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Shadowrise. El amanecer de la oscuridad.: Shadowrise, #1
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Libro electrónico207 páginas3 horas

Shadowrise. El amanecer de la oscuridad.: Shadowrise, #1

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¿Te has detenido alguna vez a pensar cuán profundamente dependemos de la tecnología y la electricidad? ¿Puedes imaginarte qué sucedería si de un momento a otro todo dejara de funcionar?

 

Nuestro mundo, cada día, cada hora, cada minuto, está profundamente entrelazado con los hilos invisibles de la tecnología. Pero, ¿qué pasaría si todos esos hilos se cortaran de repente? ¿Estamos preparados para enfrentar un mundo sumergido en la oscuridad, sin las facilidades y las comodidades a las que estamos acostumbrados?

"Shadowrise: El Amanecer de la Oscuridad" es el primer libro de una serie, donde se nos presenta un escenario tan temible como fascinante. Una ciudad, una vez rebosante de vida y luz, ahora es el escenario de un apagón sin precedentes. Kaelan, un joven como cualquier otro, de repente se encuentra en el centro de esta realidad apocalíptica, enfrentando un mundo que ya no reconoce.

Desde los primeros días de confusión hasta los siguientes de desesperación, seguimos a Kaelan y sus amigos mientras navegan por los desafíos de un mundo donde las reglas del pasado ya no se aplican. ¿Podrá Kaelan adaptarse y sobrevivir en este nuevo mundo, o el amanecer de la oscuridad será demasiado para él?

"Shadowrise: El Amanecer de la Oscuridad" es una llamada a despertar nuestra consciencia, un grito de advertencia sobre nuestra creciente dependencia de la tecnología y una emocionante exploración de lo que realmente significa sobrevivir. Acompaña a Kaelan y descubre cómo sería un mundo al que de repente le arrancan la tecnología, sumergido en la desesperación mientras todo lo conocido se desmorona.

IdiomaEspañol
EditorialM.K. Hallow
Fecha de lanzamiento6 ago 2023
ISBN9798223427599
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    Shadowrise. El amanecer de la oscuridad. - M.K. Hallow

    Capítulo 1: Antes del Silencio

    El brillo dorado del amanecer se filtraba a través de las cortinas, acariciando el rostro de Kaelan. Un nuevo día había comenzado y con él, la rutina que tanto le agradaba. Kaelan, un hombre de 28 años con una mirada enérgica, estaba acostumbrado a los rigores de la vida cotidiana. Se levantó de la cama, se dirigió al baño para asearse, la ducha de la mañana siempre era un momento de contemplación, una pausa para reflexionar sobre las tareas que le esperaban en el día. Una vez limpio y con la frescura recorriendo su piel, Kaelan se preparó para afrontar el día. Se vistió con su ropa de trabajo, un conjunto de pantalones chinos de color azul marino y una camisa blanca con cuadros azules que resaltaba su tez morena y sus ojos verdes. Se miró en el espejo, satisfecho con su apariencia. Después de vestirse, fue a la cocina, la luz del día ya se había instalado completamente y llenaba la habitación con una sensación cálida y acogedora. Preparó un desayuno rápido pero nutritivo, consciente de la energía que necesitaría para el día. Una taza de café negro y un par de tostadas con mermelada de frambuesa era su desayuno habitual, junto con un vaso de jugo de naranja para empezar el día con vitaminas. Mientras desayunaba, un sonido familiar llamó su atención, las patas de su perro sobre el suelo de madera. Kaelan sonrió, su día no podía empezar sin saludar a su fiel amigo.

    —Astron —llamó, y el sonido de patas acercándose se hizo más fuerte.

    Un ejemplar blanco, con un pelaje tupido y brillante, entró en la cocina. Astron era más que un simple perro para Kaelan, era su compañero, su amigo, su confidente. A pesar de su gran tamaño y apariencia imponente, Astron era un perro extremadamente amigable y cariñoso. El negro intenso de sus ojos mostraba una inteligencia y una lealtad que nunca dejaban de asombrar a Kaelan. Sus orejas, grandes y siempre erguidas, daban al pastor suizo una nobleza innegable. Kaelan se agachó y rascó detrás de esas enormes orejas, sonriendo mientras el perro se retorcía de placer.

    —Buenos días, chico —saludó Kaelan, recibiendo un ladrido alegre en respuesta.

    Las orejas de Astron se agitaron en respuesta a su voz, un movimiento familiar que siempre conseguía sacar una sonrisa a Kaelan. Con su desayuno terminado y habiendo saludado a Astron, Kaelan recogió su maletín y se preparó para ir al trabajo, listo para enfrentar el día que se avecinaba.

    Tras un breve y reconfortante momento con Astron, se alistó para la jornada laboral. Se puso su corbata y su chaqueta formal, y recogió su portafolio, cada gesto un reflejo automático en la rutina matutina. Dejó la casa que compartía con Yara, su novia, una vivienda pintoresca en un tranquilo cómodo barrio residencial, que albergaba a familias de clase media, con casas modestas pero acogedoras, y calles limpias flanqueadas por árboles y pequeños jardines. Los niños jugaban en las calles, los vecinos se saludaban al pasar y había una sensación de comunidad que Kaelan siempre había apreciado. El viaje al trabajo de Kaelan era un trayecto en auto moderadamente largo pero agradable por una carretera principal, flanqueada en algunos tramos por áreas de vegetación y pequeños parques. Siempre apreciaba estos momentos de tranquilidad antes de sumergirse en el bullicio de la ciudad. El contraste entre su tranquilo barrio residencial y la vibrante ciudad siempre le resultaba interesante. Apenas se adentró en el camino, marcó el número de Yara en su teléfono, la pantalla brillante reflejada en sus gafas de sol. Yara estaba en un viaje de negocios en otra ciudad. El sonido de su voz, siempre lleno de alegría y cariño, era la mejor forma de comenzar el día para Kaelan.

    —Estaba pensando en nuestras próximas vacaciones —comenzó Kaelan —Tal vez podríamos ir a la montaña, como siempre lo planeamos. Ese lugar del que siempre hablas, con las cabañas de madera junto al lago.

    Su conversación giró en torno a los planes de su próximo viaje, lleno de risas y bromas. Ese intercambio alegre y lleno de expectativa en contraste con el día cotidiano de trabajo que les esperaba era un pequeño oasis de felicidad para ambos, un recuerdo de las cosas buenas que les esperaban al final de su labor diaria.

    La risa de Yara aún resonaba en sus oídos cuando Kaelan llegó a su lugar de trabajo. Estacionó su coche en el estacionamiento de la empresa, un edificio de vidrio y acero que se erguía imponente en medio de un conglomerado de estructuras similares. La empresa en la que trabaja, llamada CyberGuard, se dedica a brindar servicios de ciberseguridad a una variedad de clientes, desde pequeñas empresas hasta grandes corporaciones. Como ingeniero informático, Kaelan tenía un buen conocimiento técnico del campo, pero su verdadero talento se destacaba en la interacción con los clientes. Siendo parte del equipo de ventas y atención al cliente, su trabajo consistía en explicar las complejidades de la ciberseguridad de una manera comprensible y atractiva para los clientes. Su carisma y amabilidad natural eran fundamentales para su éxito en este rol. Pasó por el vestíbulo, saludando al personal de seguridad y a la recepcionista con una sonrisa. Se detuvo en la cocina de la oficina para prepararse una segunda taza de café antes de dirigirse a su escritorio. Su espacio de trabajo estaba limpio y ordenado, con su portátil, su taza de café y una foto de él y Yara en una excursión al lago enmarcada sobre el escritorio. La foto era un recordatorio diario de lo que más valoraba. Se instaló en su silla y comenzó a repasar su lista de tareas para el día. Tenía algunas reuniones programadas con clientes actuales y potenciales, y un par de informes para redactar.

    Mientras hablaba por teléfono con los clientes y tecleaba en su ordenador, el día de trabajo de Kaelan estaba en marcha, y parecía ser un día como cualquier otro. Se encontraba en medio de una conversación telefónica con uno de sus clientes más antiguos, un hombre amigable que dirigía una próspera empresa de tecnología en el centro de la ciudad. Estaban hablando de las últimas actualizaciones de seguridad que CyberGuard ofrecía cuando, de repente, todas las luces se apagaron. La pantalla de su ordenador quedo totalmente negra, su teléfono dejó de emitir la voz del cliente y el zumbido constante de los sistemas de la oficina se desvaneció en un preocupante silencio. El bullicio de la oficina se convirtió en una confusión de exclamaciones sorprendidas y murmullos desconcertados.

    —Otro apagón —murmuró uno de sus compañeros de trabajo en la penumbra.

    Los apagones no eran comunes, pero habían ocurrido dos veces en los últimos dos meses, cada uno durando solo unos 10 o 15 minutos antes de que la luz volviera. Así que, a pesar de la sorpresa inicial, nadie parecía demasiado preocupado. Simplemente asumieron que la luz volvería pronto, como antes. Pero a medida que los minutos pasaban, una inquietante realidad empezó a hacerse evidente. Kaelan sacó su celular, esperando llamar a su cliente y disculparse por la interrupción. Pero su teléfono, al igual que su ordenador, se encontraba apagado, con la pantalla totalmente negra. Intentó encenderlo varias veces, pero no obtuvo respuesta. Miró a su alrededor y vio a sus compañeros luchando con el mismo problema, parecía que ningún celular funcionaba. A pesar de la oscuridad, podía ver la confusión en las caras de sus compañeros de trabajo. Esta no era una simple falta de electricidad, algo más estaba pasando, algo que ninguno de ellos entendía. La luz natural que se filtraba por las ventanas era la única iluminación en la oficina. Las sombras proyectadas por los escritorios y las siluetas de sus compañeros daban un aire de inquietud al ambiente. Todos se preguntaban lo mismo: ¿qué estaba sucediendo? Pero nadie tenía una respuesta. Y sin tecnología para buscar en internet o contactar a alguien fuera de la oficina, estaban atrapados en su desconcierto. El silencio incómodo que se había apoderado de la oficina fue interrumpido por sonidos provenientes del exterior. Al principio, eran solo murmullos distantes, pero gradualmente se intensificaron hasta convertirse en gritos y discusiones. Kaelan se acercó a una de las ventanas, tratando de ver lo que sucedía en la calle. Se podían ver personas confundidas y agitadas, autos detenidos en medio de la calle, y los semáforos apagados. Parecía que la falta de energía se había extendido más allá de su edificio, afectando a toda la ciudad. Las consecuencias de la repentina pérdida de la electricidad se estaban haciendo evidentes en el caos que se estaba desarrollando en la calle. El jefe de la oficina, un hombre mayor de cabello gris, interrumpió la confusión interna.

    —Todo el mundo puede irse a casa —anunció, su voz tranquila luchando por sobresalir sobre el murmullo general —No podemos hacer nada hasta que la luz vuelva... si es que vuelve.

    La última parte de su declaración se perdió en un susurro. Pero Kaelan la escuchó y sintió un escalofrío recorriendo su espalda. Algo estaba muy mal, y la inquietud que sentía solo aumentaba.

    La oficina comenzó a vaciarse lentamente. Los ascensores no funcionaban, por lo que todo el mundo tuvo que usar las escaleras. Mientras bajaban, la gravedad de la situación se volvía cada vez más evidente. La falta de luz en los pasillos, el eco de sus pasos en las escaleras vacías, las sombras que se cernían en cada esquina... Era como si estuvieran descendiendo a la incertidumbre, y Kaelan no podía dejar de preguntarse qué encontrarían cuando finalmente emergieran al exterior.

    Cuando Kaelan finalmente emergió del edificio, la escena que se encontró fue aún más caótica de lo que había imaginado. Los autos estaban dispersos por la calle en ángulos extraños, abandonados donde habían dejado de funcionar. Las personas discutían entre ellas, algunas con signos visibles de haber estado en accidentes. La marea de voces desconcertadas formaba un ruido de fondo inquietante. Las personas que trabajaban en los otros edificios y las diferentes tiendas también estaban fuera, al igual que Kaelan y sus compañeros. Sus rostros confundidos y desconcertados reflejaban la incertidumbre que todos compartían. La normalidad con la que el día había comenzado se había evaporado, reemplazada por un ambiente de desconcierto y miedo. Kaelan se acercó a una mujer que estaba parada cerca, una madre con su hijo pequeño agarrado de la mano. Le preguntó si sabía qué estaba pasando. La mujer sacudió la cabeza, sus ojos asustados.

    —No sé, los autos simplemente dejaron de funcionar —dijo. —Los semáforos, también. Es por eso que ha habido tantos accidentes.

    Las palabras de la mujer resonaron en Kaelan, confirmando sus peores temores. No solo su oficina, tal vez toda la ciudad, y quién sabe cuánto más allá estaban experimentando la misma pérdida de energía y tecnología. Miró a sus compañeros de trabajo, sus rostros reflejando la misma sorpresa y confusión que sentía. A solo unas horas del inicio del día, todos se encontraban fuera de su edificio, cada uno luchando por procesar la extraña realidad que los envolvía. Las preguntas volaban por su mente en un torbellino. ¿Qué estaba pasando exactamente? ¿Era solo su ciudad la afectada o estaba ocurriendo más allá de sus límites? ¿Sería algo temporal o las cosas estaban cambiando de manera más profunda y permanente? Ninguno tenía respuestas, solo un creciente sentido de inquietud. El día había comenzado como cualquier otro, pero ahora, se encontraban al borde de un precipicio de incertidumbre, mirando hacia el abismo de lo desconocido.

    Capítulo 2: La vuelta a casa

    En medio del desconcierto y el caos que se estaba desarrollando a su alrededor, Kaelan sintió una oleada de pánico mezclada con determinación. Decidió que su mejor opción era intentar regresar a casa. Con un sentido de urgencia latente y el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, se abrió paso entre la multitud y se dirigió hacia el estacionamiento del edificio donde había dejado su auto esa misma mañana. Al acercarse, intentó desactivar su alarma con el control remoto, esperando escuchar el familiar sonido de desactivación. Pero no hubo respuesta, no hizo el ruido de desactivarse. Frunció el ceño, una inquietante sensación de que algo andaba muy mal comenzó a arrastrarse en su mente. Sin otra opción, sacó la llave y abrió la puerta de su vehículo de forma manual, sintiendo una extrañeza en este simple acto. Los rostros desconcertados de sus compañeros de trabajo lo miraban mientras intentaba, en vano, arrancar el motor de su auto. Su frustración creció cuando el silencio que siguió fue tan desalentador como definitivo. No hubo el habitual ronroneo del motor, ni siquiera un débil intento de arranque. En su lugar, sólo había un vacío silencioso, un eco de lo que debería haber sido. La incomprensión y la preocupación comenzaron a anudarse en su estómago. Su auto, al igual que toda la tecnología a su alrededor, simplemente no respondía. Una rápida mirada alrededor le confirmó que no era el único enfrentándose a este problema. Algunos de sus compañeros de trabajo habían llegado al estacionamiento y también estaban intentando, sin éxito, arrancar sus propios vehículos. Sus expresiones frustradas y desconcertadas reflejaban la misma incredulidad y miedo que Kaelan sentía. En poco tiempo, el estacionamiento se había transformado en un escenario de fallidos intentos de escape, un claro testimonio de que la situación estaba fuera de su control. La normalidad de su día a día se había desmoronado, dejando una sensación de impotencia que resonaba en todos los presentes. Kaelan se quedó parado junto a su inerte auto, su mente tratando de asimilar la nueva realidad, mientras una sombra de incertidumbre se cernía sobre él y sus compañeros.

    La realidad de la situación se asentó en Kaelan con un peso evidente. Con su auto inútil y ninguna otra opción viable de transporte a la vista, no tenía más remedio que emprender la caminata de vuelta a casa. No era una tarea fácil, su casa quedaba a una considerable distancia y, aunque en un día normal el recorrido en auto sería rápido, a pie era otra historia. A pesar de todo, Kaelan decidió afrontarlo con optimismo. El sol de la mañana aún estaba alto en el cielo, el día estaba despejado y se le presentaba una oportunidad única para explorar la ciudad de una manera que nunca antes había hecho. Y además, si se apresuraba, podría llegar a casa a tiempo para almorzar. Así, con un poco de resignación, Kaelan se despidió de sus compañeros de trabajo. Sus rostros reflejaban una variedad de emociones, desde el miedo y la incertidumbre hasta una tenue esperanza de que todo esto pudiera ser simplemente un inconveniente pasajero. Con un último vistazo a su auto inútil, Kaelan se adentró en las calles, preparado para la larga caminata que tenía por delante.

    Kaelan siempre había considerado a su ciudad como un lugar seguro y tranquilo. A pesar de su tamaño mediano, había logrado mantener una atmósfera de comunidad pacífica. Los barrios a través de los cuales se disponía a caminar eran conocidos por él, había recorrido estas calles en innumerables ocasiones, pero siempre desde la comodidad de su auto. Ahora, la familiaridad se había tornado extraña y amenazante. En la superficie, nada había cambiado. Los edificios seguían en pie, las calles estaban limpias y la gente intentaba continuar con su rutina diaria. Sin embargo, a medida que avanzaba, los efectos del apagón se hacían cada vez más evidentes, y una inquietud se agitaba en su pecho. Los semáforos, normalmente parpadeantes con luces rojas, amarillas y verdes, estaban oscuros. Las tiendas y restaurantes estaban inusualmente silenciosos, sus letreros luminosos apagados y las puertas cerradas. Kaelan podía sentir una notable tensión en el aire que llenaba las calles. Pero lo que más lo impactaba eran los autos. A lo largo de su camino, se encontró con varias escenas de accidentes de tráfico. Autos que se habían estrellado contra postes de luz, otros contra árboles, y algunos más, en colisiones directas entre ellos. La gente parecía moverse como si estuvieran en estado de shock, hablando en voz baja y mirando con rostros preocupados sus teléfonos inútiles. Cada escena que pasaba dejaba una huella en su alma, y el aire se sentía cargado con una mezcla de miedo y desesperación. Aunque Kaelan trataba de mantener su optimismo inicial, la creciente sensación de malestar era difícil de ignorar. No solo era la anormalidad de la situación, sino el profundo sentimiento de desconexión. Sin la tecnología para comunicarse, las personas estaban desconcertadas, preocupadas por seres queridos a los que no podían

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