El juego de las puntas
Por Ismael Valdivia
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Contempladas las secuencias de la vida, la obra de hacerla con cada día, el nacer y morir, el salir el sol y ponerse, es revelado un vericueto instigador que nos acomoda para empezar y terminar como parte de un gran juego, en el que por ratos se nos permite entornar los ojos y aventurarnos; siempre custodiados por la luz y la oscuridad.
Ismael Valdivia
Ismael Valdivia (Sancti Spíritus, Cuba, 1959) Poeta y médico, ha publicado en Poesía: Susurro vital del testigo (1990), Fuera de estas circunstancias (2010), La cisterna de Escrápides (2013), Juan Cuarto y los demás (2017), Día de un año (2018), Noctambuleza (2019). Actualmente reside en Tampa, Florida, Estados Unidos.
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El juego de las puntas - Ismael Valdivia
Copyright © 2023 por Ismael Valdivia.
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Portada: Alex Valdivia
Ilustraciones: Miguel Angel Valdivia Ramos
Fecha de revisión: 23/08/2023
Palibrio
1663 Liberty Drive, Suite 200
Bloomington, IN 47403
855328
ÍNDICE
1:00 am
2:00 am
3:00 am
4:00 am
5:00 am
6:00 am
7:00 am
8:00 am
9:00 am
10:00 am
11:00 am
12 m
1:00 pm
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Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.
León Felipe.
1:00 am
El%20juego%20de%20las%20puntas-1.jpg(La caída, técnica mixta 2022)
¡No queda nadie en casa! ¡No duermas más, despierta,
el agua no tiene imágenes, los caballos no imaginan!
Arnaldo Calveyra
El gentío, hoy:
Es la una de la madrugada y no queda nadie en casa. Se fueron todos porque cada cual es una golondrina y siempre las golondrinas decepcionan a quien las sueña únicas en su misticismo. La casa, en cambio, no tiene que estar sola; los ruidos acondicionados, el aire que se supone afuera y la propia saliva que se traga, componen un estar, una compañía que -no es supuesta- habita. Un soplo en la nuca adormece el ansia precipitada de amanecer y no resulta un soplo, sino una hilera nueva de energías perdidas.
Se fueron y si se fueron es por la resultante de álgebras vitales que empinan, deshebran, y terminan por dividirse, por buscar erróneamente en el mar a las golondrinas, que han aventajado a esta hora de la noche, siendo coetáneas y tangibles, para nunca volar.
La madrugada aprisiona las paredes de la casa y aquellos habitantes que tuvo -en un ultimátum- no entienden que aún yo vivo. Si nací, ¿vivo?, me pregunto, y ronda enseguida un embaucamiento por llamar sardónica a la risa, cuando en realidad es un espasmo de la oscuridad, su eructo.
Más tarde el sol será un color, una añoranza acaso; pero ahora duerme y no responde.
1959, la marcha:
En la trama donde estoy se comienzan a nombrar alegorías,
si naceré por ejemplo,
y si se sabe que hay un peligro mayor.
Se alude además a la urgencia del cobijo,
que a la andorga que me envuelve,
no le bastarán órdenes, ni un supuesto convite del milagro.
Otra vez a la preñez matizan una parte de la cara con una fábula
que más parece un descuido bochornoso que una perfidia.
No sabemos de ningún modo cuánto llora la pared, si lo hace, si sufre,
o si utiliza su forro acicalado para reir incólume.
En siete horas nazco.
El día acecha, y yo espero sabiendo que no
se interrumpen por mí las estrellas,
ni se percibe entre noche y oscuridad.
Se fueron. Forman entre el Ágora y yo, separando las calles, una hendidura que los aprisiona de forma tal que se elevan como un altozano agitando bondades a sus vecinos. Abandonan así la repugnancia de mi color ocre que tanto les entusiasmara antes, hastiados de que tenga demasiado empinada la entrada para no permitir el uso lioso de la medianía; atrás dejan los viejos rincones donde se depositaron los momentos, la pared hecha angosta para que la oscuridad se atrape en ella, los mohos del cristal, la tiesura de las plantas del jardín, adiós al árbol que sigue sin renunciar a su majestuosidad en el medio de la fiesta de sus hojas secas cayendo, adiós a la vigilia de las respiraciones contiguas, lo mortecino del espacio que ha ido clasificando el tiempo.
Aquí bastan algunas cosas por sí solas. Dejan atrás la yerba que se atiene al ritmo brutal de las estaciones, la palma del frente picoteada por los pájaros como un estandarte ambiguo de la tierra, las lámparas que en su fuego fatuo no alcanzan a amordazar al miedo, las formas agudas y cónicas de los techos emparentadas con murallas para el cielo. Es improbable un pacto.
Esta casa está dispuesta a negarlo todo. Se fueron como fieras conocidas a encontrarse. Los sorprende el regocijo de la escapada, el tin tin azaroso de las campanas que alardean, en el aire, conocer los presagios y destinos. Aburridos de la bandera que les ondeó en las narices, y martillando con un desafío de colores a la estática postura de lo neutro, se fueron. La desconfianza los hace impuros, decantándose ellos mismos como una cuestión de costumbre. Fatigados de los artificios, y de que alguna vez engancharan sus manos a un código, me dejaron. Hastiados del polvo consuetudinario de esta casa que acecha desde el viento, y de la simple presencia de la casa en el mapa. Se fueron. El Ágora los aloja.
No queda nadie, repito, y el eco de su partida, rebota a jubilarse en mi oído, que lo mira. Despierto, ¿vivo?, y de nuevo la hilaridad de las tinieblas tiende a cerrar los ojos.
Rodea a mi existencia un agua que se irá, y con ella podrá verse
la caricatura del día: el agua no tiene imágenes,
así que todavía fricciono con el agua la carencia de gente.
Me es negado ver sus fisonomías consentidas, sus gestos de clan,
su asomarse en los pasillos.
El día será y ya es.
Me tirará y me sacará del agua y yo escurriré a sus favores,
sus impertinentes brazos que se resbalarán sutiles
por el canal para, en el cuello, cuartearse en una
sabana plena, arriesgada y temerosa a la vez.
A la una de la madrugada le late un impulso que lo posibilita todo.
Para que llegue el día, tengo al tiempo. Imagino que habrá que sumarle un plan, decirle de torceduras, de espacios que se avizoran; supongo que me saldrá un discurso para que atine, y podamos los dos perseguir los fundamentos, y tal vez nos incumba lo fingido. De esta manera ahora tengo razón para atrancar al coliseo, apagar la luna y enfrascarme en la gimnasia de estar solo, y que mis dos párpados bisbiseen jugos candorosos para asustar a aquellos acróbatas que ahorman los toldos, amigos de los aplausos que le dan a los payasos.
Aquí no hay nadie y no sé si es bueno olvidarse de eso. La gente en el Ágora está huyendo, buscando con expresión de que hay que estar alerta. Sentados en los montículos se mantienen a la viva, y aún sin moverse tienen una vibración nerviosa, no de impaciencia sino de desasosiego. Parece que siempre falta lo que no falta. Y esa inseguridad no se transmuta cuando hablan, ni cuando caminan.
Durante el día el padre caminó despacio entre las especulaciones,
consiguió que los pasos fueran pequeños
saltos trasladando su anatomía.
El padre no me conoce, pero aún así ya sabe que no elijo nacer.
Ahora duerme y los labios, como una fruta,
se posicionan debajo del bigote
dejando cada lado de la circunferencia con algún sentido.
Hoy fue un día presagiado.
Luego de la bruma, el día despejó las nubes para que el
sol se apareciera por ratos en un juego de hide and seek
que demoraba tiempos realmente caprichosos,
y que permitían creer que la luminosidad y el
resplandor eran más importantes
que la sombra, hasta que ésta, haciendo un
alarde de sumisión exagerado,
se esparcía entre el aire de una forma tan
definitiva que terminaba predominando.
Dentro de este reino el padre me espera.
Ahora duerme.
A esta hora se buscarán para amarse y rodearán la casa.
Es cierto que el día es puntual. Su claridad escondida reaparece siempre con la exactitud que sorprende a los amantes, amarillos de oscuridad, que ya mutilaron besos agarrados a las paredes de la noche y ahora son un carrusel de pupilas, estirándose, retorciendo el último sudor, inútil para el tris del día. Tampoco aquí hay amantes, digo, y el día, que puede ser un mito en otras partes, aquí seguramente abrirá los ojos y otra vez buscará cabellos quemantes que rocen el pubis para quedar sin ningún compromiso, sin ninguna palabra, solo, presentando sus diques.
No hay nadie todavía, cada instante cuenta,
el agua no tiene imágenes pero sí una
cascada descomponiendo su grito
para que el vacío no resista al pie que puede ceder en el primer paso.
Soy un gozo por nacer.
No hay nadie,
fuera del vientre, sólo esta madrugada y yo,
que no necesito más que la insistencia del
pájaro con su canto para despertar.
A la noche le abruman los puntos, las señas de naufragio; extraña a los idos, y yo podría quedar preso de esta negrura repleta de vigor que se disemina por la casa como escondrijos, como guaridas. Pero me sabe solo y que apenas puedo agarrar algo para exhibir. Evocarlos con su sinfonía de dedos comburentes embelesa por instantes al cuerpo, dormido del sol.
Ojalá este paréntesis sea