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Filosofía para la batalla cultural
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Libro electrónico610 páginas16 horas

Filosofía para la batalla cultural

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Este libro es una historia de la Filosofía. La hemos escrito por dos motivos. El primero es que estas historias suelen llegar hasta los principios o mediados del siglo XX. Eso hace que estén desactualizadas. Además, suelen menospreciar la importancia de los aportes de la Filosofía Medieval, siguiendo el mito de la Edad Oscura. Nada más lejos de la realidad. El segundo motivo, más importante, es que todos los libros de la Nueva Derecha, a la cual adscribimos, hacen alusión a textos, autores y conceptos de la filosofía cuyo conocimiento se presupone para abordar temas de actualidad como el aborto, la eutanasia, el ecologismo, la leyenda negra y otros cuyo avance en las esferas de la ley y el consenso público los ha vuelto peligrosos para el porvenir de Occidente. Creemos necesario conocer lo fundamental de estas referencias para desmitificar el uso político de conceptos mal comprendidos, como la microfísica del poder, la revolución molecular, la desconstrucción y la idea del lenguaje como creador de realidad. Pretendemos sentar las bases para construir un nuevo realismo a la altura de los tiempos, como Santo Tomás lo hizo en la Edad Media con su actualización del pensamiento aristotélico.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 abr 2024
ISBN9789566236122
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    Filosofía para la batalla cultural - Daniel O. Stchigel

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    PRÓLOGO por HORACIO GIUSTO

    Resulta un gran desafío tener que prologar tan majestuosa obra, pero quienes están formados dentro de las corrientes realistas comprenden que ante la inmensidad de algo y la imposibilidad de abarcar en pocas páginas tan brillante despliegue de conocimiento, lo bueno y útil es considerar la esencia de aquello que se intenta explicar.

    La obra en cuestión se centra en sistematizar los grandes aportes que ha realizado la filosofía a lo largo del tiempo. Para esto conviene reflexionar sobre ese ser que reflexiona, reflexionar sobre el hombre. Es fundamental, antes de ver el invaluable aporte hecho por cada filósofo que trascendió en la historia, considerarlos a todos en aquellos rasgos comunes y compartidos. Cada hombre ha sido llamado a filosofar, pero no todos han elegido dicho camino. El ser humano es un subsistente de naturaleza racional¹ que se pregunta sobre aquello que trasciende a lo meramente sensible; está inscripto en su naturaleza el conocer y el pensar. Por ello es que el presente prólogo intenta exponer aquello que unifica a cada filósofo presentado en la actual obra, entiéndase, mostrar qué es verdaderamente filosofar y así realizar una invitación abierta a que cada lector sea capaz de descubrir su propia filosofía.

    Primeramente, es preciso considerar que la filosofía suele ser definida como el amor al saber, la investigación de las causas primeras, o el planteamiento de los interrogantes de la existencia. En verdad tales acepciones bien definen lo que es la Filosofía en su noción primigenia². Sin embargo, no es erróneo considerar a su vez que el saber filosófico es un saber se ofrece como plataforma privilegiada para mirar críticamente (en discernimiento) desde la lejanía de tiempos pretéritos hacia el presente social, cultural, político, educativo y científico (sin descartar otras disciplinas que hacen a la vida del hombre).

    En torno al Hombre, a Dios y al Mundo, cada filósofo buscó su modo de interpretación, desvelamiento y retorno incesante a aquellas verdades trascendentes. Desde Demócrito hasta Kant, desde Aristóteles a Hume, cada gran pensador intentó responder a las causas primeras y últimas de aquello que hace a la realidad.

    Un buen filósofo aprende a escuchar los mensajes de una revelación sapiencial que ya habrían sido proferidos. Un tomista sabrá comprender qué aportó Wittgenstein a la filosofía del lenguaje mientras que un existencialista entenderá el centro de la filosofía de San Agustín; la labor del filósofo consiste en dilucidar los grados de verdad a los que una persona puede llegar para discernir luego qué posee un fundamento sólido y qué no. La sabiduría no se agota en un pensador, una escuela o a una época de manera aislada, sino que los pensadores se hallan siempre concatenados en una tradición histórica donde unos son la respuesta dialéctica a otros, y todos siempre esbozando sus tesis desde la solidez de sus pensamientos. Así pues, no es posible, por ejemplo, considerar los aportes filosóficos de Aristóteles en torno al movimiento y la esencia, si previamente no se hubiera dado la disputa entre Heráclito y Parménides.

    El entendimiento de la Historia de la filosofía es más que Historia de los filósofos; es parte del saber filosófico el saber histórico donde el Hombre, como ser social y en términos de Edmund Burke, es un eslabón dentro de la cadena intergeneracional. Todo gran filósofo se aventura a responder las grandes interrogantes del universo, pero en dicha travesía hay un regreso necesario hacia una sabiduría ya dada; si hoy uno piensa en epistemología en torno a las corrientes mecanicistas actuales, notará que ya hubo un preludio en Demócrito, como así si uno considera las nuevas formas de conflictos en torno a la verdad y las conciencias que la disputan, habrá un germen ya en Hegel.

    Nietzsche sostendrá que el pensamiento del filósofo está inspirado por una gran motivación unitaria, por una fuerza única que nutre y anima sus propuestas particulares. Toda su vida, su obra entera, constituye el intento de expresarla. En torno a las tres grandes interrogantes de la filosofía (Dios – Hombre – Mundo), subyace una opción fundamental que luego, valga la redundancia, será el fundamento de la esencia del pensamiento de aquella sociedad que se considere. Esta opción se expresa en cuestiones de naturaleza metafísica. Por ello, el realismo marcará a pensadores como Aristóteles o Santo Tomás de Aquino, que luego se traduce en considerar el Mundo como una existencia cuya verdad es ontológica, mientras que el inmanentismo marcará a pensadores como Spinoza o Sartre, donde uno propondrá un Panteísmo³ mientras otro se pronunciará en relación al nihilismo. Toda época se posiciona en vínculo al pensamiento, porque es el hombre quien piensa y en ese pensar interpreta y crea a la sociedad de la que él se nutre para ser. Un ejemplo claro se ve en función de considerar qué es el tiempo. Para los clásicos griegos donde el Mundo era su centro primero de contemplación, el tiempo pertenecía a una realidad fenoménica donde el movimiento es el punto central de atención; para la escolástica de la cristiandad donde Dios era el centro de contemplación, el tiempo es la medida del alma; para la modernidad, el tiempo será un absoluto matemático para unos, mientras que para otros el tiempo será una representación del hombre, pero siempre centrada en considerar al Hombre, que es quien experimenta o razona; en la posmodernidad, pues el tiempo es relativo.

    La filosofía se inscribe en la historia del ser humano porque el humano, como ente racional, es más que un mero hecho natural, sino que es un ser social que crea su propia historia y no hay historia sin el pensamiento que direccione la voluntad.

    La historia de la filosofía es la historia de hombres que amaron la sabiduría, una sabiduría milenaria y compartida en la cual cada uno hizo uso de su razón para contribuir a la comprensión de las causas últimas y primeras del ser. Ciertamente el ser humano es un ser dotado de razón; la misma es, en una determinada concepción, una facultad atribuida al hombre por medio de la cual se distingue de los demás miembros de la serie animal, tal como explicara Ferrater Mora en su célebre diccionario de filosofía⁴. Dicha facultad se caracteriza por la capacidad de alcanzar un conocimiento de lo universal, de ascender al reino de las ideas, sean tanto esencias como valores. El hombre es un animal racional es una noción que sentencia una diferencia radical en la esencia con las demás creaturas del mundo conocido. La razón también puede ser considerada como equivalente al fundamento de las cosas y también como un decir (logos) que se funda en un modo de ser racional.

    Así pues, la razón es facultad, es principio de explicación de las realidades; sólo el hombre, ser racional, puede aplicar el principio de razón de ser, de acontecer o de obrar. Aquí cobra relevancia la figura de Santo Tomás de Aquino; según explica uno de los mayores pensadores que forjó Occidente, el hombre es un todo ordenado a un fin. El hombre tiene la facultad de entender quién es y cuál debe ser el direccionamiento de sus actos. Es por la razón, por la facultad de elección en el obrar que la razón implica, que el hombre pueda desapegarse del instinto corpóreo para reconducir la voluntad hacia un bien trascendental (fundamento de la libertad). Siendo que toda otra creatura del mundo sensible no es un ser que se pregunta por el ser, la naturaleza del hombre hace que diste de ser un mero ente vivo carente de razón y, en consecuencia, de libertad. El hombre puede diferenciar los planos del ser y el deber ser; eso es un fundamento de la libertad amparado en la razón. Para esto es preciso reconocer que el ser humano es un agente capaz de conocer y pensar, capaz de filosofar.

    A pesar de lo antes expuesto, no puede negarse que la filosofía es considerada la más inútil de todas las disciplinas humanas. Es parte del conocimiento popular considerar que la filosofía no reviste utilidad alguna para la vida cotidiana de la sociedad; a diferencia de disciplinas como la ciencia jurídica, la medicina o la economía, la filosofía se presenta como un saber que toma distancia de los entes particulares en búsqueda de los conocimientos universales. Incluso la filosofía es distinguible de estudios que hacen a la psicología, la religión o la deontología; es que la filosofía es la única ciencia desinteresada, no especulativa. Es un saber que se separa de la particularidad empírica para abrazar la reflexión y contemplación. Filosofía es amor a la sabiduría, siendo la sabiduría el fin en sí sin considerarla como un medio hacia otra motivación posterior. No hay otro fin extrínseco que no sea la búsqueda de la Verdad, por lo que al decir que no sirve de nada, lejos de ser ofensa es elogio; el buen filósofo no busca la utilidad de la cosa, sino la verdad de la cosa. La filosofía tiene por fin de sí misma el amor al conocimiento de aquello que es causa primera y última, la comprensión profunda de Dios, el Mundo y el Hombre. La filosofía no mueve al hombre cual causa eficiente que empuja la cosa, sino que lo atrae cual causa final a la que la cosa intenta llegar por contemplar en tal finalidad la perfección de su propio ser. Quien conoce la verdad se libera de las ataduras del error, se asoma cual señor por sobre el vulgo para contemplar lo que necios y obtusos se niegan aprehender; quien conoce la Verdad se vuelve libre y quien es libre puede conducir su ser hacia la felicidad, hacia la posesión pacífica del bien.

    Pero, lo que tampoco puede negarse es la relevancia de la filosofía en la cultura. Véase que de manera constante se da una batalla intelectual entre la concepción de límites naturales (realismo) y la de meros límites artificiales (inmanentismo), la cual se refleja en torno al rol de la familia en la sociedad hasta en la centralización del sistema económico. Véase que problemas como la ansiedad o depresión guardan un trasfondo filosófico en relación a cómo la sociedad explota el concepto de un yo sin un otro; tampoco puede dejarse de pensar en el ejemplo de la legalización del aborto procurado, que expone las grandes tesis del iusnaturalismo frente al positivismo jurídico; no menor es el ejemplo en torno al llamado lenguaje inclusivo, que enfrenta a filósofos analíticos, convencionalistas, esencialistas y posestructuralistas.

    Por lo expuesto es que, si algo se ha de concluir en el presente prólogo, es que la obra que procede es un elaborado compendio de aquellos grandes pensadores que dejaron su legado en la historia de Occidente. Cada uno buscó de manera incansable dar respuesta a las grandes interrogantes que se presentaron ante sí; por ello es que se sugiere al lector no sólo la reflexión en torno a cada aporte realizado por los máximos exponentes de la filosofía, sino invitarlos a filosofar para así desarrollar las facultades más bellas del alma al descubrir las verdades que exceden lo meramente aprehensible por los sentidos.

    ¹Persona significa lo más perfecto que hay en toda la naturaleza, o sea, el ser subsistente en la naturaleza racional. Fuente: Suma Teológica, Ia, q. 29, a. 3, in c.

    ²En realidad la palabra filosofía está compuesta de las palabras griegas φίλος (philos), que gusta, amado, aficionado, querido y σοφία (sophia) sabiduria, ciencia, o sea amor a la ciencia, afición a la sabiduría. Recuperado en: http://etimologias.dechile.net/?filosofi.a#:~:text=En%20realidad%20la%20palabra%20filosof%C3%ADa,ciencia%2C%20afici%C3%B3n%20a%20la%20sabidur%C3%ADa.

    ³(del griego πάν: todo, y θεός: dios.) Doctrina filosófica según la cual Dios constituye un principio impersonal que no se encuentra más allá de los límites de la naturaleza, sino que es idéntico a la misma. El panteísmo disuelve a Dios en la naturaleza, rechazando el principio sobrenatural. El término fue introducido por Toland. En otro tiempo no era raro que bajo el aspecto del panteísmo apareciera, en esencia, una concepción materialista de la naturaleza (por ejemplo en Bruno y, ante todo, en Spinoza); actualmente, en cambio, el panteísmo se ha convertido en una teoría idealista sobre la existencia del mundo en Dios y constituye un intento de conciliar la ciencia con la religión. Diccionario filosófico · 1965:350

    ⁴. Ferrater Mora, J. Diccionario de Filosofía Abreviado. 27° ed. – Buenos Aires: Sudamericana, 2006.

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    PRÓLOGO por ALEJANDRO SEGURA CHÁVEZ

    Desde que apenas era un jovencito, tropecé algún día con la aventura del Pensar:

    ¿Por qué algo y no la nada? ¿Qué sentido tiene la existencia humana? ¿Por qué la gente se comporta como lo hace? Desde entonces me ha sido inevitable y ha sido lo que me ha hecho feliz en los últimos años.

    Estas inquietudes han caracterizado mi modo de vida desde mis 16 años, estuve tentado a estudiar Filosofía, pero por cuestiones prácticas opte finalmente por Psicología. Desde mis 18 años, comencé al hábito de la lectura, en especial por libros de Filosofía y Psicología.

    Desde entonces hasta hoy, he leído al menos 10 historias de la Filosofía. Vaya sorpresa y que momento fortuito conocer en redes sociales al Dr. Stchigel. Inmediatamente las primeras conversaciones, me demostró que era un hombre realmente culto y comprometido con el Saber, el Conocimiento. Honestidad intelectual, y un excelente ser humano, un amigo.

    Surge la idea de crear para mi canal – en YouTube Teoría en pocos minutos –una serie llamada Breve Historia de la Filosofía, le había prometido al Doctor que haría todo lo posible para que más personas conocieran su talento. El proyecto fue un éxito, y me honra poder decir que de esas 10 historias de la Filosofía que leí, ninguna es como la del Dr. Stchigel…

    No eran esas clases tradicionales, donde se expone un autor, y luego la segunda clase a otro, el Doctor tiene la capacidad de hacerte sentir que es una solo historia; como si se tratara de la novela de la historia del pensamiento, tiene una capacidad espectacular para explicar e hilar las ideas de unos autores con otros, de unas escuelas con otras, de una época con la otra. Es simplemente un viaje hacia el conocimiento y tuve el honor de auspiciarlo.

    Ahora se dan a la labor, él y su esposa Mirta –a quién admiro y respeto mucho por cada comentario sesudo que ha hecho a nuestros trabajos– de escribir esta bella historia, la de la Filosofía.

    Esta obra es el compendio más claro y preciso que he conocido, sabemos que la Filosofía es un terreno bastante amplio, empero, les aseguro que después de emprender esta aventura encontrarán el suficiente conocimiento para que puedan entender por qué es que amamos tanto el Pensar. Que la disfruten y Sapere Aude.

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    CAPÍTULO 1. LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS

    El contexto

    El surgimiento mítico de Grecia se relata en La Ilíada y La Odisea. En estas obras se mezclan elementos mágicos y divinos con una cruda y realista narración de los efectos devastadores de la guerra.

    La religión griega antigua incluía la creencia en la mitología. Mito significa relato, narración. Esta religión está formada por una multitud de historias trascendentales acerca de las virtudes y debilidades de la condición humana, como aquella de Orfeo, quien con la música domina a las fieras y logra que el dios de los infiernos, Hades, le abra las puertas para bajar a buscar a su amada fallecida Eurídice y traerla de vuelta a la vida. Hades se lo permite, siempre y cuando él anduviese delante y ella detrás, y él no se volviera con el fin de constatar si ella lo seguía. Como Orfeo no puede evitar la duda y termina volviéndose, observa cómo el espíritu de Eurídice regresa al mundo de los infiernos, de donde ya no podrá recuperarla.

    El inicio de la filosofía

    La filosofía tiene su inicio con la obra de los presocráticos.

    Eso no significa que antes no hayan existido otras formas de pensar el mundo de un modo racional. Tenemos noticias del conocimiento de los sacerdotes egipcios, una élite de intelectuales que sabían leer y escribir, y que se dedicaban a la matemática y a la astronomía. Ellos a su vez eran herederos de los practicantes de estas disciplinas en Asiria y Babilonia. En China y en la India se desarrollaron asombrosas cosmovisiones con algunos puntos en común con doctrinas que en Occidente tardarían aún siglos en aparecer, como el atomismo o la teoría de la evolución. Sorprende, por ejemplo, encontrar en el budismo nihilista de Nāgārjuna (a. C. 150 – a. C. 250) los mismos argumentos escépticos con respecto a la sustancia y a la causalidad desarrollados por Hume en el siglo XVIII.

    En nuestro libro nos ocuparemos de la Historia de la Filosofía Occidental, sin por ello menospreciar los aportes del Antiguo Oriente o de los pueblos americanos precolombinos al desarrollo de los conceptos con los que los seres humanos han hecho de la materia desordenada de sus sentimientos y percepciones, un mundo que fuera objeto de estudio y de transformación a través de su trabajo.

    Hemos decidido concentrarnos en la historia del pensamiento occidental, que es aquel en el cual hemos sido formados, y desde cuyo observatorio contemplamos las cosmovisiones de aquellas otras civilizaciones, cuyo trato con la realidad tiene un sentido que a menudo escapa a nuestra comprensión.

    El pasaje del mito al logos

    Es en la Antigua Grecia donde tiene lugar el pasaje del mito al logos, entendido como el paso de la visión antropomórfica de la mitología, la cual concibe un mundo lleno de dioses que influyen sobre el destino de las personas, al estudio de la naturaleza haciendo uso de la razón.

    Este pasaje se fundamenta sobre el concepto de arché, y la transición entre sus dos significados: como origen (mítico) y como fundamento (racional).

    El arché es objeto de la pregunta básica del pensamiento presocrático: de qué están hechas las cosas, qué es lo que se repite en todas ellas.

    Los griegos intuyeron que existe una unidad en la variedad de fenómenos que se desenvuelven a nuestro alrededor. Que detrás de su apariencia cambiante se oculta un orden permanente. A ese orden lo llamaron cosmos. El asombro ante dicho orden motivó la pregunta por el arché.

    Como hemos anticipado, al arché se le han dado dos significados.

    El primero fue el de ser el origen cronológico de los fenómenos del mundo. Éste fue el enfoque de la mitología, que plantea que en algún momento las cosas no eran como son ahora, y narra cómo surgieron de manos de titanes y dioses. Remite a una visión antropomórfica de la creación. El mito es un relato, una historia, una serie de acontecimientos singulares sucesivos en el tiempo. Para los griegos en el principio era el caos, equivalente a una negra noche. Del caos surgieron los primeros dioses –con características humanas y otras naturales–, la Tierra, el Cielo, etc.

    El segundo significado de arché es el de fundamento. Detrás de la superficie múltiple y cambiante de las cosas, a la que tenemos acceso a través de los sentidos, hay una unidad, una armonía escondida, algo que permanece, una estructura.

    Una somera revisión de los pensadores presocráticos

    Del pensamiento de los filósofos presocráticos no quedan muchas fuentes directas, y accedemos a él sobre todo gracias a las referencias de Aristóteles y Platón.

    Lo que hoy llamamos filósofos presocráticos fue un grupo de comerciantes ricos de la Magna Grecia (denominación que abarca las colonias que Grecia poseía en Asia Menor y en Italia) que tenían contacto con otras culturas y cuyo asombro por la naturaleza los condujo a transformarse en cosmólogos. Aristóteles, en el inicio de su libro Metafísica, enumera a los filósofos presocráticos y detalla sus doctrinas.

    A continuación haremos mención de los más destacados.

    Tales de Mileto y el agua como origen

    Tales de Mileto (c. 624 a. C., c. 546 a. C.) se formó estudiando astronomía y matemática con sacerdotes en Egipto. Dado que habría dicho que la Tierra es un madero que flota en el agua, se deduce que identificaba al arché con el agua, es decir, que la materia de la que están hechas las cosas sería algo fluido, capaz de cobrar formas más sólidas o más gaseosas, como ocurre durante los ciclos de esta sustancia en la naturaleza.

    Teniendo en cuenta que a la hora de nombrar el arché, algunos de sus seguidores se inclinaron más por el aire u otros elementos (incluso por lo infinito o lo indeterminado, el apeiron al que hacía referencia Anaximandro, quien además aportó la idea de que los seres humanos y otras especies descendemos de los peces) entendemos que, más allá de cuál fuera la manera de pensarlo, lo importante fue que sostuviera que había una sustancia básica de la cual están hechas todas las cosas, anticipándose al concepto de materia. Claramente, más importante que su respuesta, fue su pregunta por el fundamento.

    Heráclito de Éfeso: el logos del cambio

    Heráclito de Éfeso ( c. 540 a. C.– c. 480 a. C.) fue uno de los primeros escritores en prosa. Para él no hay un ser inmutable. Todo cambia permanentemente. Es muy conocida una de sus metáforas que sentenciaba: No te puedes bañar dos veces en el mismo río. Es que al volver, ni el río es el mismo ni nosotros lo somos. Decía también que la guerra, de todas las cosas es padre, de todas es rey, refiriéndose a la lucha de contrarios, de la cual surge una especie de justicia o equilibrio que podemos comparar con lo que llamamos ley natural.

    Heráclito también ha dejado otra frase célebre: El mundo no fue engendrado ni por los dioses ni por los hombres, sino que siempre fue, es y será fuego eternamente vivo, que se enciende con medida y se apaga con medida. De esta forma expresa que el mundo no fue creado, sino que es eterno. Que está hecho de fuego, es decir, de movimiento. Que ese movimiento es vida (pues el fuego respira, se alimenta, muere y renace) y que el cambio y la permanencia van juntos. Heráclito se percató de que las cosas cambian de manera cíclica. Notó los ciclos de las estaciones, y el ciclo repetitivo día – noche. Observó que el fuego del Sol se enciende cuando llega el día, o en la temporada calurosa, y se apaga al llegar la noche, o hacia el invierno. También vida y muerte cumplen un ciclo que hace que la vida vuelve a encenderse tras la muerte, en la descendencia.

    Sin embargo, fue más allá, porque observó que, si bien todo cambia, no lo hace de un modo caótico, sino que hay un orden, y ese orden es la razón de las cosas. Esto es lo que Heráclito llama el logos. Logos en griego significa palabra, ley, iluminación, razón. Por lo tanto, Heráclito no es partidario del cambio absoluto, sino que plantea un logos escondido invariable, que sólo será capaz de percibir –por detrás de la apariencia cambiante de las cosas– aquel que posea un entrenamiento de su pensamiento.

    Parménides de Elea: todo es uno

    Parménides fue un pensador cuyo período de vida se sospecha posterior al de Heráclito. Habría nacido entre el 530 y el 515 a. C. Escribió un poema de tipo mitológico. En él describe cómo un carro tirado por caballos lo guía hasta el palacio donde reside una diosa que le revela que todo es ilusión, tanto la complejidad como el cambio. Y que lo único que hay es el ser. Aparece así por primera vez el pensamiento más abstracto concebible. Para él ser y pensar son la misma cosa, no porque uno es mientras piensa, sino porque el único pensamiento verdadero es aquel que trata del ser, pues pensar en nada es no pensar. Las cosas pueden ser muy distintas entre sí pero lo común a todas es que ellas son (el ser de los entes). Plantea sus tres principios ontológicos: el primero es que el ser es, el segundo que el no ser no es y no es posible que el no ser, sea; y el tercero, o es, o no es.

    De esta forma, propone la estabilidad como arché, porque la multiplicidad y la contradicción son para él pura apariencia. Sostiene que sólo la filosofía podría hablar de este ser único, que es una esfera cerrada sobre sí misma. Incluso trata de probar sus características a través de razonamientos como el siguiente:

    El ser es único, porque si no, serían dos y uno de ellos sería, y el otro sería la negación del que sería, o sea, el segundo sería el no ser. Pero el no ser, como lo dice su nombre, no es, no existe. Por lo tanto solo puede haber un ser.

    Inventa así la primera forma de demostración matemática, la llamada demostración por el absurdo, que consiste en suponer lo contrario a lo que se quiere probar, llegando a una contradicción, y concluyendo entonces lo que se quería demostrar en primer lugar.

    Todo esto puede ser muy abstracto, pero si partimos del hecho de que la única propiedad de los entes que no conocemos a través de los sentidos es que todos son, así se trate de lo que es imaginario, como una sirena, o absurdo, como un círculo cuadrado, queda claro que sólo podemos considerar al ser como el objeto de un pensamiento basado en la razón y sin ayuda de los sentidos. Lo que descubre Parménides es entonces el fundamento de lo que llamamos hoy en día un saber formal, la lógica, capaz de hablar de todo en general y de nada en particular.

    Para Parménides habría un ser único y permanente, inmutable. Si fuera cambiante, pasaría a no ser, y el no ser no es, no existe. Parménides pensaba que el cambio no puede ocurrir, porque sería como pasar del ser al no ser y del no ser al ser. Y que el ser se convierta en nada y la nada en ser, es absurdo para el pensamiento racional. De la misma manera, no puede haber más ser en una parte del ser que en otra, pues si una de esas partes es, la otra debería no ser, y el no ser es nada, no existe. El ser es ingénito porque de lo contrario vendría del no ser. Es imperecedero, porque si pereciera daría lugar al no ser. Es, además, atemporal, pues si en él existiera una diferencia entre pasado, presente y futuro, una de esas dimensiones debería ser, y las otras ser algo distinto, pero, como vimos, lo único diferente del ser es el no ser. Vemos así que todas las propiedades del ser son las opuestas a las del mundo cotidiano que conocemos a través de los sentidos.

    Es por ello que Parménides diferenciaba un saber de episteme, aquel verdadero, dedicado al ser, fruto de un pensamiento puramente racional, de la doxa, que es un saber dirigido al mundo de las cosas cambiantes, algo así como una simple opinión sin fundamento.

    Empédocles: Filosofía del amor y el odio

    La vida de Empédocles transcurrió en un período indefinido en el siglo V a. C. Para él cada ente natural es de naturaleza porosa, y a la vez emana partículas que penetran los poros de los otros entes. Es de esta forma que tomamos conocimiento de las cosas: debido a las emanaciones de ellas que entran en los poros de nuestros órganos sensoriales.

    En vez de plantear un solo principio, habló de cuatro elementos: agua, aire, fuego y tierra. Cíclicamente, estos materiales, según prevalecieran la concordia (Eros) o la discordia (Tanatos), formaban una unidad caótica o se separaban unos de otros de manera radical. El Eros era para él la atracción entre los diferentes, y el Tánatos la atracción entre los semejantes. Cuando los diferentes se atraen, se forma una esfera en la que los elementos están mezclados entre sí de un modo homogéneo, como en el ser de Parménides. Para Empédocles, en la actualidad Eros y Tanatos están en equilibrio y por eso hay unidad y hay diferencia entre las cosas, es decir, un cosmos donde ni todo está confundido ni todo está disperso. En cuanto al origen de los seres vivientes, pensaba que en una época se formaron órganos separados que se unían al azar y sólo sobrevivieron las combinaciones viables. Se ha querido ver en esta idea un precedente de la teoría de la evolución. Se dice que era mago y adivino, y existe la leyenda de que murió al arrojarse en el interior del volcán Etna o por efecto de sus vapores venenosos.

    Pitágoras y la armonía numérica del mundo

    El primero que propuso aplicar la matemática (que comprende tanto la geometría como la aritmética) al estudio de la naturaleza, fue Pitágoras (569 a. C. – c. 475 a. C.). Además, fue el inventor de la palabra filosofía. Interrogado por un rey sobre su profesión, dijo que era filósofo, es decir, amigo o amante de la sabiduría, porque sólo los dioses son sabios, mientras que los hombres pueden aspirar a serlo sin lograrlo nunca, al menos en esta vida terrenal.

    Consideró que el logos, entendido como el cosmos, es decir, el todo, está formado por números. Pensó en los números de la aritmética de manera geométrica: así resultaba que, al disponer guijarros sobre un plano, el 3 era un triángulo y el 4 un cuadrado. A los números los consideraba entonces agrupaciones geométricas. Estableció distintos tipos de relaciones entre los números, entendiéndolas como parentescos o vínculos humanizados. Por ejemplo, hablaba de números amigos. Su ambición era que, a través de la comparación de magnitudes, se pudiera arribar a una magnitud mínima común a todas las cosas, de la cual estuvieran hechas, como si fuera un átomo, es decir, algo indivisible. Hasta entonces, la magnitud discreta y la continua estaban unificadas, no había oposición entre geometría y aritmética.

    Pero esto sólo fue sostenible hasta que el propio Pitágoras –o quizás alguno de sus discípulos–, descubrió la raíz cuadrada de 2, que resulta ser un número que no es división de otras dos magnitudes finitas ni infinitas. El descubrimiento de la raíz cuadrada de 2 deriva de aplicar su famosísimo Teorema (aquel que reza que en un triángulo rectángulo el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos) al caso en que los catetos del triángulo tengan una longitud de valor 1. En ese caso, el cuadrado de la hipotenusa es 12 + 12 = 2. Por lo tanto, la hipotenusa de un triángulo cuyos catetos miden una unidad (1) resulta ser la raíz cuadrada de 2. Este fue el gran descubrimiento de su escuela, el de la magnitud inconmensurable, es decir, un número real de cifras infinitas que no se repiten de modo periódico. Sin embargo, dicho descubrimiento generó una gran crisis en su planteo anterior, ya que desmiente que la geometría sea numerable, es decir, aritmética. De ahí que se mantuviera en secreto por muchos años, hasta que uno de los miembros de la escuela lo difundió, motivo por el cual, según dice una leyenda, fue castigado por los dioses.

    Para Pitágoras, toda armonía es numérica. Sostenía la existencia de una relación matemática entre las notas musicales. Encuentra que la división de una cuerda permite obtener las diferentes notas de la escala tónica. Descubre una armonía matemática en aquellas agrupaciones de sonidos que generan en nosotros una sensación de placer. Incluso daba por factible escuchar la armonía de las esferas celestes. Si hay un ritmo en el desplazamiento de los planetas en el firmamento, cada uno de ellos tendrá asociado un número, y ese número dará una nota musical determinada.

    Buscando el ordenamiento de las cosas llegó a realizar listas de opuestos, incluyendo impar–par, limitado–ilimitado y masculino–femenino.

    Acerca del mundo espiritual, creía en la existencia del alma y la concebía encerrada en el cuerpo. Para él, el cuerpo resultaba ser la tumba del alma (soma sema, juego de palabras en antiguo griego). Pensaba que hasta el alma estaba hecha de números, si bien estos eran de otra naturaleza que los que formaban el cuerpo. Hablaba de la transmigración del alma. Cuando el cuerpo moría, el alma se liberaba y después reencarnaba en otras criaturas. Él mismo decía recordar sus vidas pasadas. Se inclinó hacia sectas como el orfismo (culto a Orfeo) que, a través de ritos iniciáticos, permitían en esta vida conocer lo que es la existencia más allá de la muerte. Estas sectas constituían una de las formas de la religiosidad griega, aunque estaban reservadas para unos pocos. Recordemos que en el mito de Orfeo, éste tiene acceso al mundo de ultratumba y lo conoce en vida, aunque su intento de recuperar a su amada fallecida haya fracasado.

    Más allá de estos aportes positivos, su escuela de pensamiento dio origen a una forma de dogmatismo, pues al atribuir a Pitágoras un carácter casi divino, cada vez que se le solicitaba a uno de sus discípulos una justificación para sus afirmaciones, contestaba simplemente magister dixit (lo dijo el maestro, o ipse dixit, lo dijo él mismo, en la traducción latina de una expresión griega que según Cicerón era recurrente entre los pitagóricos cuando Grecia ya estaba bajo dominio del Imperio Romano).

    Zenón de Elea y la irracionalidad del cambio

    De Zenón de Elea (c. 490– 430 a. C.) nos han llegado sus famosas paradojas. La más conocida es la de Aquiles y la tortuga. Si Aquiles corre tras la tortuga y le deja 10 metros de ventaja, cuando Aquiles recorra esos 10 metros, la tortuga habrá recorrido 1 metro, cuando Aquiles recorra ese metro, la tortuga habrá recorrido 1 centímetro, y así hasta el infinito, con lo cual Aquiles nunca alcanzará a la tortuga.

    Otra es la paradoja de la flecha. Si una flecha, una vez disparada, en un momento determinado está en un lugar del espacio y en el momento siguiente está en otro lugar del espacio, en realidad no se mueve, porque es absurdo sostener que el movimiento es una suma de quietudes. ¿Cómo puede haber desplazamiento si en cada momento la flecha está quieta en el lugar en el que se encuentra? Tenemos que suponer que se mueve sin moverse, poniendo en duda así la existencia del movimiento.

    En estas paradojas la razón entra en conflicto con el cambio, por lo cual Zenon está sugiriendo que la realidad es unidad y permanencia y que la única manera de conocerla es a través de la razón y no de los sentidos. Así le dio una exposición más vívida a la doctrina de Parménides. Con su paradoja de Aquiles y la tortuga, que en su versión más simple involucra a un solo corredor que, para llegar a la meta, antes debe pasar por la mitad del recorrido, y antes por la mitad de la mitad, y así hasta el infinito, Zenón hizo reflexionar a los matemáticos acerca de las sumas infinitas y su carácter convergente (es decir, si es posible, contra todo sentido común, que una suma de infinitos términos dé un resultado finito en algunos casos).

    Demócrito y Anaxágoras y el concepto de átomo

    La filosofía de Demócrito (460 a. C. – 370 a. C.) surge como intento de síntesis entre el cambio de Heráclito y la permanencia de Parménides. Desarrolló la idea de átomo. Tomó el concepto de ser de Parménides y lo dividió en pequeños elementos, que definió como partes que no se pueden dividir (a–tomo significa in–divisible). Para él, cuando un objeto sufre transformaciones, las partículas que lo forman, sin embargo, permanecen siempre las mismas, pasando de una cosa a otra, moviéndose en el vacío (que es su modo de entender la existencia del no ser, algo inconcebible para Parménides).

    Planteó un mundo infinito. Para explicar la creación no habla de los dioses, sino de torbellinos de átomos que se agrupan y separan repetida y sucesivamente y así se van generando y destruyendo todas las cosas. Esos átomos deben tener pequeños ganchos que les permiten permanecer unidos durante un tiempo, hasta que algún golpe de unos contra otros los terminan separando.

    También se suele incluir a Anaxágoras (500 a. C. – 428 a.C) como uno de los fundadores de la teoría atomista. Sin embargo, su filosofía era claramente diferente a la de Demócrito. Si bien él pensaba que las cosas estaban compuestas de pequeñas partes a las que llamaba semillas u homeomerías, entendía que se trataba de átomos con las mismas cualidades que las de las cosas que ellos integraban. Pensaba que había homeomerías de unas sustancias en las otras, y que la apariencia general diferente entre las cosas visibles se debía a una distinta proporción entre los átomos cualitativos de los que estaban compuestas, y cuya diversidad era para él infinita. Demócrito, en cambio, pensaba que los átomos sólo eran distintos en forma, tamaño y disposición en el espacio, careciendo de otro tipo de cualidades. Es por ello que Aristóteles, al comienzo de su Metafísica, los compara con las letras, que generan palabras diferentes según su enlace y disposición en el espacio. Además, mientras que Anaxágoras pensaba que existía una inteligencia o Nous que penetraba en los poros de algunos entes dotándolos de vida, funcionando como otra clase de sustancia distinta a la de las homeomerías, para Demócrito el alma estaba hecha de átomos lo mismo que el cuerpo, sólo que los concebía como esféricos y por lo tanto menos enganchados entre sí que aquellos que forman los objetos más sólidos y consistentes.

    Los Sofistas: un mundo de apariencias

    En el siglo V a. C., el centro del desarrollo cultural pasa a estar en la Grecia Continental (fundamentalmente en Atenas). Los pueblos griegos eran Ciudades–Estado en guerra que se unieron frente al enemigo común: Persia. Pericles derrotó a los persas y convirtió a Atenas en una Ciudad Luz, a la cual invitó a filósofos, arquitectos y artistas. A partir de la Constitución Ateniense para la promulgación de nuevas leyes, comenzada por Demóstenes, se desarrolló la democracia. Los barrios (demos) de Atenas, que antes combatían entre sí en guerras civiles, llegaron a acuerdos. Entre los hombres libres con profesiones liberales (artesanos, comerciantes, agricultores) se sorteaba a un representante por barrio y todos se reunían en el ágora (la plaza central). Allí presentaban los proyectos de ley frente al Senado y éste votaba cuáles leyes se establecían y cuáles no. Todos los ciudadanos debían entrenarse para defender sus proyectos con argumentos racionales.

    En este contexto político, y con la desaprobación de los atenienses, aparecieron filósofos exiliados de las colonias que iban de ciudad en ciudad vendiendo su conocimiento por grandes sumas y ganando fama. Eran los sofistas (sabios), que entrenaban a las personas en la oratoria, en la habilidad de generar la impresión de que las ideas expuestas son las correctas y que los intereses que se defienden en el discurso se identifican con los del pueblo. Les enseñaban a los políticos a embellecer su discurso para que tuvieran más posibilidades de persuadir, por más que estuvieran equivocados. Para los sofistas la justicia y la verdad no existen, lo que importa es que los dichos de los políticos parezcan justos y verdaderos.

    Ayudaron al desarrollo de la lógica, de la argumentación y de la oratoria. Y son a la vez los creadores del relativismo, porque muestran cómo se puede defender tanto una tesis como la contraria, siempre que se evite la intención de llegar a una verdad absoluta.

    Así, Gorgias (c. 460 a.C. – 380 a.C.) logra hacer un convincente elogio de Helena, quien fuera causante de la guerra de Troya, colocándola al nivel de una gran heroína trágica, una víctima de su propia belleza. Utilizando el método de demostración de Parménides sostuvo que nada existe, que si algo existe no puede conocerse, y si puede conocerse, ese conocimiento es incomunicable.

    Por ejemplo, si algo existiera, tendría principio, medio y fin. Pero si el principio es, el medio y el fin son distintos y por lo tanto son lo que no es. De la misma manera, si el medio es, el principio y el fin no son. Y si el fin es, los otros dos no son. Al no poder ser una cosa principio, medio y fin a la vez, entonces nada existe.

    Pero si algo existe, no puede conocerse, pues conocer algo sería poseer su ser y no una imagen suya, que es lo único que podemos obtener de las cosas.

    Y aunque pudiéramos conocerlas, solo podemos comunicar ese conocimiento mediante palabras que no son las cosas que conocemos.

    Protágoras (c. 485 a. C.–c. 411 a. C) fue uno de los sofistas más reconocidos. Afirmaba ideas como: Las cosas son como a cada uno le parecen; El hombre es la medida de todas las cosas , de lo que es en tanto es, y de lo que no es en tanto no es. Con eso indicaba que la medida, como Heráclito la entendía, como criterio de lo que es real, depende del punto de vista de cada persona. Era tan bueno en su enseñanza, que un discípulo aprovechó sus argumentos retóricos para no pagarle las lecciones que le había impartido. Ocurre que este prometió abonar sus servicios cuando ganara su primer caso como abogado, pero nunca hizo una presentación ante un tribunal. Fue así que Protágoras lo llevó a juicio, y se dio por victorioso al alegar lo siguiente: si pierdes el juicio, debes pagarme pues así lo quiere el tribunal, y si ganas, también debes hacerlo, pues prometiste pagarme al ganar tu primer juicio. A ello, su discípulo replicó: al contrario, si gano no debo pagarte, porque el tribunal me ha dado la razón, y si pierdo, tampoco debo hacerlo, pues prometí pagar al ganar mi primer juicio. Esto demuestra que la retórica, al relativizar todo, permite argumentar tanto a favor como en contra de cualquier tesis, como el propio Protágoras lo sostenía, lo cual puede llevar a un callejón sin salida si ambas partes en litigio tienen razones igualmente fuertes para defenderse.

    Los sofistas gustaban de las paradojas que ponían en duda la capacidad del razonamiento para conducir a una verdad segura. Es conocida la paradoja del barbero, a la cual haremos referencia en el capítulo dedicado a la obra de Alain Badiou. Pero otras igualmente célebres son la de Epiménides, quien afirmó que todos los cretenses son mentirosos, siendo él mismo cretense, con lo cual, si su afirmación es verdadera, es falsa, y si es falsa, es verdadera. O la paradoja del cornudo: tienes cuernos, pues uno tiene lo que no ha perdido, y tú no perdiste tus cuernos. O la del montón: cuántas piedras debo quitar a un montón de piedras para que dejen de ser un montón de piedras, similar a la del calvo: cuantos cabellos debo perder para que me consideren calvo. En todos los casos muestran ciertos problemas de ambigüedad y autorreferencia que han dado qué pensar a generaciones de filósofos, y se discuten hasta el día de hoy.

    Legado del pensamiento presocrático griego

    Del grupo de cosmólogos dedicados al estudio de la naturaleza nos han llegado pocos textos, pero sin duda son de tanta riqueza que cada uno merecería un capítulo aparte.

    En conjunto, lo más rescatable es que en el trabajo de estos pioneros ya se encuentra la formulación de muchas de las ideas con que la ciencia se va a manejar y que va a desarrollar en la modernidad.

    Nos han legado la idea de ley natural, con el logos de Heráclito, que implica que no existen milagros, sino un orden cíclico y repetitivo. Asociada con ésta, la convicción de que pueden formularse leyes prácticas y lógicas para el pensamiento (como la de identidad y la de contradicción), que sirven como métodos para probar hipótesis, como en la obra de Parménides.

    Otra idea central es la del arché, el fundamento detrás de las apariencias cambiantes, concepción según la cual los dioses y sus caprichos tan humanos pasan a un plano secundario.

    En cuanto a los aportes de Pitágoras, una idea que resultará fundamental para las ciencias duras, es la de número, que se va a utilizar en la teoría de Galileo Galilei según la cual las leyes de la naturaleza están escritas en caracteres matemáticos; mientras que su visión del cosmos será la base de la de astrónomos que plantearon un fuego central alrededor del cual giraría la Tierra, es decir, una concepción que anticipa la visión heliocéntrica (defendida por Aristarco en la Antigüedad y por Copérnico en el Renacimiento).

    Y no puede obviarse la trascendencia del concepto de átomo de Demócrito.

    En definitiva, han orientado la función de la filosofía de ahí en más, que comprenderá la búsqueda del ser, de lo permanente, y el señalamiento de la oposición entre apariencia y realidad, es decir, entre opinión (doxa) y saber racionalmente fundamentado (episteme).

    En cuanto a los sofistas, obligaron a pensar las relaciones entre las palabras y las cosas, y pusieron en duda la confianza que los presocráticos tenían en la razón argumentativa como camino seguro hacia la verdad.

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    CAPÍTULO 2. SÓCRÁTES

    Quién fue

    En la filosofía se establece un antes y un después

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