Del pensar en voz baja
Por Freddy Téllez
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Partiendo de la brevedad de una frase, un párrafo o un poema, Freddy Téllez nos recuerda que no hacen falta demasiadas palabras para comunicar lo esencial del pensamiento, para criticar o poner en duda nuestras más enraizadas certezas, o para dar consuelo, acompañar o tranquilizar al entendimiento de los seres humanos contemporáneos, tan aturdidos y agobiados por el exceso de estímulos e información. Y todo eso lo logra sin incurrir en vanidades, puesto que los aforismos que componen este libro no son sentencias o máximas que exijan ser cumplidas, son, más bien, guijarros luminosos en el camino, indicadores, vectores hacia otros lugares del pensamiento, peldaños de la escalera sin fin en que consiste el propósito de entender la propia vida; por eso también se incluyen aquí algunas citas textuales de pensadores, escritores e incluso personalidades de la cultura pop, puesto que tomar prestada la sabiduría, las experiencias y las angustias ajenas hace parte insoslayable de la experiencia humana.
Se trata, pues, de una obra amena en cada una de cuyas páginas el lector encontrará una perla de sabiduría o incertidumbre que le será imposible ignorar.
Freddy Téllez
Radicado en Europa desde finales de 1977, el autor obtuvo su doctorado en filosofía de la Universidad de París VIII bajo la dirección del ya fallecido François Châtelet. Su tesis, hasta hoy inédita, investiga la relación entre Carlos Marx y Wilhelm Reich. Fue decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Cauca y profesor de filosofía en la Universidad Nacional en Bogotá, en la Universidad Central de Venezuela, en Caracas, así como en la Université Populaire de Lausana, en la Suiza francófona, país donde vive actualmente. También ha sido corresponsal en el extranjero de revistas latinoamericanas. Es autor de más de quince títulos entre ensayos y novelas, tres de ellos en francés. Entre sus libros publicados se destacan: La ciudad interior (1990), La vida, ese experimento (2011), El docto y el imbécil (2014), Filosofía Nómada. Itinerarios (2008), Del pensar breve (1993), La entrevista de bolsillo con Jacques Derrida (2005, en colaboración). Su último libro, La escritura, entre pornografía e ingenuidad y otros relatos, ha sido editado en 2015 por Aurora Boreal ® eBooks en Copenhague, Dinamarca.
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Del pensar en voz baja - Freddy Téllez
1. El verdadero individuo es...
El verdadero individuo es el que no espera, ni deja, que su entorno decida por él, pero sin imponerse, no obstante.
***
No poseemos nada en el mundo, pues el azar puede quitarnos todo. Salvo el poder de decir yo
. Ese pensamiento de Simone Weil me hace decir que no es la vida la que nos tiene en sus manos, sino la muerte. Es sólo esta la que tiene el poder de quitarnos el yo.
***
Toda la mañana estuve luchando contra un sentimiento flotante de inmaterialidad, como un espíritu que intentara pertenecer a la tierra y al éter a la vez. Me pregunto si es mi cuerpo aburrido de ser cuerpo, o mi alma, cansada de su insubstancialidad. Ah, irrisión, pues sé que no es sino una treta más de mi yo.
***
Una persona que no esté desgarrada es elemental. Es un animal más que se contenta con masticar
. Vaya certera apología de la civilización, me digo al leer ese pensamiento de Bashevis Singer, y que me consuela, finalmente, con mi neurosis.
***
Excúseme, lo hice sin querer
, fue la frase de María Antonieta a su verdugo poco antes de su decapitación, y al haberle pisado acercándose a la guillotina. Yo, en el lugar de aquel, le hubiera perdonado la vida en ese instante mismo.
***
La piedad del verdugo consiste en golpear de un solo golpe
.
Ernst Jünger
***
"Cuando tenía once años, el mundo entero me estaba vedado. Tenía la impresión de encontrarme por fuera de él. Hasta que un día se abrió, e incluso las chicas empezaron a notarme, porque se decían: ‘Tendremos que contar con esta?’. Y el largo trayecto hasta la escuela (cuatro kilómetros para ir, cuatro para regresar) era un verdadero placer. Todos los carros pitaban, los obreros que iban al trabajo me hacían señas. Y yo respondía.
El mundo se había vuelto amistoso.
Todos los repartidores de periódicos daban la vuelta por donde yo vivía. Y yo estaba siempre subida a la rama de un árbol y llevaba un sweatshirt (en esa época no era consciente del valor de un sweatshirt). Apenas empezaba a lograr un poco las cosas, aunque no del todo, porque no podía aún comprarme un jersey. Pero ellos venían con sus bicicletas y yo hojeaba los periódicos. Ponían sus bicicletas contra el árbol y, yo allá, colgada de mi rama. Era un poco tímida y no me atrevía a bajar.
Al final terminaba por saltar a la acera, rebotando con la punta de los pies sobre las hojas. Y entonces hablaba, si bien la mayoría de las veces no hacía sino escuchar.
A veces las familias se inquietaban, porque yo reía fuerte, llena de alegría. Pienso que me creían histérica. Pero no era sino la libertad que me tomaba cuando le preguntaba a uno de los chicos: ‘¿Me puedes prestar tu bicicleta?’.
‘Claro’, me respondía él.
Y entonces, riendo, me lanzaba contra el viento, mientras ellos se quedaban ahí, esperando mi