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La sexualidad es transgénero
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La sexualidad es transgénero

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"La obra que van a leer es un libro de psicoanálisis. Bajo el título La sexualidad transgénero, produce un corte entre los dos registros que se encuentran actualmente confundidos en los discursos contemporáneos, a saber, el registro sobre el, o mejor dicho los, géneros y el de la sexualidad de los cuerpos hablantes, que son los seres humanos. Estos dos registros, el primero correspondiente a la lógica de las identificaciones, el segundo relativo al goce que hace efracción en el campo de las identidades, son aquí confrontados por la autora. […]
María Paz Rodríguez puede entonces despejar cómo la sexualidad es transgénero en este nuevo orden familiar que, dejando de diferenciar y de asociar en un binario la función de padre y la de madre, las asocia bajo el mismo vocablo genérico de parientes, independientemente del género con el qué se definen. 
Pero esta orientación transgénero produce también nuevas modalidades de goce. A cada cuál su goce sexual. De ahora en adelante es a partir de este real que intentan definirse los seres hablantes.
El psicoanálisis de orientación lacaniana, centrado en la singularidad de la solución encontrada por cada ser hablante, se inspira de este movimiento. Más allá de los géneros, el síntoma de cada uno es la raíz de la afirmación de su identidad" (Del Prólogo de Mariehélène Brousse).
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jun 2023
ISBN9789878941646
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    La sexualidad es transgénero - Mari Paz Rodríguez

    Prólogo

    Marie-Hélène Brousse

    La obra que van a leer es un libro de psicoanálisis. Bajo el título La sexualidad es transgénero, produce un corte entre los dos registros que se encuentran actualmente confundidos en los discursos contemporáneos, a saber, el registro sobre el, o mejor dicho, los géneros, y el de la sexualidad de los cuerpos hablantes, que son los seres humanos. Estos dos registros, el primero correspondiente a la lógica de las identificaciones, el segundo relativo al goce que hace efracción en el campo de las identidades, son aquí confrontados por la autora.

    Mari Paz Rodríguez es psicóloga y psicoanalista, practica el psicoanálisis aplicado en diversas instituciones de salud mental, pero también practica el psicoanálisis puro en consultorio. Su labor se desarrolla en dos países, Francia y España, en dos lenguas, el francés y el español, y, por lo tanto, mantiene numerosos lazos de trabajo con la América de lengua española.

    Desarrolla en su libro las paradojas sobre el género que el movimiento trans ha impuesto en la percepción actual sobre la identidad sexual. De igual manera, demuestra cómo los nuevos feminismos, como lo manifiesta el movimiento #metoo, cuestionan lo femenino y más generalmente la sexualidad de manera muy diferente a como lo hacía el feminismo de los años ochenta, que estaba centrado en el derecho de las mujeres a disponer de su cuerpo, librando la batalla sobre el aborto.

    Por otra parte, asistimos hoy en numerosos países a una puesta en cuestión de los derechos de las mujeres a disponer de la función de reproducción según sus deseos.

    El feminismo actual desafía la diferencia sexual, la cual hoy estalla en innumerables identificaciones.

    La obra extrae las consecuencias del ascenso de la dimensión de lo imaginario en todos los ámbitos del lazo social. En efecto, esta dimensión ha tomado el relevo de lo simbólico desde la decadencia, y luego el desvanecimiento, de la función llamada paterna. El cuerpo, tomado como real del organismo o imagen en el espejo, ha venido a someter, e incluso a remplazar el nombre y la función de nominación. El sujeto desaparece tras el yo y los egos desemparejados, por retomar la fórmula de Jacques-Alain Miller. De ello se desprende que la identidad estalla en una multitud innombrable de géneros y que, así como Lacan lo predijo en la sesión del 19 de marzo de 1974 en su Seminario Los incautos no yerran, asistimos a un triunfo de la función. La función viene a definir la identidad, antes afiliada al nombre. Este empoderamiento de lo imaginario implica el fin de la metáfora en el lenguaje, y sostiene la metonimia en la cual el funcionamiento varía: el sentido no lo produce más la sustitución de un elemento por otro, sino que se dispersa en una multitud de elementos desmantelando los conjuntos.

    María Paz Rodríguez puede entonces despejar cómo la sexualidad es transgénero en este nuevo orden familiar que, dejando de diferenciar y de asociar en un binario la función de padre y de madre, las asocia bajo el mismo vocablo genérico de parientes, independientemente del género con el que se definen.

    Pero esta orientación transgénero produce también nuevas modalidades de goce. A cada cual su goce sexual. De ahora en adelante, es a partir de este real que intentan definirse los seres hablantes.

    El psicoanálisis de orientación lacaniana, centrado en la singularidad de la solución encontrada por cada ser hablante, se inspira de este movimiento. Más allá de los géneros, el síntoma de cada uno es la raíz de la afirmación de su identidad.

    Introducción

    Vivimos una época en la que el género ha tomado la supremacía del feminismo y en la que la realidad de la sexualidad humana queda borrada tras eslóganes vacíos. El género se ha convertido en la peor trampa para el feminismo, puesto que pone de manifiesto la construcción socio-cultural de la diferencia entre los sexos y al mismo tiempo pretende borrar la existencia del propio sexo. Fue desde que se produjo un deslizamiento lingüístico en la conferencia de Pekín de 1995, bajo la égida de la Organización de las Naciones Unidas, donde reemplazaron los derechos de la mujer por la expresión género a nivel político. El sustantivo mujer dejó de operar como categoría que servía para calificar las investigaciones y los trabajos en la materia. Se desvirtúa el sentido de la demanda de igualdad de derechos cuando lo que se nombra son los géneros. Es exactamente lo que ha ocurrido con el discurso universitario. En un comienzo, las investigaciones las desarrollaban historiadoras feministas. Un ejemplo clave fue lo que ocurrió con el departamento de Estudios femeninos, fundado por Hélène Cixous, en la Universidad de París 8. Al cabo de los años, este espacio fue tomado por teóricos del género, como la filósofa Beatriz Preciado, que ahora se ha convertido en el famoso filósofo transgénero Paul. El concepto de género poseía más visibilidad académica. Este departamento acabó llamándose Laboratorio de estudios de género y sexualidad. Parece un detalle sin importancia, pero aquí es donde se manifestó de manera explícita el borrado de la mujer en el campo de estudio. Pues como decía Lacan, la mujer no existe.(1) Y el discurso universitario, bien anclado en el registro simbólico, nos lo hace saber.

    No solo el feminismo se ve amenazado con la introducción de los conceptos de género e identidad de género, también el psicoanálisis se encuentra desarmado, ya que cierto enfoque queer encubre las nociones fundamentales sobre la sexualidad, y su eliminación supondría el fin mismo de la teoría psicoanalítica. En estos discursos, la sexualidad pasa a un segundo plano cuando de géneros se trata. Ninguna forma de sexualidad puede definirse como tal sin el referente de la diferencia entre los sexos. La idea de un sentimiento personal que pueda establecerse independientemente de toda consideración anatómica, de la excitación sexual y de la imagen corporal, es una creencia del dogma queer. En efecto, la ideología trans evita el conflicto, afirmando que el género está desligado del sexo. Pero algunos generan malestar en ciertas lesbianas, por ejemplo, cuando afirman que la lesbiana que no desea tener relaciones sexuales con una mujer trans, es transfóbica; el actor porno transexual Drew DeVeaux bautizó a ese rechazo techo de algodón,(2) haciendo una burda comparación con el concepto de techo de cristal que emplea el feminismo para explicar por qué las mujeres no tienen acceso a los puestos de poder y autoridad.

    La propia Judith Butler cayó en la trampa del falo lesbiano, concepto completamente imaginario que pretendía deshacerse del binarismo y del órgano sexual, y que resultó ser el pilar teórico donde reposan todas estas atrocidades misóginas. Parece ser que, actualmente, es problemático que una lesbiana no se sienta atraída por un pene. Y volvemos al dogma queer, y de cómo el no poder definir la sexualidad en relación a la diferencia entre los sexos convierte las relaciones humanas en una auténtica locura.

    Por eso, este libro aclara algunas cosas sobre la sexualidad, particularmente la femenina. En psicoanálisis se ha hablado de tres estructuras clínicas para definir la relación que el sujeto mantiene con su deseo: la psicosis, la neurosis y la perversión. El método que permitía diferenciarlas era el complejo de Edipo de Freud, que más tarde Lacan tradujo en la metáfora paterna. Esta metáfora nos dio la clave sobre la constitución del deseo, como significante recibido del Otro. El Nombre-del-Padre de Lacan representaba el significante amo alrededor del cual se organizaba la existencia del sujeto.

    Esta brújula ha orientado la clínica lacaniana durante un largo periodo de tiempo, y ha sido práctica para distinguir entre neurosis y psicosis, siendo la primera un significante que da sentido al enigma del deseo del Otro y tratándose de una forclusión del Nombre-del-Padre en la segunda. Sin embargo, la pertinencia de este referente teórico para la comprensión de la perversión era dudosa, ya que se consideraba que los sujetos perversos no acudían al diván del psicoanalista. Tradicionalmente se ha hablado de fetichismo como ejemplo principal de la perversión en psicoanálisis; concretamente, se estudiaba la homosexualidad masculina, y su relación inherente al falo, para ilustrar el mecanismo de formación de la estructura perversa.

    La institución psicoanalítica ha cambiado su posición política con respecto a la homosexualidad, según el periodo histórico que atravesaba, lo que nos hace pensar que la perversión roza más el orden moral establecido que la evidencia clínica. Lo que consideramos un comportamiento perverso no deja de evolucionar con el tiempo, con la demanda del Otro social y con sus formas de censura, por lo que podemos afirmar que la definición de la perversión se inscribe dentro de las leyes vigentes en cada sociedad.

    Para Freud, la perversión es un equivalente de la sexualidad infantil, ya que la pulsión parcial ejerce su supremacía sobre las otras. Mientras que, en la sexualidad, digamos normal, son las partes genitales las que cobran el protagonismo, en la sexualidad llamada perversa es la pulsión parcial la que gobierna. Habría entonces una pulsión genital a la cual aspiramos para alcanzar la sexualidad adulta, y la perversión no sería más que un descarrilamiento de la pulsión sexual. Siguiendo esta lógica, Freud considera perversa una actividad sexual cuando esta renuncia al fin de la procreación y busca obtener una ganancia de placer como objetivo independiente.(3) En este sentido, podríamos casar la concepción de la sexualidad freudiana con la que introduce gayle Rubin en su texto "Thinking sex", cuando expone la existencia de una sexualidad que sería considerada como normal, buena, y natural; idealmente en el seno de una relación heterosexual, conyugal, monógama, procreadora y, sobre todo, no comercial. Esta sexualidad tiene lugar dentro de una pareja estable y, si están casados, mejor. Toda transgresión a la norma será considerada como mala, anormal y contra-natura. Nos preguntamos entonces lo siguiente: ¿Dónde habría que establecer la frontera entre los actos respetables y los que no lo son? Si sostenemos la idea de una sexualidad más respetable que las otras, es porque creemos en un ideal de la relación sexual, y si esto es así podemos afirmar con Freud que la relación sexual existe. A la inversa de este sistema jerárquico de valor sexual promovido por Freud, Lacan nos demuestra que el supuesto desarrollo de la libido no tiene lugar, y que siguiendo esta lógica, solo llegaremos a una posición moralista. Cuando avanzamos con la orientación lacaniana podemos afirmar que no hay relación sexual posible entre el hombre y la mujer, pero tampoco entre el hombre y el hombre o la mujer y la mujer. Toda sexualidad es perversa en la medida que para gozar

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