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Dulces Recuerdos De Mi Patria
Dulces Recuerdos De Mi Patria
Dulces Recuerdos De Mi Patria
Libro electrónico829 páginas14 horas

Dulces Recuerdos De Mi Patria

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Cuando salí de La Habana para realizar mi vocación de ser hijo de Abraham, pude ver la ciudad con sus enigmáticos muros de piedras con otros ojos. Una mirada al pasado con nostalgia, pero a la vez una mirada de amor, como cuando un jardinero corta la más bella rosa, o le pone nombre a una flor. Deseé bajo otro cielo sentir cada noche el añorado cañonazo de las nueve para comprobar mi reloj. Cuando los atardeceres se fueron prolongando en la distancia, y los nubarrones anunciaban grandes tormentas, sentí una y mil veces la necesidad de volver a ver la luz del faro del Morro.

Cuando todo parecía que me iba a tragar los tormentos de la vida y sus afanes, creía que era el fin triste de mis días, encontré la mano amiga de María y León. No solo encontró mi tía mis sustitutos, sino en ellos encontré la familia que Dios me arrebató. Conocí entonces que solo se quedan los huérfanos, cuando ya no pueden mandar dos pesetas para los que están allá. Fue en ese momento cuando se abrió el cielo, y con las gotas de rocío más auténticas comenzó la amistad de León; un poco después tuve la suya y usted fue mi siniestra mano y ambas hicieron posible que pronto mi hijo engendrado en medio de la nostalgia viera la luz hoy.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 jul 2021
ISBN9781662490651
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    Dulces Recuerdos De Mi Patria - Elpidio Ismael Lopez Rodriguez

    I

    A modo de presentación

    Desde lo más profundo de mi ser, ¿cómo podré olvidar mi ciudad?, ¿se puede uno olvidar del lugar en el que uno nació, creció, se desarrolló, paseó, se enamoró?, en fin uno hizo de su urbe la mayor de sus alegrías. Pero de pronto, quedó cercenada el alma de esos bellos momentos, todo dio un giro tan rápido, el tiempo justo de un suspiro, al igual que cuando a uno lo llevan al quirófano, para amputarle algún miembro, quedando para siempre el dolor fantasma, así quedaron en mi mente el maravilloso "film", de los recuerdos.

    Fue aquella mañana cuando supe con tristeza que era el día señalado para partir de mi ciudad, atrás quedaba tanto tiempo de preparativos, de días tristes y nublados, donde parecía que nunca volvería a nacer el sol, pero en aquellos días no supe esperar, días que no supe aprovechar, que hoy fueran parte de mis recuerdos más alegres, de los momentos más esperados, aunque estos hoy no dejan de ser importantes para mí, como días nublados y tristes que viven en mis recuerdos.

    Pero por otro lado nuestra percepción del tiempo depende de nuestra imagen del universo, esta imagen repercute en la compresión que uno tenga de la imagen de la vida, aunque el ser humano vive siempre angustiado por los problemas cotidianos de la existencia, en una búsqueda constante de la verdad, así que yo me enfrascaba al igual que todos en aquellos problemas, uno tras otro sin encontrar solución, solamente la encontré con el tiempo. Aunque quisiera plasmarlo, no lo puedo plasmar en estas letras porque no son capaces de llevar el tono, la inflexión de la voz de aquel momento, y mucho menos los gestos y conversaciones, aun la que sucede en el actual, por lo que esta historia tiene necesidad de poner a tu disposición el acento de tu voz, de tus gestos, y la experiencia de tu vivencia de lo cotidiano.

    El hombre hunde su proa por caminos inciertos para hacer de lo cotidiano algo trascendental, el ser humano se dedica a luchar contra su enemigo implacable en su cerebro, el tiempo, sin que encuentre la verdad, solo vive de sus recuerdos, después en tu memoria te das cuenta de que ya ha pasado esta conversación a tu acervo, es decir, a tus recuerdos.

    Sería bueno que usted de vez en vez, y de cuando en cuando, se tomara un tiempo libre. Píllese contemplando un arcoíris en el firmamento, un bello atardecer de primavera. Intente viajar a cualquier lugar del mundo o del universo, aunque le parezca absurdo, pero eso le dará mayor tiempo para conocer su universo, hoy te invito a ver una puesta de sol.

    atardecer

    Un atardecer tomado desde el aeropuerto de San Juan, Puerto Rico. Año 2006.

    Un atardecer que tenga como trasfondo las primeras luces que iluminan la ciudad, sintiendo en la pituitaria el suave aroma de las flores. También como parte de ese escenario, la orquesta ejecutará la sinfónica melodía que resulta de la mezcla del ruido de los automóviles, el ladrido de algún perro, junto al trino de los pájaros que regresan a sus nidos. Más al fondo puedes ver la impresionante esfera roja impactando sobre nuestras pupilas, coloreando con un matiz rojizo el escenario majestuoso que se abre ante nuestros ojos, prediciendo un misterioso conjuro de luces y sombras, proyectando como formas oscuras en contraposición al rojizo cielo, las siluetas de las edificaciones que parecen estar más allá de sus cimientos y me pregunto: ¿El escenario que contemplamos es real?

    Pero todo esto se acaba el día que nuestras neuronas se desconecten y no volvamos a sentir el espeluznante sentido de la realidad y la medida del tiempo, pasamos entonces a los que algunos llaman eternidad, yo le llamaría no tiempo. El tiempo según el diccionario Salvat, es el intervalo entre dos fenómenos astrológicos sucesivos de la misma especie, el ser humano ha aprendido a calcularlo y pensar sobre él.

    Hoy te invito a tomar una taza de café para perder el tiempo, mejor dicho, para ganar tiempo, para vivir unos minutos de no tiempo, estando en el tiempo. Le invito a usted a tomar una taza humeante de café, perdone usted la insistencia con esto, pero si quiere ganar un tiempo desde su balcón contemple el gratuito y bello espectáculo que nos brinda cada tarde la madre naturaleza y las siluetas de los inmuebles de la ciudad desde la perspectiva de una taza de café bien caliente. Deléitese, saboréelo, sorbo a sorbo, si es Pilón más, derrámelo como en los arcanos tiempos sobre el pequeño platillo, e inclinándolo sobre la boca, tus labios sentirán las caricias del dulce néctar negro, mientras los ojos se vuelven entornados a contemplar el entorno, y tu sensible pituitaria se deleitará con el suave y penetrante aroma del café.

    Ya ha trascurrido un largo espacio de tiempo, solo nuestro cerebro lo notará en la tramoya del escenario de la vida, el telón de fondo del cielo, va pasando a otro telón de un color más grisáceo que van proyectándose las figuras con cierta tenuidad, la oscuridad que se aproxima por detrás y esta nace desde el suelo abarcando todo nuestro horizonte y algo más. Cerca del suelo se apodera una cierta oscuridad la cual hace necesario la luz artificial para distinguir las figuras. Es en ese momento donde aparece la multitud de luces que llenan la ciudad, proliferan por todas partes, parece que estamos delante de un panal de luces.

    Al mismo tiempo que la temperatura va descendiendo, por otro lado, el viento sopla acariciando la faz de los que contemplamos ese atardecer o mejor ese anochecer. Ha pasado cierto intervalo de tiempo, ya el escenario no es el mismo que el de hace un momento; luego sucede otro telón más negro, aumentando a cada instante los carteles lumínicos comenzando por los más altos, al fondo. Ya oscuro se asoman diminutos focos de luz que van dejándose ver, mientras la luna va abriéndose paso para prevalecer en el paisaje; también aparece la niebla, esta envuelve todo el ambiente.

    En el firmamento van saltando las estrellas, superando cada una en brillo e iluminando; en breves instantes, mientras conversamos sobre el telón de fondo negro se va tiñendo el firmamento de esas brillantes partículas de color blanco, estas corren más y más hasta convertirse en una banda brillante de luz que lenifica la oscura bóveda celeste.

    Las estrellas viven en las constelaciones como puedes ver, cada noche se fugan para aparecer en el firmamento con disciplina y musicalidad al ritmo de las comparsas del carnaval, así aparecen danzando en el firmamento: Andrómeda, Casiopea, Piscis, Orión, o cualquiera de las ochenta y ocho constelaciones, que te sea posible ver desde el hemisferio donde te encuentres. Pero en este momento me asalta una duda: ¿Qué es el tiempo para ti?, ¿qué son las estrellas?

    Junto a ellas, como cada noche, se preparan para dar su concierto los grillos y las lechuzas que ensayan desde los primeros momentos del crepúsculo, en el libreto ellos aparecen como los primeros solistas, simultáneamente se une al magno coro las ranas y sapos que forman en buena parte los integrantes de este peculiar evento. Sin desechar el ladrido de algún perruno concertista que en la noche se inspira al contemplar la luna, pero volvamos nuestra mirada al firmamento.

    Las estrellas son esos grandes cuerpos celestes que cada noche nos mueve a su contemplación silenciosa, según los científicos ellas son un compuesto de gases calientes que emiten radiaciones electromagnéticas, la resultante de esas reacciones producida en su interior es esa brillante luz que para nosotros resulta tan especial al contemplarlas. Pero al contemplar las estrellas uno se pone a filosofar y piensa: «¿Qué es la vida?».

    La vida para mí es algo más que el término que se utiliza para englobar las actividades de un organismo, si tuviera que definirla en una escala de tiempo la definiría como el espacio de tiempo en el que uno puede observar una estrella fugaz. La vida es un juego con algunas reglas fijas. La vida es una intromisión en el mundo físico, es una intromisión en un universo que exige dos principios. La vida tiene dos principios básicos fundamentales; el primero de ese vital estimulo, es la necesidad de interpretar el entorno y el segundo impulso vital es tan importante como el primero, que es la búsqueda del combustible esencial para la vida, es ese impulso vital para satisfacer la necesidad de la subsistencia.

    A partir de estas dos reglas básicas, estas se diversifican y se hacen complejas y adquieren infinitos matices en función de los parámetros como la geografía, las especies, el ciclo de vida, la reproducción, o el cambio de las eras. La vida es un juego complejo, como el juego de contemplar las estrellas, una contemplación a la que nadie pensante se ha sustraído y siempre nos ha llenado de preguntas, pero muy especial cuando se ha tomado una taza de...

    Volvamos a contemplar el firmamento y nos interrogamos inmediatamente en nuestro interior: ¿Qué es una estrella?, ¿y qué sabemos de la vida? Si quieres interpretar el entorno no te sustraiga de contemplar las estrellas, por eso, para saber un poco más de la vida y las estrellas hoy te invito contemplarlas desde otro prisma. Desde el prisma tentador de tomar una taza de café en un balcón de cualquier edificio de la ciudad, participando desde ese mismo instante del juego incesante de soñar. ¿Qué es la vida? Y, ¿cómo se ven las estrellas?

    Ya desde hoy te aseguro que para ti y para mí ya no será igual ver la gigantesca serpiente de autos que cada atardecer con sus luces iluminan la ciudad, atascando la jungla de caminos que llevan como destino el hogar porque los has visto tomándote una taza deliciosa de café. Pero te pido algo más, es contemplar desde hoy desde un mismo rincón con cierta religiosa regularidad el atardecer, donde puedas ver ese arrollador mar de gente en autos, ómnibus, bicicletas, simplemente como transeúntes que inundan el panorama de retorno a su hogar, esa ciudad que desde hoy te asombrara de ser parte de su espíritu romántico de su atmósfera peculiar.

    Por eso yo evoco como tú ahora lo que sucede en cada atardecer, como en cualquiera otra ciudad, aquel rincón furtivo donde yo solía tomar cada tarde con mi buchito de café a contemplar el atardecer y presentarte mi ciudad. Fundada con sangre de amerindio y sangre española, la urbe erigida sobre mosaicos de colores, colmada de luces y sombras, enramado, entretejido de todas las razas. La ciudad que ha trascendido su propio espacio geográfico, con el andar del tiempo, transgrediendo el espacio de su propia temporalidad.

    Esa ciudad que entre el ir y venir de gentes, fue por donde desembarcaron mis cuatro abuelos, desde donde pudieron percibir desde distintos ángulos la gran hermosura de la bahía de Trébol, donde se fundó por tercera vez la ciudad, esa que sin cliché, y sin nostalgia te voy a presentar, pero tiene que tener los ojos bien abiertos, sin parcialidad a la hora de tú mismo juzgar.

    II

    Un poco de comprensión histórica sobre la fundación de la ciudad

    La urbe habanera es un binomio emergente de historias y leyendas que puede ser leída a través de sus piedras y de su gente; esa Habana que describieron los viajeros y sus habitantes, tanto ayer como hoy. Son muchos los elementos especulativos que guarda la historia de la ciudad contada por el tiempo, muchas son también las lagunas historiográficas que quedan siempre al que por primera vez la visita. Por eso te invito a visitarla juntos mezclándonos entre dos de sus elementos especulativos la historia y la leyenda que son elementos básicos para que la comprendas.

    Hace poco encontré en un libro la reproducción de una postal de principio de siglo XX, de la nave que conducida por el navegante Martín Pinzón con el nombre de la Pinta, para mí fue una sorpresa que me gustaría compartirla, ya que desde ese momento se inicia la historia fundacional de mi ciudad.

    La lámina en cuestión situaba a un buque fondeado en el Puerto de Norfolk en Virginia en el año 1909, sin poder definir su nombre solo confiando en la anotación del autor, podemos situarnos en aquel último lugar que se vio la histórica embarcación, que traslada a mi memoria mi paseo en barco en aquella moderna imitación que existió en la bahía de La Habana. Que a mi parecer se parece a esta embarcación que estuvo por algún tiempo fondeada en el Puerto de Carenas, hoy la actual bahía de la ciudad de La Habana, en la misma siempre que pude llevaba una vieja edición del Diario de Colón recordándome que fue abordo este tipo de nave que Colón inicio la gran aventura que cambiaría la historia y la cosmovisión de la cultura occidental.

    Fundada mi ciudad, que ya desde este momento tiene carta de naturalización, en 1514, un 25 de julio, hoy resulta confusa su primera ubicación, al igual que la fecha de fundación, muchos historiadores se han limitado a relatar las esporádicas noticias que en ese entonces, ofrecieron sobre este acontecimiento algunos cronistas, y Diego Velázquez, en sus epístolas. Según se dice, al menos casi todos los historiadores lo plantean así, La Habana tuvo su primer asiento en la costa sur de la actual provincia de igual nombre, cerca de la desembocadura del río Mayabeque o río Ojicajinal, para otros más cerca del pueblo de Batabanó.

    La primera razón por la que los españoles escogen el sur para la fundación de la villa, se debe a que los descubrimientos en su mayoría fueron para ese lado en tierra firme, al igual que las primeras empresas comerciales se comenzaron al sur del mar Caribe. El puerto enclavado en el sur de La Habana fue en un principio el que facilitó el comercio casi de cabotaje con el centro y sur de América, que eran donde nacían las nuevas ciudades coloniales con la que se tenía un regular comercio, las cuales aún muchas de ellas tienen su origen en aquel villorrio fundacional.

    Aquel villorrio donde naciera La Habana, por aquellos cincuenta hombres seleccionados por el adelantado Diego Velázquez de Cuellar; de algunos de esos hombres quisiera que conocieras sus nombres por el papel tan relevante que tuvieron al comenzar la vida social al estilo occidental, sus nombres fueron: Pedro Barbas, que ocupaba el cargo de teniente gobernador; otro de los nombres que se encuentra entre los vecinos más distinguidos por su apoyo a la fundación religiosa de aquella incipiente villa, lo constituye Juan de Rojas; le siguen otros nombres como Francisco La Madrid, de oficio escribano y que despachara la expedición de Hernán Cortés; Francisco Montejo que más tarde llegaría a ser el adelantado de Yucatán; Juan Nájera; Cristóbal Quesada de oficio recaudador de diezmo.

    Estuvo esta Villa asentada en el sur hasta un poco después de la llegada a la misma de Hernán Cortés, camino de la gran aventura de la conquista de México, al cual se le unieron un grupo de vecinos según se puede sacar de las actas y de los datos proporcionados por aquellos protagonistas. Pero muy pronto las plagas de mosquitos y otros insectos, fueron la quinta columna con la que se enfrentó el conquistador, entre epidemias y enfermedades que ocasionaron la muerte de otra parte de la población, habían quedado pocos vecinos europeos en dicha villa después de la expedición de Cortés.

    Parecen ser estos los argumentos que tomaron para la sabia decisión de trasladar a otro lugar aquella incipiente villa, esto sin que sepamos a ciencia cierta lo que motivó el traslado de la Villa. Lo que no cabe duda es el traslado de la Villa de San Cristóbal de La Habana a una nueva ubicación al norte. Esta nueva ubicación tenía que abastecerse de agua, y que mejor que cerca del río La Chorrera, llamada así por los chorros o manantiales que había en él, especialmente en la zona llamada Husillo, o Casiguaguas, hoy Almendares, en un lugar que hasta siglo XIX se le conocía con el nombre de Pueblo Viejo, así me lo contaba mi bisabuelo cuando me llevaba paseando por aquellos lugares.

    Según hemos podido saber la población europea allí asentada decidió poco después, trasladarse para el actual asentamiento al refugio de la bahía. Se dice que este asentamiento se produce en el 1519, cuya fecha es imposible de saber a ciencias cierta. Lo que sí se sabe es que para no coincidir con la fiesta de fundación de la ciudad de Santiago de Cuba en el sur de la isla, la población más importante de aquel entonces, sede del gobierno civil y luego eclesiástico, la primera capital real de la isla; digo esto porque el primer villorrio que obtuvo el título honorífico de ciudad fue la villa llamada La Asunción de Baracoa en el extremo oriental de la isla.

    Bueno sigamos hablando de la fecha de celebración de la fundación de la Villa de San Cristóbal de La Habana, a la cual la sede apostólica concedió el privilegio de celebrar la fecha de fundación al igual que la de su patrono el día 16 de noviembre, fecha en la que hoy se celebra con grandes fiestas y mezcla de ritos religiosos y civiles. Aquel pequeño villorrio que en su día fue La Habana, después de descubrirse el canal de Bahamas, comenzó un vertiginoso desarrollo, siendo posteriormente el punto de partida para la conquista española de México y otras tierras, de tal manera que se convirtió en la población más importante de la isla 1532; unos años más tarde en 1561 se elige el puerto de La Habana como lugar de reunión de la flota.

    Pero mi intención no es dar datos de historia, para eso están los libros, nuestra conversación es para poder con ciertos datos contemplar mi ciudad, es desear que tú veas con mis pupilas lo que un día al ausentarme dejé de admirar, es caminar juntos los dos por aquellos lugares que yo solía andar. Aquel rincón, aquella calle torcida, o la luz del sol vista a través de los cristales de sus vitrales y mamparas que se convierten en espejuelos de colores para hermosear la luz del astro rey, cuando sus rayos colorean la ciudad.

    III

    Zarpando hacia el puerto de la ciudad de La Habana

    Pero todo tiene un comienzo, te invito a hacer este viaje:

    Zarpando desde cualquier puerto del mundo, desde ese momento tú y yo, nos enrolamos en la gran aventura de visitar la hermosa ciudad de La Habana, actual capital de la República de Cuba. Situada en la mayor Isla de las Antillas, en el turbulento y hermoso mar Caribe, donde las encrespadas olas y el suave clima tropical, hacen de esta isla un paraíso; nos dará deseos de tomar un mojito o un Daiquiri, bailar una guaracha o un guaguancó. Será un encuentro magnífico con aquella mi gente, pero te repito lo de hace un rato te dije, no dudes de mezclar la realidad y la fantasía, vibrar con un poco de su música, sentir el suave contacto de su brisa, sin dejar de comer unos deliciosos chicharrones, un desgranado arroz con gris, aunque desees seguir luego tu rigurosa dieta.

    Al llegar al muelle contemplamos el gigantesco buque, todavía hay algunos pasajeros subiendo por la escala, la oficialidad saluda con respeto a cada uno mientras revisa el pasaje y recogen el equipaje. Yo me entretuve mirando el viejo reloj que saqué de mi bolsillo, con la vieja leontina que me regaló mi abuelo, busco la hora y me doy cuenta de que falta un cuarto para la seis y media. La brisa acaricia la cara, es una caricia de cumplido para el que se va a visitar su patria natal.

    Aquella tarde, ocupado en los preparativos, se me había pasado volando el tiempo, había telefoneado a mis amigos para despedirme, me sentía algo nervioso, me sudaban las manos, entre cortada la voz, la euforia se mezclaba con cierta nostalgia, siempre me pongo nervioso cuando viajo, ¿y tú?

    13-04-2007-1113-04-2007-15

    Comenzaba ya la puesta de sol, cuando al pasar el muelle un oficial de cubierta nos hace seña de que nos apuremos, todo se hizo en breve, hasta tropecé con varias personas, sin saber que hacer mientras que contemplaba el buque, casi perdí la conciencia de aquella realidad, me parecía soñar. En eso escuché tu voz, que me decía: Zarpemos, de prisa suena el último pitazo, las amarras que sostienen el buque los marineros ya las han deshecho.

    Accedía a tus ruegos y subía la escala, la oficialidad nos saludaba, segundos después el barco elevabas las anclas, el ir y venir de marinos en la cubierta poco a poco ha cesado, los últimos pasajeros a bordo están parados en cubierta, diciendo adiós, agitando los pañuelos, en algunos rostros saltan lágrimas que las seca el viento. El viento sopla suavemente envolviendo todo a su encuentro, como furtivo abrazo de despedida que da cada puerto. Otros pasajeros ya han bajado a sus camarotes, pero desde cualquier parte de aquella mole se siente el dulce vaivén, casi imperceptible que en las primeras horas de la travesía da un dulce sueño.

    Las aves se despiden de nosotros, con su revoloteo alrededor de los mástiles del barco, mientras este pone su proa en busca del canal, atravesando por el espacio que existe entre las boyas que señalan el canal hasta que este encuentra la inmensidad del mar abierto. Delante de nosotros, aunque distante, todavía está el océano inmenso, en el cielo se van descubriendo una gama de matices de colores; el firmamento va enrojeciendo, mientras dura los últimos rayos de luz se puede distinguir en el mar una acuarela de matices de colores que va desde los azules claros, pasando por el azul verdoso de algunas zonas del puerto hasta este que se ve casi negro.

    Al acabar el canal de la bahía pueden verse en la orilla, otro de los espectáculos fascinantes que nos brinda la naturaleza. Mira, si tú te detienes unos instantes en la cubierta del buque, puedes como yo lo estoy haciendo ver las garzas junto a las gaviotas y pelícanos, muy cerca de la desembocadura del río. Desde los montículos de roca, donde ellas están se pueden ver sus penetrantes ojos fijos en nosotros, sus penetrantes atisbos sobre los curiosos que estamos en cubierta, ellas allí inmóviles, como si vieran a unos advenedizos que rompieran su paz.

    Esas bellas aves acuáticas cuyo color gris de su plumaje sobresale entre las aves que estamos observando, es muy raro ver a estas aves tierra adentro, se conoce con el nombre de Pelícano. Ellas como puedes ver, poseen una gran sociabilidad, por lo que es posible ver esa gran colonia que nos dan tan hermoso espectáculo; aquel macho está llevando a cabo un simpático cortejo aunque ya no es tiempo de anidar. Es hermoso contemplar esa zambullida de aquella otra que posiblemente no llegas a distinguirla bien, pero debe ser el rabijunco piquigualdo, las puntas de sus alas son negras hace que la identifique, dime si la llegas a destacar hasta ese punto; además es un ave solitaria, ¡qué bello es contemplarla desde donde estamos a todas ellas!

    Las aves han fascinado a la humanidad desde tiempos remotos, siempre nos ha sorprendido su sentido de orientación y su adaptabilidad al entorno, persistentemente cuando el hombre encuentra tiempo para contemplarla lo hace como nosotros ahora; es curioso, no sé si tú sabes que existe cierto tipo de pelícano que para pescar utilizan cebos para llamar la atención a los peces.

    El barco se desliza lentamente, sucediendo las últimas escenas, coloreadas por el rojizo color del atardecer, sombreando la ciudad que ya se ve a lo lejos las sombras fantásticas de sus edificios y altas torres que no parecen estar sujetas al suelo. Como la tramoya de un escenario, entre sombras oscuras de bellas palmeras y cocoteros las cuales se mecen al ritmo de la brisa, junto a la sinfonía inusitada de cada puerto que siempre se produce al oscurecer.

    Como respuesta a nuestra sorpresiva visita, que al parecer las aves la catalogan de inoportuna, las cuales poco a poco mueven agitadamente la base del largo pico y sus plumas también se agitan en un calculado movimiento. Desde su baluarte no dejan de observarnos, en un descuido nuestro todas inician el vuelo, alejándose de nosotros o mejor dicho, nosotros de ellas, depende como lo quieras ver, ya que ambos estamos en movimiento.

    El oscuro crepúsculo del cielo tropical recibe los últimos rayos de luz. El oleaje mueve las crestas y senos de las olas, las cuales resplandecen suavemente, pero ya no vemos las olas en sí, sino alucinantes y plateadas sombras. El barco lleva una velocidad de unos quince nudos, las sombras producidas por el mar hacen que el brillo de las olas sea un oscilante espejo a la luz de la luna y las estrellas. Cambiando a cada momento las fantásticas formas sin que se pueda ver más que sombras plateadas y figuras distorsionadas, que se mecen.

    Se va cerrando la noche, la ciudad ha quedado atrás, las olas golpean el casco del buque y se produce un concierto, producido esta vez por las olas, es una bella sinfonía, pero muy desigual a la que cada noche nos acostumbramos a escuchar cuando estamos en la ciudad. Los pasajeros buscan los lugares según sus intereses y se acomodan según sus deseos, la música lo invade todo, pero esta vez son producidas por varios grupos musicales que viajan con nosotros. Hasta esta llega a irrumpir con tal fuerza en el exterior que me resulta difícil escuchar el concierto que gratuitamente nos entrega la naturaleza, mientras en el mar se reflejan las distorsionadas luces de nuestro buque, ya no se ven las luces de la ciudad.

    IV

    Comienza el primer amanecer a bordo

    La proa va marcando el compás del camino, algo después de la medianoche subí a la litera de mi camarote; la primera hora dormí a piernas sueltas, ¿tú cómo dormiste?

    Aquella noche después de aquella primera hora, dormí en zozobra, mientras deseaba sentir los ladridos de algún perro, el suave murmullo de la ciudad. El odioso silencio que había en la zona de los camarotes hacia que cualquier ruido me hiciera abrir los ojos, a eso de las cinco y media de la mañana no pude más, los recuerdos me hicieron levantarme. Después de asearme, en pantalones cortos y camiseta sin manga me fui a la cubierta para curiosear.

    Las olas siguieron acariciando el casco del buque como es habitual, me fijé que en la pintura del buque era de un color blanco en el casco, hacia la línea de flotación a intervalo, dejaba ver las olas, estaba pintada de rojo, tanto en proa como en popa tienen marcado el calado. Las danzantes olas en suave compás de un vals hacía de aquel despertar algo sensacional; es el nuestro primer amanecer a bordo, este se producía mar adentro, donde los rayos de sol iluminan la nave en un concierto de colores desde el rojizo intensamente oscuro hasta al clarear el día, se alcanza fuertemente el blanco brillante. Las sombras se alargan hasta distorsionarse en el mar, mientras se produce en la naturaleza un proceso inverso al crepúsculo.

    Con el desayuno comienza la primera actividad del día, este marca el primer contacto entre los pasajeros propiamente, mientras en mi mente se forma la extraña mezcla de estar en un nuevo y equipado crucero y pensar en las viejas naves que surcaron el Atlántico ayer, como la que te mencioné que había en aquella postal. Con grandes diferencias, pero de igual forma la dura vida marinera se hace presente; la vida a bordo se va haciendo más cotidiana a medida que pasan las horas, algunos van a las piscinas, otros a las tiendas, otros al casino de juegos, mientras yo voy hacia el castillo de proa utilizando el viejo lenguaje marinero; me pierdo al pensar en la travesía que tuvieron que hacer mis abuelos en uno de esos buques.

    ¿Tus abuelos de dónde son?, ¿cómo llegaron tus ancestros?, ¿qué recuerdas de ellos? En este momento quisiera preguntarte tanto, pero no puedo; ver el mar es para mí es un fascinante espectáculo dejándome sin palabra. Para este, nuestro primer encuentro, el mar nos ha regalado el hecho de que mientras caminamos se pueda ver algunas ballenas blancas y también unos delfines con su habitual canto.

    El capitán de la nao distribuye las guardias y los importantes deberes, es importante que todo esté en orden para optimizar el trabajo de los marineros. Se reparten plegables con los horarios a los pasajeros, se indican los procedimientos de evacuación en caso de algún desagradable evento. Se presenta la tripulación, y muy pronto comenzando por los más jóvenes se aprende uno donde está cada lugar, la enfermería consta de dos médicos y tres enfermeros, un amplio camarote habilitado para sus efectos, varias camas, un gran botiquín donde las medicinas están dispuestas en cajas plásticas según las patologías; cada caja tiene una letra indicativa de una parte del cuerpo como en cualquier barco mercante.

    Los olores de la cocina reviven hasta los muertos; los amplios camarotes hacen que uno intente después del desayuno tener la llamada siesta de los borregos o acostándose en las sillas plegables alrededor de las piscinas donde juegan los niños y se toman algunos bocaditos, con sus neveritas de piel con hielo donde se ponen refrescos o cerveza según el deseo del deudo. Pero hace siglos, no era igual, no contaban para una travesía con tantas comodidades, las bodegas de las naves eran destinadas a las mercancías, los hombres dormían al raso en cubierta sobre esterones; este fue siempre el principal motivo de disputas y riñas entre aquellos intrépidos marineros. Perennemente en busca de un espacio seco sobre todo cuando las grandes olas barrían la cubierta y esto era muy común.

    Mira que ola tan grande esa que se nos acerca, choca sobre el casco del buque y se parte en mil gotas, algunas llegan muy cerca de cubierta y mi mente vuela hacia lejanos tiempos; vuelvo a La Habana y cerrando mis ojos veo aquel barco que era réplica de esos barcos viejos y que se usaban para el paseo en dicha bahía. En esos días la capacidad de las naves se media por la capacidad de toneles, el casco de aquella nave, como elemento principal tenía una eslora de 30 metros, un calado de 3,27 metros en su arboladura; tenía su palo de mesana, el bauprés, palo mayor y el palo de trinquete, la forma de este tipo de embarcación se distingue en su totalidad por el aparejo de velas que se ponía en oposición a los vientos desarrollando más nudos de velocidad, aprovechando el viento.

    Así paso las primeras horas de la mañana, sin dejar de pensar en otros tiempos, mientras muy cerca de nosotros pasa un velero deportivo, con sus velas blancas henchidas por el viento, es todo un espectáculo, todo me parece un sueño. Los delfines se acercan a la nao, es tan hermoso el azul del cielo mientras nubes blancas como copo de nieve le dan al paisaje un toque especial en el que uno cree que la fantasía tiene aquí su realidad, solo es posible ver y sentir aire, mar y cielo, alrededor del buque no existe otra realidad.

    El sol, con el salitre quema más, obligándome a ponerme una crema protectora por todo el cuerpo que tengo al descubierto; los ascensores y las escaleras son recorridos por mí aquella mañana buscando en cada piso una nueva mirada. La oficialidad viste de gala, vamos llegando al primer puerto, son ya pasadas las cuatro, el barco atracó y se está produciendo el avituallamiento; algunos pasajeros bajan para conocer la islita, otros como yo esperan desde cubierta admirando la bahía y el puerto; la escala fue breve y muy pronto al oscurecer volvimos a estar en alta mar.

    Se hace de noche y con ella llega el sueño, alrededor todo es cielo y mar, algunas lucecitas indicadoras de otros barcos en la proximidad, la luz del faro del puerto visitado va quedando atrás, solo visible en el castillo de popa unos instantes más. Está noche podemos juntos contar las estrellas, soñar despiertos, en el inconmensurable mar todo se hace cierto, todo es posible...

    Mientras las suaves olas chocan sobre el casco produciendo una música que va dejándonos escuchar, ese constante susurro ancestral del mar, algunos delfines nos escoltan, pero estos se pierden a medida que sobre nosotros se cierne de nuevo la oscuridad. ¡Oh!, mejor será que nos rindamos en los brazos de Morfeo para que se pueda realizar nuestros deseos, sin dejar de ser por otro lado un poco de Ibn Battuta, que era la persona en la antigüedad que probablemente más había viajado por el Orbe ante de acaecer su muerte.

    Todos los seres humanos estamos marcados por ese deseo de conocer, de experimentar, de tener contacto con otros, a veces resulta un deseo casi apremiante. Ese deseo de conocer el mundo que todos tenemos dentro, ese deseo de viajar que todos tenemos es muy posible que lo puedas realizar, es mi deseo que esta historia te despierte ese anhelo, y al menos conozca un poco de mi tierra. Por eso se me ocurrió visitar junto a ti el puente de mando. Es un lugar amplio y con gran visibilidad, en este momento se encuentra el piloto y el capitán nos enseñan las cartas náuticas llenas de líneas y le preguntamos: ¿En ese amasijo de líneas se encuentra La Habana? Nos la enseña inmediatamente señalándola con el dedo índice; toda la estancia está llena de sofisticados aparatos e instrumentos.

    La ubicación geográfica de la ciudad de La Habana

    Pero es imposible hablar de un lugar sin verlo, al menos por ahora te la presento según la carta de navegación que el piloto te puede explicar. Yo me limito a decirte que te presento a La Habana, desde otro prisma; aquella ciudad que fue llamada Antemural de las Indias Occidentales, la ubicación geográfica de la metropolitana urbe, según los actuales cálculos, está ubicada en el paralelo norte a 23˚.9˚, en el meridiano occidental, a 82˚,9˚. Pero eso no sirve de nada para conocer a la ciudad que quiero presentarte, ella es una ciudad envuelta en una atmósfera llena de alegría y esperanza, de luces y sombras, del mambo y el cha chá, porque sus habitantes viven en una continua fiesta y no te niego que existan dificultades, pero la filosofía callejera del cubano es: A mal tiempo buena cara.

    Muy pronto llegaremos al puerto de La Habana, caminaremos y contemplaremos esa urbe, pero antes te invito a una exquisita merienda de un popular dulce que preparé para el viaje, un cusubé, claro que este no me quedó como esos que hacía mi abuela que en paz descanse (como se decía antes), ¿quieres hacerlo?

    Bueno yo no sé mucho de recetas, pero sé que se coge un poco de almidón de yuca, se pasa por una tela fina de hilo, se pone un poco de azúcar, se liga bien, luego se hace un hoyo en el centro, amontonando la harina para dejar caer un huevo con yema y clara, anís, mantequilla no margarina, uniendo esta masa hasta que quede para hornear. Viértalo en un molde y con un cuchillo no por el filo, haga varios cortes para formar distintas figuritas, luego póngase a hornear. Mi abuela lo ponía en una lata de aceite, unas tapas de zinc con brazas de candela arriba y abajo y las brasas de carbón hacían la función del horno; que sabroso le quedaba (como para chuparse los dedos), y si era en tiempo de calor, como complemento preparaba una limonada con hielo, te aseguro que es una merienda exquisita.

    V

    La llegada al memorable Puerto, con el corazón puesto en mi ciudad

    Aquel amanecer donde nos avisaron que estaba cerca el puerto de La Habana, fue indescriptible, el sol apresuro su llegada, fue descubriendo poco a poco el velo de la noche mientras sobre nuestro barco comenzaron aparecer de nuevos las aves y su canto despertaron a los delfines, hasta alguien se aventuró a decir que había visto una ballena, otros se restregaron con sus manos los ojos; fue apareciendo entre grises siluetas los edificios de la ciudad, el faro del morro no dejo de señalar la entrada al puerto de La Habana, en mis pupilas se dibujaba el escudo de la ciudad.

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    Escudo de la ciudad

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    Fotografía tomada desde un barco por Eduardo Reyes (turista mexicano) 1948.

    VI

    Por fin el gran día de la llegada al Puerto de La Habana

    Cuando uno entra en barco al Puerto de La Habana, el semáforo del puerto indica que el buque pide Práctico, señalizado por banderas si es de día, por faroles de colores si es de noche, suponiendo que es de día el de nuestra llegada, se ve corroborado por las banderas que ponen en el mástil del buque, de color azul con una franja blanca en el medio si es un buque de gran porte, y si es de noche por los faroles que debe ser primero uno de luz verde para indicar el buque; luego si pide Práctico una luz roja debajo de la verde en una misma drizas.

    Desde cubierta uno siente y comprende lo que otros han descrito, ya sea en poesía o en prosa, al contemplar la bella ciudad de La Habana desde el mar. Hoy lo hacía después de varios años y la alegría se apoderaba de mi cuerpo al tener el grandioso espectáculo, me parecía que la vida era un sueño. Pero quisiera que vivieras lo que de niño aprendí sobre el semáforo del puerto, ahora bien, imagínate este espectáculo de noche y el puerto está cerrado, tres luces rojas lo indicarán es la prohibición absoluta de la entrada por un grave suceso.

    Bien, si el puerto está cerrado al tráfico serán una luz roja, seguida de una verde y una blanca y el Práctico no irá a buscar el buque que hace por puerto; si es de día se verán las siluetas esbeltas de los edificios a lo largo del malecón habanero y en el semáforo del puerto izarán las banderas que indicaran la cerrazón del puerto. Lógicamente, hoy todo esto está a punto de desaparecer con las nuevas técnicas de comunicación, el procedimiento se hace por radio y computadoras, pero allí en el semáforo sigue el Chino Machado el amigo de mi bisabuelo. Alto como un gigante, en mis años mozos él visitaba mi casa, mi bisabuelo y su padre eran íntimos amigos. Él me regaló un pequeño folleto que todavía conservo sobre las señales del puerto; digo conservo, si encuentro algo de lo que fue mi casa.

    Bueno, todos hemos dejado algo que esperamos recuperar; es la perenne memoria histórica del que se va de cualquier lugar. Dime, cuéntame tú, ¿cuántas cosas dejaste atrás en tu vida y que también quisieras recuperar?

    La proa de nuestro buque se dirigía hacia el puerto, levantando crestas rizadas y espumosas, el camino que ha de recorrer hasta el muelle, quisieras irte dibujándotelo poco a poco para que lo puedas disfrutar y te imagines las dos realidades la que estamos viviendo y la que podríamos haber vivido si entrábamos al Puerto de La Habana de noche. En el oscuro espejo del mar las luces de la ciudad, conjuntamente con la silueta del barco entrelazándose; mil y un reflejo de destellantes luces que se mueven dibujando distorsionadamente los reflejos de la ciudad.

    Las luces de las farolas que están a todo lo largo del recorrido por el bello paseo del malecón van formando a la mirada del espectador una gargantilla de perlas, como nuevo collar de Toisón, como aquel que ostenta el escudo de la fidelísima Ciudad de La Habana. Te doy carta de naturalización, sin desdeñar la tuya ya eres un habanero y de esta mi ciudad te has de enamorar. Todos los habaneros desde pequeño se han aprendido los versos de Bonifacio Byrne. Aquel ilustre poeta modernista y patriota matancero que publicó, como bien lo citan sus biógrafos, los siguientes poemas: El Mendigo, La Granja, El Relicario, De Buena raza, Reina, pero el más conocido es el titulado Mi Bandera. Permitirme copiarlo para juntos recitarlo al entrar en el puerto.

    En la página 484 del tomo dedicado a los poetas, conocidos por Enciclopedia y Clásicos Cubanos; encontré la poesía que tantas veces declamé frente a mis compañeros de escuela, pero que hoy no me atrevo apelar a la memoria y me veo en la necesidad de copiar. Saqué mi libro de la maleta, salí del camarote hasta el puente, en la cubierta, contemplé el cielo azul con brillantes nubes blancas, tomé el bolígrafo que saqué del bolsillo de la camisa, y me recosté para sacar de mi libretita de nota una hoja donde me puse a escribir dichos versos como puedes ver.

    La mano estaba un poco temblorosa y los trazos de la escritura, poco a poco comenzaron a llenar la hoja. Las nubes blancas me recordaban por su figura a la encrespada Sierra Maestra, aquella otra al Pico Cristal, hasta me pareció ver la Sierra de los Órganos; pulularon por mi mente todo el paisaje cubano, hasta vi los pueblos serranos y el azul del cielo lo comparé con los llanos. Me pregunto: ¿Qué es la patria para usted? No me lo digas con suaves palabras, porque allí donde se encuentra la tumba de nuestros mayores allí también es nuestra patria; pero declamemos juntos el dichoso poema que ya estamos tan cerca del puerto.

    Hay que dar énfasis a ciertas palabras, lo declamaremos en voz alta, la proa será nuestro escenario para tener de público a las gaviotas y garzas, al amoroso pelícano y a las sardinas que saltan. Hay que poner fija la mirada, en la farola del Morro que indica la entrada.

    Mi Bandera.

    Al volver de distante rivera

    Con el alma enlutada, y sombría

    Afanoso busqué mi bandera

    ¡Y otra he visto además de la mía!

    ¿Dónde está mi bandera cubana?

    La bandera más bella que existe

    ¡Desde el buque la vi esta mañana,

    y no he visto una cosa más triste!

    Con la fe de las almas austeras

    hoy sostengo con honda energía

    que no deben flotar dos banderas

    donde basta con una: ¡la mía!

    En los campos que hoy son osarios

    vio a los bravos batiéndose juntos,

    y ella ha sido el honroso sudario

    de los pobres guerreros difuntos.

    Orgullosa lució en la pelea,

    sin pueril y romántico alarde:

    ¡al cubano que en ella no crea

    se le debe azotar por cobarde!

    En el fondo de oscuras prisiones

    no escuchó ni la queja más leve,

    y sus huellas en otras regiones

    son letreros de luz en la nieve...

    ¿No la veis? Mi bandera es aquella

    que no ha sido jamás mercenaria,

    y en la cual resplandece una estrella

    con más luz, cuanto más solitaria.

    Del destierro en el alma la traje

    entre tantos recuerdos dispersos

    y he sabido rendirle homenaje

    al hacerla flotar en mis versos.

    Aunque lánguida y triste tremola,

    mi ambición es que el sol con su lumbre

    la ilumine a ella sola ¡a ella sola!

    en el llano, en el mar y en la cumbre.

    Si deshecha en menudos pedazos

    llega a ser mi bandera algún día

    nuestros muertos alzando los brazos

    la sabrán defender todavía!

    Te contaré ahora si me lo permites una anécdota de mis paseos por el litoral de esta bahía en los años 80 del pasado siglo, siempre que podía daba un paseo en barco, que salía del muelle de Caballería hasta las alturas del Puerto del Mariel, era para mí en aquel tiempo el más largo recorrido que yo podía realizar.

    El último viaje salía un poco antes de las siete, regresaba cerca de las nueve, por lo que se podía contemplar a su regreso La Habana de noche, vista desde el mar, por eso te quisiera anticipar los detalles que te encontrarás al llegar. Muchas veces ensayé declamar esta poesía para declamarla desde la cubierta del buque el día que volviera de vivir en el extranjero. Nunca pensé que se haría realidad, una realidad que hoy se mezcla, entre la fantasía y el tiempo, sin saber poner cada una en su lugar.

    Tanta y tantas veces que viajé en la cubierta del buque para dar rienda suelta a mi imaginación, para lograr sentir y padecer lo que el poeta expresaba aquellos versos. Hoy me es posible experimentar lo que se siente al volver a tu terruño cuando uno ha vivido un tiempo lejos, es posible percibir con los ojos del corazón lo que este sintió cuando abordó del buque en que regresaba del destierro diviso en el inmemorial Castillo del Morro la bandera cubana y la del interventor.

    El viento sopla fuerte en la cubierta, acariciando y envolviendo todo el cuerpo, salpicando a uno de minúsculas e imperceptibles gotas de agua de mar, dejando un sabor salado en nuestros labios, y un olor yodado que perfuma todo lo que encuentra a su paso, es ese característico olor que lo impregna y lo invade todo cuando uno está en el mar. Si te saboreas los labios, sentirás las minúsculas partículas de sal que ya forman parte de tu cuerpo, tus espejuelos están empañados, tu pelo se agita, el viento en tu cabeza se ha vuelto un caprichoso peluquero que enreda tus cabellos, mientras tu mirada está fijas en las onduladas olas del mar.

    Por otro lado, la respiración es jadeante ante el fuerte viento con su penetrante olor y sabor a mar, el mismo que sentimos un poco antes de cocinar y degustar una exquisita langosta, unos camarones, o un delicioso pargo frito acabado de pescar. A nuestra llegada te saludan en bandadas los peces voladores que saltan planeando con acrobacia la ondulada superficie del mar. Mientras más te vas acercando al litoral puedes contemplar el placentero espectáculo de las manchas de sardinas, que son asaltadas por las blancas gaviotas y pelícanos que una y otra vez como un ejército formado en batalla realizan la maniobra de zambullirse capturando los mejores ejemplares.

    Desde cualquier parte de cubierta junto al amanecer entre dos luces, mirando hacia el litoral de La Habana, se aprecia además de la iluminación de la actual farola del Morro con sus doce segundos de oscuridad, sus destellos de luz que irradia sobre el mar y el litoral desde siglo XIX. Me contaba mi bisabuelo que su padre decía que cuando colocaron la actual farola, los habaneros dijeron que en La Habana ya no se necesitaba tener más alumbrado público, porque esta iluminaba toda la ciudad.

    Muchas otras luces son posible ver desde donde estamos antes que acabe de clarear, como son la linterna del capitolio, la bella torre del edificio Bacardí, las Torres del Hotel Nacional, este último se dice que es el hotel insignia de la cadena hotelera cubana. La inmensidad de luces que salen de las multiformes ventanas de los pequeños rascacielos, forman pequeñísimos faros, inundan la capital. La entrada del canal de la Bahía está señalizada como en cualquier otra bahía por boyas que siempre en sus puntas tienen colocadas luces rojas y verdes que van indicando la profundidad del mar.

    El más visible de las boyas es la que está frente al Morro y la de la Punta. Los buques deben pasar por el centro de las dos hileras de boyas que señalizan el canal; el barco pide Práctico, el mismo surca rumbo al puerto después de los pitazos del protocolo marinero el avistamiento se hace con las banderas correspondientes. El Práctico llega a la escala, que se encuentra en estribor, donde saluda al capitán quien le da la bienvenida a bordo. Al mismo tiempo, las banderas del barco le indican al semáforo del puerto que el Práctico está a bordo. El médico le entrega el informe de la travesía y el Práctico indica al piloto las maniobras que ha de hacer hasta el momento del atraque.

    El tiempo ha transcurrido velozmente, mientras te voy explicando desde la cubierta del buque, mientras este pone proa al puerto; los segundos se suceden, el timonel comienza la maniobra, esto se produce a tres millas de la entrada del canal. El buque al llegar a la altura de la plaza suena de nuevo el silbato, en señal de saludo a la vetusta plaza. Si este fuera un buque de cualquier armada, en el semáforo del puerto lo indicaría colocando la bandera de su pabellón nacional por encima de la bandera de avistamiento, indicará que es un buque de guerra, saludaría con todos los oficiales y marineros en cubierta en formación regular, la plaza le respondería con veintiún cañonazos de salva según antiquísima costumbre protocolar; pero lo que te estaba explicando hace un momento está a punto de acontecer, suena en ese momento un agudo pitazo.

    Nuestro buque está pasando ya, todo resulta pequeño, la bella estructura artística de acero, madera y otros materiales se va deslizando por el canal y los edificios van sucediendo uno tras otros, como en la tramoya de un escenario, tan hermoso es este espectáculo que solo puedes repetirlo en la bahía de Cádiz, en cualquier otra bahía no será igual. Ya estamos en la entrada del canal de un lado el malecón, los edificios emblemáticos, el Castillo de San Salvador de la Punta, una estatua de un navegante y en el suelo las losas que traía un barco que naufrago en esta bahía, el Túnel de la Bahía, el Parque de las Misiones al fondo el antiguo Palacio presidencial.

    Se pueden apreciar en el parque la estatua del Mayor General Máximo Gómez, seguidamente el parque del Anfiteatro de la ciudad, entre las varias estatuas de este parque se distingue la del primer japonés que pisó tierra cubana, después del castillo que está fabricado con las piedras de La Maestranza, es de la época republicana; un poco más adelante se puede ver restos de las murallas, el baluarte de la maestranza y el otro que queda es el baluarte del Ángel que se puede ver al lado del antiguo Palacio Presidencial, no sé si te fijaste desde donde estamos.

    Esa es la novísima fachada del vetusto e ilustre seminario de San Carlos y San Ambrosio, delante de la misma está la estatua del mentor de la educación cubana, José de la Luz y Caballero (su lugar originalmente de esta última fue donde hoy está la del generalísimo como le llamamos los cubanos a Máximo Gómez). Del otro lado, se suceden las siguientes edificaciones significativas: El Castillo de los Tres Reyes del Morro, La Batería de los Doce Apóstoles, la Batería de la Divina Pastora (hoy ambas convertidas en restaurantes), El Castillo de San Carlos de la Cabaña, la carbonera que por mucho tiempo llenó la barriga de los barcos que los alimentó para que estos pudieran llegar a nuevos puertos, mientras sus ocupantes rompían un nuevo corazón, según el dicho marinero, ellos tienen en cada puerto un amor.

    Entre la vegetación siempre verde hasta la cima de la loma donde sobresale la imagen del famoso Cristo de La Habana, esculpido en mármol de carrara por Jilda Madero y traído de Italia en 1958; el Observatorio Nacional, con su redonda cúpula donde estuvo el telescopio, y más abajo el pequeño poblado de Casa Blanca. El gobierno de Cuba en diciembre de 1945 le declaraba la guerra a Alemania, Italia y Japón, como consecuencia, frente al Castillo de la Real Fuerza y al lado de este existe un pequeño (aunque no deja de ser significativo) monumento a los marinos que dieron su vida en la Primera y Segunda Guerra Mundial, ya que Cuba participó en esta contienda de forma muy exigua, pero dio hombres que engrosaron la lista de muertos de aquella histórica contiendas.

    A unos pocos metros pegados al mar se asienta la vieja fuente dedicada al dios Neptuno, hoy emplazada en su lugar original que estaba anteriormente en el Parque del Vedado y que mucho antes presidió la calle que lleva su nombre, este dios que al parecer emerge de las agitadas olas del malecón habanero, del cual mana chorros de agua que graciosamente saltan desde sus surtidores situados a su alrededor. Desde cubierta, por la parte de proa se puede apreciar la amplia bahía de Bolsa, con sus tres ensenadas: aquella es la de Atarés, aquella otra la de Marimelena y la del lado de acá la de Guasabacoa; los espigones de los muelles siempre robándole espacio al mar donde puedes ver varios buques atracados.

    Es simpático que las embarcaciones se clasifican teniendo en cuenta su porte, por ejemplo, esa que está allí diríamos que es un buque de gran porte, porque si te fijas tiene marcado su peso bruto en 10.000 toneladas, diríamos que aquella otra fondeada en la bahía del lado del poblado de Casa Blanca es mediano porte. La otra que ves allí fondeada en el espigón de la Marina tiene 500 toneladas de registro bruto y menos de 10.000; bueno esa otra de pequeño porte es una embarcación de menos de 500 toneladas. Pero a lo largo del canal puedes ver unas tan pequeñas, que no entran en ninguna de estas categorías llamadas cachucha, botes y hasta algunas lanchas fondeadas muy cerca del muro del malecón y de propiedad particular, solo sirven para irse a pescar, no me atrevería salir mar afuera en una de ellas para pescar.

    Para este momento ya la emoción ha llegado a ponerme nervioso, y cuando pasamos por delante del edificio de la Marina, no me queda más remedio que ir a mi camarote. Al volver han comenzado las maniobras de atraque. Las manecillas del reloj dicen que son casi las once, mientras con precisión casi milimétrica comienzan las maniobras propias del atraque. Sueltan los frenos y pernos, tiran las anclas, nosotros estamos en cubierta, observando con detalle cuando se tiran los cabos y las amarras, a la vez que se sueltan los estrobos; de un lado a otro se mueven los oficiales de cubierta y los marineros, como las hormigas locas que laboran para asegurar el sustento, todo esto se produce al ritmo de disciplinada coordinación que se me parece a los engranajes de un viejo reloj.

    En este momento el Práctico que permanecía abordo le entrega de nuevo el mando al capitán. El médico a bordo dispone de la tripulación y de los viajeros, se hacen los últimos saludos del protocolo marinero y con un pitazo se da fin a las complicadas maniobras del atraque. Mientras mis labios se movían trémulamente casi podían compararse con un suave susurro, más bien, podría decirte que mis labios se movían como cuando una vieja magulla, un Ave María de las decenas del rosario, tarareando una de las estrofas de la famosa guajira de Blas de Otero que muchas veces escuche de los labios de mi abuelo.

    "Habana de mis amores

    donde parece mentira

    el humo de sus vapores...".

    La oficialidad baja, al igual que los pasajeros, junto a tus pasos y los míos nos acompañan cientos de pasos que buscan las afueras del muelle, son pasos apurados y seguros, aún mientras se realiza un saludo al que se cruza a nuestro lado, una disculpa al que tropieza para ir rompiendo filas hasta llegar a la calle. Todavía se puede ver la antiquísima pavimentación de los viejos adoquines en el viejo espigón del muelle de Santa Clara. También en suelo del espigón se pueden ver las líneas de los ferrocarriles, los espigones se convierten en calles empedradas que nos recuerdan las primeras pavimentaciones de la ciudad; estos espigones descansan sobre arcanos pilotes que se mueven, para mí siempre ellos resultan un simpático robo que le hacemos al mar.

    VII

    Nuestro primer almuerzo, camino al poblado de Regla

    Son un poco después de las once de la mañana, ¡vaya que calor hace!, el sol empieza fuertemente a calentar, el olor de los sacos de azúcar que sale de los muelles, con una suave brisa que se va y vuelve acariciando la piel para hacer más suave el calor de la ciudad; con ese olor tan característico de los muelles. Mi memoria olfativa enseguida vuelve acordarse que estamos en los muelles de La Habana y no en otro puerto de cualquier otra ciudad. Es imposible que La Habana no nos llene de su música; lentamente comienza a llegar a nuestros oídos una deleitable mezcla de música que salen desde los cafés que pululan en este vecindario.

    Enfrente de estos y frente a nosotros la fachada de un viejo café que yo solía visitar y tomar en él unos tragos, además de comer, después de cruzar la calle de San Pedro que nos separa con sus raíles del ferrocarril y su adoquinado pavimento de aquel café. Nos encontramos en este momento en la esquina de la calle Sol y San Pedro, donde se encuentra ubicado el flamante Café. Este se perfila ante nuestras pupilas como un lugar muy apetitoso, porque los olores que salen de la cocina no los hacen imaginar; según puedes leer en letras grandes el conocido nombre de: Los Dos Hermanos (el mismo nombre también puede leerse en inglés) fue uno de los cafés favoritos de García Lorca cuando este visitó La Habana en 1930.

    De él sale la música que invade la calle que hace que mueva el esqueleto junto al aroma que produce los deliciosos manjares que nos esperan. Apuramos el paso, y en un santiamén, nos encontramos frente a las mamparas que de un suave tirón nos permite encontrarnos en el interior; muy pronto después de dar un vistazo nos sentamos en la mesa y en nuestras manos, como arte de magia el tabloide con el delicioso menú. En un dos por tres llega el diligente camarero y nos dirige la misma pregunta de siempre: ¿Qué van a ordenar de aperitivo?, ¿qué van a ordenar para comer?.

    La mirada ya está puesta en todo el entorno, los cuadros y demás adornos, la vieja barra. Con su vitrina llena de botellas de bebidas, Pedro Dome, Tres Toneles, Fray Angélico, Felipe II, Ron Matusalén, Guayabita del Pinar, Ron Havana Club. El cantinero como siempre detrás de su cantina. Mientras en las mesas se charla de cualquier tema para pasar el tiempo que hay que esperar, además de escuchar en la vitrola la canción Dos Gardenias.

    Me gustaría charlar sobre lo que haremos luego de almorzar, como el barco atracó en el muelle de Santa Clara, nos encaminaremos hasta el muelle de Luz que está a unos pasos para tomar allí la archifamosa lanchita de Regla. Por ser día siete de septiembre y para colmo sábado, la fila será larga, y para amenizar dicha espera tendremos al manisero, al tamalero, el churrero, el dulcero, con su pregón el frutero con su manual máquina de pelar naranjas, la dulce naranja china que siempre da su rico zumo y deleita el paladar. El dulcero no solo lleva en su tablero el exquisito masarreal, sino los deliciosos coquitos acaramelados, la panetela borracha, las marquesitas, el panque; el tablero lo lleva en la cabeza, moviéndose por entre la gente con cierta habilidad.

    Sí, yo esperaba ver eso como cuando niño, pero no sé lo que me voy a encontrar, ya que eso fue hace más de veinte años atrás. Espero llegaremos

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