Bhudh-skö
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Bhudh-skö - Héctor Orrego Matte
VISTA!
EL ASOMBRO Y EL COMPARTIR
La búsqueda y la mirada renacentista de Héctor Orrego
Luis Weinstein
Tenemos ante nosotros una obra de notable relevancia actual y , a la vez, futura, porque aborda con una mirada sabia, integrando y llegando al meollo de saberes muy diversos, el tema que nos confunde, nos desgarra, nos lleva a la extrema evasión, nos constituye, nos eleva de condición cósmica…el de la realidad, el de nuestra realidad
Héctor Orrego, alias Titin, el autor, es un joven encaramado sin esfuerzo sobre los ochenta años, cordial, dialogante, lector impenitente, investigador de alma, escritor adicto con incapacidad de detenerse.
Su natural modestia y la distancia de la mayoría del ámbito de las ciencias lleva a que quien lo conozca demore en enterarse de que es una autoridad reconocida mundialmente en relación a los avances en el conocimiento del hígado y su fisiopatología, un invitado frecuente a dar conferencias en todas partes, el autor de múltiples publicaciones en revistas del más alto prestigio. Médico, ex Profesor en las Universidades Católica y de Chile, su compromiso social lo condujo al exilio, siendo actualmente Profesor Emérito de Medicina y Farmacología en Toronto. Como muchos exiliados, comparte el año entre nuestro país, el de sus orígenes, y la tierra que lo acogió en tiempos ingratos, en su caso, Canadá. Pertenece a un grupo especial de chilenos, los que tienen un lugar en el imaginario mundial.
Brillante como ha sido su carrera académica, valorados como han sido sus hallazgos como investigador de alto nivel, no es menos sorprendente como todo ello se ha complementado, ha hecho sinergia, con una formación cultural transdisciplinaria, universal..Este hombre analítico, este especialista en los laberintos de la constitución de un órgano del cuerpo humano, es, ha sido desde niño, una persona de amplísimos intereses que, como se evidencia en este texto, lo han llevado a poder moverse con seguridad, creatividad y autoridad en la física cuántica y la cosmología, la biología, la sociología, la psicología y la antropología, la literatura y la mitología de todas las épocas y de todas partes, la religión comparada, la filosofía abstrusa y la que no lo es tanto…Todo asimilado, personalizado, lejos de la pedantería, de la misantropía, del desdén por el humor y el tejido de lo cotidiano. Un sabio y un sabedor.Un puente viviente entre las dos culturas que señalara Snow como abismalmente separadas. Un ser humano cuyo proyecto de vida integra la sensibilidad y el rigor, la erudición y la capacidad analítica, de reflexión y de síntesis, la asimilación de experiencias y su recreación personalizada. A ratos da la impresión de que se equivocó de época para nacer. La suya era la del renacimiento. Tal vez la metáfora de lo que se intentó expresar a través de su existencia es que este médico investigador en los meandros de la vida del hígado fue quien, en un atardecer en Isla Negra, mientras esperaba con su querida esposa Manena la aparición del rayo verde, le sugirió a Neruda la Oda al Hígado, hablándole, entusiasta, sobre la complejidad de sus funciones, convenciéndolo de que es un trabajador profundo
,
Antes de este ensayo, Héctor escribió dos libros que podrían ser emblemáticos de aparentes polaridades que un nuevo renacentismo llama a integrar y que son, en el fondo, plenamente complementarias..En el primer texto, Carta de un padre desconcertado
, el énfasis está en lo personal, el currículum paterno, puesto en interacción viva con los problemas de la época. El autor, desapegado de toda imagen, comunica su desorientación ante el ritmo acezante de los cambios que trae consigo profundas diferencias entre los ámbitos normativos y las prácticas cotidianas prevalentes en su juventud y la de sus hijos. El segundo libro, Currículum Vitae
, es la gran historia vital que se nos abre con los avances en el conocimiento científico del siglo veinte. La bella historia
del universo y de la vida que conduce al ser humano actual. Una lúcida síntesis de hallazgos y nudos problemáticos que nos lleva a saber más, a atrevernos más, ante los eternos interrogantes sobre quienes somos y de dónde venimos.
La obra presente lleva el sub título de Tres Divagaciones sobre la Realidad.
Entiendo que el muy amable autor puede allanarse a que cada lector haga el conocido ejercicio de proponer para sí su propio título, al modo, guardando las necesarias proporciones, como Roberto Juarroz sugería que todo poema sólo puede ser adecudamente criticado en base a escribir otro, recreándolo..Personalmente, no hablaría de divagaciones. Hace pensar en una pérdida de centro. Hasta recuerda, tal vez, a aquel personaje de Corneille que increpaba al alfiler con que una mujer vengativa le había arrancado un ojo, en un discurrir verborreico errático, torrencial, sin ton ni son. No, el autor, en la multidimensionalidad de sus recuerdos, hace frecuentes paréntesis que terminan por confluir en una central, la búsqueda. No hay pérdida de dirección. Hay una evidencia de lo que es una búsqueda en que el rigor de un investigador se une a la sensibilidad de un humanista La información se empapa con ideas, con imágenes, con apertura de vías para que el lector se adentre en las búsquedas y hallazgos de pensadores, investigadores, artistas y figuras espirituales
El título, con la palabra indoeuropea Bhudh-skó, empieza por causar extrañeza, luego, una sana inquietud, y, finalmente, evidencia ser una buena síntesis de lo que está en la base de nuestra relación con la realidad, tal vez la esencia de lo humano, la búsqueda. Una búsqueda que es, al mismo tiempo, una respuesta a nuestra condición de seres que nos vivimos como incompletos, entes finitos que añoramos lo absoluto, formuladores de preguntas que no tiene respuesta a nuestro alcance, extranjeros en el mundo en la tensión entre trascender lo que somos, regresar a un mítico pasado , darle sentido a lo que nos acaece, aquí y ahora y, luego , en el entonces del después..
Búsqueda, como respuesta existencial, desde el acervo de lo aportado por la trayectoria de la humanidad y la reflexión personal del autor, búsqueda racional, ética, estética, afectiva, espiritual. Búsqueda, desde la superación de la unidimensionalidad, laminar , del sentido común de la época.
Distinguimos dos núcleos de sentido, dos radicales complementarios, constituyentes de esta búsqueda, la vivencia del asombro y la disposición a compartir con su traducción en un amoroso afán de enseñar.. Hay el yin , aferente, de la apertura, el entusiasmo, la admiración, la curiosidad ante la realidad que nos rodea y nos constituye. Se da el emerger, yang, de la búsqueda, de la consulta, de la reflexión. Vuelve el yin del asombro a lo que ha descubierto y creado el ser humano Hay una nueva instancia yang, de escribir, de comunicar, de enseñar…
La búsqueda, desde el asombro y la pasión por compartir, desborda las particularidades, es una forma de responder a la situación humana, podría decir Frankl; cabe verla como alternativa ante la separatividad como telón de fondo de lo humano, a lo mejor convendría Fromm; es un camino que posiblemente no desecharía Ortega para el hacerse cargo de la vida.
Vivimos varias dimensiones del asombro. En la edad de las preguntas de los niños, en la ebullición de la adolescencia, en las instancias de plenitud de los diálogos de tú a tú, ante los momentos limites de la pérdida de seres queridos o la inminencia de la propia muerte, después de experiencias de acceso a niveles superiores de consciencia…puede reverberar el asombro existencial, la pregunta de Leibnitz, de Schelling , de Heidegger …por qué hay ser y no más bien nada. La emoción que fluye cuando Valery nos habla de que el ser no es más que una mancha en la pureza del no ser. La frase de Saramago, más cerca para cada uno de nosotros, que el autor de este ensayo introduce casi como un personaje:dentro de nosotros hay una cosa que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos
Asombro que nos compromete, que se hace uno con el reconocimiento del misterio. Cercanía de la nada. De la locura De las fronteras de lo tolerable Asombro que puede convertirse en pasmo, en desconcierto que sobrepasa las instancias particulares. En precipitarse en las sombras.
En el otro extremo encontramos el asombro exangüe, superficial, epidérmico, sin sentido crítico, sin la savia de la admiración, simple sorpresa por lo nuevo, por lo diferente, caldo de cultivo para las manipulaciones del poder grande y pequeño, de la seducción, del mercado omnipresente.
En complicidad con el misterio de fondo, sanamente en vigilia en el mundo consensual, el asombro de Héctor Orrego se asienta en la realidad a la escala humana, en lo que encuentra en sus búsquedas por las diversas disciplinas, en el pensamiento de los filósofos, en los tesoros de la literatura, la mitología y las leyendas. Tal como le maravilla la complejidad del hígado e hizo a partir de ello importantes descubrimientos, nos invita a compartir la emoción por la belleza y la complejidad del universo y del ser humano, la de la consciencia y la de la creación humana
Héctor camina absorto en el paisaje acompañado por su fiel perra Gita. Admira las plantas y los animales, las piedras y la aparición del rayo verde, pero no cede a la tentación de muchos de fantasear con una posible, deseable, marcha atrás en la historia, el desdiferenciar lo humano, presuntamente volver a lo natural. No, más allá de los dogmas, de los autoritarismos de todos los matices, más acá ,a lo mejor, de su propio dolor por los horrores de las guerras, de las degradaciones de la naturaleza, el autor afirma que el ser humano ha tenido una evolución A pesar de todo, existe el arte, existe la filosofía, existe la ciencia, existe la amistad, existe el amor, existe el enseñar, existe dentro de nosotros una cosa que no tiene nombre, esa cosa es la que somos. Ese misterio que nos impulsa a buscar y a enseñar.
Introducción
I do not feel equal to the problems treated in this book. They seem to me to require an order of intelligence wholly different from mine. Others who have tried to address questions of philosophy will recognize the feeling.
(No me siento a la altura de los problemas que se tratan en este libro. Me parece que requieren un grado de inteligencia totalmente diferente al mío. Otros que han intentado abordar asuntos de filosofía comprenderán lo que siento)
(Thomas Nagel. Introducción de The View from Nowhere)
Yo solo trasmito a otros lo que se me ha entregado. Pueden tener la seguridad de que cualquier oscuridad de expresión o cualquier tratamiento superficial en este escrito, constituyen las partes donde soy más original.
(San Belarmino. Citado por Huston Smith en Forgotten Truth)
El asunto central que une a estas divagaciones es la curiosidad que impulsa la búsqueda y el asombro que nace de lo que se encuentra. Como el tiempo de que disponemos es breve la búsqueda es ansiosa, se trata de comprender lo más posible de este universo increíble en que vivimos, de admirar con estupor la grandeza del espectáculo. Perderse eso es perder el privilegio de haber vivido la corta permanencia en este remoto planeta. Creo que hay una gran realidad detrás de lo que nos rodea, infortunadamente es una realidad inalcanzable. A pesar de que esa imposibilidad ha sido siempre evidente, el ser humano nunca se ha dado por vencido en la frustrante búsqueda de explicaciones. Este libro es esencialmente sobre ese tema. Por ello comienzo con una breve visión de lo que podemos discernir en el pequeño trozo del universo que podemos observar y en lo que gracias a esa exploración podemos imaginar o teorizar. Mucho de esa realidad es especulación matemática, mucho tiene una misteriosa cercanía con el mito. El magnifico esfuerzo del ser humano por entender y explicar el cosmos es una de las cosas más extraordinarias y admirables logradas por nuestra especie. Es algo que en alguna forma redime muy parcialmente a la humanidad de la horrenda culpa que arrastra por haber devastado a este planeta. Lo que la ciencia ha logrado entregarnos constituye el grandioso escenario donde transcurren nuestras fugaces vidas, como ha dicho Stuart Kauffmann es un esfuerzo por encontrar un hogar en el universo
, para entender lo que somos con respecto a la inmensidad que nos rodea. También es el escenario de la nueva mitología, del mundo de lo inimaginable. Aprovecho de discutir allí qué constituye la materia a la luz de la física moderna y el deceso del antiguo materialismo. Luego, en la segunda divagación, comento algo sobre cuales son los instrumentos que poseemos para entender al mundo que nos rodea. Hablo de nuestra mente y de nuestros sentidos. Hablo de las realidades que forman la realidad. También comento algunas de las características que hacen que nuestra especie, para bien o para mal, sea tan diferente a todas las otras vidas que nos rodean. En la tercera de estas divagaciones me refiero a esa cualidad que, en este planeta, parece ser exclusiva de la especie humana, la imaginación, la invención y la creación de nuevas realidades internas paralelas a la realidad
externa que nos entregan los sentidos. Me refiero a la capacidad de abrir el teatro que hay en nuestra mente para vivir vidas inventadas, para apreciar paisajes y situaciones que solo existen en lo que llamaré nuestro espíritu. Allí comento la gran madeja de los mitos, leyendas, creencias y ficciones que nos entregan las novelas, el teatro y el cine. Hablo allí de la increíble capacidad del ser humano para crear personajes, vidas y situaciones que en nuestra mente cobran una vigencia que muchas veces supera a la de los acontecimientos reales
. Comento también los intentos, a veces conmovedores, para crear explicaciones, para inventar origenes y razones para nuestra existencia. Esos intentos se basan en la inspiración, la imaginación, la intuición y en revelaciones. Intentos que pretenden explicar lo inexplicable, y humanizar lo inhumanizable.
Tengo que advertir que tiendo a escribir siguiendo el flujo de mi pensamiento, abriendo continuos paréntesis y nuevas divagaciones, a veces bien lejanas del tema central. Mis paréntesis son exactamente lo contrario de los paréntesis de Husserl, este filósofo pone en paréntesis todo lo que distrae del argumento central. Su filosofía llamada la fenomenología trata de describir la esencia pura, la no contaminada por la existencia de las cosas o de los eventos, y no las características de ellas en particular. Para ello ponía en paréntesis el mundo de la experiencia o de los hechos, suspendiendo los juicios sobre él para alcanzar así una consciencia completamente separada de los aconteceres. Con el acto de situar a la conciencia fuera del paréntesis aspira a tener una mejor posibilidad de examinar al mundo en una forma más desapasionada y aguda. Yo, en cambio, aprovechándome del hecho de que no soy filósofo, uso otro tipo de paréntesis. Para mí el paréntesis, es un signo de vida, es precisamente lo que me interesa entregar, el mundo como un acontecer al que integro mi persona y mis experiencias, mi pensamiento. Mis paréntesis son una forma de introducir mi humanidad, mis debilidades y mis emociones en lo que escribo. Se podría decir que a mí me interesa más el como es el ser
en este mundo, el asombro que produce el vivir en él, que el entender el porqué de nuestra estadía en él. Hace ya mucho tiempo que dejé de lado, por imposible, el pensar en los porqué o en las esencias. Por eso no puedo analizar al mundo en forma desapasionada.
Ahora dos explicaciones. Primero, me gustaría explicar porqué he dedicado este libro a mis queridos muertos. En los últimos diez años han muerto más de treinta de mis familiares y amigos íntimos, todos los meses aparecen en los obituarios los nombres de muertos que fueron mis compañeros de colegio, el último de ellos esta mañana. Eso me hizo pensar que con ellos se va también mucho de lo que soy, por eso los quiero involucrar en este libro. Quiero pensar, por improbable que sea, en la posibilidad de que estén en algún lugar desde donde comparten sabiendo todo y sonriendo frente a mis terrenales compunciones.
Recuerdo que en mi adolescencia, mi madre me recomendó leer la Montaña Mágica de Thomas Mann, el libro me hizo un gran impacto. No lo he vuelto a leer desde ese lejano año 1938. Unos años después leí La muerte de Ivan Ilyich
de Leo Tolstoy. Ambos libros, nos llevan frente a seres humanos que, por diversas circunstancias, viven en los umbrales de la muerte. Todo lo que veían, todo lo que les pasaba, todo lo que pensaban, era bajo la amenaza de una muerte inminente, la muerte era quién otorgaba la perspectiva, era el marco de todo. Con ello, todo lo que los rodeaba se convertía en frágil, en impermanente y lleva a un violento enfrentamiento con la realidad de nuestras vidas y la vida de todo lo que existe.
Esos libros me entregaron esa perspectiva cuando yo era aún un hombre joven. Era un momento de mi vida, donde con un corto y despreocupado pasado, enfrentaba un largo e incierto futuro. Vivía sumido en una intensa sensación de poseer un tiempo ilimitado por delante. Se me presentaba un largo futuro para descubrir cualquier cosa, para leer todo lo que tenía que leer, para aprender todo lo que tenía que aprender, para viajar todo lo que tenía que viajar, para amar todo lo que tenía que amar, para tener esperanzas de lograr todo lo que se puede lograr. Vivía la primera página de una novela que aún no se había escrito. Por ello, cuando leí esos libros, aunque me impresionaron profundamente, no los viví. Mi situación era tan ajena a la situación de esos personajes.
Ahora, con mi vida por detrás, con mi mundo esfumándose, esos libros retornan a mi mente, pero con otra visión, esta vez viviendo la situación. No tengo mucho más vida por delante que la que tenían Settembrini o Madame Claudia Chauchat, los tuberculosos, o Ivan Ilyich, el canceroso. Por eso, ahora comparto con ellos esa capacidad de percibir lo efímero. Para percibir lo cercano a su fin que están todos nuestros comienzos. Frente a cada situación siento que inevitablemente llegará el momento de que hablaba Joan Manuel Serrat, cuando nos canta se acabó la fiesta, se apagaron las luces, y la calle quedó vacía
. La proximidad de la muerte no me produce mucha inquietud, es posible que exista un acostumbramiento gradual al asunto. La verdad es que pienso sin terror en el inevitable momento, aunque me acuerdo de Woody Allen que dijo A mí no me asusta la muerte, pero, por favor, cuando venga a buscarme, digan que no estoy
. Por estar viviendo ese momento de mi vida, le dediqué mi libro a esos seres que se me anticiparon.
La segunda explicación es con respecto a los dos epígrafes que siguen al título de esta introducción. El primero, tomado del libro de Thomas Nagel, The View from Nowhere, despertó en mí una inmediata simpatía por el autor. Sentí que podía ser amigo de ese filósofo que escribe en un lenguaje tan sencillo, tan sin las rimbombantes y, para mí, ajenas palabras que son habituales en los textos filosóficos. Me emociona el hecho que de partida el autor nos advierta que él no posee la inteligencia necesaria para resolver los problemas que su libro plantea. Por supuesto que no la tiene, nadie la tiene, pero también es cierto que pocos se atreven a confesarlo. En la obra de la mayor parte de los filósofos que yo he leído, tengo que descubrir el hecho obvio de que a ellos, como al resto de la humanidad, también les falta la inteligencia para resolver los problemas que se discuten desde hace miles de años. Simplemente no fuimos dotados de un cerebro capaz de semejante empresa.
El otro epígrafe es el de San Belarmino, a quién no he leído. También un ejemplo de modestia poco usual, nos dice que lo malo de su libro viene de él y que lo bueno viene de otros. Una admirable confesión. Eso me mueve, igual que frente a Nagel, a confesarme a mi vez. En mi libro tanto lo malo como lo bueno proviene de otros, ni siquiera me atrevo como San Belarmino a adjudicarme lo oscuro y lo superficial. Creo que si examino con cuidado en mi mente, debo confesar que todo lo que aquí escribo proviene de algo que me llegó de fuera. No he logrado en mi vida pensar algo sin eventualmente descubrir que había sido pensado por otro. Nuestra vida es una eterna repetición, repetición de etapas, de experiencias, de frustraciones, de amores, de sufrimientos, de alegrías y de pensamientos. Nada de eso encierra una originalidad. Todo eso es compartido, no se viven cosas nuevas, cambian las circunstancias, cambian los escenarios, pero el argumento sigue esencialmente el mismo. Según Shakespeare en el año 1485, viéndose derrotado en la batalla de Bosworth, el aterrado rey Ricardo III grito: ¡Un caballo! ¡Un caballo! Mi reino por un caballo
, en Argentina, el año 2001, el presidente Fernando de la Rua grito: ¡Un helicóptero! ¡Un helicóptero! Mi presidencia por un helicóptero
, en la serial Star Trek, que trascurre en el futuro, cuando el capital Kirk desembarcó en un planeta de una lejana galaxia y se vió acorralado por seres hostiles grito: "¡Teletransporte! ¡Teletrasporte! Una galaxia por el teletransporte". La misma situación, los mismos terrores, el mismo urgente deseo de desaparecer, la misma imperiosa necesidad de no estar donde se estaba, solo las maneras de huir eran diferentes. Es por esa falta de originalidad que caracteriza a nuestras vidas que aun podemos leer a Esquilo, Sófocles, Shakespeare, Balzac, Flaubert, Dostoievski y a tantos más, viviendo esas vidas antiguas como si fueran vidas actuales. Alfred North Whitehead describió a la tradición filosófica europea como una serie de anotaciones sobre la obra de Platón
. Un juicio exagerado que da una idea de lo que quiero decir. Pero la verdad es que no por ser poco originales dejamos de gozar o de sufrir esas cosas que forman el camino de nuestras vidas. Vivimos vidas conocidas con argumentos muy similares. Espero que a pesar de eso, valga la pena leer este libro. Tal vez sirva para compartir las mismas experiencias y los mismos pensamientos. No aspiro a más, ojalá no esperen aprender y acepten compartir.
Agradecimientos. Antes de terminar quiero expresar la deuda de gratitud que tengo con varias personas que hicieron posible este escrito. En una categoría muy especial está mi compañera de vida, Manena, correctora permanente de mis escritos, siempre llena de nuevas sugerencias y de acertadas críticas. Con mi querida amiga, Victoria (Moñi) Armanet, tengo una especie de sentido de culpa, me aproveché de su generosidad cuando se ofreció para leer y corregir este texto, una vez lanzada en la tarea no me abandonó y tuvo la inmensa paciencia que se requiere para soportarme. Otros personajes indispensables en esta historia son mi querida sobrina Claudia Sanchez y mis amigos Cristobal Santa Cruz y Ricardo Burmeister que en un momento dificil me ayudaron a no abandonar este esfuerzo. En un lugar muy especial quiero destacar mi agradecimiento a ese hombre tan especial que es Luis Weinstein por su gran ayuda para que se hiciera realidad esta publicación, pero, sobre todo, quiero expresarle mi aprecio por sus sabios consejos, sus sugerencias y sus inteligentes y perspicaces correcciones que fueron un substancial aporte para este escrito. También tengo que agradecer a Silvia Aguilera y a los editores LOM ediciones por una ayuda, sin ella este libro no habría existido.
H.O.M
Toronto, 2004
PRIMERA DIVAGACIÓN
El escenario donde el animal emerge
La materia como música e información
Hablar de una substancia sin cuerpo es tan absurdo como hablar de un cuerpo sin cuerpo. El cuerpo, es la substancia, cuerpo y substancia son términos diferentes para designar la misma realidad. Es imposible separar el pensamiento de la materia que piensa. La materia es el substrato de todo lo que ocurre en el mundo (Friedrich Engels. "Ensayo sobre el Materialismo Histórico, 1892)
God-appointed Berkeley that proved all things a dream
That this pragmatical, preposterous pig of a world...
Must vanish on the instant if the mind but change its theme.
(Berkeley, el designado por Dios, probó que todas las cosas son un sueño y que este pragmático, descabellado cerdo de mundo.....
debe esfumarse instantáneamente si la mente cambia de tema)
( W. B. Yeats, Blood and the Moon
(Sangre y la Luna)
1. La Materia
Estoy sentado en mi escritorio, me rodean las cosas familiares con las que he interactuado por años. Está el escritorio que un día perteneció a mi padre. Mis muebles, unas cajoneras llenas de papeles de todo tipo, están mis libros, varios estantes atiborrados donde se encuentra mucho de lo que el ser humano ha dicho y pensado y que incluye a Salgari, el escritor que más me influyó durante la infancia. Estoy yo, mi persona, sentado ante la computadora, con una pantalla al frente, martillando este teclado, desde donde brotan letras que forman palabras que proceden de lo que yo soy. A mis pies está mi amiga perra, duerme plácidamente.
Según mi percepción lo que me rodea en esta pieza, incluyendo el aire, está formado por los mismos materiales. Todo lo que hay en esta pieza comparte un número de elementos naturales que seguramente es menor que 92 (el número del uranio), todos estos elementos se derivan del hidrógeno. Noventa y dos es el número total de elementos naturales que se conoce. Hay otros, los transuránicos, que suben el número hasta el 116 (el ununhexium) pero esos elementos solo se dan en experimentos y no creo que circulen por mi escritorio. Cada uno de mis átomos de carbono es igual a cada uno de los átomos de carbono de todas las cosas que me rodean, incluyendo, por supuesto a mi amiga perra y al anhídrido carbónico del aire. Lo único que varía es la distribución de esos elementos, su organización, la forma como ellos se ordenan en el espacio. Por sí solos, los elementos son como los ladrillos de un edificio que, aunque son los que proveen la estructura, no explican su función.
Pero hay que agregar otra cosa muy importante, los elementos en mi pieza interactúan entre ellos. No solo yo incorporo materiales del aire a mi cuerpo cada vez que inspiro y contribuyo a la composición del aire de la pieza cada vez que expiro, sino que, además, ninguno de estos elementos ocupa un espacio en mi cuerpo en forma permanente. Todos estos elementos que forman lo que hay en esta pieza se están intercambiando continuadamente. Yo incorporo en mi lo que exhala mi amiga perra y ella incorpora en ella lo que yo exhalo. Si vemos este proceso bajo el punto de vista cuántico, los conglomerados de energía que forman nuestros cuerpos y las cosas que me rodean según Frank J. Tipler, se recambian cada 0,000000000000000000000001 de segundo (10-23 de segundo). Es esa energía organizada la que forma los átomos de todo lo que hay en mi escritorio, incluyendo sus paredes, el techo y el suelo. Todo lo que hay aquí es nuevo y desaparece y renace con esa velocidad que no cabe en nuestra imaginación.
Cuando miro a mi alrededor y veo los cuadros, los libros, la silla en que estoy sentado, el escritorio delante de mí e incluso el árbol que aparece tras mi ventana, veo a todas esas cosas inmóviles. Yo, mi perra, tal vez alguna mosca, son las únicas cosas que parecen tener el don de moverse. Pero es solo una impresión, es una ilusión, la realidad es que nosotros, humanos, caninos y moscas, junto con todo lo que llamamos inanimado que nos rodea, nos estamos moviendo a fantásticas velocidades. Nuestra galaxia, como todas las demás se está separando de las otras con una enorme velocidad. Una velocidad que aumenta en cada segundo, el universo está sometido a un proceso de expansión acelerada. El sol gira en torno a nuestra galaxia, la Vía Láctea, a una velocidad de 274 kilómetros por segundo, nuestro planeta gira en torno al sol con una velocidad de 1.800 kilómetros por hora y la Tierra gira sobre si misma a una velocidad que, en la línea del ecuador, es de 1.600 kilómetros por hora. Sin embargo, nuestra mente no registra esas velocidades. Se trata de una realidad que somos incapaces de percibir. Esa falta de percepción es lógica, se debe a la falta de puntos de referencia. Cuando hablamos de velocidad, nos estamos refiriendo a perturbaciones en el medio, a una sucesión de diferencias, a cambios en el entorno, en el tiempo que toma acercarse a un objeto para luego dejarlo atrás. Notamos también los aumentos y las disminuciones de las velocidades, las aceleraciones y desaceleraciones. Para nosotros, cuando no existen puntos de referencia (perturbaciones), o cuando la velocidad se hace continua o varía en una forma tan sutil que no es perceptible por nuestros sentidos, deja de existir. Además, si todo lo que nos rodea se está moviendo con la misma velocidad que nosotros, nuestra mente cancela todas esas velocidades y nos da la sensación de un mundo inmóvil. Por eso, si dejamos caer un objeto pesado, estando en un vehículo en marcha, este cae en línea recta a nuestros pies, no más atrás, en esta circunstancia la velocidad del vehículo no es relevante. Si estuviésemos en un tren que se desliza por los rieles en un silencio absoluto, con las ventanas cerradas, no podríamos saber si el tren está o no en movimiento. Para saber eso se necesitaría mirar hacia afuera, allí el cambio y las diferencias en el paisaje que se desliza afuera harían evidente que nos estamos moviendo. Pero aún así, todavía podríamos equivocarnos, el paso de las diferencias puede engañarnos. Si el tren se encuentra detenido en una estación y se pone en movimiento el tren estacionado al lado, hay un momento en que no sabemos cuál de los dos trenes es el que acelera, no podemos determinar si la sensación de movimiento proviene del tren donde estamos o si se origina por el paso del tren que ocupa la línea paralela a la nuestra. Solo podemos salir de esta duda mirando a través de la ventana del otro lado. Allí descubriríamos que las cosas que se ven están estáticas. Frente a universo o al movimiento de nuestro planeta, no tenemos ningún punto de referencia, luego nos sentimos inmóviles.
Pero además de todo lo que existe en esta pieza, hay dos seres que introducen una inusitada variable. Comencemos por mi persona, el ser que mira lo que me rodea, que lo interpreta, el que le da sentido y le otorga afectos. Es el ser que vive la nostalgia de los recuerdos y de las vivencias ya pasadas que están representadas en las fotografías que cuelgan de las paredes, esos mudos momentos detenidos en el tiempo. En otras palabras en esta pieza hay un ser que es el otorgador de cualidades, de amores y de historia a toda esa materia. Las cosas adquieren un sentido personal, un sentido que depende de la existencia de una conciencia. Además en esta pieza duerme mi amiga perra, se trata de un ser de otra especie que me regala su amor, un amor que yo correspondo. Por lo tanto en esta pieza se da también la existencia de esa cosa tan indefinible: la habitan dos amores. En esta pieza también existe esa cosa misteriosa que dicta lo que en este momento aparece en esta pantalla, mi mente.
No es fácil explicar la existencia de ese otro mundo medio fantasmal, ¿podemos decir que tal como todo lo demás es una forma de materia?. Difícilmente, y ¿si no es materia?, ¿que es?. ¿Existe otro universo fuera de la materia? ¿Somos dos ámbitos separados?.
Muchos filósofos han pensado que hay dos mundos, una dualidad que crea dos ámbitos: el de la mente y el de la materia. Descartes, el epítome del pensamiento lógico expresado en su duda sistemática, es el gran representante de esta dualidad. La expresó así: Entiendo por cuerpo todo lo que puede definirse con algún tipo de figura: algo que puede localizarse en un determinado lugar, algo que llena un determinado espacio de manera que cualquier otro cuerpo queda excluido de él; que puede percibirse ya sea por el tacto, o la vista, o el oído, o por el gusto o por el olor: que puede moverse en muchas formas pero, en verdad, no por si mismo, sino que por algo que es separado de él, por un algo que lo toca (y de quién recibe impresiones): porque el tener el poder de movimiento propio, como también el de sentir y el de pensar, considero que son atributos que no pertenecen a la naturaleza del cuerpo: al contrario, me asombró encontrar que esas facultades existen en forma similar en otros cuerpos.(Meditación II. Sobre la Naturaleza de la Mente Humana; y de que es más fácil de conocer que el Cuerpo) Ha sido un pensamiento tan trascendente para el pensamiento occidental, que el solo hecho de traducirlo ya me pareció una osadía. Habitualmente este argumento se resume con la famosa frase Cogito ergo Sum
(Pienso luego existo), pero Descartes solo dice: Soy, existo, no hay un luego
entre las dos palabras. Más adelante agrega: "Por naturaleza, el cuerpo es siempre divisible, en cambio, la mente no se puede dividir... Esto me basta para saber que la mente, o el alma, del hombre es algo enteramente diferente al cuerpo... Sin embargo soy una cosa real que realmente existe, pero ¿que es esa cosa? Ya contesté esa pregunta: soy una cosa que piensa.
Con ese pensamiento Descartes creyó expresar el conocimiento más esencial, el punto de partida que permitía construir todo lo demás. Si yo pienso, existo. Algo tan simple como eso, era la primera y única verdad que se permitió establecer en su duda sistemática frente a todo lo que lo rodeaba. El filósofo compara ese descubrimiento con la palanca que necesitaba Arquímedes para levantar al mundo. Había dos mundos, el interior, el que pensaba (la res cogitans), el del espíritu, y el exterior, el otro
, el de la materia (la res extensa), se podría decir el mundo de lo material. La razón, que reside en el primer mundo, es la facultad que permite decidir si una cosa es verdadera o falsa. El filósofo inglés Gilbert Ryle (The Concept of Mind) dice de esta idea de Descartes: "... es lo que yo he llamado el dogma del Fantasma en la Máquina". Pero hay que señalar que el razonamiento de Descartes no es totalmente original, la esencia de él ya se había expresado muchas veces, especialmente por San Agustín en De Civitate Dei, quién no solo presenta el argumento, sino que, además, se anticipa a las modernas refutaciones.
La idea dualista ha suscitado mucho debate. Se ha sostenido que lo único que nos dice la famosa frase de Descartes es que existe una conciencia, una mente. No es claro como se puede deducir la existencia de todo lo que nos rodea a partir de esa existencia inmaterial. Se ha criticado además el argumento diciendo que es circular, que la afirmación yo pienso
, contiene la noción de Yo
, y, por ello, presupone existencia. Una forma extrema de esta posición es la de los solipsistas (la palabra significa Solo existo yo
). Ellos simplemente, eliminan al mundo externo, creen que no hay otra realidad que la de la propia conciencia. Que todo ese mundo externo es solo una idea de esa conciencia que constituye la totalidad de la existencia. Lo que percibimos, que incluye a mi cuerpo y el de mi amiga perra, podría no existir, podría ser solo una ilusión de una gran y solitaria conciencia. Hay psicologos que dicen que antes de cumplir nuestro primer año de vida todos fuimos solipsistas, sostienen que los bebes no saben que los objetos siguen existiendo cuando no los ven. Pero es una idea bastante discutida, yo no sé, mejor dicho, después de 81 años, no me acuerdo.
Hay quienes aunque aceptan la existencia del mundo externo, de las cosas que nos rodean, rechazan la separación de la realidad en dos mundos diferentes, uno material y otro mental. Dennis Tedlock, en su traducción del Popol-vuh, comenta que el dualismo de los Quiche–Mayas consideraba que el mundo de la res cogitans
y el de la res extensa
eran, más que realidades opuestas y mutuamente excluyentes, visiones que se complementaban. Escribe Tedblock: la idea de los Maya-Quiches es que estas dos realidades, más que logicamente opuestas entre ellas, se unen por una mutua atracción
. Se trata de un solo mundo, indivisible, único, que funciona como un todo, como un sistema donde todo está integrado con todo lo demás. El pensamiento de Buda también es contrario al dualismo Cartesiano, uno de sus primeros discípulos, Rahula Thera, que fue su único hijo con Yashodhara, nos lo entrega en esta forma: No hay pensador detrás del pensamiento. El pensamiento es el pensador. Si se elimina el pensamiento se suprime al pensador
. En otras palabras, para Buda el pensador y el pensamiento son una unidad, una entidad inseparable.
Pero, elegir entre estas posibilidades es entrar en un complicado debate, lo que me interesa discutir es lo que ha ocurrido con una tercera idea, la que sostiene que la materia es todo lo que hay y que es lo que produce el pensamiento. Es decir, una visión que es exactamente el reverso de lo que sostienen los solipsistas. El epítome de este modo de pensar lo expresa Karl Vogt (1846) que escribió: "El cerebro secreta pensamientos, tal como el estómago secreta ácido, el hígado bilis y el riñón orina". Según esta filosofía el verdadero axioma es: "Sum ergo cogito".
Cuando pensamos en la materia
, solemos pensar en lo sólido, lo que se sostiene por si mismo, lo que tiene formas diversas, lo que ocupa espacio, lo que tiene peso, lo que tiene límites bien definidos y lo que nos da las proporciones para entender al mundo donde nos movemos. Sabemos donde estamos porque la materia nos otorga puntos de referencia. Pero, y espero que me perdonen las redundancias, esa materia, que fue la materia del materialismo, dista de ser tan evidente, cuando la analizamos con detalle, tiende a evaporarse. Bueno, es a esa materia, a la del materialismo, a la que me quiero referir.
La idea de que la materia explicaba la existencia fue la idea dominante entre los científicos y muchos de los filósofos hasta bien entrado el siglo XX. Mi diccionario define materialismo así: Doctrina filosófica que admite como única substancia la materia y niega la espiritualidad. La mente es materia en movimiento y todo el universo se puede explicar en términos materiales (físicos). La materia es eterna, no hay una causa inicial (prime mover). La materia no se puede ni crear ni destruir
. Si aceptamos esta definición, ese sistema filosófico hace difícil la existencia de esa parte mía que reparte nostalgia, recuerdos, gustos, la que me hace amar a mi amiga perra. Pero comencemos por el principio.
Hasta donde yo sé, el materialismo comenzó en la Grecia Clásica con la teoría atómica de Leucipo, Demócrito y, más tarde con Epicuro. Estos filósofos fueron los primeros grandes reduccionistas. Para ellos toda la materia estaba constituida por átomos, unas minúsculas entidades sólidas e indestructibles. Todo lo que nos rodeaba dependía de la combinación de estos átomos. Las propiedades de las cosas se explica por las características de los elementos que la constituyen. Un criterio bastante prevalente en la ciencia de hoy. Para explicar las cosas había que encontrar sus materiales más elementales para así poder llegar a la totalidad. Se explicaba desde lo particular para llegar a lo general. Imposible ser más materialista.
Los grandes físicos-pensadores del siglo XVII, entre los que destacan Galileo, Kepler, Newton y Descartes, introdujeron la idea de un universo estable, el llamado universo de la física clásica
. Era un universo concebido como un aparato mecánico, como un gran reloj. En ese universo desde lo más pequeño hasta lo más grande estaba controlado, y se había formado, siguiendo leyes físicas invariables. Estas leyes interactuaban en un espacio tridimensional, absoluto, independiente de la materia que contenía. También el tiempo se concebía como una medida invariable, unidimensional, transcurriendo siempre desde el pasado al futuro. Todo movimiento tenía una causa. La pareja causa-efecto acompañaba a todo lo existente. Era un mundo determinado, predecible. Funcionaba en forma reversible, no había espacio para lo inesperado. Se concebía la materia como detenida, congelada en sus propiedades físicas, esencialmente pasiva. En 1749, Julien La Mattrie publicó su famoso libro L’Homme Machine. En 1770 el barón Holbach publicó Système de la Nature, según el cual todo el universo se presenta como un mecanismo. Finalmente en 1799, Pierre-Simon Laplace publicó su Traité de Mécanique Céleste donde el universo es una máquina. En estos libros lo único que existía era lo objetivo. El mecanismo de funcionamiento del mundo pasó a ser una cosa conocida y relativamente simple. En esta física el observador no afecta a lo observado y tampoco tiene importancia la posición desde donde se observan las cosas. El universo se miraba desde afuera, como algo externo, el observador no estaba involucrado en él.
En el período que transcurrió desde las postrimerías del siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX, este cuadro tan sólido y que parecía tan permanente se derrumbó. Resultó ser una ilusión. Surgió en ese momento una nueva física, que mostró que el espacio era curvo y variable, que la gravedad se modificaba con la materia, que el tiempo dependía de la posición y velocidad del observador y que en realidad constituía una unidad con el espacio. Que las leyes de la naturaleza no son necesariamente invariables y que se pueden concebir otros universos con otras leyes. Que los átomos están formados por una serie de otras entidades y que no son indestructibles. Finalmente, la materia de los materialistas, tal como generalmente se la concibe, parece ser una parte muy pequeña de lo que existe en el universo.
El filósofo británico Gilbert Ryle en su libro The Concept of Mind escribe: Se ha repetido mucho que todo en la naturaleza está sometido a las leyes de la mecánica. Esto lleva a que se conciba a la naturaleza como una gran máquina, o como un conglomerado de máquinas. Pero la realidad es que hay muy pocas máquinas en la naturaleza fuera de las fabricadas por el ser humano. Existen unos pocos sistemas naturales que son vagamente parecidos a las máquinas... pero en realidad ninguno de ellos funciona en la forma en que funcionan las máquinas
. Ese párrafo, escrito a mediados de los años 1940s, marca un cambio