Desde la más tierna infancia, Lisboa se bordó en el tapiz de mis sueños como una ansiada fantasía. Una simple sentencia, "quem não viu Lisboa, não viu coisa boa", insufló en mi ser un deseo inquebrantable de explorar esta ciudad a meras tres horas de distancia. Sin embargo, mi peregrinaje no se forjó de inmediato. Aunque desde niño anhelaba recorrer sus callejuelas, tuve que aguardar muchos años para cristalizar aquel anhelo en la realidad.
Devoraba cada artículo impreso sobre Lisboa, cada documental o relato en revistas, confería a esta ciudad un asiento preponderante en mi imaginario. Conocida como la "ciudad blanca", se rumorea que su apelativo se atribuye a la fulgurante luminosidad que exhala, aunque yo atribuyo su esplendor a las generosas horas de sol y su clima envidiable. Desde el reinado de Alfonso III en 1256, Lisboa ha erguido su orgullosa estandarte como la capital de este país ribereño,