Mi memoria es mi verdad
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La autora, a quien admiro por su coraje de escribir sus vivencias, me consultó dubitativa: ‘¿Le interesará a alguien? ¿Quién lo publicaría?’. Le contesté que le haría bien a ella misma y también a la sociedad. Conocer la historia sirve mucho. Sin saber lo que somos no se puede construir un futuro sólido.
La vivencia relatada en este libro es parte de lo que somos. Quica Zanzi sufrió lo indecible.
(…)
Su lectura conmoverá a toda persona de alma sensible. Pero también le dará fuerza”.
Sergio Bitar, Prólogo.
“Francisca González Fernández, o Quica de Zanzi como la llamaban sus cercanos, fue secuestrada el 18 de septiembre, desde su domicilio en Punta Arenas, por una patrulla militar, días después del arresto de Carlos, su marido. (…)
Este libro, que ahora se presenta en una segunda edición ampliada, nos sitúa en el relato testimonial de cómo el Golpe y la Dictadura que le sigue la lastimaron profundamente. No solo estuvo privada de libertad por meses; en ese período no le permitieron comunicarse con sus familiares y fue torturada sin misericordia alguna. (…)
Ella supo resistir en la memoria. Su secreto para vencer el tormento de los carceleros es que no podía olvidar quién era, porque si habría de sobrevivir sería abrazada a su memoria, y así preservó la esperanza.
Ella jamás se desdijo de su memoria, y esta no solo le permitió sobrevivir sino también trascender”.
Francisco Estévez, “Resistir en la memoria”.
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Mi memoria es mi verdad - Francisca González Fernández
fotográfico
Prólogo
¿De qué sirve la historia? ¿Es útil relatar experiencias dolorosas? ¿No es mejor olvidarse y mirar al futuro?
Este ha sido un dilema que ha cruzado la sociedad chilena y que Quica Zanzi resuelve contando su experiencia.
La autora, a quien admiro por su coraje de escribir sus vivencias, me consultó dubitativa: ¿Le interesará a alguien? ¿Quién lo publicaría?
. Le contesté que le haría bien a ella misma y también a la sociedad. Conocer la historia sirve mucho. Sin saber lo que somos no se puede construir un futuro sólido.
La construcción del futuro se hace de manera progresiva, se va fundando en las propias experiencias, colectivas e individuales.
Las experiencias de dolor vividas durante la dictadura han sido un aliciente potente para comprometernos con una democracia más sólida, instituciones más fuertes, y así evitar repeticiones trágicas. Muchas personas de otros países latinoamericanos me han preguntado las razones del éxito del progreso democrático chileno. He respondido que nuestra propia historia nos sacudió profundamente y nos ha hecho más sabios (ojalá que dure) para unirnos a fin de lograr un país mejor.
Ese propósito no se alcanza olvidando lo vivido, sino manteniéndolo presente para alentar los acuerdos y el pleno respeto de los derechos humanos.
La vivencia relatada en este libro es parte de lo que somos. Quica Zanzi sufrió lo indecible.
En Punta Arenas, donde ella vivía, se marcó a fuego la vida de muchos. En regimientos y campos de concentración como isla Dawson, donde estuve preso, muchos magallánicos sufrieron la privación de su libertad y la violación de sus derechos esenciales.
De este libro, como de tantos otros (yo mismo escribí Isla 10), debemos sacar lecciones y hacer en carne cada chilena y chileno su compromiso con la sociedad, con la vida pública, con un proyecto de país y cultivar a diario la libertad y la tolerancia.
En todas las experiencias de golpes militares se arrasan las instituciones democráticas, que son verdaderos diques de contención, y se desbordan con virulencia pasiones y odiosidades en gente que uno creía civilizada. Me tocó conocer personas con quienes compartí sonrisas y comidas, y que después torturaron. El alma humana tiene su lado oscuro, y cuando no hay esos diques de contención, como el Estado de Derecho, la educación, la cultura de la diversidad, la decencia y un sistema judicial autónomo, ciertos hombres cometen atrocidades contra sus conciudadanos. Por eso es fundamental cuidar los caminos democráticos y conjurar cualquier tentación de polarización y golpe. Esa convicción nos ha dado la fuerza para construir una democracia, fortalecer la sociedad civil y mejorar nuestra educación cívica que siguen siendo frágiles.
Este relato ayuda a despertar esa conciencia en Chile y en América Latina. Su lectura conmoverá a toda persona de alma sensible. Pero también le dará fuerza.
Sergio Bitar
Resistir en la memoria
Francisca González Fernández, o Quica de Zanzi como la llamaban sus cercanos, fue secuestrada el 18 de septiembre, desde su domicilio en Punta Arenas, por una patrulla militar, días después del arresto de Carlos, su marido. Precisamente en la efeméride de la independencia nacional un destacamento de las Fuerzas Armadas la condujo por la fuerza a un calabozo, en un acto más de la suma de arbitrariedades con que se persigue y castiga a quienes los golpistas califican como enemigos internos. Es una contradicción brutal con los valores de la libertad republicana que ella amaba: Si un grupo de militares valientes la hicieron libre en septiembre de 1810, fecha inmortal en nuestra historia patria, ahora también en septiembre, pero de 1973, una nación altiva caía en manos de militares para sumirla en una tragedia
.
Este libro, que ahora se presenta en una segunda edición ampliada, nos sitúa en el relato testimonial de cómo el Golpe y la Dictadura que le sigue la lastimaron profundamente. No solo estuvo privada de libertad por meses; en ese período no le permitieron comunicarse con sus familiares y fue torturada sin misericordia alguna. Escrito como un diario de vida, el relato contenido en las páginas que vienen es, sin duda, un diario sobre el valor de la vida en desafío a la iniquidad de sus represores. Ella supo resistir en la memoria. Su secreto para vencer el tormento de los carceleros es que no podía olvidar quién era, porque si habría de sobrevivir sería abrazada a su memoria, y así preservó la esperanza.
Cuando años después de estos hechos, de regreso ella del exilio, tuve la oportunidad de conocerla personalmente, me impresionó tanto la generosidad de su espíritu –siempre le fueron extraños los sentimientos de odio o revancha– como su fidelidad a las ideas de justicia social que la inspiraron desde joven y que traspasó a sus hijos y nietos. Por su consecuencia, se le otorgó en La Moneda, el año 2009, un diploma que la reconocía como una mujer imprescindible
.Este reconocimiento, que me correspondió entregarle en una ceremonia inolvidable, hacía referencia a un verso de Bertolt Brecht: Hay los que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.
Conservo una carta manuscrita donde ella se refiere a ese momento especial: Sé que hay en Chile hombres y mujeres que merecen esta distinción; yo íntimamente dediqué la mía, como lo hice con mi libro, a todas aquellas mujeres que sufrieron horrores en las cárceles de Pinochet, a aquellas que perdieron a algún ser amado, a todas en general y, una vez más lo digo, ojalá nunca más en Chile vuelva a ocurrir lo que sucedió en septiembre del ’73; cuidemos nuestra Democracia, no nos perdamos en luchas internas que no llevan a nada, arropemos nuestra libertad y hagamos de Chile un país grande, próspero y señero en América Latina
.
Siendo como fue –una imprescindible
– nunca se vio a sí misma como extraordinaria. Tuvo la convicción de haber sido una igual con todas las mujeres castigadas en su cuerpo y alma con el tormento del suplicio. No habiendo ocupado el término feminista, escribe su relato con un enfoque político de género. Y también se destaca por mantener siempre vigente una pertenencia generacional que se identifica sin renuncia posible con el proyecto socialista de Salvador Allende y de todos con quienes asumió una militancia comprometida con los cambios.
Ella jamás se desdijo de su memoria, y esta no solo le permitió sobrevivir sino también trascender.
Francisco Javier Estévez Valencia
Director Museo de la Memoria
y los Derechos Humanos
Introducción
¿Cuántas veces habremos conversado con nuestra madre acerca de este libro?
La memoria es frágil y no recuerda tales detalles. Sí recordamos cuando por primera vez se nos presentaron sus primeros balbuceos. Esas primeras líneas que se tejieron en un cuaderno, uno de esos sencillos que cualquier escolar usa para sus estudios.
Quizás en sus comienzos no existía la intención de publicarlo. Más bien cubría la necesidad de relatar acontecimientos chocantes para cualquier ser humano. De atar hilos sueltos, de relacionar lo ocurrido con toda una historia que, siendo personal, es en sí un reflejo de la conciencia regional muy influida por esas historias de inmigrantes que desde distintos territorios y culturas empezaron a habitar Magallanes.
Porque buscar una explicación de los sucesos posteriores al golpe militar no puede limitarse al análisis social, político, sociológico o psicológico de los ’70. Esa explicación tiene raíces mucho más profundas, son parte de la recuperación de la memoria histórica, frase que, de muy usada, parece perder su importancia, y de la cual este libro es un fiel y honesto exponente.
Sabemos o deberíamos saber que la historia no se construye si sus protagonistas no la exponen al conocimiento, a la discusión, a la evaluación general que un colectivo pueda hacer de ella o al encuentro íntimo y personal que los autores hacen con todos sus lectores, con sus juicios y emociones.
Este libro cumple ese objetivo. Es la más íntima expresión de nuestra madre que sin intentar escribir una obra de valor literario sí lo hizo consciente del valor de su testimonio, del sentido y del, por qué no decirlo, riesgo al cual se exponía cuando abrió al juicio y a la opinión pública las compuertas de sus más íntimas vivencias, las buenas y las malas, las que reconfortan y fortalecen el alma y la conciencia y las que provocan traumas, temores, inseguridades, allí siempre presentes.
Con estas palabras queremos expresar algo más que nuestra solidaridad y admiración por nuestra madre. Sabemos que con nosotros está nuestro padre, actor aparentemente secundario y silencioso de esta historia, pero sin duda columna vertebral de todo este relato tan personal nuestro y tan común con tantos otros chilenos y latinoamericanos.
En esta historia de verdad hay muchos actores y actrices. Los mencionados están allí, porque pertenecían al recuerdo y a la memoria de nuestra madre. Los que no están, tal vez sea porque la memoria traiciona o quizás porque es sabia y los esconde en los nubarrones de los distanciamientos y lejanías muchas veces aconsejables y necesarios. Este es un libro de agradecimiento y de amor al origen inmigrante con toda la pobreza y grandeza que tal condición lleva. ¡No lo sabremos si nos repetimos, obligados, la historia!
Este es un libro de agradecimiento a la familia, a aquellos que no se escogen y cuyo amor o desamor resulta tan impactante en la historia de cada uno de nosotros. Es un libro de amor al compromiso, a la audacia, al imaginario de que en una sociedad más justa ganamos todos, todos nos sentimos mejor. A que esa sociedad de más fraternidad y solidaridad acercó a mi madre a sus raíces gallegas. Nos recuerda el por qué esta familia fue inmigrante, buscando en América lo que la tierra, el mar y la sociedad gallega no eran capaces de dar.
Da la casualidad de que este libro se publicó por primera vez al poco tiempo del nombramiento de nuestra madre como Mujer Destacada de Magallanes. En ese contexto este libro no solo aumentó en importancia, sino también en responsabilidad. Valga el reconocimiento otorgado por la comunidad magallánica como un recordatorio del valor de sus acciones. Véase la publicación de este libro como un gesto de agradecimiento, de amor y de compromiso con Magallanes, su gente, su historia y su futuro.
Véase también la reedición de este libro como un homenaje a nuestra madre y como un intento de mantener en la memoria hechos que las nuevas generaciones no deben olvidar.
Carlos Zanzi González
Mario Zanzi González
Mi memoria es mi verdad
A veces, en la inmensa soledad que envuelve mi vida, me vienen a la mente recuerdos del pasado. Como contrapartida a esta soledad veo mi vida anterior, tan plena y llena de actividad, y debo emplear toda mi fuerza para asumir la tristeza que me embarga.
Aun cuando a mi lado está el compañero de toda mi existencia, necesito formar parte de un grupo o sociedad para terminar con la rutina, que no fue nunca mi norte, y alcanzar un horizonte más amplio.
Es la consecuencia ante el traslado desde tu país a otro. Dejar el medio natural, ideales, inquietudes, luchas, e insertarse a un medio distinto. Tremenda y dolorosa dualidad: vivir como si yo fuera dos seres… y la vida continúa. Te levantas, te vistes, trabajas, conversas, discutes, amas.
Llega un momento en el que, cual caleidoscopio, ves a la gente en las calles, sientes sus risas, palabras y miradas y al cerrar los ojos piensas en tus rutas, tu gente, tu cielo y tu mar. Pero la realidad es otra, se llama exilio.
Así, en esta condición, mi mente aprisiona recuerdos como pequeñas celdillas que atesoran hechos y rostros. Entre alegrías y tristezas, risas y llantos, debo contar mi vida y, como siempre lo he pensado, dejarla escrita.
Mis primeros recuerdos se remontan a mi infancia, allá, en una lejana ciudad del sur de Chile, donde se acaba el mundo. Era una modesta casa llena de afecto. Jugaba con mis hermanos con la sensación de sentirme siempre la hermana del medio. Ni la mayor, con sus ventajas, ni el menor, con lo que ello implicaba. Había una gran cocina de leña y carbón, que nos entregaba su calor y nos hacía olvidar la nieve y la escarcha.
Antes de acostarnos, escuchábamos horas y horas los cuentos de mi padre. Por él supe de mi abuela, gallega en la España regionalizada. Mujer de caminar erguido, gran fortaleza, buenamoza y gran carácter. En el pueblo la llamaban Quica la zurda
. Su vida siempre fue igual; su pueblo, su marido, sus hijos, su trabajo y su miseria.
Remendar redes y otear el horizonte, esperando a Jesús, su marido, que viajaba permanentemente a distintas partes del mundo, ensanchando horizontes y juntando unos pesos.
Una vez le dije a mi padre que parecía que mi abuela esperaba a mi abuelo para que hicieran un hijo, y luego se volviera a marchar. Sonrió y me contestó que así era la vida del gallego de entonces, pues los sueldos eran muy bajos y había que trabajar mucho. La ley imperante hoy, ayer, mañana y siempre.
Mi abuela, con su inteligencia nata, vislumbró que más allá de ese pueblo y esa explotación había otras tierras llenas de posibilidades, donde un hombre de trabajo y esfuerzo podría abrirse camino. Así, poco a poco, partieron quienes quisieron iniciar el despegue. Primero fue Jesús, luego Juan, Lino y, al fin, Ramón. Marchas dolorosas, despedidas que rasgaban el alma, porque en esos tiempos decir América no era tomar un avión y cruzar el espacio. Eran días y días de navegación. En el caso de los emigrantes se hacía en tercera clase, amontonados; a veces, sedientos, mareados y asustados, en oscuras bodegas, uno al lado del otro, hombres, mujeres y niños.
Pareciera que al entornar los ojos escucho la voz dulce de mi madre en esas frías noches de