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El escuadrón de los Alanos
El escuadrón de los Alanos
El escuadrón de los Alanos
Libro electrónico302 páginas4 horas

El escuadrón de los Alanos

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Información de este libro electrónico

Un grupo de amigos decide alistarse en el Tercio Viejo de Sicilia para ir a combatir a Flandes. Antes de partir, tienen un percance con un esbirro de la inquisición, algo que les perseguirá para siempre.
Los protagonistas de esta novela interactúan en hechos históricos muy relevantes para la historia de España y Europa: el primer Sitio de Viena, la batalla de San Quintín y la batalla de las Gravelinas, en la que se derrotó al rey francés.
El Escuadrón de los Alanos es la primera parte de una trilogía en la que se habla de las aventuras y desventuras de un soldado español en Flandes y de su historia tras unirse al Tercio en su amada Cuenca para luchar contra el ejército francés.
Cada soldado tiene una historia, esta es la de Miguel Lobero y su escuadrón.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 feb 2024
ISBN9788410680579
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    El escuadrón de los Alanos - Miguel Ángel Santamaría Megía

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Miguel Ángel Santamaría Megía

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1068-057-9

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Los beneficios económicos generados de esta primera edición impresa serán donados a la asociación benéfica Bikers por la ela, de la cual soy miembro, para que sigan realizando su extraordinaria labor con los afectados por esta terrible enfermedad.

    ¡¡Estamos luchando con el alma!!

    Prólogo

    El escuadrón de los alanos

    Bienvenidos, mis buenas gentes, al comienzo de una historia que os hará verlo todo de otra manera.

    Bienvenidos al comienzo de una historia en la que conoceréis a un soldado que ofreció su vida para luchar por su patria junto a sus amigos y su familia.

    Bienvenidos al comienzo de la vida literaria de Miguel Ángel Santamaría Megía, un escritor que, al igual que una servidora, no tiene el apoyo necesario para que alguien se dé la vuelta cuando escucha su nombre. Pero no importa, porque el alma de un escriba trabaja sin descanso hasta que ve plasmada en papel la historia que lleva guardada en su corazón.

    Y Miguel Ángel ha hecho eso precisamente. Sin considerarse escritor como tal, ha realizado esta magnífica obra hilando una historia que estaremos encantados de leer con hechos históricos reales que te harán querer investigar todos los acontecimientos que aquí se escriben.

    Tuve el privilegio de ser una de las primeras personas en echar un ojo a estas páginas y, como buena lectora, tengo mis frases favoritas, escenas favoritas y personajes favoritos, porque aunque Miguel Ángel no se considere escritor, causa el mismo efecto leer su libro que cualquier otro best seller: emoción, intriga, angustia y alegría, todo a partes iguales.

    También me ha concedido el honor de ser quien incentive al lector a querer seguir conociendo la historia que se esconde en la página de al lado. Os animo fervientemente a hacerlo; a pasar esta página y comenzar a leer el primer capítulo para encontraros inmersos en una historia que no os dejará escapar hasta que conozcáis su final. Os animo a leer esta historia que os ayudará a conocer mejor a la persona que la ha escrito; un hombre valiente, amigable, divertido y pensativo; un hombre que, con solo estar en su compañía, te hace feliz…; un caballero.

    Y sin más, os dejo paso a la primera parte de esta novela.

    Bienvenidos una vez más y gracias por formar parte del escuadrón de los alanos.

    Mónica Villarejo Marín

    Nota informativa para el lector

    Considero de gran importancia y utilidad, para que el lector se pueda zambullir de lleno en el interior de estas páginas, dar unas explicaciones sobre las acciones que se desarrollan en la novela. Algunas son ficticias; otras, en cambio, han sido vivencias reales que he vivido en mi día a día, unas en mi vida cotidiana y otras vividas a lo largo de mi vida profesional, y las cuales he adaptado a la novela en sí y a los hechos históricos que en esta obra se mencionan. Algunos personajes de esta novela son ficticios, pero basados en personas que he conocido a lo largo de mi vida, en diferentes lugares, en diferentes situaciones, con los que ya no tengo relación alguna o con los que convivo a diario; ellos saben quiénes son y el papel que desempeñan en mi vida real; a todos ellos, gracias por servirme de inspiración. Pero hay también personajes históricos a los que hago mención en la obra, como Solimán el Magnífico, el rey Carlos I de España, el rey Felipe II de España, el duque de Saboya Manuel Filiberto; el condestable de Francia, Anne de Montmorency; el duque de Nevers, Louis IV; el conde Lamoral de Egmont, el cual actúa como personaje en estas páginas; y el personaje histórico que es protagonista a la par que los ficticios de esta novela, es un paisano mío de Cuenca, Julián Romero de Ibarrola, un militar que empezó en Tercio Viejo de Sicilia como mozo de tambor y llegó a ser maestre de campo, nada menos. Fue un militar comparable a Blas de Lezo, el Mediohombre, al menos, a mi parecer en cuanto a arrojo en el combate. De hecho, los dos sufrieron exactamente las mismas mutilaciones en acciones de guerra: una pierna, un brazo y un ojo; bien Julián Romero tiene el mismo derecho a ostentar ese apodo. Recomiendo a los lectores que busquen información en cualquier fuente que tengan a mano sobre estos personajes de la historia para tomar constancia del momento histórico y las circunstancias que se vivían en España y en Europa durante la época en que está ambientada la novela, la primera de una trilogía. A continuación, también les dejo a los lectores unas pinceladas del personaje en el que está inspirado su título, el perro alano.

    Cuenta la leyenda que este perro llegó a la península ibérica en el siglo IV d. C., con la invasión de los pueblos bárbaros, a la caída del Imperio romano por el pueblo alano, quienes lo usaban para el pastoreo de ganado vacuno, para guarda y defensa.

    Se trata de un perro de tamaño medio-grande, tipo lebrel de presa, con un cráneo grande y poderoso. Su pelaje es corto y grueso, normalmente atigrado, rojo o negro, atigrado y negro, pinto o berrendo. La cara puede tener una máscara negra. El hocico es corto, chato, con la mandíbula inferior algo cóncava, nariz ancha y grande de color negro. Sus orejas son de inserción alta y suelen caer. La piel es muy gruesa.

    Es un animal eminentemente funcional, gran corredor, dotado de gran agilidad, velocidad y resistencia, con movimientos elásticos que recuerdan a los de un felino.

    Según referencias escritas de la mano de Gonzalo de Berceo en 1247, otras mucho más completas del rey don Alfonso XI el Justiciero en su obra Tratado de la montería en 1347 y otras referencias durante el descubrimiento de América de fray Bernardino de Sahagún y de Bartolomé Colón no dejan duda de su funcionalidad para la guerra y la caza tras quedar demostradas sus inmejorables cualidades psicofísicas como la robustez, valentía y lealtad. Otras menciones a tener en cuenta son del fraile Francisco Tamayo en 1603.

    Siendo un lebrel de presa con una potentísima mordida, capaz de frenar a un jabalí del doble de tamaño o más con su agarre, deja clara su importancia en la actividad cinegética en su modalidad de la montería; así como tumbar a un toro bravo entre solo tres alanos en su uso ganadero. En la guerra, se empleó como en la antigüedad hicieran las legiones romanas con el Canis pugnax, un perro no muy distinto del alano español, de características y funcionalidades bastante similares a priori.

    Entre los perros alanos célebres se encuentra Becerrillo, de color bermellón, gran tamaño y una inteligencia reseñable, cuyo amo fue Ponce de León. En la guerra contra los indios caribes, el perro era capaz de reconocer a los indios pacíficos, a los que no causaba daño alguno, mientras que con los hostiles causaba estragos por su fiereza. Cayó muerto en combate alcanzado por una flecha envenenada. Otro mítico alano fue Leoncico, hijo de Becerrillo; este perro acompañó a su amo Núñez de Balboa en un gran número de batallas. Debido a los cronistas españoles de la época, se extendió la leyenda de que a Leoncico se le habían quedado los dientes teñidos de rojo por la sangre de todos los indios que había atacado y de que tenía el sueldo de un ballestero.

    Por supuesto, quiero dejar claro que los soldados españoles que luchaban en el nuevo mundo lo hacían para liberar tribus de nativos que eran tratados como esclavos y alimento; repito, literalmente, alimento, pues eran tribus que practicaban el canibalismo y se pusieron bajo el auxilio y la protección de la corona de Castilla, cuya reina, la más grande de todo el orbe y de todos los tiempos hasta hoy, Isabel I la Católica, dictó mediante real cédula de 16 de abril de 1495 lo que fue el primer tratado de derechos humanos de la historia, en el que se prohibía esclavizar a los indios o hacerles daño alguno, quedando protegidos por la corona de Castilla como otro súbdito suyo más.

    Quiero dar al lector con esta información la oportunidad de identificar a este perro, de hacerse una idea más precisa y una mejor imagen mental. Tal vez sea ya esto obra de mi deseo propio, subjetivo, en el que veo las características y funcionalidades de este perro de raza autóctona española un símil en las cualidades y virtudes de nuestro pueblo. Gente brava, esforzada, trabajadora y leal; al menos, antes lo fuimos, si no, no hubiéramos sido el Imperio más grande del mundo.

    También aprovecho esta nota para pedirle al lector que, antes de creer a pies juntillas en leyendas negras escritas por intereses extranjeros, que lea en cualquier fuente de información nombres como el de Isabel Zendal, Blas de Lezo, Gonzalo Fernández de Córdoba, Juan Sebastián Elcano, Hernán Cortés, Pizarro, Álvarez de Toledo duque de Alba, Alejandro de Farnesio… Me faltarían hojas y horas para escribir los nombres de todos los españoles que agrandaron y mejoraron el mundo; y sabed que nosotros no conquistamos América, allí España nunca tuvo colonias, tuvimos virreinatos, hicimos ciudades nuevas, con universidades, catedrales, mercados, vías de comunicación, hospitales… Simplemente, aquello también fue España y el oro se quedó allí; no hay mejor prueba que, donde solo había desiertos y junglas, los españoles levantamos impresionantes y magníficas ciudades, mejores que las de la propia España.

    He tenido el honor y el privilegio de poder servir en el extranjero. He visto en primera persona escenas que nunca se borrarán de mis retinas y que ojalá nunca se vean en la calles de nuestras ciudades. He podido sentir en mi corazón el respeto, el reconocimiento y la admiración que se nos profesa en el mundo. Cualquier militar de otro país que estuviese en el mismo contingente respiraba aliviado cuando sabía que nos tenía a los españoles como vecinos en su sector; ver esa bandera roja y gualda en la manga izquierda del uniforme de los que están al lado era garantía de que por allí nadie iba a llegar a tocarte las narices. Lo mismo pasaba con la población civil oriunda de los poblados y ciudades en los que hacíamos servicio. Al principio, se mostraban recelosos ante nuevos hombres cargados de armas —nada reprochable después de lo que habían sufrido—, pero, al poco tiempo, su recelo daba paso a conformidad, tranquilidad y, después, a amistad y confraternidad. Hasta hubo compañeros míos que se casaron con mujeres de allí. Siempre nos abrimos paso en los corazones de las gentes; somos así. Asimismo, cuando nos miraban a los ojos y veían nuestra alma, no podían evitar que sus corazones se amilanaran ante semejante raza. El mundo aún recuerda quiénes fuimos, recuerda que llevamos un alano dentro; solo les pido que no lo olvidemos nosotros y que nunca nos avergoncemos de haber hecho de este mundo un lugar más grande y mejor; que sigamos esforzándonos cada día en sacar nuestra mejor versión y ser fieles reflejos de los que nos marcaron el camino, alejándonos de las debilidades que nos ofrece la sociedad actual, carente de los valores que nos hicieron ser, simplemente, los mejores.

    Muchas gracias por darme esta oportunidad al tener este libro entre sus manos y deseo de todo corazón que disfruten de su lectura.

    Introducción

    Corría el año de nuestro Señor de 1554 y reinaba en España el emperador Carlos I. Lo que vengo a relatar tiene comienzo en la ciudad de Cuenca, un lugar que empezaba a prosperar principalmente por haber mejorado el comercio en lo relativo a la fabricación de paños de alta calidad. También es interesante hacer constar, para conocimiento de vuestras mercedes, que Cuenca era una de las cuatro ciudades de España que contaba con alcaldía de la Mesta, junto a las ciudades de Soria, Segovia y León. La Mesta era una poderosa organización ganadera creada por el rey Alfonso X el Sabio y dotada por los Reyes Católicos en 1492 de unas ordenanzas que regularían su funcionamiento en lo sucesivo. Además, la ciudad de Cuenca contaba con unos molinos con autorización real para la fabricación de papel, ya que este preciado material solo podía fabricarse bajo venia del rey, como también se ha de mencionar que la ciudad disponía de una ceca para acuñar monedas, cosa que tampoco es baladí. Debido a estos elementos que he enumerado a vuestras mercedes, no era de extrañar que la prosperidad se abriera camino con mayor facilidad que en otros lugares que no contaban con los mismos servicios ni con las mismas licencias reales, influyendo a que llegaran a asentarse varias órdenes religiosas muy importantes, como jesuitas, trinitarios, franciscanos, dominicos…, con lo que se fue creando un estamento eclesiástico a tener en cuenta. Claro, y para meter tanto fraile y tanta monja hubo que construir conventos, lo que llevo a organizar gremios de constructores, artesanos para los trabajos de la rejería, bordados, curtidores de cuero, imprenta de libros, artesanos, escultores para las imágenes de los santos y demás figuras bíblicas, ebanistas para los retablos de las iglesias, etc., etc.; en fin, la ciudad había ido creciendo y, para esas fechas, llegaba casi a tener 15 000 almas censadas. Era una ciudad con mucho tránsito de viajeros que se habían movido por muchas y diferentes partes del Imperio y fuera de él; gentes que en sus viajes iban adquiriendo conocimientos y novedosas técnicas en lo referente a oficios, agricultura, infraestructuras como la creación de canales, puentes, pozos y demás campos. De todo esto solían tomar buena nota los frailes en sus libros, dejando constancia de toda explicación detalladamente, lo cual resultaba harto beneficioso para enseñar a aquellas personas que no habíamos visto más allá de donde juntan el río Chillarón por un lado y el río Mariana por otro con el Júcar.

    ¡¡Pardiez!! Les ruego a vuestras mercedes me disculpen por no haberme presentado, mas no viene a cuento hoy mi nombre, pero esta historia que hoy les cuento es la de unos amigos, los cuales, aconsejados de no hacerlo, tomaron el sacrificado oficio de las armas bajo los estandartes de la Monarquía Hispánica por Europa; que, como la de otros muchos, en buena o mala fortuna, sin pedir ni rehusar, con la cabeza llena de pájaros, el corazón lleno de pasión y el alma con ansias de alcanzar sueños, se alistaron a los Tercios de infantería española siendo poco más que niños, como cuenta el cantar de gesta del Mío Cid: «Esta es la historia de unos caballeros que en buena hora nacieron y en buena ciñeron espadas».

    Capítulo I

    El reencuentro de los veteranos

    Eran las cuatro de la tarde de un día de primeros de marzo. Miguel estaba preparando las herraduras en la fragua de la herrería, la cual era el negocio familiar, junto a unos establos. Los hierros eran para otro caballo más que tenía a medio herrar. Era un caballo fuera de lo común, un gran ejemplar de caballo español de los que se usan para la guerra, pero él no estaba en la herrería cuando llevaron los caballos y, por lo tanto, no conocía a los dueños de tan extraordinarios ejemplares. Le dijeron en la taberna de Belén que habían llegado a Cuenca un grupo de militares desde Flandes a pasar un tiempo de permiso, porque uno de ellos era de Huélamo, un pueblo no muy lejos de la ciudad.

    Miguel sujetaba una herradura que había sacado del fuego, al rojo vivo, con unas tenazas, disponiéndose a hacerle los agujeros de las claveras con un punzón en el nido de golondrina del yunque. Era una operación en la que no se podía entretener, pues si baja demasiado la temperatura del metal, este se endurece y es mucho más difícil atravesarlo con la herramienta.

    —Miguel, presta especial interés en el herraje de este caballo; es de un viejo amigo mío —le dijo su padre.

    —Como con todos, padre. Los caballos tienen que ir todos cómodos con sus herraduras, sin hacer distinción en el buen trabajo del herrador, independientemente de quién ponga el trasero en el lomo del animal, ya sea noble o plebeyo, así me lo ha enseñado usted siempre.

    —Sí, pero yo sé por qué lo digo. Esmérate todo lo que puedas, que vea mi amigo lo buen herrador que eres.

    —Así haré, padre, usted tranquilo que verá cómo queda del agrado de su amigo.

    Cuando terminó de herrar al caballo, lo llevó a la cuadra que tenía el negocio familiar, justo al lado de la herrería. Dejó al recién herrado y cogió otro al que había que cambiar las herraduras. Cuando Miguel se disponía a entrar a la herrería, con el nuevo caballo que traía del diestro, para seguir con la tarea, se encontró con la escena de su padre hablando con ese viejo amigo de tú a tú, dejando bien claro que se conocían desde hacía mucho tiempo. Miguel veía cómo la mirada de su padre sobre ese hombre era de desacuerdo y sus gestos de desaprobación a las explicaciones que parecía hacerle Julián Lobero, el padre de Miguel. Este seguía manteniéndose en la distancia, al margen de aquella conversación, esperando en la puerta y oculto a la vista de los dos hombres mayores, cuyo encuentro se iba subiendo de tono. Justo en ese momento, llegó a la herrería como por providencia divina el padre José Luis.

    — ¿Qué tal, hijo, qué haces aquí plantado como un pasmarote? —preguntó el fraile.

    —Buenas tardes, padre José Luis, pues aquí, trabajando, como siempre —explicó Miguel mientras señalaba a la pareja que había dentro de la herrería—. Mi padre tiene visita —añadió el joven.

    Entró el fraile y los dos dejaron de facto la discusión. El visitante y el fraile se abrazaron como dos osos, dándose palmadas en la espalda y profiriéndose curiosos «piropos» al mismo tiempo.

    —¡Dios mío, que me aspen, Julián Romero! ¡Qué viejo estás, hideputa! ¿Cómo es que aún estás vivo? —le preguntaba el franciscano mientras abrazaba al visitante.

    —Yo también me alegro de verte, ¡fraile barrigón, pareces una verraca a punto de parir! —le soltó el capitán Romero.

    — ¡Joder, y ya con el empleo de capitán…! Pero si ni sabes leer ni escribir ni contar…, ¿a quién le has comido la verga, viejo zorro?

    —Ya ves, fraile, y tú con hábito, ¿quién lo iba a decir de ti? Te revolcabas con todas las meretrices que se te presentaban delante; eras el más putero del Tercio —respondió Romero tieso de risa.

    —No, yo no, ese era Aguarón, el de Huete, ¿os acordáis de él? Al pobre le vaciaron el mondongo en aquella encamisada… Pobre hideputa… —apostilló el clérigo.

    —Sí, pobre hideputa, como tantos otros que hemos perdido en tantos sitios…No hay palmo de tierra sin una tumba española —apuntó Julián Lobero.

    Hasta ese momento en el que habló Lobero, el fraile no se había percatado del mal ánimo que tenía su amigo en el cuerpo. Fue entonces cuando propuso ir a la taberna de Belén a despachar unos azumbres de vino.

    —Señores soldados, si les place a vuestras mercedes, podríamos ir a que Belén nos abreve con unos vinos y así me ilustre el capitán con el motivo por el que nos dignifica con su visita.

    — ¿Belén, la mujer de Andújar? Joder, pues claro que sí, así le pegaré una hostia a ese pedazo de bastardo de Vara del Rey. ¿Os acordáis cuando casi me vuela la cabeza con un tiro de arcabuz? Eso sí, me salvó la vida muchas veces, a mí y a vosotros también.

    Los tres estallaron en risas recordando aquello. Resulta que al bueno de Javier Andújar se le olvidó apagar la mecha del arcabuz después de aguantar varias cargas del enemigo en su trinchera, acompañado de Julián Romero, Lobero y José Luis, y cuando la cosa se relajó, dejó el arcabuz apoyado en la pared. Acto seguido, cogió un jarro de vino y se lo tragó de golpe, dejándose caer de espaldas contra la pared y golpeando accidentalmente el arma que estaba cebada y con la mecha encendida. Esta se disparó al lado de la cara de Romero, dejándole el rostro negro por la pólvora y el chambergo de ala ancha con el ala un poco más estrecha.

    —Me temo que eso no va a poder ser, camarada. Andújar falleció poco después del verano pasado —le dijo Julián Lobero a su tocayo.

    —Así es, enfermó en primavera y fue todo a peor hasta que se lo llevó el Señor. Su mujer luchó junto él a brazo partido como una fiera, día tras día y noche tras noche, hasta que el pobre no pudo más, pero ella no lo abandonó ni un momento; ella hubiera sido mejor soldado que cualquiera de nosotros —explicó el padre José Luis.

    El capitán Romero mostró un gesto en su rostro de sorpresa y pena a la vez.

    —Ya lo siento, ¡pardiez, me cago en la pena negra! En fin, ponte con quien lo manda. Vamos a ver a Belén, quiero darle un abrazo y transmitirle mis condolencias.

    Cuando Miguel vio que los tres viejos amigos se disponían a salir de la herrería, entró en ella haciéndose el remolón, como si no hubiera estado escuchando al otro lado de la puerta y saludando al hombre que no conocía.

    —Buenas tardes, señor.

    — ¡Cojones, tocayo, es tu viva imagen hace veinte años atrás, igual que tú y tu hermano Vicente! ¿Qué tal estás, rapaz? Soy Julián Romero de Ibarrola, viejo amigo de tu padre, de tu tío y del fraile, me alegro mucho de conocerte.

    El capitán Romero se dio cuenta de cómo Miguel miraba el distintivo de los Tercios que llevaba cosido al pecho del jubón, un aspa de Borgoña. Su padre también se dio cuenta y le pegó una voz.

    — ¡Venga, que aún tienes trabajo por hacer! Aún te faltan por herrar tres caballos más que tienen que estar listos para mañana a primera hora.

    —Voy, padre, no se preocupe, los tendré hechos.

    —Nos volveremos a ver, Miguel —dijo el capitán. El padre del chico miró a su tocayo como un lobo que protege a las crías de su manada… Ese gesto le heló la sangre al chaval.

    —Muy bien, Miguel —añadió el fraile—, mañana vendré a verte y comentamos unas novelas y otros escritos que me han traído unos frailes que han venido de viaje de otros conventos y han llegado al mío; me han dicho que tienen un libro del emperador Trajano. ¿De acuerdo, chaval?

    —Con mucho gusto, padre José Luis, me encanta ese personaje histórico. Vayan ustedes con Dios.

    —Con Él te dejamos, hijo.

    De camino a la taberna de Belén, bajando del castillo y cruzando el arco Bezudo hacia el barrio de San Miguel frente a la catedral, el franciscano le iba comentando a su amigo el capitán:

    —Romero, tú no sabes qué buen crío es Miguel. Sabe leer y escribir, matemáticas, francés y latín; a eso le enseñé yo, pero aquí el serio de tu tocayo a la vez le enseñó a manejar la espada y la daga, el arcabuz y las pistolas como una parte más de su anatomía. Pero en lo que más destaca es en el manejo de los caballos; los doma tanto para la monta como para el tiro de carros. Todo aquel que tiene problemas con la doma de sus caballos se los deja a Miguel durante el tiempo necesario para corregirlos de sus vicios y malas querencias; además, es un herrador extraordinario.

    — ¡No es más que

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