Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El Deseo De Vivir: Entre la Vida y la Muerte en los Campos de Concentración en Chile, 11 de septiembre de 1973
El Deseo De Vivir: Entre la Vida y la Muerte en los Campos de Concentración en Chile, 11 de septiembre de 1973
El Deseo De Vivir: Entre la Vida y la Muerte en los Campos de Concentración en Chile, 11 de septiembre de 1973
Libro electrónico413 páginas5 horas

El Deseo De Vivir: Entre la Vida y la Muerte en los Campos de Concentración en Chile, 11 de septiembre de 1973

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El presente libro no es tomado de la vida real, ES UN CASO DE LA VIDA REAL, la vida del protagonista.

El libro describe en una forma amena la vida del autor desde su infancia, con las travesuras propias de su edad; su vinculación y estadía en la Armada de Chile, las aventuras vividas como marino en la Isla Quiriquina, la Base Naval de Punta Arenas y Valparaíso; su detención en la Quinta Normal Santiago de Chile, en las cárceles y en los campos de concentración, los tormentos que debió soportar y las varias veces que estuvo a un paso de la muerte, acusado injustamente de sedición y motín en el juicio de los marinos constitucionalistas que se oponían al golpe militar del 11 de septiembre de 1973, pese a que rechazaba los planes sediciosos de la Armada, oficialmente, no formaba parte del grupo y su oposición, era netamente personal.

Es una obra humana que muestra sin tapujos los horrores cometidos por algunos militares en el régimen que vivió Chile de 1973 a 1990

Para escribir este libro, el autor viajó atrás al pasado en el tiempo en que vivió lo ocurrido; está escrito usando el mismo lenguaje sin escatimar el vocabulario original de la juventud de esos años, recordando el momento, sin pensar en la gramática, presentándole al lector la oportunidad de vivir y sentir el drama de la situación.

La acción, la aventura y el dramatismo son narrados con sentimiento, risas y lagrimas de un ser humano.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 sept 2019
ISBN9781643341279
El Deseo De Vivir: Entre la Vida y la Muerte en los Campos de Concentración en Chile, 11 de septiembre de 1973

Relacionado con El Deseo De Vivir

Libros electrónicos relacionados

Biografías y memorias para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El Deseo De Vivir

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El Deseo De Vivir - Jaime A. Espinoza

    cover.jpg

    El Deseo De Vivir

    Jaime A. Espinoza

    Derechos de autor © 2019 Jaime A. Espinoza

    Todos los derechos reservados

    Primera Edición

    PAGE PUBLISHING, INC.

    Nueva York, NY

    Primera publicación original de Page Publishing, Inc. 2019

    ISBN 978-1-64334-126-2 (Versión Impresa)

    ISBN 978-1-64334-127-9 (Versión electrónica)

    Libro impreso en Los Estados Unidos de América

    Table of Contents

    CAPÍTULO I

    CAPÍTULO II

    CAPÍTULO III

    CAPITULO IV

    CAPITULO V

    CAPÍTULO VI

    CAPITULO VII

    A mi amigo Edgar Van den Berghe, sin su empuje, apoyo e insistencia nunca hubiera podido terminar este libro, yo después de 35 años viviendo en Estados Unidos, la falta de práctica de la gramática española, el tiempo reducido por mi trabajo, mi nivel educacional de primero de enseñanza media, pero él, como profesor me enseñó a creer en mí, que las cosas grandes cuestan sacrificios, que nada es imposible y que con dedicación y perseverancia lograría mis metas; así fue que me di a la tarea de escribir mi biografía en cada momento disponible; trabajando juntos sábados y domingos por años, corrigiendo mi ortografía, riendo a carcajadas juntos, y también llorando; juntos logramos terminar esta obra que ahora les presentamos; mis más sinceros agradecimientos y con ella le rindo un homenaje por su colaboración y paciencia.

    A mis compañeros de infortunio, en especial a Ernesto Zúñiga (Q.E.P.D.), muerto por la dictadura militar y a Gastón Gómez, con quienes nos dábamos soporte moral y psicológico, para poder sobrevivir en los momentos más trágicos de esta dura experiencia.

    A los ex marinos Julio Gajardo, Jaime Salazar, Nelson Córdoba, (Q.E.P.D.), Víctor Martínez, Santiago Rojas, Juan Dotte, Sergio Fuentes, Rodolfo Claro, Bernardo Flórez, Pedro Lagos, Carlos Alvarado, Ricardo Tobar, Tomas Alonso, Pedro Blasset y todos los marinos constitucionalistas con quienes estuve detenido en los campos de concentración que se narran en este documental. Con los primeros seis marinos me reuní en el mes de julio del 2005, en mi casa en Nueva York, en un emotivo encuentro después de 30 años sin vernos.

    Estos amigos, me suministraron y complementaron la información, algunas de ella altamente confidenciales y que relatamos en este libro.

    A Angie Van den Berghe por su colaboración en la edición del material gráfico.

    A Jaime Salazar (El Mente) por ayudarme a recordar algunos momentos vividos en prisión.

    A Carmen Moreira por el suministro de la información periodística

    A Eduardo Espinoza, mi padre, por guardar los periódicos de esa época, sorprendido de ver la foto de su hijo acusado de sedición y motín.

    A Luis Cerpa, por viajar desde Canadá para ayudarme con la acentuación y parte de nuestra historia.

    Prefacio

    Para escribir este libro, el autor viajó atrás, al pasado en el tiempo en que vivió lo ocurrido; está escrito usando el mismo lenguaje, sin escatimar el vocabulario original de la juventud de esos años, recordando el momento, sin pensar en la gramática, presentándole al lector la oportunidad de vivir y sentir el drama de la situación.

    La acción, la aventura y el dramatismo son narrados con sentimiento, risas y lágrimas de un ser humano. El presente libro no es tomado de la vida real, es un caso de la vida real, la vida del protagonista. El libro describe en una forma amena la vida del autor desde su infancia, con las travesuras propias de su edad; su vinculación y estadía en la armada de Chile, las aventuras vividas como marino en la isla Quiriquina, la Base Naval de Punta Arenas y Valparaíso; su detención en la Quinta Normal Santiago de Chile, en las cárceles y en los campos de concentración, los tormentos que debió soportar y las varias veces que estuvo a un paso de la muerte, acusado injustamente, de sedición y motín, en el juicio de los marinos constitucionalistas que se oponían al golpe militar del 11 de septiembre de 1973, porque, pese a que rechazaba los planes sediciosos de la Armada, oficialmente, no formaba parte del grupo y su oposición, era netamente personal.

    Es una obra humana que muestra sin tapujos los horrores cometidos por algunos militares en la dictadura militar que vivió Chile de 1973 a 1990

    Figura N° 1

    Mapa de Suramérica

    Figura N° 2

    Mapa de Chile

    Fuente: The Land and People of Chile by J. David Bowen

    Objetivo

    Presentar, mediante este documental, al mundo entero, la vivencia de las atrocidades y tormentos sufridos por el autor, Jaime Espinoza, durante el período comprendido entre julio de 1973, a diciembre de 1975, por parte de un grupo de militares y personas que lo interrogaban en un idioma español con acento.

    Mostrar, en forma verídica, la historia de un marino de la Armada de Chile, que se opuso a matar a sus compatriotas, ya que consideraba que ello conllevaría a una guerra civil entre hermanos; por ello relato en este libro las tremendas consecuencias que tuve que pagar por esa osadía.

    Presentar un documento histórico y completamente veraz, para que el mundo entero y especialmente los chilenos que ignoran o niegan tozudamente la realidad vivida en la difícil época del régimen militar, que espero de corazón, no se vuelva a repetir en nuestro querido Chile, y que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, puedan disfrutar de una patria democrática y libre.

    Servir como un tributo a los chilenos que perdieron sus vidas por el simple hecho de cometer el pecado de oponerse a torturar y matar a sus compatriotas. Pero también respeto a aquellos que no pudieron rebelarse porque pagarían con sus vidas, que sintieron el sufrimiento de haber sido los verdugos y que también tuvieron que resignarse a aprender a vivir con tan doloroso trauma.

    Dedicar este libro a todos los marinos que estuvieron conmigo en los campos de concentración, los que sobrevivimos a tan horrendos suplicios y que en esos momentos estábamos unidos, como hermanos, como una sola familia, con lo cual nos dábamos apoyo y ayuda moral, la que nos servía como un aliciente, como un bálsamo para curar nuestras heridas físicas y psicológicas.

    Invitar a mis compañeros de infortunio, por medio de este libro, a que limemos nuestras diferencias ideológicas y continuemos viviendo como hermanos, como lo hicimos durante el largo tiempo de cautiverio; todos teníamos una causa común, como fue la del apoyo mutuo de supervivencia, que nos dimos cuando lo necesitábamos y que ahora al pasar el tiempo, cuando recordamos los pocos momentos alegres y los muchos tristes que pasamos juntos, los que llevaremos perennemente por el resto de nuestros días; volvamos a unirnos y gritemos desde lo más profundo de nuestros corazones, ¡Viva la Armada chilena! ¡Viva Chile!

    Para todos ellos presento, por medio de este trabajo investigativo de escritura, que realizamos con el profesor Edgar Van den Berghe, un sencillo homenaje de aprecio y admiración, llevándolos en mi corazón por el resto de mis días.

    El recuerdo de lo vivido para redactar este documento está mezclado de rabia y lágrimas, rabia por la impotencia que tenía para defenderme de los tormentos que sufrí, ya que casi siempre, cuando recibía los castigos y suplicios me tenían encadenado, esposado y con la cara cubierta por una capucha y lágrimas, las que derrama un hombre cuando se siente impotente y atropellado por la injusticia, habiendo perdido su libertad y ultrajado en lo más íntimo de su ser; máximo que durante esos dos largos años fui injustamente acusado de acciones que nunca había cometido y que al final, al darse cuenta de su error, había perdido dos años de mi vida, tuve que salir del país huyendo de la violencia y de la persecución oficial y con los traumas físicos y psicológicos que me quedaron, algunos de ellos imborrables, esas son las heridas del alma, las que no se curan, ni se pueden olvidar.

    El libro, he tratado de escribirlo con las palabras textuales, como sucedieron en la vida real, algunas de ellas son chilenismos, utilizando en él exactamente las mismas expresiones pronunciadas y vividas por los protagonistas, muy comunes en nuestra jerga chilena, pero desconocidas para otros países.

    Jaime Espinoza

    Introducción

    Una vez más en la noche se escuchaban los gritos desgarradores

    ¡Ahhhh! ¡noooo! ¡nooooo! ¡nooooooo! ¡no disparen!

    Gritando, abría mis ojos y una vez más me despertaba dando patadas y moviendo los brazos sintiendo el dolor de los golpes que recibía en mi cuerpo, con la respiración agitada y transpirando, con una sequedad en la garganta que dolía; escuchaba la voz de Gloria, mi compañera, quien encendía la luz diciéndome con agravio y voz alta — ¡tú estás loco!, tienes que buscar ayuda estoy cansada de tus golpes y de tus pesadillas; me voy a dormir con mi hijo a su cuarto— Alzando mi cuerpo me sentaba en la cama, con mi pelo y cuerpo mojado en sudor, mi respiración descontrolada, mi corazón quería salir de mi pecho, lo sentía tan real como la pesadilla vivida, así pasaba un lapso de tiempo, a veces me levantaba y me iba al baño a buscar agua para mojarme la cara; al ver mi rostro pálido y angustiado en el espejo, bebía agua y trataba de calmarme; otras veces no podía evitar las lágrimas y mi mente viajaba atrás, atrás a mi pasado, pero que para mí siempre ha estado presente, de esta forma se manifestaba mi cuerpo después de los primeros cinco años que me pusieran en libertad.

    Ahora han pasado casi 40 años y aun las heridas y cicatrices perduran en mí. Momentos imborrables que marcaron una sentencia en mis recuerdos.

    Nunca me llegué a imaginar que aquel muchacho inocente que un día soñó con ser un hombre de mar, un marinero iba a terminar en este trauma causado por las torturas.

    Me encontraba yo conversando con una muchacha de nombre Margarita, a 3 casas de distancia de donde yo vivía en el pasaje 21 sur de la población José María Caro en Santiago de Chile; aquí las calles eran de tierra y sus casas humildes construidas por el gobierno, era una construcción grande dividida en dos casas con una muralla al centro, que era la parte más alta, donde colindaban y caían los dos techos para ambos lados, cada una solamente con dos habitaciones, el baño se encontraba separado de la casa, en medio de las propiedades, también dividido por una muralla al centro, todas las casas tenían un ante jardín o un encierro; donde precisamente me encontraba con Margarita, cuando escucho una voz diciéndome — ¡Jaime, ve a ver a tu madre que parece que estuviera muerta!—, era mi padrastro Oscar Molina, sujetando de la mano a mi pequeño hermano Osvaldo, quien tenía 4 años; reaccioné abriendo mis ojos y con un grito pregunté, —¿Dónde está?— El me respondió, —a donde la comadre Matilde—; no había terminado de decirlo cuando de un salto salí corriendo, eran cinco cuadras, corría y corría desesperado como un loco, como nunca lo había hecho, me parecía que nunca iba a llegar, al mismo tiempo le pedía a Dios que no se la llevara, que yo la necesitaba, que fuera solo algo pasajero que no fuera nada grave, que me la ayudara a mejorar.

    Al llegar, entre corriendo y casi gritando pregunté, —¿A dónde está?—, me contestaron, —está en el dormitorio— rápidamente me encontré a sus pies; al ver su cuerpo sobre la cama y su color de piel morado, entendí que había llegado tarde; mientras las lágrimas corrían por mi rostro, me arrodillé a su lado, tocando su mano la alcé y la besé diciéndole, —madre no me dejes, te necesito— pasaron unos segundos, reaccioné y pensé, quizás es un ataque, un ahogo y los doctores aún pueden salvarla; con esa idea en mi mente, salí corriendo en busca de un taxi; en la población en que yo vivía, había que salir a las avenidas principales para encontrar transporte; en ese momento no había lugar para el cansancio, corrí hasta encontrar un taxi, subí y le di la dirección de la casa, casi sin que hubiera parado, desesperado salté fuera, y corrí hasta la habitación donde se encontraba, mi tío Tolín fue a levantarla, yo le grité autoritariamente —¡no, nadie la toque!— yo la alcé con las fuerzas dadas por la desesperación, la sentí como una pluma en mis brazos, y me dirigí al auto, al entrar apoyé su cabeza en mi regazo, como ella lo hacía cuando yo era pequeño; llegamos a la clínica, corriendo la entregué a unos enfermeros que vinieron a auxiliarme con una camilla, uno de ellos exclamó —esta señora parece que estuviera muerta— esas palabras eran como una daga en mi corazón; pero mi cerebro rehusaba aceptarlo; después de un lapso de tiempo el doctor se aproximó diciendo, —lo siento, pero falleció de un derrame cerebral— me dirigí al cuarto donde se encontraba y la abracé fuertemente, quería despedirme de ella, era el último adiós, lloré sobre su cadáver, estuve un tiempo así, recostado sobre la camilla en que la habían colocado; mi padrastro Oscar se acercó a mí y fríamente me dice: —¡ya déjate de llorar cabro!—; esas palabras me sorprendían y me molestaban, en ese momento me pregunté si él había amado de verdad a mi madre, pues para mí era tan difícil aceptar esta realidad. La persona que me dio mi existencia, ya no estaba conmigo y con ella perdía mi soporte moral y económico. Era el 6 de diciembre de 1970, yo tenía dieciséis años y vivíamos en Santiago de Chile.

    A la muerte de mi madre, decidí continuar con los trámites para ingresar a la Armada de Chile, ella y yo lo habíamos hablado como una opción para mi vida, ya que carecíamos de recursos económicos para pagarme una educación, me sentía muy solo, no contaba para nada con mi padre, debido a que a los 14 años me fui de su casa, por los castigos físicos, ya que me veía como un muchacho demasiado travieso; y no me daba ese amor filial que necesitaba sentir cada joven, vivía en una casa, pero no tenía un verdadero hogar.

    Todos los días sentía más la falta de mi madre, aunque yo adoraba a mi abuela; constantemente me preguntaba ¿Por qué mi madre había muerto estando yo tan joven?, ¿por qué el destino había sido tan cruel conmigo? Me hacía muchas preguntas que quedaban sin respuesta, siempre pensaba en mí y en mis hermanos pequeños, yo tenía una responsabilidad moral y sentimental con ellos, debido a que mi hermana Oriana sólo tenía 9 años y Osvaldo 4; ¿cuál sería su futuro?; eran tan chicos e indefensos; ambos los había tenido en mis brazos, además pensaba en ¿cuál sería mi destino?; estudié y analicé varias alternativas para encauzar mi vida; estaba completamente desorientado; más por necesidad que por amor a la Armada, decidí aplicar para esta institución; nunca me imaginé que posteriormente llegaría a amarla y a portar con orgullo el uniforme como grumete de la Armada de Chile.

    CAPÍTULO I

    Mi vida en la armada de Chile

    Figura N° 3

    Jaime Espinoza, con su uniforme de la Marina de Chile en 1971

    La primera vez que llevé los papeles, por poco me devuelvo, la fila de aspirantes era de varias cuadras, pero me propuse a hacerlo y me dije, lo tengo que llevar a cabo no tenía otra alternativa, además mi madre me había enseñado que lo que se comienza se debe terminar; ese año se presentaron a dar la prueba de solicitud cerca de 15.000 aspirantes; la selección era bien rigurosa; después del examen físico y de las pruebas y exámenes educacionales las cuales fueron realizadas en la quinta normal en Santiago, solamente reclutaron 700 aspirantes para seguir la carrera naval; entre ellos me encontraba yo; había sido el primer logro de mi vida, el cual me sirvió de aliciente para vencer los futuros retos que se me presentarían en mi carrera en la Armada de Chile.

    Yo fui asignado a la Escuela de Grumetes en la Isla Quiriquina en Talcahuano. Se nos informó que debíamos presentarnos en la base naval Quinta Normal en Santiago, para luego ser trasladados a una base en Valparaíso; en un bus similar a como lo hacen las empresas cotidianas, al llegar y divisar el mar con su gran bahía muchos barcos mercantes, botes de pesca, veleros, y la poderosa flota naval, era un verdadero espectáculo que me invadía de emoción.

    En la base se nos dio una bolsa verde grande de lona, para meter toda nuestra nueva vestimenta, zapatos, botas, camisas, pantalones hasta cepillo de dientes todo lo recibía con alegría y admiración, la mayoría de los marinos estábamos felices y sonrientes, pensando en que por fin habíamos logrado el sueño esperado por mucho tiempo, pertenecer a la Armada; habíamos hecho planes de recorrer el mundo, conocer muchos lugares, ser hombres de mar; correr aventuras y tener en cada puerto un amor; aquí permanecimos, conociendo las instalaciones y recibiendo instrucción militar; pero todos queríamos ir al mar, colmar nuestros sueños, con esa ilusión optimista de los jóvenes soñadores que piensan en la vida color de rosa, en las aventuras y los retos con finales felices, como en las películas, sin que nunca pasara por nuestra mente el peligro y las acciones negativas que deberíamos vivir; cuando se es joven, se es iluso, y poseemos un optimismo que contagia pero que hace vivir una ilusión.

    La primera experiencia en el mar la tuvimos una semana después, en el barco petrolero Araucano, que nos transportó desde Valparaíso hasta la isla Quiriquina en Talcahuano; la travesía duró 12 horas, la cual nos pareció una eternidad, pues casi todos los recién llegados, por los movimientos de subir y bajar, más el vaivén que hacia el barco en alta mar, nos mareamos y nos dieron vértigos, la mayoría tuvimos que vomitar, agarrados de los cables de babor y estribor de la cubierta; después de unas pocas horas, ya no teníamos más que vomitar y solamente salía un líquido amargoso que producía un olor nauseabundo; un sargento ya con años de experiencia pasaba por ahí y nos dijo burlándose, — ¡Si botan algo negro peludo, tráguenlo de vuelta porque es el culo!— yo lo quede mirando disgustado sin encontrar el humor o la gracia de vernos en tal mal estado. Cuando por fin arribamos a la isla Quiriquina, en Talcahuano todos estábamos de color pálido amarillo, con el estómago vacío y sin fuerzas para poder sostenernos, ya que nos sentíamos muy débiles; esa fue nuestra primera prueba de fuego.

    La bienvenida fue a puro grito y con autoridad militar despectiva; al día siguiente cinco compañeros pidieron la baja; estaban completamente desmoralizados y con sus ideales hechos trizas; qué poco les había durado su sueño de ser marinos; sus ilusiones estaban por el suelo; se sintieron incapaces de continuar, a pesar del ánimo que les dábamos; muy pronto se dieron cuenta que la vida en la marina no es del color rosa que ellos se habían imaginado inicialmente.

    Al llegar nos distribuyeron en literas (camas camarotes), en unos galpones que eran unos dormitorios grandes llamados divisiones, en los que había al menos 130 camas por cada galpón, se armaron 6 divisiones, rápidamente nos dieron instrucciones; a las 5:15 AM es el despertar, van a oír la corneta tocando La Diana, y a las 10:00 PM van a oír la corneta tocando el tono silencio, después de esto, no se debe escuchar ningún ruido.

    El siguiente día fue de instrucciones y organización y por supuesto, debíamos pasar por un lindo corte de pelo; los que más se divertían eran los peluqueros; cuando entraba un melenudo tenían la ironía de preguntarle, —¿cómo lo quiere?, ¿qué estilo?— más de alguno contestó —no muy corto— y los peluqueros decían —muy bien— le ponían la máquina cero en la frente y se la pasaban por el medio de la cabeza hasta llegar al cuello, se lo quedaban mirando y le preguntaban: —¿te gusta así?— nosotros que ya estábamos pelados mirando por la ventana, soltábamos la risotada, todos quedábamos completamente rapados.

    La escuela estaba ubicada a las orillas de la playa en La Isla Quiriquina; temprano en la mañana aún oscuro, despertábamos de un salto o del susto al oír el sonido de la trompeta tocando la diana y, con gritos demandantes nos ordenaban, solamente en traje de baño a salir afuera en formación de marcha; luego nos dirigían hacia la arena de la playa, nos ordenaban en línea mirando el agua, y dándonos órdenes a gritos nos decían, —¡Al agua!, ¡Al agua!— todos corríamos para lanzarnos al mar en piquero, en un agua que es sumamente helada, al salir veníamos tiritando de frio para tomar formación, ahí estaban dos sargentos y un cabo, alumbrándonos con una linterna, asegurándose que viniéramos completamente mojados; no faltaron los vivarachos que llegaban solamente a la orilla del mar con el agua hasta los tobillos y con las manos se mojaban solamente parte del cuerpo, al darse cuenta los instructores, los hacían caminar hacia el muelle y de una patada en el culo los tiraban al mar; —en la marina no hay lugar para trampas—, gritaba el sargento.

    Inmediatamente después del gélido baño en el mar, con nuestros cuerpos tiritando del frio, nuevamente en formación nos llevaban trotando de vuelta al salón de dormitorio para bañarnos y quitarnos la sal, hacíamos líneas para entrar a las duchas, completamente desnudos, en unos baños sin puertas, en los que el pudor que traíamos de la casa y con el que nos habían criado, quedaba completamente destruido; las duchas tenían una entrada y una salida, eran como un túnel; aprendimos rápidamente, que el tiempo era un factor muy importante al entrar, mojarse, y jabonarse, siempre caminando lentamente sin detenerse; de lo contrario se escuchaba una voz que decía: —cuidado compadre que lo clavo— A veces la advertencia era demasiado tarde, y venían los alegatos, —¿qué te pasa conchetumadre, andai muy alzao?—; además, si a alguien se le caía el jabón, era una tragedia, había que recogerlo lo más rápido posible y volver el poto contra la pared.

    Con el tiempo pudimos superar el pudor y nos volvimos sinvergüenzas, por ser jóvenes llenos de vitalidad y energía, amanecíamos con los penes erguidos; algunos adoptamos la costumbre de usarla de colgador, yo me colgaba la toalla para caminar hacia las duchas, uno de ellos sintió celos y se colgó las botas diciendo, —pero estos son más pesados— Este fue uno de los cambios a la vida militar, ese era sólo el principio de los cambios que tendríamos que vivir más adelante.

    A las 6:00 AM pasábamos al desayuno, el cual constaba de avena con leche y pan con té.

    A las 7:00 AM se llevaba a cabo la formación general de toda la escuela, que consistía en 7 divisiones de 135 grumetes, inmediatamente procedíamos a realizar entrenamientos de infantería y ejercicios físicos, los cuales duraban toda la mañana y parte de la tarde.

    La infantería consistía en llevar las armas con las correas cruzadas sobre los hombros, sosteniendo los estuches llenos de municiones, el casco, y el fusil con la bayoneta; con todo este armamento, debíamos correr por los cerros; ahí sudábamos la gota gorda; además, debíamos aprender los pasos militares precisos y bien marcados, que debían ser lo más cercano a la perfección; a las 12 recibíamos el almuerzo, el cual era una comida normal, pero para nosotros jóvenes que estábamos entre los 16 y los 20 años, en pleno desarrollo, y cansados después de un ejercicio físico de 4 horas, nos parecía escaso, casi siempre quedábamos con hambre.

    Por la tarde realizábamos un poco más de infantería, además, para volvernos verdaderos marinos, nos llevaban al mar a remar, navegar en vela, conocer los barcos, concurso de regatas, competencias de jalar la soga, carreras en las canchas de obstáculos y concursos de atletismo; aprender a disparar fusiles y ametralladoras de alto calibre; era un entrenamiento que aunque duro y agotador, era interesante.

    En una ocasión estábamos haciendo turno para disparar una ametralladora de 20mm (ver fotografía de la Figura N° 3); había que apuntarle a un blanco que consistía en una balsa flotante en el mar aproximadamente a unos 500 metros; todo iba muy bien y yo esperaba ansioso mi turno, cuando uno de los reclutas tuvo una crisis nerviosa apretó el gatillo y empezó a moverse como sufriendo un ataque de epilepsia se salió del blanco y disparaba para todos lados, el sargento gritó tierra, mientras el cabo, con especialidad en artillería, se abalanzó sobre él y lo retuvo apuntando hacia el mar hasta agotar las municiones, hasta ahí llegó la práctica; me quede con las ganas de disparar, el recluta, poco tiempo después, fue dado de baja.

    Poco a poco íbamos perdiendo aspirantes a marineros por diferentes motivos; se necesitaba determinación fortaleza y corazón; recuerdo cuando leí el libro La Araucana escrito por el español Alonso de Ercilla donde identificaba a estos indios chilenos como los más fieros e indomables en sus viajes de conquista por el mundo, yo me decía, si tengo aunque sea una gota de esta sangre, voy a pasar todos los obstáculos.

    Siempre descubríamos algo nuevo, dentro de la vida militar que nos preparaba para defender el territorio patrio de una posible guerra.

    Nuestro sargento instructor dijo en una oportunidad algo muy sabio que nunca olvidaré, —Es nuestro deber prepararnos en tiempo de paz para la guerra—, y si algún día llega, estaremos preparados; la que nunca se llevó a cabo, pero que sirvió para acrecentar nuestro amor por la patria y por sus símbolos.

    Los tres primeros meses estuvimos completamente encerrados, sin recibir visitas, ni poder salir de la base; después de ese período de tiempo, todos los fines de semana, nos íbamos al puerto, en el trasbordador de la Armada llamado El Meteoro.

    Al llegar, nos dirigíamos a los parques o a los restaurantes, para ver qué mujeres podíamos conseguir, o le pedíamos a algún conocido de la zona que nos presentara alguna amiga; en las noches frecuentábamos los bares y los prostíbulos; yo aprendí a beber cerveza, bailaba y me divertía, siempre me ha gustado ser una persona alegre, me gusta reír; poco a poco mis compañeros iban desapareciendo después de enamorarse y calentarse se iban a acostar con su enamorada, yo me despedía con la excusa de que le había prometido a mi novia no tener encuentros amorosos, pero a la mujer que compartía conmigo le daba una buena propina, para que no sintiera su tiempo perdido.

    Al cabo de unos meses, un amigo de nombre Ramón se me acercó y me dijo: —cuéntame la firme, ¿eres homosexual?—, me le quede mirando, sorprendido y exclamé —¡noo hueón! ¿estás loco?— —entonces, ¿por qué no te has acostado con la Gata? ella está caliente contigo — la gata era una -- joven con unos ojos verdes increíbles; yo me quedé pensando, suspiré profundo y le dije, —si me prometes no contarle a nadie y no reírte de mí, te lo cuento— Ramón estiró su brazo, ofreciéndome la mano en signo de promesa y dijo —ok compadre— seguidamente nos dimos un apretón de manos; esto me dio confianza y le dije, —bueno la primera razón, es que mi papá me advirtió que si algún día me metía con una puta, si no se me caía la pichula iba a tener hijos deformes y esa huevada me da miedo—, yo mirando a Ramón me di cuenta de que estaba medio sonriente, pero no decía nada y la segunda razón es que todos hablan de lo rico que es culiar, pero la única vez que lo hice, yo tenía 14 años y Adriana 19, una empleada que tenían mis tíos y que era una huasita (niña criada en el campo); fue tan doloroso que la pichula me quedó roja como un tomate, la cabeza hinchada y para tratar de evitar el roce con los calzoncillos, por tres días tuve que andar con las manos en los bolsillos— Ramón no

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1