El monstruo que nos contiene: Introducción a las leyes físicas de la sociología
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«Nuestra sociedad avanza, pero no sabe a dónde va».
Hace ya algún tiempo, un primate perteneciente a la familia de los homínidos descubrió que la luz de las estrellas del cielo era la misma que la que se reflejaba en el agua del río; que la oscuridad no era otra cosa que la falta de luz; que el agua del mar estaba sobre la tierra y el aire sobre el agua, y de todo ello tuvo consciencia. Aquella noche tuvo un sueño diferente: el sueño de una vida mejor. Había nacido el Homo sapiens. No era necesario esperar a que la caprichosa madre naturaleza, a veces generosa y cordial y otras cruel y dañina, nos proveyera de todas nuestras necesidades, declarándonos en rebeldía contra ella.
Hemos mejorado nuestra salud y doblegado el dolor; nos alimentamos mejor y vivimos muchos más años. Pero el objetivo no parece fácil de alcanzar, cuanto más explotamos la naturaleza, más se nos pone esta en contra, perturbando gravemente el equilibrio del medio que nos sostiene. Nuestra sociedad avanza en un caótico zigzaguear y no poseemos ningún control sobre ella. ¿Conseguiremos, algún día, alcanzar el sueño que tuvo el primer Homo sapiens de un mundo mejor?
Fernando Gallego Calvo
Fernando Gallego Calvo nacido en Ponferrada (León), estudió Ingeniería y Ciencias Físicas. Su vida profesional ha transcurrido principalmente dedicada al desarrollo de la tecnología, para asumir, en una etapa final, labores de dirección. Sin embargo, ya desde muy joven, movido por una gran curiosidad, sentía una fuerte inclinación e inquietud por el conocimiento y la investigación en la física y las ciencias de la naturaleza. Aunque, después, los azares del destino no propiciaron su dedicación a la investigación básica, sin embargo, toda su vida ha estado imbuida por la creación y la búsqueda de nuevos horizontes, que ha ido plasmando también en su quehacer profesional, a la vez que se mantenía informado de los nuevos logros de la física. Todas estas experiencias han ido atesorando en él un conocimiento, en el ámbito de la física teórica, que, ahora, quisiera contar a los demás.
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El monstruo que nos contiene - Fernando Gallego Calvo
El monstruo
que nos contiene
Introducción a las leyes físicas
de la sociología
Fernando Gallego Calvo
El monstruo que nos contiene
Introducción a las leyes físicas de la sociología
Primera edición: 2021
ISBN: 9788418722332
ISBN eBook: 9788418722875
© del texto:
Fernando Gallego Calvo
© del diseño de esta edición:
Penguin Random House Grupo Editorial
(Caligrama, 2021
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com)
Impreso en España – Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
He fracasado miles, millones, de veces.
Lo he analizado concienzudamente y sé que no tiene solución.
Lo que no entiendo es por qué cada mañana, en cuanto me levanto, lo intento otra vez.
Índice
Prólogo 11
Capítulo I. Antes del principio 15
Bipolaridad 15
Simetrías 18
Quiralidad 24
Un universo violento 32
Capítulo II. Génesis de las sociedades 35
La gran variedad 35
Historia común de nuestros orígenes 40
Deducción de algunas leyes de la sociología 51
El valor del tiempo 54
Capítulo III. Dinámica de grupos 59
Formación de grupos 59
Los grupos humanos 60
En busca del orden. La información 63
Los dos grandes atractores 70
Conclusión 73
Capítulo IV. Uniformidad. Copiar y pegar 77
El grupo tiende a hacer más uniformes a sus elementos 77
La información genética 78
La sucesión de Fibonacci 80
Los fractales 82
El cerebro. Los grupos sociales 84
Capítulo V. La cantidad sí es importante 91
En la física 91
En los humanos: la civilización 94
Lo que observamos a través de la historia 97
Capítulo VI. Estructura básica. La célula social 105
El medio 105
Estructura básica social. Célula social 107
Algunos ejemplos de nuestra historia 116
La física también contiene ejemplos 120
Principios filosóficos. Reflexiones moralistas 125
Capítulo VII. Un universo de monstruos 129
Nuestro cerebro nos engaña 131
El flujo de la información. Una época paradigmática 133
Evolución de los mitos hasta la ciencia actual 137
El monstruo que nos contiene 154
Por qué es necesaria la inteligencia 160
El sueño de una vida mejor 162
Hipótesis de una nueva sociedad 167
Prólogo
Los humanos, al igual que el resto de los seres vivos, mantenemos persistentemente una lucha titánica por la supervivencia, guiados por nuestros instintos y por un cerebro programado para ello. Pero desde el mismo momento en que nuestra especie se diferenció del resto de los homínidos —Homo sapiens—, hemos buscado mejorar las posibilidades que nos regalaba la naturaleza para construir un mundo mejor. Para ello, hemos tenido que aprender de ella, impulsados por la única fuerza de nuestra mayor inteligencia y curiosidad. A lo largo de la historia de la humanidad, buscando esa vida mejor, hemos ido descubriendo diferentes modos y maneras de obtener algún beneficio de las cosas que nos rodean, indagando explicaciones de todo lo que sucede. Así, observando los ciclos naturales de las plantas hemos descubierto la agricultura, domesticando animales salvajes hemos descubierto la ganadería y el aprovechamiento de su mayor fuerza para labores del campo, la caza y la guerra. El ingenio nos llevó a poder controlar el fuego, a la invención de la rueda, a idear artilugios que facilitaran nuestras labores cotidianas y a fabricar armas para nuestra propia defensa o caza.
Somos seres necesariamente sociables, ya que ello facilita y mejora nuestra supervivencia, por lo que vivimos en grupos más o menos grandes entre los que, a su vez, se establece un vínculo de relaciones e influencias. Pero ocurre que cuando un grupo de seres, suficientemente inteligentes, alcanza un determinado tamaño, surge un nuevo fenómeno emergente llamado civilización, un fenómeno sorprendente que transforma el grupo en un nuevo ser superior que parece comportarse de manera independiente de la de sus individuos. Ya no somos una serie de mentes pensantes individuales, sino que su sincronía nos convierte en una única mente suprapersonal que pertenece y actúa a favor del grupo. La necesidad de una fuerte interrelación entre los individuos del grupo social ha de ser mantenida por una fluida y rápida información, lo que da lugar al nacimiento de la escritura, el arte, la música, las leyes, las matemáticas… y finalmente la ciencia, que trascienden a nuestro nivel individual.
Hoy podemos decir que la deriva que un día tomó el Homo sapiens de apartarse del ciclo que sigue la naturaleza para tener una vida mejor ha tenido éxito: hemos mejorado nuestra salud y doblegado el dolor; nos alimentamos mejor y vivimos muchos más años; dependemos menos de las arbitrariedades de la naturaleza; en definitiva, hemos conseguido que nuestra población alcance un número enorme de individuos donde, al menos, una gran parte disfruta de un alto grado de bienestar. Pero todo ello, como no podría ser de otra manera, tiene un coste, y es la sobreexplotación de la naturaleza que nos sostiene.
En los últimos tiempos, la evolución en nuestro planeta de esos grupos sociales ha alcanzado cotas superiores, de manera que los primigenios grupos, pequeños e inconexos, han adquirido tamaños gigantescos que ya no les permiten mantener su independencia, obligándoles a relacionarse entre sí e interaccionar en un proceso global común, toda vez que se han alcanzado varios límites de las disponibilidades y equilibrios del medio del que se alimentan y sobreviven. El desarrollo de la ciencia y la tecnología han sido enormes, de modo que aparecen señales de que el ritmo de nuestra explotación del medio ha superado el gradiente propio de su recuperación, provocando un cambio acelerado de nuestra sociedad hacia un destino desconocido. En estos momentos tenemos la sensación de estar muy próximos a un punto crítico, un punto quizás sin retorno o, dicho de otra manera, los daños que provocamos en el medio que nos sostiene son mayores que los beneficios que obtenemos de él.
Nuestra sociedad avanza, pero no sabe a dónde va, y aunque nosotros mismos somos los elementos constituyentes de esa sociedad; sin embargo, tenemos la sensación de que no tenemos ningún control sobre ella. Ya no somos mentes pensantes individuales, sino que existe una mente suprapersonal que piensa y decide por nosotros, aunque, curiosamente, actúa o reacciona de forma muy parecida: tiene miedo, se asusta, a veces es indolente, otras entra en pánico… La realidad es que sabemos muy poco de cómo se comportan los grupos humanos, nuestras sociedades, a pesar de haberse escrito y tener bibliotecas repletas de libros y libros de nuestra propia historia.
Generación tras generación, volvemos a caer en los mismos errores, como si nuestra sociedad se moviese a lomos de un extraño ser que no dominamos, a pesar de ser nosotros mismos sus elementos constituyentes. Hasta ahora, lo único que hemos hecho es ir arrancando de la naturaleza todo lo que podía beneficiarnos, sin preocuparnos de cómo el medio que nos rodea podía afectarnos. Pero, perdidos ya en el caótico zigzaguear de nuestra sociedad, y próximos a alcanzar un punto crítico de involución en nuestra interacción con el medio que nos sostiene, parece lógico pensar que deberíamos poner más esfuerzo en descubrir cómo nosotros y nuestro comportamiento puede influir en el medio que nos rodea. No podremos ser dueños de nuestro futuro si no nos conocemos suficientemente a nosotros mismos, y en especial a ese extraño ser, ese extraño monstruo que es la sociedad que nos contiene.
Creo que dentro de todas nuestras ramas del saber se debería dar un enfoque primordial a una de ellas, que entiendo va a ser determinante y capital para la evolución de nuestra especie: la sociología. Aunque basada necesariamente en la imprevisibilidad de las mentes humanas, donde el cerebro que las rige tiene un comportamiento caótico y muy sensible a las condiciones iniciales, es necesario tener, al menos, una previsión de su comportamiento más próximo si queremos evitar los mismos errores del pasado que nos conducirían a males todavía mayores. Hoy la ciencia, en sus diferentes ramas, como la física, la química, las matemáticas, la medicina, la biología, etc., ha alcanzado un nivel suficiente como para poder prever comportamientos caóticos, como ya lo hace, por ejemplo, con las previsiones meteorológicas, incluso para crear dispositivos basados en dichos comportamientos caóticos, como ocurre con la inteligencia artificial. Ser consciente de esta importancia y la preocupación por la gran confusión en que se mueve nuestra sociedad es lo que me ha decidido a escribir este modesto libro de introducción a las leyes físicas de la sociología. A medida que avanza el desarrollo humano, la envergadura y el alcance de su tecnología perturban el equilibrio natural de nuestro medio, por lo que, llegados aquí, cuando la interacción entre humanos y naturaleza resulta determinante, se hace necesario adelantar una visión de nuestra sociedad que pueda prever nuestro futuro próximo.
No es posible entender nuestra sociedad sin conocernos antes a nosotros mismos, saber de dónde venimos y entender qué es lo que buscamos, por eso el libro está escrito siguiendo un orden que, partiendo de nuestros orígenes, va descubriendo las leyes que regulan nuestro comportamiento, pero compartiendo una idea integradora que asimila los fenómenos sociales a otros fenómenos ya conocidos de la física de la naturaleza. Esta interrelación hace que sea más fácil comprender y seguir la evolución de los fenómenos sociales y que, aunque complejos, no nos resultarán tan extraños. Podremos intentar comprender, por ejemplo, cómo funciona nuestro cerebro —caótico— de la misma manera que intentamos comprender nuestro universo —caótico—. En el penúltimo capítulo hemos abordado, en un intento de simplificación, establecer un escenario común a todos los fenómenos sociales donde pudiera estudiarse la interacción y la evolución de distintos modelos de grupos sociales, y que hemos denominado célula social.
Capítulo I
Antes del principio
Bipolaridad
Hace aproximadamente 200 000 años, en el Paleolítico medio, apareció el Homo sapiens, una especie del orden de los primates perteneciente a la familia de los homínidos, del que descendemos todos los humanos actuales. Aunque sabemos que la vida en nuestro planeta apareció mucho antes, en el Arcaico, hace unos 4000 millones de años, entonces eran microbios minúsculos precursores de las bacterias y las arqueas. Los primeros tipos de bacterias aparecieron posiblemente hace 3000 millones de años usando la fotosíntesis para crear energía sin producir oxígeno. En un principio eran organismos unicelulares que luego fueron evolucionando hasta hacerse multicelulares y alcanzar la gran complejidad y diversidad biológica actual, con diferentes formas, fisiología, comportamiento, etc. que hoy conocemos. Y si tenemos en cuenta que la Tierra se formó hace aproximadamente 4600 millones de años, sorprende observar lo pronto que empezaron a surgir en ella las primeras reacciones químicas que irían conduciendo hacia la creación de la vida.
Nuestro planeta contiene una gran cantidad y variedad de vida, pero sucede, por otra parte, que son tantas y tan profundas las similitudes entre los procesos biológicos que dan origen a los organismos vivos, que parece no haber duda de que procedemos todos de un ancestro o proceso común universal del cual todas las especies conocidas han evolucionado y diferenciado a través del desarrollo de la selección natural. En consecuencia, esa gran variabilidad de formas, tamaños, fisiologías o comportamientos existentes entre las diferentes especies debe contener, ineludiblemente, algo común a todas ellas, necesario e inalienable, para que la vida pueda desarrollarse y evolucionar. Hoy sabemos que todos los organismos vivos contienen una larga molécula formada por una combinación de los mismos nucleótidos donde se encuentra la información que determinará las instrucciones genéticas usadas para su desarrollo y funcionamiento, conocida como ADN (ácido desoxirribonucleico). Pero, aun siendo necesaria toda la química anterior, la vida no podría tener éxito si algo no la guiara a orientarse en el medio caótico en el que se ha de desenvolver, esa misión la ha de desarrollar un órgano muy especial que han de poseer todos los seres vivos: el cerebro. Este podrá ser más o menos complejo, según las necesidades de cada especie, pero deberá tener grabada permanentemente, además de otras secuencias lógicas de control del organismo, dos principios fundamentales: una orden primera y principal, superior a cualquier otra, es el principio de supervivencia del individuo —sobrevivir—. Este mandato es el que nos hace salir de nuestro ensimismamiento, proporcionándonos una fuerza vital —vitalidad— que nos empuja a vivir superando y sobrellevando cualquier dificultad, por grande o tremenda que esta fuere, y que está por encima de cualquier otra consideración o sentimiento. Esta fuerza vital nos acompaña hasta que expiramos nuestro último aliento. Y una segunda orden y principal: el principio de multiplicación de la especie —procrear descendencia—. Estos dos principios determinan todas nuestras decisiones a lo largo de nuestras vidas y constituyen la base sobre la que pivota toda nuestra aparentemente complicada evolución. Y si, además, tenemos en cuenta su efecto sobre un determinado grupo de individuos, podremos comprender nuestro complejo comportamiento social.
Pero mucho antes de que la vida surgiera en nuestro planeta, al igual que pudo ya suceder en muchos otros, sabemos que debieron tener lugar previamente otra gran cantidad y variedad de complejos procesos de transformación que partiendo de las partículas más fundamentales, como quarks, electrones, protones, etc., fueron luego creando estrellas, planetas, galaxias… hasta formarse nuestro universo actual. En consecuencia, la vida es un proceso natural más de toda esa transformación y evolución anterior, y hasta donde hoy sabemos, parece que todo empezó con una gran explosión, que hemos bautizado como big bang, hace unos 15 000 millones de años. En consecuencia, todo lo sucedido en lo que hoy llamamos nuestro universo deberá estar relacionado, y nada en él ocurre, por pequeño o insignificante que parezca, sin que le afecte a su totalidad, siendo imposible separar unas partes de otras. A pesar de que las distancias siderales que separan las estrellas o las galaxias nos puedan parecer inalcanzables, esto no es más que un efecto de apreciación de nuestro espacio-tiempo. Hoy sabemos que el espacio y el tiempo son manifestaciones diferentes de un mismo fenómeno o proceso, por lo que son parámetros que están estrechamente relacionados; de forma similar a lo que ocurre, por ejemplo, entre cantidad de calor y temperatura. Todo nuestro universo, pues, visto desde un adecuado espacio-tiempo, debería parecernos como una especie de bola o papilla que lo aglutina todo, donde no parece haber espacios vacíos y donde ninguna parte está separada de la otra, siendo en sí un conjunto que lo contiene todo, y donde podríamos decir, puesto que nosotros formamos también parte de él, que «nuestro universo nos contiene».
De manera que, sea lo que fuere, antes del big bang todo estaba en perfecto equilibrio y en perfecto orden y, por lo tanto, nada sucedía porque nada cambiaba y, en consecuencia, no podía establecerse ningún espacio ni ningún tiempo. Pero en un instante algo sucedió que lo rompió en dos. Y toda aquella energía que lo mantenía en perfecto equilibrio y en perfecto orden se dividió en dos, produciéndose, desde ese mismo instante, un inmenso desequilibrio entre esas dos partes que ahora buscan reencontrarse. Este proceso de reencuentro es un proceso dinámico donde aparece el espacio y el tiempo y donde la enorme energía involucrada fluye buscando de nuevo el equilibrio entre esas dos partes. Esto significa que nuestro universo es bipolar, y su fluir en el espacio y en el tiempo, como luego veremos, crea enormes y abundantes simetrías.
Las evidencias de esa bipolaridad y esas simetrías son innumerables, pero algunas nos resultan tan naturales y cotidianas que, generalmente, nos pasan desapercibidas. Y es porque nacemos, crecemos y vivimos entre ellas. Veamos, pues, a continuación, algunos ejemplos de cómo las principales leyes que gobiernan nuestro universo son simétricas, resultando así un mundo de formas y procesos también simétricos y donde la cantidad que más se repite