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El resplandor de lo maravilloso
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Libro electrónico332 páginas4 horas

El resplandor de lo maravilloso

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Tal como sugiere el subtítulo de esta nueva entrega del antropólogo argentino Adolfo Colombres, «el reencantamiento del mundo», en este fascinante ensayo se trata de abordar, desde lo que él llama la «antropología del Sur», esa categoría insondable de lo maravilloso, cuyo resplandor va tras el rescate de la naturaleza humana frente al imperio de la banalidad, el consumo y la desestización del capitalismo occidental. Antropología crítica, perspectiva que asume el autor en esta obra, para la cual «el pensamiento de los bambara de Malí respecto al lenguaje y otros temas puede ser, según los casos, tan o más valioso que el de Kant».
IdiomaEspañol
EditorialRUTH
Fecha de lanzamiento30 dic 2023
ISBN9789593043762
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    El resplandor de lo maravilloso - Adolfo Colombres

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    Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

    Edición: Daniel García Santos

    Cubierta: Suney Noriega Ruiz

    Ilustraciones interiores: Tomadas de la edición de Colihue, Buenos Aires, 2018.

    Imagen de cubierta: Liber Fridman. Y se afincaron en un árbol, encáustica, 1986.

    Diagramación: Yuliett Marín Vidian

    Realización electrónica: Alejandro Villar

    © Adolfo Colombres, 2023

    © Sobre la presente edición:

    Ediciones ICAIC, 2023

    ISBN 9789593043762

    Ediciones ICAIC

    Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos

    Calle 23 No. 1155, e/ 10 y 12, El Vedado, La Habana, Cuba

    Correo electrónico: publicaciones@icaic.cu

    Teléfono: (537) 838 2865

    Índice de contenido

    Introducción

    La dimensión de lo suprasensible

    El poder de lo efímero

    Los pliegues ocultos de la memoria

    Las puertas de los sentidos

    Las oscilaciones de lo real

    Los abismos del sueño

    El mito y su escenificación

    Las islas encantadas del pasado

    La fuerza de los orígenes

    El calor de la fiesta

    De la magia al embrujo

    El trance de posesión

    Los encantamientos de la luz y el color

    El éxtasis místico

    La atracción de la sombra

    La repetición y el ritmo

    Los hechizos de la belleza

    Los desbordes de lo sublime

    La brecha del arte

    La tierra mágica de los alucinógenos

    El sexo y lo maravilloso

    Los elegidos por el azar

    Las figuraciones de la sensibilidad

    Lo maravilloso en la literatura

    Los fulgores de la ausencia

    El reino encantado de las cosas

    Bibliografía

    Introducción

    Se define a lo maravilloso como un suceso extraordinario, que causa asombro o admiración, aunque la mayoría de los fenómenos u objetos que reciben esta calificación no se salen normalmente del orden natural de las cosas. En esta obra asignaremos dicha cualidad a las imágenes o sensaciones que producen un fugaz estado de encantamiento, en el límite en que el plano sensible se ve desbordado por lo suprasensible, experiencia liminar que nos remite a lo numinoso, a esa condensación de significados que caracteriza a lo sagrado. En tal deslumbramiento, juega un importante papel la capacidad perceptiva del sujeto, pues a menudo lo que resulta maravilloso para una persona no lo es para otra, y hasta puede llegar incluso a pasarle inadvertido. O sea, de la fuerza del espíritu sensible depende el grado de fascinación que se alcanza.

    Menos subjetivo parece ser el concepto de lo fantástico, que en buena medida se le superpone, y al que se caracteriza como una brusca irrupción del misterio en el marco de lo que se tiene por real. Pero dicho misterio, por más que se lo presente como inexplicable, es tomado aquí como un desafío a la razón, un enigma a develar con la frialdad de la investigación y el raciocinio. Lo maravilloso, en cambio, se sustrae a las explicaciones racionales, por tratarse de una experiencia puramente sensible, un estado del que no se desea salir, y menos aún desmontar con argumentos intelectuales. Su duración, además, suele ser breve, como se desprende de la misma palabra «resplandor» que utilizamos, aunque no faltan situaciones muy especiales en las que se prolonga por horas. Es que lo maravilloso no se despliega como un gran relato, con la coherencia mínima que este requiere, sino que se presenta con una estructura episódica.

    Mientras que la experiencia de lo maravilloso es una novedad que inflama los sentidos, lo extraño —otra categoría a la que se lo asocia— es lo que se expone ante el pensamiento crítico de un modo más acotado que lo fantástico, pues si bien parece alterar en principio las leyes de la realidad, lo hace de un modo menos escandaloso que aquel. Y si el intento de explicarlo no logra su objetivo, el hecho quedará flotando como una incógnita a resolver, sin que en ningún momento se tiña con la magia de lo maravilloso. Es que este no se interesa en jaquear a la esfera racional, mostrándole su miopía en el plano simbólico. Su fulgor es como un viaje instantáneo, diríamos que a la velocidad de la luz, hacia las verdades más profundas y los significados más densos; es decir, hacia la zona sagrada de la cultura, y también hacia la libertad plena del ensueño.

    En Los poderes de lo imaginario, dice Bachelard que la ensoñación convierte al niño en habitante de una soledad secreta, a la que por lo común descubre tarde, cuando ya es adulto y lleva impresas las marcas de dicha soledad. En la ensoñación se despliega una imagen que antecede a todo, porque la experiencia viene siempre después. Es que lo maravilloso, en esencia, reside en la imagen, en lo que ella irradia. Estas imágenes son predominantemente visuales, y en menor medida auditivas y olfativas. Como un clásico ejemplo de las auditivas, podríamos evocar el canto de las sirenas que Ulises escucha amarrado al mástil del barco, mientras los marineros se hallan con los oídos tapados para no caer bajo su encantamiento, y también para no escuchar el pedido del héroe de que lo liberen de las ataduras para ir a reunirse con sus feroces encantadoras y sucumbir en esta experiencia maravillosa, tal como les ocurriera a muchos otros navegantes. Y en cuanto a las imágenes olfativas, afirma Bachelard en La poética de la ensoñación que cuanto más lejos se está del país natal más se sufre la nostalgia de los olores, los que poseen la virtud de amalgamarse en los recuerdos de la infancia en un olor único, que dormirá en el corazón del adulto hasta el final de su vida, como un elemento infaltable en su paraíso.

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    Wifredo Lam. Cabeza, óleo sobre papel pegado en lienzo, 1947.

    Es que la imagen, en un sentido más amplio, es la representación que nos hacemos de las cosas. Demócrito decía que esta es enviada por ellas a nuestros sentidos, especialmente a la vista, el oído y el olfato. O sea, que las sensaciones que estos reciben son causadas por dicha irradiación. Se considera asimismo a la imagen como la esencia o alma de algo, la que suele venir atada a la palabra que la nombra, pues el mundo se devela solo a través de ella. En numerosas culturas, el niño ingresa en la condición humana no por el simple hecho de haber nacido de una mujer, sino por el bautizo que le asigna un nombre, una palabra (que es sonido, no escritura) a la que se atarán los significados que se vayan construyendo socialmente sobre él. Los guaraníes llegan a fundir el concepto de alma con el nombre, en lo que llaman palabra-alma.

    Freud reconoce que el sueño es una de las fuentes de información más importantes sobre los fenómenos del inconsciente, pero le faltó el gran caudal de claves que proporcionan tanto el mito como la literatura (de las que tomó la figura de Edipo y unas pocas imágenes más) para abrir puertas más anchas a su interpretación. Para alcanzar la universalidad que pretendía, debió librarse de Europa y la historia de su pensamiento, paso que ni siquiera intentó, pese a las sugerencias de Jung, quien afirma que para él todo pensamiento simbólico era «ocultismo». Él, en cambio, reconoce haber logrado librarse de Europa y su densa problemática en su viaje al África del Norte, experiencia a la que califica como «un drama del nacimiento de la luz», por haberlo acercado más a lo universal. Su teoría de los arquetipos parte de la observación de que los mitos y cuentos de la literatura antigua contienen siempre, en todas partes, ciertos motivos, a los que, tras analizarlos, encontró similares a los que detectara entre sus pacientes europeos, al estudiar sus delirios, sueños e imaginarios. Considera así este autor a ciertas imágenes y conexiones recurrentes como representaciones arquetípicas, las que vienen acompañadas en las personas por vivos matices afectivos que impresionan sus sentidos, influyen en sus actos y además las fascinan, abriéndoles así las puertas de lo maravilloso. Según su parecer, dichos arquetipos provienen de una pre-forma inconsciente que pertenecería a la estructura heredada de la psiquis, y pueden en consecuencia manifestarse en todas partes como fenómenos espontáneos. Pero aclara que estos no están determinados por sus conte­nidos, sino por lo meramente formal, de lo que concluye que son elementos vacíos, una posibilidad dada a priori de la forma de representación. Su teoría se aparta así de la antropología cultural, donde todo paradigma tiene una forma, pero también contenidos semánticos y estéticos, es decir, unidades de sentido. Hablar de Hamlet o de Don Quijote es referirse, mediante personajes de ficción, a paradigmas de conducta, a modos de ser y concebir la realidad. Ello no obstante, afirma Jung la importancia de crear, mantener y promover los espacios de lo imaginario y lo onírico, a fin de alcanzar las raíces de un árbol único a través de las generaciones, una estructura arcaica proveedora de representaciones universales. Algo se asemeja esta propuesta a lo que realiza Frazer en La rama dorada, y ya avanzado el siglo xx, Gilbert Durand, en su obra Las estructuras antropológicas del imaginario.

    Michel Leiris, en un breve texto titulado «Fragmentos de un ensayo sobre lo maravilloso», señala que este no reside en la naturaleza ni más allá de ella, sino en el interior del hombre, en la región más cercana a sí mismo, aunque parezca la más lejana. No es otra cosa que el fuego que arde en su corazón, el fulgor imaginario de un absoluto que él extrae de su propia esencia, y cuyo origen se remonta a las profundidades del inconsciente y la noche de los tiempos. En Lenguaje y silencio, afirma George Steiner que hay modalidades de la realidad intelectual y sensual que no se fundamentan en el lenguaje, sino en otras fuerzas comunicativas, como la imagen o la nota musical, y que también hay acciones del espíritu enraizadas en el silencio. Y quizás el resplandor de lo maravilloso provenga de ese extraño y profundo país del silencio, del que es difícil «hablar» sin empañarlo. El mismo Steiner se pregunta cómo puede el habla transmitir con justicia la forma y vitalidad del silencio sin destruirlo. La ideología de la comunicación, dice David Le Breton, asimila el silencio al vacío, a un abismo en el seno del discurso, sin comprender que a menudo la palabra deviene una laguna en el desierto del silencio. Esto nos lleva a pensar que así como en un principio fue la Palabra, al final reinará el Silencio.

    En la irrupción de lo maravilloso hay un encantamiento, un bloqueo súbito de la conciencia racional, y también una transfiguración. Se podría decir que la vía simbólica de aprehensión del mundo desborda ampliamente a la intelectual, escapando por completo a su control. Es que, sin lugar a dudas, la razón constituye la mayor fuerza que se opone a lo maravilloso, cerrando sus esclusas o al menos coartándo-

    lo, tanto en los ritos y el arte como en los fenómenos extraños que alteran el orden de lo cotidiano. Los sacerdotes y profetas procuran, mediante prácticas chamánicas y búsquedas místicas, trascender esta zona intermedia, incierta, ambigua (aunque también cargada con la sensualidad propia de todo hechizo), que separa a lo natural de lo sobrenatural, para alcanzar así una verdadera espiritualidad. Al respecto, manifiesta Leiris que se siente en verdad impotente para realizar este salto a la trascendencia, aunque lo que quiere decir con ello es que, en tanto poeta, prefiere quedarse siempre ligado a este mundo indefinido, misterioso. Es que constituye un desatino dejar tal zona del resplandor para ir en busca de esa paz espiritual tan ensalzada por algunas religiones, renunciando para ello a la belleza del mundo. La verdadera sabiduría lleva a desconfiar de la sequedad y dureza de los conceptos, pues tal como lo decía ya Lao-Tsé, el sabio no es docto, y el docto nunca es sabio. Para Pasolini, la realidad es eso que debe permanecer encantado, y la función del arte es contribuir a sostener el encantamiento del mundo, desencantado por la modernidad occidental. A su juicio, el academicismo es un ritual burgués que se sustrae a la universalidad del saber, y que al producir la pérdida de lo sagrado conduce al fin. Oliverio Girondo, más lapidario y desde la atalaya del surrealismo, acusaba a los académicos envarados de su tiempo de momificar todo lo que tocan con su funeraria solemnidad, dada por su incapacidad de contemplar la vida sin escalar las estanterías de las bibliotecas.

    Se podría decir que el programa del Iluminismo fue no solo apelar a la razón para abrir un camino a la emancipación humana (creando loables conceptos como los de libertad, igualdad y justicia), sino también liberar al hombre de la magia (y alejarlo por lo tanto de todas las fuentes de lo maravilloso), a la que veía como un ámbito en el que se crían y reproducen los monstruos que dan origen a los grandes males de la especie. Tal condena, por cierto, incluye a los universos simbólicos, sin ver que si bien hay en ellos algunos mitos que legitiman la opresión, hay otros que potencian la liberación. Y también, o sobre todo, que la enorme mayoría de los mitos escapan a la dialéctica entre opresión y liberación, para dar cuenta del origen de las cosas y los seres y cargarlos de significados, pues sin esta fundación del sentido no puede haber cultura. El Iluminismo se convirtió así en un poderoso instrumento de dominación, y también en un depredador nato de la zona sagrada y todo lo numinoso. Horkheimer y Adorno, en su célebre obra Dialéctica del iluminismo, no vacilan por eso en acusarlo de ser el más totalitario de los sistemas de pensamiento. Su falsedad, dicen, no reside en aquello que siempre se le reprochó desde las filas del romanticismo (método analítico, reflexión disolvente, marcado reduccionismo al abordar situaciones complejas), sino en organizar un proceso intelectual en el cual todo viene ya decidido por anticipado, al someter a cuanto existe a un formalismo lógico.

    Esa razón «justiciera» se circunscribe a los datos inmediatos, a lo que más salta a la vista, ignorando no solo la complejidad del mundo, sino también los presupuestos que hoy plantea la antropología, tras comprender que ninguna lógica funciona en el vacío, sino sobre escalas de valores específicas. Son ellas las que determinan la racionalidad o irracionalidad de los actos, por lo que para una sociedad ciertas conductas pueden ser muy racionales según su propio sistema simbólico, y no serlo en absoluto para el pensamiento occidental, regido por una escala de valores diferente, y sobre todo sospechosa, porque siempre estuvo al servicio de la dominación de los pueblos de «la periferia». Además, calificar de «irracionales» a los principales ejes de la vía simbólica, como los mitos y leyendas, es negar por completo la autonomía de ese otro brazo del conocimiento, que se sustenta en imágenes, no en conceptos, y también la posibilidad de que exista una conceptualidad diferente, que opere sobre otras bases axiológicas. Ya Max Weber percibió que no solo cada cultura posee su propia racionalidad, sino también que dentro de cada conjunto social los distintos grupos de individuos se manejan con racionalidades diferentes. Sobre esta base, lo que es racional para unos bien puede ser irracional para otros. Las últimas investigaciones de este autor lo llevaron a abismarse en las contradicciones de un mundo que ha perdido el sentido originario y no adopta otro, lo que lo condena a ser desencantado. Para él, al igual que para Georg Simmel, en esto reside la tragedia de la cultura moderna. Se terminará así proponiendo una filosofía de la vida contra el racionalismo de hierro de la Ilustración. El logocentrismo de los griegos, manipulado con fines coloniales, acabó chapoteando en los pantanos de la brutalidad y el terror, a la vez que se obstinaba en seguir negando valor al pensamiento simbólico en tanto fuente de conocimiento. Como no podía ser de otro modo, su totalitarismo desembocó en una barbarie social, ética, política, cultural, estética y ecológica.

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    Leónidas Cambartes. Mitoformas, cromo al yeso

    .

    Lévi-Strauss incurre en un condenable exceso conceptual al relacionar al pensamiento simbólico con el del «salvaje», sin verlo como un instrumento imprescindible de todo ser humano en todos los tiempos. Lo que a su juicio caracteriza a dicho pensamiento es que no se deja someter a refutaciones de orden empírico, mientras que el pensamiento científico (que caracterizaría al hombre occidental moderno) sí lo hace, pues lo precisa para consolidarse como tal. La experiencia, dice para cerrar, demuestra el error y lo invalida. Cabe objetar a este juicio que el pensamiento simbólico no puede ser refutado, por tratarse de una metáfora que pertenece al orden de la poesía y la polisemia, donde no cabe el error.

    El mito es acaso la más importante hierofanía o manifestación de lo sagrado, una vivencia cargada de emociones que no debe confundirse con la fría intelección posterior de ella. La vía racional, como se dijo, procura siempre romper este encantamiento, hacernos ver que se trata de un engaño, de una ilusión o una vulgar superstición. Lo sagrado es el tema de mi ensayo anterior, titulado Poética de lo sagrado. Una introducción a la antropología simbólica, por lo que no me extenderé aquí en este tema complejo. Basta decir que lo entiendo como toda condensación de significados esenciales de las culturas y los individuos, la que bien puede ser independiente de las religiones, como lo que se dio en llamar «sacralidad laica». El rito es la puesta en escena del mito, la repetición de un gesto arquetípico realizado en el illo tempore por los dioses o los ancestros, que mantiene en pie el sentido del mundo. Este coincide con la repetición que lo signa, la que montada sobre un arquetipo logra abolir, mientras dura, el tiempo cotidiano. La repetición proyecta el paradigma no solo más allá del tiempo, del devenir histórico, sino que toma también por asalto a la eternidad, o lo intenta. El rito sacraliza la vida, y transforma a la duración en un tiempo sagrado. Lo sagrado se asimila en gran medida al concepto de lo numinoso o numinosum, instituido por Rudolf Otto para designar a lo indecible, lo enigmático, incluso lo horrible, vinculado a lo divino, concepto, este último, que no debe confundirse con lo sagrado, por más que en muchos casos se superpongan. Lo numinoso se manifiesta como un poder que nos desestabiliza, al conectarnos con realidades suprasensibles. Lo maravilloso se relaciona con él, aunque son conceptos distintos. En este predomina ampliamente la fascinación, y no hay lugar para el terror, aunque sí para ese ligero temor o recelo que genera toda experiencia intensa. Cuando el temor se convierte en horror, habremos pasado a la esfera de los terrores nocturnos, señal inequívoca de que fuimos ya expulsados de la zona del resplandor. Es que lo maravilloso, desde que implica una entrega fascinada, está ligado a la atracción, no a la repulsión. El rito, que es también (o esencialmente) repetición, al poner un mito en escena nos traslada a ese espacio/tiempo marcado por la intensidad y la luz, que nos permite descubrir los secretos de las cosas y controlar sus explosiones, así como recuperar su sustancia cuando ellas se han fugado.

    Como se puede apreciar, la percepción de lo maravilloso requiere una imaginación y una sensibilidad siempre abiertas a los misterios y los detalles, por lo que quienes carecen de ellas tendrán que encerrarse en la llamada realidad, esa zona gris donde se corre el riesgo de morir de tedio, al no encontrar mayor sentido a la vida. En tal cacería, el hombre se topará con ámbitos y objetos que ya no están, pero los siente como si estuvieran ante sus ojos. Para ello, la sensibilidad deberá alcanzar el poder de convertir el paisaje ya depredado por el tiempo que observamos en el sitio esplendoroso que fuera alguna vez, para asignar a ese triste despojo que se yergue aún como real el papel de una simple referencia, algo así como los restos de un espacio al que se le devolverá su carnadura, sobreimprimiéndole la imagen antigua. Celebraremos entonces las brumas que disuelven el contorno de las cosas y las tiñen de luces mágicas, ese encantamiento que nos hace sentir la unidad y permanencia de lo viviente.

    De lo anterior cabe deducir que la irrupción de lo maravilloso implica de por sí un cambio en el régimen sensorial de una persona. De ahí en más, ella podrá avanzar en otras conquistas sensibles, en su afán de dominar esta fuente del encantamiento, o bien dejar tales sensaciones enquistadas en su memoria, como una atmósfera extraña e intensa a la que volverá en forma recurrente, procurando tan solo reencontrarse con esas imágenes convertidas ya en una mitología personal, o en vías de catalizarse como tal.

    En este punto de partida asumimos la tesis de Max Weber de que el conocimiento racional empírico, propio de la modernidad occidental, opera como desencantador del mundo, lapidaria afirmación que saca a lo sensible de la condición de factor secundario en la construcción social de la realidad, para otorgarle la noble misión de resignificarlo, o sea, de reencantarlo mediante un proceso inverso.

    Es que estamos de hecho ante una fuerte dialéctica en lo que hace al conocimiento de lo real. Claro que no faltaron intentos en acercar las ciencias humanas a una poética, aun sabiendo que ambas se mueven sobre ejes muy diferentes. En Psicoanálisis del fuego, Bachelard señala que la tarea de la filosofía bien podría consistir en tornarlas complementarias, unirlas como dos contrarios de igual valor. O sea, escribe, oponer al espíritu poético expansivo el espíritu científico taciturno, para el cual la antipatía previa es una sana precaución. Desde Nuestra América, una antropología crítica, que reflexiona sobre su propia práctica, acercándose así a la filosofía, aborda hoy los aspectos éticos de la epistemología para descolonizar a las ciencias sociales, las que se ven compelidas a admitir en su esfera a los otros saberes del mundo en paridad de condiciones, pues de existir la verdad, ella no puede ser patrimonio exclusivo de ninguna cultura, y menos ajustarse a la despótica metodología instaurada por el posi­tivismo, a la que ningún congreso internacional reconoció como universal. Dicha tendencia, que se ha dado en llamar «epistemología del Sur», y también «diálogo de saberes», es la adoptada por esta obra, para la cual el pensamiento de los bambara de Malí respecto al lenguaje y otros temas puede ser, según los casos, tan o más valioso que el de Kant.

    Nuestro propósito es abordar aquí, desde esta perspectiva múltiple, los diversos mecanismos que producen el encantamiento, deteniéndonos en cada uno de ellos, y privilegiando, como no podría ser de otra manera, la vía simbólica. De especial importancia nos parece el de la repetición, tan presente en el rito, pues termina sustrayendo al individuo de la esfera de lo cotidiano para sumirlo en un estado de encantamiento. Los niños quieren así que les cuenten relatos que ya conocen, pues de este modo regresan a un núcleo de sentido que atesoran en su memoria, envuelto en el aura de lo maravilloso. El cuento nuevo, en cambio, no conquistó aún un sitio en su imaginario, ni apareja recuerdos de las circunstancias que rodearon su narración en otras noches, los que inciden en la construcción de la atmósfera.

    Hay a veces accidentes que modifican de golpe la capacidad sensorial, como el hecho de haber sido alcanzado por un rayo y salir indemne, algo de especial importancia en la iniciación chamánica. Tal persona suele adquirir así un poder de presagiar el futuro y percibir realidades que a los demás se les escapan, una zona densa y colmada de luces y sombras, en viajes de los que a veces les resulta difícil retornar. Lo maravilloso se cifra aquí en una mirada mágica y misteriosa, cuyo origen no siempre proviene de los seres sobrenaturales. Al que fue alcanzado por un rayo se lo considera muerto y resucitado en ese mismo acto, o sea, que abandonó su ser anterior y renació como otra persona. Esta se diferencia de la otra por su mayor nivel de percepción, en el que lo maravilloso deja de ser ya un fulgor efímero

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