Los psicoanalistas y el deseo de enseñar
Por Graciela Brodsky
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¿Para qué y por qué habría que enseñar? ¿Por qué habría que enseñar lo que el psicoanálisis enseña? ¿Por qué no decir que es imposible, que el análisis es de lo singular y que solamente vale para uno solo, que eso que no se transmite más que como resonancia, como efecto de afecto, mucho menos se enseña?
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Los psicoanalistas y el deseo de enseñar - Graciela Brodsky
Graciela Brodsky
Los psicoanalistas y
El deseo de enseñar
Graciela Brodsky
Con:
Fabián Naparstek | Silvia Salman
Ricardo Seldes | Gustavo Stiglitz
Mauricio Tarrab | Luis Tudanca
Los psicoanalistas y
El deseo de enseñar
Índice
Nota
Lacan que enseña
Variaciones sobre el discurso universitario
Los universitarios
Hay cuatro discursos
¿Lacan enseñó?
El deseo del enseñante
Comentario
Entre formación y transformación
El analista no existe
Lo que un analista debe saber…
Saber ser desecho
El escándalo de la enunciación
Hablar en la Universidad
La inmersión en la Escuela
Apéndice
© Grama ediciones, 2023
Manuel Ugarte 2548 4° B (1428) CABA
Tel.: 4781–5034 • grama@gramaediciones.com.ar
http://www.gramaediciones.com.ar
© Graciela Brodsky, 2023
Diseño de tapa: Gustavo Macri
Corrección de estilo: Ana Clara Vidal Tur
Realización diagramación/armado interior: Moni Kaminsky
Hecho el depósito que determina la ley 11.723
Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por medios gráficos, fotostáticos, electrónico o cualquier otro sin permiso del editor.
Primera edición en formato digital: febrero de 2024
Versión: 1.0
Digitalización: Proyecto451
Esta posición de enseñante no es natural. Esta posición es en verdad la de convertir la pasión por el psicoanálisis, el sufrimiento que éste puede acarrear, en una exhibición de la pasión.
Piezas sueltas, JACQUES-ALAIN MILLER
Nota
Este libro recoge las clases del Seminario diurno que se dictó en la EOL bajo el título Lecturas Lacanianas entre marzo y noviembre del año 2021.
Incluye un texto no traducido de Jacques-Alain Miller, que tradujimos y publicamos con su amable autorización, y un apéndice que recoge algunas intervenciones de los participantes difundidas en un grupo de Facebook.
Lacan que enseña (*)
Jacques-Alain Miller
Esbozo de una alocución en el Coloquio del Centenario realizado en Roma el 26 de mayo del 2001. El tema propuesto por los organizadores fue La enseñanza de Jacques Lacan
.
I
¿Qué enseñó? ¿Por qué enseñó? ¿Cómo enseñó?
Examinaré estas tres preguntas y las responderé. Pero no digo que a cada una le daré una sola respuesta. Puesto que, tratándose de Jacques Lacan, nunca hay una sola respuesta. Hay varias y a veces pueden contradecirse sin dejar, no obstante, de ser cada una verdadera.
Precisamente esta inconsistencia dice algo de Jacques Lacan –mejor aún: reproduce algo de su discurso–. Sucede que Jacques Lacan nunca decía lo mismo. Se podría llegar a sostener que jamás decía lo mismo. Y se puede tanto más cuanto que él mismo se enorgullecía de alimentar sus Seminarios con un aporte cada vez inédito. Veía en lo nuevo el rasgo de lo verdadero, su condición sine qua non.
Pero la inconsistencia a la que me refería va más lejos aún, puesto que no sería falso pretender, en otro sentido, que decía siempre la misma cosa, tal como la voz de la razón, según Freud.
A las tres preguntas que enumeré, agregaría, no obstante, esta cuarta: ¿Jacques Lacan enseñó?
II
Efectivamente, no es seguro que se sepa bien qué es enseñar y debemos aclarar esta cuestión. Es tanto más necesario hacerlo en la medida en que no se diga impunemente de cualquier cosa que es de Jacques Lacan
.
En efecto, Jacques Lacan no hablaba la lengua de todo el mundo y a menudo se lo reprocharon. No solo se trata de que haya forjado una lengua propia, una lengua especial, una lengua de cálculos, hecha de símbolos y de dibujos que se ven, rápidamente, que no pertenecen a la lengua común y de los que se puede aprender el funcionamiento. No, la dificultad resulta de su uso singular de la lengua común, de las torsiones que le hacía padecer, de la tortura a la que sometía las palabras de la tribu de tal manera que renovaba su sentido. Esta transformación es más secreta, puesto que deja intacta la forma de las palabras del diccionario, volviendo extranjera vuestra lengua materna. Es, exactamente, un efecto de Unheimlichkeit.
Por lo tanto, atención cuando se dice: de Jacques Lacan
– DJL. Este sufijo no deja indemne el término al que se lo acopla.
Vuelvo a mis tres preguntas: ¿qué enseñó?
, ¿por qué?
, ¿cómo?
, para proponerles tres respuestas simples.
III
Jacques Lacan enseñó Freud. Enseñó a leer Freud. Enseñó a leer Freud a la letra. Para ello, le fue necesario enseñar que no se leía a Freud. No se lo leía porque se creía comprenderlo. Se pensaba comprenderlo porque Freud escribía en la lengua de todo el mundo. Más precisamente, Freud hacía creer que escribía en la lengua de todo el mundo. Lo hacía creer porque él mismo lo creía.
Aspiraba a escribir como Goëthe. Recibió el premio Goëthe de literatura. Fue un malentendido. Lacan enseña que no hubo una sola palabra de Freud que, por debajo de su sentido ordinario, no tuviera un sentido especial que provenía de su uso en el discurso de Freud.
Así pues, Lacan hizo de los escritos de Freud materia de enseñanza.
Tenemos aquí con qué responder a la segunda pregunta: ¿por qué enseñó?
No enseñó antes de haber llegado a la cincuentena. Enseñar no era su profesión, ni su vocación, sin duda. Enseñó, pues, porque se lo demandaron. ¿Quiénes? Psicoanalistas, jóvenes, que creían que debían formarse, y que esa formación pasaba por la lectura de Freud.
Es cierto que se puede reconocer allí un lugar común de la retórica, que pretende que no se ofrezca el fruto del propio trabajo sin disculparse por ser inoportuno y alegando el pedido insistente de los amigos, de los cercanos, de un círculo íntimo, en pocas palabras, de un Otro que carga sobre sí la culpa, y se hace garante de lo bien fundado de ese pasaje de lo privado a lo público, siempre sospechado de indecencia.
Pero sería injusto no ver allí sino un topos. Piensen solamente que en Jacques Lacan no tienen un profesor, sino un maestro motivado por sus alumnos. Allí donde enseñó, fue siempre un invitado. Dependía de la amabilidad que se le mostraba, estaba a merced de la buena voluntad de alguna potencia establecida. Obsérvenlo, una vez expulsado de la Asociación Psicoanalítica Internacional, presentarse en enero de 1964 frente a una audiencia renovada que le ofreció un lugar nuevo, que daba a la calle, sobre el Barrio Latino: ¿En qué me autorizo?
, pregunta y suspende la respuesta. Esperaba que le viniera del público.
De manera que comenzó a enseñar porque se lo demandaron. Pero también es verdad que se lo demandaron porque inspiró el deseo de que se lo demanden.
No es de otro modo que se inicia un psicoanálisis. Se inicia por una vía que no es diferente de la del amor y que Freud llama la transferencia.
Y bien, la enseñanza de Jacques Lacan proviene de la transferencia a Jacques Lacan y no tiene otro soporte.
Desde donde estamos, no nos incomoda reconocer el mérito de los jóvenes psicoanalistas en formación de hace cincuenta años que hicieron de Lacan su enseñante. También, muchos de ellos, su analista.
Lacan los había persuadido de que, para formarse como analista, valía la pena la lectura de Freud. Sucede que el propio Lacan desplazó su transferencia sobre Freud.
La transferencia de Lacan hacia Freud se activó a partir de los escritos de Freud. Jacques Lacan nunca hizo el viaje a Viena que le hubiera permitido encontrarse con el autor. Esta evitación no deja de interrogar.
Sea como sea, Jacques Lacan comenzó a enseñar Freud.
IV
Dije que respondería a la pregunta ¿cómo enseñó?
Enseñó como se enseña, de viva voz y libro en mano, el de otro. Uno tiene la palabra, el otro guarda silencio; es escritura.
No deshonremos la palabra enseñanza. Freud no enseñó, él escribió. Jacques Lacan enseñó. Una vez encarrilado, enseñó hasta el fin de sus días –durante treinta años, una vez por semana, los últimos años una vez cada quince días. Al final, menos–.
Enseñó de pie, frente a libros y papeles, con un pizarrón negro detrás suyo o con hojas blancas. Hablaba durante dos horas de corrido, sin leer, pero con la ayuda de notas, jugaba con su prestancia, con la voz y el gesto, demostraba, como un verdadero orador, su destreza con la palabra.
Aportaba cada vez lo que acababa de encontrar, porque su búsqueda durante mucho tiempo tomó la forma de hallazgos.
Hablaba en voz alta y comprometía todo su cuerpo en sus palabras. Como dice Hesíodo del rey inspirado por las Musas: Toda la gente tenía puestos los ojos sobre él
. Agrega también: Su lenguaje infalible sabe, como se debe, apaciguar rápido las más grandes querellas
. Eso no ocurría para nada con Lacan: su lenguaje que parecía, en efecto, infalible, no calmaba las querellas, por el contrario, las hacía surgir, las animaba, allí estaba él y estaba su adversario; y cada vez se asistía a una buena pelea.
Y ese adversario era Freud, a quien era necesario desenmascarar, buscarlo detrás de un velo para conducirlo a plena luz. Y ese adversario eran aquellos que no leían a Freud, o que lo entendían mal. Y ese adversario era la tontería y la ignorancia. Y se trataba de triunfar.
He ahí cómo enseñaba Jacques Lacan. He ahí lo que él mismo denominó mi enseñanza
.
V
Jacques Lacan también escribía. Escribía de vez en cuando. Nada dice que sus oyentes lo leyeran. Decía que no lo leían. Consideraba sus escritos como las partes caducas
de su enseñanza. Así lo expresó en Roma en 1967. Caducos
quiere decir que consideraba a sus escritos como caídos de su enseñanza. Para él, la escritura no es primera, ni primaria: cae de la palabra.
A tal punto que calificaba sus escritos de residuos, desechos de su enseñanza. Más generalmente, no reconocía otro estatuto a la letra que el de basura.
Este estatuto es acorde con el equívoco, entre a letter y a a litter con el que James Joyce juega en la lengua inglesa.
Quise que el volumen de los Autres écrits, que acaba de aparecer en francés, se iniciara sobre esta agudeza porque nada dice mejor sobre la relación de Jacques Lacan con lo que él produjo como escrito.
Para él, el escrito era del orden del objeto, era un objeto –y por eso rechazaba el psicoanálisis del escrito, ya sea documental o literario, archivo u obra–. Según él, no había psicoanálisis sino de la palabra –de la palabra en su diferencia con la escritura–.
Introduzco desde ahí la cuarta pregunta que me prometí abordar hoy: ¿Jacques Lacan enseñó?
VI
¿El nombre enseñanza
es conveniente para la actividad que acabo de evocar?
Hoy se denomina enseñanza
a la transmisión metódica de saberes estandarizados. Y se verifica luego si ese saber fue aprendido correctamente. ¿El nombre enseñanza
conviene cuando se trata de un saber que no tiene estándares, cuya transmisión no es un aprendizaje, y no es objeto de una verificación?
Sobre todo, ¿la palabra enseñanza
conviene cuando se habla del inconsciente? En efecto, el inconsciente freudiano, si existe, es un saber, un saber que se lee en la palabra –pero no en toda–.
Podría ser que, en la enseñanza, la palabra sea hecha para que nada se lea allí del inconsciente. Podría ser que la enseñanza, si es pedagogía, fuese el ejercicio de un poder, un obstáculo al saber.
Resumiendo, enseñar el psicoanálisis proviene de la represión del inconsciente. Vayamos hasta allá.
Es por eso que Jacques Lacan llegó a rechazar la palabra enseñanza, decía que no había nada que esperar, que todo estaba perdido si su discurso era tomado como una enseñanza. Lo cito: Seguro está en mis principios no esperar nada de lo que en mi discurso sea considerado como enseñanza
(Otros escritos, p. 318). (1)
En efecto, ¿Lacan enseñó?
Digamos que sostuvo un discurso que hizo deseable el psicoanálisis. Deseable para la gente de los años cincuenta, marcada por la Segunda Guerra Mundial, deseable para la gente de los años sesenta, sublevadas por la revuelta de 1968, deseable para la gente de los años setenta. La palabra de Jacques Lacan se desplazó al efecto de transferencia. Es hoy que hay una enseñanza de Jacques Lacan, en el sentido en que otros lo toman a él como materia de enseñanza.
Por lo tanto, se tratará del discurso de Jacques Lacan. Entonces, las tres preguntas que planteaba recibirán otras respuestas.
VII
Jacques Lacan enseñó Freud con los libros en la mano, promovió el retorno a Freud. Sí, todo eso es verdadero.
Pero quizás nos equivocamos al tener una mentalidad histórica. Es habitual que creamos que hubo algo en el origen que se oscureció, que se olvidó con el transcurso del tiempo. En los años cincuenta, Lacan acariciaba esta idea, entonces común (la tradición, olvido de los orígenes
). Daba del inconsciente una presentación histórica. Decía que era el capítulo censurado de la historia, como si fuese un libro al que le faltaba un capítulo. Jugaba también al anticuario –de él salieron numerosos eruditos freudianos–.
¿Pero se trataba de eso? No.
Para Jacques Lacan no se trataba del pasado. Para él, siempre se trató del psicoanálisis en el presente, de hacer deseable el psicoanálisis, activo hoy y ahora igual que la primera vez. Siempre es la primera vez para quien entra en análisis. Y debe ser siempre la primera vez para el analista que lo recibe.
No se trataba para nada de un retorno a Freud
. No era más que un semblante. Se trataba, ante todo, de una tracción ejercida sobre Freud para conducirlo entre nosotros.
Tracción, traducción, traición. Pero sí, Jacques Lacan traicionó a Freud, al Freud de los anticuarios y los eruditos, cambió las referencias que Freud tomó en su época, siguió, en los meandros de su cronología, la elaboración de Freud, pero también suspendió esta cronología, elaboró una estructura de la experiencia analítica donde todos los términos sucesivamente elaborados por Freud fueron sincrónicamente ordenados.
No se trataba de enseñar la historia. Se trataba de sostener un discurso que hiciera ex-sistir el psicoanálisis en las condiciones del presente, teniendo en cuenta las creencias, las supersticiones y también el gusto de los hombres de hoy, especialmente los jóvenes, o los menos envejecidos.
He aquí, por qué Jacques Lacan enseñó.
VIII
Se podría decir que Freud no hizo otra cosa. El psicoanálisis es la puesta al día de una práctica muy antigua, de un arte antiguo, el arte terapéutico de hablar. Es un aggiornamento.
Para eso era necesario tomar en cuenta supersticiones propias de la edad de la ciencia, era necesario hablar con lenguaje cientificista, considerar, de hecho, la superstición. Con Freud, lo que una vez fue divino, sagrado, santo, o sombrío, diabólico, irracional, extraño e inquietante, se tornó aceptable para el positivismo.
Es lo que expresa la noción misma de inconsciente: sería un saber inscripto en lo real, un saber comparable al que descifra la física.
Es lo que Jacques Lacan actualizó. Decía que el sujeto del psicoanálisis no era otra cosa que el sujeto de la ciencia; que el inconsciente freudiano provenía de Galileo para ser escrito en lenguaje matemático (estructurado como un lenguaje
).
Enseñó, por lo tanto, que el inconsciente funcionaba y que su funcionamiento respondía a mecanismos (por ejemplo, metáfora y metonimia; diversos matemas
). El inconsciente freudiano es un determinismo llevado a lo absoluto.
Un determinismo que no concierne solamente a lo real de la naturaleza, que es mudo, sino también a lo real de la cultura, que es un real que habla.
Lo que es llamado estructuralismo es el determinismo, matematizado, transportado de la naturaleza a la cultura y de la cultura al individuo. De Galileo a Lévi-Strauss.
En ese sentido, el inconsciente quiere decir que, incluso cuando no se lo sabe, aun cuando se desconoce por qué vías procede, una necesidad implacable ejerce su imperio sobre cada vida individual.
En ese sentido, el inconsciente es un está escrito
, ya está escrito
, el libro de tu vida ya está escrito
.
El inconsciente equivale a todo tiene una causa
, aún cuando no se la conozca.
El psicoanálisis comenzó como un cientificismo apasionado. Vino a taponar los agujeros del determinismo. Logró el acto de fe que soporta la actividad científica. Haciéndolo, desnuda ese acto de fe, ilumina la superstición de la ciencia (tema de Nietzsche).
Aquí es donde se invierte la enseñanza de Jacques Lacan.
IX
El inconsciente no es un saber en lo real del individuo, es la suposición de ese saber.
En el psicoanálisis, gracias al procedimiento inventado por Freud, esta suposición es operante, permite al sujeto que habla inventar un saber. Este saber tiene la estructura de una ficción. Esto no es indigno, puesto que es el caso de todo saber. El propio sujeto de la ciencia no es otra cosa que un sujeto-supuesto-saber.
Es en ese sentido que Jacques Lacan podía decir: Si yo enseño, es para instruirme a mí mismo
.
Por lo tanto, la expresión la enseñanza de Jacques Lacan
tiene un sentido comparable al título de Goethe Los años de aprendizaje de Whilhelm Meister. La enseñanza de Jacques Lacan es el relato de las enseñanzas que Jacques Lacan recibió –que recibió de su experiencia, de su práctica y del drama de su vida
–.
Esta enseñanza desemboca en un cierto apaciguamiento –apaciguamiento de la pasión por la verdad–. Apaciguamiento y también desencanto –el desencanto que afecta a aquel que fue más allá del espejismo de las apariencias, y que los españoles del Siglo de Oro llamaron el desengaño–.
Este desencanto no es el de un individuo, de uno llamado Lacan, Jacques. Es el desencanto del psicoanálisis mismo –es decir, la puesta al desnudo de su resorte de ficción– y simultáneamente de su apuesta por lo real.
¿Por qué no decir que la enseñanza de Jacques Lacan es un psicoanálisis del psicoanálisis mismo?
Después de todo, Jacques Lacan avanzó hasta psicoanalizar el culto del Padre en Sigmund Freud. Al dar una formalización lógica del Nombre del Padre, desencantó al Padre. Felizmente. Porque la ciencia triunfó sobre el ídolo del Padre y ese triunfo se tradujo en el movimiento universal de la cultura.
X
Para concluir, avancemos hasta la profecía.
El psicoanálisis no podrá continuar como práctica en el siglo que comienza más que si los psicoanalistas no retroceden en desencantar los conceptos fundamentales del psicoanálisis.
No es la charlatanería sobre las neurociencias lo que salvará la referencia al inconsciente.
El inconsciente no es un ídolo. No hay que hacer del inconsciente un ídolo. El inconsciente freudiano es una elucubración de saber sobre los datos inmediatos de la conciencia. Es el sentido que Freud les dio a los deslizamientos, a los obstáculos, a las (bévues) equivocaciones.
Conforme a la ideología de su tiempo, les dio un sentido determinista, el sentido de esto está escrito, aún si yo no lo sé
.
Jacques Lacan prolongó a Freud invirtiendo ese sentido. El inconsciente lacaniano tiene el sentido de un no está escrito
.
El inconsciente no es un saber que no se sabe, el inconsciente expresa un saber-hacer que no tenemos.
La condición humana se caracteriza por el hecho de no saber hacer con
lo que más nos importa. Y cuanto más aprendemos a hacer con la naturaleza, menos sabremos arreglárnosla (savoir y faire) con la cultura, con los productos mismos de nuestra acción. Más sabios somos, inteligentes, eficaces, más evidente deviene nuestra debilidad mental.
El concepto de debilidad mental va más lejos que el del inconsciente.
Se puede decir que el inconsciente es una elucubración de saber sobre nuestra debilidad mental.
La ciencia hace que la debilidad mental crezca. No sabemos arreglárnosla con la naturaleza, mucho menos con los objetos nuevos que produce la civilización, con los que nos perturba.
Esta debilidad mental provoca nuestra desorientación, enloquece nuestro goce, es motivo de tristeza y de rabia, es causa de los síntomas, destruye. Todos los días verificamos su actualidad. Ella es la actualidad.
Un psicoanálisis no triunfa sobre la debilidad mental, pero puede hacer que se sepa mejor –un poco mejor– arreglárselas con lo real que no tiene sentido.
Lo real debería hacernos menos mal. Es lo que siempre hemos deseado. Este dolor es lo que siempre hemos anestesiado. Ese real, eso es de lo que siempre nos hemos defendido.
Para el psicoanálisis, se trata de tomar otro camino: volverse más real, volverse él mismo
más real. Saber guiarse por el puro real.
He ahí lo que nos permite entrever hoy la enseñanza de Jacques Lacan.
Con Lacan, no después.
* Jacques-Alain Miller, Lacan qui enseigne
, en Qui sont vos psychoanalystes, París, Seuil, 2002. Hay versión castellana, con traducción de Clarisa Kicillof, en revista Consecuencias, nº 1 (2008).
1. Jacques Lacan,La psychanalyse. Raison d’un échec
, Autres ecrits, París, Seuil, 2010, p. 318.
Variaciones sobre el discurso universitario
Cada vez que retomo un seminario intento darme las razones de su existencia, existencia que no deja de resonar con la existencia misma de la Escuela. Explícita o implícitamente, cada vez que tomamos la palabra en la Escuela, aunque debido a la pandemia lo hagamos desde un jardín, intentamos responder a esta pregunta: ¿Por qué enseñar en la Escuela?
. A pesar de que lo hago a mi cuenta y riesgo, me lo sigo preguntando. Por eso retomo, para orientarme y orientarlos, la pregunta de Lacan: "lo que el psicoanálisis enseña, ¿cómo enseñarlo?".
Mientras preparaba lo que les diría hoy, recordé mis primeras lecturas lacanianas. Estaba en la facultad, había cursado pocas materias psicoanalíticas y había hecho mis primeros pasos leyendo a Freud (la primera tópica, la segunda, los mecanismos de defensa) y a Melanie Klein (la envidia, la gratitud, los objetos buenos, los objetos persecutorios, la reparación, etc.). De manera azarosa cayó en mis manos algo de Lacan y recuerdo bien que lo impactante fue el hecho de que él no hablara de los pacientes sino de sus colegas, los analistas.
Si lo logro –si lo logramos, ya que esto pretende ser un seminario–, retomaré ese desconcierto inicial y seguiremos la pregunta de Lacan concerniente al analista. No a su práctica, sino a su saber, a su formación y su partenaire, en este caso la Escuela, sin desconocer el lazo esencial que el analista tiene con sus otros partenaires, especialmente con sus analizantes y también con sus partenaires secretos: su inconsciente, su fantasma, su síntoma.
El analista bajo la lupa
Lacan asegura que el psicoanálisis solo fue posible a partir de cierto momento de la cultura que él vincula con Descartes y con el nacimiento de la ciencia moderna. Siempre lo presenta así.
Hay varias maneras de interpretar esta afirmación; hoy les voy a proponer una. Tradicionalmente, lo que define a la ciencia es el hecho de tener un objeto de estudio. Por un lado, está Galileo con su telescopio; por el otro, están los cuerpos celestes cuya trayectoria Galileo observa, anticipa, deduce. Ya sea con Copérnico o con Galileo o con quien sea, los planetas siguen su curso, indiferentes al observador. Por cierto, las ciencias no son solo teoría –teoría quiere decir contemplación–, también existe la ciencia aplicada, que interviene sobre su objeto hasta guiarlo, a veces, demasiado.
A partir de mi desconcierto inicial, busqué referentes por fuera de la facultad y desemboqué en Raúl Sciarretta. Quería saber si el psicoanálisis era o no una ciencia. Si no era una ciencia, pues bien, no me interesaba. Quería tener la certeza de que el psicoanálisis fuera una ciencia y no una ideología, especialmente no una ideología idealista, que era el cuco de ese momento freudomarxista.
Sciarretta nos llevó de la mano hacia Althusser. Y Althusser me tranquilizó durante un tiempo porque indicaba que si el psicoanálisis era una ciencia, tenía su objeto –al igual que todas las otras ciencias– y que ese objeto era el inconsciente. Fue una solución que me permitió seguir con el psicoanálisis sin hacerme demasiados problemas, salvo el problema que cada tanto me causaba Lacan, al que no entendía.
Si el psicoanálisis es solidario de Descartes, se debe a que este fue el primero en dar vuelta el telescopio y apuntarlo hacia sí mismo. ¿Y si todo esto es un