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Ella sabe que la odio
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Ella sabe que la odio
Libro electrónico428 páginas6 horas

Ella sabe que la odio

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Información de este libro electrónico

Jessica creía que no le gustaban las chicas hasta que conoció a Alex, la extrovertida y problemática estrella en ascenso que también es... novia de su novio.
La vida de Jessica está en el punto que ella quiere: se ha independizado de sus padres, le va bien en la universidad, tiene un novio atractivo y puede vivir de lo que le apasiona. Al menos, así es hasta que conoce a Alex.
Luego de encontrarse en una fiesta, descubren que han estado saliendo con el mismo chico sin saberlo. Y cuando él desaparece de la vida de ambas sin dejar rastros ni dar explicaciones, deben trabajar en equipo para encontrarlo.
El problema es que Alex es todo lo que Jessica detesta en una persona: insufrible, irresponsable y arriesgada. Siempre pone a prueba sus límites y la hace rabiar. Y, sin embargo… cada vez que están cerca, la atracción que siente por ella es más difícil de negar.
Dicen que del amor al odio hay sólo un paso. Pero ¿podría ser también al revés?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 sept 2023
ISBN9786316562005
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    Vista previa del libro

    Ella sabe que la odio - Ash Quintana

    Contenido

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Capítulo 31

    Capítulo 32

    Capítulo 33

    Capítulo 34

    Epílogo

    Agradecimientos

    Sobre la autora

    Para mi madre, por darme todo y más.

    Y para Azul, por tu amistad y todo tu apoyo.

    Capítulo 1

    Primera cita en el jacuzzi

    Jess

    La gente suele decir que soy difícil de tratar, pero no es cierto. Es solo que cada quien tiene sus límites y, a veces, las personas lo superan. Por ejemplo, los míos fueron rebasados cuando descubrí que mi novio me engañaba con la chica a la que yo sostenía entre mis brazos dentro de un jacuzzi repleto de latas de cerveza.

    Era viernes por la noche y mi última clase del día acababa de terminar. Sabía que el sábado en la mañana tendría clases de Literatura Eslava, pero una de mis amigas de la carrera estaba organizando una fiesta y no pensaba perdérmela.

    —Deberíamos llevar alcohol —dijo Adrián, mi mejor amigo, contra mi oreja.

    Alcé el rostro al oírlo. Él me sonrió y, por el brillo de sus ojos, supe que estaba a medio camino de emborracharse. Debió de haber estado bebiendo mientras esperaba a que yo saliera de mi clase. La luz de las farolas en la acera se reflejó en uno de sus aretes en forma de sol. El otro podría estar escondido entre su cabello de tinte rojizo o perdido. Otro detalle que llamó mi atención fue que, en sus manos, sostenía una hamburguesa a medio comer.

    —Adrián, eres vegano —le recordé. Él bajó la mirada, como si acabara de notar lo que estaba comiendo, e hizo una mueca de asco.

    Le di una palmada en la espalda buscando consolarlo y, con la otra mano, alisé mi falda para que no se levantara. Estábamos parados junto a la entrada principal de la universidad, a la espera de que una compañera nos recogiera con su auto y nos llevara a la fiesta. El viento era terrible esa noche y mis piernas, solo abrigadas con unas medias, se estaban congelando.

    —¡Jessica! —Alguien llamó mi nombre.

    Un vehículo se detuvo frente a la entrada del edificio y tocó la bocina. Adrián y yo levantamos la cabeza al mismo tiempo en esa dirección y la chica tras el volante, mi compañera de clase, nos sonrió. Había más personas dentro del auto a las que no llegaba a distinguir.

    —¡Suban! —Nos ordenó—. Todos vamos a la fiesta de Cloe.

    No lo pensamos dos veces.

    Nos apretujamos en los asientos traseros con calefacción y Adrián le pasó su hamburguesa a otro de los pasajeros. A los pocos minutos, llegamos a nuestro destino.

    El departamento de Cloe era grande y antiguo, de esos con salones amplios y dormitorios extrañamente ubicados. La música retumbaba en mis oídos mientras me dirigía hasta la mesa con las bebidas. En algún momento de distracción, perdí a mi amigo de vista.

    —¿Cómo está mi influencer favorita? —Cloe se aproximó de repente, pasó un brazo por mi cintura y me invitó a unirme a su grupo, que fumaba en el balcón. Olía a shampoo y a cenizas, y me ofreció su cigarro. Ella siempre mostraba entusiasmo por meterme a sus conversaciones.

    —No soy influencer —respondí con el cigarro entre mis labios.

    Mi trabajo era subir videos de manera regular a WeTube, pero la mayoría de mi contenido consistía en análisis sobre películas, personajes ficticios y, de vez en cuando, algún que otro directo. En estos me dedicaba a editar los próximos videos que debía subir o jugaba videojuegos. Ni mi rostro ni mi persona eran el centro de atención y tenía muy en claro que la gente que me seguía, en su mayoría, lo hacía debido a mi contenido y no a mí.

    No me consideraba influencer. Yo no influenciaba a nadie.

    Cuando apenas entré a la universidad, creí que Cloe y sus amigas intentaban burlarse de mí. En algunos casos sí fue así, pero con el tiempo, me di cuenta de que la mayoría no lo hacía con esa intención. De verdad les maravillaba que ese fuera mi trabajo. Suponía que era porque había cumplido el sueño de cualquier estudiante de arte: ser económicamente estable haciendo algo que me gustaba.

    —¿Dónde está tu novio? —preguntó ella con interés—. Adrián me ha dicho que ya tienes a uno nuevo, pero aún no he podido conocerlo.

    —En su casa —mentí, y mi teléfono se sintió pesado en el bolsillo de la chaqueta.

    Seth me estaba evitando, no sabía por qué. No había respondido ninguno de mis mensajes en los últimos días y esa mañana descubrí que él tenía mi número bloqueado. Estaba molesta. En especial porque los dos estudiábamos en distintas universidades, así que no podía verlo en persona para pedirle explicaciones a la cara de si estaba terminando conmigo o qué.

    También estaba la posibilidad de visitar su casa, a la cual solo había ido un par de veces, pero no había encontrado un hueco en la semana para hacerlo gracias al festival de poesía y las clases, que consumían la mayoría de mi tiempo.

    Justo mientras pensaba en eso, el teléfono vibró. Lo saqué del bolsillo más rápido de lo que alguna vez admitiría, porque creí que se trataba de él. Le entregué el cigarro a Cloe y me aparté lo suficiente como para que ella no pudiera ver la pantalla de reojo.

    Adrián:

    Ven al baño. RÁPIDO.

    Adrián ha compartido su ubicación.

    No pude evitar sentirme un poco decepcionada por un instante. Luego, me preocupé.

    Me despedí del grupo con un gesto de la mano y busqué el sitio indicado mientras me imaginaba todo tipo de escenas en mi cabeza. «¿Quizá vomitó? ¿No hay papel? ¿Se le atoró el dedo en el botón del excusado?». Conociéndolo como lo hago, todo era posible. Pasé por el medio de una pareja que se besaba delante de la puerta del baño y golpeé.

    —¿Adrián? —llamé. Pegué una oreja a la madera. Me pareció escucharlo maldecir antes de destrabar algo desde el otro lado para dejarme entrar. Mi mejor amigo asomó su nariz y luego su rostro pecoso. Cuando me vio, sonrió con los ojos cerrados.

    —Tengo un problema.

    —¿Qué has hecho?

    —Creo que maté a alguien —soltó sin más.

    Parpadeé.

    —A ver —Me abrí paso con cuidado.

    Él se alejó. Comenzó a caminar con nervios de un lado al otro mientras yo examinaba el sitio. Aquel baño era pequeño y de techo alto, con azulejos negros y lavabo de mármol. No había tina, pero sí un...

    —¿Jacuzzi? —consulté.

    —Te dije que Cloe tenía dinero. Yo que tú aprovecho y me caso con ella.

    Ignoré el comentario porque, dentro del jacuzzi, entre latas de cerveza y de refresco, dormía una chica. Parecía de la misma edad que nosotros, pero no estaba segura. Su cabello, negro y espeso, cubría parte de su rostro. Llevaba una chaqueta de cuero ecológico, de esas que están repletas de brillos y tachas, y pantalones negros rasgados. Se veía como el tipo de chica que, despierta, sabría cómo darte un puñetazo.

    —¿Qué es eso? —Alcé una ceja.

    —Una chica.

    —Adrián, ¿qué has hecho?

    —Te juro, Jessica... —Se tocó el pecho—. Te juro que no he hecho nada. —Dirigió una mirada al cuerpo inerte por apenas unos instantes, como si le diera impresión—. Yo estaba por salir del baño cuando ella entró apurada y me vio. Puso un gesto como de sorpresa, se dio la vuelta para marcharse, se cayó y quedó así.

    —¿Cayó en el jacuzzi?

    —No, es que se me hizo que iba a estar más cómoda ahí que en el suelo. Perdóname si no todos somos tan perfectos como tú —respondió ofendido—. ¿Qué hacemos?

    —¿Hacemos? ¿en plural? —pregunté. De todas formas, me acerqué para ver a la chica.

    Fuera, alguien comenzó a golpear.

    —¡Ocupado! —gritamos los dos al mismo tiempo, sin importarnos lo que la persona al otro lado pudiera pensar.

    Le aparté el cabello del rostro a la muchacha del jacuzzi y puse la mano cerca de su nariz. Todavía respiraba, al menos.

    —No sé qué hacer. No soy médica, Adrián.

    —Pues somos todos alumnos de la misma universidad, ¿no? —respondió, como si fuera obvio— Alguien de la fiesta tiene que estar estudiando medicina.

    —¿En la fiesta de la Facultad de Artes? —Pasé el brazo de la muchacha por detrás de mis hombros para levantarla—. No digas tonterías y ayúdame a sacarla de aquí. Vamos a buscar un cuarto o algo.

    En ese momento, pasaron varias cosas casi en simultáneo:

    Adrián se acercó para ayudarme.

    El teléfono de la chica comenzó a sonar.

    Ella abrió los ojos, gritó y me empujó.

    Yo también grité. Caí dentro del jacuzzi.

    Antes de que pudiera moverme, ella cayó sobre mí.

    Sentí cómo el aire abandonaba mis pulmones. Ella no se veía en mejor estado que yo, y el timbre de su teléfono aún seguía sonando.

    —¿Estás bien? —Estaba desorientada. Tanteé el suelo del jacuzzi con la mano hasta que di con el móvil y colgué… o eso pensé, porque una voz masculina comenzó a hablar desde el altavoz.

    —Alex, maldita sea —saludó el chico desde algún lado. Su voz me resultó muy familiar—. No puedes hacer un escándalo así solo porque no te he contestado los mensajes.

    —¿Seth? —pronuncié en voz alta.

    —¿Jessica?

    Levanté el teléfono. No era mío, pero en la pantalla sí estaba la foto de perfil de mi novio. Antes de que pudiera siquiera elaborar un pensamiento coherente, él colgó. El teléfono de la chica se bloqueó. Lo solté porque no sabía la contraseña y busqué el mío para llamarlo de regreso. Al hacerlo, ni siquiera hubo tono de llamada: fue al buzón de inmediato.

    —¿Ustedes dos se conocen? —preguntó la chica, aún sobre mí.

    Ella tenía los ojos abiertos y la espalda recargada contra mi pecho, como si no pensara moverse. Me dedicó una mirada perezosa detrás de sus largas pestañas oscuras, expectante.

    —Es mi novio —dije y la empujé. Ella cayó de culo a mi lado y se quejó. Intenté pasar por encima suyo para salir de ahí—. O eso era, porque a partir de ahora...

    —Estás bromeando, ¿no? —exclamó ella, y yo me congelé—. Ese es mi novio.

    Capítulo 2

    Alex y Noah

    Jess

    Yo debía de estar borracha.

    Muy borracha.

    Por eso había escuchado mal.

    ¿No?

    Me senté en el borde del jacuzzi y miré a la chica. Ella era muy linda, con sus largas pestañas, labios gruesos y cabello negro. No había manera de que el inservible de Seth pudiera salir conmigo y con ella al mismo tiempo.

    Era injusto. El universo le daba tanto a quien no se lo merecía.

    Al ver que yo no respondía, el rostro de la chica cambió. Se veía preocupada, pese a su ebriedad.

    —Dime que no es tu novio —pidió. La puerta se abrió y Cloe entró con un vaso en la mano. La música invadió el pequeño baño y, de pronto, me sentí expuesta.

    —Cariño, ¿está todo bien? Creo que tu teléfono se conectó a los parlantes por bluetooth —gritó para hacerse oír—. ¿Ese era Seth?

    —Espera, ¿al bluetooth? —Miré el aparato de la desconocida en el suelo del jacuzzi y luego a Cloe, quien me observaba con una mezcla de preocupación e intriga. Detrás de ella, vi la fiesta. Muchos seguían con lo suyo, otros habían girado la cabeza hacia nosotros con curiosidad.

    —Estamos por tener un trío —gritó de repente la chica del jacuzzi—. O te sumas o te vas. Pero cierra la puerta, que me duele la cabeza.

    Cloe nos miró, pero ni Adrián ni yo dijimos nada. Con una sonrisa traviesa, hizo amague de meterse al baño, pero luego soltó una carcajada, un «solo bromeo, diviértanse» y se marchó, para luego cerrar la puerta detrás de ella.

    —Me voy a casa —dije cuando quedamos solos. Sin más, me levanté.

    —Soy Alex. —La muchacha me atrapó por el brazo. Me zafé de su agarre y salí del baño sin responder. No estaba de humor como para hacer amigos. Y menos con una de las amantes de mi exnovio.

    Le dije a Adrián que él podía quedarse en la fiesta si quería, pero metió una excusa sobre cuidarme o qué sé yo y me acompañó de regreso a casa. Los dos sabíamos que era porque ya estaba extrañando a cierta persona que había decidido no venir con nosotros hoy.

    Salimos del edificio sin despedirnos y, ya dentro del taxi, aproveché para enviarle un mensaje cariñoso a mi ex, solo por si existía la posibilidad de que me desbloqueara y lo viera.

    Jess:

    Ven y hablemos si tienes huevos.

    De regreso a casa, me preocupó el estado en el que encontraríamos el piso, porque no tenía el ánimo ni la energía como para ponerme a limpiar en la madrugada. Sin embargo, cuando llegamos, el lugar estaba reluciente.

    La luz encendida se reflejaba en el suelo de madera encerada. La mesa de la sala de estar se encontraba vacía, libre de envoltorios de snacks, libros, apuntes de las clases o cualquier otra cosa. Los sofás, blancos, se veían recién aspirados y, sentado en uno de ellos, nuestro compañero de piso jugaba una partida en línea.

    Santiago tenía el cabello y los ojos negros. Siempre vestía de ese mismo color y, si no lo conocías, parecía ser el tipo de chico con el que no te querrías meter. Cuando nuestros padres comenzaron a salir y lo conocí, creí que me iba a llevar mal con él, pero resultó ser el más amigable de nuestro grupo de tres.

    —¡Me duele la cabeza! —se quejó Adrián antes de dejarse caer sobre él en el sofá.

    Santiago solo atinó a soltar su joystick antes de que el otro se derrumbara sobre sus piernas. Levantó una ceja hacia mí a modo de pregunta y yo me encogí de hombros. Resignado, apagó su micrófono y pasó los brazos por encima de Adrián para seguir jugando.

    —¿Cómo les fue? —No dejó de ver la pantalla del televisor.

    —¿Recuerdas a Seth? —comencé con el chisme.

    —Tu último novio.

    —Sí. —Me dejé caer a su lado en el sofá y pegué mi mejilla a su brazo—. Me puso los cuernos.

    Santiago activó su micrófono un momento.

    —Ya tengo que irme, muchachos. Nos vemos mañana —dijo.

    En la pantalla, aparecieron algunos saludos del chat. Luego, él apagó el juego y se quitó los auriculares. El televisor se puso negro un momento antes de encenderse en el canal de noticias.

    —¿Cómo te has enterado?

    Me pasé una mano por el cabello para apartarlo de mi rostro. Ya más tranquila, tenía tiempo para pensar sobre lo que había sucedido y... ¿qué diablos?

    —Ella estaba en la fiesta y Seth la llamó por teléfono —expliqué mientras gesticulaba con las manos—. Adivina quién atendió por pura casualidad.

    —¿Hablas en serio?

    —Debiste haber estado ahí —añadió Adrián. Aún estaba echado, con la cabeza sobre las piernas de Santiago mientras se pellizcaba el caballete de la nariz por el dolor de cabeza. Ahora que tenía el cabello fuera del rostro, me di cuenta de que, en efecto, había perdido su arete—. El teléfono se conectó a los parlantes y todo.

    Santiago abrió la boca, sin creérselo. De no haber estado yo misma presente, tampoco me habría creído que alguien pudiera tener tanta mala suerte. Estaba agradecida de que el shock del momento no me hizo darme cuenta de lo vergonzoso que fue todo en realidad.

    —¿Cómo estás tú?

    —Bien, supongo —admití. Ahora sentía un poco de pena y quizás enfado contra Seth, pero no había nada dolorido más allá de mi orgullo. Él no era tan especial para mí. Solo esperaba que tampoco lo hubiera sido para la otra chica—. Estoy enojada.

    En momentos como estos, me alegraba nunca tener expectativas de las personas. No podían decepcionarme si no esperaba nada de ellos desde un comienzo. Los hombres van y vienen. La estabilidad emocional, no.

    —Y… Jessica, ¿cómo era la chica? —preguntó Santiago de repente.

    —No lo sé. Baja, piel morena —respondí sorprendida.

    «Guapa», añadí en mi mente.

    —¿De casualidad se llama Alex?

    Adrián y yo compartimos una mirada. Santiago sostuvo el hombro de su amigo para evitar que se cayera y luego señaló la pantalla del televisor.

    Ahí estaba.

    Ahí estaba Alex, la chica de esta noche.

    Un programa de chimentos pasaba en bucle un video de ella saliendo de un edificio, rodeada por reporteros y cámaras. El titular decía «ALEXIS PRESA».

    ¿Qué?

    Le arrebaté el control remoto, arranqué los auriculares para que el sonido saliera por los parlantes y subí el volumen. Era uno de esos ciclos de la tarde que pasaban grabados por la madrugada. Al prestar más atención, noté que el edificio del que salía era en realidad una estación de policía. El video era del mismo día. Ella incluso llevaba los pantalones rotos y la chaqueta con tachas de la fiesta. Se veía como una estrella de rock, incluso luego de ser arrestada. Parecía que apenas si reparaba en la gente que la seguía.

    —¿Quién es? —Como si no acabara de verla hacía tan solo media hora.

    Adrián me entregó su teléfono y en la pantalla estaba su biografía de Wikipedia.

    ¡¿Tenía una biografía en Wikipedia?!

    Alexis Váldez.

    Actriz, 19 años.

    Fecha de cumpleaños: 3 de julio.

    —Ay, no. Es de Cáncer —se me escapó, como si Adrián no fuera del mismo signo.

    Bajé y bajé por la pantalla. Si era actriz, tenía que conocerla de algún lado. Pero el único sitio en el que actuó fue en una serie que nunca vi.

    Debajo del titular de «Alexis presa» decía «Arrestada por alteración del orden público». Pero este cambió de inmediato a «Arrestada por ser demasiado linda», declaró Alex».

    —Los vecinos llamaron a la policía luego de ver que ella no se marchaba —continuó explicando el conductor. Los panelistas no dejaban de pisarse para hablar.

    —¿Fue a ver a su novio?

    —Eso dice ella.

    —¡Tengo sus redes sociales!

    Una mujer enseñó su teléfono a la cámara y, unos segundos después, en la pantalla del televisor, mostraron una de las redes de Seth. El conductor pinchó en algunas fotos. En todas salía él solo o con amigos. En ninguna estábamos ni Alexis ni yo.

    Cualquiera podría decir que eso ya era una mala señal, el tener una novia y no subir nada sobre ella en las redes. Y era cierto. De haberle prestado más atención a él o a nuestra relación, quizá me habría dado cuenta de eso.

    —Entonces, recapitulando… —El conductor hizo un acercamiento en una foto de Seth en la playa—. Alex fue al departamento de este chico, Seth, su novio. Él no atendió. Sus familiares dicen que se mudó hace una semana y ella, al parecer, no estaba enterada; tampoco les creyó, así que insistió en que quería verlo.

    Entonces, el video de Alex en el que salía de la estación de policía fue reemplazado por una fotografía del frente del edificio de Seth. El número del departamento estaba tapado, pero, de todas formas, pude reconocer la fachada.

    —Aquí es donde vivía él —dijo el conductor.

    —Jessica, ¿tú sabías que se mudó? —preguntó Adrián. Comencé a negar.

    —¿Cómo iba a saberlo, si me bloqueó? No tenía idea.

    Me iba a volver loca.

    Seth no solo me había engañado con otra chica, sino que ella era una actriz que, además, estaba en los programas de chimentos de los canales nacionales. Y ahora, él había desaparecido.

    —¿Quieres un té? —ofreció Santiago.

    ¿Un té?

    —Quiero vodka.

    —Yo también. —Se sumó Adrián, como si no acabara de quejarse por su dolor de cabeza.

    Santiago fue por la botella y los tres nos quedamos viendo el programa.

    Pasé el resto de la madrugada bebiendo y mirando las fotos de Alex mientras reflexionaba cómo había acabado ella en la fiesta de Cloe.

    ¿Y cómo había tenido Seth los huevos para hacer eso?

    Tenía miedo de que mis amigos vieran esto y sumaran dos más dos. ¿Y si la gente descubría que Seth engañó a Alex conmigo? ¿y si exponían mis redes en la televisión como estaban haciendo con él? Entonces, tuve un momento de claridad.

    ¿Y si eso atraía suscriptores a mi canal?

    ***

    ***

    Cuando desperté, ya casi era mediodía y la luz de la ventana que entraba desde el balcón me daba en la cara. Estaba en el sofá, con las sábanas entre las piernas y una jaqueca insoportable.

    —¡Despierta de una vez y ayúdanos con las cajas!

    Adrián dejó caer algo pesado a mi lado y salté fuera del sillón, asustada. Caí al suelo y me quejé. Lo escuché reír y, cuando me senté, lo vi parado a mi lado, junto a una pila de cajas

    enormes.

    —¿Qué es eso? —pregunté aturdida.

    —Las cosas de la chica nueva —dijo—. Ve a saludar a tu nueva mejor amiga.

    Saqué una goma para el cabello del bolsillo de mi falda y lo recogí en una coleta sin levantarme aún del suelo. Me sentía asquerosa. Adrián, por el contrario, se veía de muy buen humor como para haberse dormido tan tarde y estando borracho.

    —¡Ve, ve, ve! —me apremió—. Que a los de la mudanza se les paga por hora.

    Abroché mi camisa y me coloqué algo en los pies antes de salir. Me crucé con los hombres de la mudanza mientras bajaban las escaleras y continué hasta la planta baja.

    Solíamos ser cuatro en el departamento, pero la muchacha que vivía con nosotros se mudó con su novio el año pasado y estuvimos buscando a alguien más desde entonces. Se suponía que hoy debía mudarse la nueva, pero lo había olvidado. Mientras bajaba las interminables escaleras hasta la planta baja, me arrepentí por haber bebido tanto.

    Salí al aire libre. El camión estaba estacionado frente al edificio y el sol brillaba con fuerza. Usé una de mis manos para hacerme sombra en los ojos y caminé hasta la parte trasera para ayudar. Un empleado pasó unas cajas a una muchacha y ella se volteó para marcharse cuando chocó conmigo.

    —¡Lo siento! —exclamó.

    —Déjame ayudarte…

    Las cajas le tapaban la cara, así que le quité dos de encima. Cuando pude ver su rostro, la reconocí no solo de aquella vez que visitó el departamento, sino también de aquella clase que compartíamos el año pasado. Era de baja estatura, cabello oscuro y ojos rasgados. Sus labios estaban pintados de un rojo intenso.

    Ella me sonrió en agradecimiento.

    —¿Jessica? —me reconoció. Forcé una sonrisa. Era todo lo que podía ofrecerle recién despierta. Intenté recordar su nombre mientras nos metíamos al edificio con las cajas.

    —Y tú eres...

    —Noah —dijo—. Un gusto.

    Capítulo 3

    ¿Qué dirías si esta noche te seduzco en mi coche?

    Jess

    Estaba mojada.

    Pasé una mano por mi rostro para despegarme el cabello húmedo. Hacía calor y el clima lluvioso lo empeoraba. Me sentía pegajosa y no me gustaba.

    Perdí mi clase de Literatura Eslava del sábado, así que tuve que pasar a buscar las notas esa misma tarde en la fotocopiadora para leer de qué hablaron durante esas dos horas. Por alguna razón, pensé: «Aún es verano, iré con falda", y no se me ocurrió revisar el clima.

    Salí del edificio mientras metía los apuntes en mi bolso y escondí las manos dentro del bolsillo de mi sudadera. La lluvia era torrencial, de esas que parecen que inundarán las calles en un par de minutos, pero no tenía idea de si pensaba parar, y debía tomarme el autobús para volver a casa sí o sí.

    —¿Necesitas que te lleven?

    Me detuve en seco al oír una voz masculina a un par de metros, cosa que está mal. Había un auto estacionado junto a la acera. Tenía la ventanilla baja y me costó reconocer al conductor en un principio, pero entonces, algo hizo click en mi memoria.

    Era el primo de Seth, a quien vi un par de veces cuando lo visité en su departamento.

    Entrecerré los ojos con desconfianza. Mi ex no había aparecido aún. Uno de sus compañeros de clase me dijo que hizo la transferencia a otra universidad y no le di mucha importancia. Yo no le iba a rogar a ese loco para que volviera. Él era mi ex ahora y, cuando sacas la basura, no regresas para ver cómo está.

    Pero ¿qué estaba haciendo su primo aquí?

    —Ella ya tiene compañía, tonto. —Sentí que un brazo se enganchaba con el mío y, cuando miré a mi lado, me encontré con ni más ni menos que la mismísima Alexis Váldez—. ¿O nos darás un paseo a las dos?

    Él hizo un gesto con la mano para restarle importancia a lo que acababa de decir y subió la ventanilla antes de arrancar. Miré extrañada cómo desaparecía el auto y luego a Alex, que sostenía un paraguas sobre ambas. Ella estaba completamente seca, a diferencia de mí, y sobria. Se veía mucho mejor que en el jacuzzi, o en el video en el que salía de la estación de policía, si es que acaso eso era posible. Ahora estaba más... bueno, despierta.

    Ladeó la cabeza y me sonrió. Se le marcaron hoyuelos a cada lado de sus labios y sus ojos oscuros brillaron con diversión.

    —Pareces un cachorro mojado —me saludó, como si fuéramos amigas de toda la vida—. Te ves patética.

    Bueno, a lo mejor no tan amigas.

    —¿Disculpa? —Aparté mi brazo del suyo y retrocedí un paso. Las gotas de lluvia golpearon la espalda de mi sudadera y mis piernas desnudas. Mis calcetines ya estaban húmedos dentro de mis zapatos—. ¿Te conozco? —Me acomodé el cabello por detrás del hombro y me dispuse a marcharme.

    —No seas tonta. Sube a mi auto. —¿La amante de mi exnovio quería meterme a un auto con ella? Sospechoso. Continué caminando.

    —Lo siento. No firmo autógrafos.

    —Jessica. —Me detuve.

    ¿De dónde había sacado mi nombre?

    Miré a mi alrededor, pero nadie nos prestaba atención. Con la lluvia, la calle estaba desolada, salvo por los autos y autobuses que pasaban por la avenida. Me volteé y ahí estaba Alexis, donde la había dejado, con el paraguas sobre ella.

    Voy a ser honesta: se veía como el tipo de chica que solo sabe traerte problemas. Tal vez fuera muy superficial al juzgarla por su ropa y maquillaje, pero hasta donde yo sabía, ella podría odiarme.

    —¿Cómo sabes mi nombre? —le reclamé desde mi sitio—. Yo no te lo he dicho.

    La sonrisa de ella se ensanchó.

    —Ah, entonces sí me recuerdas. —Me pareció ver cierta satisfacción en su rostro—. Se lo pregunté a la chica guapa de la fiesta.

    —Que yo sepa, a mí no me preguntaste nada.

    —Fue esa rubia. —Miró hacia el cielo como si estuviera pensando—. Cloe. Qué chica agradable.

    —¿Qué quieres?

    Ella extendió el brazo para señalar un auto negro estacionado en la calle de enfrente.

    —Llevarte a tu casa. —Debió de notar la desconfianza en mi mirada y rodó los ojos—. Acércate. No muerdo.

    Eso no me gustaba.

    En primer lugar, estaba casi segura de que quería meterme a su auto para asesinarme o secuestrarme. En segundo lugar, de no ser así, era Alexis Váldez. Literalmente, la conocí inconsciente en un jacuzzi lleno de latas de cervezas luego de que salió de la estación de policía.

    ¿Podía traerme algo bueno? No.

    Pero los hombres tampoco, e igual me gustaban.

    La acompañé hasta su auto, pero me negué a sentarme en los asientos traseros. La obligué a abrirme la puerta del copiloto y bajé la ventana a pesar de la lluvia, por si llegara a necesitar saltar. Revisé mi reflejo en el espejo retrovisor y me retoqué el brillo labial.

    Seguía viéndome como un perrito mojado, pero me recordé que aun así estaba guapa y no debía dejarme intimidar.

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