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La división del conocimiento
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La división del conocimiento

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En estas páginas se señala la postura de muchos académicos de ver sus áreas del saber con fronteras inamovibles o naturales, sin pensar que son producto de situaciones y de coyunturas precisas, por lo que sus límites son arbitrarios; esa idea está en consonancia con la rigidez del curriculum universitario. El espectro del conocimiento se concibe como un conjunto de compartimientos que no se pueden franquear. Llamar disciplinas a las materias del Curriculum es atribuir todo el sentido de este término: desde la capacitación hasta la sumisión a una autoridad y al control, y de allí hasta el castigo; también alude a la vigilancia de comportamientos o modos de pensar. Se analiza el caso de los estudios literarios o, más general, los estudios sobre el lenguaje; el punto inicial es la pregunta de dónde situarlos dentro de la división tradicional de las ciencias. Se propone insertar las ciencias del lenguaje en el espacio de las ciencias sociales y / o humanas, por lo cual el problema pasa a ser el de cómo se articula el espectro de esas ciencias y qué distingue a sus componentes. El desarrollo pone al descubierto que en las instituciones universitarias y en los órganos nacionales que dictan las políticas de investigación sigue vigente la propuesta de división de las ciencias de Comte, lo que no deja ver los campos de estudio como productos de convenciones, como compartimientos artificiales en continua transformación. La discusión toma como concepto central el de campo científico.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 feb 2024
ISBN9786078956326
La división del conocimiento

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    La división del conocimiento - César González Ochoa

    A través de esta colección se ofrece un canal de difusión para las investigaciones que se elaboran al interior de las universidades e instituciones públicas del país, partiendo de la convicción de que dicho quehacer intelectual sólo está completo y tiene razón de ser cuando se comparten sus resultados con la comunidad. El conocimiento como fin último no tiene sentido, su razón es hacer mejor la vida de las comunidades y del país en general, contribuyendo a que haya un intercambio de ideas que ayude a construir una sociedad informada y madura, mediante la discusión de las ideas en la que tengan cabida todos los ciudadanos, es decir, utilizando los espacios públicos.

    Con la colección Pública textos se ponen al alcance de los alumnos de educación media y superior trabajos en los que investigadores reconocidos –en muchos casos sus propios maestros– cierran el círculo académico al difundir entre los educandos los resultados de sus quehaceres profesionales.

    Otros títulos de la colección

    Aproximaciones a la narrativa de la Revolución Mexicana. Didáctica de la literatura hispanoamericana del siglo XX

    Francisco Hernández Ortiz, Miguel Ángel Duque Hernández y Laura Érika Gallegos Infante (coordinadores)

    Grandeza y decadencia del poder presidencial en México

    Patricio Emilio Marcos

    El circuito de los signos: una introducción a los estudios culturales

    Nattie Golubov

    Derecho y literatura. Una alianza que subvierte el orden

    Aleida Hernández Cervantes (coordinadora)

    El impacto de la imagen en el arte, la cultura y la sociedad III

    Lorena Noyola Piña, Laura Silvia Íñigo Dehud, Héctor Ponce de León Méndez (coordinadores)

    La cuadratura del círculo filosófico: Hegel, Marx y los marxismos. Dialéctica, Estado, Derecho, Libertad y Emancipación

    José Félix Hoyo Arana

    Elementos de lógica argumentativa para la escritura académica

    Walter Beller Taboada

    Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana.

    Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de su legítimo titular de derechos.

    Primera edición en papel, julio 2019

    Edición ePub: agosto 2019

    DR © 2019

    César González Ochoa

    De la presente edición:

    © Bonilla Distribución y Edición, S.A. de C.V.

    Hermenegildo Galeana 111,

    Barrio del Niño Jesús, C. P. 14080,

    Tlalpan, Ciudad de México

    editorial@libreriabonilla.com.mx

    www.bonillaartigaseditores.com

    Tel. (52 55) 55 44 73 40

    Fax (52 55) 55 44 72 91

    Coordinación editorial: Bonilla Artigas Editores

    Diseño y formación editorial: Jocelyn G. Medina

    Diseño de portada: Mariana Guerrero del Cueto

    Realización ePub: javierelo

    ISBN: 978-607-8636-23-5 (Bonilla Distribución y Edición)

    ISBN ePub: 978-607-8956-32-6

    Hecho en México

    Contenido

    La división del conocimiento.

    Discusión acerca de las disciplinas académicas

    Introducción

    Las ciencias humanas

    Las ciencias desde una teoría social

    Los campos académicos

    Apéndice. El conocimiento y la investigación

    en el campo de la arquitectura y del diseño

    La investigación en diseño y arquitectura

    El pensamiento proyectual

    Bibliografía general

    Sobre el autor

    La división del conocimiento.

    Discusión acerca de las disciplinas académicas

    Introducción

    La institución escolar muestra, desde los niveles elementales hasta el universitario, que el conocimiento se nos presenta siempre fragmentado, dividido en áreas que llamamos indistintamente temas o asignaturas o materias y que, a medida que se escalan los peldaños del saber, esos fragmentos se denominan ‘disciplinas’ o, más precisamente, ‘disciplinas académicas’. Por tanto, en una visión más o menos superficial, podemos decir que las disciplinas académicas son ramas particulares del saber cuya reunión integra la totalidad del conocimiento.

    Desde la Antigüedad están planteadas las dos visiones acerca del conocimiento: por un lado, la que lo considera como una unidad, como una totalidad, como un conjunto indiferenciado que no posee fronteras ni divisiones que limiten la validez de las verdades descubiertas por los pensadores; por otro lado, la que ve que el conocimiento está dividido en áreas muy bien delimitadas y que los conocimientos en cada una de ellas son siempre específicos. Con respecto a la primera, existe una larga tradición de pensamiento que se remonta hasta la cosmología de los presocráticos, en particular a la preocupación con la cuestión sobre el ‘uno’ y los ‘muchos’. La unidad del conocimiento fue establecida explícitamente por Platón, quien pensaba que la filosofía era la vía de acceso al conocimiento, pensada como ciencia unificada y que, por tanto, el filósofo es el que puede sintetizar todo lo que es posible saber acerca del mundo. Desde allí se puede ver que para él la totalidad del mundo y su unidad tendría correspondencia con la unidad de conocimiento acerca de éste. Pero en el mismo parágrafo en que Platón habla de la unidad del conocimiento, deja abierta la posibilidad de su pluralidad; en el Sofista, dice el extranjero en su conversación con Teodoro:

    Me parece que la naturaleza de lo diferente está parcelada del mismo modo que la ciencia. Ésta es sólo una, sin lugar a dudas, pero cada parte de ella que se aplica a algo recibe un nombre propio determinado, según la forma propia de cada cosa, y es por ello por lo que se dice que hay muchas técnicas y ciencias (257c).

    Esa posibilidad abierta por Platón la hace real Aristóteles, quien inicia sistemáticamente la reflexión acerca de los distintos tipos de conocimiento; por ello, es, en este sentido, el primero en introducir una clasificación al separar investigación teórica de la práctica; en la primera se incluye al pensamiento ‘puro’, que concierne a la lógica, las matemáticas, la retórica y la ética, mientras que en la segunda están aquellas áreas que corresponden a la observación de la naturaleza y allí se ubica a la física y a la astronomía, entre otras.

    La idea de unidad de las ciencias sigue vigente en Francis Bacon, quien sostiene, como señala Jordi Cat (2017), que esa unidad es resultado de la organización de los registros de los hechos materiales de distintos niveles de generalidad, los cuales podrían clasificarse de acuerdo con disciplinas asociadas con facultades humanas. Newton y Descartes hicieron de los conceptos básicos de la mecánica y de sus leyes el marco para la unificación de la filosofía natural; esas ideas, añade el autor, dieron a esta tradición un giro racionalista que se centró en los poderes de la razón humana y el ideal de un sistema de conocimiento, sobre la base de principios racionales. Todo ello desembocó en una mathesis universalis, en un proyecto de un marco universal de categorías e ideas. Descartes llegó a proponer la imagen de un árbol en el cual la raíz es la metafísica, el tallo es la física y las ramas la mecánica, la medicina y la moral. En el periodo de la Ilustración, la idea de la unidad del conocimiento se apoyó en la universalidad de lo racional y encontró su mayor expresión en la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert; el nombre mismo, ‘enciclopedia’, alude a la idea de unidad del conocimiento. Desde la perspectiva de Kant, la unidad de la ciencia se basa en el carácter unificador de sus conceptos y principios, así como en la razón. Vista como sistema de conocimiento, la ciencia es una totalidad de conocimientos ordenados de acuerdo con principios, los cuales son principios a priori (Cat 2017).

    A finales del siglo

    XX

    , todas las actividades profesionales han desarrollado un carácter disciplinario y ello, en opinión de Toulmin, ha distorsionado sus logros porque no es el enfoque intelectual de la disciplina lo que produce ese efecto, sino el tipo de organización social en el que se lleva a cabo la tarea disciplinar (2003, 227). Antes de esta época, la academia no estaba tan precisamente separada en campos de estudio, cada uno independiente del otro, con sus métodos y sus enfoques teóricos. En otro libro (Toulmin 1983), el autor habla de la concepción de la filosofía como disciplina autónoma y profesionalizada académicamente, concepción que se ha convertido en dominante en las universidades británicas y norteamericanas sólo después de la segunda guerra.

    Todavía durante el siglo

    XIX

    , no era necesario ser un científico reconocido como tal para participar en una discusión especializada; un ejemplo señalado por Toulmin es el del poeta Tennyson, que era miembro de la Royal Society y participaba en debates con Darwin o con Maxwell; pero,

    conforme las profesiones con orientación disciplinar empezaron a ocupar más y más espacio en las instituciones académicas, a los aficionados se les fue negando la entrada, y los campos de investigación académica se fueron limitando cada vez más a temas con una posición clara en una disciplina concreta (Toulmin 2003, 76).

    La idea de unidad del conocimiento fue una de las bases del positivismo lógico, escuela de pensamiento de la primera mitad del siglo

    XX

    , uno de cuyos objetivos era la restauración de la unidad de las ciencias, la cual había sido fragmentada por la proliferación de las disciplinas académicas. Además de unificar las diferentes ramas del saber, los positivistas lógicos buscaban transformar racionalmente el orden social y económico, según dice Lecourt (2001); y esto sólo se puede realizar –pensaban– si se asume que la tarea filosófica es aclarar los problemas por medio del análisis lógico. Para el positivismo lógico, la ciencia es un proceso acumulativo que está basado en la observación objetiva de la naturaleza; las ciencias son impulsadas por la observación empírica guiada por el racionalismo o el razonamiento lógico. Uno de sus metas era definir el método que necesariamente las ciencias debían seguir, que sería lo que denominaban el ‘método científico’, y que con su ayuda se llegaría a la verificabilidad del conocimiento y de las teorías. Algunos de los integrantes de esta escuela tenían la idea de una ciencia unificada basada en el desarrollo de un lenguaje científico universal. Aunque formalmente rechazaban el conocimiento científico a priori de Kant (en especial el sintético a priori), creían en la existencia de principios a priori (fundacionales), pero no sintéticos, que hacían posible el conocimiento científico objetivo, al mismo tiempo que todas las divisiones aceptadas de éste (es decir, las disciplinas académicas) compartían la misma racionalidad científica. Las divisiones del conocimiento permanecerían sin variación en el tiempo, por lo que tanto el número como el contenido de las disciplinas académicas sería más o menos estable (Krishnan 2009).

    Las posiciones de los positivistas lógicos fueron criticadas desde dos ángulos; por un lado, Popper se opuso la idea de verificabilidad y, por otro, los filósofos analíticos se opusieron a la lógica a priori con la idea de que todos los efectos observables tienen causas naturales. Como alternativa a esa filosofía de la ciencia esencialmente normativa, aparece una historia descriptiva de la ciencia, y Kuhn argumentó en 1962 que la ciencia no es un proceso acumulativo, como decían los positivistas (ésa también era la visión de Popper), sino una sucesión de revoluciones científicas que reorganizan los campos científicos y disciplinas. Como vamos a ver adelante, Kuhn propone que las disciplinas se organizan alrededor de ciertas maneras de pensar o de marcos más amplios que explican mejor los fenómenos empíricos en una disciplina o en un campo. Los resultados que no concuerden con la manera dominante de pensar (con ese paradigma, como lo llama Kuhn), son excluidos ya sea por limitar el alcance de la teoría, o simplemente se tratan como anomalías. De esta manera, los paradigmas configuran las cuestiones que los científicos pueden plantear, así como las posibles respuestas que la investigación pueda producir.

    Por otro lado, tanto Kuhn como Feyerabend, por distintas razones argumentaron en contra de la idea de un ‘método científico’ que pudiera producir la verdad sobre el mundo de manera confiable. El segundo sostiene que el conocimiento es construcción social y reclama que los conocimientos generados por las distintas disciplinas científicas son incompatibles; como las disciplinas se han separado tanto unas de las otras, son ahora tan diferentes que no pueden ser comparadas entre ellas, son ‘inconmensurables’. Desde el punto de vista de las cuestiones de método, propuso que las ciencias de basan en el lema de ‘todo vale’; también señaló que el trabajo científico no necesita de un marco general para definir si es científico y si no lo es. El llamado pensamiento posmoderno ha ido más allá al reclamar que todo el conocimiento es una construcción social y está necesariamente contaminado por los poderes sociales. El concepto de verdad científica se considera como históricamente contingente, como un producto de los discursos y de las racionalidades dominantes. De acuerdo con la perspectiva de la construcción social, la verdad científica no se refiere a otra cosa más que a ella misma y al proceso contingente de su producción. Según Lyotard, una disciplina podría ser entendida como una práctica específica, sin reglas que determinen qué clase de postulados se aceptan como verdaderos o falsos dentro de ese discurso particular. Esta práctica se interpreta como un ‘juego de lenguaje’ y reclama que ningún juego de lenguaje formal puede ser universal y consistente, o, en otras palabras, que no puede haber un juego de lenguaje para la ciencia que todo lo abarque. Desde este punto de vista, el progreso científico sólo puede ocurrir dentro de los límites de un juego de lenguaje disciplinario.

    Los argumentos tanto en favor como en contra de la idea de que los conocimientos forman o no una unidad pueden extenderse, pero para los propósitos de este trabajo pensamos que no requiere mayores detalles; por ello Krishnan, en un resumen acerca de lo que plantean algunas escuelas filosóficas sobre este tópico de la necesidad o no de las disciplinas académicas, concluye que

    los positivistas lógicos trataron de restaurar la unidad del conocimiento al apelar a principios fundamentales a priori de racionalidad científica que serían compartidos por todas las disciplinas científicas. La filosofía de la ciencia posterior rechaza tal ‘fundacionalismo’, o la idea de que todo conocimiento necesita estar basado en la creencia en algunos principios universales que no cambian. Este movimiento antifundacionalista abrió el camino a una posición de relativismo de la verdad científica. Constructivistas y posmodernos ven las disciplinas académicas como discursos que se crean y se mantienen para servir a especiales intereses sin referirse realmente a alguna realidad objetiva que se deba descubrir. Las disciplinas serían simplemente inconmensurables y cualquier esfuerzo de vencer las divisiones disciplinarias sería un ejercicio fútil, ya que las disciplinas operan sobre la base de racionalidades y metodologías completamente incompatibles que no pueden relacionarse en un modo significativo (2009, 17).

    Desde la filosofía de la ciencia, o incluso desde la filosofía en general, hay un cierto acuerdo, según el mismo autor, de que tanto las disciplinas como los límites entre ellas existen porque crean alguna coherencia en términos de teorías, conceptos y métodos que permiten la prueba y validación de las hipótesis de acuerdo con reglas. Esas reglas son diferentes de una disciplina a la otra y por tanto son hasta cierto punto incompatibles. Por tanto, para que se pueda producir el conocimiento, se requiere la existencia de reglas; sin embargo, como no hay ya la posibilidad de hablar de reglas universales, entonces la producción de conocimientos necesita de las disciplinas. En este trabajo vamos a intentar otro camino para contar con una más amplia visión de las disciplinas académicas.

    La primera observación del conjunto de las disciplinas académicas muestra que éstas son tan diferentes entre sí que es difícil llegar a una definición

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