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Una inventora de palabras escribe una constitución: Un perfil de Elisa Loncon
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Libro electrónico117 páginas1 hora

Una inventora de palabras escribe una constitución: Un perfil de Elisa Loncon

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Información de este libro electrónico

El libro es un retrato de la lingüista mapuche que se convirtió en la primera presidenta de la Convención Constitucional de Chile. Se reconstruye un perfil de la vida se Elisa, sus luchas, sus esfuerzos por revivir una lengua antiquísima.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento9 ago 2023
ISBN9789560016652
Una inventora de palabras escribe una constitución: Un perfil de Elisa Loncon

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    Una inventora de palabras escribe una constitución - Víctor Alejandro Mojica

    © LOM ediciones

    Primera edición, noviembre de 2022

    Impreso en 1.000 ejemplares

    ISBN Impreso: 9789560016522

    ISBN Digital: 9789560016652

    RPI N°: 2022-A-9604

    Imagen de portada: Elisa Loncon, 2 de noviembre 2022.

    Fotografías de Paulo Slachevsky

    @pauloslachevsky

    Diseño, Edición y Composición

    LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago.

    Teléfono: (56-2) 2860 68 00

    lom@lom.cl | www.lom.cl

    Tipografía: Karmina

    Impreso en los talleres de Gráfica LOM

    Miguel de Atero 2888, Quinta Normal

    Impreso en Santiago de Chile

    A Paula, la primavera.

    A las gemelas fantásticas, Alejandra y Samantha, que pronto abrazaré.

    ¿Qué es más difícil: ser mapuche

    o cambiar un país?

    1

    Un mediodía de verano, en la entrada principal del ex Congreso Nacional de Chile, Elisa del Carmen Loncon Antileo me enseñaría cómo inventó una de las palabras que más le gustan en la vida. «El sufijo fe –me dijo– sirve para especificar un adjetivo o un oficio».

    La palabra la había creado para un proyecto universitario con una de las herramientas históricas de los inventores de términos. Los sufijos son capaces de cambiar un mundo o dotarlo de significado. Los mapuche construyeron con este método el término inexistente rukafe para referirse al albañil que te hace la casa o la ruka. Algo parecido hizo aquel día en la Universidad de Santiago de Chile, donde enseña mapuzugun, para crear –mapuzugufe– una palabra nueva que se desconocía para nombrar al hablante de la lengua mapuche desde que existen los registros escritos del sacerdote español Luis de Valdivia, que creó su primer vocabulario en el siglo XVII.

    Elisa Loncon disfruta los nacimientos de vocablos. El día que inventó mapuzugufe dijo que «me volé con la palabra»¹. La nueva palabra era bella y asombrosa como una flor inesperada una mañana (La lingüista escribió una canción con ella, luego la cantó, la grabó y se la enseñó a sus alumnos). Además, gozaba de una enorme utilidad. Explicaba con precisión la mayor necesidad de la lengua mapuche para su resistencia futura: que existan hablantes.

    «Una persona cuando usa su lengua está desafiada intelectivamente a aplicar todos los recursos que tiene su idioma para hablar el mundo real», me dijo la indígena. Después marchó por uno de los senderos de tierra del jardín de palmas, estatuas y fuentes decimonónicas del antiguo palacio, con sus zapatos de tacones altos y gruesos. Para esos días, Chile escribía el libro más importante de su historia reciente y la lingüista era una de las constituyentes elegidas para el trabajo.

    El viernes 18 de octubre de 2019, el día que inició el estallido social, era un día de primavera soleado y con nubes, época del año en que los jardines recuperan sus flores y los árboles sus hojas verdes. También era el quinto día consecutivo de protestas estudiantiles contra un aumento de treinta pesos –unos tres centavos de dólar– en el precio del pasaje del Metro de Santiago, vigente desde el 6 de octubre. Los estudiantes, durante la semana, saltaron los torniquetes de ingreso para no pagar el pasaje. Protestaron en las principales estaciones de la red de trenes y se enfrentaron a los Carabineros de Chile. Pasado el mediodía del viernes las protestas se multiplicaron hasta que los trenes dejaron de funcionar. Caída la tarde, sucedían cientos de manifestaciones. En la noche, bancos, empresas, buses, estaciones y trenes eran fogatas. A medida que pasaban las horas, su presidente, Sebastián Piñera, declaraba una guerra y aparecían muertos en bodegas, con disparos de bala, consumidos por las llamas. Jóvenes acabaron sin ojos. A un ex militar se le escapó un tiro de su arma de fuego, defendiendo un supermercado de los manifestantes, y asesinó a su yerno, un profesor polaco. Un comerciante asesinó a un saqueador. Otro empresario murió apuñalado por saqueadores. Otros manifestantes perdieron la vida por disparos de la policía, y un camión de la infantería de marina atropelló a un joven hasta matarlo. Otros fallecían de golpes o por asfixia en las protestas. Se contaban por cientos los heridos y miles de chilenas y chilenos se sumaron a la revuelta, que una semana más tarde era una bola de nieve de millones de personas. El estallido social llegó hasta Rapa Nui, una isla de Chile ubicada a más de tres mil kilómetros de distancia en lo profundo del Océano Pacífico, según documentó el periodista y escritor Patricio Fernández².

    Elisa Loncon estaba muy cerca de las protestas, en la Universidad de Santiago de Chile. «Suspendimos la clase y nos fuimos a la movilización», me dijo una mañana que le pregunté por su participación en la revuelta. Estábamos en el ex Congreso Nacional de Chile y su seguridad personal le recordaba que tenía reuniones dentro del edificio neoclásico que hace más de un siglo albergó a quienes construyeron el país que ahora se intenta reconstruir. La lingüista requería protección porque recibía amenazas de muerte. La promoción en la Convención Constitucional de palabras nuevas, como plurinacionalidad, o casi en desuso, como ternura y solidaridad, o frases como la hermosa morenidad, o mostrar preocupación por la vida de los ríos, era riesgoso.

    Tiempo después, cuando recorría el país buscando votos para aprobar la nueva constitución que escribió con ciento cincuenta y tres personas –y medio centenar de personal administrativo–, le pregunté nuevamente por ese día. No olvidaba la universidad cerrada ni la ciudad sin transporte. «De la USACH –Universidad de Santiago de Chile– salíamos y nos íbamos a la Plaza de la Dignidad. Siempre hacíamos lo mismo».

    En una foto de las masivas protestas, del fotógrafo Paulo Slachevsky, está la académica con ropa mapuche. Todavía no sabía que escribiría una nueva constitución; menos pensaba que sería elegida constituyente para participar en su redacción, y también desconocía que se convertiría en una de las mujeres más influyentes del mundo. La inventora de palabras sale sonriendo en la imagen, porque en aquellos días de desgracia, confusión y desesperación también surgió una gigantesca esperanza que anhelaba detener la ferocidad de su país.

    Llegué a Chile la madrugada fría del 1 de agosto del 2020. Los árboles estaban sin hojas y una brisa casi congelada se colaba por la cordillera hasta mis huesos. Habían pasado diez meses del gran enojo. Hice una cuarentena por la pandemia en un hotel, y una vez que tuve permiso para salir caminé por las calles que había visto por internet con millones de personas cantando: «Únanse al baile / de los que sobran», una canción de su legendaria banda de rock, Los Prisioneros.

    Tomé la avenida Providencia, paralela al río Mapocho, río donde lanzaban cadáveres cuando inició su dictadura militar en 1973. En paredes, edificios, en basureros y monumentos, en sus locales comerciales y en sus bancos quedaban algunos de los textos que escribieron miles de indignados durante el estallido social. «Venceremos y será hermoso» tenía escrito una parada de autobuses. Seguí hasta la Plaza Italia, renombrada como Plaza Dignidad, el corazón de las protestas. Todavía estaba la estatua del general Baquedano sobre el caballo. Subí por la vía la Alameda hasta el Centro Cultural Gabriela Mistral, donde había más recuerdos de la ira. Cuando llegué a Chile, el gobierno del multimillonario Sebastián Piñera intentaba eliminar el libro de denuncias y de utopías que escribieron los protestantes sobre la ciudad. Muchas paredes tenían colores blancos o cremas. Sin embargo, había una frase en un obelisco altísimo que el gobierno del empresario no había logrado borrar. En su cúspide tenía escrito: «En Chile se tortura».

    Elisa Loncon hizo un recorrido parecido durante los días posteriores a la revuelta. El país se preparaba para elegir a las personas que escribirían la nueva constitución. Caminó también por Providencia y por los alrededores de la Plaza Dignidad. A diferencia de lo que yo leía, la profesora tomaba fotos y analizaba los textos que estaban escritos en mapuzugun. Reclamos antiguos, muy vigentes, que comprobaban que los mapuche eran parte importante del estallido social y que la recuperación de su lengua estaba latiendo.

    «Cerca de la Casa Central de la Universidad Católica –escribió Loncon– nos cautivó el grafiti Newen kimelfes (fuerza profesores). Siempre hemos necesitado newen para restituir el uso de un idioma minorizado, discriminado, y para enseñarlo con la belleza que requiere su valoración. Seguimos avanzando y nos encontramos con Amulepe tayiñ weichan (que siga nuestra lucha), Wewaiñ (venceremos), Marichiwew (diez veces venceremos), Marichiwew pu peñi (diez veces venceremos, hermanos hombres), Yanakona wigka trewa (Chilenos ladrones, perros traidores) y Pu kutriñuke mari chaw ("Conchas

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