Los niños del Interdom: El internado soviético que acogió a los hijos del exilio
Por Cristián Pérez
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Desde la década de 1930, por allí habían pasado niños centroeuropeos de familias acechadas por Hitler, de republicanos españoles, africanos, latinoamericanos y los hijos de Mao Zedong; y a mediados de los años 70 los chilenos se convirtieron en una numerosa colonia. Forjaron amistades inseparables, recibieron una buena educación y compartieron con jóvenes de todos los continentes, pero también conocieron la pesadumbre de las noches solitarias en que extrañaban a sus familias.
Décadas más tarde, criados como soviéticos y convertidos en profesionales, algunos de ellos regresarían a Chile y otros se alejarían para siempre. Aquí recuerdan cómo el exilio y el internado cambiaron sus vidas".
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Los niños del Interdom - Cristián Pérez
Pérez, Cristián
Los niños del Interdom
El internado soviético que acogió a los hijos del exilio
Santiago de Chile: Catalonia, Periodismo UDP, 2023
156 pp. 15 x 23 cm
ISBN: 978-956-415-058-1
periodismo de investigación
CH 070.40.72
Este libro forma parte de la colección de periodismo de investigación desarrollada al alero del Centro de Investigación y Proyectos Periodísticos (CIP) de la Facultad de Comunicación y Letras UDP.
Edición periodística: Jorge Rojas
Diseño de portada: Trinidad Justiniano
Fotografías: Archivo de Alejandro Yáñez
Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco
Composición: Salgó Ltda.
Editorial Catalonia apoya la protección del derecho de autor y el copyright, ya que estimulan la creación y la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, y son una manifestación de la libertad de expresión. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar el derecho de autor y copyright, al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo ayuda a los autores y permite que se continúen publicando los libros de su interés. Todos los derechos reservados para esta publicación que no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de recuperación de información. Si necesita hacerlo, tome contacto con Editorial Catalonia o con SADEL (Sociedad de Derechos de las Letras de Chile, http://www.sadel.cl).
Primera edición: noviembre, 2023
ISBN: 978-956-415-058-1
ISBN digital: 978-956-415-059-8
RPI: 2023-A-11567
© Cristián Pérez, 2023
© Catalonia Ltda., 2023
Santa Isabel 1235, Providencia
Santiago de Chile
www.catalonia.cl - @catalonialibros
www.cip.udp.cl/investigacion - @cip_udp
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
info@ebookspatagonia.com
Índice
Nota del autor
Destierro
El fin de la infancia
Primer día en el Interdom
Uniformes
Buenas alumnas
Los Yáñez
Después de clases
Pequeños militantes
Días para recordar
En el hospital
¡Llegó Chile!
Los Ponchos Rojos
Transgrediendo la disciplina
Zaporozhie
Y ahora qué
El derrumbe de la urss
La vida continúa
En la punta del andén
Niñas y niños chilenos que asistieron al Interdom
Referencias
Nota del autor
En el transcurso de la investigación para mi libro Viaje a las estepas. Cien jóvenes chilenos varados en la Unión Soviética tras el golpe, Aldo Silva, uno de los protagonistas de ese periplo, me comentó que había existido un grupo folclórico latinoamericano en la ciudad de Ivánovo, que era un conjunto de niños chilenos que estudiaba en un internado en esa ciudad. Dijo también que a la presentación del libro invitaría a algunos de ellos.
Semanas después, una tarde lluviosa de invierno de 2018, en un café de Providencia, presentamos Viaje a las estepas... Entre las personas que asistieron estaban Paula Leal y un par de amigos de sus años en la Unión Soviética. Mientras le firmaba el libro nos pusimos de acuerdo para hablar de esa historia. A los pocos días tuvimos la primera conversación en la que, a grandes rasgos, me contó de los niños chilenos en la URSS. La historia había comenzado medio siglo antes, cuando, producto de la persecución militar contra militantes de izquierda tras el golpe de Estado, algunas familias, a veces sin el padre, que había sido asesinado, debieron partir al exilio y llegaron a la Unión Soviética, específicamente a Moscú y a Zaporozhie y Odessa, hoy en Ucrania.
A poco de llegar, los niños desde los siete años fueron enviados a ese internado en Ivánovo, a unos 300 kilómetros al noreste de Moscú, que acogía a los hijos de revolucionarios que en sus países eran perseguidos o debían exiliarse. La escuela se había creado a comienzos de la década del 30 y allí nuestros pequeños compatriotas compartieron con niños de muchas otras nacionalidades que, como ellos, habían sufrido los rigores de la represión, guerras y revoluciones. En el colegio aprendieron a hablar ruso sin acento, pero también mantuvieron su lengua materna, estuvieron informados de los acontecimientos en Chile y de la solidaridad internacional que los marcó para siempre.
Era una historia tremenda, puesto que era difícil imaginar que niños ya muy dañados por la persecución a sus padres debieran separarse de sus familias durante nueve meses del año para estudiar tan lejos de sus seres queridos y su patria. Entonces, sin proponérmelo, al culminar un texto sobre el exilio chileno en la URSS se dio el primer paso para otro, este que usted tiene en sus manos. Los devenires de nuestros compatriotas en el destierro soviético me mantendrían ocupado durante varios años más.
Además de trabajar con mi abundante archivo de entrevistas con integrantes de la izquierda chilena y latinoamericana de los años 60 a 90, y de un chequeo bibliográfico y de referencias audiovisuales, logré entrevistar a catorce personas que estudiaron en el Interdom, varios de sus familiares y otros chilenos que estuvieron en la URSS. Las conversaciones fueron por teléfono, Zoom, WhatsApp, correo electrónico y también presenciales. Algunas personas fueron entrevistadas varias veces y con otras no pude realizar más que una sesión.
A continuación, pueden leer el devenir de esos niños chilenos que, para salvar sus vidas, debieron partir al destierro y en la Unión Soviética aprendieron los valores de la solidaridad humana, tan extraña en estos tiempos.
C.P.
Villa Santa Rosa de Los Andes,
otoño de 2023
Destierro
Tengo la imagen de los proyectiles incrustados en la pared de la sala del jardín
.
Paula Leal hurga en una pila de fotografías y cuadernos viejos escritos en cirílico, mientras en su computador suenan canciones rusas. Es un caluroso domingo de diciembre de 2022 y en su departamento de la calle Carmen, en el centro de Santiago, un retrato familiar llama su atención. Es una imagen en colores que fue tomada a fines del otoño de 1971 en uno de los patios de la Universidad Técnica del Estado (hoy Universidad de Santiago), cuando apenas tenía dos años. Está en los brazos de su padre, Renato Leal, de pelo largo y barba, suéter café oscuro y jeans o Pecos Bill azules, y al lado de su mamá, Carolina Schürmann, que lleva un chaleco amarillo y pantalones pata de elefante.
Para los tres la UTE era un lugar habitual: Carolina estudiaba Pedagogía en Alemán, Renato era artista, pintor, pero trabajaba en el área de importaciones de la universidad y cumplía labores en el sindicato, y Paula asistía al jardín infantil para hijos de funcionarios y de alumnos. Una rutina que fue interrumpida el martes 11 de septiembre de 1973, cuando los militares atacaron el recinto como si se tratara de un regimiento enemigo. El sonido ensordecedor de las ráfagas y el miedo que sentí jamás se me olvidarán
, dice Paula.
Entonces tenía cuatro años. De todo lo que ocurrió ese día solo recuerda las balas, la lluvia de proyectiles que cayó sobre la sala donde estaban los niños. El resto de su historia la ha ido reconstruyendo a través de la memoria de sus padres. Así supo, por ejemplo, que ese 11 de septiembre Salvador Allende iba a acudir a la UTE, a la exposición Por la vida… ¡Siempre! de las Jornadas Antifascistas de la universidad, y allí iba a anunciar un plebiscito nacional en el que se consultaría por la continuidad de su gobierno.¹ La niña y su madre estaban a cargo de entregarle un ramo de flores al presidente.
Por supuesto, nada de eso ocurrió. En lugar del acto, Paula y otros cuatro compañeros, junto a dos educadoras de párvulos, yacían escondidos bajo las mesas, alejados de las ventanas destrozadas, mientras soldados armados con fusiles de guerra disparaban sin contemplación. En otro edificio de la UTE su padre, militante del Partido Comunista, resistía acompañado de numerosos trabajadores, estudiantes y profesores.
Antes de que el Ejército tomara posiciones afuera de la universidad, alrededor de mil personas, coordinadas por Osiel Núñez, presidente de la Federación de Estudiantes, se habían desperdigado por el campus para tomárselo, como una expresión de apoyo a la Unidad Popular en defensa del Gobierno Popular
.² Para la resistencia, sin embargo, no contaban con armas. Esa tarde, cerca de las seis, frente a la Casa Central, militares de una patrulla del Regimiento Yungay de San Felipe pidieron hablar con Núñez. Le trasmitieron la orden de desalojar el lugar antes del mediodía del 12 de septiembre. Los estudiantes solicitaron buses que los repartieran en distintos puntos de la ciudad, pero no hubo acuerdo.
Durante la noche el grupo, que incluía al rector, Enrique Kirberg, se acomodó en talleres, salas de clases y oficinas para resguardarse del ataque. En la Escuela de Artes y Oficios, el fotógrafo de la universidad, Hugo Araya, apodado el Salvaje
, cayó herido. Reptando por los pasillos, un grupo de estudiantes llegó a socorrerlo, pero el enorme impacto de un balazo en la espalda le provocó la muerte. También murió una funcionaria de la universidad, Marta Vallejo Buschmann.³
A las siete de la mañana del día siguiente los soldados, encabezados por el mayor Donato López Almarza y por Marcelo Moren Brito, comandante del Batallón del Regimiento Arica de La Serena, ingresaron a la universidad. Primero atacaron la Casa Central, con armas largas y artillería, y enseguida asaltaron la Escuela de Artes y Oficios y otras facultades y talleres. Obligaron a los civiles a tirarse al piso con las manos en la nuca mientras los golpeaban con las culatas de los fusiles. Luego, los hombres fueron trasladados hasta el Estadio Chile, donde quedaron detenidos, y las mujeres al Ministerio de Defensa.⁴
Durante todo ese tiempo, Paula estuvo escondida en el jardín infantil. De esos momentos solo recuerda dos escenas: la de los vidrios rotos y una imagen del reencuentro con su mamá. Un flashazo: ella en los brazos de Carolina Shürmann, que estaba apoyada en una pared de concreto en Avenida Ecuador, vigilada por una fila de militares. Después se enteraría de que los soldados le habían dicho a Shürmann que el jardín había sido bombardeado y que todos los niños habían muerto.
Esa tarde se trasladaron al departamento de la abuela, porque su casa, en la calle Santo Domingo, había sido allanada el mismo 11 de septiembre tras la denuncia de un vecino revanchista.
Renato Leal estuvo cuatro días en el Estadio Chile y luego lo trasladaron al Estadio Nacional, donde lo encerraron en un camarín con más de cien personas. Debían permanecer de pie y abrazarse para soportar el frío. Leal pasó gran parte de su detención en ese recinto como el líder de un grupo de presos que tenía como misión recolectar la ropa que los familiares les llevaban. Lo soltaron en las semanas previas al partido de fútbol entre la selección nacional y la de la Unión Soviética por la clasificación al Mundial de Alemania de 1974, que se jugó ahí mismo. Se fue a vivir al departamento de una compañera del partido, reconectándose con las estructuras clandestinas. Pocos días después se le ordenó asilarse, ya que había información de que estaba siendo buscado para ser interrogado por sus actividades en la universidad.
Leal llegó a una casa donde funcionaba un jardín infantil para los hijos de los diplomáticos de la República Democrática Alemana (RDA). Allí fue recibido por Tapani Brotherus, el encargado de negocios de Finlandia (país que representaba los intereses de la RDA en Chile), diplomático a quien cientos de chilenos le terminarían debiendo la vida.⁵ En ese lugar se encontró con el periodista Hernán Barahona y aproximadamente treinta personas que no conocía. Les ordenaron no salir y mantenerse en silencio.
Paula no tiene muchos recuerdos de los meses posteriores al golpe, salvo que vivió con su abuela en un departamento en el centro de Santiago y que viajó a Osorno a ver a sus abuelos maternos, para sacar carné de identidad. En la foto del documento tiene el pelo trenzado y el rostro impávido. De regreso en Santiago, una soleada mañana de fin de año, ella y su mamá llegaron hasta la entrada del recinto donde se resguardaba Renato Leal. Era la primera vez que se veían desde el golpe, pero, más que un reencuentro, la visita sería una despedida: Leal se exiliaría en Finlandia.
Del momento solo una imagen permanece imborrable en la memoria de Paula: la puerta de la calle abierta y, en el fondo del patio, su padre moviendo la mano en señal de adiós. Fue un encuentro fugaz, a la distancia, sin abrazos, besos ni conversaciones, que quizás se ha conservado intacto en su memoria porque está encadenado a otro recuerdo, el de un juguete: Venita, un oso de peluche gris y mirada triste que Tapani Brotherus le regaló luego de esa despedida. "Le pusimos Venita porque mi mamá me llamaba así por una venita azul que tenía en la nariz", dice Paula mientras busca una foto en blanco y negro en la que aparece con él.
Desde Finlandia, Renato Leal viajó a la RDA y un par de meses después el partido lo envió a una escuela de cuadros en la Unión Soviética. En marzo de 1974, Paula y su madre fueron a su encuentro. "Mi abuela nos fue a dejar al aeropuerto y me regaló una llamita, que junto a Venita fueron mis únicos juguetes". Fue un viaje largo. Hicieron escala en Dakar para llegar a Ámsterdam. Desde allí se dirigieron a Berlín Este y luego a Moscú. El reencuentro cambió los planes de Leal. Abandonó la escuela de cuadros y se trasladó junto a su familia a Zaporozhie, en Ucrania. Un viaje en tren del cual Paula no tiene recuerdos. En esa ciudad, a orillas del río Dniéper, su padre comenzó a trabajar en una empresa de diseño gráfico dedicada a la pintura monumental, que habitualmente elaboraban a mano en los muros de enormes edificios. Era el único empleado extranjero.
Paula conserva flashazos de esa época más que memorias. En uno de ellos se ve pescando junto a su