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Kichiro pide un deseo
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Libro electrónico156 páginas1 hora

Kichiro pide un deseo

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Información de este libro electrónico

Un murciélago que ha perdido parte de una de sus alas, una iguana sin una de sus patas y una cucaracha sin antenas deben ayudar a encontrar tina mamá para el pequeño gato llamado «Kichiro» que fue abandonado en la puerta de «La Pulga Coja», la única tienda de mascotas que no vende mascotas, en el pequeño pueblo llamado «Albaricoque».
Descubre toda una aventura que te hará vivir momentos llenos de diversión y emociones que no vas a olvidar jamás.
Un libro que te habla del valor de la amistad y el amor, la importancia de la fe y del coraje para ir tras de tus sueños.

¡Kichiro robará tu corazón!
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 jun 2023
ISBN9789585532595
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    Kichiro pide un deseo - Andrés Valencia Roldán

    1

    «La Pulga Coja»

    Albaricoque es un pueblo pequeño donde sólo puedes encontrar una tienda de cada cosa: una tienda de antigüedades, una tienda de relojes, una tienda de sombreros, una tienda de juguetes, una tienda de caramelos, y así sucesivamente hasta llegar a la tienda de Mariana, la propietaria de la única tienda de mascotas de todo Albaricoque.

    Mariana era una joven extraña, o al menos eso pensaban de ella casi todos los albaricoquenses; lo único que no vendía en su tienda de mascotas era mascotas, pero podías encontrar juguetes de diferentes formas y tamaños, ropa de todos los estilos, pasabocas de diversos sabores, comederos, bebederos, correas, collares, placas, areneros y todo lo que pudieras necesitar para tu perro, gato, iguana, lagartija, murciélago y hasta cucarachas, lo encontrabas en «La Pulga Coja».

    «La Pulga Coja» es entonces la tienda de mascotas de Mariana donde, debemos repetir y dejar muy claro que, no se venden mascotas. Mariana lo ha tenido que explicar una y otra vez, tantas veces que, a pesar de que colgó un letrero en la entrada de su tienda, escrito por ella misma, con grandes letras que dice: «En La Pulga Coja no vendemos mascotas», casi todos los días entra una o dos personas preguntando si venden mascotas.

    Pero, ¿quién en todo Albaricoque se animaría a tener una cucaracha, una iguana o un murciélago como mascota? Y más extraño aún ¿quién los vestiría o les daría una placa de identificación? Estas dos preguntas comparten la misma respuesta: Mariana.

    Mariana vive arriba de su tienda de mascotas junto con su iguana «Zu». Ella tiene una cola muy larga y su piel está recubierta de pequeñas escamas que, según la luz que reciban se pueden ver azules o verdes; una cresta que empieza en la cabeza y termina en su cola, dos brazos cortos y una sola pata robusta; la otra la había perdido cuando pisó una trampa para osos mientras caminaba por el bosque.

    Su otra mascota es «Kitti», un murciélago orejón, con pelaje marrón y alas tan grandes como sus orejas, pero incapaz de volar pues, el disparo por diversión de un cazador, había arrancado casi hasta la mitad su ala izquierda.

    También vive con «Kakerlake», una cucaracha alemana (el tipo de cucaracha más común en todos los hogares), muy delgada y la más vieja de sus tres mascotas, Mariana la encontró moribunda con sus antenas desprendidas por Gregorio, el hijo de la dueña de la tienda de caramelos. Gregorio tiene un macabro pasatiempo: en sus ratos libres (y sí que tiene muchos ratos libres) descuartiza insectos y con el resto de animales tampoco es que sea muy amigable.

    «Kakerlake» fue una de las pocas víctimas que pudo sobrevivir a su cruel entretenimiento, gracias a que Mariana se encontró frente a frente con Gregorio cuando éste sujetaba con fuerza, en la mano izquierda, el escuálido cuerpo del insecto, mientras que en la derecha tenía recogidos los dedos meñique, anular y corazón; el índice y el pulgar los dejaba extendidos para simular unas pinzas que podían separar otras partes del cuerpo de la desafortunada cucaracha.

    Mariana, al ver lo que estaba a punto de hacer el desalmado niño de la tienda de caramelos, le arrebató la cucaracha de la mano, tan rápido que éste no tuvo tiempo de reaccionar.

    Algunas personas que conozcan la historia del rescate de Kakerlake de las manos del peligroso Gregorio, pensarán que todo fue a causa del azar; otras cuantas lo llamarán destino, pero Mariana estaba segura que aquello fue un milagro y que jamás debemos rendirnos para que estos sucedan.

    Como todos los días, Mariana abrió la tienda; en su mano llevaba una taza de chocolate caliente y encima de su espuma tres masmelos, que dejaba derretir para luego tomar la bebida a pequeños sorbos, durante toda la mañana.

    La rutina era la misma; lo primero que hacía era servir el desayuno de sus tres mascotas. Empezaba por el plato de Zu: una mezcla de lechugas, remolacha, repollo, acelga, perejil y espinaca; ésta última cortada en finas tiras que Zu disfrutaba enrollar con su lengua antes de tragarlas.

    Para Kitti el menú era guayabas caramelizadas en almíbar de durazno, trozos de mango y si era temporada de cosecha, también algunos higos frescos.

    La dieta de Kakerlake solo era un pedazo de stollen, un pan dulce alemán repleto de frutos secos y uvas pasas de Corinto, que le había sobrado a Mariana de su cena la noche anterior.

    Después de alimentar a sus tres compañeros, limpiaba y arreglaba las estanterías; tenía una estricta afición: clasificar los productos por color y tamaño, ¡aunque quizás la única que notaba la manera cómo estaba organizada la tienda, era ella!

    —Mi mejor despertador es saber que voy a empezar el día con un buen desayuno —dijo Zu mientras saboreaba cada mordisco dado a sus trozos de repollo.

    —¿Te vas a comer toda tu ensalada? —Preguntó con interés el murciélago a una hambrienta Zu que acostumbraba comer con los ojos cerrados mientras masticaba.

    —Toda la lechuga, la remolacha, cada uno de los trozos de acelga… en conclusión ¡sí! Me comeré completa mi ensalada sin desperdiciar la más pequeña pizca.

    La iguana con su respuesta, dejaba en claro que en su plato no sobraría nada y mucho menos tenía la intención de compartir ni una sola parte de su desayuno.

    Pero Kitti aprovechó la costumbre de Zu de comer con sus ojos cerrados y logró estirar el ala que tenía completa, lo suficiente como para robar algunos trozos del desayuno de la iguana sin que ésta se diera cuenta.

    Kichiro pide un deseo

    —¿Te vas a comer todo ese pedazo de pan tú sola? —Preguntó Kitti esta vez a Kakerlake, con la misma intención de probar algo del desayuno de su amiga cucaracha.

    —Quizás no termine de comerlo hoy, tampoco creo que mañana pueda finalizar con un trozo de pan tan enorme, riesig (gigantesco, en alemán). Respondió Kakerlake, fingiendo asombro y preguntó de inmediato al murciélago:

    —¿Supongo que tú si terminarás tu pequeño desayuno?

    —Mi desayuno no es pequeño, tú trozo de pan no ocupa ni la cuarta parte de la mitad de mi plato.

    —Kitti, no todo se mide por el espacio que ocupa, cuántas cosas tienes por aprender y siempre soy yo la que debe enseñarte. Solo una parte de mi pedazo de pan es mucho más grande que todo tú plato, porque la medida en este caso, es el sabor. La masa de mi pan fue horneada por varias horas hasta dejarle una corteza sedosa y esponjosa, pero en su interior la miga es tierna y jugosa, mi pan está relleno de almendras y tantas frutas confitadas que ni siquiera sé el nombre de todas. Finalmente, pero no menos delicioso que lo demás, lo cubre un grueso manto de azúcar glasé.

    Kitti, por más que intentó evitarlo, dejo caer varias gotas de saliva mientras Kakerlake describía, con gran detalle, los ingredientes de que estaba hecho su pedazo de pan.

    —Entonces, ¿cuántas porciones de mis guayabas, pedazos de higos y trozos de mango, necesitas para igualar una ración de tu pan? —Preguntó Kitti con curiosidad, dispuesto a negociar.

    —Calculo que la tercera parte de la mitad, de la mitad de mi pedazo de pan es lo justo por todo tu plato de frutas; esto en el caso de que yo quisiera tu desayuno, pero no es que me interese mucho. Es una mala decisión para mí hacer ese trato, en cambio para ti sería como llamamos en Alemania un gutes geschäft. —Respondió Kakerlake aparentando poco interés en el desayuno de Kitti.

    —¿Qué es un gutes geschäft? —Preguntó el murciélago sin importarle cualquier otro detalle de lo que acababa de decir la cucaracha.

    —Es un buen negocio, quizás el mejor que puedas hacer en tu vida. —Respondió Kakerlake.

    —¿Quieres cambiar todo mi plato de frutas por la tercera parte de la mitad de la mitad de tu stollen? —Preguntó Kitti a la astuta cucaracha.

    —Solo por hoy y porque eres el único murciélago al cual le admiro su notable inteligencia en esta tienda, voy a aceptar que esta vez tengas la ventaja —dijo Kakerlake, que entregó el diminuto pedazo de pan a Kitti para de inmediato meter todo su cuerpo al plato lleno de frutas y comenzar el festín.

    Cuando Zu terminó de comer y abrió sus ojos vio a Kitti con un trozo de pan casi tan pequeño como una miga y en su rostro una sonrisa casi tan grande como todo el desayuno que había acabado de cambiar.

    —¿Qué hiciste? —Preguntó la iguana sin entender lo que había pasado.

    —Un gutes geschäft. —Respondió Kitti, que alzó su mirada para lucir muy astuto.

    —Eso, supongo es en alemán, la peor tontería que puede hacer un murciélago, —dijo Zu mientras se reía a carcajadas de su orejón amigo.

    Mariana interrumpió a sus mascotas y entró a la habitación con una pequeña placa de identificación con el nombre de Kakerlake, una gorra que llevaba una gran zeta bordada en el frente y un cinturón

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