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El primer millonario de Barcelona. Y otras historias de la Barcino romana
El primer millonario de Barcelona. Y otras historias de la Barcino romana
El primer millonario de Barcelona. Y otras historias de la Barcino romana
Libro electrónico117 páginas1 hora

El primer millonario de Barcelona. Y otras historias de la Barcino romana

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La primera Barcelona, la que fundaron los romanos en el siglo I a.C., es la gran desconocida. Los pedazos de muralla o la vía sepulcral de la plaza Vila de Madrid nos demuestran que aquella primera época existió. Pero lo difícil es ponerle carne y hueso, acercarse a las personas que se debatieron en ella para prosperar, ver a través de las piedras conservadas a hombres y mujeres que vivían, trabajaban y soñaban como nosotros en su ciudad, Barcino.

Este libro es un viaje en el tiempo. A través de los últimos descubrimientos, Fèlix Badia es capaz de hacernos vislumbrar unas vidas concretas y su marco social y económico: notables, libertos, mujeres, iberos, exlegionarios, inmigrantes... Barcino fue construida como una Roma en miniatura, vinculada a su entorno metropolitano, donde las fincas de los barceloneses ricos producían un vino que llegaba a los confines del imperio. Cornellà, Lliçà, Premià, Vallirana... deben sus nombres a aquellas primeras familias romanas. Su centro administrativo y de poder estaba en el mismo lugar que ahora, en la plaza Sant Jaume, algo de lo que pocas ciudades pueden alardear, uno de los numerosos paralelismos que surgen al comparar ambas épocas.

En definitiva, una lectura deliciosa llena de detalles que le sorprenderán.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 oct 2023
ISBN9788418604348
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    El primer millonario de Barcelona. Y otras historias de la Barcino romana - Fèlix Badia

    Dedicatoria

    A Inma

    Índice

    Introducción

    Un viajero en el tiempo

    El ‘big bang’ de Cayo Coelio

    Lucio Licinio Adin, el último ibero

    Salviana, lo barato sale caro

    Cornelio Segundo en la tierra de las oportunidades

    Los Minicios, carreras y orgullo patrio

    Cayo Publicio Melisio en el ascensor social

    Lucio Licinio Sura, el gran ausente

    Lucio Licinio Segundo, el poder de un antiguo esclavo

    El encargo de Quintia Severa

    Una máquina de matar, pero menos

    La dieta de Clodia Pephilemena

    La carretera de los Prímulos

    Epílogo: Unas coincidencias nada casuales

    Referencias e información

    Sobre el autor

    Sobre el libro

    Créditos

    Introducción

    Las leyendas, a veces, se pueden tocar. Es lo que pensó el autor al observar las cuatro columnas de granito que flanquean la entrada al Palau de la Generalitat, de Barcelona, y que fueron talladas en época romana en la región de Troya hace 1.900 años. Un día de otoño fue a la plaza Sant Jaume con el único objetivo de tocarlas, pensando ingenuamente que la sensación de acercar las manos a la piedra tal vez le transmitiría algunas de las impresiones y de las emociones de las mujeres y los hombres que habían vivido en Barcino casi dos milenios atrás. Creía también que este sería un buen inicio para este ensayo.

    El problema es que la historia no es del todo verdadera. Sí que es cierto que las columnas fueron talladas en la región de Troya y que el autor de estas páginas se dirigió a la plaza Sant Jaume para tocarlas una tarde menos fría de lo que correspondería a esa época del año, aunque, para ser honestos, las vallas y la mirada de los policías de guardia le impidieron acceder a ellas. Tampoco fueron los próceres de Barcino quienes las importaron de la Turquía actual, sino que las élites de la rutilante Tarraco, o tal vez el mismo emperador Adriano que visitó la ciudad entre los años 122 y 123, las compraron con el objetivo de construir un templo. Muchos siglos después, cuando en 1598 se estaba ampliando el Palau de la Generalitat, fueron traídas desde Tarraco, cedidas, compradas o prestadas. Y ahí están, cosas del centralismo barcelonés del siglo XVI.

    Pero, en realidad, para recordar el pasado romano de Barcelona no es necesario acercar las manos a las veinte toneladas que pesa cada una de esas columnas, basta utilizar los pies. La plaza de Sant Jaume se levanta muy cerca de donde estaba el foro de Barcino, en el subsuelo de la plaza del Rei se pueden visitar algunos de los restos de la ciudad antigua, y bajo la plaza de Sant Miquel se encontraron indicios de las termas donadas por una familia, los Minicio Natal. Retengan ese nombre.

    De nombres y de personas, de eso va este libro. De quiénes eran los romanos que crearon la ciudad de Barcino entre los años 15 y 13 a.C. y de cómo era el mundo de quienes vivieron en ella durante los dos primeros siglos de nuestra era. En las próximas páginas nos asomaremos a la vida del inmigrante Cornelio Segundo, cuya historia recuerda la de tantas y tantas personas que a lo largo de los siglos han llegado a la capital catalana en busca de una vida mejor; la del liberto Cayo Publicio Melisio, cuyo orgullo por la promoción social de su hijo casi no le debía caber en la túnica; la de Salviana, la mujer de la que podemos intuir penalidades económicas y que nos facilitará una mirada a las clases bajas; la de otro liberto, Lucio Licinio Segundo, el hombre que a pesar de haber nacido esclavo logró llegar a ser uno de los primeros grandes millonarios de la ciudad; o la de su patrón, Lucio Licinio Sura, que se encaramó hasta las más elevadas posiciones de poder en Roma, justo al lado del emperador Trajano.

    Por las rendijas que han abierto durante décadas los arqueólogos y los especialistas en historia antigua observaremos de qué vivían y qué hacían esclavos, libertos, soldados y ricos propietarios, y tal vez hasta podamos intuir los anhelos y las preocupaciones de aquellos hombres y mujeres, que en ocasiones nos parecerán extrañamente familiares. Igual que algunos aspectos de la ciudad, como su clima y el paisaje dominado por el mar y Montjuïc. Sin embargo, otros muchos de hoy, entre ellos el asfalto, el ruido y los edificios de cemento, nos alejarán de la bucólica ciudad romana de provincias. Tal vez observar Barcino desde la Barcelona actual sería como reconocer algunos de nuestros rasgos en las facciones de un bisabuelo del que solo tenemos una foto gastada.

    Y, efectivamente, encontraremos muchos de esos rasgos. Como la Barcelona de hoy, Barcino fue una ciudad que ejerció como un imán para los inmigrantes que buscaban una nueva vida; como en la actualidad convivían culturas y formas de ver la vida distintas; igual hoy que entonces la ciudad tenía una relación íntima con el territorio que la circundaba y como en aquellos años la capital contemporánea es un importante nudo comercial y de comunicaciones. Y el paisaje humano –turistas al margen– es un reflejo de esas pulsiones.

    No es la intención de este libro ser un trabajo académico o de investigación. Su objetivo es acercar, desde un punto de vista divulgativo, la sociedad y las personas de hace dos milenios a los lectores de hoy. Tras esas piedras, estatuas e inscripciones hay personas de carne y hueso con todo lo que eso comporta.

    Esta obra está basada en el trabajo final (TFM) defendido a principios del 2022 en el marco del máster de Historia del Mediterráneo Antiguo impartido por la Universitat Oberta de Catalunya en colaboración con la Universitat Autònoma de Barcelona y la Universidad de Alcalá de Henares. Tanto en aquella ocasión como en esta el texto se ceñía a la época del alto imperio, esto es, desde los tiempos en que Augusto llegó al poder, a finales del siglo I a.C. hasta el fin del siglo II de nuestra era. Por supuesto, Barcino tuvo una historia posterior, igualmente interesante, a partir del siglo III, pero las páginas de este libro se ciñen a la época fundacional. Aquel trabajo y, por tanto, en gran parte este libro es deudor de las directrices y los consejos del director de aquel TFM, el doctor Jordi Morera Camprubí. A él se deben muchos de los aciertos de este ensayo, pero ninguno de sus posibles errores o inexactitudes, solo imputables a su autor.

    Esta es una inmersión por los barrios y calles más antiguas de Barcelona. Subir por la calle del Bisbe, detenerse en la plaza Sant Jaume o en la de Sant Felip Neri y caminar por la calle Ferran es, en cierta forma, rehacer los pasos de los hombres y las mujeres, de los ciudadanos de pleno derecho, libertos o esclavos, de hace 2.000 años. Cerrar los ojos permite abrirlos a sus preocupaciones, alegrías y experiencias, algunas extraordinarias y otras terribles. Y, vista así, con el peso de tantas vidas pasadas, la ciudad impone respeto.

    Un viajero en el tiempo

    Un viajero en el tiempo que se trasladara desde la Barcelona de hoy hasta la Barcino del siglo I tendría sin duda una sensación extraña. Es cierto que el paisaje le resultaría familiar, porque Montjuïc o Collserola siempre han estado ahí presidiéndolo; pero si girara la mirada vería que su ciudad no está, o mejor dicho casi no está. Donde hoy se levanta la trama reticulada del Eixample divisaría un horizonte salpicado de explotaciones agrícolas, villas y casas humildes, de campos de cultivo y de zonas de bosque. Solo al fondo, muy cerca del mar, distinguiría la antigua ciudad romana, en el actual centro histórico de la capital, un pequeño núcleo amurallado de apenas 2.000 habitantes edificado alrededor de un pequeñísimo promontorio de poco más de diez metros de altura, en la cima del cual, si el día fuera claro, vería el templo dedicado a Augusto.

    Si partiera desde Martorell (entonces Ad Limes) tal vez podría bajar navegando por el Llobregat o bien seguir la vía que corría paralela al río hasta llegar a Cornellà y l’Hospitalet. Con un mapa actual en la mano, le resultaría difícil reconocer el curso fluvial, porque el Llobregat en su tramo final es hoy en día muy distinto del de aquella época a consecuencia de las necesidades de las infraestructuras que obligaron en su día a desviarlo. Además, a su llegada al mar, el delta, hoy epicentro de polémicas políticas y aeroportuarias, no existía. En su lugar había justo lo contrario, un estuario que servía como puerto natural, un refugio para el tráfico marítimo imprescindible para los grandes flujos comerciales de la ciudad.

    La desembocadura del Llobregat quedaba justo al lado de Montjuïc, que de esta manera se

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