Palestina: De los acuerdos de Oslo al apartheid
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José Abu-Tarbush es profesor de Sociología de las Relaciones Internacionales en la Universidad de La Laguna. Isaías Barreñada es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid.
Isaías Barreñada
Doctor en Ciencias Políticas (Estudios internacionales). Profesor de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid e investigador asociado del Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI). Sus áreas de investigación son la reforma política y los movimientos sociales en los países árabes, la política exterior española y europea, Palestina-Israel y el Sahara Occidental. Es coautor de libros como: Geopolítica de las primaveras árabes. Dimensión internacional y dinámicas locales (2022), Movilizaciones populares tras las Primaveras Árabes (2011-2021) (2021), Entre España y Palestina. Revisión crítica de unas relaciones (2018), Sahara Occidental 40 años después (2016), Conflictos en el ámbito internacional: aportaciones para una cultura de paz (2008), La Alianza de civilizaciones. Seguridad internacional y democracia cosmopolita (2006), Redes sociales en Marruecos. La emergencia de la sociedad marroquí (2004) y España y la cuestión palestina (2003). Forma parte de varios grupos de trabajo en think tanks de estudios internacionales tanto españoles como europeos. Colabora con movimientos sociales de solidaridad internacional. Es miembro del Grupo de Investigación Complutense sobre el Magreb y Oriente Medio (GICMOM) y del Observatorio Universitario Internacional del Sahara Occidental (OUISO).
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Palestina - Isaías Barreñada
Índice
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1. EL CAMINO A OSLO
Ajustes y cálculos estratégicos
De Madrid a Oslo
CAPÍTULO 2. UN BALANCE DE OSLO, TREINTA AÑOS DESPUÉS
Los Acuerdos de Oslo
La dilución de los dos Estados
CAPÍTULO 3. LA ESTATALIDAD PALESTINA FRUSTRADA
El casi-Estado de la autoridad palestina
Internacionalización y estatalidad imposible
División y nuevas resistencias
CAPÍTULO 4. LA DERIVA ULTRA Y NACIONALISTA DE ISRAEL
Las divisiones intraisraelíes
Del sionismo al neosionismo. ¿Iliberalismo o etnocracia?
La minoría palestina en Israel, el enemigo interior
CAPÍTULO 5. UNA COLONIZACIÓN INDEFINIDA
Las raíces del proyecto sionista israelí
Colonización indefinida, crimen e impunidad
Gaza, una cárcel a cielo abierto
CAPÍTULO 6. VIOLENCIA Y APARTHEID
La violencia de los colonos
El antisemitismo como arma arrojadiza
El debate sobre el apartheid
CAPÍTULO 7. ISRAEL, VIEJAS Y NUEVAS ALIANZAS PARA SOBREVIVIR
El continuado apoyo de Estados Unidos
Pasividad y silencio cómplice de la Unión Europea
El rol de las potencias emergentes
El reajuste geoestratégico en el campo árabe
CONCLUSIÓN. UN NUEVO APARTHEID
BIBLIOGRAFÍA
ANEXOS
NOTAS
José Abu-Tarbush Quevedo
Doctor en Ciencias Políticas y profesor de Sociología de las Relaciones Internacionales en la Universidad de La Laguna. Su área de interés se ha centrado en la región de Oriente Medio y el norte de África. Es autor del libro La cuestión palestina: identidad nacional y acción colectiva (1997), y coautor de obras colectivas como Geopolítica de las Primaveras Árabes. Dimensión internacional y dinámicas locales (2022), Entre España y Palestina. Revisión crítica de unas relaciones (2018), Sahara Occidental 40 años después (2016), La primavera árabe revisitada. Reconfiguración del autoritarismo y recomposición del islamismo (2015), Tres años de revoluciones árabes. Procesos de cambio: repercusiones internas y regionales (2014) y España y la cuestión palestina (2003). Entre los últimos textos en revistas especializadas, destaca Construcción del autoritarismo en el mundo árabe: hacia una explicación de las dinámicas internacionales (1945-2020)
(Historia Contemporánea, 2023); en coautoría con Mar Gijón Mendigutía, The Palestinian Authority and the Reconfigured World Order: Between Multilateralism, Unilateralism, and Dependency Relationships
(Politics and Governance, 2022), y el memorando Tres décadas de la conferencia de paz de Madrid: un marco negociador deficitario
(Fundación Alternativas, 2021). Es miembro del Grupo de Investigación Complutense sobre el Magreb y Oriente Medio (GICMOM).
Isaías Barreñada Bajo
Doctor en Ciencias Políticas (Estudios Internacionales), profesor de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid e investigador asociado del Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI). Sus áreas de investigación son las dinámicas políticas y los movimientos sociales en los países árabes, la política exterior española y europea, Palestina-Israel y el Sahara Occidental. Es autor de Breve historia del Sahara Occidental. Resistencia frente a realpolitik (2022) y coautor de libros como Geopolítica de las primaveras árabes. Dimensión internacional y dinámicas locales (2022), Movilizaciones populares tras las Primaveras Árabes (2011-2021) (2021), Entre España y Palestina. Revisión crítica de unas relaciones (2018), Sahara Occidental 40 años después (2016) y España y la cuestión palestina (2003). Forma parte de varios grupos de trabajo en think tanks de estudios internacionales tanto españoles como europeos y colabora con movimientos sociales de solidaridad internacional. Es miembro del Grupo de Investigación Complutense sobre el Magreb y Oriente Medio (GICMOM) y del Observatorio Universitario Internacional del Sahara Occidental (OUISO).
José Abu-Tarbush e Isaías Barreñada
Palestina
De los acuerdos de Oslo al apartheid
Diseño de cubierta: PABLO NANCLARES
© José Abu-Tarbush e Isaías Barreñada, 2023
© Los libros de la Catarata, 2023
Fuencarral, 70
28004 Madrid
Tel. 91 532 20 77
www.catarata.org
Palestina.
De los acuerdos de Oslo al apartheid
isbne: 978-84-1352-823-6
ISBN: 978-84-1352-796-3
DEPÓSITO LEGAL: M-24.534-2023
thema: JPVC/JPVR/1FBP
impreso por artes gráficas coyve
este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.
A Roberto Mesa (1935-2004), in memorian.
INTRODUCCIÓN
Tres décadas después de sellarse los Acuerdos de Oslo, en 1993, el balance no puede ser más deficitario. Lejos de las expectativas creadas entonces, el proceso de paz que suscitó ha fracasado sistemática y definitivamente. Los repetidos intentos por retomarlo también han terminado frustrándose. La realidad impuesta sobre el terreno a lo largo de estos treinta años indica que no existe posibilidad de reavivar unos acuerdos pensados para un escenario que ha desaparecido por completo, del mismo modo que ha sido socavada la base material y territorial en la que cimentar un mini-Estado palestino, con objeto de implementar la resolución del conflicto sobre la opción de los dos Estados. Expectativa que también ha sido eliminada del previsible escenario que se esperaba de Oslo.
Pese a que es la iniciativa que mayor consenso aglutina en la sociedad internacional, repetida como un mantra en las cancillerías occidentales y los foros internacionales, se advierte una manifiesta incoherencia entre esa toma de decisión y su ejecución en la política exterior de muchos Estados, en particular, entre aquellos que mayor poder e influencia pueden ejercer en esa dirección. Otra cosa bien distinta es la voluntad política para realizar ese ejercicio sobre un Estado percibido como cercano o aliado, al tiempo que se revela como una potencia colonial, en constante violación de las normas internacionales y abiertamente contrario a poner fin a su ocupación militar.
Lejos de salvaguardar esa opción de resolución del conflicto, los sucesivos gobiernos israelíes han trabajado en sentido inverso. No todos sus dirigentes manifiestan explícitamente su rechazo a un mini-Estado palestino. Algunos incluso han aceptado nominalmente esa posibilidad. Pero, por lo general, se refieren a una entidad subestatal, dependiente, tutelada y subordinada a las exigencias de seguridad e intereses israelíes. Por tanto, carente de uno de los principales atributos constitutivos de un Estado independiente, el del ejercicio de la soberanía efectiva sobre el territorio y la población que se asienta en este. Aunque, como afirmaba petulantemente Simon Peres, los palestinos siempre podrán llamarlo Estado. Otros dirigentes israelíes han sido más explícitos, sin ningún tipo de ambages, en su oposición al establecimiento de un mini-Estado palestino e, incluso, a los Acuerdos de Oslo. En la línea del sionismo revisionista de Zeev Jabotinski (1880-1940), desde Netanyahu a Bennet se ha expresado que no existe espacio para dos Estados y se aboga por la anexión de iure del territorio palestino (de facto ya lo está).
El problema principal de esta reiterada posición de rechazo e intransigencia radica no tanto en la fórmula de resolución que se adopte como en la ausencia de una alternativa igualmente válida, que no sea la sistemática negación de los derechos nacionales palestinos o su derecho a la ciudadanía en un Estado inclusivo, con iguales derechos y deberes para toda su ciudadanía, independientemente de su origen étnico o de su adscripción confesional o nacional. Pero esta opción, la de un Estado único, democrático e inclusivo, también es rechazada frontalmente por la élite política israelí. Al imposibilitar ambas opciones, la de los dos Estados o bien la de un Estado único de toda su ciudadanía, la única alternativa que Israel ha desplegado e impuesto sobre el terreno es la de un solo Estado étnico y excluyente, en la que la población que se asienta entre el río Jordán y el mar Mediterráneo (algo más de 14,5 millones en 2023) recibe una diferente categoría y consideración: los israelíes judíos gozan de todos los derechos; los palestinos del 48 con ciudadanía israelí solo poseen algunos derechos, al mismo tiempo que sufren una sistemática discriminación; y los palestinos de los territorios ocupados en 1967 están excluidos de cualquier tipo de derechos, padecen una crónica exclusión y una prolongada ocupación militar, que rige y marca duramente sus vidas desde entonces.
Aunque no siempre se explicite ni se reconozca en términos oficiales, esta fórmula recibe un nombre, la de régimen de apartheid. Este sistema no remite solo a la dinámica iniciada con los Acuerdos de Oslo, sino que ha sido paulatinamente construido a lo largo de toda la colonización y ocupación. Sin obviar que estaba inscrito en el ADN del propio movimiento sionista, que participaba de las concepciones del colonialismo de asentamiento y segregación racial puestas en práctica en otras partes del mundo colonizado como Sudáfrica. Pero, sobre todo, fue a partir de Oslo cuando este comportamiento ha intentado consolidarse y normalizarse bajo la cobertura de dos hechos fundamentales: primero, el propio proceso de paz de Oslo en 1993; y, segundo, el establecimiento de una Autoridad Palestina (AP) en 1994, a modo de gobierno interino o transitorio. Ambos acontecimientos han sido utilizados por Israel como maniobra distractiva o cortina de humo para mantener su ocupación y escalada colonizadora, dilatando el proceso de paz hasta su extenuación y abandono.
A lo largo de estos treinta años, en lugar de aligerar la ocupación y transferir gradualmente mayores cuotas de soberanía a la AP hasta concluir en un mini-Estado, los sucesivos gobiernos israelíes tomaron la dirección justamente opuesta, de refuerzo de la ocupación militar. Si bien el ejército israelí se replegó de Gaza en 2005, no es menos cierto que esta franja costera sigue estando ocupada a todos los efectos: jurídicos, políticos, económicos y demográficos. Israel no está en Gaza, pero Gaza sigue atrapada bajo la ocupación israelí, como lo recuerda cotidianamente desde 2007 su bloqueo por tierra, mar y aire. Este plan de desconexión
fue un repliegue unilateral y estratégico, no una auténtica retirada que pusiera fin a la ocupación. Ni siquiera transfirió su administración a la AP. Siguiendo la lógica colonial de divide y vencerás
, empoderó indirectamente a Hamás, que hizo una lectura triunfalista. En los cálculos israelíes se buscaba la anexión de facto del mayor territorio palestino con el menor volumen de población palestina posible. Desde esta óptica, Gaza era percibida como una bomba demográfica, donde los costes de mantener a cerca de 9.000 colonos, distribuidos en 21 asentamientos y custodiados por una masiva presencia militar, superaban considerablemente los beneficios, debido a la sobrepoblación gazatí (de 1,5 millones en 2005) en una estrecha extensión territorial de 365 kilómetros cuadrados.
Lejos de ralentizar, frenar o congelar la colonización del territorio palestino, se incrementó de manera acelerada. Actualmente se registran 200 asentamientos coloniales, más de 200 puestos de colonias provisionales y 136 destacamentos o bases militares. El número de colonos también se ha multiplicado, de los cerca de 200.000 que se contabilizaban a principios de los años noventa se ha ascendido a unos 726.500 en 2022 y, previsiblemente, se espera que esta cifra siga creciendo en la misma medida en que continúe la incesante construcción de nuevas colonias. De modo semejante, Jerusalén Este ha sido objeto de una creciente judaización, mediante la creación de un anillo de bloques de colonias que rodea la urbe; unido a un enjambre de medidas normativas, de presión y coacción, orientadas a que sus habitantes palestinos no puedan reformar o ensanchar sus viviendas, menos aún construir otras nuevas, y abandonen su ciudad, cuando no son simplemente desalojados de ellas por la fuerza para que pasen a ser ocupadas por colonos.
Semejante escalada colonizadora se complementa por toda una infraestructura de redes de carreteras, puestos de control y muro, pensada con una doble intencionalidad: salvaguardar y comunicar a los colonos israelíes y, a la inversa, aislar e incomunicar a los palestinos. Las carreteras de circunvalación permiten conectar los bloques de colonias con las vías o autopistas israelíes que, además de sortear las ciudades y aldeas palestinas, actúan como cuñas de fragmentación, aislándolas unas de otras. Con unos 600 kilómetros, aproximadamente, construidos de los 721 proyectados, el muro del apartheid refuerza esa segregación, separando familias, barrios, tierras de labranzas, pozos, centros de trabajo, comercios, escuelas, universidades y hospitales, entre otras referencias. A su vez, los puestos de control, fijos o improvisados, reducen la movilidad, restringen los desplazamientos, las comunicaciones y los accesos; unido a un sinfín de agravios y humillaciones que privan de dignidad, tiempo, derechos y libertad. La actividad más normal y cotidiana, como asistir a la escuela, se puede convertir en un tortuoso laberinto, en la que muchos menores han visto arrebatada su vida por el ejército colonial. La sensación de claustrofobia, de estar encerrados en guetos, pequeños bantustanes (reservas donde se recluye y concentra a la población colonizada y segregada) o, simplemente, en una cárcel a cielo abierto, se convierte en algo habitual. Cisjordania ha pasado de ser un territorio palestino con algunas colonias, a ser un territorio israelizado, con enclaves palestinos.
Este texto no se ha escrito en conmemoración nostálgica de los Acuerdos de Oslo. Por el contrario, es una revisión crítica tanto de ese proceso como de la deriva que, bajo la cobertura de este, adoptó la política de ocupación colonial israelí. Consideramos que sus resultados han sido diametralmente desiguales. Para Israel, Oslo fue un buen negocio, en el que ganó notables dividendos. Sin realizar ninguna concesión significativa, salió del aislamiento internacional, ensanchó sus relaciones exteriores y la normalización con varios Estados árabes, al mismo tiempo que ha mantenido el control de los territorios, sus recursos naturales, hídricos y fronteras; ha seguido apropiándose de más territorio palestino y expandiendo toda su red de asentamientos e infraestructuras coloniales; y, sobre todo, se deshizo del grueso de la población palestina, librándose de su responsabilidad como potencia ocupante y desplazándola a una AP débil, dependiente y limitada a funciones civiles, sin control de la Franja de Gaza desde 2007, cuando Hamás tomó por la fuerza su administración. A la inversa, para la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Oslo fue una bancarrota, en la que invirtió todo el capital político acumulado durante décadas de lucha contra Israel como expresión colonial, durante las que se había granjeado su legitimidad y representatividad. Lejos de ver el fin de la ocupación y el alumbramiento de un mini-Estado, tres décadas después, los palestinos están muchísimo peor que antes.
En la organización interna del texto, hemos considerado pertinente dividirla en los siguientes apartados. En el primero, se realiza un balance de Oslo, de cómo y desde qué posición llegaron las partes a ese principio de acuerdo. En el segundo, se trata su contenido, alcance, implementación y deriva que adoptó. En el tercero, se aborda la frustrada estatalidad palestina desde 1994 y las nuevas formas de resistencia que se han suscitado desde entonces. El cuarto se centra en la involución ultranacionalista, religiosa e iliberal experimentada durante las últimas décadas en Israel, con las consecuencias que ha tenido tanto en la sociedad israelí como en la palestina. En el quinto se reflexiona sobre la prolongada e indefinida ocupación colonial israelí. En el sexto se atiende al carácter violento de la ocupación colonial, el arma arrojadiza del antisemitismo a cualquier crítica a la política colonial israelí y su inexorable evolución hacia un régimen de apartheid. En el séptimo, por último, se analiza el papel de Israel en sus relaciones exteriores con las grandes potencias, en particular, con Estados Unidos, la Unión Europea y las emergentes como China, Rusia, India, Brasil y Sudáfrica. Finalmente, cerramos el libro con una breve conclusión, acompañada, a continuación, de algunas referencias bibliográficas y un documento anexo.
CAPÍTULO 1
EL CAMINO A OSLO
El 13 de septiembre de 1993 se firmaba en Washington la Declaración de Principios entre Israel y la OLP, más conocida por la denominación genérica de los Acuerdos de Oslo, como trascendió en el lenguaje político y mediático de la época. Bajo el clima de optimismo de los felices noventa, que dejaba atrás cuatro décadas y media de tensión bipolar, el apretón de manos entre Isaac Rabin y Yasser Arafat, ante la mirada de Bill Clinton, simbolizaba uno de los momentos estelares del fin de la Guerra Fría y sus dividendos.
El enorme eco mediático de esta ceremonia proyectó algunas expectativas e ideas equívocas, que conviene matizar. Primero, no equivalía a un tratado de paz, que ponía fin definitivo al conflicto mantenido desde hacía décadas entre palestinos e israelíes. Solo era un principio de acuerdo en el que ambas partes se comprometían a mantener una compleja agenda de negociaciones a lo largo de cinco años, a la vez que renunciaban al uso de la violencia en la consecución de sus objetivos y a la toma de decisiones unilaterales que alteraran el estatuto de la Franja de Gaza y Cisjordania, a