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La aventura estridentista: Historia cultural de una vanguardia
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Libro electrónico531 páginas7 horas

La aventura estridentista: Historia cultural de una vanguardia

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El estridentismo fue un movimiento artístico surgido en México en 1921 y liderado por el poeta Manuel Maples Arce; en él confluyeron tanto literatos, como pintores y artistas plásticos, en un verdadero frente cultural multidisciplinario. Esta obra ofrece al lector una visión de conjunto al movimiento que abarca desde las corrientes que lo influyeron, hasta los modernos homenajes a su legado, deteniéndose en sus figuras más icónicas. De tal manera, este libro es un vasto repaso histórico a la vanguardia estridentista y el contexto cultural que lo vio surgir y evanecerse.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 ago 2015
ISBN9786071631749
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    La aventura estridentista - Elissa J. Rashkin

    SECCIÓN DE OBRAS DE LENGUA Y ESTUDIOS LITERARIOS


    LA AVENTURA ESTRIDENTISTA

    Traducción

    VÍCTOR ALTAMIRANO Y DANIEL CASTILLO

    ELISSA J. RASHKIN

    La aventura estridentista

    HISTORIA CULTURAL DE UNA VANGUARDIA

    FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
    UNIVERSIDAD VERACRUZANA
    UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA

    Primera edición en inglés, 2009

    Primera edición en español, 2014

    Primera edición electrónica, 2015

    Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit

    Imagen: El café de nadie, de Ramón Alva de la Canal, ca. 1930, óleo y collage sobre tela D. R. © Museo Nacional de Arte / Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, 2014

    Título original: The Stridentist Movement in Mexico. The Avant-Garde and Cultural Change in the 1920s, © 2009, Lexington Books, Plymouth

    D. R. © 2014, Universidad Veracruzana

    Dirección Editorial, Apartado postal 97; 91000 Xalapa, Ver.

    D. R. © 2014, Universidad Autónoma Metropolitana, plantel Xochimilco

    Calzada del Hueso 1100, Colonia Villa Quietud

    Coyoacán, CP. 04960, México, D. F.

    pubcsh@correo.xoc.uam.mx

    D. R. © 2014, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-3174-9 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    Para mis padres, con amor y aprecio
    A la memoria de CHARLES A. HALE

    Sumario

    Nota a la edición en español

    Agradecimientos

    Introducción. La aventura estridentista

    Primera parte

    METRÓPOLI

    Segunda parte

    HORIZONTES

    Bibliografía

    Índice onomástico

    Índice general

    Nota a la edición en español

    La publicación de este libro en México ocurre en un momento interesante: el estridentismo, alguna vez marginado y prácticamente excluido de los estudios literarios y culturales del país, se ha puesto de moda, impulsado por el enorme interés de una nueva generación de investigadores de diversas disciplinas. En 2011 se publicó la edición facsimilar de la revista Horizonte, y en 2012, la de Irradiador; en 2013 se reeditó Las semillas del tiempo. Obra poética 1919-1980 de Manuel Maples Arce con una nueva portada que reproduce el manifiesto Actual, como muestra gráfica de la centralidad del estridentismo en la trayectoria del poeta y fundador del movimiento.

    Si hace pocos años, en los Estados Unidos, fue difícil publicar un libro cuyo tema fue considerado demasiado esotérico aun para un público académico, ahora esta nueva edición toma su lugar al lado de las publicaciones arriba mencionadas, además de otras obras de la emergente subdisciplina de la estridentología. Aunque esta efervescencia no se refleja en el presente libro, ya que se tomó la decisión de traducir la obra original sin asumir la labor —muy distinta— de su actualización, espero que, en todo caso, cumpla la función de seguir abriendo caminos, y que sea no sólo un recurso útil para la investigación y la docencia, sino también una amena historia de aventuras.

    La publicación de la presente edición se debe a los esfuerzos y el entusiasmo de mucha gente. A los nombres mencionados originalmente agrego y subrayo los siguientes: en primer lugar, Ester* Hernández Palacios, querida amiga y generosa madrina de esta obra; Joaquín Díez-Canedo Flores y su equipo en el Fondo de Cultura Económica, especialmente Adriana Romero, Omegar Martínez y Tomás Granados Salinas; Agustín del Moral Tejeda, Édgar García Valencia e Ignacio Aguilar Marcué, en la Editorial de la Universidad Veracruzana; el traductor Víctor Altamirano; mis colegas y amigos Bernardo García Díaz, Horacio Guadarrama, Rogelio de la Mora y Ana Fontecilla (Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales), y Celia del Palacio Montiel, Homero Ávila Landa, Norma Esther García Meza y Toni Castells i Talens (Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación), que nunca han dejado de brindarme su apoyo aun cuando, como dijo Maples Arce en Actual, mi locura no está en los presupuestos. Agradezco también a Evodio Escalante, Carla Zurián, Yanna Hadatty Mora, Rodolfo Mata, Silvia Pappe, Vicente Espino Jara, José Peguero, Guadalupe Ochoa, Aarón Melo, Miguel Molina Alarcón, Tatiana Flores, Lynda, Ady, Oswaldo, Lizzet, Justin, Elliot, Viviane, Jacky, Ilana, Alicia, Reyna, Yolanda, Mike, Ariel, William Boone Canovas, Ana María Icaza, Mireya Maples, Jen Hofer, Radio Universidad Veracruzana y toda la banda de estridentólogos e innovadores culturales que sigue en la aventura. Finalmente, dedico esta versión en español a la memoria de Eric List Eguiluz, guardián de los recuerdos de su padre y heredero de su espíritu irreverente: que la carcajada estridentista le acompañe en su travesía.

    * El lector encontrará a lo largo de esta obra su nombre con h (como lo usó antes) y sin ella (como lo usa hoy).

    Agradecimientos

    Igual que los cómplices fantasmas en la novela corta de Arqueles Vela, Un crimen provisional, algunos colaboradores de esta larga aventura estridentista se mantienen anónimos, como el bibliotecario de la Portland State University, en Oregon, quien, inicialmente y por ventura, puso textos estridentistas a mi alcance. Dicho esto, agradezco e inscribo a las siguientes personas e instituciones en mi propio directorio de vanguardia:

    Patricia Torres San Martín, cuya obra dedicada a Adela Sequeyro despertó en mí el interés inicial por el estridentismo.

    El National Endowment for the Humanities, que en 2003 hizo posible la concreción de esta idea con una generosa beca (y que de ninguna manera es responsable de las ideas y opiniones expresadas en la presente obra).

    James Oles, Susannah Glusker (q.e.p.d.), Rafael Barajas el Fisgón y John Mraz, cuyas conversaciones desde el inicio añadieron piezas, grandes y pequeñas, al rompecabezas.

    Eric y Edgar List Eguiluz y Ady List Crespo de la Serna, quienes me iluminaron con sus historias, recuerdos y opiniones, acompañados por la excelente cocina estridentista de Ady.

    Jesse Lerner y Lynda Klich, quienes amablemente compartieron conmigo fotografías, materiales e ideas provenientes de sus aventuras estridentistas.

    Esther Hernández Palacios, Carmen Blázquez Domínguez y Michael Ducey de la Universidad Veracruzana, quienes de muchas maneras apoyaron mi proyecto y hasta la fecha continúan orientando mis búsquedas por el Veracruz de la década de 1920.

    Sergio de la Mora, Drew Wood, Emily Hind, Isabel Arredondo, Anne-Marie Gill y Claire Fox, brillantes y queridos colegas de la universidad virtual sin fronteras.

    Sara Rashkin, intrépida prima cuya ayuda y buena compañía posibilitó mi investigación en Xalapa y la hizo disfrutable.

    Charles A. Hale (1930-2008), mentor sabio y generoso, cuyo ejemplo me hace evocar la recomendación de Alfonso Reyes en Magnavoz 1926 de Xavier Icaza: ¡No se olviden de ser inteligentes!

    Olivia Domínguez Pérez y Juana Martínez del Archivo General del Estado de Veracruz; Marcus Mathis de Los Angeles County Museum of Art, y los bibliotecarios de todo el mundo, en especial los de la Biblioteca Nacional, la Hemeroteca Nacional, el Centro Nacional de las Artes, el Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, la Unidad de Servicios Bibliotecarios y de Información de la Universidad Veracruzana y la Portland State University, Oregon.

    Lizett Luna Gamboa, cuyo Neoestridentismo ambulante aportó ideas frescas y energía a la vanguardia histórica.

    Daniel Mendoza, por su agudo registro fotográfico del monumento a Maples Arce.

    Julie E. Kirsch de Lexington Books por su paciente y sensible guía editorial.

    Ian Phillips, de Pas de Chance, formador, diseñador, extraordinario artista y verdadero colaborador. ¡Gracias!

    Los permisos para reproducir los materiales publicados previamente o con derechos de autor fueron otorgados con generosidad por: Hipertexto, Studies in Latin American Popular Culture, la Editorial de la Universidad Veracruzana, Eric List Eguiluz, la Fototeca Nacional, el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Museo Nacional de Arte y por la Colección Jean Charlot, de la Universidad de Hawái en Manoa.

    INTRODUCCIÓN

    La aventura estridentista

    A los que no estén con nosotros se los comerán los zopilotes.

    Manifiesto Estridentista, 1º de enero de 1923

    "Cuando los medios expresionistas son inhábiles o insuficientes para traducir nuestras emociones personales —única y elemental finalidad estética—, es necesario, y esto contra la fuerza estacionaria y afirmaciones rastacueras de la crítica oficial, cortar la corriente y desnucar los switches"; con esta afirmación el poeta y estudiante de derecho Manuel Maples Arce inició una rebelión en las artes y las letras mexicanas el 31 de diciembre de 1921. En Actual No. 1, un extravagante manifiesto impreso en hojas de color y pegado en las paredes del centro de la ciudad de México como si fuera un grafiti, Maples Arce llamaba así a un derrocamiento de las vetustas formas estéticas, comparable con la reciente deposición del antiguo régimen, y abogaba por un arte estridentista que celebrara la belleza del siglo.¹

    Si bien pudo resultar desconcertante para muchos de los transeúntes que se detuvieron a contemplarlo a la mañana siguiente —el primer día del nuevo año—, Actual No. 1 inició lo que el historiador de la literatura Luis Mario Schneider ha descrito como el gesto más atrevido y escandaloso de la literatura mexicana moderna.² En respuesta al llamado a las armas de Maples Arce, jóvenes de todo México se unieron con el fin de impulsar este proyecto iconoclasta; entre los poetas y escritores se contaban Germán List Arzubide, Luis Quintanilla (Kyn Taniya), Salvador Gallardo, Arqueles Vela, Luis Mena y Miguel Aguillón Guzmán, mientras que los artistas visuales incluían al escultor Germán Cueto y a los pintores y artistas gráficos Ramón Alva de la Canal, Jean Charlot, Leopoldo Méndez y Fermín Revueltas. El movimiento estridentista, como se conocería al grupo de Maples Arce, desafió la complacencia política e intelectual, rechazó el conservadurismo académico, celebró la modernidad y las novedades tecnológicas, como la radio, el cine y los aeroplanos, y buscó transformar —a través de la creación de nuevos espacios estéticos y acercamientos novedosos al entorno urbano— no sólo el lenguaje escrito y visual sino la vida cotidiana.

    Entre 1921 y 1927 el movimiento estridentista editó revistas, publicó libros, organizó representaciones teatrales y otros eventos culturales; sus miembros escribieron poesía y prosa, y fungieron como una fuerza crítica para la literatura y el arte mexicanos. Entre sus admiradores y colaboradores se contaban, junto a muchos otros, Tina Modotti, Edward Weston, Diego Rivera, Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Jorge Luis Borges y John Dos Passos. Durante su corta aunque productiva existencia expandió los límites de la imaginación colectiva, remplazando los modelos pedantes del pasado por una celebración de la modernidad que abarcaba tanto el progreso industrial como las luchas de las clases populares. Lejos de ser una imitación de movimientos europeos como el futurismo, el estridentismo materializó la búsqueda de renovación que la Revolución mexicana había provocado en casi todos los campos del empeño humano. Igual que otros artistas e intelectuales de la década de 1920, los estridentistas se propusieron crear un arte que fuera relevante para una nación que emergía de la conmoción revolucionaria y atravesaba por un periodo acelerado de cambios. Defender el estridentismo es defender nuestra vergüenza intelectual —escribieron, en 1923, en su manifiesto de Puebla—. A los que no estén con nosotros se los comerán los zopilotes.³

    Este volumen estudia el estridentismo en su contexto histórico y busca proporcionar una visión general del movimiento, aunque también considera con mayor detenimiento ciertos aspectos, al tiempo que toma distancia de las polémicas que evitaron su análisis serio por más de medio siglo y que, hasta cierto punto, continúan haciéndolo. Como se verá, estas polémicas son una parte importante de la historia del estridentismo, pero no su totalidad. A mi parecer, la importancia del movimiento tampoco puede limitarse únicamente al estudio de su poética, aunque es indudable que la teoría y la innovación poéticas estaban en el centro de su práctica literaria. En vez de esto, me aproximaré al estridentismo como un movimiento cultural multifacético fuertemente imbuido por el espíritu de México en la década de 1920. Los siguientes capítulos examinan detenidamente las actividades de los estridentistas en distintas áreas, prestando especial atención a las cuestiones que planteaban a sus contemporáneos y las que despiertan en el historiador actual. Sin embargo, antes de esto me detendré en las raíces internacionales y nacionales del estridentismo, en particular en las vanguardias latinoamericanas y europeas, y en el impacto que tuvieron en él la Revolución mexicana y sus consecuencias.

    El momento estridentista

    Visto a una escala internacional, el estridentismo siguió los pasos de muchos movimientos vanguardistas de principios del siglo XX, en especial los del futurismo, el ultraísmo español y el dadaísmo. Sin embargo, su relación con ellos es más compleja de lo que suponen sus detractores, y va más allá de la simple imitación. En primer lugar, el surgimiento de varios movimientos de vanguardia en América Latina durante esta época sugiere la existencia de una variante específica del fenómeno que Marjorie Perloff describe en El momento futurista. La vanguardia y el lenguaje de la ruptura antes de la Primera Guerra Mundial.

    En este importante estudio, Perloff considera las condiciones que prevalecían en Europa antes de la primera Guerra Mundial, y demuestra cómo pudieron generar una respuesta radical en el entorno cultural. Apoyándose en la obra de otros académicos, señala que las variantes rusa e italiana del futurismo no surgieron en los países con las economías más desarrolladas sino en estados-nación relativamente atrasados, formados como tales hacía poco tiempo y situados en la periferia de la cultura europea, en los que el contraste entre lo viejo y lo nuevo era suficientemente intenso como para estimular una estética del exceso, la violencia y la revolución.⁴ La apertura de las fronteras impulsó el intercambio cultural en el continente: El mundo que conocían los futuristas podía recorrerse sin pasaporte, empleando los nuevos medios de transporte como el automóvil, el tren de alta velocidad y, ocasionalmente, incluso el avión.⁵ Sin embargo, cuando el estallido de la guerra trajo consigo el colapso de estas condiciones, el cosmopolitismo de la vanguardia se vio desafiado por el resurgimiento del nacionalismo, cuyo ejemplo más duro fue el fascismo, al que Filippo Tommaso Marinetti, padre del futurismo, se adheriría. En breve, la estética radical que Marinetti y otros desarrollaron en Europa fue producto de condiciones históricas específicas a las que Perloff se refiere como el momento futurista.

    Si bien el libro de Perloff no considera el caso latinoamericano, proporciona un buen punto de partida para analizar las condiciones que ayudaron a crear lo que llamaremos el momento estridentista. El estridentismo, igual que otros ismos latinoamericanos de la década de 1920, surgió en un momento en que las tecnologías de la comunicación se expandían rápidamente en la región, en el que los Estados Unidos —cuyo papel como poder militar y económico tenía implicaciones culturales— desafiaban la dominación cultural de Europa sobre América Latina, y en el que, a escala nacional, distintos actores políticos e ideologías se disputaban el control del proceso de la Revolución mexicana de 1910 a 1920. Aunque la vanguardia no estaba aislada del pensamiento europeo y de su actividad cultural, surgió como una respuesta a condiciones locales y, en buena medida, rompió de forma consciente con la tradición colonial que buscaba su guía cultural en Europa.

    Como apunta Jean Franco, la agitación cultural e intelectual que surgió en América Latina después de la primera Guerra Mundial estaba vinculada, en esencia, con un clima continental de lucha social, cuyo ejemplo más espectacular fue la Revolución mexicana, pero que también era palpable en los movimientos estudiantiles y laborales que florecieron en Sudamérica, en el surgimiento de gobiernos reformistas en muchos países y en los dramáticos cambios políticos que ocurrieron en otros. La década de 1920, según observa Franco, fue un tiempo de esperanza en Latinoamérica que presenció el surgimiento de movimientos de vanguardia en casi todos los países: los ultraístas en Argentina, los modernistas en Brasil, el grupo Amauta en Perú y los estridentistas.⁷ En diciembre de 1921, mientras Maples Arce pegaba Actual No. 1 en las paredes del centro de la ciudad de México, los ultraístas hacían lo mismo en Buenos Aires con un periódico mural propio, Prisma.⁸ El año de 1922 fue testigo del surgimiento, por un lado, del movimiento estridentista en la ciudad de México y, por otro, de la Semana de Arte Moderna en São Paulo, Brasil, entre otros varios fenómenos similares en la región. Si bien en un inicio los estridentistas mexicanos y los modernistas y ultraístas en el sur del continente no estaban en contacto, es decir eran grupos sin nexos entre sí, es posible afirmar que sus esfuerzos surgieron de un impulso compartido que experimentó toda una generación de creadores latinoamericanos.⁹

    Muchos de los artistas de vanguardia más importantes de América Latina habían vivido en Europa y regresaron con la meta específica de inyectar nueva vida a sus culturas nacionales. Éste era el caso de los pintores Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros cuando volvieron a México a principios de la década de 1920 y se unieron a la causa de los jóvenes escritores y artistas que conformarían el movimiento estridentista. Sin embargo, los estridentistas no necesitaban que la experiencia europea de primera mano motivara su cruzada; bastaba comparar la situación estática del arte y la literatura mexicanos con el cambiante mundo que los circundaba. Igual que los futuristas rusos e italianos antes que ellos, estos jóvenes mexicanos no toleraban las trilladas expresiones de una sociedad que, para ellos, pronto se volvería obsoleta. Como más tarde escribiría Maples Arce:

    Yo perseguía un arte que correspondiera a mi propio gusto y no al halago de los demás. Promovía algo nuevo. Las modalidades líricas del modernismo y aun del posmodernismo me parecían preteridas, y había que renovarlas.¹⁰ Interesábanme las imágenes enigmáticas que no pudieran formularse racionalmente […]

    Yo intuía, como José Juan Tablada, que el arte, al igual que la vida, es movimiento, y que no puede estacionarse.¹¹

    Conforme creció el movimiento estridentista llegó a incluir a personas que habían pasado temporadas en Europa, como el escultor Germán Cueto, que había vivido en España entre 1916 y 1918; el poeta Luis Quintanilla, que había nacido en París y cuyos padres eran diplomáticos, y el artista francés Jean Charlot, quien llegó a México en 1921. Entre las cosas que Charlot trajo consigo estaban los caligramas (poemas visuales) de Guillaume Apollinaire, y es posible que las conversaciones con Charlot, Rivera y Siqueiros sobre las vanguardias europeas despertaran en Maples Arce el deseo de iniciar un movimiento en México; sin embargo, el conocimiento del joven poeta también provenía de las pocas revistas y libros que llegaban a México, así como de la información que publicaban los periódicos locales. Como apunta Schneider, los escritores mexicanos que vivían en el extranjero en ocasiones enviaban artículos sobre un nuevo autor o ismo a publicaciones periódicas como Revista de Revistas, Zig-Zag y El Universal Ilustrado. Rafael Lozano, por ejemplo, escribía desde París sobre las actividades de sus colegas vanguardistas en esa ciudad. Un artículo de su autoría dedicado al dadaísmo, que apareció en El Universal Ilustrado en 1921, incluía una reproducción del Bulletin Dada No. 6, con lo que introdujo la tipografía dadaísta a México, donde, según Schneider, pronto la imitaría Maples Arce en la disposición de Actual No. 1.¹²

    La frecuencia con que estos artículos se publicaban era cada vez mayor para el momento en que Maples Arce llegó a la ciudad de México de su natal Veracruz, y el joven poeta bebió de estas fuentes con una avidez insaciable. En Actual No. 1 rindió homenaje a la influencia de artistas europeos como Marinetti, Blaise Cendrars y Joan Salvat-Papasseit; sin embargo, es importante resaltar que para Maples Arce y sus camaradas estas influencias sólo eran relevantes en la medida en que podían sobrevivir al viaje trasatlántico y adaptarse al contexto local. Sin duda los estridentistas nunca adoptaron la totalidad del futurismo, y las descripciones contemporáneas de Maples Arce como un poeta futurista en buena medida se deben al hecho de que, como señala Merlin H. Forster, el término ‘futurista’ se convirtió en una forma popular de referirse, por lo regular con escarnio, a cualquier cosa que oliera a experimentación o modernidad.¹³

    Los estridentistas sólo adoptaron algunas de las posturas futuristas; por ejemplo, compartían con Marinetti el interés por la velocidad, pero no su entusiasmo por la guerra; tampoco eran partidarios de la liberación futurista de las palabras y las letras de los confines de la sintaxis. (Vale la pena subrayar también que los estridentistas, así como otros latinoamericanos que habían admirado la intervención iconoclasta de Marinetti en el arte y la cultura, de inmediato lo repudiaron cuando se adhirió a la ideología fascista.) De Cendrars, el poeta nómada suizo, Maples Arce tomó las nociones de Profond aujourd’hui, de simultaneidad temporal y espacial y de una poesía bien abierta a los bulevares.¹⁴ En el poeta anarquista catalán Salvat-Papasseit no sólo encontró experimentación lingüística y tipográfica sino también las imágenes de una vida portuaria urbana que seguramente tuvieron eco en sus propios recuerdos de Veracruz. El poeta creacionista chileno Vicente Huidobro, a quien también se menciona en Actual, era un eslabón más cercano, en especial porque sus libros, a diferencia de otras publicaciones vanguardistas europeas, circulaban en México.¹⁵

    Se podrían citar muchos otros ejemplos; sin embargo, la forma en que los estridentistas se apropiaron de las ideas extranjeras para adaptarlas a la situación mexicana resulta mucho más interesante que la búsqueda de su progenie intelectual. Germán List Arzubide puso énfasis precisamente en este proceso de apropiación cuando, sobre Actual No. 1, escribió: Sus afirmaciones revelan cómo [Maples Arce] había penetrado, con certero instinto poético, en lo que iba a ser la vanguardia del mundo, convirtiendo su impulso, por la adaptación de todos esos afanes hacia el futuro, en la guía de la renovación en América.¹⁶ Por último, es importante reconocer que el momento estridentista difirió en muchos aspectos del momento futurista de la Europa de preguerra; este último acabó con la violencia de la primera Guerra Mundial, mientras que el primero nació de la Revolución mexicana y de las esperanzas de cambio social y político que había despertado, no sólo en México sino además en toda América Latina. A pesar de que llevaban un siglo de independencia, los mexicanos aún luchaban contra el legado del colonialismo y la dependencia neocolonial, tanto cultural como económica; la búsqueda de una cultura nacional auténtica era apremiante y, en este sentido, la Revolución (como Maples Arce y sus camaradas la entendían) había sido determinante. Sin la Revolución de 1910-1920, sin las transformaciones ocasionadas por una década de guerra civil y la agitación social y cultural que se desarrolló en sus secuelas, el primer movimiento vanguardista de México sin duda habría tenido una forma muy diferente.

    Hijos de la Revolución

    A pesar de su nombre, la Revolución mexicana no fue un conflicto transformacional único, sino un complejo conjunto de rebeliones, golpes y contragolpes de Estado cuyas características y efectos adquirieron formas diferentes en diversas partes del país. En 1910 Francisco I. Madero lideró una rebelión contra el presidente Porfirio Díaz, cuya dictadura de décadas, con su reducción de las libertades políticas y su favorecimiento de intereses económicos extranjeros en detrimento de trabajadores y campesinos, había despertado animadversiones. Estos últimos sectores habían protestado en varias ocasiones con huelgas y revueltas como la de Cananea en 1906 y la de Río Blanco en 1907. Dichas rebeliones populares fueron suprimidas de forma violenta; sin embargo, la campaña de Madero, cuya consigna Sufragio efectivo, no reelección indicaba su enfoque principalmente político, resultó exitosa y envió a Díaz al exilio en 1911. No obstante, la incapacidad de Madero para implementar una reforma agraria y atender otros asuntos sociales decepcionó a muchos de sus simpatizantes, entre ellos Emiliano Zapata, quien, en compañía de sus fuerzas campesinas, declaró la guerra al nuevo régimen. Mientras tanto, las fuerzas derechistas conspiraban contra el nuevo líder y, en 1913, el general Victoriano Huerta, aconsejado por el embajador de los Estados Unidos, Henry Lane Wilson, derrocó al gobierno con los asesinatos del presidente Madero y del vicepresidente José María Pino Suárez. En 1914, el gobierno de los Estados Unidos, insatisfecho por la incapacidad del régimen huertista de promover sus intereses, ocupó el puerto de Veracruz, ayudando así a la caída del general.

    Venustiano Carranza asumió el papel de Primer Jefe de la Revolución en 1915, pero la lucha entre las facciones continuó. Los ejércitos dirigidos por Zapata y Francisco (Pancho) Villa unieron fuerzas en la Convención de Aguascalientes de noviembre de 1914 y ocuparon la ciudad de México por un breve periodo en 1915; sin embargo, al final triunfó el ejército constitucionalista de Carranza, para tranquilidad de muchos propietarios y disgusto de los campesinos, cuyo líder, Emiliano Zapata, sería asesinado por soldados federales en 1919. La permanencia de Carranza en la presidencia terminaría, igual que la de sus predecesores, de forma abrupta, con la rebelión de Agua Prieta, dirigida por antiguos generales constitucionalistas, misma que culminó con su asesinato en 1920. Ese mismo año se eligió presidente al general Álvaro Obregón y con su ascenso, aunque seguiría habiendo brotes de violencia esporádica por otra década, el periodo de conflictos armados en esencia había terminado.

    Como muchos artistas e intelectuales de la década de 1920, los estridentistas eran jóvenes durante este capítulo determinante de la historia de México. Si bien la mayoría lo era demasiado como para pelear en la guerra, todos experimentaron el clima de agitación, la interrupción de sus estudios y sus actividades juveniles, las ocupaciones militares, los cambios políticos drásticos y los momentos de escasez e inseguridad que caracterizaron la época. En Veracruz, un Maples Arce adolescente resultó fuertemente influido por los ideales de la Revolución, en especial por la Constitución de 1917 y su artículo 123, que implantaba reformas de gran amplitud a la ley del trabajo.¹⁷ Después de mudarse a la ciudad de México en 1920, descubriría el lado oscuro de la política al verse acusado de sedición y ser detenido por un corto periodo tras expresar su apoyo a Obregón y la rebelión de Agua Prieta. En sus memorias cuenta con gracia cómo, después del triunfo de las fuerzas de Obregón, intentó aprovecharse de su breve experiencia como preso político solicitando un puesto diplomático en el nuevo gobierno, algo que resultó inútil.¹⁸ En vez de esto prosiguió con sus estudios en la Escuela Libre de Derecho y dedicó su tesis a la ley agraria. Con el tiempo, las intrigas y la corrupción, que parecían endémicas del proceso político sin importar quién estuviera en el poder, acabarían por causarle hastío; sin embargo conservaría su fe en los ideales de la Revolución a pesar del carácter sórdido de la realidad que presenciaba, e incluiría ambas perspectivas en sus actividades estridentistas.

    La experiencia de Leopoldo Méndez, el benjamín del grupo, también es más cercana a la de un testigo apasionado que a la de un participante. Méndez apoyó a Madero desde muy temprano, gracias a la influencia de su familia, políticamente activa. En una entrevista de 1966 con Elena Poniatowska, rememoraba el profundo impacto que le ocasionó la procesión fúnebre del presidente mártir al pasar por el centro de la ciudad de México entre los comentarios despectivos de los comerciantes locales. Poco después creó lo que quizá fue su primera obra de arte política: un sentido retrato de Venustiano Carranza que el maestro de arte de su escuela primaria envió al líder vencedor.¹⁹

    Ramón Alva de la Canal era diez años mayor que Méndez y ya estudiaba en la Academia de San Carlos, la escuela nacional de artes plásticas, en el momento de la Revolución. En 1911 participó en la famosa huelga estudiantil de la academia, un evento que su amigo y compañero de clase David Alfaro Siqueiros describiría más tarde como la primera conmoción de la revolución social de México en el campo de la cultura debido a su mezcla de preocupaciones estéticas y políticas.²⁰ Después se mudaría a Chihuahua para trabajar en el gobierno del general Ignacio Enríquez, pero la caída de este último lo obligaría a regresar a la ciudad de México.²¹ Aunque logró concentrarse en su producción artística durante todo el conflicto, no fue inmune a las penurias que aquejaban a la población. Más tarde se referiría a este periodo con cierta amargura:

    Eran tiempos difíciles, no se conseguía nada. Era peligroso andar en la calle. Recuerdo que las mujeres eran muy valientes: cuando los soldados se llevaban a los hombres de la leva, ellas los apedreaban, les gritaban y les decían barbaridades en sus caras, [los soldados] les echaban los caballos encima y ellas nada más se hacían a un lado y los seguían apedreando. No tenían miedo. Había muchos bandidos que aprovechaban la situación para sus abusos. Por eso tantos muertos no sirvieron para nada.²²

    En Puebla, el joven Germán List Arzubide se unió al batallón Paz y Trabajo, dirigido por el coronel Gabriel Rejano, uno de sus profesores, quien había apoyado a Madero y en 1913 se había levantado en armas una vez más, en esta ocasión del lado de Carranza. List Arzubide fungió como secretario personal de Rejano (un papel similar al de muchos intelectuales que tomaron parte en el conflicto) y acompañó a las tropas del coahuilense en su regreso triunfal de Veracruz a la ciudad de México en 1915. Sus recuerdos de la capital eran tan sombríos como los de Alva de la Canal:

    Era una ciudad terrorífica, daba miedo estar allí, no sólo por las constantes escaramuzas sino también por todas las enfermedades que había. Me parece recordar que había una terrible epidemia de gripe. Todo el mundo que tuviera la enfermedad tenía que colgar una bandera amarilla en la fachada de su casa. La ciudad estaba plagada de banderas de este color. La gente permanecía en sus casas temerosa de salir a por comida, provisiones o cualquier otra cosa. Lo único que hacían era observar y esperar a que todo acabara.²³

    Después de la muerte de Carranza y de su propia desmovilización, List Arzubide regresó a Puebla; sin embargo, como recordaría más tarde: Mi visión de la vida había cambiado, mi personalidad, mis metas. Yo estaba acostumbrado a ir de aquí para allá con las tropas. Me acostumbré a otra forma de vida.²⁴ En vez de terminar sus estudios, se convirtió en periodista y fundó las revistas literarias Vincit y Ser, esta última en compañía de Salvador Gallardo, un poeta de San Luis Potosí que había llegado a Puebla como médico con las tropas de Carranza. También comenzó su investigación para lo que se convertiría en Emiliano Zapata. Exaltación, publicado en Xalapa en 1927. Este homenaje al líder agrario revela su desilusión del carrancismo y la evolución de su compromiso político, un proceso que continuaría durante sus años estridentistas y, en realidad, durante toda su vida.

    Mientras tanto, en Durango, los padres de Fermín y Silvestre Revueltas temían que sus hijos fueran reclutados y consideraron prudente enviarlos a estudiar a los Estados Unidos. Llegaron en 1917, tan sólo unos meses después de la entrada de este país a la primera Guerra Mundial, y en Texas, centro de movilización militar, encontraron un ambiente tenso y restrictivo. En contraste, cuando se mudaron a Chicago, a finales de 1918, los hermanos descubrieron la atmósfera bohemia de los tugurios clandestinos, así como las vocaciones a las que dedicarían su vida: Silvestre asistió al Chicago Musical College y Fermín se inscribió a clases de arte. También conocieron a artistas europeos exiliados, quienes les presentarían las vanguardias europeas y su crítica radical del arte y la cultura académicos.²⁵ Estas experiencias los llevaron a participar en el estridentismo tras su regreso a México en 1920.

    Igual que los hermanos Revueltas, Germán Cueto abandonó México cuando la Revolución interrumpió sus estudios. En 1916 se mudó a la casa de unos parientes en España, donde su prima, la pintora cubista María Gutiérrez Blanchard, que había compartido un estudio en Madrid con Diego Rivera, lo familiarizó con las últimas corrientes del arte europeo. A su regreso a México en 1918, Cueto tenía la determinación de convertirse en escultor y se inscribió en la Academia de San Carlos, donde conoció a su futura esposa, Dolores (Lola) Velásquez; sin embargo, los métodos de la escuela le resultaron áridos y poco estimulantes, por lo que la abandonó y desarrolló, en última instancia, su estilo único a través de la práctica y la experimentación autodidactas.²⁶

    Del exilio momentáneo a la participación militar directa, estas diversas formas de experimentar la Revolución dejaron marcas indelebles en los jóvenes artistas y futuros intelectuales, y deben considerarse como una influencia determinante en la obra que pronto desarrollarían bajo la bandera del estridentismo. La Revolución no sólo les proporcionaría materia para poemas y obras de arte, sino que también utilizarían conceptos ideológicos asociados con el conflicto, como la acción de masas, la destrucción del ancien régime y el simbolismo de la revuelta popular y la violencia en el campo de batalla cultural. La conciencia de que el cambio era posible —algo que muchos estudiosos del fenómeno revolucionario habían visto como un prerrequisito para la acción popular— se había intensificado en la creencia de que era inevitable y estaba en progreso. La tarea del artista consistía en crear un arte que reflejara las fuerzas del cambio a la vez que les prestaba sus servicios, de ser necesario mediante la destrucción del arte que lo precedía y que sólo podía ser un reflejo de los valores del antiguo orden. Por lo tanto, aunque el estridentismo, igual que la violencia de los ejércitos populares, suela interpretarse erróneamente como nihilismo,²⁷ en realidad su llamado a la renovación —que implicaba la creación de nuevos valores, más allá y por encima de la destrucción de los antiguos— estaba en perfecta consonancia con lo que se ha dado en llamar la fase constructiva de la Revolución, en los años inmediatamente posteriores al conflicto armado.

    La década de 1920

    Conforme el país se fue pacificando, poco a poco los efectos de la Revolución comenzaron a sentirse en los ámbitos de lo social y lo cultural. Quienes habían luchado por derrocar las instituciones sociales y políticas opresoras y habían salido victoriosos debían ahora preguntarse qué tipo de instituciones eran capaces de crear. En consecuencia, la década de 1920 fue de renovación y experimentación. Este periodo fue testigo de nuevos enfoques educativos, con José Vasconcelos a la cabeza, quien inició un programa alfabetizador de alcance rural inspirado en las misiones españolas del siglo XVI, aunque también en los programas del ministro de educación soviético, Anatoli V. Lunacharski. Esta década presenció también el desarrollo de nuevas ideas sobre los derechos de los trabajadores, que se concretaron en innumerables huelgas y en un fuerte y dinámico movimiento obrero. Asimismo se dio el surgimiento de un movimiento feminista que exigía el sufragio universal (una batalla que no se ganaría en México hasta 1953), el florecimiento de experimentos políticos regionales como los de Felipe Carrillo Puerto en Yucatán, Tomás Garrido Canabal en Tabasco, y Adalberto Tejeda y Heriberto Jara en Veracruz; al mismo tiempo tuvo lugar el fortalecimiento del gobierno central bajo las presidencias de Álvaro Obregón (1920-1924) y de Plutarco Elías Calles (1924-1928), quien, en última instancia, controlaría la política mexicana mucho tiempo después de que su periodo terminara. Este tiempo fue también testigo del intento de los políticos revolucionarios por desafiar el poder de la Iglesia católica y secularizar por la fuerza la cultura nacional, lo que culminó con la sangrienta Guerra Cristera de 1926 a 1929. Contempló la disidencia y la guerra interna entre los integrantes de la élite revolucionaria, así como las rebeliones militares dirigidas por Adolfo de la Huerta (1923-1924) y por los generales Francisco Serrano y Arnulfo Gómez (1927); y entre todo esto, fue testigo de la búsqueda de los artistas, de los escritores y otros intelectuales por revolucionar la cultura y desarrollar nuevas formas de expresión.

    En muchos campos, la brújula de la cultura nacional dejó de apuntar hacia Europa, adonde se la había vuelto a la fuerza desde la época colonial, y giró hacia México. Los descubrimientos antropológicos y arqueológicos, como la exploración de Chichén Itzá y la obra etnográfica de Manuel Gamio en Teotihuacan, condujeron a una apreciación generalizada, aunque ambivalente, de las culturas nativas del pasado y el presente del país. En las artes visuales, la pintura salió de la academia al aire libre y se volcó sobre los muros de los edificios públicos en una explosión de creatividad colectiva a la que con justicia se calificó de renacimiento. Los artistas rechazaron las tradiciones académicas que involucraban la imitación de los maestros europeos

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