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La libertad y sus enemigos
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Libro electrónico286 páginas7 horas

La libertad y sus enemigos

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El hilo conductor de los textos que componen este libro está dado por los grandes conflictos de la época moderna entre las ideas que buscan promover un orden social al servicio de la libertad de las personas y aquellas que, en nombre de intereses o utopías de corte colectivista, están dispuestas a sacrificarla.
Este conflicto no nos ha sido ajeno. Ha marcado nuestras grandes disyuntivas históricas y está presente, con fuerza, en la actualidad. Chile vive un momento de desconcierto y de ruptura del consenso en el que se perfilan opciones claramente divergentes: unas que buscan profundizar el camino de la libertad personal y otras que quieren limitarla a fin de alcanzar objetivos supuestamente superiores.
En los ensayos aquí reunidos Mauricio Rojas aborda tres grandes temas. Primero, la naturaleza de las ideas que amenazan la libertad, tratando de entender el secreto de su enorme atracción y su devastadora fuerza. Luego, los fundamentos y dilemas de las ideas de la libertad, precisando una opción por un liberalismo abierto, integral, asociativo y solidario. Finalmente, se revisa la sorprendente evolución de Chile durante las últimas décadas y sus desafíos actuales.
IdiomaEspañol
EditorialUqbar
Fecha de lanzamiento7 mar 2017
ISBN9789563760323
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    La libertad y sus enemigos - Mauricio Rojas

    infierno.

    Introducción

    Los textos que componen este volumen dan testimonio de una labor de muchos años, cuyos frutos se han ido repartiendo por las páginas de libros, revistas y periódicos de diversos países. Su tema de fondo es el conflicto entre las ideas que buscan promover un orden social basado en la libertad de las personas y aquellas que, en nombre de intereses o utopías de corte colectivista, están dispuestas a sacrificarla. Este conflicto no es nuevo, sino que forma el hilo conductor de la modernidad, con su historia profundamente dividida y contradictoria que se ha caracterizado, por una parte, por el mayor despliegue de la libertad humana nunca visto y, por otra, por reacciones colectivistas de una violencia inédita. El surgimiento de lo que Karl Popper llamó «sociedad abierta» ha ido acompañado, como si fuese su sombra siniestra, por la irrupción del colectivismo y el totalitarismo. Esta coincidencia no es en absoluto casual y sus raíces se hunden en los desafíos propios de la tremenda fuerza creativa y subversiva de la libertad. La libertad individual no es otra cosa que el derecho de cada uno de nosotros a cuestionar y tratar de cambiar todo lo que existe, a dejar obsoletas ya sea nuestras creencias e ideas o nuestras formas de producir y organizarnos. Es este desorden permanente de la creatividad, la experimentación y la innovación el que ha generado una prosperidad nunca antes vista pero también una responsabilidad personal y una incertidumbre que pesan, cuestan e incluso cansan. Por ello es que la expansión de la libertad trae consigo una búsqueda paralela del orden, la predictibilidad y la seguridad que ha dado origen a ideas y movimientos que, de forma más o menos agresiva, proponen limitar la libertad y delegar en una instancia colectiva o en un gran líder la responsabilidad última por nuestras vidas.

    Este conflicto central de la modernidad no nos ha sido ajeno por estas latitudes. Ha marcado nuestras grandes disyuntivas históricas y está presente, con fuerza, en la actualidad. Chile vive un momento de ruptura del consenso y desconcierto donde se perfilan opciones claramente divergentes: unas que buscan profundizar el camino de la libertad personal y otras que quieren limitarla a nombre de supuestos fines colectivos. Unos quieren expandir la esfera de autonomía y poder de las personas, otros buscan fortalecer el poder del Estado y de la clase política sobre las personas. Esta es la gran disyuntiva de nuestro momento y de su forma de resolverse dependerá el rumbo que nuestro país siga durante largo tiempo.

    Esta es la situación que me ha impulsado a publicar los ensayos liberales que aquí se reúnen.¹ Su perspectiva combina dos miradas. Por una parte, la mirada larga, que nos lleva a los grandes dilemas y debates político-filosóficos de la cultura occidental. Por otra, la mirada corta, que se centra en nuestro presente y sus desafíos pero que no sería plenamente comprensible sin el trasfondo de la mirada larga. Esto explica la estructura del presente libro, que en la primera y segunda parte usa preferentemente la mirada larga para luego, en la tercera, enfocar de lleno la realidad y los dilemas del Chile de hoy.

    La primera parte trata, como lo dice su rúbrica, de los enemigos de la libertad. El texto inicial, Carta abierta a Marco Enríquez-Ominami sobre las desventuras del idealismo, propone una interpretación general del fenómeno revolucionario comunista que toma como punto de partida la deformación y abuso que Marco Enríquez-Ominami ha hecho de la figura de su padre y líder histórico del MIR, Miguel Enríquez. Lo que se trata de entender es, por un lado, la enorme fuerza de atracción de las propuestas del marxismo revolucionario y, por otro, la asombrosa transformación de la voluntad de crear un verdadero paraíso en la Tierra en terribles regímenes totalitarios. Este es, además, un texto muy personal, que trata no solo de comprender un hecho histórico de gran trascendencia sino también el destino personal del autor y su encantamiento juvenil con ideas que podrían haberlo convertido, como lo han hecho con tantos otros, en un genocida del hombre en aras de un «hombre nuevo» salido de sus fantasías utópicas.

    El segundo texto, La sociedad abierta y sus enemigos: Un libro que no debemos olvidar, nos proporciona una breve síntesis de la explicación dada por un gran pensador liberal, Karl Popper, sobre el nacimiento y significado de aquel fenómeno que de manera tan trágica y determinante marcaría el siglo XX: el totalitarismo. Su perspectiva es sorprendente. A su juicio, el totalitarismo, sea cual fuere su versión, es una reacción tribal frente a los avances de un hecho nuevo en la historia de la humanidad, a saber, el nacimiento de un orden social basado en la libertad individual. Este diagnóstico, realizado en plena II Guerra Mundial, tiene una actualidad evidente. La globalización, con su extensión notable de la libertad y su amenaza a los órdenes tradicionales, está propulsando nuevas reacciones tribales de gran virulencia como son el islamismo yihadista, los fundamentalismos étnicos y los nacionalismos agresivos.

    El texto siguiente, El marxismo y la búsqueda del paraíso terrenal,² es un amplio estudio sobre la génesis de las ideas que forman el núcleo de la ideología marxista y su gran profecía acerca del advenimiento de un paraíso terrenal o, dicho en términos bíblicos, de aquel Reino de Cristo sobre la Tierra que según el «Apocalipsis» duraría mil años. El marxismo no es, en el fondo, otra cosa que un relanzamiento ateo de esta vieja búsqueda, con su arquetipo del hombre nuevo para un mundo nuevo que nace, depurado del pecado, del gran enfrentamiento final entre el bien y el mal. De estas metáforas, que tienen una larga historia, recoge su fuerza el marxismo. De ellas bebió un joven pensador alemán embriagado por la gran filosofía de Hegel y cuyo nombre era Karl Marx. Poco o nada tenía de científico pero sí mucho de profeta aquel hombre que crearía la más poderosa idea revolucionaria de la modernidad: inventó un nuevo paraíso al que llamaría comunismo, un nuevo mesías redentor que encarnó en el proletariado industrial, una nueva confrontación final entre el bien y el mal que fue su soñada revolución comunista y remplazó la idea de la Providencia por la de las leyes de la historia, que inexorablemente nos estarían conduciendo al glorioso desenlace revolucionario que pone fin a la prehistoria de la humanidad y da paso a un reino de igualdad, armonía y abundancia ilimitadas.

    El cuarto y último texto de esta parte, Democracia y libertad: Antecedentes clásicos de un debate siempre actual, nos lleva a un tema candente pero sin abandonar la mirada larga: la lucha dentro de la democracia entre dos concepciones radicalmente opuestas sobre la misma. Una, de raigambre liberal, que pone la libertad individual en el centro y afirma por ello la necesidad de limitar todo poder, y otra, profundamente antiliberal o iliberal, que tiende a dotar a las mayorías y a sus representantes de un poder prácticamente ilimitado, que puede terminar convirtiendo a la democracia en enemiga de la libertad. Este dilema, hoy tan actual en América Latina, tiene una larga y aleccionadora historia que constituye el tema de este ensayo que nos lleva desde la Antígona de Sófocles a las dos grandes revoluciones que dan inicio y demarcan el horizonte político de la modernidad: la estadounidense y la francesa.

    La segunda parte del libro, Las ideas de la libertad, se compone de cuatro trabajos que desde distintos ángulos presentan y analizan las ideas liberales sin dejar de adentrarse en sus dificultades y dilemas. El propósito de estos textos es, además, precisar la posición liberal del autor. Se trata de un liberalismo que se define como abierto, integral, asociativo y solidario.

    El trabajo que inicia esta segunda parte, Por un liberalismo abierto e integral: El ejemplo de Mario Vargas Llosa, es el más amplio del presente libro y está basado en una obra que publiqué en 2011³ sobre un trabajo del escritor peruano con quien, fuera de unirme lazos de amistad que vienen ya de lejos, comparto una forma de ser liberal que enfatiza, por una parte, su carácter abierto, muy distante de las ideologías cerradas que se creen portadoras de una verdad absoluta y una solución definitiva de los problemas de la humanidad, y, por otra parte, su integralidad, es decir, la búsqueda de una libertad que abarca todas las esferas de la vida social. Esta ha sido una característica central de la posición liberal de Vargas Llosa y de ella proviene su intransigente rechazo a todo tipo de autoritarismo por más medidas de corte liberalizador que adopte en lo económico.

    El siguiente ensayo, Por un liberalismo asociativo: Reflexiones sobre la sociedad civil, el mercado y el Estado, problematiza, a partir de un célebre texto de Friedrich Hayek, los conceptos mismos de libertad e individualismo así como la tan mentada dicotomía mercado-Estado. Dos importantes conclusiones resumen el mensaje de este trabajo. La primera, es que no hay libertad individual real sin una sociedad civil desarrollada que asuma importantes funciones sociales. Por lo tanto, el proyecto liberal debe siempre ser un proyecto de defensa y fortalecimiento de la sociedad civil. La segunda conclusión es que el pensamiento liberal debe rechazar de plano la dicotomía, hoy nuevamente en boga, entre Estado y mercado. Se trata de un planteamiento falso ya que no existe ninguna contraposición necesaria entre Estado y mercado, pero el problema mayor de esta dicotomía es que ignora la existencia misma y las posibilidades de la sociedad civil, que es la clave de una sociedad libre.

    El ensayo siguiente, Por un liberalismo solidario: Los liberales y la igualdad, trata de definir una posición liberal en torno al tema más candente de nuestro debate político: el de la igualdad, pero entendida, fundamentalmente, como igual dignidad de los diversos proyectos de vida y absoluto respeto a la autonomía de las personas para conformarlos. En esta perspectiva se enfrentan los temas de la discrepancia entre igualdad formal y real así como de la igualdad de oportunidades y el rol del Estado. El punto de partida de esta reflexión es una aspiración solidaria de carácter ético que orienta el pensamiento del autor y que puede ser resumida como «la búsqueda de la mayor libertad posible para el mayor número posible de personas».

    El ensayo que cierra esta parte, Por una economía solidaria de mercado: Chile frente al desafío de la igualdad de oportunidades, profundiza estos temas y nos acerca a la problemática chilena. En él se plantea la necesidad de realizar intervenciones políticas correctivas de los mecanismos de mercado que fortalezcan la inclusión social reforzando la dotación de recursos, habilidades y seguridades con que los individuos la enfrentan. Se trata de un imperativo ético que, además, potencia los recursos humanos disponibles y crea condiciones políticas que le dan legitimidad social a un orden basado en la libertad y la responsabilidad personal.

    La tercera parte del libro, Chile emergente, trata tanto de la historia reciente como del presente y futuro de nuestro país. Su punto de partida es un breve texto escrito en septiembre de 2013, titulado Los revolucionarios y el 11 de septiembre, donde se puntualiza el aporte de los partidos y movimientos revolucionarios a la destrucción de la democracia chilena. Se trata, en gran medida, de una confesión de parte ya que el autor fue uno de aquellos idealistas revolucionarios que con su deseo ardiente de crear un Chile acorde con sus sueños no trepidaron en alentar ese clima de confrontación fratricida que terminó llevándonos al despeñadero de la dictadura.

    Luego viene un largo ensayo, De Allende a Bachelet: Explicando el enigma chileno, que enfoca el desarrollo de nuestro país desde el fin del gobierno de Salvador Allende hasta la elección de Michelle Bachelet para un segundo mandato en diciembre de 2013. Lo que se busca comprender con ello es la génesis y el impacto de las grandes transformaciones ocurridas durante ese período de cuarenta años, no menos con la intención de entender cómo ese desarrollo, por su propio éxito, conduce a un creciente malestar y, finalmente, a la efervescencia del año 2011 y el triunfo de Michelle Bachelet a fines del 2013 con un programa rupturista y refundacional.

    El tercer ensayo de esta parte, Chile y el populismo constitucional, trata del insólito «proceso constituyente» abierto por la presidenta actual y lo pone en relación con las tendencias latinoamericanas hacia el uso populista e iliberal de la democracia. Este proceso extra constitucional tiene, bajo su apariencia participativa, un fuerte sesgo antidemocrático ya que le entrega la supuesta voz del pueblo a pequeñas minorías activistas que, por definición, están muy lejos de ser representativas de la verdadera voluntad popular. Todo ello está diseñado para posibilitar una intervención presidencial a nombre del pueblo que le abre las puertas al uso personalista del poder y desvirtúa los fundamentos de la democracia representativa.

    Como cierre, en el texto titulado Tomándole el pulso a Chile se reproducen cuatro columnas escritas para Pulso en 2015 y 2016. En ellas se resumen mis impresiones más recientes sobre el país y sus desafíos, cerrando así mi aproximación al enigma de este Chile emergente que pronto se verá enfrentado a tomar decisiones de la mayor trascendencia para su futuro.

    Antes de entrar en materia quisiera aprovechar la oportunidad para manifestar mi agradecimiento a la Fundación para el Progreso por el apoyo que me ha brindado durante estos años. Ello me ha dado, entre otras cosas, la oportunidad de compartir inquietudes e ideas con un grupo humano de gran calidez, en cuyo seno la diversidad no solo se tolera sino que se aprecia y dinamiza. Y vaya también mi agradecimiento a Isabel Buzeta, de Uqbar Editores, por haberme propuesto relanzar esta colección de textos sobre la libertad y sus enemigos.

    Los enemigos de la libertad

    Carta abierta a Marco Enríquez-Ominami sobre las desventuras del idealismo

    Estimado Marco:

    He visto la reciente entrevista en CNN donde dijiste que habrías sido mirista y calificaste al MIR como un movimiento intelectualmente preclaro, brillante. No es la primera vez que te expresas de esa manera. Así, por ejemplo, en una entrevista de julio de 2013 decías: «Yo habría sido mirista cien veces, porque creo que era una forma de entender la política muy fascinante, de mucha lucidez». No se trata, por lo tanto, de un desliz ni de una pose, sino de algo sobre lo que has reflexionado largamente cosa nada extraña siendo tu padre la figura sin duda más prominente de lo que fue el MIR.

    Es por ello que te escribo, pero no solo por ser quien eres sino por todos aquellos jóvenes que te escuchan pronunciarte de esa forma acerca de un movimiento que fue uno de los grandes responsables de la entronización de la violencia política en Chile y la destrucción de aquella democracia que personas como tu padre tanto despreciaron y tanto hicieron por hundir. Me cuesta entender que se pueda considerar como intelectualmente preclara una propuesta política que propugnaba la así llamada dictadura del proletariado y la insurrección armada contra la democracia, como lo hizo el MIR desde su fundación a mediados de los años sesenta. O usar calificativos como brillante, lúcido y fascinante para referirse a un movimiento que se inspiraba en regímenes dictatoriales como el de Cuba, China, Vietnam o Corea del Norte y que tenía por ícono a Lenin.

    Entiendo tu dilema personal. Es también el mío, pero en cierta medida aún más cercano ya que yo fui mirista e incluso llegué a conocer a tu padre, que estuvo un par de veces en nuestra casa de la calle Catedral. Además, mi madre fue socialista y estuvo detenida en Villa Grimaldi en 1975. Lo que te quiero comunicar no es por ello una reflexión distante sino un relato, que conoce algunas versiones anteriores, de mi intento por comprender tanto la atracción como la peligrosidad de ideas como aquellas en las que tanto tu padre como muchos otros creímos. Permíteme empezar con algunos recuerdos de mi abuelo en el Chile de los años 60.

    Mi abuelo me hablaba siempre de la soberbia. Me miraba con cariño pero también con temor cuando yo le contaba, lleno de entusiasmo, de mis ideas revolucionarias, de cómo pronto cambiaríamos completamente el mundo y liberaríamos al ser humano de todo aquello que lo atribula, humilla y empequeñece. Él era profundamente religioso y no podía dejar de reconocer la veta mesiánica en su nieto. Conversábamos largamente bajo el parrón de nuestra casa en ese Santiago de comienzos de los años sesenta, que pronto vería llenarse sus calles de jóvenes como tu padre y como yo, deseosos de revolución. Mi abuelo insistía en la soberbia y yo lo miraba como una reliquia del pasado.

    Todo lo que él quería decirme está plasmado en una frase de Jesús en los evangelios cuya profundidad no entendí sino mucho después: Mi reino no es de este mundo. Es una advertencia sabia, un llamado a la modestia acerca de lo que humanamente podemos alcanzar. Con mi abuelo hace ya mucho que no puedo conversar. Un ataque al corazón puso fin a su vida en 1968 y no alcanzó a ver como su Chile tan querido se hundía en una lucha fratricida que terminaría desquiciando a su pueblo y destruyendo su antigua democracia. Yo sí lo vi y, además, puse mi granito de arena en esa triste obra de destrucción. Ni cambiamos el mundo ni liberamos a nadie. Terminamos como mártires o como víctimas, y como tal nos acogieron generosamente por todas partes. Pero también podríamos haber terminado como verdugos, como lo han hecho todos aquellos que han llegado al poder inspirados por la idea de la transformación total del mundo y la creación del hombre nuevo.

    A esta triste certidumbre llegué hace ya mucho tiempo, cuando luchaba contra mí mismo a comienzos de los años ochenta en la biblioteca universitaria de aquella hermosa y apacible ciudad del sur de Suecia llamada Lund. Allí escribí mi tesis doctoral, Renovatio Mundi, que no es otra cosa que un arreglo filosófico de cuentas con aquellas ideas que en nombre de la redención de la humanidad nos invitan a lo que no es otra cosa que un genocidio, es decir, a la destrucción del ser humano tal y como es para poblar al mundo con una nueva especie, salida de nuestros sueños utópicos. Es precisamente ese sueño deslumbrante el que un día nos lleva, como dijo Karl Popper en «La sociedad abierta y sus enemigos», a purificar, purgar, expulsar, deportar y matar. Es la soberbia en acción, la hybris del bien o la bondad extrema que nos lleva a su contrario. De ello me hablaba mi abuelo al final de su largo peregrinar, pero su nieto tuvo que recorrer un largo camino para entenderlo.

    El camino que emprendí tuvo su punto de partida en lo que para mí era evidente por mi propia experiencia: que la fuerza de los movimientos que pretenden instaurar el paraíso en la Tierra –como lo hace el marxismo con su propuesta del comunismo– está dada por su capacidad de atraer a aquellos sin los cuales esos movimientos no llegarían muy lejos, a saber, a los altruistas e idealistas o, para decirlo de otra manera, a aquellos que se van a entregar a la causa de la revolución con la devoción de un santo, poniendo de una manera ejemplar todas sus fuerzas e inteligencia al servicio de una causa que para ellos encarna la bondad plena. Justamente por ello los admiramos y se hace tan difícil entender que se trata de seres –como tu padre y mi madre– que se hacen revolucionarios para hacer el bien pero terminan –si tienen la oportunidad– haciendo un mal espantoso. Ese fue mi punto de partida, la dramática paradoja que necesitaba explicar.

    La conclusión a la que llegué es que las propuestas revolucionarias en general y el marxismo en particular eran una secularización del pensamiento mesiánico que atraviesa –creando grandes tensiones y conflictos muchas veces sangrientos– toda la historia del cristianismo. Se trata de la idea del retorno inminente del Mesías y la instauración del Reino de Cristo en la Tierra de que habla el «Apocalipsis», un reino de armonía y felicidad que duraría mil años –por ello se conoce a estos movimientos como milenaristas–, y que definitivamente superaría la condición precaria de la vida tal como la hemos conocido hasta ahora, recreando al mismo ser humano, que sería así convertido en un hombre nuevo para un mundo depurado del mal.

    Propio del mesianismo –tanto medieval como moderno, religioso o ateo– es la creencia no solo en la cercanía de un paraíso terrenal sino en la intervención de un grupo iluminado que juega un papel protagónico en la gran conflagración que, según el arquetipo bíblico, precedería a la recreación del mundo y del hombre. Se trata de la vanguardia revolucionaria –para usar la jerga mirista tomada del leninismo– que con su accionar abre paso a la instauración de una sociedad sin clases ni egoísmos, donde impera la justicia, la armonía y la abundancia.

    Todo ello modernizado en el caso del marxismo, usando un lenguaje seudocientífico, mediante el cual el plan redentor de la Divina Providencia se convierte en las leyes de la historia, impulsadas por el desarrollo incontenible de las fuerzas productivas y finalmente descubiertas por Marx y el socialismo científico. Así, la victoria del comunismo no es concebida como un acto antojadizo de voluntad –si bien requiere de ella en la forma de esa violencia revolucionaria que Marx y Engels llamaron la partera de la historia– sino como la conclusión necesaria e inevitable de la historia de la humanidad.

    Este fue el marxismo que me robó el alma cuando yo era muy joven, esa fue nuestra fe, una religión atea deslumbrante que nos invitaba a

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