reparto de tierras otrora pertenecientes a los viejos hacendados porfirianos, acaso su primera incursión en el teatro de tema estrictamente político y social en la que se reflejaban las medidas adoptadas por los regímenes posrevolucionarios en materia agraria.
De igual forma, la infancia y adolescencia del futuro cineasta se mantuvieron ligadas al espectáculo fílmico como voraz consumidor de todo tipo de películas en céntricas salas de la capital del país: el Pabellón Morisco y los cines Popular, Palacio, Salón Rojo, Academia Metropolitana, Fausto, Palatino, Olimpia, Progreso Mundial, etc. Bustillo Oro recordaría que fue «en el cine Montecarlo donde tropecé con Georges Méliès [...]; no he olvidado sus viajes a la Luna y al Polo, ni sus actos de magia en los que el diablo nos asustaba, a veces hasta el escalofrío, o nos llenaba de deleite».⁴ Poco después, cosa que sucedería con una buena parte de los integrantes de su generación intelectual, Bustillo Oro sería seducido por las grades obras del cine expresionista alemán como El Golem (Paul Wegener, 1914), El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1919), Nosferatu, una sinfonía del horror y Fausto (Friedrich W. Murnau, 1922 y 1926, respectivamente), Redención (Fritz Lang, 1921), El gabinete de las figuras de cera (Paul Leni, 1923), etcétera.
Este cine —evocaría Bustillo Oro años después—, del que se ha dicho que deformaba al mundo y a las cosas a la manera del cubismo
y de otras escuelas pictóricas, me pareció, al pasar por su experiencia, que tenía preocupaciones más de fondo que las meramente estéticas, aunque ciertamente su sentido de forma entrase por nuevos caminos. La aparición de seres del inframundo, que sólo se dirían irreales juzgándolos con superficialidad: el cadáver ambulatorio de Nosferatu, las andanzas del impasible sonámbulo de Caligari, las animaciones diabólicas del Golem, las apariciones de Mefistófeles, el delirio del pecado por la peste en Florencia y otras cosas más, eran parte de un universo que emergía de las corrientes no lúcidas de la mente. Todo eso, en fin, incursionaba por la zona onírica.⁵
No deja de llamar la atención que las obras fílmicas más recordadas por Bustillo Oro, es decir, las de Méliès y las inscritas dentro de la corriente expresionista, tuvieran un marcado ascendiente pictórico y teatral ligado a la fantasía y a lo malévolo. Y es que su carrera artística posterior comprobaría el influjo de esas tendencias estéticas.
Luego de concluir sus estudios en una escuela primaria juarista
y de cursar algunas materias en la Escuela Superior de Comercio y Administración, Bustillo Oro ingresó en febrero de 1919 a la luminosa preparatoria vasconcelista
⁶ y en enero de 1927 a la la romanesca Facultad de Derecho
de la Universidad de México con el propósito de hacerse abogado para así complacer los deseos de sus padres. Desde mediados de la década de los veintes del siglo pasado, don Juan Bustillo Bridat regenteaba el Imperial Cinema (antes teatro Colón), donde, entre muchos títulos importantes de la época, se estrenarían varias de las obras maestras de la vanguardia soviética (La bahía de la muerte, de Abram Room; El acorazado Potiomkin,⁷ de Serguiey M. Eisenstein; Aelita, de Iákov Protazánov; Madre, de V. I. Pudovkin, etcétera), así como algunas de las primeras óperas y piezas musicales filmadas que experimentaron con el sonido integrado a la imagen (Rigolleto, Espuelas candentes, La Marsellasa y Lucía de Lamermoor). Por los testimonios que Bustillo Oro dejó, sobre todo en Vida cinematográfica, es posible suponer que ya para entonces se había convertido en una especie de asesor de programación
de su padre y que, por lo tanto, esos aciertos de exhibición algo o mucho se debieron a su pasión por el nuevo arte de las imágenes en movimiento.
A principios de 1927, a poco de haber ingresado a la carrera de Derecho y con el apoyo económico de su amigo Tufic Sayeg, Bustillo Oro logra levantar la producción de Yo soy tu padre, versión libre de La vida extravagante de Baltasar, breve relato de Maurice Leblanc, especialista en novelas de tema policiaco, cinta que le sirvió como carta de presentación en el exiguo medio fílmico mexicano. Para entonces, el realizador debutante contaba con poco más de 22 años de edad. Estrenada el 18 de agosto de 1927 en el Imperial Cinema, Yo soy tu padre, calificada por el mismo Bustillo Oro como un infortunado ensayo
, apenas si logró llamar la atención en una cartelera fílmica plagada de todo tipo de productos provenientes de Hollywood y de cinematografías como la inglesa y alemana. Muy dolido por el fracaso de su curiosa ópera prima, Bustillo Oro desempeñó durante un tiempo tareas como funcionario público en la Secretaría de Hacienda, hasta que el asesinato de Álvaro Obregón, ocurrido el 17 de julio de 1928, abrió una nueva coyuntura política en el país.
Oriundo de Villa Refugio (hoy Tabasco), poblado del estado de Zacatecas, donde vio la primera luz el 13 de mayo de 1906, Mauricio Magdaleno Cardona creció en el seno de una familia provinciana de clase media en la que muy seguido estallaban las contradicciones surgidas por el profundo liberalismo y anticlericalismo del padre, don Vicente Magdaleno, amigo personal y correligionario de Álvaro Obregón desde la época de la firma de los Tratados de Teoloyucan, y el arraigado catolicismo de la madre. Durante un tiempo, la familia vive en Aguascalientes y el entonces niño Mauricio es testigo de la atmósfera que priva en esa ciudad con motivo de la célebre Convención Revolucionaria, lo cual quedaría magistralmente plasmado en varios de sus cuentos, sobre todo en Cuarto año
, de marcado tinte autobiográfico, en el que además se hacen algunas referencias a la exhibición de películas cómicas protagonizadas por Max Linder y de cintas de excitantes persecuciones
en el Teatro Salón Vista Alegre, fundado y regenteado por el notable pionero Federico Bouvi, lugar donde parece haberse fraguado la incurable cinefilia del futuro guionista y realizador fílmico. En septiembre de 1919 Magdaleno egresa de la Escuela Municipal Melquiades Moreno
, equivalente a la secundaria.