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AMICO MIO: El llavero de la traición
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AMICO MIO: El llavero de la traición
Libro electrónico348 páginas4 horas

AMICO MIO: El llavero de la traición

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¿Traicionar a tu familia o a tu mejor amigo? Ximena y Gabriel deben tomar esa decisión de un día para otro y frente a las personas que aman. Después de hacerlo, enfrentan las consecuencias de su traición involucrándose en un crimen que los policías investigan para descubrir al culpable.

Así, Ximena y Gabriel deben borrar las pistas de la tragedia
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 oct 2023
ISBN9786078738502
AMICO MIO: El llavero de la traición
Autor

Daniel Andrés Ortega Alcántar

Daniel Ortega (@danortegal) es un storyteller que inició creando historias con sus propios juguetes desde niño. Cree que las historias que valen la pena contar son aquellas que conectan con las emociones. Sus obras poseen una mezcla de drama y personajes auténticos que tienen el objetivo de involucrar a los lectores en la trama. Daniel estudió la Licenciatura en Comunicación en la IBERO, Ciudad de México, realizó el Diplomado de Diseño Editorial y Publicaciones Digitales para Dispositivos Móviles en la Facultad de Artes y Diseño, UNAM, y realizó la Maestría de Medios Digitales en Toronto Metropolitan University (TMU), Canadá. El 2023 marca el comienzo de la distribución de sus novelas con AMICO MIO: El llavero de la traición.

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    AMICO MIO - Daniel Andrés Ortega Alcántar

    CAPÍTULO I: FOTOGRAFÍA

    La amistad entre Gina, Ximena y Gabriel tomó un giro inesperado, y Gina fue la primera en sufrir las consecuencias. Los tres habían sido inseparables desde primaria; eran los mejores amigos, se protegían el uno al otro; sin embargo, en preparatoria, Ximena y Gabriel tuvieron que dedicarle más tiempo a su familia y todo cambió repentinamente.

    Ximena tuvo dos nuevos hermanos durante el verano mientras que la mamá de Gabriel, Nora, se postuló en la carrera para convertirse en la primera gobernadora de Nuevo León en su partido. En un inicio nadie creyó que estos hechos los separarían porque su amistad era sólida. De hecho, desde niños el rechazo de sus otros compañeros los unió y eso ocasionó que forjaran esa relación. Existía un apoyo mutuo, se entendían desde su sufrimiento, y Gina en particular, los valoraba más que nadie porque estaba sola en la vida.

    Gina no tenía una buena relación con su familia. Su mamá, Monserrat, siempre se encargaba de hacerle creer que había algo mal en ella por su personalidad crítica y pesimista. A Gina no le gustaba socializar, prefería leer, estar en soledad y tomar fotografías a la naturaleza. Le reconfortaba pasar inadvertida frente a los demás y sus características físicas le ayudaban. Era de baja estatura, sus brazos y piernas eran flácidos, su cabello era negro como sus pupilas y siempre tenía el fleco cubriéndole la frente con un mechón blanco. No obstante, a su mamá le preocupaban las apariencias. Monserrat había padecido una infancia dura con pocos recursos económicos, y ahora que tenía abundancia, pensaba que sus hijos debían aprovecharlo y presumirlo; incluso, ella misma se encargaba de exhibir a su otro hijo con sus amigas cada reunión semanal.

    El hermano de Gina, Francesco, era el orgullo de la familia, tenía una personalidad encantadora y todos querían pasar tiempo con él. Francesco, o como le decían las personas cercanas, Francho, había heredado los atributos físicos de su papá quien era un migrante italiano. Francho era alto, con pelo rubio y corto, ojos azules, sonrisa alineada y unas cejas anchas que hacían resaltar aún más su mirada hipnotizante. Tenía unos hombros anchos que formaban un triángulo perfecto con su estrecha cadera. Él era el actual presidente del Comité de Alumnos (Calumni) de la misma preparatoria donde Gina estudiaba, de hecho, él era dos años mayor a ella.

    Gina sabía que su mamá quería que fuera como su hermano, pero ella no tenía el mismo deseo. Así era feliz, y sus amigos no le pedían nada a cambio. Sin embargo, con el paso de las semanas ella empezó a distinguir que sus amigos se estaban alejando y se preocupó. Quiso tomar cartas sobre el asunto porque Ximena y Gabriel eran lo único preciado que le quedaba.

    Sabía que el entorno estaba fuera de su control ya que a pesar de haber asistido a una primaria y secundaria privada con ellos, el Colegio Latino era otro nivel de presuntuosidad. En esa preparatoria solo ingresaba una selecta minoría de Monterrey, incluso de otras ciudades de México y Latinoamérica. Ahí, el apellido e influencia familiar eran lo más importante. Gabriel, o como le decían, Gabo, siempre supo que acabaría en el Colegio Latino por su mamá. Nora era senadora del estado y una mujer ambiciosa, no permitiría que su hijo estuviera en una escuela pública o de bajo reconocimiento social. Por otra parte, el ingreso de Ximena al Colegio fue inesperado. Sus papás eran lo opuesto a Nora y Monserrat, nunca pretendían ser o tener más que los demás, pero los abuelos de Ximena influyeron en la decisión y su papá no se pudo negar.

    Ante los hechos, a Gina no le quedó de otra que irse a la misma escuela que su hermano. No estaba encantada de tener que lidiar con personas engreídas pero al menos sus amigos estarían con ella.

    En un inicio, los tres comenzaron su etapa de preparatoria de la misma manera: ignorados. Sus compañeros habían dejado de percibir su presencia, incluso para molestarlos. Eran tan irrelevantes que ni siquiera los volteaban a ver y eso le empezó a inquietar a Gabo. En primaria, él había sido bulleado por ser un niño berrinchudo, creía que lo merecía todo por los privilegios que gozaba en casa, pero sus compañeros, que eran igual o más arrogantes que él, se encargaron de ponerlo en su lugar. Lo atacaron no solo con burlas, sino físicamente y él no tuvo de otra que tomar distancia. En su casa no sucedió lo mismo. Ahí no se reprimió ante los empleados de Nora, sino al contrario, ahí era intocable, y por ende, fue su oportunidad para tratar a los trabajadores como a él lo hacían sentir en la escuela.

    Cuando Nora reveló su intención de contender por la gubernatura de Nuevo León, los adversarios de su propio partido pusieron mayor atención en ella y uno de los señalamientos fue su familia. Era madre soltera y sus rivales no tenían mucha información sobre su hijo por su pasado inadvertido, pero el interés incrementó y eso la inquietó. Preocupada por esto, empezó a sugerirle a Gabo que tuviera mayor presencia en la escuela. En un primer momento él reaccionó con miedo por la posible respuesta de sus compañeros, pero aceptó la encomienda porque confiaba en que eso haría que pasara más tiempo con su mamá.

    Por su parte, Ximena tenía una vida más tranquila en casa. Ella tenía una relación particularmente especial con su papá, Mario, a quien le confiaba todo. Para Xime, él era el papá más cool del mundo, de hecho, la colonia lo veía como un hombre intrépido, siempre buscando nuevas aventuras sin prejuicios ni límites. Xime se sentía libre y orgullosa de tenerlo a su lado. Podía pintarse el pelo de morado, vestirse con pijama todo el día o perforarse la nariz. Las apariencias en casa no importaban, algo opuesto a sus amigos, aunque esa libertad hizo que sus compañeros la atacaran desde niña.

    En primaria, cuando los niños vieron llegar a su salón a una persona con medias de colores, el pelo morado y unos chinos que salían esparcidos por todos lados, la empezaron atacar. Le aventaban chicles a su cabello como si fuera cesto de basura y se quejaban todos los días con la maestra porque sus chinos bloqueaban la vista al pizarrón. A sugerencia de Gabo, ella empezó a utilizar gorras para que sus compañeros no la criticaran ni le cortaran el pelo con tijeras. Los años pasaron y Xime siguió utilizando gorras. En secundaria se tiñó el cabello de verde limón, y aunque lo tenía cubierto, en ocasiones uno que otro chino colgaba sobre su frente. También tenía un piercing en la nariz gracias a que Mario había logrado persuadir a la directora de permitirle eso para no limitar su libertad de expresión. Los papás de Mario eran cercanos al dueño fundador del Colegio Latino por lo que la directora tuvo que aceptarlo por única ocasión.

    A pesar que Xime contaba con el apoyo de su familia, Gina también percibió a su amiga más distante. En la casa de Xime, recién habían recibido unos gemelos y, desde antes del embarazo, pasaba la mayor parte de sus tardes y tiempo libre en casa ayudándole a su mamá. Mario creía que tener empleadas domésticas era poco ético así que todo lo hacían por sí mismos. Ximena no dudó en ayudar y cubrir las tareas del hogar que normalmente realizaba su mamá, aunque eso significó sacrificar sus tardes.

    A Gina no le agradó esa situación. Siempre trataba de controlar sus emociones, pero debía hacer algo si quería ver a sus amigos continuamente como antes pasaba. Asumió un rol más protagónico y trató de involucrar a sus familias para que no se negaran. Uno de estos planes fue el que causó la tragedia: la celebración del cumpleaños de Nora.

    Para Gabo, el cumpleaños de su mamá era primordial. No tenía muchos recuerdos con ella porque era una mujer ocupada, pero en esa ocasión y por sugerencia de Gina, quería hacer algo especial. Gabo propuso que la impresionaran con un festejo sorpresa en su casa y sus amigos accedieron. Sería algo pequeño, le comprarían un pastel y saldrían de su cuarto para felicitarla. A todos les pareció una buena idea, incluso Gabo le pidió a Gina que trajera su cámara para que retratara el momento exacto.

    Gabo se aseguró que la casa estuviera sola, incluso le dijo a César, el asistente más cercano de su mamá, que irían a la casa de campo de Xime. Sin embargo, recién salieron de la casa, los tres volvieron a entrar por la puerta trasera y se escondieron por una hora en el cuarto de Gabo. Cuando se aseguraron que todos los empleados se habían ido, Gabo dio la orden para salir. Él y Gina fueron los primeros en salir; Gabo tenía las serpentinas y el confeti; Gina, la cámara; y Ximena saldría con el pastel. Caminaron despacio sin producir ruido, Gina llevó su cámara al ojo izquierdo y justo cuando Gabo estaba a punto de dar el primer grito, los tres presenciaron una escena desagradable.

    Nora no estaba sola en la casa, había alguien más y esa persona era el papá de una de ellas. Era el papá de Ximena, Mario, quien no solo estaba hablando con Nora, sino besándose acaloradamente con ella.

    Gabo y Xime se quedaron sin aliento, anonadados ante lo que estaban presenciando, pensaron que estaban en medio de una pesadilla, pero el disparador de la cámara de Gina los despertó de su realidad. Se voltearon a ver, y en lugar de generar un escándalo, decidieron regresar a la habitación.

    Ambos se voltearon a ver aterrados. Parpadeaban agitadamente y derramaron lágrimas llenas de asombro y dolor. Gina también los observaba horrorizada por lo que acaba de suceder. Finalmente Gabo salió del cuarto y se dirigió a la calle, aunque antes de alejarse vio en la esquina a César. El asistente de su mamá lo vio asombrado porque sabía quiénes se encontraban en la casa. Gabo pudo inferir en su mirada aquello y se sintió aún más traicionado. César era el trabajador predilecto de su mamá, y por ello, era con el único que tenía un buen trato, pero ese día estaba viendo a todos de manera distinta.

    César agachó la cabeza en señal de arrepentimiento porque sabía que no habría palabras suficientes para enmendar su silencio. Le pesaba no haberle expresado aquello a Gabo, pero lo había hecho porque estaba convencido que era lo mejor. Nora era su jefa, una mujer realmente intimidante y a quien le debía su carrera profesional. Además, la verdad solo dañaría a Gabo. Después de apartar sus miradas, Gabo se echó a correr y César fue tras de él.

    Minutos después, Ximena y Gina salieron de la casa sin que alguien percibiera su presencia. Xime no pudo dirigirse a Gina, estaba atónita, ni siquiera sabía qué exclamar. Fue de regreso a casa porque necesitaba expresar lo que había visto a su mamá. Necesitaba entender la razón de los hechos.

    Mientras tanto, Gina supo que la relación entre sus amigos estaba en una situación crítica y no le quedó de otra que irse también, pero no sin las manos vacías. Gina llevaba con ella la cámara que capturó la escena del beso entre Nora Alborque y Mario Rivas.

    CAPÍTULO II: MÁSCARA

    No podía haber mayor desilusión para Ximena que saber que su papá tenía una relación con otra mujer. No tenía la familia perfecta como creía y por eso sintió la necesidad de revelarle la verdad a su mamá.

    Llegó a su casa y buscó por todos lados a Alma sin poder contener el río de lágrimas. Fue a su cuarto pensando que estaría cuidando a los gemelos, pero vio solos a sus hermanos dormidos. Luego fue a la cocina y la encontró dentro del almacén.

    —Hija, ¿qué sucede? —Alma se alarmó al ver el semblante pálido de su hija.

    —¡Mamá, mamá…! —la abrazó fuertemente, no sabía cómo dar la noticia.

    —¿Qué pasó? —ella la tomó del brazo y se fueron caminando lentamente a la sala. A Alma todavía le costaba desplazarse con rapidez porque el parto había ocurrido unas semanas atrás.

    Xime la ayudó a llegar al sillón. Ella era un poco más alta que su mamá aunque el resto de sus rasgos físicos eran similares. Alma también tenía el pelo chino, aunque regularmente recogía su cabellera con una trenza. Sus ojos, como los de su hija, eran de tonalidad miel, tenía una nariz respingada, los pómulos bien definidos, era tan esbelta que no parecía que recién había salido del hospital y lucía igual de joven que su hija; incluso, cuando las personas las veían por la calle pensaban que eran hermanas. Algunas de las diferencias eran los labios carnosos de su hija, además, Xime no era tan esbelta como su mamá porque tenía una cadera más pronunciada aunque siempre trataba de esconderla con su ropa.

    —¡Mamá acabo de ver algo horrible! —Xime finalmente exclamó de un suspiro, aunque no pudo mirarla a los ojos.

    Alma se angustió, nunca había visto así a su hija y sabía que no podía ser cualquier noticia. Esperaba que no fuera algo relacionado a Mario porque sabía lo mucho que lo amaba.

    —Sea lo que haya pasado, me tienes a mí y a tu papá para apoyarte, hija.

    —No, mamá, esto es grave. No se lo diré a mi papá.

    —¿Qué pasó? —preguntó asustada.

    —Vi a mi papá. Sí, a él. Lo vi… —se convenció que no estaba soñando y observó a su mamá—. Besándose con alguien más.

    Alma bajó la mirada moviendo los ojos de lado a lado sin encontrar las palabras indicadas para el momento. Era evidente que esa noticia también la había desconcertado.

    Para Alma, Mario era su gran amor. Habían pasado demasiadas aventuras desde que se conocieron en Oaxaca. Luego, ambos se escaparon y se fueron a vivir a Tulum por cuatro años. Nunca se casaron porque no creían que unos papeles harían la diferencia en su relación. Ellos eran almas libres que decidían dónde poner su mente y alma, y aunque tuvieron algunas etapas mejores que otras, la relación abierta perduró hasta que Alma se embarazó de Xime. Ante la necesidad económica y encomienda a futuro, Mario no tuvo de otra que recurrir a sus papás quienes eran unos poderosos empresarios de Monterrey. Ellos decidieron apoyar a su hijo una vez más, a pesar de la molestia de su huida e inconformidad en aceptar la relación con Alma. Sin embargo, Mario tuvo que aceptar ciertas condiciones para recibir el apoyo, la primera fue que nunca se casaría con Alma y que sus papás elegirían las escuelas donde estudiaría su nieta.

    —Te creo, hija —Alma la tomó de las manos temblando—. Pero no se lo digas a nadie.

    A Xime le pareció extraña la intervención de su mamá. Era evidente su dolor, pero su reacción no había sido tan efusiva como la suya. Desconocía el pasado de sus papás y la relación que tuvieron durante años ya que tanto Mario como Alma solo le habían revelado lo maravilloso que había sido su tiempo en Tulum.

    No obstante, Alma también estaba experimentando muchas emociones. Se había obligado a creer que después del embarazo de Xime, Mario no volvería a relacionarse con más mujeres, pero algo en su interior le decía que eso no sucedería en realidad.

    —¿Ya sabías? —preguntó Xime con horror.

    —Claro que no, hija.

    —¿Entonces por qué estás tan tranquila?

    Alma no fue capaz de revelar la historia completa. No sabía cómo lo tomaría su hija. Xime amaba a su papá y no quería que eso cambiara. Además, Xime también desconocía el pacto entre Mario y sus papás, la razón por la cual asistía a la escuela más exclusiva de la ciudad.

    —Porque esto me toca hablarlo con tu papá.

    —Pero a mí también me traicionó. ¡No nos puede hacer esto!

    —Esto está más allá de ti, hija. Yo me encargaré, así que no sufras —Alma lo dijo en tono conciliador al reconocer el estado exaltado de Xime.

    —¿Qué le vas a decir?

    —Que no puede seguir haciéndolo.

    —¿Seguir haciéndolo?

    Alma entendió que había cometido un error casi al instante de pronunciar aquellas palabras y trató de enmendarlo.

    —No, no malinterpretes. Tu papá y yo tuvimos una relación abierta antes de tenerte, pero cuando me embaracé de ti nos prometimos amor eterno.

    —¿Entonces por qué lo acabo de ver con Nora?

    —¿Nora? —le tomó por sorpresa a Alma—. Estoy segura que es un malentendido, pero esto se va a solucionar —tomó las manos de Xime—. Todo va a estar bien, hija. Tu papá nos ama.

    Xime no supo qué más contestar, no sabía si estaba más impactada por la escena que presenció en casa de Gabo o por la respuesta de su mamá haciéndole creer que no existía mayor situación con su papá. Comprendió que no tenía sentido seguir ahí, ni darle los detalles de la escena a Alma porque no estaba interesada en saberlo. Se levantó del sillón y se encerró en su cuarto. Xime pasó todo el día llorando, tapándose con la almohada para tratar de silenciar sus sollozos. Cuando escuchó la llegada de Mario a la casa, esperó escuchar una discusión entre sus papás, pero no sucedió, los chillidos de sus hermanos fueron más ruidosos que su conversación. Pegó la oreja a la puerta para tratar de escuchar algo, pero ni siquiera un reclamo fue perceptible porque ninguno de los dos alzó la voz.

    A Xime le produjo coraje que su mamá no tomara una posición más firme. Si le interesaba la familia, debía luchar por ella, pero al parecer no le habían incomodado los hechos. Empezó a dudar si el culpable de la traición había sido su papá o su mamá. Mario era una persona curiosa que siempre estaba en busca de nuevas aventuras, mientras que Alma conservaba una actitud más pasiva, nunca se quería meter en problemas y se la pasaba en casa haciendo las tareas domésticas o con los gemelos. No le exigía a Mario que estuviera más presente en casa, tampoco le importaba si los papás de Mario eran despectivos con ella. Por ello, Xime empezó a creer que las acciones de su papá se debían a la falta de iniciativa y atención de Alma.

    Al día siguiente, Xime no sabía cómo hablarle a su papá, pero antes de poner un pie afuera de la habitación, Alma pasó con ella. Le sonrió para hacerle ver que todo estaba solucionado.

    —Hija, el desayuno está listo. Ven a comer o se te va a hacer tarde.

    Alma reconoció que Xime estaba reflexiva.

    —No te preocupes, ya hablé con él. No volverá a pasar —dijo Alma—. Siempre es bueno hablar cuando hay un malentendido.

    —¿Sabe que te dije? —preguntó Xime angustiada. No quería que su papá supiera que ella le había llevado la noticia.

    —No. Nunca te pondría en esa situación.

    —¿Pero cómo está? ¿Qué te dijo? ¿Le exigiste que estuviera más en la casa con nosotras?

    —Solo te puedo decir que está arrepentido. No tiene sentimientos por nadie más que por mí. Su mayor amor somos nosotras. Esta familia que cada vez crece más y más —la tomó de la mejilla—. Anda, vente a desayunar.

    Alma salió del cuarto y Xime se quedó observándose frente al espejo por unos minutos. Se acercó para asegurarse que no tuviera marcado los ríos de lágrimas que derramó el día anterior. Se puso su habitual gorro para esconder sus chinos verdes, el uniforme rojo vino con su corbata y la camisa blanca. Salió del cuarto motivada por la ira que le provocó la sumisión de su mamá. Quería hacer las cosas diferentes con Mario.

    Una vez que se sentó no se atrevió a observar a su papá. Tenía miedo que su relación tan cercana se hubiera destruido.

    —Mi rubí, ¿estás bien? —preguntó Mario preocupado al ver su expresión.

    Ahí, Ximena comprobó que su mamá no había mentido. Su papá no tenía idea de la revelación. Luego vio a su mamá y ella le dio una mirada acogedora.

    —Sí, papá, todo bien —dijo Xime intimidada—. Tengo que presentar un trabajo y estoy un poco nerviosa.

    —Recuerda que la escuela no es lo más importante. Mientras sigas siendo tan auténtica como ahora todo va a fluir.

    Xime asintió a sus palabras. Mario solía darle palabras de aliento cada vez que se sentía insegura, era su mentor. Terminó el desayuno rápido y salió a toda velocidad para alcanzar el autobús escolar. Mientras iba en camino se convenció que lo peor que le podía pasar era perder a su papá. Mario era lo más valioso que tenía y pensaba que todos merecían una segunda oportunidad. Ella le demostraría que lo necesitaba en casa, no como su mamá quien se la pasaba ocupada con los gemelos.

    Cuando llegó al Colegio, puso su atención y preocupación en otras personas. Ni siquiera había pensado qué le diría a sus amigos. Toda la situación había sido penosa y lamentable. No tenía idea qué había dicho Gabo en casa y lo mismo con Gina. Estaba nerviosa. Los conocía desde hace años, pero esa situación salía de su control.

    Entró a la escuela con un vacío en el estómago. No era un día común, ni se sentía segura con su gorra. Caminó unos metros más y vio a Gina quien la estaba esperando impacientemente.

    —Vente. Vamos al estudio de arte —le dijo Gina apenas la saludó.

    Xime titubeó por un instante, pero ella también deseaba hablar. La siguió sin decirle algo porque quería ser lo más discreta posible. Cuando entraron al estudio, Xime vio a Gabo esperándolas. Lo vio con su uniforme intachable, tal como se había asegurado de portarlo las últimas semanas para cuidar su imagen. Su cabello relamido y negro era inamovible. Sus zapatos habían sido importados desde Italia y se encargaba de presumirlos cada vez que tenía la oportunidad. Era alto y delgado en comparación a la mayoría; tenía el mentón cuadrado formando un trapecio de los pómulos hacía la barbilla y unas pestañas largas que exhibían sus ojos oscuros. Sin embargo, a pesar de toda la producción, Gina y Xime podían percibir el miedo constante en su mirada ante la incertidumbre del actuar de sus compañeros.

    —¿A quién le dijiste? —fue lo primero que Gabo le preguntó a Xime en cuanto la vio.

    —Solo a mi mamá —contestó Xime con recelo.

    —¿Eres estúpida? —dijo Gabo con el afán de ofenderla—. ¿Sabes que mi mamá está compitiendo por la gubernatura, verdad?

    —¡Eso es lo de menos!

    —¿Lo de menos? —Gabo pudo sentir a Xime a la defensiva—. Es lo más importante que ha tenido y le voy a ayudar a ganar.

    —¿Ayudar? ¿A eso le dices ser el rechazado de la escuela?

    Al escuchar la respuesta, Gabo se exaltó. Él solía ser el insolente porque creía que tenía el derecho de decir lo que pensaba sin filtros. Xime y Gina nunca tomaban personal lo que salía de su boca porque sabían que era explosivo, pero ese día Xime también estaba susceptible

    —¡Paren! —intervino Gina—. Ninguno de los dos tuvo la culpa. Fueron sus papás.

    —Ahora todo se hará más grande gracias a ella —reclamó Gabo.

    —¡Tú no eres nadie para decirme qué hacer en mi casa y con mi vida!

    —reclamó Xime.

    —¿Ya se te olvidó de quién fue la idea del gorro? Si no fuera por mí estarías pelona y con un psiquiatra.

    —¡Gabo, Xime, basta! —volvió a intervenir Gina—. Ustedes tienen el derecho de decirle a quien quieran lo que vieron.

    —¡No! —ambos respondieron al unísono.

    —¿Qué? —Gina vio a Xime sorprendida—. ¿Pero

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