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Travesía de la cuarta reina
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Travesía de la cuarta reina
Libro electrónico327 páginas4 horas

Travesía de la cuarta reina

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Información de este libro electrónico

¿Adónde van las princesas de cuento después de ser felices para siempre?

La tierra de Empíreo alberga todos los mitos y el folclore de la infancia. Las princesas de antaño se convirtieron en las cuatro grandes reinas de esta tierra gobernada por la magia.

Ahora su tierra está en peligro. Una de las reinas ha desaparecido. Sin la cuarta reina, la Maldad Olvidada será liberada de su antigua prisión.

Dos hermanas, Zandria y Olena, viven en un pequeño pueblo junto al mar. Su mundo está a punto de hacerse más grande. Con su último aliento, el padre de Zandria le dice que ella será la nueva reina. Las hermanas huyen de su hogar, perseguidas por hombres lobo y enfrentan peligros a cada paso. Con la ayuda de unos singulares aliados, deben viajar al castillo de cristal, reclamar el derecho de nacimiento de Zandria y detener a la la Maldad Olvidada.

¿Llegarán las hermanas al castillo a tiempo para salvar a Empíreo? ¿O se perderán la una a la otra para siempre?

Da el primer paso hacia la tierra de Empíreo y únete a Zandria y Olena en el viaje de la Cuarta Reina.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 mar 2023
ISBN9798215223406
Travesía de la cuarta reina

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    Travesía de la cuarta reina - Mark Miller

    Lo que otros dicen de las obras de

    Mark Miller...

    ––––––––

    ...una obra de literatura bien hecha con muchos giros y vuelcos inesperados de punta en todas partes ...

    -Amazon Review

    ––––––––

    Miller tiene mucho de lo que hace a un buen escritor de fantasía ... Sea cual sea el secreto para escribir fantasía grandiosa, La reina secreta es el resultado.

    -Reader’s Favorite Book Reviews

    ––––––––

    Hay calidad musical en cómo escribe Miller que hace que el lector quiera elegir más libros suyos. Algo más que debe tenerse en cuenta es que estos libros tienen protagonistas femeninas muy fuertes, nada que ver con esas debiluchas que vemos tanto actualmente, así que es una gran elección para las adolescentes.

    -Midwest Book Reviews

    ––––––––

    Desde juicios a victorias, batallas y momentos de reconfortantes escenarios, La cuarta reina es una novela que disfrutará toda la familia ... Sus narrativas vívidas y descriptivas lo retratan como un maestro del oficio.

    -Amazon Review

    Libros de

    Mark Miller

    ––––––––

    Relatos Empíricos

    Libro I: Travesía de la cuarta reina

    Libro II: Búsqueda de la reina perdida

    Libro III: Misterio de la reina secreta

    Libro IV: Historia de la primera reina

    George el Dinosaurio y los paleonautas

    Episodio 1: Isla de aves raptoras

    Episodio 2: La amenaza de la vela

    Agencia Mundial de Protección del Pequeño Mundo

    #001 Nuevos chicos de la roca

    #002 Toros y ladrones

    #003 El juego no tan perfecto

    #004 Domo arigato, señor Spectro

    Promesa de mañana

    La trilogía de Karsten Field

    escrito como George Michael Loughmueller

    Liberar

    Unidos

    Desatados

    ––––––––

    LIBROS DE RELATOS EMPÍRICOS I

    LA TRAVESÍA

    DE LA

    CUARTA

    REINA

    Mark Miller

    MillerWords, LLC

    PO Bbuey 322

    Lansing, KS 66043

    Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación o se han usado ficticiamente y no deben interpretar como reales. Toda referencia a hechos históricos, personas o lugares reales se han usado ficticiamente. Todo parecido con personas, vivas o muertas, acontecimientos locales u organizaciones reales es pura coincidencia.

    Copyright © 2017, 2022 by Mark Miller

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro se puede usar, reproducir, guardar en un sistema de recuperación ni transmitido en ninguna forma ni por ningún medio sin autorización escrita del editor, excepto en el caso de breves citas insertas en artículos y reseñas críticos.

    Primera edición

    Para descuentos en compras al por mayor, por favor, ponte en contacto con MillerWords Educaciónal Sales en Sales@MillerWords.com

    Impreso en Estados Unidos de América

    2 4 6 8 10 9 7 5 3 1

    Número de control de la Biblioteca del Congreso: 2017915457

    ISBN: 978-0-9982986-7-2

    Para mis hijos

    Capítulo 1

    Una mala noche

    D

    os hermanas, Zandria y Olena, vivían en una aldea junto al mar en el extremo este del reino de Empíreo. Su historia empieza aquí.

    Los cascos de los dos caballos desgarraban el suelo mientras avanzaban aporreándolo, cada músculo se estremecía y cada tendón se tensaba con la velocidad. Ira, el caballo guía, los llevaba lado a lado a su paso imposible con una voluntad más poderosa que cualquier latigazo del conductor. El carruaje que jalaban rebotaba y se sacudía por las rutas dejadas por miles de años de viaje en este antiguo sendero que tenía un único destino. El Castillo Empíreo se erguía esperando a la distancia.

    Ira podía ver el enorme castillo desde hacía dos días mientras se desbocaban sin detenerse. Un mensaje urgente fue despachado y lo llevaban al castillo los halcones guardianes. Ira

    sabía que los cuatro halcones volaban en cuatro direcciones, con pergaminos atados a sus garras que indicaban a cada destinatario a ir a Empíreo. En la experiencia de Ira, esto quería decir que sin demora.

    Después de seis días casi sin parar, Ira ya tenía a la vista la puerta principal, su enormidad era inspiradora y aterradora cada vez que la veía. Ira miraba los altos capiteles del castillo que agujereaban el cielo nocturno y partían las amenazadoras nubes. Percibió la inminente tormenta apenas momentos antes de que los halcones llegaran por su señora. Todo el castillo parecía estar hecho de vidrio, pero él sabía que era impenetrable para cualquier ejército e irrompible para la porra de cualquier gigante. Por el borde, las bodegas más bajas van pegadas al cañón sin fondo que protegía tres lados de la estructura y las torres sobresalían en todas las direcciones como un árbol floreciente. Ira había visto Empíreo en mejores tiempos y sabía que se veía magnífica a la luz del sol, pero esa noche a la luz de la luna llena, incluso parcialmente cubierto por nubes se veía vivo.

    Los brillantes caballos negros jalaban el carruaje a lo largo del único camino que llevaba a la entrada del castillo. El fornido conductor tiraba de las riendas. Ira se rio de sí mismo, sabiendo que el humano no trataba de controlar los caballos, sino trataba de evitar que lo lanzaran de su asiento.

    Esta cara de la fortaleza no estaba protegida por el cañón, sino por un campo firme de zarzas y espinas. Aunque el camino estaba bloqueado, Ira no permitió que su fuera más lento.

    Del interior del carruaje, una mano envejecida jaló la gruesa cortina de terciopelo rojo. La venerable mujer sacó cuidadosamente la cabeza por la ventana y les susurró a las amenazantes vides. Las espinas se inclinaron y retiraron, y empujaron fila tras fila, como un telón al inicio de una actuación. Ni una sola ramita rozó el carruaje al paso de los caballos.

    Ira sabía que, en algún tiempo, a esta mujer se le conocía como Nieve Blanca, pero en los últimos doscientos años la conocían solamente como Reina del Bosque del Norte. Nunca dudó de sus intenciones y siguió todas las órdenes sin preguntas. Mientras avanzaban por las espinas, Ira no dudó porque su reina no le fallaría. Sabía que solamente con que una de las cuatro reinas pronunciara la palabra mágica, los guardianes florales permitirían el paso a ese lugar sagrado.

    No desaceleró cuando la reina salió del aire de la noche y se precipitó hacia su piel de porcelana blanca y ondeó por su regia melena color negro medianoche. Sus labios de rubí volvieron a partirse cuando susurró otro hechizo mágico para sellar el camino detrás de ella. Ira se preguntó cuánto tiempo había pasado desde que llegó a Empíreo. Cuánto tiempo desde que los nobles enanos salvaron a esa muchacha en la selva de la que ahora era reina. Nieve Blanca dejó caer la cortina, que se cerró en lo que parecía el peso de esos años olvidados y esperó que la travesía terminara mientras sus confiados corceles dirigían el camino a través del inmenso puente levadizo hecho de los árboles más altos y más sólidos del Bosque del Norte mucho antes de que ella hubiera nacido.

    A medida que el carruaje avanzaba por las tablas de madera a la piedra tallada incrustada en el gran jardín redondo, mientras a la distancia brillaba una luz. Debajo de ese brillo, Ira vio dos pequeños rasguños en medio del puente que nunca antes había visto. Sospechaba que eran marcas de garras de algún animal, pero no dedicó más tiempo a pensar en eso. Entró rápido porque la tormenta se acercaba más rápido de lo que se hubiera podido predecir. Aun así, los dos caballos más rápidos en todo el Bosque del Norte ganaron esa vez.

    Ira instruyó silenciosamente a Furia a reducir su paso ya protegidos y dentro del santuario de su señora. El caballo mayor se dirigió a su amigo y estudiante, Furia, te dije que le ganarías a la tormenta.

    Furia, el menor y menos experimentado de los dos frisones, sacudió su crin y miró con ojos salvajes a su mentor. Sus orejas revolotearon de adelante atrás mientras trataba de contener el aliento, Vamos, viejo rocín. No lo hubieras hecho sin mí. Y definitivamente no lo hubieras logrado si no nos hubiéramos parado en cada arroyo en el que quisiste.

    Ira soltó un relincho burlón por el exceso de confianza de su amigo y los dos avanzaron en silencio. El conductor se inclinó en su asiento, se le veía feliz de estar al final de la engañosa cabalgata. Ahora, escuchó calmadamente el eco de sus herraduras de diamante que repicaba contra la piedra.

    Había pasado algún tiempo desde que Ira, Furia y hasta Nieve Blanca llegaron al castillo, pero ambos caballos sabían detenerse donde las piedras talladas daban paso a la escalera de vidrio esculpido. Los caballos torcieron el cuello para ver al conductor bajar de su montura. El hombre era nuevo en ese puesto, pero Ira podía notar que se enorgullecía grandemente por su trabajo. Vio al hombre doblar los escalones y luego verificar para asegurarse de que estaban atadas. Luego el hombre contuvo el aliento cuando abrió la puerta. Esto causó que Ira sorbió su propio aliento y Furia tomó nota de pararse atento también.

    Nieve Blanca, la reina del Bosque del Norte, emergió del carruaje. Era una anciana, pero el tiempo había sido generosa con ella. El vestigio de su trono le daba poder, pero debajo estaba la belleza pura y simple por la cual muchos hombres inocentes habían caído víctimas. El conductor miró el suelo, temeroso de mirar su brillo, y ella le tocó el hombro a su paso, y el terciopelo de su ropa le dejó un rastro en el brazo. Ni Furia se atrevió a mirar.

    Pero Ira la miró. La había llevado en su lomo muchas veces desde que era un joven potro y se volvió uno de sus más fieles asesores, como lo había sido su padre antes. Sus ojos se encontraron y ella le lanzó un leve beso. El aliento encantado giró y se desvaneció mientras avanzó sin rumbo hacia el veterano caballo. Lo llenó con el aroma fresco de encinas y un musical gracias le danzó en los oídos.

    La reina se volteó y avanzó hacia las manchadas puertas de vidrio donde un mayordomo élfico lo acompañó a entrar. Ira sabía que ninguna de las cuatro reinas se atrevía a entrar a los laberintos del castillo sin un guía que hubiera nacido dentro de sus murallas.

    Ira se paró, miró a su reina un momento más, mientras el conductor se ocupaba de desatar las bridas de los asombrosos animales.

    En cuanto Ira y Furia estuvieron libres de las amarras de cuero, sacudieron sus cuerpos y estiraron las patas, felices de estar libres del carruaje de roble. Ambos sabían dónde pasarían la noche, pero esperaron a que el conductor los llevara a través del patio a los establos. Ira vio que su joven amigo miraba a las murallas del castillo.

    Furia respondió sin que le preguntaran. Pensé que podría ver el techo.

    Ira miró a la oscuridad. Podía descifrar las formas de los halcones que volaban en círculo, anidaban en las altas cimas del castillo y un poco más allá, más del curvado muro cristalino que reflejaba lo último de la luz de luna. En los más soleados días del verano, nunca vio claramente la abertura, más lejos incluso del alcance de los halcones guardianes, que indicaban la cima del Castillo Empíreo.

    El zapato de diamante artesanal incrustado en el casco de Ira chasqueó claramente en la superficie de vidrio a la entrada del establo, así que esperó para responderle a Furia.

    Furia seguía estirando el cuello hacia arriba cuando sus patas delanteras dejaron la piedra hacia el sendero de vidrio, perdió su punto de apoyo y cayó fuertemente al suelo. Sus patas se deslizaron delante de él como un ciervo recién nacido que caminaba por primera vez en la laguna congelada, pero se recuperó y estaba de pie justo antes de que el conductor pudiera reaccionar.

    Ira se esforzó para contener la risa. La cima, ¿eh?, preguntó. Me parece que lo único que se podía ver era el fondo. Y así, sigues siendo mi alumno.

    Oye, aprobé tus pruebas, viejo rocín. Furia estaba tan indignado como el primer día que puso la pata en la academia.

    Si sabes tanto, dime entonces qué dos lecciones olvidaste, dijo Ira.

    Furia parecía sorprendido, Me rindo. Dime tú.

    Primero, Ira usaba su voz amable de profesor, Tu mente estaba en el futuro y los objetos a la distancia, y no donde debía haber estado, en lo que pasaba justo delante de ti. Segundo, cambió a su dura voz militar, la que Furia detestaba, nunca parezcas un caballo castrado delante de las damas.

    El conductor los llevó por debajo del arco, directamente delante de seis brillantes, hermosos caballos andaluces dorados. Sus largas colas trenzadas se agitaban animadamente en el incómodo silencio, mientras Furia intentaba recuperarse de su traspié. Ira asintió y lanzó un saludo cortés a las yeguas, hasta que pudo acercarse a la única que conocía. Ahora, Furia estaba tratando de ubicarse ante las dos potras y parecían estar emocionadas en presencia de un soldado. Ira se acercó a su amiga y ella le susurró algo al oído. Compartieron un momento callado y luego hizo gestos a Furia de que era momento de ir a sus establos.

    Furia empezó a galopar por el salón, presumiendo mientras iba hacia lo que pensaba que era una caseta vacía. En el último momento, Ira lo bloqueó para impedir que se estrellara en la enorme forma negra que llenaba la caseta. La forma, un peñasco más grande que Ira, jadeó y cayó con la respiración firme de una criatura profundamente dormida tras una agotadora jornada.

    Ese es Apis. Mejor no lo molestes, dijo Ira.

    ¿Apis el toro?, Furia parecía emocionado.

    El mismísimo.

    Furia entendió la insinuación, Con las chicas por todas partes y el propio toro negro, eso significa que casi todos están acá. Las cuatro reinas no habían estado juntas en Empíreo desde antes de tu tiempo, viejo rocín.

    Ira empezó a contestar, pero lo interrumpió un ronquido de Apis.

    Lo siento, grandote, Furia intentaba ser amigable.

    No esperes una respuesta. Nunca habla. Ira se alejó de la caseta.

    Ningún caballo quería despertar a la descomunal bestia, así que continuaron hasta el extremo del establo.

    Los dos caballos soldados se ubicaron en silencio para su bien ganado descanso, acomodaron calladamente la paja hasta darle forma de cama. Ira había dormido en suelo duro muchas veces, y encontró un lugar cómodo más rápido que su compañero. Furia, a pesar de haber sido entrenado como un guerrero, estaba acostumbrado a la vida mimada de los establos del Castillo del Norte, y entonces hubo mucho pisoteo y cepillado de pajas en su caseta.

    Esto dio a Ira tiempo de considerar lo que estaba ocurriendo esa noche. Sabía que las seis yeguas eran responsables por el vagón de calabaza de la Reina del Sol de Occidente, y Apis en sus muchas reencarnaciones era el único responsable de guía al carruaje de la Reina del Valle del Sur. La única reina que estaba presente era la Reina del Cielo de Oriente. Cuando llegó, Furia tenía razón, sería la primera vez que las cuatro reinas se encontrarían en Empíreo en los ocho años de Ira. Para Ira, eso significaba solamente una cosa, un gran mal se alzaba a lo largo de la tierra, algo tan poderoso que los Magos Empíreos convocaron a las reinas de sus cuatro reinos.

    Si iba a haber guerra, nadie estaba preparado. Solamente los Frisones del Norte y sus hombres estaban entrenados como un ejército. Y de eso, solamente Ira había visto una batalla real y eso fue cuando aún era un potro. La paz reinó por mucho tiempo bajo los cielos que el Castillo Empíreo tocaba que quizá hasta las reinas olvidaron las antiguas guerras.

    Ira iba a advertir a su joven amigo de la amenaza que sospechaba, pero Furia se quedó dormido en cuanto llegó a su cama. Ahora, Ira esperaría que las gemelas Alkonost llegara con la Reina del Cielo de Oriente o cualquier noticia de los salones y cámaras en las torres de vidrio encima de él.

    Solamente se había encontrado una vez con las Alkonost y se esforzó por recordar cómo eran. Imaginó sus alas emplumadas y colas de abanico, idénticas hasta las puntiagudas garras negras contra el suelo templado. Hasta él se vio sacudido por la belleza de sus cabezas humanas, de mujeres jóvenes y vibrantes, que verdaderamente eran tan viejas como las montañas que indicaban la puerta al oriente.

    Ira estaba acostumbrado a los duendes y ocasionales troles que habitaban su país, pero no tenía tan experiencia en conocer a las muchas criaturas de este mundo. Sabía que el país de oriente era, con mucho, el mayor de todos los dominios y sabía que fue ahí donde se había cazado a los últimos dragones, pero nunca imaginó la posibilidad de que demasiadas criaturas asombrosas compartieran el mismo sol. Conocía a algunos. Además de los extinguidos unicornios, las Alkonost eran sus favoritas.

    Ira se deslizó hacia el sueño, y la dulzura de sus voces largamente olvidadas calmaron sus preocupaciones por la inminente tormenta.

    En algún lugar arriba de los establos, la Reina del Norte siguió su guía. Se movieron rápidamente, pero sin sentido de urgencia. El duende conocía su camino, pero la reina solamente podía seguir.

    Estaba deslumbrada por los resplandecientes muros, como ocurría cada vez que entraba a Empíreo. Al pasar por el creciente cristal, subir pequeños peldaños, a veces esquivando cortos pasillos y girando a través de puertas que solamente aparecían un momento antes, se apresuraron. En su mente, Nieve Blanca se transportaba de vuelta a su juventud. Había magia antigua enterrada en los cimientos de Empíreo y afectaba a todos los que pasaban por su puerta.

    Sobre todo, veía los pies del elfo y en qué sentido girarían. Luego miraría la parte de atrás de su cabeza, su sedoso cabello rubio le caía en trenzas por debajo de los hombros. Estaba silueteado en una cálida y cómoda luz y sus puntiagudas orejas sobresalían claramente por encima de cada lado de su cabeza. Su camino estaba iluminado por el resplandeciente amuleto que colgaba de la pequeña cadena de oro que colgaba del cuello del elfo. Su cara estrecha y sin edad estaba Iluminada desde abajo de su mentón y causaba que se le viera más siniestro de lo que su corazón puro permitiría.

    Delante y detrás de ellos había oscuridad, y en la oscuridad, la magia hizo su mejor trabajo. Hasta cuando se acercaban a un muro exterior o ventana, ninguna luz atravesaba la amenazante nubosidad. La reina podía ver el reflejo de la luz en los muros cuando llegaron a un abrupto giro dentado, pero de otra manera los muros eran suaves y ella pasó las manos como un niño que corre al lado de una cerca de estacas. Podía sentir la magia dentro de los muros y podía sentir cómo entraban cuando la yema de sus dedos rozaba la frialdad.

    Aunque el pesado terciopelo de sus ropajes no borrara sus huellas, el castillo no desistiría de sus secretos. Nadie podía seguirlos ni adivinar en el laberinto lo suficiente para saber a dónde la llevaba el elfo. En su mente, trató de imaginar qué en que parte del castillo estaban, pero no tenía sentido. Repentinamente, en su memoria, estaba en el bosque de nuevo.

    Estaba perdida entre los árboles, la había tragado la oscuridad, feroces ramas la tomaba con sus manos retorcidas. El travieso Hunter de la reina cayó a sus pies. Rogaba perdón y sollozaba incontrolablemente. La reina, su madrastra, le indicó que cortara su corazón, pero él no pudo cumplir, así que la envió corriendo al bosque.

    Nieve Blanca estaba aterrada y todo en el bosque intentaba atraparla, pero enviarla a la reina mala como sacrificio. Su pánico ciego la hacía seguir avanzando, se rasgó su vestido simple y se rasguñó los brazos y la cara. Su pelo se enganchó en una rama cubierta de musgo y se estiró para liberarse, y algunos rizos sanguinolentos quedaron atrás. Ella se tropezó sobre un tronco podrido y hundió la cara en un pozo frío empapado de lodo. Se arrastró por la hierba mojada, cayó en la oscuridad y lloró.

    Entonces estaba de vuelta en Empíreo. Estaba de rodillas, sola en la oscuridad y estaba llorando.

    El elfo no se dio cuenta de que ella había parado. No se dio cuenta de que la vieja magia estaba despertando sus dolorosas memorias enterradas. El castillo le hacía eso a la gente, hasta a las reinas. La vieja magia desafiaría a sus habitantes para probar su valía.

    Nieve Blanca se sentó en el suelo, hizo acopio de su compostura, molesta con ella misma por caer en la trampa. Una débil luz dorada se deslizó alrededor de una esquina, y un momento después, el elfo estaba otra vez a su lado, sosteniéndole la mano.

    La miró intencionadamente y le garantizó que nunca ha habido una Reina del Bosque del Norte tan fina como tú. En todos los años de tu reinado, ninguna doncella había sido maltratada y ninguna madrastra tiene crueldad en su corazón.

    Quería darle las gracias, pero tenía el corazón demasiado pesado como para hablar. En los días de su juventud, el poder de Empíreo no llegaba a todos los rincones de la tierra y regiones más pequeñas quedaron a su propio gobierno. La maldad tenía tiempo de ulcerarse y de encontrar lugares

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