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La Escalera: Exitología #1
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La Escalera: Exitología #1
Libro electrónico413 páginas5 horas

La Escalera: Exitología #1

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La Escalera no es un libro convencional de memorias. Es un compendio. Una colección vivencial en que se hermanan los testimonios, las anécdotas, los pensamientos y las reflexiones de quien sabe lo que escribe y sabe por qué y para quién lo escribe, porque su meta es servir, orientar, guiar, asociarse con el lector y/o la lectora, convertirles en parte de su equipo, trabajar con ellos, y lograr que cada quien también luche en pro de alcanzar el éxito en la vida. Así de fácil. Así de accesible, ameno, básico y elemental.

Este libro, como lo establece el periodista Nelson Henríquez C. en su presentación de Abel Quiñónez, es un reflejo escrito y meditado de la propia vida de su autor, de lo bueno, lo malo y lo feo que le ha ido surgiendo en su día a día, salpicado de una que otra sombra y de abundantes luces.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 mar 2020
ISBN9781643343174
La Escalera: Exitología #1

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    La Escalera - Abel Quiñónez

    El Mexicano En Estados Unidos

    La Dinámica De Un Perfil En Constante Evolución

    ¿Que cómo se visualiza, se comprende y dimensiona la identidad del mexicano cuando uno vive fuera de México? Me lo he preguntado muchas veces. Compleja tarea de observación y experiencia cotidiana. Para tratar de encontrar una respuesta, necesaria y fatalmente, he tenido que entrar a compararlo con el original, el otro mexicano, el que vive dentro de México.

    Asunto curioso y más o menos lógico. En mis años formativos en México, por tenerlo ahí mismo, tan cerca y como protagonista de primera vista diaria, en muy escasas ocasiones intenté hacer un retrato prototípico del mexicano. ¿Ejemplos? ¿Alguien parecido a Cantinflas? No, por su excesiva locuacidad. No hay una mayoría de mexicanos que hable como el gran bufo. ¿Galán y galante como un Pedro Infante? Tampoco, por lo privilegiado de su físico y oficio. ¿Carismático como Villa y Zapata? No, por la obsolescencia del tiempo. Revolución Mexicana solo hubo una y es imposible que se repita con sus mismos primeros actores. Eso, envuelto en la bruma del romanticismo de comienzos del siglo XX pertenece al pasado y punto. ¿Alguien parecido a Juan Camaney? (Perdón por la banalización de mi enfoque). ¿El charro, el mariachi, el milusos? Humm. Punto y aparte.

    Cuando tienes a una persona demasiado cerca de ti, lo tratas, lo quieres o lo rechazas, lo tocas o lo esquivas. Pero rara vez lo usas como objeto de un ente posible que retrate el genio nacional, o la cultura, la personalidad o la contracultura de un país determinado. Igual que en otras partes, porque cuesta mucho trazar el perfil de lo que es un francés, o un italiano, a partir de la plática que tuvimos con el primer taxista que nos llevó del aeropuerto al hotel en ese viaje por Europa de hace ya tantos años.

    Por eso, resulta igualmente difícil que podamos referirnos al mexicano fotografiando mentalmente a ese milusos, ingenioso y picaresco, que nos arregló muchas cosas en la casa, como si fuera la síntesis de todo un pueblo donde hay algunos individuos relativamente similares a él, pero también muchos que no se le parecen absolutamente en nada. Tampoco es válido que lo hagamos a costa de nuestros vecinos o parientes que nada tienen de representativos, aunque los queramos mucho o, por el contrario, los detestemos con natural y pasiva indiferencia.

    Las generalizaciones, como se ha dicho y escrito en múltiples oportunidades, suelen ser bastante peligrosas, así que dibujar el perfil ideal del mexicano en México corre el riesgo de chocar con la idiosincracia, con los valores y el modo de ser del mexicano fuera de México, una persona que, en la práctica, conserva muchos rasgos del original.

    Lo que vi y comprobé en relación al mexicano dentro México mientras yo vivía allí es que hay de todo, gente súper trabajadora, gente súper derecha y leal, individuos estudiosos y ejemplares, profesionales de todos los niveles, gente soñadora y culta, honradas a carta cabal, mujeres y hombres desprendidos y solidarios, amistosos, gentiles, envidiables por su valor; en fin, un paraíso humano; sin embargo y por desgracia también recuerdo a esa otra gente, esos flojos, carentes de imaginación y de la más mínima iniciativa, dispuestos a calumniarte, perseguirte y darte una artera puñalada por la espalda. De todo hay en la viña del señor, dice el refranero; y de eso se trata, porque en el mismo campo pueden crecer la vid y la cizaña venenosa, el fruto noble, dulce y sabroso, y la mala hierba, buena para nada; la oveja y el lobo, el toro y la hormiga.

    Excesivamente variopinto. Descomunalmente distinto. Al mexicano dentro de México se nos antoja muy difícil de representarlo en una sola fotografía, porque la que haríamos sería una caricatura tan falsa y baladí como el dibujo que muestra al gordito ese que duerme la siesta bajo su enorme sombrero charro tendido a la sombra de un árbol mentiroso quizás en medio de un ficticio y acartonado desierto de Sonora.

    No se vale, como decimos en nuestro casual lenguaje diario. En más de ciento veinte millones de individuos, insisto, hay de todo, igual que en Mozambique y en Canadá, en Australia, Nueva Zelanda e Inglaterra. El mundo es ancho y ajeno, como titulara su obra maestra el novelista peruano Ciro Alegría. Ancho en posibilidades y caracteres; ajeno, a veces, por las consecuencias de una migración no deseada.

    Todo lo anterior se acentúa cuando arribas por primera vez a Estados Unidos y adquieres esa perspectiva y esa distancia que te permite apreciar, dimensionar, ver, convivir y descubrir a ese otro mexicano, el recién llegado, el que se estableció hace dos o tres años, o el ya asentado que vive por más de una generación al norte de nuestra frontera.

    Lo primero que nos impresiona es comprobar algo insólito e increíble. Hay mucha gente acá, en especial cierto anglo blanco, que llama mexicano a todo el latinoamericano que se le cruce en la calle, en el supermercado o en el banco. Dentro de esta absurda clasificación meten a los salvadoreños y los venezolanos, los costarricenses, los panameños y los guatemaltecos. No les importa de dónde sea originario el espécimen. Eso de que es mexicano se lo endosan a cualquiera, hombre o mujer. Si habla español y, para colmo, es más o menos moreno y de baja estatura, tiene que ser mexicano, aunque haya nacido en Cúcuta o en Chichicastenango.

    Se trata obviamente de un ridículo estereotipo, el producto perfecto de una malformación cultural y una ignorancia tan monumental como pensar que Colón era sudafricano y no genovés.

    El de acá no es exactamente como el de allá. Lo acosan otros demonios, pero lo protege la misma Virgen de Guadalupe. En esto sí coinciden. Lo he visto desde mi primer día en Estados Unidos. Legal o indocumentado, lo pueden perseguir e insultar, humillar y ningunear; pero no se deja, se arma de valor y, sea como sea, porfiadamente sale adelante. Según las circunstancias predomina en éste una actitud a veces más defensiva, pero, al mismo tiempo, más responsable y bastante más exigente consigo mismo. Aprende a respetar horarios y compromisos (aunque no le guste mucho al principio).

    El mexicano de acá se sabe necesario y lo demuestra en muchos ámbitos: puertas afuera y bajo el sol, lavando autos, cortando el césped, manteniendo jardines, pintando casas y construyendo edificios. Puertas adentro, en cambio, lo hemos visto y escuchado cocinando hasta en los restaurantes chinos; pero también concediendo o negando créditos hipotecarios en algún banco, presidiendo el directorio en una compañía de aviación, comprando en millones de dólares un equipo de béisbol y dirigiéndolo, y haciendo delicadas cirugías en el quirófano de un hospital, mano a mano con los especialistas asiáticos y gringos.

    Hay de todo, como dentro de México. Pero el de aquí adquiere una cierta forma de ser que lo diferencia del que vive allá. Asimila, aunque sea dificultosamente, otro lenguaje y se somete a una rutina más funcional en su actividad diaria. Va apropiándose exteriormente de costumbres, expresiones, códigos y convenciones sociales; pero jamás renuncia a sus raíces, a lo más profundo de sí mismo porque sigue sintiéndose mexicano hasta el fin.

    En Guanajuato se lo preguntaron una vez en una conferencia de prensa en el Festival Cervantino a Jorge Hernández, el mayor de Los Tigres del Norte, quien ha vivido más de 40 años en Estados Unidos.

    —¿Cuál sería tu último deseo, si supieras que vas a morir y te encontraras fuera de México?

    —Que digan que estoy dormido y que me traigan aquí, fue su respuesta.

    Así de categórico. Así se mantiene el amor a la tierra natal y a su gente: a su sangre. Por eso es que acá han surgido tantas agrupaciones representativas de los diferentes estados. Las hay de quienes vinieron de Sinaloa, de Jalisco, de Nayarit, de Guerrero, de Michoacán y de Aguascalientes, de cualquier rincón, aldea o ciudad. Gracias a la presencia de este otro mexicano, el de aquí, se ha extendido la pasión gastronómica por el taco y el burrito también entre los anglos y otras etnias que conviven y coexisten en áreas de California, Arizona, Nevada, Colorado, Nuevo México, Texas y varios otros estados.

    Cierto amigo no me podía creer que uno de los platillos estrellas del restaurante del hotel Bel- Air, el sector más caro y lujoso de Beverly Hills, ha sido la sopa de tortilla; y que su executive-chef es un latino, Hugo Bolaños, un guatemalteco en quien, por su apariencia, más de un huésped local ha visto a un típico y sonriente mexicano. Por el elegante ambiente en que trabaja, como personaje es completamente opuesto al simple cocinero que trabaja en las nocturnas loncheras callejeras que pululan en el área metropolitana de Los Ángeles.

    Al margen del taco y el burrito, la buena cerveza y el gol de algún jugador nuestro gritado por miles en un domingo de fútbol por la tarde, actualmente el mexicano de acá también adquiere la fisonomía del chofer de un uber o un lyft, y a propósito del sentimiento de identidad nacional que uno detecta aquí, es imposible soslayar el nombre de Octavio Paz y su magnífico ensayo El Laberinto de la Soledad, donde analiza, entre otros tópicos, el fenómeno del chicano y el cholo.

    Aunque han transcurrido casi 70 años de su publicación, el planteamiento interrogativo y algo sombrío de Paz se mantiene cuando subraya el desarrollo de la historia como el germen del porqué del comportamiento y escala de valores del mexicano en general, especialmente en el capítulo titulado ‘El pachuco y otros extremos’, sin entrar al debate que supone el posterior ingreso del cholo como peón, soldado y líder eventual de alguna ganga (pandilla). Porque, seamos honestos: aquí también hay de todo.

    Igual que allá, aquí se gratifica mucho la amistad y el valor de la familia. Me consta. Lo comprobé en carne propia gracias a un generoso gesto de mi primo hermano Celso cuando yo aún tenía la aureola de casi recién llegado.

    Sin que nadie se lo sugiriera en absoluto, Celso me regaló el primer carro propio que pude manejar en Estados Unidos, un deportivo Datsun 240-Z para solo dos pasajeros, vehículo formidable y fantasioso que adopté de todo corazón.

    Bien decidido esa tarde Celso me dijo: Quédate con este carro, tú lo necesitas y te lo doy; aquí está el ‘pink slip’. Es tuyo. Wow: Imposible no recordarlo. ¡Fue mi primer carro en los Unates-Tates! Mi primo me lo transfería de forma muy mexicana, espontánea y alegremente. Para mí fue un suceso, algo extraordinario, un regalote, un ‘carrazazo’ como diría mi tocayo cubano Abel Pérez.

    Antes de abrir la puerta y subir a manejarlo me limpiaba los zapatos. Lo encendía y luego, al aplastar el acelerador y escuchar el motor que rugía, experimentaba la sensación de que pedía carretera. Era descomunal como se oía. Un regalazo. Una acción grandiosa que siempre recordaré. Provenía de un primo mío, es cierto, pero al mismo tiempo era la obra de un mexicano dándole la mano a otro mexicano.

    No un simple mexicano, sino un recién llegado, alguien cuyo corazón se sumía en una nostalgia inconmensurable y vivía cada día y cada noche diciéndose yo quiero a mi México, yo quiero a mi Sinaloa tanto como quiero a mi rancho; de allá soy, aquí solo estoy de paso.

    Lo curioso es que Celso, radicado por años en Estados Unidos, decía lo mismo, aunque a veces le aclaraba que yo también quiero a mi tierra natal, pero por lo pronto también quiero estar aquí en los Unates-Tates.

    Mientras tanto mi vida transcurría frente al micrófono en Radio Lobo 910 am, la que toca puras buenas.

    A propósito de mexicanos ya establecidos y de vehículos debo subrayar que, de ahí, de esa estación salían colegas y conocidos que me decían ¿y tú de dónde eres? Yo te escuchaba en Los Mochis. Qué bueno que estás aquí. Lo simpático fue que allí también me encontré un mecánico mexicano.

    Me interesó su servicio y su amistad. Mi carro a veces requería de un estilista del motor. Aquí está, pensé. Y sí. Nos hicimos grandes amigos con Juvencio a quien yo le llevaba mi Datsuncito para que le cambiara bujías y aceite, pensando como muchos locutores que, si le dedicaba una canción y lo saludaba al aire, ¡no me iba a cobrar!

    Por eso un día le dije ayer te hice una dedicación bien publicitaria. Lacónico y rápido él me replicó: Pues, qué bueno; porque yo no soy el que lo quiere escuchar, sino la gente allá afuera. Me reí tanto que pensé: Así que, aquí no hay negocio

    Al margen de locutores y mecánicos, en otro orden de cosas también se destaca la presencia del hijo del mexicano en las universidades, el ejemplo de resiliencia de la familia separada por una deportación, la capacidad de los pequeños y los grandes empresarios, el prestigio de ciertos productos de origen mexicano, el júbilo compartido al celebrar el Cinco de Mayo y El Grito de Independencia, el avance paso a paso de nuestras expresiones culturales, en la música, en la industria del entretenimiento, en el deporte, en la televisión, en la educación, en el arte y en la economía.

    Nos sentimos orgullosamente mexicanos al recordar las hazañas beisboleras de El Toro Fernando Valenzuela de los años 80, los recientes Óscares de Alejandro González Iñárritu, Guillermo del Toro y Emmanuel Lubezki como los mejores en Hollywood, y el despegue y el singular ejemplo de José Hernández, ingeniero y astronauta, tripulante de una misión espacial que lo mantuvo dos semanas orbitando el planeta.

    Por oficio y por profesión, el perfil del mexicano en USA incluye, entre muchos otros posibles ejemplos, a los camioneros, que de costa a costa son los verdaderos amos de las carreteras y los personajes más dinámicos de los puertos, porque entran y salen a cada rato; los securities privados, que resguardan bancos, oficinas, hospitales, bodegas, etc.; los valet parking, excelentes conductores acomodando los autos más caros y los más baratos del mundo (¿qué sería de los eventos de Beverly Hills sin ellos?), los comunicadores, toda esa gente que trabaja en los medios de comunicación en español, los rostros de nuestro idioma a nivel nacional y ¿por qué no? los integrantes de la Academia de la Lengua Española de Estados Unidos.

    También cuentan, y mucho, los maestros y ayudantes de profesor en los departamentos de español de las universidades, que trabajan enseñando nuestro lenguaje, el cual es, lejísimo, el segundo más hablado y escrito en este país, ya no tan anglo. Me refiero a los muchos académicos mexicanos que hacen o dirigen investigaciones en literatura y lingüística, entre otras disciplinas.

    Ellos, como muchos otros que trabajan en el anonimato, también acentúan la vital importancia de nuestra identidad en este día a día de incesante evolución en que se va trazando el retrato siempre inacabado de un mexicano distinto por fuera pero tan parecido por dentro al de allá que, a veces, deja la certera impresión de ser el mismo, tanto por sus virtudes como por sus defectos y limitaciones.

    Parece más mexicana que ‘tica’. Aquí la admirada Maribel Guardia fotografiándose conmigo feliz de la vida.

    Entrevista con la cantante argentina Amanda Miguel en el Aeropuerto de Los Mochis, Sinaloa. 1998.

    Disco de Platino otorgado por Sony Music el año 1988 por los logros de Abel Quiñónez como Director de Programación de la radio XEPNK de Los Mochis, Sinaloa: Hotel Santa Anita.

    Ellos dicen que su música no contamina. Aquí el grupo Industria del Amor, Phoenix, Arizona. Año 1996 

    Festival realmente masivo para una gran celebración al aire libre en el Parque Sinaloa, en Los Mochis. Año 1988.

    Cita entre buenos amigos. Ambos frente al micrófono. A la derecha, Juan Pablo Manzanero, hijo de Armando Manzanero, en Los Mochis, Sinaloa.

    Pelo suelto para una entrevista más o menos seria con Gloria Trevi. Hotel Colinas, Salón Apocalisys, Los Mochis. 1989.

    Rojo y verde, los colores predominantes de la Navidad, con todo el personal de la compañía Arizona Lotus Corporation, propietaria de varias frecuencias radiales en ese estado, entre ellas KLPX, KFMA, KCMT-FM La Caliente 102.1 y KTKT-AM- La Mexicana 990 AM.

    Inconfundible y singular por su música y por su imagen: el legendario Rigo Tovar.

    En el estudio de la KCKY 1150 Radio Éxitos de Coolidge, Arizona.

    Con el cantante Jorge Luis Cabrera, el intérprete del famoso tema Música Romántica.

    Compartiendo el agrado de presentar a los artistas sobre el escenario en un festival aniversario con mi compañera radial Gaby Pardini en Tucson, Arizona. Año 2004.

    Estos eran Los Tucanes de Tijuana en 1997. La que me acompaña, al centro, es La Güera Vaquera. Night Club El Paraíso, Phoenix, Arizona.

    Otro momento para posar junto a La Güera, pero esta vez con los sonrientes integrantes del grupo Los Huracanes del Norte.

    Ellos también hicieron su parte en la historia de la radio. Leales compañeros de trabajo: Goyo Ayala, Abel Quiñónez, Reinaldo Franco y Gaby Pardini.

    Su nombre como dúo es Los Elegidos. También se les conoce como los hermanos consentidos de Ana Bárbara. Aquí en el interior de La Caliente.

    Rock y mucho más. Tras la curiosidad saciada y la emoción de haber visitado la casa de Elvis Presley en Memphis, Tennessee.

    Sereno encuentro familiar en Phoenix, Arizona. De izquierda a derecha, mis hermanos Luz, Ernesto, Araceli, yo, Manuel; y sentado, Leonel.

    Varios compañeros de trabajo junto al cantante Gustavo Angel (a mi izquierda) del grupo Temerarios, en Tucson, Arizona.

    Actriz, cantante y amiga. Proviene de un clan de destacados artistas. Sin más comentarios. Ella es Laura Flores.

    Desafiante, pero muerto de la risa, solamente uno de ellos mostró su puño. Él y los otros dos eran campeones de box.

    Tradicionales por su estilo y muy conocidos por su repertorio, aquí Los Mier, grupo de Monterrey, Nuevo León. También aparecen los compañeros y locutores Guadalupe Padilla Mendivil, Araceli Arámbula Connie y Nestor Daniel. Hotel Fiesta Americana, Tijuana, Baja California Norte. 24 de marzo, 1991.

    Se le conoce como ‘La Madre de Todas las Bandas’. Año 1999. En ese entonces su cantante era Julio Preciado. Correctamente uniformada, la Banda El Recodo de D. Cruz Lizárraga.

    La Vida, A Propósito De La Bamba

    Cantemos con la música de La Bamba

    Para subir al éxito

    se necesita

    una escalera larga

    y otra cortita

    Ay arriba y arriba

    por mí lo haré

    … por mí lo haré

    Yo no soy marinero

    Soy capitán

    Curioso y dubitativo uno a veces se pregunta muchas cosas, sobre todo a propósito de la tradición, esos usos y costumbres que sin pertenecer a ningún código tienen la importancia de una constitución política y suelen dejar la sana impresión de que están por encima de la ley, porque pertenecen al genio de todo un país.

    Así fue como el otro día, conversando con mi amigo Nelson Henríquez, casualmente nos detuvimos en un intercambio de pareceres respecto a las diferentes versiones de La Bamba, ese son jarocho heredado del ritmo afro-caribeño e indígena que también, según algunos expertos, es pariente de la seguidilla andaluza.

    Por la facilidad con que su música y ritmo se prestan para una espontánea improvisación cantada hay quienes, además de definirla como copla mexicana, la relacionan con el punto guajiro cubano, técnica musical poética de raíz popular donde dos o más contrincantes van lanzando puntadas, construyendo versos entrelazados. Generalmente algunos de estos ‘cantautores’ son muy divertidos y otros muy reflexivos.

    Pero, no nos compliquemos. Olvidemos por un momento su origen y su categoría académica. Y vamos al grano. Porque ésta, en nuestra opinión, es una genial metáfora.

    La Bamba, como concepto, perfectamente puede ser una simpática forma de referirse a la vida misma y eso de tener que bailarla con una poca de gracia como la condición más necesaria del danzante a lo mejor se refiere a la capacidad, natural o adquirida, del que se atreve a salir a la pista de baile.

    Bailar La Bamba, en consecuencia, se podría aplicar al éxito personal de quien le entra en serio al arte de vivir, el que se esmera para triunfar en oposición al que se resigna solo a mirar cómo otros se apoderan de ese escenario al cual suben los más capaces, los mejores, los que han tenido la paciencia y la resolución de aprender algo y cultivar su gracia aunque sea poca; sin embargo, lo más notable del mensaje se encuentra en esos otros versos, agregados no se sabe cuándo ni dónde, que dicen para ‘subir’ al cielo se necesita una escalera larga y otra chiquita.

    Obviamente el cielo que se menciona no es el cielo de todos los días, la bóveda celeste cuya noción cubre al planeta tierra desde los albores de la humanidad. En nuestro análisis el cielo de La Bamba lo entendemos como el nivel superior que puedes alcanzar cuando decides subirte a la escalera de la vida e irte hacia arriba, peldaño a peldaño.

    Reiteremos la genialidad de estos versos. La escalera larga es para ser usada en el largo plazo; la escalera chiquita, en cambio, alude a las diversas etapas que deben superarse para acceder a un mayor estatus, el pedazo de cielo que representa un paulatino mayor éxito en la vida.

    Y así, mientras algunos se imaginan la fortuna como una rueda, el o los anónimos autores de esta canción se imaginan el reto que es vivir la vida como una escalera de tamaños interdependientes. La chiquita es tan importante como la grande. No se puede ignorar su utilidad. Ambas se necesitan recíprocamente.

    En este esquema es donde podemos ver la tajante división entre los que se atreven a subir en busca de su éxito y realización, y los que se quedan con sus pies pegados al suelo, acobardados por sus múltiples temores, entre ellos la altura, el cansancio de las piernas y del ánimo que se adquiere antes de hacer ningún esfuerzo, la comodidad con que a veces se oculta la flojera o la simple desidia.

    Ah, y fíjense que casi todas las versiones de la canción, incluyendo la de Los Lobos en la película, hacen un positivo énfasis en otro aspecto de su mensaje. Es cuando su letra dice: Yo no soy marinero, yo no soy marinero, soy capitán, soy capitán- soy capitán.

    Dos veces niega su baja condición de marinero. Tres veces destaca su rango de capitán. Y adelantándose al mañana, en tiempo futuro, afirma con enorme contundencia: por ti seré. Este propósito se refuerza cuando lanza esa exclamación que dice ay, arriba y arriba, la cual no deja la más mínima duda respecto al objetivo que se resume en una sola palabra: subir.

    Parafraseando esta parte y el resto de la letra, me permito sugerir algo fundamental y cambiar el ti por un (yo) que te comprometa íntimamente a seguir siendo capitán y no descender al nivel de un marinero (con el debido respeto a todos los que ejercen esa sacrificada profesión en los tantos mares que bañan nuestras playas).

    Plásticamente la mejor, revolucionaria y evolucionada tradición mexicana sube la barda del desafío que es vivir positivamente la vida cuando, junto con el canto y la música, introduce el requisito de que el bailarín y su bailarina, unidos en su gracia complementaria, construyan con sus pies a partir de una cinta ese colorido moño enlazado que sella su compartido éxito en la interpretación danzante del son.

    Por eso, por lo que hemos descubierto en La Bamba, por el valor de sus versos, por su aporte a la cultura popular y universal, porque nos identifica por su mexicanidad y por la insistente sugerencia de mi amigo, decidí que este libro se llamara La Escalera. Y espero que estén de acuerdo conmigo.

    Canción alegre e imprescindible

    Muchas son las versiones de La Bamba. Desde su original grabación por Álvaro Hernández Ortiz, El Jarocho, en 1939, hasta la politizada cantinela que se usara allá por el año 1946 en apoyo a la campaña electoral de quien ganaría los comicios y el título de presidente de México, Miguel Alemán, y posteriormente las de Harry Belafonte, Ritchie Valens y Los Lobos en la película que narra el fatal desenlace y epílogo de la carrera musical de Valens.

    Más adelante, y siempre con éxito, hay grabaciones de José Feliciano y de Selena en sus inicios, quien se dio el lujo de intercalar su propia estrofa cantando muchos tocan la bamba, pero Los Dinos le dan saborcito; saborcito pero bonito.

    Como curiosidad esta versión expone su falta de dominio del español debido a su original y simpático acento agringado, ya que dice ariba en vez de arriba. También se desliza la frase de oye tú ven pa’cuá en vez de ven pa’cá, y otra cosito en vez de otra cosita.

    Su popularidad mundial es muy anterior a la película del mismo nombre que se filmó 30 años después de la grabación de Ritchie Valens. Lo increíble es que, tratándose de una canción eminentemente folklórica mexicana, también existan versiones de artistas como Ray Conniff, Neil Diamond, la Banda El Recodo, Los Sandpipers de California, Julio Iglesias, Gipsy Kings, Yuri y Paul McCartney & Bruce Springsteen, entre muchos otros.

    Sí. Por supuesto que sí. Ha sido número uno en las listas de popularidad de varios países. Este es el éxito musical y bailable de nuestra querida tradición mexicana. Como para sentir un gran y legítimo orgullo. La Bamba ha hecho historia y permanece en la historia de la música… ay arriba y arriba

    Letra (mensaje)

    "Para bailar la bamba

    se necesita

    Una poca de gracia

    y otra cosita.

    Ay arriba y arriba iré

    yo no soy marinero,

    por ti seré,

    por ti seré,

    bamba, bamba,

    bamba.

    Para subir al cielo

    se necesita

    una escalera larga

    y otra chiquita.

    Yo no soy marinero,

    ay arriba y arriba iré,

    yo no soy marinero,

    soy capitán,

    soy capitán,

    soy capitán,

    por ti seré,

    por ti seré."

    Por qué me gusta tanto

    Algo más, cuando decidí que este, mi primer libro, se llamara La Escalera basándome a todo ritmo jarocho en el mensaje de una canción tan popular, confidencialmente, más de algún buen amigo me preguntó el por qué de los porqués.

    Y créanme que para dar una respuesta contundente me obligaron a escarbar en los inicios de mi propia vida. Decir que me gusta porque me gusta y solo por su mensaje no es suficiente. Eso ya está escrito y cantado en otra canción: Mi Gusto Es.

    Vamos por partes. Imagínatelo para que luego lo vean tus ojos: así lo escuché de mi amigo Miquel Román en ‘Secretos de la Vida’. Linda

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