En defensa del decrecimiento: Sobre capitalismo, crisis y barbarie
Por Carlos Taibo
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Carlos Taibo
Ha sido durante treinta años profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid. Entre sus libros se cuentan En defensa del decrecimiento (2009), El decrecimiento explicado con sencillez (2011), Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo (2016), Ante el colapso. Por la autogestión y el apoyo mutuo (2019) y Decrecimiento: una propuesta razonada (2021). Web:http://www.carlostaibo.com
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En defensa del decrecimiento - Carlos Taibo
Índice
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1. AMENAZAS
La globalización capitalista
El cambio climático
Agotamiento y encarecimiento de las materias primas energéticas
Estados unidos: la energía y la fuerza bruta
Un mito contemporáneo: la energía nuclear
Las energías renovables
La sobrepoblación y los desarrollos científicos
La huella ecológica
CAPÍTULO 2. DECRECIMIENTO
Un modo de vida esclavo
Tampoco vale lo del desarrollo
La economía y sus mediciones
Lo cuantitativo, las grandes cifras, las necesidades
Consumo, publicidad, caducidad y despilfarro
A vueltas con el trabajo
La felicidad, el bienestar y el pasado
Razón productivista, capitalismo, ‘socialismo irreal’
Los límites medioambientales y de recursos del planeta
El decrecimiento
La propuesta alternativa
Lo que no podemos seguir haciendo
Muchos antecedentes
Una moral distinta
Una nota sobre decrecimiento y Tercer Mundo
CAPÍTULO 3. BARBARIE
Hitler como precursor
La minoría elegida
El miedo
Contra su democracia
Hitos de la extinción democrática
El universo carcelario
Las guerras
Los Estados fallidos
El espacio vital
El deseo de catástrofe
¿Reducir violentamente la población?
Estados Unidos: el candidato mayor
Israel: ‘Apartheid’ y espacio vital
Migraciones y campos de internamiento en la Unión Europea
CAPÍTULO 4. CAPITALISMO
Contra el capitalismo
La crisis
El cortoplacismo y la trama electoral
Las respuestas mágicas
El padre diligente
El ejemplo de los pueblos primitivos
La búsqueda de sociedades menos complejas
Miserias de nuestros gobernantes
BIBLIOGRAFÍA
NOTAS
Carlos Taibo
Profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid. Entre sus últimos libros se cuentan ¿Por qué el decrecimiento? Un ensayo sobre la antesala del colapso (Los Libros del Lince, 2014) y La parábola del pescador mexicano. Sobre trabajo, necesidades, decrecimiento y felicidad (Los Libros de la Catarata, 2016).
Carlos Taibo
En defensa del decrecimiento
Sobre capitalismo, crisis y barbarie
Colección Relecturas
DISEÑO DE CUBIERTA: carlos del giudice
© carlos taibo, 2017
© Los libros de la Catarata, 2017
Fuencarral, 70
28004 Madrid
Tel. 91 532 20 77
Fax. 91 532 43 34
www.catarata.org
En defensa del decrecimiento.
Sobre capitalismo, crisis y barbarie
isbne: 978-84-1352-961-5
ISBN: 978-84-9097-264-9
DEPÓSITO LEGAL: M-1057-2017
IBIC: rn/jfft/kcg
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No meio de tanta maravilha científica, não conheceis a verdadeira ciência da vida… sabeis muito, falais como os deuses. […] Tendes máquinas, aparelhos, palácios, electricidade e não sei que mais, mas ignorais o principal: o modo de viverdes em paz, felizes e satisfeitos. Que desgraçados sois!…
Ângelo Jorge
Prólogo
La crisis que afecta al capitalismo global y a sus dimensiones de explotación y depredación está teniendo, bien que no siempre con perfiles cristalinos, un efecto saludable: el de permitir que una parte de la población empiece a hacerse preguntas directas y crudas en lo que respecta a las limitaciones —al sinsentido, por decirlo mejor— de las respuestas oficiales, neoliberales como keynesianas, a esa crisis. No sólo eso: pese a la censura a la que se han entregado los medios de incomunicación del sistema, cada vez es más evidente que esa crisis que se ha dado en calificar de financiera es la menos importante de cuantas tenemos entre manos, arrinconada como se nos presenta —antes o después se hará claro— por los efectos delicadísimos del cambio climático y del encarecimiento, insorteable, de las materias primas energéticas que hoy utilizamos.
En un escenario tan inquietante como éste, tiene sentido identificar dos grandes tensiones que parecen llamadas a atraer nuestra atención. La primera es el auge de una suerte de darwinismo social militarizado, de ecofascismo, que, rememorando muchas de las políticas abrazadas ocho decenios atrás por los nazis alemanes, se propone reservar para una minoría privilegiada los recursos escasos de los que disponemos. La segunda es, con un sentido muy diferente, un renacimiento de los movimientos de emancipación, que en este caso, y por fuerza, habrán de ocuparse por igual de dos grandes dimensiones que rodean —han rodeado siempre, en realidad— al capitalismo: la que identifica en éste un designio de explotación de seres humanos que no encuentra freno y la que lo convierte en una formidable maquinaria de agresión contra la naturaleza. Vaya por delante, de cualquier modo, que nuestro impulso en estas páginas quiere alejarse de las tres delicadas tentaciones que identifica Yves Paccalet: el optimismo beato —¡avanzamos, avanzamos!
—, las consignas ingenuas —¡seamos mejores!
— y las respuestas mágicas —lo que hay que hacer es…
—. No nos queda más remedio que acometer, sin embargo, un ejercicio de realismo anticipatorio que, desde el pesimismo de la inteligencia, intente aportar siquiera sea una miga de optimismo de la razón. Y debemos hacerlo, por añadidura, en la certeza de que los primeros responsables de lo que ocurre somos nosotros mismos: difícilmente podremos reclamar cambios radicales si nos mostramos incapaces de introducirlos en nuestra vida cotidiana. En las palabras de Gandhi, encarna tú mismo el cambio que te gustaría ver en el mundo
.
No es difícil dar cuenta de las cuatro partes en las que esta obra se organiza. La primera pretende sopesar cuáles son las principales amenazas que nos acosan hoy en día, con la globalización capitalista, el cambio climático, el agotamiento de las materias primas energéticas y la sobrepoblación en lugares significados. En un segundo capítulo procuraremos exponer los cimientos de una propuesta, la del decrecimiento, que muchos movimientos de contestación han empezado a abrazar en el Norte desarrollado. La tercera parte de este libro se interesa por los perfiles, y en su caso por un puñado de manifestaciones precisas, de ese darwinismo social militarizado que, con la barbarie y el colapso siempre en la trastienda, acabamos de invocar. La obra remata, en fin, con algunas conclusiones que quieren rescatar el sentido de fondo de la crisis en que estamos inmersos y, con él, la necesidad imperiosa de buscar horizontes distintos de los que a estas alturas propone —es una forma de hablar— el capitalismo.
Permítaseme que agregue que esta obra, manifiestamente ignorada por los medios de incomunicación del sistema, ha llegado, con ésta, a su sexta edición. Aunque me gusta poco —más bien nada— releer mis libros, en el caso de En defensa del decrecimiento he tenido que hacerlo en dos ocasiones luego de su publicación en 2009. Si la primera fue, tres años atrás, cuando me invitaron a acudir a Atenas a presentar la traducción griega de este trabajo, la segunda ha llegado ahora, con ocasión de esta nueva edición, reformada, de un libro que —creo— ha resistido razonablemente bien al paso del tiempo. En el texto que el lector tiene entre sus manos me he limitado a introducir algunos cambios menores que han asumido la forma de corrección de errores, actualización de tiempos verbales, puesta al día —en los casos en los que esto se antojaba ineludible— de la información y un trato algo más prolijo de materias que estimo importantes.
Me gustaría, eso sí, dejar constancia somera aquí de cuatro aclaraciones que con el paso de los años se han hecho imperativas. La primera subraya que, a mi entender, el decrecimiento es antes una perspectiva que una ideología. Prefiero otorgarle, entonces, un relieve modesto y sugerir que como tal perspectiva puede y debe sumarse a lo que preconizan formulaciones ideológicas dispares. Quien escribe estas líneas no es, para ilustrar el argumento, un decrecentista libertario, sino un libertario decrecentista. El armazón de mi manera de ver el mundo lo aportan herramientas —así, la autogestión, la democracia directa o el apoyo mutuo— que proceden del mundo libertario, en el buen entendido de que me siento obligado a señalar que tales herramientas tienen que verse impregnadas por la perspectiva decrecentista. Agrego, por lo demás, que poco importa, desde mi punto de vista, el empleo o no del término decrecimiento: lo que tiene relieve es la sintonía en lo que respecta a las prácticas reales.
La segunda de las aclaraciones anunciadas subraya que, desde la atalaya de este libro, no tiene sentido imaginar un proyecto decrecentista que no acarree, por necesidad, dejar atrás el capitalismo. Aunque uno puede imaginar modulaciones del decrecimiento que no rompan, o no rompan manifiestamente, con la lógica de éste, dejaré claro desde el principio que semejante horizonte no es —pronto se le hará evidente al lector— el que inspira estas páginas. Y me sentiré en la obligación de apostillar que, aunque la responsabilidad mayor en lo que hace un colapso cada vez más cercano atañe a un sistema preciso llamado capitalismo, malo sería que eludiésemos la que nos toca, también, y lo repito, a cada uno de nosotros. En este mismo orden de cosas, la acusación, a menudo vertida sobre el decrecimiento, que sugiere que éste es una propuesta ciudadanista toma lamentablemente la parte por el todo, y olvida en paralelo que la mayoría de las manifestaciones de esa propuesta a duras penas se ajustan al sambenito correspondiente.
Tiene sentido, en un tercer escalón, que escarbe, siquiera sólo sea superficialmente, tanto más cuanto que me ocupo en el texto de esta materia, en las relaciones existentes entre una perspectiva, la del decrecimiento, pensada para su aplicación en los países del Norte opulento, y lo que ocurre en los del Sur. Aclararé desde ya que esa perspectiva no reclama, como algunos interpretan, que también en estos últimos países se reduzcan los niveles de producción y de consumo. Semejante horizonte sería un absurdo. Lo que pide, antes bien, es que los países del Sur asuman la tarea de evitar lo que en muchos casos, infelizmente, están haciendo: reproducir miméticamente el sinfín de aberraciones que nosotros hemos desarrollado. Más allá de eso, creo que salta a la vista que la perspectiva del decrecimiento acarrea una crítica frontal de las prácticas coloniales y hace propia una reivindicación paralela de una descolonización de nuestras mentes. Esa descolonización nos invita a incorporar muchas de las percepciones y prácticas de esos habitantes de los países del Sur que nos empeñamos en descalificar como si fuesen primitivos y atrasados.
Termino con el recordatorio de que el escenario que arrastramos es cada vez más inquietante. Su condición de fondo se resume en una palabra, colapso, que nos emplaza ante la posibilidad de un hundimiento general de todas las relaciones, en todos los órdenes, que hoy conocemos. A mi entender, las respuestas que al respecto llegan desde las instituciones son visiblemente alicortas, y ello cuando no nos acercan —esto es extremadamente común— a ese colapso del que hablo. El fenómeno es tanto más inquietante cuanto que, aquí cerca, asume en ocasiones la forma de una integración en la lógica del sistema de personas que parecían defender otros horizontes. Las cosas, en cualquier caso, parecen haber ido a peor de la mano de esa infernal combinación en la que se dan cita el cambio climático, el agotamiento progresivo de todas las materias primas energéticas que empleamos, la ratificación de muchos de los términos de la sociedad patriarcal, las guerras imperiales y el efecto multiplicador de las crisis demográfica, social y financiera. Para que nada falte, estamos obligados a certificar la ingente capacidad que el sistema que padecemos muestra a la hora de evitar que hagamos las preguntas importantes.
Carlos Taibo, diciembre de 2016
CAPÍTULO 1
Amenazas
Nossack cuenta cómo, al volver a Hamburgo unos días después del ataque, vio a una mujer que en una casa, ‘que se alzaba sola e intacta en medio del desierto de escombros’, estaba limpiando las ventanas. ‘Creímos ver una loca’, escribe, y continúa: ‘Lo mismo ocurrió cuando nosotros, los niños, vimos limpiar y rastrillar un jardín delantero. Era tan incomprensible que se lo contamos a los otros como si fuera un milagro. Y un día llegamos a un barrio periférico totalmente intacto. La gente se sentaba en el balcón y tomaba café. Era como una película, realmente imposible’.
W. G. Sebald
Dos son las dimensiones principales que acarrean los problemas ecológicos: si una la configuran agresiones medioambientales a menudo irreversibles, otra nos habla del agotamiento de recursos que sabemos son manifiestamente escasos. Desde tiempo atrás lo común es que la mayoría de los indicadores económicos ignore, sin embargo, estos dos aspectos y, con ellos, las escasas posibilidades que el mercado ofrece para encarar —se diga lo que se diga— los problemas correspondientes. Desde la economía oficial se confunden interesadamente crecimiento y bienestar, y se ratifican, en consecuencia, muchos de los procesos que han conducido a la crítica situación contemporánea.
El propósito de este capítulo es examinar los principales retos, las principales amenazas, que tenemos por delante. Por sus páginas pasarán la globalización capitalista y sus dimensiones especulativa y desreguladora, el cambio climático con sus diferentes e inquietantes consecuencias, el inevitable encarecimiento que antes o después afectará a la mayoría de las materias primas energéticas que empleamos en estas horas y las secuelas que la escasez de estas últimas tiene en lo que hace a la gestación de conflictos bélicos en muchos lugares. Hablaremos también, cierto es, de un genuino mito contemporáneo como es el de la energía nuclear, de las posibilidades —y los límites— que se abren camino al calor de las energías renovables, de la sobrepoblación y los riesgos que nacen de determinados desarrollos científicos, y, en suma, de un concepto central, el de huella ecológica, vital para entender el porqué de muchas de las propuestas alternativas que están emergiendo.
La globalización capitalista
La crisis que ha cobrado cuerpo, con inusitado rigor, a partir de 2007 ha puesto de relieve las muchas miserias —nos han atraído con profusión en obras anteriores¹— que acompañan a la globalización capitalista. La mayoría de esas miserias hunde sus raíces en dos fenómenos decisivos: si el primero es la primacía rotunda de la especulación en las relaciones económicas contemporáneas, el segundo lo aporta una general desregulación que se ha orientado a propiciar la desaparición de toda norma que establezca alguna restricción en el funcionamiento de los capitales. A lo anterior se han sumado otros procesos muy delicados, y entre ellos una espectacular aceleración en las fusiones de esos capitales, una ambiciosa deslocalización que, a través del traslado de empresas enteras a otros escenarios, busca las más de las veces la explotación de una mano de obra barata y, en fin, un notable crecimiento en las capacidades de las redes del crimen organizado.
En su despliegue histórico, lo que hemos dado en llamar globalización capitalista se ha visto acompañado de fenómenos muy delicados. Es el caso, por lo pronto, de un progresivo vaciamiento de capacidades de los poderes políticos tradicionales. Pero lo es también del crecimiento formidable de las ciudades, de la inseguridad alimentaria, de las corrientes migratorias, de desigualdades sociales en ascenso, de agresiones medioambientales muy notables y de conflictos —bélicos y no bélicos— cada vez más hondos y numerosos. En esta dimensión, la globalización en curso, claramente controlada desde el Norte rico y sus empresas transnacionales, muestra una inequívoca línea de continuidad con el imperialismo y el colonialismo de siempre. Como éstos, ha ratificado una situación marcada por lacerantes desigualdades saldadas con un incremento en el número absoluto de personas que viven en situación de pobreza.
En otra dimensión, la globalización ha aspirado con descaro a gestar una especie de paraíso fiscal de escala planetaria, de tal suerte que los capitales, y sólo los capitales, puedan moverse a su antojo, sin ninguna restricción, arrinconando a los muy mermados poderes políticos tradicionales y desentendiéndose por completo de cualquier consideración de cariz humano, social o medioambiental. Con semejantes mimbres era inevitable que condujese a un escenario de crisis indeleblemente marcado por
