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La Tesis de la Mafia
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Libro electrónico164 páginas2 horas

La Tesis de la Mafia

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En el submundo de algunos negocios del universo, al margen de la ley, existen ciertos códigos que no se encuentran escritos en parte alguna, pero que tácitamente son conocidos por quienes están sumidos en él. Igual los intereses, los sentimientos e incluso los valores, suelen ser tergiversados e invertidos, dándose situaciones que si bien para el común de los mortales resultan extraños, no para quienes viven sumergidos en este tipo de existencia.

 

La amistad, la lealtad, la venganza e incluso el amor, se escriben en códigos diferentes al resto de los mortales, pero, ¿Podrá sobrevivir un sentimiento como lo es el amor, nacidos en medio de esa vorágine de contradicciones? ¿Podrán escapar a un destino preconcebido, por encima de su sus tradiciones?

 

El precio para graduarse en esta especialidad, es demasiado alto. Pudiera ser su propia vida…

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 abr 2023
ISBN9798223349013
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    La Tesis de la Mafia - Javier Herrera Palma

    CAPÍTULO 01

    Transcurrían los convulsionados años de la década de los setenta. En los comienzos de este período, se habían separado los Beatles, estaba de moda los pantalones bota de campana, los zapatos con unas plataformas enormes y aun los jóvenes no se sacaban las cejas, ni un ruido que con el tiempo llegaría a llamarse reggaetón, había contaminado el ambiente.

    Una serie de situaciones adversas que últimamente se conjugaban, habían colocado a Orángel Daza, en un escenario bastante complejo. El arribo y captura por las fuerzas especiales del ejército de la pista de aterrizaje ubicada hacia las estribaciones de la Sierra Nevada y desde donde salían los mayores despachos, aunado al decomiso de dos de sus mayores barcos, lo complicaban en la entrega puntual de los cargamentos comprometidos y ya las deudas causadas por los reveses de la operación, rápidamente lo colocaban en dificultades con sus jefe inmediato y peor aún, con los del norte, quienes ya veían con preocupación la ruta que por mucho tiempo había sido una de las de mayor suministro y de las más seguras. Esta se encontraba seriamente afectada.

    Don Giovanni Di Vicenzo, fiel a su ascendencia italiana y dado los tácitos códigos escritos entre sus paisanos, decidió tomar de inmediato las medidas correctivas. Una comisión fue enviada con urgencia como advertencia. La orden especificaba que podían ocasionarle, por el momento, algunos daños severos, pero sin cancelarlo definitivamente por ahora. Él, Orángel Daza, entendió de inmediato, que por el instante había contado con suerte, a pesar de las varias costillas rotas, el hombro dislocado, el tabique nasal desviado, ambos ojos inflamados en extremo y de que un par de incisivos superiores habían desaparecido, dejando un curioso vacío semejante a un portón en su mandíbula superior. No podría reír ruidosamente como era su costumbre por un tiempo, mientras le fabricaban con urgencia la prótesis.

    Se le ocurrió que quizás Don Giovanni Di Vicenzo, quien, desde hacía ya un tiempo, no ocultaba que sentía una creciente atracción por una de sus hijas, quien había sido producto de un amor furtivo con una noble mujer que apareció en su vida y luego de usarla, sin contemplaciones, la había expulsado sin ningún remordimiento, enviándola a la calle, llevando en su vientre aquel nuevo ser.

    No se ocupó nunca de ella, incluso cuando estuvo seguro de que la criatura producto de esa breve relación, era su hija, pues había heredado la mirada de su abuela, quien fue una hermosa mujer, famosa porque su visión con unos ojos de un negro tapatío profundo, de mirada fría y los cuales, eran capaces de derretir incluso un sólido bloque de hielo.

    Quizás podía ser su tabla de salvación. Esa solución pudiera significar posiblemente un acuerdo económico que le diera cierto respiro por un tiempo, mientras se recuperaba de la difícil situación por la que estaba atravesando.

    Por otro lado, era costumbre de Don Giovanni, después que perdía el apetito de cada nueva adquisición, enviarla a una de sus muchas casas de meretrices que tenía regada por la ciudad, para recuperar el dinero que había invertido en su conquista o más exactamente, en su compra.

    Calógero Di Vicenzo quien aún no llegaba a los treinta, uno noventa de estatura, contextura atlética ayudado por ser aficionado a las artes marciales, hijo único de Don Giovanni, quien desde pequeño no se las había visto nada fácil por el difícil carácter de su padre y quien, a pesar de haber sido forjado a fuego lento en el crisol del duro mundo de las familias más reconocidas de la organización, por derecho propio, le tocaba ser el jefe supremo cuando llegara el momento.

    Pero Calógero a pesar de su dura apariencia, poseía secretamente un carácter romántico, herencia de su hermosa madre, quien había fallecido desde que él era tan solo un niño. Su padre había adquirido, para endurecer su carácter, la costumbre de tratarlo duramente, si es que quería que su descendiente siguiera siendo quien dominaba ese complicado mundo de los negocios. Pero una situación ajena a su voluntad, había llenado de aflicción el joven corazón de su hijo, con un desengaño que hacía ya un tiempo lo traía por el camino de la amargura y la desesperanza.

    Fidelina María Quinterini, hija de uno de sus socios, de quien Calógero se había enamorado perdidamente desde el primer día que la vio y quien, después de cinco años de borrascosos amores, se había volado con un agente de policía de la DEA, que también la pretendía y quien le prometió lo humano y lo divino. Ese hecho hizo que Calógero cayera en una profunda depresión, intentando de ahogar sus penas en un mar de alcohol, situación producida por aquel amargo desengaño y que había hecho que abandonara de golpe de su mente la cordura, causado por el duelo.

    Su padre preocupado contrató y mandó a traer a la mejor psiquiatra del país, la doctora francesa Gabrielle W. de López, internándolo en una costosa clínica privada del Norte de la ciudad, para traer de nuevo a su hijo a la realidad y quedando desde ese mismo momento, una vez recuperado, aparentemente negado para el amor y sumido en el más grande de los padecimientos, consumiendo al mismo tiempo su alma, por los resentimientos producto de aquella cruel traición recibida.

    Desde ese día, una fila interminable de mujeres pasó por su lado, usándolas y desechándolas, sin el menor atisbo de remordimiento y sin representar ninguna, el más insignificante de los sentimientos. El despreciarlas una vez usada, se convirtió para él, en casi que, en su especialidad, una marca personal o en una especie de oscuro deporte.

    Sin embargo, nunca se sabe de dónde salta la liebre y algo sucedió cuando Calógero, por pura casualidad, cuando fue a la nueva quinta que construía su padre en una exclusiva urbanización de la ciudad, vio por vez primera a Consuelo Daza, la agraciada muchacha de piel muy blanca, cabellos rubios y ondulados en las puntas, contextura delgada, huesos largos y nada voluptuosa, ojos tapatíos extremadamente negros, un minúsculo lunar negro debajo del ojo izquierdo, pero en especial, poseedora de una cautivadora y enigmática mirada, altiva y directa al mismo tiempo, que más que observarlo, parecía atravesarlo y escanearlo, desde la frente, hasta las uñas de los pies. Extrañamente, se sintió estremecido y completamente desnudo delante de su presencia.

    CAPÍTULO 02

    Consuelo Daza, por su parte, estaba a punto de terminar su carrera y necesitaba hacer las pasantías para culminar sus estudios de diseñadora de interiores en una costosa universidad privada de la ciudad, los cuales había podido realizar por el esfuerzo titánico de su madre, quien trabajaba en otro país para costear los estudios a su hija y poderle garantizar las herramientas de una vida futura más cómoda, la que ella misma no había tenido, pues tan solo conocía las privaciones, el exceso de trabajo y los sacrificios. La crianza de su única hija, lo había convertido en una especie de apostolado.

    Dos hechos hicieron posibles que Consuelo Daza, ingresara como pasante en la construcción de la casa de Don Giovanni. Michelangelo Ferrari, un primo de su madre, quien trabajaba como contador y manejaba con eficiencia los cuantiosos ingresos y gastos de don Giovanni, se había cobrado un favor pendiente, solicitándole al anciano y experimentado arquitecto José Miguel Mares, constructor de la lujosa casa que el próspero comerciante, profesión como era conocido por todos, construía en la exclusiva urbanización que era el sitio de moda de los acaudalados de la ciudad y que, según muchos comentarios, era una mansión de diseño y acabados exquisitos, propia de la época del renacimiento italiano y como solo aquel profesional, tenía fama de poder construir. No en vano, el arquitecto tenía una larga lista de clientes esperando su turno para que le iniciara sus obras.

    Una sola obra se hacía cargo cada vez y mientras la ejecutaba, una larga lista de clientes esperaba pacientemente su turno para que le empezara la suya. El arquitecto José Miguel Mares, se daba el lujo, dado su holgado patrimonio, de no cobrar un solo centavo mientras ejecutaba cada obra y solo al final, solicitaba los costos del monto total gastado al contador de su cliente y se liquidaba un porcentaje preestablecido, que correspondía según convenio, lo correspondiente a sus honorarios. Al tener manos libres sobre los diseños que construía, al final el monto, siempre significaba una cifra enorme, de varios dígitos.

    El otro hecho, una llamada de Orángel Daza a su jefe, pidiéndole una oportunidad para una hija nacida fuera del matrimonio, y quien estaba terminando sus estudios y necesitaba iniciar sus prácticas académicas, lo que llamaban, unas pasantías. A pesar de que nunca tuvo que ver con sus obligaciones de padre, Orángel pensó que el solo hecho de colocarla cercana a su patrón, pudiera serle útil en la trama que tenía en mente para salir de sus apuros financieros.

    La mirada misteriosa de la joven, desde el primer instante que se cruzó con ella por accidente, fue como si hubiese sido atravesado por un rayo a Calógero, el hijo de Don Giovanni, mientras que, para él, todo el entorno y el tiempo se detuvieron, quedando su universo detenido por unos instantes. Parecía que se había congelado todo, sin poder moverse en el ambiente ni siquiera una mosca.

    Desde ese primer instante, ya no pudo seguir en paz y no tuvo de nuevo ningún momento de sosiego, habiendo ocupado la imagen de la muchacha todos los espacios, los pensamientos e incluso tuvo la certeza, que el simple hecho de respirar, no escapaba a aquel embrujador hechizo. Pensó que era posible que se tratase de algo pasajero, sin saber en ese momento, lo equivocado que a veces una persona puede estar.

    Por su parte, Consuelo Daza había conocido, por referencias, del mal carácter de Calógero y un par de compañeras de la Universidad, hablaban pestes del trato patán y desconsiderado del joven. Por otro lado, desde el primer día que lo vio en la construcción de la casa de su padre, no estaba muy segura, pero le parecía haberlo visto observándola por lo menos en un par de oportunidades con detenimiento. Si bien, no le pareció un chico horripilante, tampoco era alguien que pudiera siquiera poder llegarle a quitar el sueño.

    Don Giovanni, quien en un principio le llamó la atención la propuesta de Orángel, para que la chica fuese una de sus infinitas conquistas y satisfacer sus apetitos, en un momento dado se dio cuenta de que su hijo, quien hacía mucho tiempo, miraba con desprecio a cuanta mujer se le atravesaba en la vida, todo como producto y a raíz de la mala experiencia amorosa que había vivido, no le era indiferente la hija de Orángel.

    Algo que no supo que era, le hizo pensar que probablemente estaba equivocado, pero su hijo Calógero no miraba con el mismo desprecio a la nueva empleada, la hija de Orángel. Ya era sabido lo mal que trataba a todas las mujeres que conocía, por más hermosas que estuviesen y esto comenzaba a preocuparle.

    Le exigió a su hijo, que, en un tiempo prudencial, debía contraer matrimonio con alguna muchacha de las muchas que conocía dentro de su círculo de socios y amigos, pues era mal visto que entre las familias que formaban la organización, solo existía las conformadas por hogares estables, como lo mandaba la santa madre iglesia, principio establecido desde los inicios en el país del norte, por el propio Capo di tutti capi (jefe de todos los jefes), Lucky Luciano.

    El arquitecto José Miguel Mares, al principio no estaba muy contento con tener dando vueltas por su obra a una estudiante aprendiz, pero después de un tiempo, dado el carácter reservado de la muchacha, su evidente alto coeficiente y debido a unas charlas casi diarias que tenía con ella, tomó como costumbre explicar cada nueva idea que concebía para implementarla en los acabados de la lujosa casa en construcción e incluso, algunos pequeños proyectos dentro de la misma, le ponía como tarea, los cuales Consuelo ejecutaba con la mayor diligencia e ingenio. El arquitecto José Miguel Mares descubrió sin querer, que sentía un placer en ser didáctico y transmitir sus conocimientos a la inteligente muchacha.

    El experimentado constructor, le hacía algunas correcciones y mejoras y la agregaba a la

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