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La vida de George. Historia de un humano sintético
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Libro electrónico250 páginas3 horas

La vida de George. Historia de un humano sintético

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"La vida de George" se sitúa temporalmente en la Cataluña del año 2121, y en una época en la que la ciencia y la tecnología han evolucionado de forma acelerada, hasta el punto de que los viajes a la Luna y a Marte se han convertido en algo habitual, así como la fabricación artificial de seres vivos, incluyendo seres humanos sintéticos.

George es uno de estos humanos sintéticos, salido hace tres años de la empresa "Human Biofactory". Pese a su corta edad, su apariencia es la de un hombre joven de unos 25 años. Con George aprenderemos a ver la realidad humana desde otra perspectiva, la de un ser vivo que se parece mucho a nosotros, pero que no es, estrictamente hablando, un humano.

George es, pues, un espejo donde mirarnos, para reflejar nuestras grandezas y miserias, lo que nos hace valiosos y al mismo tiempo malvados, lo que somos y lo que podemos llegar a ser, expuesto a veces con sentido del humor , a veces con la crudeza que la vida nos obliga a aceptar.

Al mismo tiempo, nos plantea preguntas atemporales que nos obligan a encontrar una respuesta: ¿Qué es la vida? ¿Qué es la libertad? ¿Qué es el amor? ¿Cómo debemos tratarnos entre nosotros? ¿Cómo debemos hacer frente a los retos de un futuro que cada vez está más presente?

IdiomaEspañol
EditorialEdicions Etma
Fecha de lanzamiento22 feb 2024
ISBN9798224857203
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    La vida de George. Historia de un humano sintético - Sergi Castillo Lapeira

    A la memoria de mis padres, Teresa y Juan

    Parte I

    Prólogo

    Hola, mi nombre es George.

    Soy un organismo sintético vivo.

    Estamos en el año 2121.

    Hace 35 años que el ser humano fue capaz de crear por primera vez vida sintética.

    Inicialmente, la vida sintética se dirigió a la creación de virus y bacterias destinadas a limpiar los océanos, contaminados por la acción descontrolada del ser humano.

    Pero, como ocurre siempre donde los humanos actúan, la ambición y la curiosidad los llevó a crear formas de vida sintética cada vez más complejas. Así, fueron apareciendo primero peces sintéticos, aptos para el consumo en países pobres, mascotas sintéticas, vacas y cerdos sintéticos, y finalmente humanos sintéticos.

    Los primeros humanos sintéticos se dedicaron a proporcionar efectivos a los ejércitos, y a trabajar en las bases industriales de la Luna, Marte y Titán. Después, la industria amplió su negocio con la creación de asistentes sintéticos para el hogar, para el sexo, y para un montón de trabajos subalternos que los humanos naturales no querían desarrollar: basureros, policías, médicos, abogados, profesores, etc.

    Yo soy uno de esos humanos sintéticos.

    Mido 1,80 cm, y peso 75 kg.

    Mi organismo es como una copia sintética de un ser humano natural. Esto significa que puedo comer alimentos sólidos y beber líquidos. En caso de que lo haga, tengo un sistema de eliminación de residuos idéntico al de los seres humanos. Si decido no hacerlo, puedo alimentarme con la energía solar que capta mi piel.

    Como mis creadores están en contra de la obsolescencia programada, puedo vivir tantos años como deseen mis dueños. También estoy dotado de genitales, que en mi caso son masculinos. Sin embargo, no estoy diseñado para tener relaciones sexuales. Aún no sé si esto es bueno o malo.

    1. Los Fernández

    Hoy hace dos años que entré a trabajar en casa de los Fernández.

    ¿Quiénes son los Fernández? Una familia de clase media que vive en las afueras de Mataró. Jordi y Manel están casados, y tienen dos hijos que crearon con ingeniería genética híbrida, Víctor y Clara.

    Jordi es ingeniero informático, y se ha especializado en IA. Manel es cocinero y trabaja en su propio restaurante, el Pantagruel, situado en el centro de la ciudad. Fue almorzando en este restaurante que se conocieron y, rápidamente, conectaron.

    ¿Qué es la ingeniería genética hibrida?

    Es algo aburrido de contar, pero resumiéndolo mucho, se trata de crear seres humanos genéticamente perfectos (es decir, sin ninguna anomalía genética que les pueda predisponer a sufrir en el futuro ninguna enfermedad), a los que se les mezcla genes de otras especies biológicas que los refuerzan en multitud de ámbitos, como puede ser la fuerza física, la resistencia al agotamiento, la inteligencia para sobrevivir en situaciones adversas, la percepción extra-sensorial, y un largo etcétera.

    Por eso no me sorprendió cuando vi a Víctor, que tiene 8 años, leyendo un ejemplar del Ulises de Joyce, o Clara, que tiene 10, saltando en paracaídas desde la cima del Everest.

    ¿Y qué hago yo en casa de los Fernández? Pues creo que puede deducirse fácilmente: soy el chico para todo de la familia. Cocino, limpio, hago el mantenimiento domótico, llevo a los niños al cole, voy a comprar, ordeno la casa, ayudo en los deberes de los niños, les cuento un cuento antes de ir a dormir... y, últimamente, también debo hacer de psicólogo, porque todos los componentes de la familia sufren trastornos mentales. Jordi sufre estrés y ansiedad. Manel tiene trastorno obsesivo compulsivo. Clara presenta un cierto nivel de Asperger, y Víctor es hiperactivo con déficit de atención.

    El problema es que no me diseñaron para hacer de psicólogo, y debo ir aprendiendo sobre la marcha. Al final quizás yo también tenga que ir al psicólogo, aunque de momento no hay psicólogos para humanos sintéticos.

    Ésta es la gran ironía de los seres humanos actuales, genéticamente mejorados: todos deben ir al psicólogo. Parece que no se ha encontrado todavía ninguna modificación genética que lo evite. Y no se debe a que no se haya intentado.

    Las pocas horas libres que me quedan las dedico a leer todos los artículos científicos que puedo. Así es como me enteré de este hecho. Miles de especialistas de todo el mundo intentando encontrar la solución genética que evitara a la especie humana tener que ir a terapia psicológica. Después de todo, pensaban, lo que somos está determinado por nuestra herencia genética. Por tanto, tarde o temprano debía poder encontrarse la anomalía que provocaba la diversa variedad de trastornos mentales que, indefectiblemente, afligen a los humanos.

    Pero fue en vano. Al final, desistieron y optaron por la solución más pragmática: instituir la figura del psicólogo como médico de cabecera, ya que las enfermedades fisiológicas hace tiempo que desaparecieron.

    Cabe decir que los humanos sintéticos no nos vemos afectados por ningún trastorno mental. Pero tampoco se sabe el porqué. Tampoco sé si esto es bueno o malo. El hecho de que no tengamos (de momento) trastornos mentales, ¿juega a nuestro favor, o en contra? ¿Nos hace más humanos, o menos?

    El caso es que me he convertido en un elemento imprescindible para la familia Fernández, uno más de la familia, aunque no sé muy bien lo que esto significa. El sentido de pertenencia no forma parte de mi programación genética. Mis constructores debieron pensar que ese sentimiento, como todos los demás, surgiría espontáneamente. Pero de momento yo no lo he notado. De hecho, no tengo claro lo que son los sentimientos. Todo lo que puedo decir es que siento una fuerte inclinación a cumplir con mis obligaciones. No me siento feliz al cumplirlas, porque no sé lo que es sentirse feliz, pero sí me siento impelido por una fuerza misteriosa a realizarlas.

    2. El desayuno

    -C lara, ¡no te metas el dedo en la nariz, y menos cuando estamos desayunando!

    - ¿Por qué no puedo hacerlo? ¿Daño a alguien?

    - ¡Te haces daño a ti misma! ¡¡Aparte de que es asqueroso!!

    - ¿Por qué me hago daño a mí misma? Yo no siento que me haga ningún daño. Y lo del asco es muy relativo. Además, tú eres sintético, George, no sabes lo que son los sentimientos, y mucho menos el asco.

    -Vale, no sé qué es lo que siente una persona cuando experimenta el asco. Pero olvidas mi programación. No puedo evitar decírtelo. No soy libre, en ese sentido.

    - ¿En ese sentido? Y en ninguno, ¡creo!

    Esta última afirmación taxativa de Clara me dejó perplejo y meditativo, hasta el punto de que me olvidé de la discusión que estaba manteniendo. ¿Qué era la libertad? ¿Por qué los humanos la valoraban tanto? ¿No era mucho mejor tener todas las horas y segundos de todos los días totalmente programados? ¡Así no tenías que preocuparte de nada! ¡Todo planificado y previsto!

    - George, George!! ¡¡¡Despierta!!!

    - sí, sí... ¿Quién soy? Ah sí, soy George y te estoy regañando, Clara.

    - Ya sé que me estás regañando, ¡pero es que te has quedado out!

    - ¿Qué significa out? ¡Yo no he salido de aquí!

    - ¡Que no lo entiendes! Out es estar empanado, en blanco, en el limbo, desconectado - añadió Víctor.

    - Vale, pero es que últimamente he empezado a preguntarme muchas cosas, sin encontrar soluciones satisfactorias. Entonces, siento como si abandonara la situación en la que me encontraba, para adentrarme en una nueva realidad hecha sólo de ideas, relaciones conceptuales y palabras.

    - Por ejemplo, ¿Te preguntas si eres libre?

    - ¡Exacto! Antes ni me hubiera planteado esta cuestión. Pero desde que he empezado a vivir con vosotros, estoy ante nuevas perspectivas que me llenan la mente de dudas.

    - ¿En serio? Pensaba que a los humanos sintéticos los fabricaban libres de dudas.

    - ¡Yo también lo pensaba! Pero la realidad no concuerda con lo previsto. Esta es otra de las ideas a las que hacía referencia. ¿Cómo puede ser que esto suceda? Me siento trastornado.

    -Eso te ocurre porque eres un humano sintético. Si fueras natural, como nosotros, no te parecería tan inquietante y perturbador. Deja que el tiempo pase y te parecerá del todo normal

    - Y te darás cuenta de que cada vez te pareces más a nosotros, los humanos naturales - remachó Víctor.

    -Víctor, ¡no te pongas tanta mermelada en las tostadas! Quizás tienes razón, Clara. Pero, en cualquier caso, creo que necesito tiempo para ir procesando tantas novedades.

    Mientras advertía a Víctor, la mermelada iba cayendo sobre la mesa. Era de frambuesa, melosa e intensamente roja. De repente, sentí un impulso interno nuevo, que no podía controlar, y que me obligaba a tender la mano, abrir el dedo índice y adentrarlo en el montón de mermelada que se había acumulado. A continuación, lo introduje en mi boca, para empezar a disfrutar del intenso sabor y aroma de aquella comida exquisita. De forma inmediata, un cúmulo de sensaciones se despertaron en mi conciencia perceptiva, provocando un cambio de expresión bastante evidente.

    Los niños me observaron boquiabiertos. Creo que no lo esperaban. No podían creer lo que estaba ocurriendo.

    George, ¡acabas de incumplir una norma básica y elemental del comportamiento civilizado en la mesa! ¿Cómo ha podido suceder? -Estalló de repente Clara.

    -No sé, no sé cómo ha podido suceder. He tenido un comportamiento no planificado. Me siento un poco confuso, pero a la vez experimento una sensación de placer innegable, que me impulsa a creer que esta escena puede repetirse en el futuro, aunque soy consciente de que no es correcto.

    -Yo creo que repetirás -afirmó Víctor. El gusto de esta mermelada es increíble. Al menos para mí.

    -Pues a mí no me parece tan buena -dijo Clara. Diría que es, simplemente, una mermelada como cualquier otra.

    -Como es la primera vez que pruebo este alimento, a mí me ha parecido sublime -afirmé yo. Por cierto, ¿se han preguntado por qué los tres tenemos diferentes opiniones sobre la misma mermelada?

    -Pues no lo sé seguro, dijo Clara. Todo depende de los qualias.

    - ¿Y qué son los qualias? -Preguntó Víctor.

    -Por lo que he leído, son las experiencias sensoriales que vivimos cuando recibimos cualquier estímulo, externo o interno, que nos afecta, como el tacto suave de una pluma, los colores, un dolor de estómago, una melodía agradable, etc. Al ser personales y subjetivas, no podemos saber de ninguna manera si las experimentamos de la misma forma. Sin embargo, el ejemplo de la mermelada nos permite deducir que, lo más probable, sea que no.

    Y Clara se quedó tan tranquila después de haber hecho esta disertación, mojando otra tostada con mantequilla, mientras Víctor y yo la observábamos sin disimular nuestro asombro.

    3. Una excursión accidentada

    Al día siguiente Víctor se marchaba de excursión hacia Olot, a ver los volcanes, con la escuela. El profesor de naturales les había estado hablando de los volcanes desde hacía días, y Víctor estaba muy emocionado. Además, había una chica de la clase que le gustaba, y él ya se había hecho sus cálculos para aprovechar la ocasión: trataría de sentarse a su lado durante el viaje en autobús, y así poder ligar con su compañera, que por cierto se llama Ariadna.

    Pero las cosas no fueron como él quería. Nada más subir al autobús, Víctor vio cómo Ariadna ya estaba sentada junto a Mario, el niño más popular de la clase. Por si fuera poco, la fiambrera se le cayó de la mochila y se abrió en el centro del pasillo, provocando que toda la comida que yo le había preparado se esparciera por todas partes, con la consiguiente risa de todos sus compañeros. Ni que decir tiene que Víctor se sintió ridiculizado por su torpeza, por lo que no se atrevió a abrir la boca durante toda la excursión.

    Lo que más le dolió fue ver las caras de Ariadna y de Mario, porque eran las de alguien que se cree superior y disfruta haciendo burla de las desgracias de los demás. O al menos ésta fue su percepción de la escena producida.

    Al volver a casa por la noche, se cerró en su habitación dando un fuerte portazo. Sus padres me miraron a mí, con cara de circunstancias, pero diciéndome sin palabras que fuera a ver qué le ocurría a Víctor.

    -Toc toc, Víctor, soy George, ¿puedo entrar? Por favor, abre la puerta...

    - ¡No quiero hablar con nadie, vete!!

    -Va Víctor, déjame entrar. Charlaremos un poco. Ya sabes que puedes confiar en mí...

    Al cabo de unos minutos la puerta de la habitación se abrió lentamente. Dentro había un niño de 8 años que había tenido su primer trauma emocional serio. Y ahora mi trabajo era hacerle ver que eso iba a superarlo. Aunque no estaba convencido de lograr mi propósito.

    -Vale, te has visto humillado por tus propios compañeros. Esto duele. Seguro. Tienes derecho a llorar un poco. ¡¡Todo el mundo tiene derecho a llorar un poco!! Incluso yo, aunque no esté diseñado para ello.

    -Tienes mucha suerte, pues. Llorar me hace sentir débil y triste.

    -Es normal que te sientas así. Pero te equivocas cuando dices que tengo suerte. Yo nunca he tenido esta experiencia, y no sé si alguna vez la podré tener. No creo que esto sea tener suerte.

    -Pero te ahorras el dolor y el sufrimiento. ¡¡Lo he pasado muy mal!!

    -Ciertamente. Desconozco también ese sentimiento negativo. Sin embargo, ¿no crees que puede tener algún significado? Quizás el haber sufrido, te hace más fuerte para encarar situaciones difíciles en el futuro.

    -Quizá tengas razón, pero yo ahora me siento desvalido, a la vez que airado.

    - ¿Por qué te sientes airado?

    -Por no haber sido capaz de impedirlo.

    - ¿Entonces estás airado contra ti mismo?

    -Supongo

    - ¿Y no lo estás contra tus compañeros?

    -También, han demostrado que no son amigos míos. ¡Un amigo no habría actuado así!!

    - ¿Pues qué piensas hacer?

    -No sé qué puedo hacer.

    - ¿Por qué no hablas con ellos? Además, Ariadna es la chica que te gusta.

    -Me veo incapaz de hacerlo. ¡Se volverán a reír de mí!!

    -Acabas de hacer una suposición.

    -Cierto, pero ¿no crees que es bastante probable que se cumpla?

    -Ya sabes lo que opino sobre las suposiciones...

    - ¿No hay que hacerlas?

    -Exacto. Aprende a distinguir entre hechos y suposiciones. Que se han reído de ti, es un hecho. Que mañana lo harán también, es una suposición. Puede cumplirse, o no.

    -Pero es que no sé cómo tengo que actuar a partir de ahora.

    -Creo que debes seguir como siempre, como si nada hubiera pasado. Si ellos ven que no te afecta, o incluso que te ríes de ti mismo, dejarán de darle importancia.

    Y mientras yo seguía dando consejos que me inventaba al paso, Víctor se durmió. Había sido un día muy largo. Seguro que mañana lo vería todo con otros ojos.

    4. Amor sintético

    Al día siguiente tocaba ir al súper a realizar las compras de la semana. Los niños siempre querían venir, esperando de esta forma que les comprara algunas golosinas. Tanto Jordi como Manel me avisaban, sin embargo, que no les hiciera caso. Había que ser estricto con los hábitos alimenticios sanos. Pese a las mejoras genéticas con las que habían nacido Víctor y Clara, hay factores exógenos que siempre pueden alterar la bioquímica del cuerpo, según decían. Ambos eran muy exigentes al respecto, y a mí esto me provocaba una gran tensión interna, porque las instrucciones paternas siempre chocaban con la impronta sintética que me caracteriza, la cual me lleva siempre a manifestar actitudes tolerantes, incluso condescendientes. Y como los padres conocían esta impronta, todavía se mostraban más inflexibles con respecto a mí.

    Sea como fuere, lo cierto es que siempre les caía algún regalito, ¡no podía resistirme! Que si unos caramelos rellenos de chocolate, que si unos chicles con sabor a mango y limón, que si un helado de macadamia con trufa... Sólo con verles la cara de satisfacción con la que se lo comían, era suficiente para hacer frente a los regaños que seguro caerían sobre nosotros.

    De repente, vi que la cara de Víctor enrojecía como una grosella primaveral.

    - ¿Qué te pasa, Víctor? ¿Te ha cogido alguna alergia?

    - ¡No no, no me pasa nada!

    -Yo creo que sí, espetó Clara. Ha coincidido con una imagen que he visto en el fondo del pasillo.

    La cara de Víctor aún enrojeció más.

    Miré hacia el fondo, y allí vi a una niña rubia de unos 8 años, vestida

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