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Estoy en la pista, ¡vamos a bailar!
Estoy en la pista, ¡vamos a bailar!
Estoy en la pista, ¡vamos a bailar!
Libro electrónico262 páginas2 horas

Estoy en la pista, ¡vamos a bailar!

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En cualquier competición de alto rendimiento se dedica mucho esfuerzo y voluntad por intentar conseguir superarse a uno mismo. Desde mi experiencia puedo contarles que detrás de los telones siempre hay complicaciones, celos, votos comprados, amiguismos, etc. que no salen a la luz. En este libro les muestro cómo llevé a cabo aquello que tanto soñé siendo joven y que conseguí poner en marcha a partir de los 53 años. Nunca pensaría llegar tan lejos, gracias a Dios, recorrí muchos escenarios por toda Europa. En este libro encontrarán un recorrido y compilación de premios, concursos, anécdotas, experiencias y países donde estuve, fueron momentos inolvidables en mi vida. Actualmente, como no puedo bailar, he decidido aunar mis dos pasiones y realizar un libro con mi humilde aportación en la aventura más importante de mi vida, el baile artístico. Francelina Robin, 11 de noviembre de 1945, Ponte de Lima (Portugal). De nacionalidad francesa. Luchó duramente entre las fronteras de Portugal, España y Francia para ganarse la vida. A sus 53 años se lanzó a la gran aventura del baile que le dio la oportunidad de recorrer Europa. Tras participar en numerosos torneos y competiciones, y hacerse con la primeras posiciones en muchas de las ocasiones, pudo acabar dedicándose, junto a su esposo Claude Robin, a lo que tantas veces soñó: ser bailarina profesional. Tras conseguir títulos como: el Primer Premio en el Crucero de Danza de Tele Star por la compañía Feeling Dancing Factory, el Primer Premio en el Campeonato de Francia en tres bailes en Salla Pleyel, en dos ocasiones el Primer Premio del Campeonato de Isla de Francia en tres danzas y una larga lista de premios decidió, junto a su marido, dedicarse a hacer espectáculos allá donde iba obteniendo contratos en Portugal, Francia y España. La salud le forzó a decir adiós al baile, pero se lanzó a la aventura de la escritura donde lleva inmersa desde 2014, y fruto de su duro empeño y constancia ha dado como resultado un total de ocho libros y varios premios otorgados por la Fundación Granada Costa entre los que se encuentran: Diploma Bailarina Artística, Escritora y Poeta, Medalla de Oro, Broche de Oro a una Carrera Artística.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 mar 2024
ISBN9788411815949
Estoy en la pista, ¡vamos a bailar!

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    Estoy en la pista, ¡vamos a bailar! - Francelina Robin

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Francelina Sousa Silva Pereira Robin

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-594-9

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    PRÓLOGO

    Recuerdo la primera vez que vi a esta persona tan elegante y con cuya gran sonrisa captaba a las personas que entraban como si aparecieran por la puerta de un castillo. Como cuando los cuentos de pequeña. Ella llevaba un traje azul vaporoso, dando mucha clase a su persona, y un día acabé sabiendo que era simple como todo y tan natural. Ella llegaba enseguida; yo me fijé y me maravilló su porte, dando clase al lugar donde ella estaba sentada, y la gente iba a felicitarla. Yo me preguntaba: «¿Quién es esta persona?», y además tenía la sensación de que la gente la conocía. Ella con su elegante andar, escogió mesa.

    Mesa que también guarda su historia, pues siempre ocupaba la misma, bien elegida para no perder detalle con su atenta mirada, mientras yo cantaba. Después se preparaba cambiando sus zapatos, ¡unos zapatitos que eran también de cuento! ¡Cómo me maravillaba! Se levantaba con clase y se deslizaba por la pista, flotando como la princesa que era... La princesa del cuento. Siempre hacía que la gente exclamara de emoción y admiración. A partir de ahí, Francelina, se ha convertido en alguien muy especial para mí, mi amor por ella crece cada día, la admiro, sobre todo, su capacidad para superarse y su fuerza. Siempre dice que adoraba cómo cantaba, pero no sé yo quién adoraba a quién. Es una persona única y especial. Solo pocos pueden apreciarlo, solo aquel que tiene alma y corazón. Cuando ella atravesaba la pista de una punta a otra con un vals, por la manera en que ella bailaba, toda la gente se levantaba y decía «bravo», estando siempre a la espera de que ella bailase con sus pasos elegantes.

    Había gente que me preguntaba si yo la conocía. Todos pensábamos que solo venían de vacaciones, pero no, así teníamos el placer de verla diversas veces, aunque en ocasiones eran otros los que había, porque ella al final supimos que era una gran artista y que bailaba que daba gusto verla. Espero que continúe, amiga mía, soy tu fan.

    NORA RIZO GALINDO

    Francelina estaba bailando por las calles de Torremolinos. Tenía un largo cabello negro con un moño bien peinado y brillantes las pupilas. Se sentía como una niña pequeñita, desfilaba las calles con encanto y con sus largos vestidos llenos de plumas y de brillantes. En su cabeza con líneas hechas de brillantes blancos y del color de su vestido azul claro y blanco. Iba soñando con el baile, con galanes a la espera. Tantos días y solo pensaba en las competiciones. Niñas marchando al paso al igual que ella, ¡como las otras bailarinas! Las calles estaban desiertas. Solo donde pasa el cortejo. Y la música se adivinaba, su corazón encantado imitando, marchando y pensando en los desfiles de lujo, pero en su cabeza pensaba en las noches de concurso para ver quién sería la mejor de las bailarinas en las noches de glamur; todos vestidos en todos los colores, a ver quién sería la ganadora.

    AQUÍ COMENZÓ MI SUEÑO

    Como pueden observar, la copa tiene mi nombre; fue de un vals de París. La persona que lo organizaba me llevó a la fuerza para competir. Todavía no era campeona de nada. Fue aquí donde me pidieron que fuese a competir. era la primera competición de baile. recibí una botella de champán que la repartí con los jurados. Fue una tarde de un domingo y yo me fui para casa tan alegre.

    Campeonato Amador, mi primer tango, recibí el premio, las flores vinieron a buscarlas, la pena fue que solo tuve el premio porque las flores las vino a buscar un bailarín que bailaba con la persona que organizaba el concurso. Ni ropa apropiada tenía, bailé con un vestido de ceremonia, hasta llegué a ir a Marruecos con él. Corté el vestido de mi boda, me vestí con los vestidos de gala para hacer mi primer reconocido torneo que fue hecho por Massaro. Fue la orquesta que tocaba todos los domingos y a la que nosotros íbamos a bailar quien me dijo que fuésemos a concursar porque decía que nosotros bailábamos muy bien, ahí fue mi gran sorpresa, quedé seleccionada para la noche, yo no entendía nada, solo puedo decir que bailé con grandes campeones, ¡yo me sentía tan pequeñita! Además, recibí un gran ramo de flores.

    Aquí fue cuando me puse este vestido la primera vez para recibir mi primer premio de campeona de Isla de Francia; con él nunca había bailado. Aquí me sentía tan alegre, no había palabras que pudiesen describir lo que yo sentía, para mí era un sueño y ya me intentaban falsear. Si ven esta foto, fue la única, no hubo ninguna más, normalmente debía tener mi ramo de flores como todos los ganadores, pues no me lo dieron, porque normalmente las flores se dan a las señoras y los premios a los señores, yo no tuve, aunque ahí éramos campeones.

    El primer paso en el baile es querer bailar, es una alegría que soñaba en mi cabeza desde hace tantos años, pero no podía, la vida no me lo permitió, necesité caer enferma. Hay una persona que decía algo en Granada Costa que es pura verdad, cuando algo se me metía en la cabeza lo conseguía, pero nada sin esfuerzo, esperé años, meses y días. Y un día de noviembre, sin pensarlo, nunca pensaría que con mi príncipe iba a bailar, pero tampoco creía que tan rápido subiría a la pista para recompensarme. Yo solamente teniendo una cosa en la cabeza, mientras no lo consiga no paro. Tal vez conseguí pasar delante de algunos que ya estaban dentro y que iban a la escuela y me acabaron diciendo: «Tanto pagué para aprender a bailar». Esas personas las veía bailar y ni para nosotros miraban, con pretensión.

    Pero un día me dijeron: «No entiendo cómo lo hicieron para aprender tan rápido». Hay una anécdota que les voy a contar: un día fuimos a bailar muy lejos de París porque era una escuela de baile que tenía restaurante y al final había baile. Los padres hacían escuela de tango argentino y los hijos hacían deportivo, nada que nosotros pudiéramos hacer, y con mi marido sin estilo de macho. Qué rico bailarín de tango argentino sería él, pero yo que nunca abandoné nada, con mi educación, me hacía la tonta. Mi marido me decía que me subestimaba, pero él se equivocaba, fue como cuando ganaba concursos e intentaba parecer siempre simple, no hacerme la artista como ciertas personas que yo conocía. Entonces voy a la escuela de esas personas y le digo que quería aprender a bailar el tango, estaba a más de cien kilómetros de donde yo vivía. Entonces llegó el día que tenía la hora marcada para el curso y él nos dijo que le mostrásemos lo que sabíamos. Ahora bien, yo solamente sabía bailar a la moda de los bailes de las ciudades que fue lo que mi marido me enseñó, pero no era nada de eso, tampoco era lo que yo quería, yo lo que quería era ser campeona y me decía a mí misma que cuando ganara un premio pararía, pero yo no sabía que después de ganar el primero ya quería ganar otro y nunca me contentaba del trabajo, era exigente conmigo y con mi marido.

    Entonces, ese señor profesor, cuando llegamos a la escuela, la primera cosa que nos dijo fue que bailásemos un tango y le respondí: «¿Cómo sé?». Y me dio su primer apunte, que teníamos que aprender a andar; se puso frente a mí y yo tenía que empujarlo. A mí que me gustaba tanto reírme que lo miré y le dije: «No me diga que con mi edad aún no he aprendido a caminar, tengo cincuenta y tres años y no puedo perder tiempo en su escuela, está lejos y no voy a venir a aprender a caminar hasta aquí». Mi marido y yo a veces nos entrenábamos cuatro horas al día y sin contar todo el trabajo que teníamos para construir nuestro castillo en el que trabajábamos todos los días. Y, además, yo me metí en la cabeza que quería presentarme al Campeonato de Isla de Francia al año siguiente y no cambié mi idea, fuese como fuese, trabajé duro, nos enfadábamos los dos, uno porque era así, otro porque era de otra manera, y cuando no se tiene un profesor para corregir, tenemos que grabarlo todo. Y después yo quería que fuera de otra manera, quisiera ser perfecta y le pedía mucho a mi marido. Quería hacer bailes; primero al ritmo de la música, después vinieron las figuras; ahora, con mi edad y con problemas enormes de salud, no sería algo bueno, pero entonces yo me decía que tenía que aprender y quería hacerlo bien o todavía mejor si era posible, porque no me gustaba cuando otras personas hacían algo y a mí no me gustaba la manera en que lo hacían.

    Al hacer un año exactamente me presenté al campeonato, en 1987, quedamos séptimos en tres bailes. Al año siguiente ya hacía todos los concursos de las aldeas; allí quedábamos siempre primeros, solo había una que era campeona de Europa y quería que yo fuera a bailar y a hacer espectáculo, vestir su ropa para hacerle publicidad para que ella la vendiera, pero para mí era ropa muy vieja y yo era moderna. Tanto que en mis primeros concursos tuvieron que hacer mi ropa porque empecé en las ciudades y después entré en los concursos regionales y ella, para vengarse de mí, decía a los que hacían de jurados que votaran contra mí.

    Un día vino el jefe de una gran discoteca donde íbamos a bailar y me dijo: «Señora Robin, hay un concurso, ¿va a venir a bailar aquí?». Y yo pregunté: «¿Quién organiza el concurso?». Él me respondió: «Scheinder». Yo dije: «No voy, usted ya conoce la canción». Él me

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