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La sociedad del delirio: Un análisis sobre el gran reset mundial
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La sociedad del delirio: Un análisis sobre el gran reset mundial
Libro electrónico103 páginas2 horas

La sociedad del delirio: Un análisis sobre el gran reset mundial

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"La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social". Eso dice la Constitución española de 1978.
Sin embargo, no pocos advierten en el desarrollo legal una tendencia a construir una sociedad delirante, hostil a la dignidad del ser humano y a toda creencia, que contradice el acuerdo previo defendido por la Constitución. ¿Se trata de una crisis sin precedentes? ¿A dónde nos conduce, si es realmente así? El autor, experto en Derecho, nos ofrece aquí un marco de reflexión.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 nov 2023
ISBN9788432165634
La sociedad del delirio: Un análisis sobre el gran reset mundial

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    La sociedad del delirio - Antonio-Carlos Pereira Menaut

    I ¿QUÉ NOS PASA?

    Queda dicho que el autor de estas líneas no es un filósofo sino un profesor de Derecho constitucional que, a base de preguntarse por las raíces de los males que aquejan hoy a los «fundamentos de los fundamentos» del constitucionalismo, creyó percibir un puñado de cuestiones para las cuales, por ser muy profundas, las constituciones no tienen remedios. En un momento como el actual, en que podríamos estar caminando hacia unas democracias no muy distintas de pomposas carcasas vacías, puede ser bueno recordar que el artículo 10.1 de la Constitución española de 1978 aclara que ella no constituye sus propias bases humanas y sociales:

    La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social.

    Con una mirada española de 1978, año en que se hizo esa Constitución, no nos parece anticonstitucional leer: «El hombre, su condición de persona, su dignidad, así como un orden social justo y pacífico (del cual formarán parte una estructura social, una cultura, una ética y un Derecho) son la tierra en que se planta esta Constitución». Por ser esas cuestiones más básicas que las constituciones, es comprensible que las magnas cartas no puedan prever nada sustancial en caso de que haya problemas a ese nivel. El Derecho constitucional, desde sus remotos orígenes, da por supuestas ciertas cosas que se podrían reconducir al paquete judeo-greco-romano-cristiano: «Sostenemos que estas verdades son autoevidentes…» (Declaración de Independencia norteamericana). Mal asunto, que el Derecho constitucional tenga que aplicarse a aclarar qué es el Derecho, qué es la sociedad o, peor aún, qué es el hombre. Algunos altos tribunales lo hacen, con resultados que están a la vista. El artículo 10.1 presupone una sociedad no perfecta pero básicamente sana y estructurada; si falta, no puede decretar su fabricación.

    Sería ingenuo negar que el diagnóstico sobre el estado de salud de esos «fundamentos de los fundamentos» no es optimista hoy. Pero, por otro lado, a nadie le gusta ser manti kakón, «adivino de males», como reprocha Agamenón a Calcante en la Ilíada. Lo negativo y pesimista no atrae. Otro argumento contra el pesimismo es su inutilidad: cuando uno va cruzando el Sahara, quejarse sin cesar del calor no servirá más que para bajar la moral de todos los expedicionarios, sin bajar la temperatura un solo grado.

    Por tanto, con la mayor frialdad de juicio posible, preguntémonos: una realidad como la española actual, ¿pone la tierra de las condiciones básicas políticas y pre-políticas —esas del artículo 10.1— para que florezca la planta del constitucionalismo democrático-liberal? Atengámonos a la realidad: el pesimismo no atrae —decimos—, pero la idea del progreso irreversible recibió un golpe en 1914-1918 del que nunca se recuperó, ni será fácil de momento, vistos el covid y la guerra en Ucrania. Pocos españoles, hoy, esperan que sus hijos vivan en un mundo mejor que ellos. Alguna gente, sobre todo joven, tiene sensación de cierre, de final. No esperan tener un trabajo estable, una carrera profesional sustancial, ni fundar una familia. En un terreno más profundo: desde que las filosofías dominantes se convirtieron en «filosofías de la sospecha» lato sensu (i.e., no solo Marx, Nietzsche y Freud) tienden lógicamente al pesimismo; el propio Kant «padece ontofobia», escribió Ortega y Gasset2. El maestro Leonardo Polo advertía, hace decenios, que vivimos en una época en la que el pensamiento es más pesimista que nunca. Hoy existe ya una literatura colapsista y de vulnerant omnes, ultima necat que sorprendería a cualquiera hace poco

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