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Acompañar y ser acompañado: Campo de juego
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Acompañar y ser acompañado: Campo de juego
Libro electrónico559 páginas6 horas

Acompañar y ser acompañado: Campo de juego

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¿Qué es para ti acompañar? ¿En qué facetas de tu vida acompañas? ¿Solo en la personal, solo en la profesional…? ¿Qué necesitas para hacerlo mejor? ¿Te acompañas a ti mismo? Y a ti, ¿quién te acompaña? ¿Qué relación mantienes contigo, con el otro y con tus grupos?
Queremos que participes de forma activa en este viaje, en el que descubrirás que acompañar es la misión de toda persona, pero no solo a nivel profesional. Estamos hechos para acompañar, para ponernos en juego, para cambiar la manera de mirar la realidad, de escuchar y escucharnos, de enfrentarnos a la vida. Tienes en tus manos una respuesta a todas estas preguntas y a muchas otras que te iremos planteando por el camino. Porque hay un método para alcanzar el verdadero acompañamiento: tú. ¿Quieres ponerte en juego?
IdiomaEspañol
EditorialEditorial UFV
Fecha de lanzamiento23 nov 2023
ISBN9788410083042
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    Acompañar y ser acompañado - Sonia González Iglesias

    tierra

    Nuestra

    misión,

    acompañar

    01. El campo de juego del acompañamiento

    02. ADN del acompañamiento. Despertar(me), escubrir(me), decidir(me).

    La experiencia personal

    03. Condiciones para acompañar. El poder transfigurador de la mirada

    04. Una mirada para descubrirme. Fundamentos antropológicos y psicológicos de la identidad

    Iniciamos el camino enmarcando el campo de juego en el que se despliega nuestra misión. La Tierra es el suelo firme en el que vamos a desplegarla: es necesario encontrar la adecuada para que en ella crezca la semilla de ese encuentro con el otro que nos permita acompañar y ser acompañados a un tiempo.

    Para ello, estableceremos las bases de lo que entendemos por acompañamiento y apuntaremos las condiciones que lo posibilitan. A continuación, profundizaremos en el ADN del acompañamiento, centrándonos en la persona que acompaña como método Seguidamente, identificaremos la primera condición para acompañar: la mirada. Por último, daremos el paso crucial de centrar la mirada sobre el ser humano desde las vertientes antropológica y psicológica.

    Esperamos que puedas adquirir los fundamentos antropológicos del acompañamiento para tener la certeza de que esto no es una moda, es una respuesta al ser humano.

    01. El campo de juego

    del acompañamiento

    Sonia González Iglesias

    Doctora en Humanidades por la UFV.

    Consultora en Transformación Cultural y Directora del Programa Internacional en Acompañamiento, UFV

    0. Introducción

    1. Acompañar y ser acompañado, un estilo de vida

    1.1. El marco del acompañamiento: qué es y qué no es acompañar

    1.2. Crecimiento y acompañamiento

    2. Condiciones relacionales del acompañamiento

    3. Hacia una cultura de acompañamiento en nuestras instituciones

    4. Conclusiones

    0. Introducción

    Como se ha anunciado en la introducción de esta parte, en este primer capítulo vamos a establecer las bases de lo que entendemos por acompañamiento,¹ un paradigma relacional que responde al crecimiento de la persona, tanto del acompañado como del acompañante. Para ello, enmarcaremos de forma general la misión de acompañar y explicitaremos su alcance, sus condiciones y su dinamismo transformador. En definitiva, expondremos las condiciones que lo posibilitan y presentaremos la Cultura de Acompañamiento como hábitat natural para el crecimiento y el desarrollo no solo de la persona, sino también de las comunidades profesionales y vitales.

    No lo presentaremos de forma teórica, sino que al comprender la trascendencia y las implicaciones que tiene gestar esta Cultura de Acompañamiento en nuestras instituciones y otros ámbitos relacionales esperamos que puedas aterrizar a tu realidad todo lo que vayas descubriendo.

    Antes de adentrarte en el capítulo, te invito a plantearte algunas preguntas:

    • ¿Qué es acompañar para ti?

    • ¿Cuál es la primera palabra que te viene a la mente cuando oyes el término acompañamiento?

    • ¿Cuál es tu estilo de acompañamiento, tanto a nivel personal como profesional?

    • Piensa en alguna situación en la que no te hayas sentido acompañado (ya sea en la familia o en el trabajo), más bien todo lo contrario. ¿Con qué palabra definirías cómo te sentiste en ese momento?

    1. Acompañar y ser acompañado, un estilo de vida

    La experiencia de ser acompañados nos remite a las palabras guía, camino, escucha, empatía, acogida, estar con, incondicionalidad, compartir, encuentros, meta… Sin embargo, cuando nos hemos sentido solos o no acompañados surgen expresiones como dirigir, agobiar, imponer, abandonar, despreciar, desconfiar, juzgar…² De alguna manera, y sin necesidad de grandes tesis doctorales, todos podemos intuir la naturaleza del verdadero acompañamiento.

    Acompañar es un término cotidiano, ordinario, está en boca de todos: te puedo acompañar a comprar el pan, te acompaño a dar un paseo, te acompaño en la pérdida de un ser querido, te acompaño en una enfermedad… Sin duda, el acompañamiento también está de moda: coaching, mentoring, counselling, consulting… Todas estas acciones tienen como elemento común el acompañar a otros en sus diferentes retos. Las principales entidades financieras y grandes firmas incorporan en sus claims publicitarios el acompañamiento como un valor añadido: «No te sentirás solo, ni tú ni tu familia».

    El acompañamiento alcanza e ilumina nuestra naturaleza humana, nuestra manera de ser humanos, nuestro estilo de vida.

    Cuando proponemos el acompañamiento como un estilo de vida, una manera de vivir y de realizar nuestra misión, cualquiera que esta sea, ¿a qué nos estamos refiriendo? ¿Qué significa acompañar, qué implicaciones tiene? ¿Es una carga adicional a lo que ya me toca hacer en mi empresa, en mi hospital, en mi universidad, en mi familia? ¿Cualquiera puede acompañar? ¿En qué medida puedo comprometerme a acompañar a otros? Estas preguntas son reales, de personas concretas, compartidas en sesiones de trabajo y en diferentes realidades. Seguro que tú también tienes tus propias preguntas… Te invitamos a ponerlas en juego y, desde ellas, ir recorriendo este capítulo.

    1.1. El marco del acompañamiento: qué es y qué no es acompañar

    Poco a poco, iremos desgranando el sentido y alcance del acompañamiento a través de las diferentes miradas que podemos encontrar. Algunas se han convertido en ciertos clichés o creencias que nos pueden llevar a reducir el acompañamiento, como decíamos, a una moda o a una metodología de trabajo. Como iremos descubriendo, acompañar es más que eso: el acompañamiento alcanza e ilumina nuestra naturaleza humana, nuestra manera de ser humanos, nuestro estilo de vida.

    Empecemos con una imagen que resume qué es y qué no es acompañar, de manera que las explicaciones que vienen a continuación vayan cobrando sentido:

    Acompañar

    a) El acompañamiento no es solo una moda, es una respuesta antropológica, pues toda persona está llamada a acompañar y a ser acompañada.

    Ciertamente, acompañar está de moda. Podemos vivirlo como eso, algo que pasará y que será sustituido en un plazo más o menos breve por cualquier otra metodología de alto impacto. En una ocasión facilitamos una planificación estratégica en un centro educativo y, en un momento dado, su director afirmó con naturalidad: «Añade la palabra acompañamiento, que seguro que nos lo aprueban en presupuesto». Basta revisar las últimas publicaciones educativas o empresariales y contabilizar la cantidad de veces que aparece este término. Se ha convertido casi en una palabra talismán, como diría López Quintás, mágica. Y al mismo tiempo, puede generar cierto hastío, incluso rechazo. ¿Es que ahora todo se soluciona con el acompañamiento, no sabemos hablar de otra cosa en nuestra institución?

    Desde esta perspectiva, nos quedamos muy lejos del verdadero significado del acompañamiento. Hay una frase del papa emérito Benedicto XVI (2010) que lo sintetiza magistralmente: «En lo más íntimo de su ser, el hombre está siempre en camino, en búsqueda de la verdad. La Iglesia participa de este anhelo profundo del ser humano y ella misma se pone en camino acompañando al hombre que ansía la plenitud de su propio ser».

    El ser humano está siempre buscando la verdad de su vida. Apelamos ahora a tu experiencia: ¿acaso sientes que has llegado al final de ese camino, que ya no tienes que buscar ni encontrar nada en tu recorrido vital? El ser humano, tú y cualquiera de las personas con las que te relacionas hoy, es un homo viator, el único ser que viaja, «y que solo cuando está en camino es verdaderamente hombre» (Bueno, 2000). Somos esencialmente dinámicos, en crecimiento durante toda la vida, tensionados entre lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Es cierto que no tenemos trazada una ruta inequívoca, sino que más bien llevamos inscritos anhelos, preguntas —quién soy yo, qué espero de la vida, dónde puedo buscar mi plenitud, cómo amar y sufrir— que nos movilizan y nos convierten también en homo quaerens, alguien que desea respuestas. Frankl (2004: 74) acuñó la expresión tan sugerente de «voluntad de sentido»: aquella que impulsa al hombre a la búsqueda de las razones para vivir. No se puede vivir en la conciencia del no-sentido absoluto.

    Aquí están los dos pilares antropológicos del acompañamiento: somos, tú y yo, homo viator y homo quaerens, poniendo en énfasis ese siempre que caracteriza nuestra naturaleza humana. En palabras de Esquirol (2021: 9): «¡Ojalá el humano fuera todavía más humano! Ser humano no significa ir más allá de lo humano, sino intensificar lo humano, profundizar en lo más humano: ahí está lo más valioso».

    El ser humano está siempre en camino,

    buscando la verdad de su propia vida.

    Benedicto XVI da un paso más al reconocer esta naturaleza: la Iglesia comparte este anhelo y se pone también en camino acompañando. No sabemos cómo es tu relación con lo religioso, con la Iglesia en concreto, y no es lo importante en este momento, porque esta afirmación encaja con cualquier experiencia humana: te invitamos a sustituir esta palabra (iglesia) por tu propia institución, tu equipo de trabajo, tu familia… «Mi empresa comparte este anhelo y se pone en camino acompañando a cada colaborador que ansía la plenitud de su propio ser, aquí, en este trabajo, en esta realidad profesional». ¡Qué potencia y amplitud de misión! Da igual el sector en el que nos encontremos: cuando nos relacionamos con personas, no solo podemos sino que debemos comprometernos con este anhelo propio de nuestra naturaleza humana. Descubrimos que el camino de la vida no es para recorrerlo en soledad, sino con otros. El acompañamiento se convierte en un gerundio, en un estilo o manera de realizar nuestra misión: acompañando.

    Estamos hechos para acompañar y ser acompañados.

    Afirmamos pues que no es solo una moda pasajera, que el acompañamiento en este sentido ha venido para quedarse y humanizar nuestras relaciones. Aún nos queda mucho en lo que profundizar, pero este primer paso es necesario: estamos hechos para acompañar y ser acompañados.

    Te invitamos a preguntarte:

    • ¿Quién te acompaña hoy?

    • ¿A quién necesitas acompañar más y mejor?

    b) El acompañamiento no es solo para solucionar problemas, aunque muchos se resuelvan. Nos permite descubrir respuestas para la vida, y muchas veces esa respuesta es la compañía, es estar al lado de la persona, «saberte con alguien», no sentirte solo.

    Estamos muy acostumbrados a resolver problemas. Desde muy pequeños nos han enseñado a ser resolutivos y acertar con la solución adecuada. En el mundo educativo muchos exámenes o pruebas están configuradas así: verdadero o falso, dos más dos son cuatro…. No es válida otra alternativa. También en el ámbito profesional: si traes un problema, ven con la solución. Y no digamos ya en el mundo sanitario, donde la falta del diagnóstico correcto puede conllevar la muerte. Esto tiene un gran valor, y es necesario para ser eficaces en tiempo y en forma. Pero en la vida, en este camino de crecimiento del que hablamos, no siempre los problemas tienen una única solución, y en ocasiones ni siquiera son solucionables en primera instancia.

    Quizá nos sirva esta sencilla anécdota para ejemplificarlo: un miembro de tu equipo te escribe un wasap o un mail por la noche pidiéndote permiso para llegar más tarde a una reunión al día siguiente, pues su hijo está en urgencias y no está seguro de llegar a tiempo. Tú, casi al instante, le respondes que sí, que llegue un par de horas más tarde. ¿Le has solucionado el problema? Sí, sin duda, y con eficiencia. ¿Se ha sentido acompañado por ti? Posiblemente no. Es probable que hubiera necesitado una palabra de interés por su hijo, por él mismo, un gesto de aliento o de ánimo.

    Acompañar a otro centra nuestra mirada en la persona, no solo en los problemas. Nos amplía la mirada: no descartamos nuestra atención a los problemas, sino que nos hace mirar a la persona que trae un problema o una cuestión que hay que resolver. Nos ponemos a su lado. Y más aún cuando esa cuestión no tiene una resolución inmediata, o la solución no está en nuestra mano.

    Acompañar a otro centra nuestra mirada en la persona,

    no solo en los problemas.

    Etimológicamente, acompañar proviene de cum-panis, ‘compartir el mismo pan’, algo tan sencillo y cotidiano como eso, mi pan. No se trata de compartir solo mi expertise ni mi tesis doctoral. Significa poner en juego ambas vidas, con sus diferentes grados de experiencia, para llegar a un aprendizaje mutuo. «Acompañar es, de formas diversas, compartir el camino y sus experiencias» (Funes Artiaga, 2011). Compañero es aquel con el que compartimos el pan. ¿Qué pan? ¿Qué bien compartimos? Más allá del pan que tengo, el pan que soy. El que acompaña recorre ese camino y aprovecha las ocasiones de encuentro para provocar que el acompañado pueda encontrar luz para el siguiente paso, aunque de momento no quede solucionado el problema.

    El término acompañar guarda una relación semántica con la palabra camino, pues no es más que caminar junto a otro. En el acompañamiento, la respuesta que ofrecemos es una compañía, otra persona, tú mismo, que te pones en disposición y acogida al otro. Nuestra mirada se centra en su persona y en la relación que se establece entre ambos. Se genera un «yo-tú» (Buber, 1993) único e irrepetible.

    Afirmamos pues, que no se trata solo de solucionar problemas, sino de estar al lado de la persona, para que se sepa acogida y comprendida allí donde esté.

    Te invitamos a hacer un sencillo ejercicio: revisa los mails o wasaps que has respondido en los últimos días, y pregúntate:

    • ¿A quién respondo, al problema o a la persona que me plantea el problema?

    • Puede ser un primer indicador de en qué medida la persona se siente acompañada por ti.

    c) El acompañamiento no es solo una manera de controlar, de dirigir, de aconsejar, de hacer seguimiento o tutelar, sino de generar espacios de libertad y responsabilidad, de compartir un camino de encuentros y desencuentros orientados a la plenitud de la persona.

    Controlar y solucionar van de la mano. Tener la sensación de que todo está bajo nuestro control nos da seguridad, sabemos qué suelo estamos pisando a cada paso que damos. Si estamos muy cerca de las personas, podemos dejarnos llevar por esta tendencia. Pero a veces esta necesidad de control nos puede cerrar al verdadero encuentro creativo con los demás. Y el acompañamiento va de eso, de encontrarnos con el otro no solo como algo deseable, sino como una necesidad vital.

    La persona es fruto de un encuentro, crece

    en los encuentros y se hace más plenamente persona

    a través de los encuentros.

    El profesor López Quintás (2002) afirma: «Somos seres de encuentro, venimos del encuentro de nuestros progenitores y estamos llamados a fundar toda una serie de encuentros, sobre todo personales. Esta llamada constituye nuestra auténtica vocación. Llevarla a cabo es nuestra misión en la vida. Es decir, el hábitat natural del ser humano es el encuentro: la persona es fruto de un encuentro, crece en los encuentros y se hace más plenamente persona a través de los encuentros» (González Iglesias y Sastre, 2016). No es solo un medio para llevarse bien con los demás, el encuentro habla de la naturaleza e identidad del ser humano.

    Desde el minuto uno de nuestra existencia nos desarrollamos en relaciones de encuentro. No hay yo sin tú. El origen del ser humano se da en forma de encuentro: nace a medio gestar, sin estar maduro biológicamente, abierto a diferentes posibilidades de desarrollo, «a ser troquelado, moldeado, configurado por la realidad circunstante y convertirse en un ser dialógico» (López Quintás, 1998: 187). Lo primero que conoce un niño es a su madre, que le mira y le reconoce con cariño. Desde ese reconocimiento despierta a la vida consciente y percibe que ha entrado en el mundo como fruto de un amor, es decir, que ha recibido la existencia de forma gratuita. ¿O acaso alguno de nosotros ha pagado algo por venir a esta vida, ha hecho méritos para nacer en el momento de la historia y en el lugar del planeta en el que ha nacido?

    El encuentro es elemento constitutivo, y nos remite a una experiencia de marcado carácter existencial. Es una vivencia: si miramos nuestra vida, es muy probable que recordemos un encuentro con un familiar, un maestro, un amigo, un jefe… alguien que nos dejó una huella imborrable porque supo mirarnos con verdad y sacar lo mejor de nosotros. Te invitamos a que traigas a la memoria a esa persona que supo mirarte con verdad, tal como necesitabas en ese momento. ¿Qué le agradeces? ¿Cómo ha influido ese comportamiento concreto en tu vida?

    No solo la filosofía nos habla de nuestra naturaleza dialógica, también la biología y la física constatan que la realidad humana se constituye por vía del encuentro. Rof Carballo (1973: 51), el reconocido médico y ensayista español, defendió en ámbitos puramente científicos esta verdad antropológica: «Por caminos insospechados, tratando de definir al hombre desde el encuentro, hemos encontrado que el desarrollo de la inteligencia, de la emotividad y de la maduración de la persona se hace mediante encuentros […]. Desde las más remotas raíces de la vida, viene hacia nosotros esta pauta del encuentro». El antropólogo Arnold Gehlen (1987) muestra que el ser humano es muy mediocre biológicamente en su capacidad de adaptación al medio, puesto que su aparato instintivo es pobre e insuficiente, y sus conductas son muy poco especializadas para sobrevivir en condiciones adversas o de desprotección. A nivel emocional, ningún otro como él ha de satisfacer su necesidad de sentirse reconocido para crecer sobre un cimiento psicológico y afectivo de confianza y de seguridad. El bebé se nos presenta indigente y menesteroso, necesitado de otro que le suministre todos los cuidados cuando llega a este mundo. Está hecho para ser atendido, alimentado, protegido… es decir, para ser amado, acogido. Necesita que, de forma amorosa, otro piense por él, quiera por él y actúe por él.

    El filósofo alemán Robert Spaemann (2004: 15) ve en esta dependencia una expresión de nuestra radical condición relacional, abierta, llamada a la comunión, y plantea la situación de dependencia como una oportunidad para la persona de profunda humanización y encuentro con el otro.

    El acompañamiento se convierte en un camino

    armonizado de encuentros y desencuentros

    orientados a la plenitud de la persona.

    La relación es, pues, constitutiva de la realidad humana, viene de serie. No estamos hechos para vivir solos. El otro nos pone delante de un espejo que nos permite vernos reflejados en ese «en relación con». La conformación de nuestro yo es fruto del encuentro con el tú, con muchos y diversos tus con los que aprendemos a ser personas, en los que reconocemos quiénes queremos ser y qué no queremos ser. Afirmar esto es decir que los otros me hacen ser y posibilitan mi crecimiento. No tienen por qué limitarme, más bien existo hacia los otros, me conozco por los otros, me encuentro en los otros. Nuestro desarrollo no se dirige solo a ser independientes, estamos llamados a ser interdependientes.

    Por eso no vale cualquier acompañamiento ni ofrecerlo de cualquier modo, sino aquel que tiene como meta el crecimiento en verdad de cada una de las personas implicadas. El acompañamiento se convierte así en un camino armonizado de encuentros y desencuentros a lo largo de un tiempo significativo y continuado, orientados a la plenitud de la persona: encuentros con los demás, con uno mismo, con la realidad, con lo trascendente (González Iglesias, 2015: 247-256).

    El acompañamiento es, en este sentido, el encuentro de dos libertades. Acompañar a personas exige contar con algo que está en el núcleo de la condición personal del ser humano: la libertad. Un acompañamiento que no parta de un amor y un respeto profundos por la libertad del acompañado tendrá de «personal» solo el nombre. Son incompatibles con un verdadero acompañamiento personal todo afán de control, dirigismo, paternalismo, condescendencia, sobreprotección, escándalo ante los errores del otro… Estas actitudes no respetan la condición personal del acompañado porque vulneran su libertad.

    También el que acompaña ha de sentirse absolutamente libre frente al acompañado: libre de respetos humanos, del deseo de quedar bien, del miedo a equivocarse y de sus propias expectativas sobre el acompañado, sobre todo cuando el vínculo afectivo con él es mayor. Solo sobre esta libertad se puede cimentar una actitud fundamental para acompañar y ayudar a crecer a otros: la parresía.

    El que acompaña ha de sentirse absolutamente libre

    frente al acompañado.

    Hagamos dos reflexiones adicionales antes de continuar.

    La primera: ¿qué pasa con los desencuentros? ¿Acaso son necesarios para que se dé un verdadero acompañamiento? Los desencuentros son humanos, y humanizan las relaciones. A veces corremos el riesgo de tener una mirada romántica o naif sobre el acompañamiento: todo es bonito, armónico, no es posible generar tensiones si estamos en una institución donde el centro son las personas… Es un riesgo peligroso porque podemos instalarnos en una armonía superficial en nuestras relaciones: «No voy a ser yo quien ponga una nota negra en esta pared que parece tan blanca. Mejor me pongo mi «sonrisa Profident» durante mi jornada laboral y evito cualquier tipo de conflicto, porque aquí eso no está muy bien visto». Si algo así te está sucediendo, es posible que vuestras relaciones estén heridas… y que esa herida sea mortal. Las relaciones humanas son eso, ¡humanas! No son perfectas, ni están llamadas a serlo. Es más, los desencuentros pueden ser oportunidades de ponernos en verdad y abrir la puerta a encuentros más auténticos, verdaderos. Por eso el acompañamiento es capaz de hilar encuentros y desencuentros con una mirada puesta en el crecimiento auténtico de las personas implicadas.

    Y la segunda: orientados a la plenitud posible hoy. Aquí puede haber otro riesgo velado: preparar para el futuro, para cuando entres en la universidad, para cuando consigas tu primer trabajo, para cuando te cases, para cuando… Es como si tuviéramos que estar siempre a la espera de algo que nos llene más y que hoy no está a nuestro alcance. Y siendo en parte verdad, nos puede hipotecar la posibilidad de vivir plenamente el hoy tal cual es, con la limitación propia del presente y con el deseo de poder serlo aún más. La plenitud posible y el sentido de mi vida van muy de la mano, y se conjugan desde el pasado, en el presente y hacia el futuro.

    Te invitamos a preguntarte:

    • ¿Qué es para ti la plenitud posible hoy?

    • ¿Cómo sabrías que tu día ha sido pleno?

    • ¿Qué indicadores te ayudarían a valorarlo?

    d) El acompañamiento, por tanto, no es unidireccional —de acompañantes a acompañados—, sino recíproco. Nos pasa algo a todos, es reversible y al mismo tiempo gratuito.

    «La persona que objetivamente más me necesita

    es también para mí, objetivamente,

    la persona que más necesito» (G. WEIGEL).

    Esto nos puede pasar muy a menudo, y nos reconocemos en esos momentos en los que, con buena fe, hemos ido al encuentro del otro con la intención de ayudar, de iluminar, de dar una clase, de ofrecer un consejo… sin que a mí me afecte. A veces incluso en modo automático: no con mala intención, sino por la inercia de mi labor diaria, sin abrirme ni considerar que me puede pasar algo en ese encuentro. También hay algo de ti para mí.

    Karol Wojtyla, uno de los primeros docentes universitarios que propuso el método del acompañamiento en la Universidad de Lublin, presenta una mirada muy diferente sobre el acompañado: «La persona que objetivamente más me necesita es también para mí, objetivamente, la persona que más necesito» (cf. Weigel, 1999: 150).³ Qué cambio de perspectiva y de actitud para el acompañante: voy abierto a recibir, a aprender, a descubrir juntos. Recuerda a un colaborador, un familiar, un amigo…, a esa persona que puede ser esa «piedrecita en el zapato» que a veces te llega a exasperar. ¿Quizá sea la que necesitas para crecer, para estirar tu paciencia, tu alegría, tu esperanza, tu capacidad de amar?

    Esta reversibilidad no se exige, se da por la propia naturaleza del encuentro verdadero. Como dice Xosé Manuel Domínguez Prieto al hablar de la relación educativa (2003): «el docente está llamado a acompañar a la persona para que sea quien está llamada a ser […] Para eso, el docente tiene que dar respuesta a las características del dinamismo personal que permiten el encuentro: acoger al otro y darse al otro». Acoger y dar, ida y vuelta, reversibilidad como nota característica de cualquier encuentro, de todo acompañamiento. Nos pasa algo.

    Podemos entonces preguntarnos con honestidad: ¿quién acompaña a quién? Porque no hay un padre sin un hijo, no hay un profesor sin un alumno, no hay un directivo sin un equipo de colaboradores… ¿Y quién enseña al padre, al profesor, al directivo a serlo? La persona que me «toca» acompañar. No se es acompañante en abstracto, se acompaña a Juan, a María, a Daniel, a Paula… Son ellos los que nos permiten descubrir en qué y cómo necesitan ser acompañados. Son ellos los que te acompañan reversiblemente también a ti.

    Ahora bien, esta reversibilidad no necesariamente es simétrica. Más bien suele haber disimetría: cada implicado tendrá una responsabilidad específica en la relación. En el caso del acompañante, tiene una experiencia y sabiduría mayor que la del acompañado y, en consecuencia, también una responsabilidad mayor en llevar el proceso a buen puerto. Se compromete nada más y nada menos a que el acompañado llegue a ser quien está llamado a ser en ese momento concreto. De esta manera, se convierte en pieza clave en el camino de su vida. La responsabilidad del acompañante será poner en juego las condiciones necesarias para que esos encuentros sean verdaderamente significativos y reversibles. Las veremos en el próximo apartado.

    En ocasiones te preguntarás si este acompañamiento concreto «funciona» o no… Para que puedas responderte, te invitamos a mirarte:

    • ¿Funciona en ti?

    • ¿En qué medida estás creciendo?

    • ¿En qué y cómo estás aprendiendo, recibiendo, siendo «tocado» por el otro?

    e) El acompañamiento no es solo tratar con paños calientes o apapachar, aunque es importante comprender a la persona acompañada. El acompañamiento integra la comprensión y la exigencia, pues son valores que se necesitan entre sí para vivirlos con verdad, sin contraponerlos.

    En nuestra experiencia diaria, es posible que vivamos estos dos términos de forma tensionada, incluso a veces pueden parecer irreconciliables: si te comprendo, si empatizo contigo, me costará mucho exigir, tratar de ayudarte a dar el siguiente paso para tu madurez. O al revés, si te exijo, estoy buscando lo mejor para ti, independientemente de dónde estés, de cómo te sientas… Es mi responsabilidad exigirte como director, como profesor, como madre o padre de familia que soy… Parecen conceptos contrapuestos que pueden llegar a convertirse en armas arrojadizas en nuestras relaciones: «Eres demasiado comprensivo y la gente te toma el pelo», «Eres demasiado exigente y provocas sufrimiento a los demás».

    En una institución puede malinterpretarse. No pocas veces oímos expresiones como «¿Pero esta no es una universidad centrada en la persona? Entonces ¿por qué me reprueban o me exigen tanto?».

    Ahora bien, pensemos con rigor: ¿son dilemas o contrastes, es decir, realidades distintas y complementarias que estamos llamados a integrar? «Los términos que forman un contraste se complementan y potencian entre sí. No hace falta optar entre ellos. Los términos de los dilemas se oponen y obligan a optar por uno u otro» (Domínguez Prieto, 2003: 233). Por ejemplo, existe un dilema entre los conceptos amor y odio, «en los que no hay posibilidad alguna de complementación» (López Quintás, 2002: 233). Un contraste puede darse, sin duda, entre comprensión y exigencia: no tengo que elegir uno u otro, ¡se necesitan mutuamente! No hay verdadera comprensión sin exigencia, no hay verdadera exigencia sin comprensión. Ambos polos están llamados a integrarse: «Integrar significa en este contexto vincular, ensamblar, complementar […] La unidad que implica el acto de integrar presenta un matiz jerárquico, porque unos actos son asumidos por otros de rango superior, no para anularlos sino para otorgarles su plenitud de sentido» (López Quintás, 2002: 417, n. 1).

    Si en nuestro acompañamiento optamos por uno de los dos polos, estaremos reduciéndolo y quizá alejándolo de su sentido último: el crecimiento del otro, desde dónde está. Podríamos exigir lo mismo a dos personas diferentes, pero nos ayudará comprender el reto que le supone a cada uno para discernir qué tipo de acompañamiento necesitan. Por eso la integración es mucho más que la mera suma de dos polos: puede variar según las personas, incluso en cada una según su circunstancia concreta.

    No hay verdadera comprensión sin exigencia,

    no hay verdadera exigencia sin comprensión.

    La tarea primordial para un acompañante es conocerse bien, caer en la cuenta de cómo se relaciona con estos conceptos, si los vive como falsos dilemas o como contrastes. Más aún, descubrir su tendencia natural: ser más comprensivo o ser más exigente. Esto nos ayudará a darnos cuenta de cómo acompañamos y a quiénes necesitamos para acompañar más y mejor. Por ejemplo, en un equipo de trabajo puede haber diferentes estilos de acompañamiento que no tienen que competir entre sí, sino que pueden complementarse. Qué riqueza es poder contar con personas especialmente empáticas, capaces de ponerse en el lugar del otro y personas especialmente rigurosas, que enfatizan el cumplimiento de objetivos. No es lo mismo ir al médico y que nos atienda un facultativo que anote concienzudamente los síntomas y nos ofrezca su diagnóstico certero que encontrarnos con un ser humano que, además de brindarnos sus conocimientos médicos, nos mire, se preocupe por nosotros, nos acompañe en esa situación. El diagnóstico podrá ser el mismo, pero uno nos habrá tratado como a una persona que necesita una solución a un problema y el otro como un ser humano que, además de aportarnos esa solución, nos ofrece su mano para transitar por el proceso.

    En definitiva, la comprensión y la exigencia son dos polos que se necesitan para que el acompañamiento pueda ser afectivo y efectivo.

    Te invitamos a preguntarte:

    • ¿Cómo te defines como acompañante?

    • ¿Hacia qué polo tiendes de forma natural?

    • ¿Qué puedes aportar a tu equipo de trabajo, a tus alumnos, a tu familia…?

    f) El acompañamiento no es solo una función realizada individualmente —aunque haya personas, programas, proyectos que tengan específicamente la responsabilidad del acompañamiento—, sino una misión compartida y vivida en comunidad.

    Determinados roles y puestos tienen en su descriptor la función específica de acompañar a los demás: mentor de estudiantes, sanitarios, directivos, el área tradicionalmente denominada de Recursos Humanos… Por un lado, podemos caer en la tentación de pensar que ellos son los únicos responsables del acompañamiento en una institución —«A mí eso no me toca, que vaya a hablar con Recursos Humanos»—; por otro, de monopolizar esta misión y exigir que el sello del acompañamiento corresponda a determinadas personas o áreas concretas. Si creemos que todos estamos hechos para acompañar y ser acompañados, ¿no es inteligente —más aún, necesario— compartir esta misión con todos los que forman parte de una sociedad? Sí: directivos, colaboradores, docentes, ¡estudiantes! Cada uno es susceptible de ser acompañado y, al mismo tiempo, es capaz de acompañar a otros.

    Si ampliamos la mirada e implicamos a todos los miembros

    de una comunidad en esta misión, la capacidad de acompañamiento

    de una institución se multiplica exponencialmente.

    El mentor, docente o directivo no es un francotirador del acompañamiento. En la medida en que ampliamos su perspectiva con una mirada sistémica o relacional, descubrimos la comunidad de mentores a la que pertenece, el claustro del que forma parte, el equipo directivo, su grupo de trabajo… porque:

    • Se acompaña en comunidad. No es solo un docente el que acompaña a doscientos cincuenta estudiantes… Forman una comunidad de quince o veinte docentes que acompañan a esos estudiantes.

    • Se acompaña a comunidades. No es solo importante el one to one. Es necesario sostener a los equipos, a los grupos de alumnos, a las familias. Cada comunidad tiene su propia personalidad y sus propias necesidades.

    • Eres acompañado por la comunidad. Persona y comunidad se afectan, se interpelan y se acompañan mutuamente.

    Comprender el acompañamiento así nos abre la puerta a generar una cultura muy particular en nuestras instituciones, en nuestras familias, en nuestras relaciones. Podemos hablar de una Cultura de Acompañamiento en la que las personas, las relaciones, están en el centro, una cultura que humaniza y que permite desarrollarse, crecer, vivir en plenitud. Volveremos sobre ello en los siguientes apartados.

    Te invitamos a reflexionar:

    ¿Qué valor damos al acompañamiento de los pares en nuestras instituciones?

    Los amigos y compañeros pueden llegar a ser agentes imprescindibles en este proceso, una ayuda ineludible para que nadie se sienta solo.

    • ¿Generamos buenas relaciones entre colaboradores, compañeros, estudiantes…?

    En definitiva, y para cerrar este apartado, caemos en la cuenta de que acompañar es una misión en tensión: entre la comprensión y la exigencia, entre la función y la misión, entre el dar y el recibir… Una misión tensionada que no puede llevarnos al estrés, sino a la aceptación de la realidad, la nuestra y la de otros. Se convierte, por tanto, en todo un arte (Domínguez Prieto, 2017) en la vida y para la vida, el arte de lo posible. No podemos aspirar a tener las condiciones perfectas para acompañar, sino que acompañamos en lo cotidiano de la vida, tal y como viene la persona, tal y como se nos da la realidad para acompañar. En este sentido, se convierte en un estilo de ser y de hacer, en una manera de relacionarnos con los demás: acompañar es un estilo de vida.

    1.2. Crecimiento y acompañamiento

    Acompañar es

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