Mitos y creencias en la Argentina profunda: Caracterización y testimonios
Por Colombres Adolfo
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Colombres Adolfo
Adolfo Colombres nació en Tucumán, en 1944. Se graduó en Derecho en la UBA y realizó estudios de filosofía, literatura y antropología. Su ya vasta obra ensayística incluye, entre los más relevantes, títulos como La colonización cultural de la América indígena (1977), Sobre la cultura y el arte popular (1987), Celebración del lenguaje. Hacia una teoría intercultural de la literatura (1997), América como civilización emergente (2004), Teoría transcultural del arte. Hacia un pensamiento visual independiente (2005), Imaginario del paraíso (2012) y Poética de lo sagrado (2015). Como narrador publicó 19 novelas, entre las que se destacan Portal del paraíso (1984), Territorio final (1987), Karaí, el héroe (1988), Sacrificio (1991), Tierra incógnita (1994), Las montañas azules (2006), El desierto permanece (2006), El exilio de Scherezade (2009), El callejón del silencio (2011), La vida no basta (2012) y La eternidad. Recibió por ellas premios en Argentina, México y Cuba.
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Una guía simple y entretenida de algunos de los seres mitológicos más olvidados de nuestro sur.
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Mitos y creencias en la Argentina profunda - Colombres Adolfo
MITOS Y CREENCIAS
EN LA ARGENTINA PROFUNDA
Caracterización y testimonios
Adolfo Colombres
Mitos y creencias en la Argentina profunda. Caracterización y testimonios
Adolfo Colombres
1º edición, abril de 2017
ISBN 978-987-4413-09-3
Ilustración de tapa: Mariana Gabor
Diseño de tapa: Disegnobrass
Diagramación: Disegnobrass
Ilustraciones de interiores: Estela Cúneo Quiroga, 39, 55, 91, 93; Ricardo Deambrosi, 41, 63, 67, 69, 71, 77;
Mariana Gabor, 15, 27, 33, 59, 87, 95, 99, 103; Carlos Gómez Centurión, 53, 81;
Pedro Molina, 45, 47, 75; Víctor Quiroga, 23, 25, 29, 43, 105; Luis Scafati 19, 51, 65, 83;
Leandro Stavorengo 31, 37, 57, 61, 73, 79, 89, 97, 101
Corrección: Gabriela Pomi
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ÍNDICE
PRÓLOGO
1. ENSAYOS DE CARACTERIZACIÓN
LA PACHAMAMA
EL POMBERO
LA MULA ÁNIMA
EL RUNA-UTURUNCO
LAFQUÉN TRILQUE
MÁYUP MAMAN
EL BASILISCO
LA PERICANA
LAS BRUJAS
EL DUENDE
LA UMITA
LA VIUDA
EL LOBISÓN
EL UCUMAR
EL SÚPAY
EL IVUNCHE
LA SOLAPA
CUFALH
EL PATÓN
YASÍ-YATERÉ
CAÁ-PORÁ
EL COQUENA
HUAYRAPUCA
EL CACHIRÚ
EL SACHÁYOJ
ELAL
EL MIKILO
TEYÚ-YEGUÁ
EL CHIQUI
NGÜRUVILU
EL LLASTA
CAPITÁ CHIKÚ
HUAYRA MUYU
EL SOMBRERUDO
LA PESADORA
TOKJUAJ
LOS YÓSI
EL BARCHILA
METZGOSHÉ
AHÓ-AHÓ
EL FAMILIAR
2. RELATOS TESTIMONIALES
EL RUNA-UTURUNCO
EL TÍO FELIPE Y EL CKAPARILO
EL DUENDE
LA MULA ÁNIMA
EL LOBISÓN
3. PROPUESTAS DE TRABAJO PARA EL AULA
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
PRÓLOGO
El mito es la capa más profunda y cargada de sentido del pensamiento simbólico. Está lejos de ser una ficción deleznable, una mera superstición, como parece surgir del lenguaje corriente, abonado por la mirada que el racionalismo occidental siempre promovió, desvalorizando lo percibido por los sentidos, considerándolo ilusorio, no científico. El hombre, más que un animal racional, es un animal simbólico, tal como lo definiera Ernst Cassirer, y el mito es para quienes lo vivencian una vera narratio (narración verdadera), como ya lo advirtiera Vico en 1725.
La ciencia niega la existencia de los mitosht o intenta redimirlos mediante un abordaje racional, tal como hicieron el estructuralismo, el psicoanálisis y otras teorías, lo que implica desconocer la autonomía de esta forma de conocimiento, que debe ser vista más bien como alternativa o complementaria del pensamiento analítico y no como una razón
sospechosa y enmascarada, a la que hay que desmontar con esquemas lógicos binarios o de otro tipo para poder sacarle alguna enseñanza útil.
Mircea Eliade señala que los mitos no son creaciones irresponsables de la mente, sino que responden a una necesidad y cumplen una función. Es que el mito no significa el fin de la razón, y tampoco es la instancia que la precede, algo que nos vincula a la infancia de la humanidad, según han planteado algunos autores, entre los que se cuenta Hegel, sino otra forma de conciencia más ligada a las pulsiones de la vida, que ilumina zonas de la realidad que la razón no alcanza o explica pobremente.
El mito, al igual que el arte y la literatura, sus hermanos, es una vivencia cargada de emociones, no la fría comprensión o intelección de la misma. Decía Georges Gusdorf que sin el mito la razón permanecería flotando en un mundo de abstracciones, desconectada de la existencia. Es que el mito no se despliega fuera de lo real. Por el contrario, se presenta más bien como un modo de situarse en este plano, en la medida en que instala paradigmas en la cultura y prescribe las acciones rituales que habrán de escenificarlos. Tanto las cosas como los actos devienen reales solo cuando se remiten a arquetipos conocidos y reconocidos como valiosos por una sociedad determinada. Toda acción que se sustrae a los paradigmas de la cultura sin fundar uno nuevo es un gesto condenado a caer en el vacío y la insignificancia. La aventura humana pasa por la significación del mundo, por otorgar un sentido preciso a las cosas y a los actos, y en este aspecto el aporte del mito resulta primordial, en cuanto constituye la más depurada expresión de la imaginación y el deseo. De ningún modo propicia una evasión de la realidad, sino que, por el contrario, enseña al hombre no solo a soportarla, sino también –y esto es lo más importante– a maravillarse de la misma, a amarla y comprometerse con ella. Sobre dicha base se puede afirmar que los seres mitológicos son paradigmas que ayudan a aprehender el mundo y cumplen funciones sociales nada irrelevantes.
Todos los seres sobrenaturales que integran este libro pertenecen a Argentina, aunque a varios de ellos se los encuentra también en los países vecinos, con las mismas o diferentes connotaciones. Muchos de ellos ocupan un lugar destacado en la religiosidad de los grupos indígenas, extendiéndose en algunos casos al sector mestizo. Con un criterio antropológico que deja a un lado la cuestión de la existencia de otros mundos después de la muerte, podríamos hablar más bien de una zona sagrada de la cultura, donde se radican, a fin de cultivarlos especialmente y preservarlos, los valores fundamentales de la misma. Eliminar dicha zona es dejar a la cultura sin huesos, convertida en una pasta amorfa, moldeable al gusto de la cosmovisión dominante. Así, entre los mbyá-guaraní, el universo religioso ha funcionado hasta la fecha como el más poderoso bastión de su resistencia cultural, donde se encuentra todo lo hermoso que este pueblo tan antiguo alcanzó a crear, relatos y concepciones que resplandecen como un sol en medio de la pobreza extrema que signa su vida. Prefieren librarse a la poesía de la búsqueda de la Tierra Sin Mal, siguiendo las huellas de Capitá Chikú, que incorporarse al triste espectáculo que brinda hoy Occidente. Esta civilización ha sacrificado sus mitos clásicos a fin de instaurar el reinado de la razón (su razón), y terminó rindiéndose al fetichismo de la mercancía, consagrándose a mitos de hojalata y luces de neón que carecen de toda dignidad, motivo por el cual Georges Balandier los ha calificado de signos descartables
.
La palabra perro
no muerde, decía Aristóteles desde su atalaya racional, pero cuando nos sumergimos en el territorio del mito basta una palabra para desencadenar los mecanismos del terror, y hay por eso seres que jamás deben ser nombrados. Es que nos cuesta reconocer que las estructuras del imaginario puedan llegar a ser más reales que la mayor parte de los actos y seres que pueblan el mundo fenoménico, porque, como se dijo, es la fuerza del sentido, y no la mera existencia física de algo, lo que delimita el campo de lo real.
Seres imaginarios que, como tales, escapan al rigor de las leyes biológicas y físicas, pueblan no solo la noche con sus misterios, sino también la plena luz del día, sin que el progreso tecnológico haya podido aún acabar con ellos, pues sus frutos están lejos todavía de calmar todos los miedos ancestrales del hombre y colmar sus esperanzas. Viven en lo más profundo de la conciencia colectiva, allí donde se urde la trama de la identidad. En este último sentido resulta curioso comprobar que en un país como Argentina, en el que tanto arraigo alcanzó la cultura occidental, son muy escasos los seres mitológicos que deben algo a la misma, y que incluso esos pocos casos (el Familiar, el Basilisco, el Lobisón, las Brujas) no tienen entre nosotros la misma apariencia ni igual leyenda, ni cumplen similar función.
Cabe reconocer que entre los 42 seres que integran este libro, no todos pertenecen verdaderamente a un orden sagrado. Varios de ellos nacieron y se desarrollaron fuera de toda religiosidad, y otros probablemente formaron parte en un principio de un universo mítico bien estructurado y se desprendieron luego de él, iniciando un proceso de desacralización que los