Iberia vaciada: Despoblación, decrecimiento, colapso
Por Carlos Taibo
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Carlos Taibo
Ha sido durante treinta años profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid. Sus últimos libros relativos a la Europa central y oriental contemporánea son Historia de la Unión Soviética (Alianza, 2010), La Rusia contemporánea y el mundo (Los Libros de la Catarata, 2017), La desintegración de Yugoslavia (Los Libros de la Catarata, 2018), Marx y Rusia. Un ensayo sobre el Marx tardío (Los Libros de la Catarata, 2022) y Rusia frente a Ucrania. Imperios, pueblos, energía (Los Libros de la Catarata, 2022). Web:http://www.carlostaibo.com
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Iberia vaciada - Carlos Taibo
carta.
Prólogo
En la mayor parte de su recorrido este libro lo escribí durante las semanas de confinamiento que se nos impusieron a partir de mediados de marzo de 2020. Cierto es que, con anterioridad a esa fecha, había trabajado ya un buen puñado de materiales y me había beneficiado, por añadidura, de conversaciones muy sugerentes con gentes que habitan la Iberia vaciada. Era inevitable, en cualquier caso, que en aquellos días me asaltasen las dudas sobre el interés de estas páginas, tanto más cuanto que, por lógica, no estaba a mi alcance calibrar las consecuencias de las diferentes pandemias —la del coronavirus, la social, la de los cuidados, la financiera, la represiva— que nos acosaban por todas partes.
Tengo la impresión, sin embargo, de que el escenario de trabajo del que acabo de dar cuenta no ha marcado de manera mayor la redacción de esta obra, que tiene su origen principal, y más cercano, en una veintena de charlas que me cupo en suerte desarrollar en 2019. Por razones que se me escapan, recibí un rosario de invitaciones para hablar de decrecimiento, o del colapso que viene, en un puñado de localidades de la España vaciada (en años anteriores me había beneficiado del mismo privilegio en varias ocasiones en el Portugal correspondiente). Comoquiera que en todos esos actos públicos saltó a la palestra —era inevitable— la discusión sobre los problemas del entorno en que se desarrollaban, me pareció que merecía la pena hacer un alto y considerar qué es lo que la perspectiva del decrecimiento, por un lado, y la teoría del colapso, por el otro, nos dicen en relación con esos problemas. Ese alto se proponía satisfacer, si así se quiere, un doble propósito. Por un lado, aclararme a mí mismo los términos del debate en cuestión y, por el otro, bosquejar un borrador que abriese el camino a discusiones, cada vez más urgentes, entre las personas eventualmente interesadas.
Las cosas así, esta obrita ha quedado perfilada en torno a cuatro capítulos. El primero escarba en el concepto, y en los límites, de la Iberia vaciada. El segundo se interesa por explicar qué es lo que hay que entender por decrecimiento y por colapso. El tercero propone una reflexión sobre lo que, desde esas dos herramientas, debe hacerse, tal vez, en la Iberia mencionada. El cuarto y último procura, en fin, extraer algunas conclusiones de muy diverso cariz. Tiempo atrás me asaltó la idea, por lo demás, de que, al calor de estas tareas, tenía su interés romper las fronteras y hablar, no sólo de la España vaciada, sino también de las tierras portuguesas que participan de fenómenos y situaciones más o menos similares. En el buen entendido de que no obligo al lector a asumir ningún código valorativo, ni de adhesión ni de repudio, en relación con conceptos —Iberia, España, Portugal— que, todos ellos controvertidos, he empleado con profusión en estas páginas. Agregaré que, aunque la discusión al respecto me parezca un poco bizantina, me he inclinado por emplear antes el adjetivo vaciada que el —muy próximo— vacía. Lo he hecho en la creencia de que el primero retrata con alguna fortuna un proceso que merece consideración crítica por cuanto tiene cierto carácter intencionado, a merced como se ha hallado del negocio fácil y del designio de olvidar a poblaciones enteras, en tanto el segundo puede prestarse, aunque nada obliga a que sea así, a visiones más asépticas y frías de la realidad. Y ello sin desdeñar el buen sentido de otros calificativos legítimos, como los que nos hablan de una Iberia despoblada o de una Iberia abandonada¹, pero siempre, por mi parte, con franco rechazo de eufemismos tecnocráticos como el que quiere resumir los problemas que aquí se encaran bajo la etiqueta de un simple y afable reto demográfico. No se me escapa que el ámbito semántico de algunos de estos adjetivos se solapa a menudo con el correspondiente a otro de uso tan frecuente como impreciso. Hablo del que se incorpora a expresiones como las que identifican una España profunda o un Portugal profundo. Me limitaré a anotar al respecto que, aunque el uso común de esas expresiones parece remitir a realidades poco halagüeñas, acaso nuestra percepción al respecto está cambiando en provecho de una lectura menos marcada por las ideologías del progreso y por una modernidad, y una posmodernidad, más bien, y otra vez, vacías. No sé yo si lo contrario de la España profunda no será, en otras palabras, una poco afortunada España superficial.
Me importa subrayar, y doy un paso más, que en la trastienda de estas páginas se hace valer el designio de contestar algunos tópicos y actitudes. Estoy pensando en la condición propia de tantos historiadores que, fríos y hechizados por el dios del progreso, no han apreciado ningún problema mayor en la desaparición de los bienes comunales y en la concentración consiguiente de la riqueza. Pero lo estoy haciendo también en la actitud de buena parte de la izquierda —de las izquierdas— ante el mundo campesino. Incluyo en ella, por cierto, y muy a mi pesar, a gentes del mundo anarquista que, pese a que la teoría preparaba para otros horizontes, se entregaron a la demonización, o al menos al olvido, de aquél y esquivaron el carácter, a menudo hondamente libertario, de un sinfín de comunidades radicadas en los cinco continentes. En este orden de cosas dejaré claro que, en el marco de un debate que afortunadamente renace, y que parece hacerlo con fuerza, prefiero idealizar un universo en el que, junto con otros elementos no tan hermosos, se han revelado con frecuencia los fundamentos de una vida sana, tranquila, sencilla, forjada alrededor de relaciones francas y respetuosa del medio natural antes que olvidar lo que significa ese universo. Y lo prefiero por cuanto la realidad correspondiente ha sido invisibilizada, olvidada, negada y menospreciada una y otra vez. Hoy conocemos, entre tanto, muchos de los rasgos propios de la vida urbana, y hay que hacer un esfuerzo inconmensurable —permítaseme la ironía— para idealizarlos.
Conviene que aclare, sin embargo, que en estas páginas no se acomete ninguna consideración cabal de lo que significa, en términos contemporáneos y en clave histórica, el mundo rural. Semejante tarea escapa a mis conocimientos y capacidades. Encontrará el lector observaciones sagaces al respecto en el libro de Marc Badal que aparece recogido en la bibliografía, y en el que se incluyen, por añadidura, numerosas sugerencias de lectura acompañante. Creo que lleva razón Badal cuando señala que para muchas gentes el campo es la distancia que hay que atravesar. Lo que se ve de soslayo a través de la ventanilla para mantener la ficción de que existen ciudades distintas
². El propio Badal subraya que mientras la ciudad contemporánea ha ido perdiendo los últimos vestigios de ruralidad, infelizmente en el campo se aprecian con fortaleza cada vez mayor los rasgos del medio urbano³. No sé, en fin, si es razonable sostener que los campesinos sólo piensan, o sólo pensaban, en el presente, con una vaga idealización del pasado y sin ningún atisbo de un futuro distinto. Para resolver esa duda, y otras, a buen seguro que hay que leer dos libros que han tenido afortunado y merecido eco, en España, en los últimos años. Me refiero a los que llevan las firmas de Sergio del Molino y Paco Cerdà, el primero de corte literario/cultural/antropológico y el segundo más marcado por los códigos propios del reportaje periodístico. Hay que prestar atención también, con todo, a las obras de algunos de los ensayistas e investigadores —David Algarra, António Borges Coelho, João Camargo, Fernando Collantes, Xosé Constenla, Joám Evans, Julio García Camarero, Isabel Goig, Vítor Lima, Víctor Louro, Vicente Pinilla, Esmeralda Pinto Correia, César Roa Llamazares, Félix Rodrigo Mora, Manuel Rodrigues, Luis del Romero Renau— que cito con profusión en estas páginas, a novelas como las que han publicado Maria Barbal, Jesús Carrasco, Miguel Delibes, Luis Mateo Díez, Julio Llamazares, Xosé Neira Vilas, Juan Pablo Ruiz o Miguel Torga, y a crónicas y memorias como las que han entregado a la imprenta Emilio Barco, Emilio Gancedo, Alejandro López Andrada, Virginia Mendoza, Josep Pla, José Rentes de Carvalho y María Sánchez. Los textos correspondientes aparecen mencionados, de nuevo, en la bibliografía final. No es éste mal lugar para agradecer la generosidad del ya citado Sergio del Molino, de Vanesa Jiménez, de Ctxt, y de Víctor Sáenz-Díez, de Pepitas de Calabaza, en lo que se refiere a la autorización para reproducir algunos de los mapas que se recogen al final de esta