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La Verdadera Paz en Cristo: Descansando en la Promesa Celestial
La Verdadera Paz en Cristo: Descansando en la Promesa Celestial
La Verdadera Paz en Cristo: Descansando en la Promesa Celestial
Libro electrónico111 páginas1 hora

La Verdadera Paz en Cristo: Descansando en la Promesa Celestial

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"La Verdadera Paz en Cristo: Descansando en la Promesa Celestial" es un Libro que invita a los oyentes a embarcarse en un viaje transformador hacia la comprensión profunda de la paz que solo puede encontrarse en Jesucristo. A través de las enseñanzas de destacados teólogos y pastores, este libro teje una narrativa poderosa sobre la esencia de la paz espiritual, el significado del Pacto de Paz del Mesías, y cómo Cristo actúa como la Roca inquebrantable sobre la cual podemos encontrar serenidad y seguridad.

Con reflexiones inspiradoras basadas en sólidos fundamentos bíblicos, este libro despliega un tesoro de sabiduría sobre cómo vivir en armonía con Dios, con nosotros mismos y con los demás. "La Verdadera Paz en Cristo" no solo busca educar sino también transformar corazones, llevando a los oyentes a una comprensión más profunda de lo que significa ser un pacificador en el mundo moderno y cómo la fe en Cristo puede renovar nuestras vidas y comunidades.

Desde el Príncipe de la Paz hasta los desafíos de mantener la paz en un mundo turbulento, cada capítulo se sumerge en aspectos vitales de la paz cristiana, ofreciendo no solo conocimiento sino también prácticas espirituales y orientación para aplicar estos principios en la vida diaria.

Ideal para creyentes en busca de profundizar su fe y para aquellos en el camino de descubrir la verdadera paz, este libro es una llamada a experimentar la paz que sobrepasa todo entendimiento y a vivir en la luz de la promesa celestial de Cristo.
 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 mar 2024
ISBN9798224764051

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    La Verdadera Paz en Cristo - Wilhelmus à Brakel

    Una de las mayores bendiciones de Dios

    William S. Plumer (mil ochocientos dos-mil ochocientos ochenta)

    La paz es lo contrario de la guerra, la persecución, la tentación, la condenación, la alarma, el tumulto, la contienda, la controversia, el pleito.

    En las Escrituras, la palabra paz se refiere a varias cosas diferentes. Por naturaleza, todos somos enemigos de Dios; y por las obras perversas, manifestamos y reforzamos nuestra aversión a Dios y a la santidad. Pero justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Romanos cinco, uno). Por esta paz con Dios, somos liberados de la condenación. Ya no somos hostiles a Dios, ni Él a nosotros. Ya no contendemos con el Todopoderoso, ni Él con nosotros. Cristo es nuestra Garantía, nuestro Sacrificio, nuestra Paz. Las espinas crecen por todas partes, y de todas las cosas de abajo; y de un alma trasplantada de sí misma a la raíz de Isaí, la paz crece también por todas partes de Aquel que es llamado Nuestra Paz, y a Quien encontramos tanto más serlo cuanto más enteramente vivimos en Él, estando muertos al mundo y al yo y a todas las cosas fuera de Él. El reposo del alma en su Dios y Salvador es maravilloso. Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado (Isaías veintiséis, tres). Esta paz de Dios... sobrepasa todo entendimiento (Filipenses cuatro, siete). En su base y en sus efectos, ningún mortal tiene conceptos adecuados de su riqueza como bendición de Dios. Cuando él da la tranquilidad, ¿quién, pues, puede crear turbación?, dijo Job (Job treinta y cuatro, veintinueve). Y Jesucristo mismo dijo: La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da (Juan catorce, veintisiete). Nada puede finalmente destruir esta paz. ¿Quién es el que condena? Cristo es el que murió, más aún, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros (Romanos ocho, treinta y cuatro).

    Esta es una de las bendiciones más ricas de Dios. Es la suma y el principio de todas las misericordias. Es una promesa de que nunca pereceremos. Este consejo de paz es entre Dios y cada alma que huye a Jesús. El castigo de nuestra paz fue sobre él (Isaías cincuenta y tres, cinco). Por Él tenemos acceso a Dios. Tenemos derecho a llamarle Padre y Dios nuestro. Dios está en Cristo reconciliando consigo al mundo, no imputándole sus pecados. Cuando Dios nos perdona y nos acepta de este modo, todas las criaturas del universo, cuya amistad puede hacernos un bien permanente, se ponen de nuestra parte. Los ángeles se convierten en espíritus ministradores para ayudarnos y hacernos amigos según Dios se los encargue. Las estrellas, en su curso, ya no luchan contra nosotros. Incluso ha hecho un pacto para sus elegidos con las bestias del campo, con las aves del cielo y con los reptiles de la tierra (Oseas dos, dieciocho). Por tanto, podemos hablar con valentía a todos los que han hecho las paces con Dios por medio de Jesucristo, y decirles: Todo es vuestro; sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir; todo es vuestro; y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios (Primera de Corintios tres, veintiuno a veintitrés). Pablo utiliza siete veces una frase que no se encuentra en ninguna otra parte de las Escrituras. Es ésta: El Dios de paz. Y seguramente no podría darse una descripción más sorprendente del bendito carácter de Dios en tan pocas palabras, a menos que exceptuemos esas palabras de Juan: Dios es amor. Que todo hombre se familiarice con Dios y esté en paz (Job veintidós, veintiuno). Así también nuestro Salvador es el Príncipe de Paz (Isaías nueve, seis). En Él tenemos la reconciliación con Dios y todas las demás cosas buenas. Él fue enviado para guiar nuestros pies por el camino de la paz (Lucas uno, setenta y nueve). Su reino no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos catorce, diecisiete). Así que tener espíritu es vida y paz (Romanos ocho, seis). Y así tampoco podría pedirse mayor bendición para los demás que ésta: Gracia y paz a vosotros, del que es, y que era, y que ha de venir; y de los siete Espíritus que están delante de su trono; Y de Jesucristo, que es el testigo fiel, y el primogénito de los muertos, y el príncipe de los reyes de la tierra (Apocalipsis uno, cuatro a cinco).

    De la paz con Dios a través de Cristo fluye naturalmente la paz de conciencia. Este es un tesoro inmenso. Nada puede compensar su falta. Nada puede hacernos felices sin ella. En los ángeles de lo alto, la paz de conciencia es fruto de la inocencia. En el hombre es la compra de la sangre de un Salvador. Debemos tener nuestros corazones rociados de una mala conciencia, de lo contrario el aguijón permanecerá, y nos irritará para siempre (Hebreos diez, veintidós). Sí, debemos tener nuestras conciencias purgadas de obras muertas, o nunca podremos servir aceptablemente al Dios vivo (Hebreos nueve, catorce). Si alguna vez hemos de ser perfeccionados en lo que respecta a la conciencia, no puede ser sin sangre (Hebreos nueve, siete y nueve). La sangre de Cristo convierte nuestros temores en esperanzas y nuestras tristezas en cantos... puede calmar las agitaciones de nuestro espíritu; puede acallar en nosotros los problemas... es para nosotros un motivo de paz. Lo que ha sido un dulce aroma para apaciguar a Dios no quiere ser un aroma para apaciguar nuestras conciencias. La gran miseria de los impíos es que para ellos no hay paz (Isaías cuarenta y ocho, veintidós; cincuenta y siete, veintiuno). No conocen el camino de la paz (Isaías cincuenta y nueve, ocho; Romanos tres, diecisiete). Permaneciendo la conciencia del pecado, ningún hombre puede ser de otra manera que una pobre criatura temblorosa y autocondenada. Ni puede, endureciendo su corazón, erigir baluartes fuertes contra la invasión repentina de terrores extremos.

    Esta paz de conciencia se ve a menudo interrumpida por nuestros pecados y locuras. Cuando la mundanalidad toma el lugar de un andar tierno; cuando se atenta contra los principios; cuando la práctica se hace conforme a la tentación; cuando el tiempo parece más importante que la eternidad; entonces podemos saber que tarde o temprano habrá un alboroto en nuestras conciencias. Pero gran paz tienen los que aman tu ley (Salmos ciento diecinueve, ciento sesenta y cinco). Es en vano que alguien espere una bendición cuando dice: Tendré paz, aunque ande en la imaginación de mi corazón (Deuteronomio veintinueve, diecinueve).

    Un tercer tipo de paz es cuando Dios dispone a nuestros semejantes a mirarnos con tanto favor como para dejarnos en paz, no para burlarse de nosotros, atormentarnos, perseguirnos o hacernos la guerra, sino para pensar, hablar y actuar de manera amistosa hacia nosotros. Esta es una gran bendición. Cuando se nos asegura, debemos dar gracias de corazón a Dios por ella, porque Él es su Autor. Cuando los caminos del hombre agradan a Jehová, hace que aun sus enemigos estén en paz con él (Proverbios dieciséis, siete). Así, durante mucho tiempo Salomón tuvo paz por todas partes a su alrededor (Primer libro de los Reyes cuatro, veinticuatro).

    Es verdad que esta paz no es, como las otras, esencial para nuestra piedad o nuestra felicidad. Jesucristo dijo: "No penséis que he venido a enviar paz a la

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