Todo empezó con el alistamiento entusiasta de miles de jóvenes que acudían a los banderines de enganche abiertos por España al grito de «¡Rusia es culpable!» después de que Alemania invadiera la Unión Soviética el 22 de junio de 1941. Apenas había transcurrido un mes desde aquella fecha cuando la oficialmente llamada División Española de Voluntarios comenzó a llegar al complejo militar de Grafenwöhr, hoy principal base de entrenamiento de la OTAN en Europa. Era 17 de julio. Aquel variopinto contingente divisionario de más de 18 000 efectivos estaba formado sobre todo por jóvenes falangistas a los que se sumaba un buen número de militares de carrera y otros compatriotas alimentados por la necesidad o atraídos por la aventura. Desde aquel mismo instante, idealistas, profesionales, necesitados y aventureros unieron sus destinos para siempre.
FRÍO Y NIEVE, LODAZALES Y MOSQUITOS
Llegados al primer frente asignado en las riberas del río Voljov el 12 de octubre de aquel 1941, esa España plural se disolvió en los horrores de la guerra y selló la camaradería sin fisuras que forja la adversidad. Ese mismo día, los divisionarios acusaron la fiereza de sus enemigos y comprendieron que su fuego no agotaría las penalidades a las que habrían de enfrentarse: ahí estaba el General Invierno, ese frío helador que ya venció a los ejércitos napoleónicos.
El invierno ruso se llevó por delante a muchos divisionarios, que en ocasiones nunca antes habían visto la nieve
Los primeros meses fueron particularmente duros, con temperaturas siempre negativas que el 9 de enero de 1942 descendieron hasta los 53 grados bajo cero. Para muchos de aquellos españoles, que ni siquiera habían visto la nieve, el espectáculo fue sobrecogedor: un infinito manto blanco cubría la tierra firme mientras que