El farero del fin del mundo
Por Patricia Stambuk
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El farero del fin del mundo - Patricia Stambuk
Diseño de portada: Amalia Ruiz Jeria
Imagen de portada: Pingüino Mutante
Ilustraciones interiores: José R. Rodríguez Latorre
Corrección de textos: Hugo Rojas Miño
Diagramación: Salgó Ltda.
Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
info@ebookspatagonia.com
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Primera edición: diciembre, 2022
ISBN: 978-956-324-957-0
ISBN digital: 978-956-324-976-7
RPI: 2022-A-9268
© Patricia Štambuk, 2022
© Catalonia Ltda., 2022
Santa Isabel 1235, Providencia
Santiago de Chile
www.catalonia.cl - @catalonialibros
A todos los fareros de Chile,
en especial a los que han iluminado
nuestro célebre y maravilloso
Estrecho de Magallanes desde1896.
Índice
1. Estrecho de Magallanes, Faro Bahía Félix / Los silenciados crímenes entre kawésqar y fareros / El sobreviviente que enloquece / Noches largas y tenebrosas
2. El sonido del toro / La atracción de la luz / Enderezando clavos / Un grumete para batallas de paz
3. Faro Dungeness, 1960 / Una luz a cuerda / La biblioteca de los fareros / Mortero
Sgombich, el boxeador tragado por el mar / El señor guardahilos / Argentinos con sangre chilena / Lanzallamas
, solitario pescador y personaje / Donde Varnava, el café de los marineros
4. Faro Punta Delgada,1962-1963 / Una experiencia maravillosa / Los viejos pascueros de Enap / Pulpos en las rocas y teatro en el campamento
El castigo: Aquí no se mueve una hoja
5. Las huellas del terremoto en Corral / Hualpén y las viejas bocinas de niebla / Don Ruiz pata de palo / Mineros lisiados en Puchoco / Pistoleando
en el lago General Carrera
6. Faro Cabo Raper,1968 / La muerte del archiduque / Del tren de Slight a la carreta de bueyes / Güiñas, pudúes y nutrias / Los paraguas de hojas de nalca / El misterio de los 14 esqueletos en una caverna / Los canoeros chilotes
7. Punta Ángeles, 1970-1973 / El retorno a Valparaíso / Un vertedero junto al faro / El boicot
al gobierno de la Unidad Popular / Medalla Al Valor por un rescate en el mar
8. Faro Bahía Félix / Un joven farero envejece / La sorpresa del golpe de Estado de 1973 / Socialistas y comunistas en la Armada / Tiempo de soplones / Los testigos de Jehová en desgracia / La caza de potos colorados
9. Estafas y carroña
interna / La cooperativa de viviendas es una caja de Pandora / Huye un teniente / El asesinato de Jaime Aldoney / En contra de la dictadura
10. Faro Fairway / Memorias del naufragio del Moraleda y sus 80 víctimas /Un disparo en la noche. El jefe se suicida / Las novelitas de cowboy
11. El legendario y pionero Faro Evangelistas / George Slight, un ingeniero escocés genial / Croatas y chilotes en la hazaña de su construcción / El nombre de mi padre / Los cuatro trasbordos de José: 1977 a 1983 / Un guardafaros preservado en alquitrán / Marinos voladores / Naves en peligro
12. En los canales, cambiando luces y balizas / La pericia de dos navegantes kawésqar / Las picadas
de los canoeros / Un paraíso natural
13. 1978. Chile y Argentina en la boca de una guerra / Periodistas en el Beagle / Hombres de paz, pero en guardia / Los sobres cerrados de las crisis / La cena de Navidad / Para el ocio, lectura y música: violinistas, pianistas y cantantes
14. La Armada por dentro. El sesgo clasista / Prohibido mirar a los ojos al oficial / Gente de Mar, sin derecho a voto / La homosexualidad que siempre existió y existe en la Marina
15. Faros limítrofes / La Guerra de las Malvinas / Una visita del Ejército chileno, sin armas / De fiesta con el enemigo
/ Navidad de cuecas y zambas / El discurso fraternal / Ingleses y espionaje
16. ¿Fareros en la Armada? / Un patrimonio perdido o mal conservado / Joyas de la historia marítima
17. El último retorno
Anexo. Lectura de ilustraciones interior
1
Estrecho de Magallanes, Faro Bahía Félix
Los silenciados crímenes entre kawésqar y fareros
El sobreviviente que enloquece
Noches largas y tenebrosas
1961. La lluvia es implacable en la boca occidental del Estrecho de Magallanes, donde el Pacífico alcanza a despachar todas sus inestabilidades y furias. A ratos para, luego despeja. Regresan los nubarrones, cae un chubasco y de nuevo se larga el aguacero. El faro está asentado sobre una gran roca grisácea, sin tierra, rasguñada durante miles de años por glaciares que entonces fueron de lento retiro. Solo un musgo resbaladizo cubre sus rugosidades. En las orillas del mar se pisa roca desnuda o suelo negruzco, teñido por las algas.
¿Quién bautizó Desolación a esta isla con más recovecos que una monstruosa familia de amebas? También pudo llamarse Tristeza, Soledad, Desamparo. O Laberinto, guiándose por su forma enrevesada más que por lo yerma, desamparada y melancólica, porque allí, donde parece estar al fin rodeada de agua, un ínfimo puente conecta un fragmento con el otro, en una larga, caótica, indescriptible cadena de montes bajos. En ese paraje se yergue el faro donde en una lejana fecha sucedió un crimen entre fareros y kawésqar, sin más huellas que un par de cruces y un relato tardío.
En los días de esta historia, José no era José ni Rodríguez, sino Yul. Había una ineludible tradición del corte de pelo al llegar al faro y cuando su jefe, el sargento Kaiser, le preguntó: ¿Bien corto?
, con la máquina en la mano, oficiando como el mejor peluquero, el muchacho respondió con decisión: Al rape, jefe
. Una hoja de afeitar completó el corte al cero y desde entonces fue llamado Yul en ese faro, por la semejanza con la calva de Yul Brynner, el actor norteamericano. La esposa del jefe también lo llamaba cariñosamente con ese apodo. Había llegado al faro solo con su hijo menor y José pensaba que en cierto modo veía en él a su hijo ausente.
La gran casa construida con piedras tenía todo lo necesario para albergar al jefe Kaiser y al primer ayudante con sus familias; y a José, por supuesto, que se había incorporado a la dotación como segundo ayudante. Una de sus principales tareas era asegurar el abastecimiento de combustible, vigilar que estuvieron llenos los estanques y mantener muy limpias las lámparas a parafina que daban la luz al faro, con un sistema similar al de las viejas lámparas Petromax.
JOSÉ RODRÍGUEZ: La parafina calentaba el vaporizador, el vapor subía a la camisa y el manto incandescente producía la llama, fuente de la luz, aumentada en potencia por un sistema lenticular, una especie de carrusel de inmensos lentes que giraban con un mecanismo de relojería. Era una lámpara pequeña, de unos 20 a 30 centímetros de alto, que se cambiaba una vez al mes.
***
Con esas lluvias casi constantes y la antigüedad de la casona, construida por el escocés George Slight en 1907, no fue sorprendente que una molesta gotera cayera en la habitación destinada a oficina.
—Yul, vamos a tener que hacer una escalera para subir al entretecho y ver dónde está el problema —le dijo el sargento.
José también sabía de carpintería, había enderezado clavos usados en su infancia en los cerros de Valparaíso para reunir algunas monedas y comprar caramelos y en adelante no tuvo problemas con el martillo. No demoró en cumplir el encargo y al día siguiente los dos ayudantes estaban abriendo la entrada para ir al entretecho, que tenía una altura suficiente para estar de pie en su interior.
JOSÉ RODRÍGUEZ: Los tijerales eran enormes. Con el ayudante primero, Hernán Donoso Peña, encontramos la falla en el techo y la reparamos. Yo, por curiosidad, seguí caminando hacia el fondo. Vi unos libros y unos papeles, que por lo general se apilaban en el entretecho, unos paquetes de cigarrillos y un par de cajas de fósforos. Eran dos o tres libros de bitácoras, donde se apuntan las novedades del día en cada faro. Se parecían a los de contabilidad, con tapa dura, tamaño mayor a un oficio y estaban escritos a mano. No vi más. Bajamos, se los entregué al sargento Kaiser y el los limpió cuidadosamente, con mucha paciencia, y después de revisarlos nos llamó y nos mostró lo que estaba escrito en algunas páginas.
Eran de 1940, 1941 o 1942, por ahí. Para mi sorpresa, en uno de ellos estaba la firma de Pedro Navarrete Urrutia, que había sido mi profesor instructor en los ramos de combustión interna y comunicaciones. Y más me llamó la atención que colocara como novedad que a la cuadra del faro todavía está el campamento de indios yaganes (sic) porque se ve humo entre los matorrales
.
Un comentario de esa naturaleza resultaba quizás inusual en el escueto estilo de los libros de bitácora, destinados más bien a las tareas rutinarias, sin entrar en detalles. Los nativos de esa zona de los canales occidentales eran en realidad los kawésqar o alacalufes y sus visitas a Evangelistas, Fairway o Félix, con sus familias y sus perros, en ese extremo del canal, ocurrían sin regularidad y con poca frecuencia, pero eran tan normales como las de otros avezados pescadores. Esconder unos cigarrillos también parecía extraño. ¿La última reserva estratégica de un fumador o el escondite de quien algo teme?
JOSÉ RODRÍGUEZ: Le pregunté a mi sargento si había pasado algo en los años 40 y me comentó que sí, que unos indígenas habían visitado el faro y los habían invitado a servirse algo, como siempre se hacía. Ellos comentaron que andaban con un cargamento de pieles de nutrias y de lobos finos y los fareros comenzaron a darles aguardiente después del té o del almuerzo hasta emborracharlos. Cuando se retiraron para ir a sus botes, desde la parte alta del faro comenzaron a dispararles con un fusil a los botes y a los kawésqar. No sé si murieron o quedaron heridos ni qué hicieron con ellos, pero fueron al puerto y les robaron todos los cueros finos que habían cazado.
Nadie más que ellos lo supieron. Pasó un tiempo y los fareros salieron un día a mariscar, porque siempre recogían moluscos en las islitas de las cercanías. No tenían bote ni chalana, pero usaban una tina vieja de baño, de fierro, que había quedado en alguna renovación de sanitarios. Uno de la dotación se quedó en el faro. Los dos que salieron no regresaron jamás. El que los esperaba quiso avisar que algo grave pasaba y puso la parte roja de la bandera en el haz luminoso, donde sale la luz del faro, y logró variar su color, bajó un poco la intensidad; era una luz extraña, y como los buques cuando pasan van mirando con sus prismáticos, se dieron cuenta de que algo anormal estaba sucediendo y se comunicaron con la Gobernación Marítima de Punta Arenas.
Por lo general, los faros oceánicos emiten una luz blanca, pero había unas señales más pequeñas; las llamábamos luz fija, con algunos colores diferentes, verdes o rojos, indicando babor o estribor, por donde tenía que pasar la nave, pero eran entradas de puerto. Las boyas a la entrada de los puertos también tenían diferentes colores.
Desde Punta Arenas mandaron un buque de la Armada, los marinos llegaron al faro, nadie se asomó a recibirlos y la casona de piedra estaba cerrada a cal y canto. Echaron abajo la puerta y se encontraron con un hombre hablando incoherencias, medio trastornado. Seguramente vio cómo mataban a sus compañeros. Él era parte del baleo y del robo. Lo apañaron y comenzaron a buscar a los otros dos en el interior, en la torre y después en los sitios aledaños. En un islote encontraron muerto a un farero y en otro islote a su compañero, sus apellidos eran Osorio y Velásquez, algo así recuerdo. La tina de baño que usaban como bote la habían dejado en el puerto.
Hasta 1961 se conservaban unas cruces de madera pintadas de blanco en los dos sitios en que hallaron los cuerpos. Fue la venganza de los kawésqar. En esos años les decíamos yaganes, no solo en los faros, en toda la Armada. Usábamos mal el nombre de la raza por ignorancia. Es una historia muy triste, una masacre que marcó al Faro Bahía Félix. Retiraron los cadáveres, se llevaron al norte al farero que sobrevivió y seguramente pudo declarar una vez que se recuperó. Vino una dotación fresca y Pedro Navarrete Urrutia, mi instructor, fue uno de los tres del relevo, por eso estaba su firma y su comentario sobre los humos que se veían al frente en uno de los libros de bitácora que encontré en el entretecho. Él le contó a mi jefe, Jorge Kaiser, lo que